El territorio del alma. Una experiencia de acompañamiento psicosocial en la zona norte de Chiapas

Este ensayo tiene como punto de partida una experiencia de trabajo psicosocial con los formadores y las formadoras de salud de la zona norte de Chiapas desde enero de 2005 hasta mayo de 2008. Fue un proceso de aprendizaje mutuo y por eso al hacer un recuento de esta experiencia no puedo dejar de agradecer la apertura y la confianza hacia mí que tuvieron desde el principio las autoridades y los formadores de salud autónomos de la zona norte de Chiapas. La comunidad de Roberto Barrios está ubicada en el municipio autónomo rebelde zapatista El Trabajo –municipio oficial de Palenque. Roberto Barrios es la sede de la Junta de Buen Gobierno Nueva Semilla que va a producir, del Caracol V, llamado Caracol que habla para todos.



Salud y comunidad

El territorio del alma
Una experiencia de acompañamiento psicosocial en la zona norte de Chiapas

Ximena Antillón Najlis

Este ensayo tiene como punto de partida una experiencia de trabajo psicosocial con los formadores y las formadoras1 de salud de la zona norte de Chiapas desde enero de 2005 hasta mayo de 2008. Fue un proceso de aprendizaje mutuo y por eso al hacer un recuento de esta experiencia no puedo dejar de agradecer la apertura y la confianza hacia mí que tuvieron desde el principio las autoridades y los formadores de salud autónomos de la zona norte de Chiapas. La comunidad de Roberto Barrios está ubicada en el municipio autónomo rebelde zapatista El Trabajo –municipio oficial de Palenque. Roberto Barrios es la sede de la Junta de Buen Gobierno Nueva Semilla que va a producir, del Caracol V, llamado Caracol que habla para todos. Hasta fines de 2007, llegar a Roberto Barrios tomaba una hora y treinta minutos desde Palenque. Ahora, con la nueva carretera toma 30 minutos. Esta carretera forma parte del proyecto oficial de crear un centro turístico en Roberto Barrios, como una estrategia de uso de programas y proyectos para dividir a las comunidades indígenas. El Caracol V, es a la vez el lugar al que acuden los promotores y formadores de diferentes municipios autónomos nombrados por sus propias comunidades para capacitarse, mismo en donde se llevó a cabo el trabajo de salud mental comunitaria con
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El territorio del alma Una experiencia de acompañamiento psicosocial en la zona norte de Chiapas
1 Los y las formadores/as de salud son promotores/as de salud quienes, por contar con más experiencia, se encargan a su vez de multiplicar los talleres de formación con los y las nuevas promotores de salud. Aunque este cargo supone mucho trabajo, no cuentan con un salario por desempeñarlo, por lo que son apoyados por las comunidades para su alimentación, transporte, etcétera.
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formadores de salud ch’oles y tseltales en la zona norte de Chiapas. El trabajo de salud mental tiene el propósito de contrarrestar las estrategias gubernamentales de desgaste, precisamente al fortalecer el tejido social y las acciones colectivas de las comunidades en resistencia. Al primer taller de Salud mental comunitaria que realicé en la región llegaron más de 20 formadores de salud de los diferentes municipios autónomos que conforman el Caracol V. Trabajamos juntos durante tres días el tema de la guerra integral de desgaste, también llamada guerra de baja intensidad: ¿qué es?, ¿cómo nos afecta?, ¿qué hemos hecho para enfrentarla?, ¿qué podemos hacer en el futuro? El hecho de que se abordara este tema en un taller de “salud mental” sorprendió a los formadores de salud. Uno de ellos preguntó “¿pero esto es salud mental o es política?”. Una vez concluido el taller me preguntaron: “¿de cuántos módulos va a ser la capacitación?”. ¡Entonces la sorprendida fui yo!, ¿módulos?, ¡si yo apenas había planeado un taller! En el presente trabajo abordaré los aprendizajes mutuos desde dos perspectivas: en la primera, presento cómo una experiencia de intervención psicosocial entra en diálogo con los postulados teóricos de la psicología, cuestionando la psicología política –dentro de la cual cabe la psicología de la guerra y de las secuelas traumáticas–, y la política de la psicología –que se refiere a los intereses implícitos en la práctica psicológica–; y en la segunda, cómo el trabajo de salud mental comunitaria abre espacios para fortalecer un proyecto colectivo político específico, la construcción de la autonomía indígena zapatista. La autonomía, como proyecto colectivo a futuro, se realiza en un espacio físico geográfico, sobre un territorio. Pero a la vez, la capacidad de soñar y ser sujeto activo de un proceso comunitario nace y se sustenta en un terreno subjetivo, que para el presente trabajo he llamado el territorio del alma. El territorio subjetivo es importante y hay que cuidarlo, sobre todo porque los poderosos han diseñado estrategias dirigidas concretamente sobre ese terreno con el fin de desmovilizar a las bases de apoyo del movimiento zapatista. El presente trabajo habla de la defensa del territorio del alma y del papel de la salud mental comunitaria en la construcción de la autonomía y la resistencia a la guerra integral de desgaste.
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Respecto de la psicología política y la política de la psicología
