Crónicas del siglo 21 (Parte 78): Gobiernos de izquierda y neoliberalismo: el sentido común de la derrota

Por momentos estamos al borde de una sonrisa paretiana: la emergencia de una “elite” de la masa, con las banderas de las necesidades y deseos populares, logra desplazar parcialmente a la vieja “elite” oligárquica y patricia -más claramente asociada a los grandes capitales-, y una vez en el poder, se aplica con esmero a consolidar el sistema de dominación, dejando de lado una vez más a la “masa”, porque los discursos izquierdistas eran meras “derivaciones” de sus verdaderos “impulsos”, o sea del deseo de poder.



Gobiernos de izquierda y neoliberalismo: el sentido común de la derrota
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24.Ene.06

Andrés Núñez Leites
Rebelión

La confusión campea por la arena política uruguaya en el sentido amplio: desde el parlamento, pasando por los sindicatos y los movimientos sociales, hasta las rondas de amigos y amigas de identidad izquierdista. Aún quienes se benefician de robustos mecanismos de defensa psíquica -capaces de opacar la contundencia del viraje neoliberal de la izquierda ahora en el gobierno-, sienten la incomodidad de ver a sus queridos representantes apoyando vehementemente las banderas del enemigo.

Neoliberal-mente

El neoliberalismo como política económica aparece como una reedición agiornada -en el discurso y en las técnicas de intervención sobre la realidad económica- de una de las dos grandes estrategias posibles en los modos de producción capitalista: la estrategia liberal, de derecha. Esto es: ante la decisión (no tanto por efecto de un convencimiento pretendidamente científico sino más bien como resultado de una correlación de fuerzas favorable) de acumular en torno al mercado externo, los sectores importadores, financieros y del capital trasnacional o, en caso contrario, en torno a un mercado interno más robusto, una política de salarios y distribución de la renta, y algún grado de industrialización y sustitución de importaciones -apuntando a mayores grados de libertad frente al mercado externo-, siempre con el estado como articulador de la economía, la vía (neo)liberal pasa por el primer término. Tradicionalmente las izquierdas reformistas enarbolaron (y en algunos casos de acce so al gobierno intentaron llevar a cabo) alguna versión del keynesianismo (en coincidencia con el segundo término de la opción que planteamos). Las experiencias populistas y socialdemócratas -que optaron por el segundo modelo de acumulación- tuvieron importantes logros (”leyes sociales”, períodos de distribución más equitativa de la renta, progresos educativos, etc.) pero también rotundos fracasos (corrupción, clientelismo, pérdida de competitividad ante el deterioro de los términos de intercambio con el “primer mundo”, imposibilidad de una reforma agraria modernizadora que permitiera una transferencia estable de recursos hacia el sector industrial, agresiones políticas las veces armadas patrocinadas desde EE.UU., etc.), que habilitaron -dictaduras militares mediante- el retorno del derechismo económico neoliberal.

Sin ánimo de profundizar en la complejidad de los ciclos político-económicos, apenas mencionaremos que podría decirse que cada oscilación pendular de las relaciones de fuerza hacia el liberalismo o el keynesianismo permitió el despliegue de distintos procesos que se supusieron dialécticamente, ambientando la emergencia de la estrategia contraria. Así, la aplanadora privatizadora y desreguladora de los 1990s, con sus enormes cuotas de empobrecimiento y desempleo, endeudamiento y dependencia, generaron el grado de frustración suficiente para que los partidos políticos de izquierda, con las aristas cortantes del marxismo bastante limadas, accedieran a un espacio preponderante en el discurso, con sus reclamos de construcción de una economía inclusiva. La vergonzosa retórica anti-izquierdista de los mass media no lograron más que retrasar la inminencia del ascenso de las izquierdas al poder en el Cono Sur.

Pero como anuncia el subtítulo, la hegemonía neoliberal trascendió la arena de las disputas económicas, y de hecho impregnó la cultura de esta zona del mundo. Esto quiere decir que para que las decisiones político-económicas amparadas en un discurso pretendidamente científico pudiesen ser aceptadas por la población, hubo un empleo conciente de los distintos aparatos ideológicos del estado. Mencionemos dos: el sistema educativo y los mass media.

