Jubileo del tekohá: recuperar el tejido artesanal de la vida
Daniel Tirso Fiorotto*
Quebrar el sistema con una vuelta a la comunidad y a los saberes del Abya yala para que las familias se desarrollen a salvo del saqueo, la contaminación y el amontonamiento enfermizos. Singular sincretismo entre culturas antiguas de distintos continentes, con un retorno del ser humano a la armonía en la Pachamama. Recuperación de la soberanía particular de los pueblos, la minga, el jopói, el ñanderekó, con alegorías sobre los suelos arcillosos y las grietas.
El proceso de destierro que sufren las mujeres y los hombres de Entre
Ríos es un flagelo repetido y naturalizado por décadas, con efectos
dañinos potenciados en la Argentina por el hacinamiento de millones
expuestos a enfermedades en sinergia. Muchos de sus protagonistas son
víctimas de un tipo de racismo por desarraigo y amontonamiento, en la
paulatina destrucción de la sociedad campesina y la sociedad urbana,
dos caras del mismo fenómeno de expulsión y aglomeración.
Visualizamos un quiebre del sistema con un jubileo del tekohá,
opción extraordinaria para devolver a la biodiversidad (y en ella a
las familias humanas) otra oportunidad. Para ello, nos enfocamos en la
relación del ser humano con la Pachamama (madre tierra en
equilibrio), el suelo, el resto de la naturaleza, el trabajo y los
alimentos, recuperando tradiciones comunitarias, símbolos,
conocimientos y modos que el sistema menospreció por siglos. La
ausencia de la Pachamama en constituciones, programas, cátedras, o su
menosprecio ha facilitado la desviación fatal de considerar la tierra
como una mercancía; los alimentos como un negocio.
En nuestra región confluyen actitudes para la vida comunitaria y la
armonía en el ambiente, lecturas en torno del jubileo, medidas
políticas clave sobre la tenencia y el uso de la tierra (Rocamora,
Artigas), denuncias reiteradas a través de los años contra la
concentración de las propiedades y el destierro (economistas,
historiadores, escritores), y una condición particular de los suelos
arcillosos, que sugiere una rotación natural llamando a la
emancipación.
Efectos devastadores
Lejos de resignarnos al sistema, diremos que los desterrados pueden
volver a respirar con el amanecer; el sol negado por generaciones nos
llama una y otra vez, cada día, a sanar las heridas del éxodo, los
males del hacinamiento.
Para muchos, el sol fue quitado de su cielo para quedar flotando sin
sentido en la bandera.
En Entre Ríos hay paisajes extraordinarios sin caminos de acceso, y
en las antípodas, barrios con familias amontonadas, expuestas a un
montón de ataques en sinergia.
La tradición del vivir bien y bello en el litoral exige un lugar
adecuado, un espacio, una trama en la naturaleza. El tekohá es un
hogar, como un tejido artesanal donde no faltan fibras del monte, el
río, los trinos, la historia familiar, el trabajo, los oficios;
fibras del arte, la fiesta, las relaciones comunitarias, el trabajo
comunitario, la colaboración para los alimentos.
La economía llamada “de escala” es discutible en términos de
producción pero son devastadores sus efectos en el necesario
equilibrio poblacional y los lazos comunitarios. En vez de revertir la
macrocefalia argentina, fuente de tantos disgustos, la ha acentuado.
Hoy ya no podemos mirar el vacío del campo sin ver el repleto del
barrio, dos caras del mismo fenómeno.
Jubileo pagano
Jubileo es una suerte de indulgencia mutua, colectiva; el tekohá
guaraní equivale a comunidad en la naturaleza, ni individualista ni
extirpada del entorno. Huelga decir que la confluencia de las dos
voces, en “jubileo del tekohá”, encuentra fuentes que se pierden
en el fondo de los tiempos, de culturas milenarias con herederos, hoy,
en nuestro territorio.
Al contrario de lo que podría suponerse, el origen de los roces, la
fricción, debe buscarse en el individualismo y no en el estar juntos.
El individualismo choca, la comunidad en cambio tiene sus aceites y
acolchados. El individualismo amontona, compite, uniforma; la
comunidad sostiene la unidad en la diversidad, y el tekohá, en la
biodiversidad.
Entendemos aquí la voz “jubileo” como un tiempo de regreso de los
expulsados y sus familias al pago; tiempo de cultivo y reproducción
del tekohá, restitución de los espacios sociales dentro de la
naturaleza, valoración de los emprendimientos comunitarios,
liberación de las ataduras del amontonamiento enfermizo,
recuperación de los lazos vecinales, con las connotaciones festivas
propias del reencuentro. Un año en que la sociedad rompe los candados
de la esperanza, reconoce que es el sistema el que ha expulsado a
miles y así aliviana en los excluidos y desterrados el peso de la
culpa individual o familiar, promoviendo un círculo virtuoso que
beneficia a todos.
