Corina Rodríguez Enríquez: “La transformación perdurable viene de la economía social y solidaria”
Julieta Pollo
La tinta
13 septiembre, 2019 by Redacción
La reconocida economista feminista conceptualizó el trabajo de cuidados no remunerado que sostiene la economía capitalista y advirtió sobre los riesgos de las políticas públicas que refuerzan el rol cuidador de las mujeres. También, destacó las formas alternativas de organizar la producción, la distribución y el consumo que surgen en medio de la crisis, y analizó el desastroso legado del último gobierno que reproduce un ciclo cuya recurrencia es preocupante en Argentina: el de endeudar al país para fugar divisas.
Corina Rodríguez Enríquez investiga y ejerce la economía feminista hace tiempo, mucho antes de que estos temas tuvieran el lugar preponderante que tienen hoy en la agenda social y de género. Defiende esta rama de la economía crítica porque quita del centro a los mercados y pone el foco en la sostenibilidad de la vida. La meta muta, así, desde la acumulación hacia la distribución: “Para nosotras el programa político es romper los mecanismos de reproducción de la desigualdad”.
Corina es especialista en mercado laboral y trabajo de cuidados e insiste en que mientras no resolvamos las múltiples inequidades que conviven en este campo, continuaremos reproduciendo la desigualdad. El trabajo de cuidados, invisibilizado y no remunerado, mantiene funcionando la maquinaria de la acumulación capitalistano a expensas de las mujeres, problemática que se acentúa en el caso de las mujeres provenientes de sectores más empobrecidos que tienen más demandas de cuidados y menos posibilidades de resolverlas. En este sentido, la economista que integra el Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (CIEPP), advierte que hay que poner especial atención en que las políticas públicas que se promueven desde el Estado no refuercen estereotipos sexistas ni el rol cuidador de las mujeres, para que realmente aporten al cambio cultural.
La egresada de la Universidad de Buenos Aires, Doctora en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales e investigadora de CONICET, dice estar cada vez más convencida de que la transformación perdurable viene desde abajo, de los territorios y de las prácticas de la economía social y solidaria: “Me parece que este es el camino de la economía feminista, estas formas alternativas de organizar la producción, la distribución y el consumo”.
Previo a su participación en las I Jornadas de Economía Feminista y XII Jornadas de Economía Crítica, La tinta conversó con ella acerca de trabajo de cuidados, políticas públicas y el desastroso legado del último gobierno que reproduce un ciclo cuya recurrencia es preocupante en Argentina: el de endeudar al país para fugar divisas.
—¿Por qué decimos que la economía feminista pone en el centro la reproducción de la vida y se propone como meta la distribución?
—La idea principal de la economía neoclásica es que el mundo se tiene que organizar como un agregado de mercados de libre competencia. La preocupación de la economía entonces es cómo garantizamos que los mercados funcionen. La economía feminista reacciona a eso y postula descentrar a los mercados y poner en el centro la sostenibilidad de la vida. Es una aspiración, una apuesta por entender la economía de otra forma.
Haciendo este cambio de perspectiva justamente estamos proponiendo que el objetivo de la economía debiera ser garantizar las condiciones de posibilidad para todas las vidas que las personas queremos vivir, como dice Amaia Pérez Orozco, recrear las condiciones materiales y simbólicas de posibilidad de todas las vidas que merecen ser vividas en el sentido de que las personas sintamos que nuestras vidas merecen ser vividas, las vidas deseadas, las vidas elegidas. Eso se puede traducir a cosas concretas como, por ejemplo: frente a las recurrentes crisis económicas del capitalismo, ¿qué priorizamos? ¿Sostener el mercado financiero o sostener las vidas de las personas? ¿Salvamos a los bancos, a la gente con créditos hipotecarios o garantizamos que no haya hambre?
—Hablás de una organización social del cuidado que es desigual, no solo entre hombres y mujeres sino también entre hogares, Estado, mercado y organizaciones comunitarias. ¿De qué modo estos actores pueden contribuir a la equidad en el cuidado?
—El cuidado, entendido como la reproducción cotidiana de la vida de las personas, se resuelve centralmente gracias la trabajo no remunerado de las personas, sobre todo de las mujeres… pero nos solamente. El cuidado también se resuelve con provisión pública del cuidado. Cuando llevamos a nuestres hijes a un jardín de gestión pública, es el Estado proveyendo cuidado. Cuando recibimos en nuestro hogar a un asistente domiciliario del PAMI que resuelve necesidades de cuidado de personas mayores, es el Estado proveyendo cuidado. Pero también el mercado provee cuidado: cuando contratamos a una persona para que haga tareas de cuidado en nuestro hogar, estamos comprando tareas de cuidado en el mercado. Cuando institucionalizamos a una persona con discapacidad que requiere cuidado permanente en una institución de gestión privada, estamos comprando cuidado en el mercado. Y también la comunidad, expresada en los arreglos comunitarios del cuidado.