La educación al servicio del consumo

Todas las reformas educativas en América Latina, en los años 1990s fueron diseñadas desde el Banco Mundial. Sí: la razón económica se erigió en dictadora de tendencias pedagógicas. Sobre la base de algunos estudios en África, se construyó un paquete reformista que se impuso junto a los empréstitos internacionales, incluso en países como Uruguay, donde la extensión del sistema educativo formal estatal no impidió la paradójica imposición de unos objetivos pedagógicos insólitamente pobres. De la construcción de ciudadanía a partir de la cultura general, se pasó a la formación en competencias para el manejo inmediato de información; del peso de los contenidos se pasó al imperio de los procedimientos técnicos; en términos generales se des-historizó la mirada de los estudiantes, privilegiándose la construcción de una perspectiva ingenua presentista, fascinada por la alta tecnología occidental. Todo esto sobre la base de un discurso pedagógico pseudo-constructivista refractado por u na interpretación pragmatista usamericana. Y para colmo, la escuela se convirtió en institución caritativa tendiente a contener la caída social: esto se justificó en el discurso haciendo hincapié en la dimensión socializadora en desmedro de lo formativo. Este proceso pudo además ser llevado adelante gracias a la compra de los líderes sindicales y pedagógicos de los docentes, quienes también colaboraron en la construcción de un discurso encubridor que incorporó (con los corrimientos semánticos tecnicistas correspondientes) algunas de las banderas tradicionales de la educación popular. Y que la lectora y el lector reparen en este modus operandi: discurso progresista e imposición neoliberal, porque pronto veremos que es la misma que utilizan los partidos de izquierda que acceden al poder.

Los cambios educativos responden siempre a las necesidades de los sistemas productivos. La reestructuración regresiva del sistema capitalista en clave neoliberal requiere de individuos psicológica y culturalmente preparados para: manejar rápidamente la información; resolver problemas planteados desde impulsos jerárquicos; funcionar en distintos lugares a requerimiento de la empresa; auto-explotarse y auto-producirse como mercancía deseable -en vistas a la alta competitividad generada por la mano de obra cesante-; tener una mirada realista y concreta sobre la realidad -los proyectos históricos han muerto, ahora se trata de producir mercancías y ganancias-; consumir acríticamente.

El salto del sistema educativo al sistema laboral no hace otra cosa que profundizar este modelo de subjetividad. El trabajo es un potente agente socializador, y en la época de la caída de los metarrelatos históricos modernos, la empresa se vuelve fuente de la nueva ética existencial. Los criterios de eficiencia y competitividad atraviesan el umbral de los locales comerciales e impregnan nuestra vida cotidiana. Vivir es una empresa y cada uno de nosotros es un proyecto productivo más o menos viable según armonice con las tendencias imperantes del mercado.

Los medios, el mensaje

Los mass media publicitaron, amplificaron, repitieron y en buena medida grabaron en nuestras mentes los slogans neoliberales: responsabilidad en el manejo de los equilibrios macroeconómicos, reducción del déficit fiscal, economía saneada, cuentas estatales equilibradas, apertura de mercados, competitividad, tecnología, inversión extranjera, inflación cero, austeridad. La lista es larga, pero baste esta breve muestra.

Absolutamente todos aquellos caballos de batalla del neoliberalismo son cuestionables por los resultados que, individual o conjuntamente, han provocado a los países que han llevado adelante las recetas neoliberales. La reducción de gastos del estado en economías donde el estado es el primer productor y comprador, no ha hecho otra cosa que bajar los niveles de ayuda a lo pobres -pues nunca se redujo sino que tendió a aumentar el gasto estatal en salvaguarda de los bancos fundidos o del bajo y artificioso precio del dólar-; la apertura de los mercados arrasó las industrias nacionales a duras penas erigidas en las décadas anteriores, sin darles tiempo a la reconversión; la búsqueda de la competitividad en realidad se basó en la reducción de los salarios y el aumento de las horas de trabajo; las nuevas tecnologías en producción y comunicación han sido importadas como paquetes cerrados sin adecuados procesos de internalización que atendieran a las características económicas y cult urales locales; la inversión extranjera ha sido principalmente especulativa u orientada hacia bienes de infraestructura ya construidos por el estado; en términos generales el efecto general de las medidas neoliberales ha sido la precarización del empleo, la primarización de la producción, el empobrecimiento general de la población, y más ampliamente: la profundización del subdesarrollo.