Este jubileo no se ciñe a la acepción religiosa original, es pagano
pero tampoco rechaza el aire de descanso, meditación, perdón
recíproco, tolerancia, hermandad, que esa voz sopla. Muchas culturas
del mundo comparten la inquietud central, en pleno siglo XXI, por la
destrucción de la naturaleza y eso está bien marcado en la
encíclica Laudato Si’ del papa Francisco como en decálogo de Evo
Morales ante las Naciones Unidas.
Jubileo apela a la serena reflexión, a la conciencia de lo mucho que
ignoramos como para sostener una condena eterna contra las y los
desfavorecidos, en este caso los que se marcharon a las villas de las
ciudades entrerrianas más pobladas, o cruzaron los límites del
litoral para engrosar el conurbano bonaerense, es decir: las y los que
perdieron el territorio.
Jubileo se comprende mejor desde el amor y la verdad, cuando las
normas comunes garantizan supuestos títulos y derechos pero se
presentan incapaces de ofrecer respuestas integrales. Por eso no
funcionará el jubileo sin el ejercicio de la clemencia, y no sólo
con los desposeídos sino con la comunidad entera porque somos
nosotros, todos, los extraviados.
Para comprender la necesidad del jubileo debemos, primero,
diagnosticar un estado de excepción, tras décadas de acumular
problemas y no hallar respuestas. Y esos problemas se llaman
desarraigo masivo, destierro masivo, hacinamiento masivo,
fragmentación, racismo. Claro, es otro tipo de racismo que el mismo
Estado oculta porque es cómplice, sino ejecutor.
La iniciativa sintoniza con los llamados de nuestras culturas
originarias del Abya yala a la armonía con la naturaleza y el
consenso, con la certeza de que en la competencia, la pelea, el
encierro y la división unos ganan y otros pierden, en una disputa sin
fin, con acciones y reacciones proporcionales encadenadas.
El jubileo reclama un estado de conciencia en el que la comunidad
admite un error que ha involucrado a muchos, con efectos dañinos
sobre muchos, y en vez de agotar sus energías buscando responsables o
tratando de acelerar medidas reparadoras como parches, se sienta,
escucha, deja que mande el silencio reparador. Sabiendo que el jubileo
incuba una suerte de contrasentido, como una amnistía para los
inocentes.
Con asumir la necesidad del jubileo del tekohá, los que padecen el
desarraigo, los disociados del territorio, se sabrán protagonistas de
una marcha de retorno al paisaje. Al modo de los peregrinos hacia la
“tierra sin mal” que, en nuestro caso, es el lugar donde la
comunidad pueda desplegar, nada menos, sus condiciones, sus sueños,
sin discriminaciones negativas. Retorno sostenible, repatriación,
“rematriación”, como una necesaria ejecución del proceso de
independencia que había resultado inconcluso, y un decidido paso
decolonial.
Alegría del trabajo
¿Por qué ahora? Porque hoy conocemos mejor: el destierro y el
posterior hacinamiento de miles (macrocefalia); algunas causas y
algunos efectos de esos males; las luchas de resistencia de nuestros
pueblos (charrúas, guaraníes, aymaras, mapuches, criollos, etc); las
luchas por la emancipación (como el artiguismo) ocultadas o
tergiversadas por la historia más difundida; la cosmovisión común
de nuestros pueblos (vivir bien, Pachamama); la conciencia ecológica;
conocemos la conciencia sobre las limitaciones del crecimiento
económico y el engaño del capitalismo; la conciencia sobre las
limitaciones del Estado; el movimiento decolonial no eurocentrado; y
la organización de los excluidos (piqueteros, asambleas, empresas
recuperadas, campesinos, etc). La sinfonía de esas notas bien
afinadas transparenta el problema del territorio y los alimentos.
Jubileo del tekohá porque en este caso nos referimos a la necesidad
de un equilibrio en la densidad demográfica, y de espacios adecuados
para la vida de las comunidades humanas, al tiempo que preservamos
corredores de biodiversidad intocables. Claro, corredores de
biodiversidad, si ya sabemos que las reservas actuales son, miradas a
largo plazo, un placebo, porque condenan a las especies a la
extinción.
Volver no es repetir. En este aporte (expuesto en parte en las
Jornadas de estudios socioeconómicos del litoral, de la UNER) nos
proponemos subrayar la alegría del trabajo comunitario y en relación
armónica con la naturaleza (basados no en un estudio desde el
escritorio sino en saberes milenarios de este suelo, que se abren
cuando mostramos disposición a escucharlos). Y queremos rescatar, o
mejor, señalar cómo siguen vivas las tradiciones de reciprocidad y
complementariedad, que son las bases de ese otro mundo que el sistema
quiere sepultar definitivamente, y no puede.