Todos estos actores proveen cuidado de manera interrelacionada, y esta organización social del cuidado es injusta porque no es la misma intensidad de trabajo que asume, desarrolla y ejerce cada uno de estos actores. Entonces es injusta porque el trabajo no remunerado se concentra en los hogares, y también porque al interior de éstos, está distribuido desigualmente entre varones y mujeres. Además, esta organización social del cuidado es factor de reproducción de la desigualdad.
Decimos que es factor de reproducción de la desigualdad porque, así como es cierto que las mujeres hacemos en promedio más trabajo no remunerado que los varones, las mujeres de menos recursos económicos hacen en promedio más trabajo no remunerado que las mujeres de más recursos. Las mujeres más pobres tienen más demandas de cuidados y menos posibilidades de resolverlas. La brecha de uso del tiempo entre varones y mujeres es tan alta como la brecha que entre mujeres del quinto y el primer quintil. Es un nudo básico de reproducción de desigualdad y por eso es tan central instalar el tema no solo en la agenda feminista, sino como demanda de todos los movimientos sociales y preocupación de todas las personas que consideramos que vivimos en una sociedad que es injusta que tenemos que cambiar.
—La llamada jubilación de las amas de casa ¿fue un avance en el reconocimiento del trabajo no remunerado?
—Yo creo que el Plan de Inclusión Previsional que se implementa en Argentina hace unos años fue una oportunidad perdida para discutir a fondo qué se está reconociendo con ese plan. No hace mucho que empezamos a dar la discusión del valor del trabajo doméstico y no remunerado, de lo que contribuye al funcionamiento del sistema económico social, a la generación de valor económico; el subsidio inmenso que significa para la acumulación capitalista y lo determinante que es para dar cuenta de las diferentes posibilidades y oportunidades que tenemos varones y mujeres así como ricos y pobres.
Incluso en la agenda feminista es un tema que estuvo relegado, porque hasta hace poco estuvo concentrada en cuestiones muy urgentes como los derechos sexuales y reproductivos o la violencia. Recién en los últimos años, cuando se retoma esta idea del Paro Internacional de Mujeres, volvemos a hablar del trabajo y del trabajo no remunerado. Y ahora sí esta discusión está mucho más presente en la agenda feminista.
—¿Cómo hacemos para construir políticas públicas que realmente produzcan una transformen y que no ubiquen a las mujeres como meras beneficiarias o instrumentos operativos?
—Creo que estamos vivenciando un proceso en que la agenda feminista ha ganado terreno y eso ha llevado a un maquillaje de género de los discursos y de algunas posiciones políticas, y hay como un esfuerzo por ser políticamente correctos en cuanto a género. Entonces, por ejemplo, Argentina firma un acuerdo con el FMI que incluye un capítulo de género donde parte de los compromisos tienen que ver con cuestiones como la paridad… cuestiones muy banales del tipo que las empresas informen cuál es la composición en términos de género de sus directorios. Mientras, simultáneamente, el país se compromete a políticas de austeridad, a recortes, a reforma previsional, a reforma laboral… entonces ahí hay una aparente sensibilidad de género cuando simultáneamente hay promoción de cuestiones estructurales que profundizan las desigualdades.
“El feminismo es una disputa política y para nosotras el programa político es romper los mecanismos de reproducción de la desigualdad, entonces no alcanza con tener información estadística desagregada por sexo o este tipo de compromisos.”
Volviendo a la pregunta acerca del trabajo no remunerado como una de las condiciones económicas desaventajadas que tenemos las mujeres, lo que hay que romper es la dinámica que sostiene este trabajo como trabajo no remunerado y evitar los mecanismos que reproduzcan esto.
La Asignación Universal por Hijo, por ejemplo, es un tipo de Programa de Transferencia Condicionada de Ingreso ¿Bueno o malo? -para ponerlo en términos simples-. Nadie puede discutir aquí las bondades de la AUH en términos de sostenimiento del ingreso, de dotar de mayor autonomía a las mujeres, de mejores condiciones materiales de vida, etc. pero al estar esa transferencia asociada a una condicionalidad vinculada a cuestiones del cuidado, como son la educación y la salud (ya que para poder recibir el beneficio completo hay que demostrar que les hijes van a la escuela o que se hacen los controles de salud si son más pequeños), ¿quién es responsable de eso? La madre. Entonces ahí hay un reforzamiento del rol cuidador de las mujeres que es controvertido. Genial que las mujeres reciban una transferencia -discutamos incluso si eso es o no una remuneración a su trabajo no remunerado- pero distribuyamos ese trabajo, no lo hagamos como un mecanismo que refuerce su rol cuidador.