Y además de la divulgación explícita de los slogans neoliberales (y razonamientos tan razonables y mentirosos como los que comienzan con cualquiera de las palabras y frases que usamos en la lista del párrafo bajo el subtítulo y terminan con “… generarán empleo y bienestar”) los medios masivos de comunicación se encargaron de profundizar su tarea de hace décadas: adscribir a las poblaciones al modo de consumo usamericano, con la consiguiente propagación de valores de vida consumistas y egoístas, a través de la publicidad y del entretenimiento (que tanto en el género entretenimiento como en el cinematográfico tendieron a confundirse con la publicidad de modo más o menos tangible).

Sentido común

En nuestra vida ordinaria necesitamos de un conjunto medianamente estable de orientaciones de valor, conocimientos y sentimientos comunes. Sin esta comunidad de pautas simbólicas no podríamos con-vivir, pues no nos entenderíamos. O en todo caso sería agotador intentar entendernos, pues a cada paso pondríamos en cuestión cada interpretación, cada mirada, cada gesto, cada apreciación de la realidad. El sentido común de las comunidades se convierte en una serie de pautas simbólicas habitualmente incuestionadas (a pesar de su carácter arbitrario, pues bien podrían ser otras), por una necesidad psíquica individual de estabilidad y una necesidad social de regularidad y armonización de las interacciones individuales. En otros términos: la construcción del sentido común es una necesidad y una operación de integración de los sistemas psíquicos y sociales. Este es un viejo tópico sociológico, pero lo que es más importante es un -ya- viejo objeto de intervención política. Si pensamos qu e la política es la guerra por otros medios, diremos que el sentido común es un objetivo militar privilegiado en las batallas por el gobierno. Los discursos políticos más efectivos no son necesariamente los más coherentes internamente ni los mejor respaldados científicamente, sino los que mejor dialogan con el sentido común -y con ello logran acceder a la sensibilidad de las poblaciones-.

Las décadas de neoliberalismo en nuestra región no pasaron en vano: lograron imponer un nuevo sentido común. Los panfletos neoliberales impregnaron nuestra percepción del funcionamiento del estado y la economía, a tal punto que el ascenso al gobierno de partidos de izquierda que llevan adelante políticas estrictamente neoliberales provocan un interesante efecto: la alevosía de la diferencia entre los programas partidarios y las medidas concretas no se salda en la mayoría de los casos con un sentimiento de traición sino que se cierra favorablemente por la lógica del sentido común.

Ética y política

Tradicionalmente los partidos políticos de derecha (en el Uruguay: Blanco o Nacional y Colorado) hicieron campañas que incorporaban las reivindicaciones inmediatas de las comunidades: trabajo, vivienda, educación, salud, etc. Tras muchas decepciones, comenzaron a elaborar unos logismos que asociaban la satisfacción de esas demandas a los logros macroeconómicos (revea el lector si gusta la lista de términos y frases neoliberales). Esto, sumado a las siempre presentes catástrofes ocasionales (caída de economías vecinas, fiebre aftoso en el ganado, caída de precios internacionales de materias primas, etc.) daba cierto margen de justificación de los ineludibles “fracasos” (en términos de las intenciones aparentes de satisfacer las necesidades mencionadas). Pero el triunfo del Frente Amplio en Uruguay, y de las izquierdas del Cono Sur en general -emblemáticamente la del PT en Brasil- abre una fisura ética difícilmente sellable. Esto porque precisamente la acción de campaña se basó , en el plano discursivo, en la denuncia de la flasedad de las relaciones entre el despliegue de las políticas económicas neoliberales y la satisfacción de las necesidades básicas de la población, afirmando incluso la relación inversamente proporcional entre el despliegue de tales políticas y la satisfacción de las necesidades mencionadas. El analista de las campañas de las izquierdas podía notar, sin embargo, la incorporación al discurso de la retórica de la “responsabilidad de gobierno”, según la cual los nuevos gobiernos no debían emprender reformas radicales y abruptas sino graduales y progresivas, preservando incluso los “logros” de los gobiernos anteriores.