Suelos revolcados
Evaluamos la posibilidad de una vuelta de la mirada, y también del
cuerpo, a la tierra, con fundamentos en nuestra propia cultura. Y
empezamos con una metáfora muy sugerente, que nos regalan los suelos
entrerrianos, arcillosos en su mayor parte. Los llaman
“vertisoles”, es decir, invertidos, revueltos, constituidos por
granos finos con predominio de montmorillonita. El agua los expande y
con la seca responden a la manera de un jabón: se rajan. En esas
crisis que provoca la seca ocurre un fenómeno pleno de mensajes para
la vida: las profundas grietas del suelo dejan que las capas
superiores caigan en pequeños abismos. El viento y las pezuñas
acompañan esa mezcla. Cuando todo el sistema se humecta con las
lluvias, vuelve a hincharse pero la masa ya no es la misma: lo de
arriba está abajo; lo de abajo, arriba. Hay en el suelo de los
panzaverdes una suerte de jubileo que se repite, lo dicta el libro de
la naturaleza.
Esa plasticidad que pudieron aprovechar por siglos los alfareros
orilleros, hoy nos sugiere otras respuestas para modelarnos. Las
arcillas se baten, y resulta que los que estaban últimos pueden ser
los primeros (si queremos ver la alegoría). Nada como los suelos
vérticos, la greda negra, para convencernos de la vida propia de la
tierra. Los expertos dicen “capa activa”. Vertisol tiene origen en
voces latinas y significa “con fuerte tendencia a girar”, a darse
vuelta (vertere), a revolverse, revolcarse.
Grieta = cielo
Las definiciones de grieta, hendija, se refieren a un sólido afectado
por un corte. Para las academias, y también para los hablantes, la
grieta es una hendidura, una raja. Aquí proponemos mirar la grieta
como una recuperación del cielo. Estamos ante lo permanente que
vuelve a manifestarse ante la fragilidad de lo que parecía sólido.
Somos una región sedimentaria, un plato colmado de polvos. Hallamos
vestigios del antiguo mundo marino del mar Entrerriense a veces al ras
del piso (en Paraná, por caso, miremos las barranquitas en la
costanera alta y hacia el túnel subfluvial); a veces los restos de
ostras están a cuatro metros de profundidad y en algunas zonas a
mayor hondura, a decenas de metros. Pero digamos esto: las arcillas,
las arenas, fueron ocupando lo que para un argyrosaurus (lagarto de
plata) de hace 100 millones de años era el cielo. Entonces cabe
preguntarse si en las grietas no recupera el cielo su lugar.
Grietas: lo que a primera vista se diría transitorio y efímero puede
ser lo que está y queda; puede ser un lugar.
Desde otro ángulo, diremos que la grieta puede mostrarnos los saberes
y modos que el eurocentrismo colonial deja en un abismo, como sugiere
Boaventura de Sousa al referirse al pensamiento abismal. Todo lo que
no es de la metrópolis queda en el desprecio. Quizá de esa grieta
podamos tomar, pues, lo que no se ve en la superficie, lo ocultado,
todo aquello que nos distancia del entorno, lo que nos separa de
saberes ancestrales. Quizá la grieta sea la fuente de la mirada
integral, contra los compartimentos estancos que impuso la colonia.
Mundo económico
Decíamos de entrada “jubileo”. Y viene al caso, porque en el
jubileo que conocemos a través de libros antiguos la tierra descansa,
y en el caso del suelo entrerriano saca al sol lo que parecía
sepultado. En el espíritu del jubileo las cosas recuperan su lugar.
Allí una ley superior le pone peros a la propiedad absoluta. Así, el
que ha quedado sumergido puede respirar, y la promesa misma nos
despierta a todos una sonrisa.
Lo que estamos señalando entra de lleno en el mundo de la economía.
Más adelante veremos, con el autor Sebastián Castiñeira, que la
economía “no debe ser reducida, como de hecho suele suceder, a un
problema de cosas o de bienes materiales”. Lo dice al analizar el
don y la reciprocidad en nuestros pueblos antiguos y vigentes, con
referencias a estudiosos como Rodolfo Kusch y Bartomeu Melià,
conocedores de tradiciones del altiplano y la selva.
Dice Antonio Ruiz de Montoya, en su estudio de hace cuatro siglos:
“teko: ser; estado de vida; condición; estar; costumbre; ley;
hábito; che reko mi ser; mi vida, condición”.
Interpretan Bartomeu Melià y Dominique Temple: “tekohá es el lugar
donde se dan las condiciones de posibilidad del modo de ser guaraní.