—¿Qué son las cadenas globales de cuidado y cómo se intensifica esta problemática en tiempos de migraciones masivas?
—La noción de cadena global de cuidado nos ayuda a comprender que en algunas circunstancias esta organización social del cuidado tiene una dimensión transnacional: el cuidado ya no se resuelve en las fronteras de un país. Un ejemplo muy concreto en nuestra sociedad es la cadena global de cuidado que se arma entre Paraguay y Argentina. Las mujeres paraguayas migran a Argentina -en Buenos Aires esto es muy notorio- y dejan en Paraguay a sus hijas e hijos, al cuidado de sus abuelas o hermanas mayores. Ellas se emplean acá como trabajadoras domésticas y de cuidado, y con eso liberan las responsabilidades de cuidado de otra mujer que participa en el mercado laboral o que hace con su tiempo otras cosas. Entonces se arma esta cadena que va derivando el cuidado y los eslabones sufren diferentes vulneraciones. En Latinoamérica hay otras cadenas de cuidado entre países relativamente más ricos y países relativamente más pobres como son Perú-Chile y Nicaragua-Costa Rica.
Y esto que por ahí en este caso tiene ciertas características de proximidad, en otros casos se da en distancias enormes que significan desarraigo y rompimientos afectivos, como es el caso de Ecuador-España o Filipinas-EEUU; son cadenas que es mucho más difícil volver a unir. Hay una organización social del cuidado que es global que se une a la feminización de las migraciones así como a las crisis económicas de algunos países que expulsan fuerzas de trabajo y a las crisis de cuidado en otros países que reciben esta fuerza de trabajo.
—¿De qué modo trabajamos la dimensión cultural que subyace y retroalimenta el sexismo?
—Es complicado, pero el cambio cultural ocurre. Si vos pensás lo que es tu vida hoy y lo que era la de tu abuela, es muy distinta en término de mandatos, posibilidades, libertades, restricciones… el cambio ocurre, aunque hay que acelerarlo mucho. Y yo creo que lo más difícil del cambio, es el cambio de los varones. Tu vida respecto de la de tu abuela es bien distinta, pero la vida de él respecto de su abuelo no es tan distinta, o empieza a ser un poco distinta en algunos aspectos pero mucho más lentamente.
“Uno de los rasgos más notorios de la evolución del mercado laboral en la Argentina de los últimos años es que las mujeres nos hemos incorporado al mercado laboral. No pasó con la misma velocidad e intensidad la incorporación de los hombres al cuidado”.
Yo suelo dar clases y hago un juego con mis alumnos: les pregunto qué le regalaron a sus hijos, hijes, sobrines en el día del niño. Y alguien aparece y dice “Yo a mi sobrina le regalé una pelota de fútbol”, pero todavía no encontré a nadie que diga “Yo a mi sobrino le regalé una cocinita o un muñeco de bebé”. Es innegable que los hombres están hoy más dispuestos a asumir responsabilidades de cuidado, pero la velocidad de los cambios entre mujeres y hombres es muy desigual.
Los cambios ocurren, la parte difícil es que los tenemos que apurar y para eso hacen falta desde las prácticas individuales, cotidianas, familiares, comunitarias de vida, hasta políticas públicas que promuevan ese cambio. La Educación Sexual Integral es una herramienta por ejemplo. Por supuesto que hay que revisar siempre las políticas para ver que no estén reforzando los roles cuidadores: pongamos que la condicionalidad de la AUH sea que los hombres hagan un curso de planchado o de limpieza de baños, dos actividades que los hombres les desagrada mucho hacer… igual que a las mujeres. Digo un poco en chiste, pero quiero decir que el Estado tiene herramientas. También podríamos ampliar las licencias por paternidad y que los hombres estén obligados a quedarse en su casa cuando tienen un hije.
—¿Y qué hacemos con el ámbito privado? Más allá de lo políticamente correcto, desde los medios de comunicación y el discurso publicitario esta división sexual del trabajo sexista continúa reproduciéndose.
—A mí me parece que el Estado debe supervisar los contenidos de las publicidades y también de los programas de los medios de comunicación. Por otro lado, también hay que decir que está habiendo una impugnación social a eso. Tinelli, que es un misógino, hay cosas que ya no las hace… eso es la transformación cultural. Lo cultural es lo que siempre cambia más lento, pero lo que resulta más transformador.