Una vez en el gobierno comienzan las decisiones ortodoxas en economía. Se genera, a la interna de los aparatos partidarios, un relato justificatorio: “hay que esperar más tiempo” hasta que el gobierno se consolide en el poder. Sin embargo, las decisiones que se toman son de largo aliento (presupuesto quinquenal, por ejemplo), y en algunos casos son ruidosamente contradictorias con el programa partidario y se afilian claramente al neoliberalismo: tarifazos, atraso fiscal, incumplimiento del plebiscito para la nacionalización de la explotación del agua, apoyo a inversiones extranjeras contaminantes y depredadoras económicamente, firma de acuerdo de “protección de inversiones” -asimétrico en los hechos- con EE.UU., reducción de los salarios reales.

Se toman medidas “reponsables” dentro del sentido común impuesto por el neoliberalismo. Se hace daño profundo a la democracia al contradecir la voluntad electoral de las mayorías que, sin embargo, ante la confusión, encuentran dificultades para definir claramente la nueva situación política. Ello porque el sentido común neoliberal les lleva a interpretarlas como actos coherentes y legítimos. La sensación de que las condiciones internacionales obligan a tomar dichas medidas, incluso en los detalles de las mismas, refuerzan esta sensación de fatalidad.

La derrota parece ser el signo imperante en la realidad política actual. La derrota parece ser el destino ineludible de los trabajadores y desempleados. Al margen de la ética, las izquierdas del Cono Sur apelan a la seducción del marketing político, a la activación de viejas esperanzas -que sistemáticamente se tirarán por la borda en aras de la “responsabilidad de gobierno”-, a la inercia resignada de las comunidades frente al fatalismo neoliberal que pretende identificarse con la pretendida “cultura de gobierno”.

Por momentos estamos al borde de una sonrisa paretiana: la emergencia de una “elite” de la masa, con las banderas de las necesidades y deseos populares, logra desplazar parcialmente a la vieja “elite” oligárquica y patricia -más claramente asociada a los grandes capitales-, y una vez en el poder, se aplica con esmero a consolidar el sistema de dominación, dejando de lado una vez más a la “masa”, porque los discursos izquierdistas eran meras “derivaciones” de sus verdaderos “impulsos”, o sea del deseo de poder. Y si ahogamos el sarcasmo es por el sentido respeto a tantos compañeros y compañeras que dieron su vida por ver el ascenso de un gobierno popular que no hiciera otra cosa que cumplir a rajatabla con el mandato programático y popular.

Mientras concluyo este texto escucho noticias alentadoras, sin embargo. Porque los conflictos por el medio ambiente (contra la institución del Cono Sur como zona de monocultivos forestales y producción de celulosa, con la consiguiente depredación ambiental), los conflictos laborales y por los Derechos Humanos, están llevando a una reorganización de los movimientos sociales. Movimientos que tienen por lo menos una doble y difícil tarea: superar las ataduras de los aparatos partidarios de izquierdas que buscan adscribirlos al sistema de dominación y a la estrategia del gobierno, y superar el sentido común neoliberal rompiendo la barrera de la fatalidad y la inercia, permitiendo ver -a quien quiera- que, a pesar de todo el vasallaje mediático por el poder, el rey está desnudo, y que los cambios no vendrán por la pura representación de nuestros intereses a través del sistema político en el sentido estricto, sino principalmente a través de nuestra acción directa sobre la realidad.

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