La tierra, concebida como tekohá, es ante todo un espacio
sociopolítico”. Y agregan un comentario de Melià esclarecedor:
“tekohá significa y produce al mismo tiempo relaciones económicas,
relaciones sociales y organización político religiosa esenciales
para la vida guaraní… sin tekohá no hay tekó”. (Ellos escriben
tekohá y tekó sin tilde).
En retirada
Desde hace casi un siglo, las mujeres y los hombres de Entre Ríos
sufren el desarraigo y el destierro. Puede comprobarse fácil en los
censos, y a campo con los pueblos fantasmas y las taperas. En
paralelo, los hijos del territorio son sometidos a un distanciamiento.
Hemos constatado en reiteradas pruebas a campo que estudiantes de los
últimos años del secundario e incluso docentes ignoran datos sobre
aves, peces, mamíferos, árboles, corrientes migratorias, alimentos,
pueblos antiguos, artes de su propia región; y es común que, en una
provincia con 41.000 kilómetros de ríos y arroyos, sólo uno de cada
diez jóvenes sepa nadar, por caso.
Los desterrados pasaron de las zonas campesinas a las urbes, y no
pocos cruzaron los límites de la provincia. Ello fue provocando poco
a poco el debilitamiento de las culturas campesinas, por achicamiento
poblacional y pérdida de oficios y vínculos; y a la vez el
debilitamiento de los barrios, donde los emigrados no pueden
desenvolver sus conocimientos heredados y se ven expuestos al
amontonamiento, con las familias en riesgo de contraer enfermedades
potenciadas mutuamente (problemas de nutrición, de acceso a
servicios, de expectativas laborales, precarización, discriminación
negativa, violencia, adicciones, ausencia de vínculos comunitarios
estables, falta de condiciones adecuadas en los edificios, etc.).
Existen departamentos como Tala y Nogoyá que en décadas han tenido
crecimiento demográfico cero. Entre las provincias con mayor número
de pobladores en el país, Entre Ríos pasó de tercera a octava. Hubo
lapsos en que nuestra provincia se estancó en su demografía mientas
provincias vecinas crecían el 30 por ciento. En proporción, Entre
Ríos tenía el 5 % de la población del país hace siete décadas y
hoy el 3 %.
Si la cantidad es importante, qué decir de las culturas afectadas por
el éxodo, es decir, de la condición o idiosincrasia de cada
comunidad. Si la sociedad campesina y la sociedad urbana pueden
considerarse opuestos complementarios, la ruptura de la sociedad
campesina produjo un desequilibrio, una pérdida de dimensiones
inconmensurables, y una pérdida de vínculos con el entorno. Y el
daño se multiplica cuando vemos las condiciones de vida de millones
en las villas miserias y otros barrios no necesariamente indigentes
pero sí apretujados, con reducidas o nulas posibilidades de
producción de alimentos sanos y cercanos, y de recreación.
Las dos sociedades están heridas, lo cual involucra una tercera
pérdida: la destrucción del equilibrio entre opuestos
complementarios, de ese círculo virtuoso que entró en
cortocircuito.
Visión comunitaria
Los principios de vivir bien y bello o buen vivir: armonía en el
paisaje, complementariedad, comunidad, reciprocidad, que comparten las
culturas antiguas y vigentes del continente (que resumimos en los
conceptos sumak kawsay, suma qamaña, yanantin en el altiplano;
ñanderekó, tekó porá, tekohá, jopói en el litoral; küme felen,
küme mongen en el sur); esos principios se corresponden con la mujer
y el hombre viviendo en comunidad en relación con el resto de la
naturaleza, y no con la extirpación de la sociedad humana y su
alejamiento del paisaje y de los alimentos. De ahí que, a las
enfermedades a la vista, fermentadas a fuerza de aglomeración, hay
que agregar una pérdida de relación del ser humano con sus
compañeros de espacio y con el conjunto, en una descomposición de
las relaciones.
Una primera observación de la Encuesta del vivir bien y bello y buen
convivir, realizada por organizaciones sociales de Entre Ríos durante
2018, nos permite constatar la paulatina pérdida de sintonía entre
las familias y los alimentos, con numerosos testimonios coincidentes.
Hemos estado en un barrio donde, entre 27 consultados, nadie tiene una
gallina o una huerta, por caso, y no es un secreto que muchos de los
que hoy ignoramos el cultivo de frutas o verduras tenemos sí abuelas
y abuelos chacareros, cuyos conocimientos se desvanecieron en pocas
décadas.
En el ensayo titulado “Segunda libertad de vientres” (publicado
por la UADER) alertamos sobre el racismo por desarraigo y hacinamiento
que subyace en muchas villas afectadas por la indigencia.