—¿De qué modo las estrategias de economía social y solidaria que tejen las mujeres en esos tiempos, están reconfigurando el panorama? ¿Pueden las políticas públicas nutrirse de estas experiencias?
—Hay muchas experiencias muy potentes y, a pesar de las condiciones adversas, muy resistentes ¿no? Yo que siempre trabajé con las políticas públicas y que siempre creí en la potencia transformadora del Estado, cada vez estoy más convencida de que la transformación perdurable viene desde abajo, de los territorios y de estas prácticas. A mí me parece que es esencial que el Estado mire, aprenda y apoye estas prácticas. Y que las contagie en un sentido honesto ¿no? Porque las prácticas de la economía social y solidaria y las prácticas cooperativas se han tratado de promover un poco desde el Estado pero de un modo algo artificial, me parece. Por ejemplo, programa Argentina Trabaja, “Ellas hacen” era una de sus ramas, que buscaba generar oportunidades de empleo, económicas, y que las personas tengan una transferencia monetaria para sostener emprendimientos productivos que sean asociativos. Tienen que ser asociativos y está muy forzado eso. Cuando ibas a mirar las experiencias, salvo algunas que tenían mayor conexión con el territorio o que estaban más vinculadas a procesos anteriores de organización social o comunitaria, en la mayoría era la asociatividad forzada. Vos le preguntabas y la gente te decía “No, lo que yo quiero es un trabajo asalariado”. Entonces ahí me parece que también es un cambio cultural.
Es un proceso muy lento pero me parece que ese es el camino de la economía feminista, estas formas alternativas de organizar la producción, la distribución y el consumo. Me parece que es central visibilizar estas prácticas, contagiarlas, enseñarlas, que se vuelvan prácticas educativas. Siempre hay una tensión porque estas prácticas conviven con la lógica capitalista de acumulación. El proceso por el cual pueden expandirse al punto de reemplazar a las prácticas capitalistas es utópico, pero me parece que es bueno tenerlo como faro, para caminar hacia ahí.
—Vas a estar participando de las I Jornadas de Economía Feminista en Córdoba, ¿cómo te parece que viene avanzando este campo?
—Creo que es una muestra del proceso en el que estamos porque estas jornadas están sucediendo en simultáneo con las de economía crítica, que van por su número 12 creo. Hace mucho que trabajo desde la economía feminista y me llena de satisfacción, siento que es el resultado extraordinario de venir hace muchos años insistiendo. Yo decía que era economista feminista y me miraban como diciendo ¿qué tiene que ver a economía con el género? Creo que este es el signo de los tiempos, el feminismo está contagiándolo todo.
—No sé cuántas economistas feministas habrán llegado a ocupar cargos de decisión y poder en el Estado, aunque creo adivinar la respuesta…
—Y… es un proceso. Cada vez hay más economistas feminsitas trabajando temas muy diversos, haciendo macroeconomía, así que yo creo que la probabilidad de que ocupemos lugares de toma de decisiones y de poder es mucho más cercana… aunque la verdad que no me sienta mal que en gobiernos del tipo del que hemos tenido los últimos años no haya una Ministra de Economía feminista. No podría haberlo sido. Una economista feminista no hubiera llevado a cabo las políticas devastadoras de la vida que ha llevado a cabo esta gestión.
—¿Cómo evaluás el desequilibrio económico a casi un mes de las PASO?
—Creo que el después de las PASO fue simplemente acelerar un proceso que estaba sucediendo. La situación en la que estamos no es resultado de las PASO, de la democracia ni del voto de las mayorías, es resultado del modelo económico implementado estos años. Las PASO lo que indicaron es que se está terminando este tiempo, entonces los que han lucrado inmensamente en este tiempo empezaron a hacer los bolsos y eso fue, me parece, lo que sucedió.
Es la profecía autocumplida: no podía terminar de otro modo este modelo económico. Es terrible para todas las personas, salvo esa pequeñísima minoría que se estuvo enriqueciendo y endeudó al país para fugarse las divisas. A mí me parece que es un tragedia, pero qué suerte que ya está ocurriendo porque sino era una agonía. Me parece que lo peor que nos podía pasar era otra gestión de este gobierno, extendiendo esta situación. Espero que sea realmente el fin de esta etapa y el comienzo de otra. No va a ser nada fácil -tampoco es que la otra opción es la revolución soviética, vamos a andar por carriles convencionales- pero por lo menos me parece que se está llegando al punto de inflexión de esta etapa de endeudamiento para la fuga, que es un ciclo que el país recurrentemente atraviesa.
*Por Julieta Pollo para La tinta. Fotos: Iván Brailovsky.