Principalmente en Entre Ríos, por el contraste con vastas zonas
despobladas dentro del territorio. Y señalamos la necesidad de
remediar ese mal desde la niñez. A esa vía destinada a la atención
del sector más vulnerable entre las víctimas inocentes del sistema
(la libertad de vientres para evitar la incorporación de nuevas
camadas de hacinados, y para generar expectativas de emancipación en
todos), estamos añadiendo aquí otro camino paralelo: el jubileo del
tekohá.
Tras la resistencia de nuestros pueblos durante siglos, el propio
Tomas de Rocamora advirtió hace más de 230 años que si combatíamos
al latifundio para dar lugar el pobre vecino, Entre Ríos sería “la
mejor provincia de América”; José Artigas experimentó la
devolución de tierras a través del Reglamento de 1815, bajo la
consigna “que los más infelices sean los más privilegiados”.
Desde entonces se cuentan por decenas las advertencias y denuncias
contra la concentración de las propiedades y el destierro. Gastón
Gori, Arturo Capdevila, Juan L. Ortiz, Marcelino Román, Bernardino
Horne, José Francisco Felquer, César Blas Pérez Colman, son algunos
de los que nos alertaron.
El hombre es de la tierra
El Jubileo está explicado en Levítico 25, en la Biblia. Es un
rescate, cada medio siglo. Se presenta a la manera de una oportunidad,
una luz de esperanza, con la participación de vecinos y familiares,
para aquellos que fueron despojados. Así como deben descansar la
tierra y la vid, también deben descansar las comunidades,
regenerarse.
En la Biblia leemos que la tierra no se venderá a perpetuidad porque
la tierra es de Dios y sus habitantes somos inquilinos. Nuestros
pueblos originarios, antiguos y vigentes, coinciden en que la tierra
no es del hombre: el hombre es de la tierra. Nos bastan esas dos vías
de conocimiento (y hay muchas otras), para cambiar la concepción, en
lo que se refiere a la propiedad de la tierra. Principalmente para
lograr un lugar, garantizar los presupuestos mínimos para el tekohá
(el espacio donde la comunidad puede desarrollar su modo de vida,
ñanderekó entre los guaraníes). Y para devolver a las mujeres y los
hombres una vía de sustento, un espacio para el trabajo decente y
para desplegar un modo de vida. ¿Podemos vivir en libertad sin dar?
¿Y qué daremos, desde el encierro?
Ayni y jopói
Hay claros ejemplos de nuestros pueblos milenarios, antiguos y
vigentes, del trabajo comunitario y la celebración del trabajo. La
relación del guaraní con la tierra se basa en el jopói (yopói), en
el sentido de las manos abiertas mutuamente; el potiró, ayuda mutua;
el pepy, convite; y lo mismo en el altiplano se celebra a la Pachamama
en las corpachadas. Bartomeu Melià señala las coincidencias entre el
jopói guaraní, el nguillatun mapuche, el ipaamu de los aguaruna,
encuentros para practicar el don, el intercambio festivo con especial
consideración del otro. Algunos autores muestran signos de vida en
reciprocidad y trabajo en comunidad y reunión festiva en distintos
pueblos del Abya yala (América).
Pensadores de nuestra región han sintetizado los pasos del acceso al
vivir bien y buen convivir. Se refieren al saber beber, comer, danzar,
dar y recibir, amar y ser amado, saber escuchar, etc. En ningún caso
conciben respuestas individuales sino de a pares, en comunidad;
tampoco respuestas sólo humanas sino del conjunto, es decir: el ser
humano en la cuenca, en el paisaje, bajo este sol, compartiendo el
suelo, el agua, el aire. Y no es muy difícil para los argentinos que
pintamos el sol en la bandera,
“La economía no debe ser reducida, como de hecho suele suceder, a
un problema de cosas o de bienes materiales”, dice el autor
Sebastián Castiñeira al analizar el don y la reciprocidad, y toma
expresiones de Rodolfo Kusch. “Kusch pone de la mano de la
economía no sólo el carácter social sino el hábitat, la ecología
y la cultura, con lo cual complejiza mucho más la comprensión de la
misma”. Y luego agrega un ejemplo sobre la comunidad alfarera de
Cochabamba en donde “la economía –y cita a Kusch- se resolvía
sobre la base del tradicional sistema de trueque, los bienes eran
producidos por el sistema de prestación o ayni… En el ayni se da el
trabajo de mutua cooperación, es por ello que el sistema se
denominara ‘ayni ruway’, que significa trabajemos juntos”. Y
aclara Castiñeira: “Trabajo que inclusive era acompañado en
oportunidades por danzas colectivas”.
Más adelante dirá Castiñeira sobre el don: “hemos observado que
la no necesaria devolución del don se presenta en repetidas
oportunidades”. Esta aclaración nos remite a una práctica común
en nuestra región: la gauchada.
Sastre y Leguizamón
La gauchada puede parecer una actitud aislada dentro de un paradigma
occidental hegemónico. Sin embargo, veamos dos antecedentes de esta
forma de solidaridad (de dar sin esperar nada a cambio), que tomamos
de Marcos Sastre en relación con la familia islera, y de Martiniano
Leguizamón sobre la familia campo adentro.
Bartomeu Melià, que ha vivido años con distintos grupos de
guaraníes, explica que jopói (manos abiertas mutuamente) no es
trueque, entre los guaraníes. En esa cosmovisión no se actúa
esperando un beneficio personal. Mucho antes, lo mismo decía de los
isleros del delta (es decir, de nosotros) el oriental Marcos Sastre,
autor de El Tempe Argentino: “En los campos y en las islas del
Paraná, del Uruguay y del Plata, como en los pueblos antiguos, el
huésped es siempre acogido con respeto y alegría, servido y
obsequiado con perfecto desinterés. Diréis que es de su propia
conveniencia el ejercicio de la hospitalidad, para cuando llegue el
caso de tener a su vez que reclamarla… Mas no es esta la
hospitalidad del isleño argentino; él os recibe con el cariño de un
hermano, de un padre; os introduce al seno de su familia, sin
preguntaros quién sois; os cede su propio lecho; os sienta a su mesa
con regocijo; parte con vos, sin admitir recompensa, sus escasas
provisiones; y todo esto lo hace él, lo hacen su esposa y sus hijos
con tan buena voluntad y tanto gusto, que os encontraréis contento y
feliz y no podréis dudar que aquellos corazones gozan, al serviros,
de la más pura satisfacción. He ahí la verdadera hospitalidad, la
virtud inspirada por el Cielo”. Eso se lee en El Tempe Argentino,
escrito hace más de siglo y medio, y no es difícil encontrar rasgos
de esos modos en isleros y orilleros actuales como Dominga Ayala de
Almada, de muy conocidos rasgos hospitalarios aprendidos en su propia
familia y su entorno. (En ella se inspiró Linares Cardozo para la
Canción de cuna costera).
Ya no hay mingas
Algunos años después que Marcos Sastre, Martiniano Leguizamón
cuenta de la minga en nuestra región. Dice que reunía en estos pagos
el trabajo más fatigoso con las más bellas expresiones de juego,
comidas, humor, guitarras, pericones, amoríos, fiesta en suma.
“Tómese algo, amigo. Préndale un beso a la limeta que esto quita
el calor! Sírvase un matecito. Pite un negro… Con confianza
caballeros, que hay reserva… Eran las exclamaciones conque a cada
instante el rumboso paisano obsequiaba a sus huéspedes; porque
aquellos hombres no eran peones sino amigos, convidados que venían
hasta de pagos lejanos para ayudarlo en la recolección de las
sementeras sin interés alguno, por simple espíritu de aparcería, de
recíproca ayuda, creyéndose largamente recompensados con la
celebración de la alegre minga –la fiesta tradicional de las
cosechas de antaño- con su inevitable carne con cuero, pasteles,
beberaje en abundancia y un bailecito hasta la salida del sol”.
El trabajo, la música, la danza, el juego, la amistad, el amor, en
una relación de interdependencia. Eso es la minga. ¿Compatible con
el mundo consumista y apurado del negocio que, en vez de revisar sus
modos, acelera?
Con la llegada de las máquinas -apunta Leguizamón- “al renunciar a
los procedimientos primitivos y rutinarios se han borrado casi
totalmente esos rasgos de desinterés, ese desdén altanero y bizarro
por las riquezas”, que caracterizaba al criollo. “Ya no hay mingas
en mi tierra!”, se lamenta Leguizamón. “Ya no resuenan en las
noches de verano bajo la trémula claridad de las estrellas, las
músicas, las danzas y los cantos con que se festejaban las felices
faenas de la tierra”.
Dice Melià, en textos más recientes redactados en Paraguay: “hay
dos sistemas económicos fundamentales: la economía de intercambio,
de la cual la economía de mercado es la expresión más
significativa; y la economía de reciprocidad, que se rige por el don
y está orientada a reproducirlo. En muchas lenguas indígenas donde
no se encuentran originariamente palabras que signifiquen comprar y
vender, o poner precio, suele aparecer con gran riqueza semántica la
palabra que significa la reciprocidad”.
Como en nuestra región quedan centenares de voces indígenas en los
ríos, arroyos, parajes, aves, peces, árboles, insectos, hierbas,
frutas, y muchas expresiones naturalizadas y no bien registradas, eso
nos lleva a pensar que aquello que parece muerto y sepultado está en
verdad latente en nuestras comunidades que llamamos panzaverdes.
Leguizamón fue testigo de la agonía de un tipo de solidaridad pero
se apuró en decretarle la muerte. Así como la gauchada, esa actitud
servicial espontánea, vemos en nuestro suelo aún la vigencia del
trabajo comunitario y festivo en las yerras, la chacra familiar, las
cooperadoras, los barrios, y expresiones tradicionales en fogones,
asambleas, rueda de mate.
Parcelar el aire
Es probable que las semillas estén, y sólo falten el barbecho y
algún riego, o mejor: abandonar los herbicidas del sistema, que
empujan y hostigan a los modos que resultan extraños al capitalismo
como si fueran malezas, porque este sistema no les encuentra utilidad.
El capitalismo, invasor reciente como la acacia negra, no comprende la
vida milenaria de este suelo y, si la entiende, la ignora porque el
capitalismo necesita hacernos creer que la propiedad, el egoísmo, el
individualismo y el principio de ganancia como motor de la economía
están en nuestra esencia: una mentira.
No está lejos, pues, la posibilidad de recuperar la alegría del
trabajo comunitario en armonía con el entorno. Quizá ese mundo
espere en silencio el día que logremos quitarle el velo de un sistema
que pretende ser único porque hoy es dominante y soberbio.
De hecho, hubo épocas en que la tierra era considerada aquí como hoy
consideramos el aire. A nadie se le ocurriría (aún no) parcelar y
registrar el aire como propio. Si lo hicieran, responderíamos con
perplejidad, la misma de nuestros pueblos cuando un puñado de
conquistadores se apropió del suelo.
Extinción a escala
El jubileo del tekohá no vendría, entonces, forzado. Si conocemos
cómo ha sido nuestra economía por milenios, cómo quedan fibras de
la relación del ser humano con la Pachamama y el compartir el lugar,
el trabajo, los alimentos; y si anotamos los vicios de un sistema que
desmonta, reduce la biodiversidad y expulsa y amontona a las personas,
entonces la necesidad del tekohá, el lugar donde ejercer un modo de
vida comunitario, aparece con sencillez y naturalidad. El jubileo
sería así una suerte de perdón recíproco, de borrón y cuenta
nueva, de amnistía comunitaria para los que han sufrido la cárcel
del desarraigo, el destierro y el amontonamiento y para sus hijos y
nietos. Pero también clemencia para el resto de la naturaleza, porque
la recuperación de los espacios jamás debiera darse con criterios
pasados de saqueo, tala rasa, erosión, monocultivo. Nuestras
experiencias no pueden caer en saco roto. En estos días conocemos
denuncias sobre una reducción drástica de la biodiversidad en el
mundo, y en especial en el Abya yala (América) del sur. Saqueo,
pérdida de hábitat, uso de sustancias químicas herbicidas e
insecticidas, erosión, contaminación, residuos, represamientos; pero
también distancia del ser humano y su entorno, apropiación
inescrupulosa, inmobiliarismo… Estamos ante un proceso de extinción
a escala producido por el ser humano, con efecto dominó, y donde una
de las fichas es sin dudas la especie humana.
Volver debe interpretarse como un retorno físico, emocional,
metafísico, y también un volver la mirada a lo integral, al
conjunto, a la cosmovisión del buen vivir. El “vuelvismo” no es
una reproducción de las condiciones, los modos, la historia; es un
darse cuenta, un darnos cuenta, un frenarnos para enfrentar el apuro y
recuperar la sencillez, la austeridad, la serenidad, el silencio; el
vuelvismo es una sanación de la fragmentación moderna, un
reencuentro. En estos tiempos, cuando arrecian los debates en torno de
los transgénicos, las patentes sobre las semillas, las sustancias
químicas usadas, la economía de alta escala, la presencia de
factores distorsionantes de la economía, la política exportadora de
materias primas, la presencia de máquinas que sustituyen el trabajo
humano, etc.; en estos tiempos también recordamos que por décadas,
antes del fenómeno sojero o de agronegocios, nuestra región ya
desterraba a sus hijos, talaba los montes y erosionaba el suelo de un
modo insostenible. Un diagnóstico sincero permitiría, sin dudas,
aventar la repetición de errores.
Somos un alimento más
El jubileo, la vuelta al pago, la vuelta a “lah casah”, incluirá
en su momento un estudio sobre los alimentos, si consideramos al ser
humano integral, como un miembro del paisaje y no su dueño; si vemos
en la cultura la participación humana enriquecedora dentro de la
biodiversidad y no enfrente y menos arriba. Y en eso intervendrá un
diagnóstico sobre energías renovables, sostenibilidad en medios
urbanos, servicios básicos, comunicaciones, y también sobre
principios sostenidos por mucho tiempo en organizaciones un tanto
marginadas, como la soberanía particular de los pueblos que enarboló
hace 200 años la revolución federal artiguista, y que consiste en el
respeto de las condiciones zonales por sobre el atropello de sectores
políticos, económicos, mediáticos, estatales, corporativos, etc.
Algunos ámbitos intelectuales han pretendido encarar la complejidad
de la vida humana desde perspectivas reduccionistas, mirando el suelo
con un microscopio, como aislado, lo que no estaría errado si no
fuera sólo con un microscopio. Ha habido un desprecio a la mirada
holística, de cuenca. Incluso quienes aceptan ampliar esa mirada por
ahí relegan aspectos de la cultura dentro de la biodiversidad, como
la inclinación ante la Pachamama, las melodías, los ritmos, los
saberes, la adaptación de las comunidades a los ciclos incluso en la
alimentación. Desde esta perspectiva, el humano ni siquiera está
enfrente de los alimentos sino que, en relación con la Pachamama (la
madre tierra en equilibrio), el ser humano es un alimento más y como
tal puede cultivar el sentido de la reciprocidad, de cuidarse y
cuidar. Así es que corresponde escuchar con mayor atención las
advertencias pacíficas, no invasivas, y el testimonio de vecinas y
vecinos que no consumen sino frutas, semillas, hojas, raíces, tallos;
a veces huevos, miel, leche pero no carnes o sangre. Es un debate
complejo, de orden civilizatorio, y más que debate, un llamado a la
meditación profunda. Porque quizá el mayor obstáculo para
comprender estos testimonios y promover un cambio esté en el interés
sectorial y la naturalización, la costumbre acrítica.
Vías complementarias
Al romperse las comunidades y la relación de pares complementarios se
ha roto el ámbito geográfico y cultural de la reciprocidad, que ha
dado vida y sentido a nuestras comunidades. Se ha roto un modo de
conocer, una condición.
Las comunidades se sirven a sí mismas y guardan relaciones
recíprocas. La alta presencia de las corporaciones y el Estado mismo
no sólo han desnaturalizado estos vínculos sino que los debilitan a
veces, porque los poderosos se sienten en la necesidad de sustituir
las relaciones comunitarias para convertirse en mediadores, cuando no
“salvadores”. Así es que prospera la relación vertical de todos
con el poderoso, que diluye los vínculos horizontales, sin los cuales
la comunidad no puede ejercer el jopói. Ergo: no habrá comunidad
sino siervos. En ese sentido hasta el semáforo distorsiona, porque
impide que alguien ceda el paso y a la vez agradezca cuando le ceden
el paso.
“La reciprocidad generalizada no se limita al sentido del
intercambio sino a los vínculos sociales comunitarios que la
constituyen. Es por esto que Melià explicita este término para
referirse al modo de organización de los guaraní-chiriguanos
mediante la asamblea comunal”, dice Castiñeira.
Las comunidades se desenvuelven en libertad, bajo el lema “nadie es
más que nadie”. Pero eso no reditúa a los poderosos. Incluso
algunas medidas del poder distorsionan las relaciones comunitarias,
porque el poder da objetos a un punto que no permite (al que los
recibe) la respuesta recíproca. Como los bancos, el poderoso nos
endeuda.
Modos diversos
Cuando el sistema requiere el encumbramiento de unos pocos, la vida
comunitaria que no está atenta a esos poderes no rinde. No rinde a
los empresarios ni a los sindicalistas ni a los periodistas ni a los
políticos. Por eso no tendrá buena prensa. El sistema aplaude el
poder individual y grupal, y no se detiene en la comunidad, porque es
el poder individual y sectorial el que paga la propaganda. “Gestión
Fulano”, “Gestión Mengano”, se leerá en las obras, como un
resumen de la verticalidad occidental que, ya sabemos, si no entra de
un modo querrá entrar de otro, a troche y moche.
Segunda libertad de vientres, para alivianar a los niños de las
mochilas cargadas por siglos de experimentos capitalistas. Jubileo del
tekohá, para devolvernos las expectativas, recuperar la unidad
extraviada, cultivar los lazos comunitarios y facilitar la cura de las
enfermedades producidas por el desarraigo y el hacinamiento. Se trata
de dos vías complementarias que podemos conversar y promover en
cierta paz, o que serán impuestas quizá de modos impensados. Es
difícil redimir la armonía, pero ya la búsqueda, la búsqueda del
equilibrio, nos dará un alivio y nos cargará de energías. Desde los
saberes primordiales con visión del territorio, los modos prácticos
del jubileo del tekohá serán diversos como diversas sean las
comunidades y naciones. Para recetas está occidente, y ya vemos cómo
nos fue con sus recetas.
*Miembro fundador del centro de estudios Junta Abya yala por los
Pueblos Libres –JAPL-.
Fragmento de un ensayo expuesto en las Primeras Jornadas de estudios
socioeconómicos del litoral, Facultad de Ciencias Económicas –
Universidad Nacional de Entre Ríos –UNER-.