Ignacio Martín-Baró, padre de la psicología social de la liberación, advertía sobre la confusión que suscita el término psicología política y para evitarla hacía la diferencia entre psicología de la política –el análisis y comprensión psicológica de los comportamientos y procesos políticos, entre ellos la guerra– y la política de la psicología, o la psicología en su contexto político –es decir, en cuanto representa determinados intereses sociales y por lo tanto sirve como instrumento de poder social–. El autor reconoce que ambos no son excluyentes, más bien, no se puede hacer psicología política al margen de la política de la psicología “como si se pudiera hacer psicología desde un presunto limbo científico al que no le afectaran los conflictos sociales” (Martín-Baró, 1995:206). Los vínculos entre la psicología conductista y el desarrollo de métodos de tortura son un ejemplo claro de cómo tras un discurso científico pueden esconderse intereses políticos y sociales muy claros.2 En este sentido cualquier proceso de intervención psicosocial debe revisar los postulados teóricos y el contexto en el que han sido construidos para valorar su pertinencia y utilidad en la práctica. La psicología desde al menos un siglo atrás (véase la neurosis traumática de Freud) se ha interesado en las huellas que la violencia en cualquiera de sus formas deja en la psique de las personas. Las concepciones acerca del impacto psicológico de la guerra en las poblaciones han estado orientadas en gran medida
2 Los experimentos de Ewan Cameron en la década de 1950 con métodos como electroshocks y privación sensorial para manipular la conducta humana –conocidos también como lavado de cerebro– se convirtieron en la base del manual de tortura elaborado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), que fue utilizado por las dictaduras militares en el Cono Sur. Cabe señalar que, a pesar de sus cuestionados experimentos, Ewan Cameron fue presidente de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés) de 1952 a 1953, y el segundo presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría en 1961. Véase en Klein (2007) “El laboratorio de tortura: Ewan Cameron, la CIA y la maníaca obsesión por erradicar y recrear la mente humana”. Siguiendo esta tradición, psicólogos y psiquiatras han participado como asesores en los interrogatorios en la base estadounidense de Guantánamo con métodos que constituyen tortura. La APA ha sido incapaz de pronunciarse en contra de estas prácticas, y por el contrario Olive Morread, miembro prominente del “grupo de tarea en ética psicológica y seguridad nacional” de la APA argumentó que “como expertos en la conducta humana, los psicólogos contribuyen a la efectividad de los interrogatorios” (Dobles, 1979).
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por el modelo médico occidental y han cambiado sus paradigmas desde la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días. En este modelo sobresalen los conceptos de trauma y estrés. En su Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, la American Psychiatric Association (APA, 2004) tipifica el trastorno de estrés post traumático (TEPT). En este manual la APA asegura no suscribir ninguna corriente psicológica, sino ofrecer descripciones de la sintomatología de los trastornos mentales que permitan su clasificación. En el caso del TEPT, la APA plantea que se puede determinar la presencia de una patología producto de una situación traumática en la persona cuando ha vivido o sido testigo de un hecho traumático, presenta reexperimentación traumática a partir de recuerdos intrusos, pesadillas o flashbacks, evita los estímulos asociados al hecho traumático y se mantiene en estado de alerta permanente. Si bien la conceptualización del TEPT tiene ciertas ventajas, tales como permitir la concreción del sufrimiento de las víctimas3 (Moreno et al., 2004:175), valorar la necesidad de puesta en marcha de proyectos psicosociales, y a la vez identificar a las personas que necesitan una atención especial (Martín, 1999); conlleva limitaciones que tienen que ver con el contexto en que este criterio diagnóstico fue producido y desde el punto de vista de la política de la psicología, con los intereses sociales implícitos. Una de estas limitaciones se hace evidente cuando se trata de “acomodar” esta categoría en otros contextos culturales (Summerfield en Castaño et al., 1998), ya que carga con un sesgo occidental que privilegia los efectos individuales por sobre los efectos colectivos. Como apunta Summerfield, en contextos no occidentales la gente tiene nociones diferentes del yo en su relación con los otros y le da por lo general mayor importancia a la conservación de relaciones armoniosas al interior de una familia y de una comunidad que a los pensamientos, emociones y aspiraciones del individuo. Aun para los sobrevivientes de actos individuales de brutalidad, lo más posible es que registren sus heridas más como algo social que como algo psicológico (Summerfield, 1998:81-82). En cuanto al trauma, los síntomas asociados a éste tienen distintos sentidos en diferentes contextos culturales, sociales y políticos. Aunque los síntomas psicológicos existan en la persona, la desaparición de las organizaciones y rutinas
3 Incluso el diagnóstico basado en el TEPT es usado como prueba para la valoración del daño en procesos judiciales de violaciones de los derechos humanos.
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comunitarias, las pérdidas sociales y simbólicas, e incluso la necesidad de resolver la superviviencia pueden ser más importantes que los problemas físicos y los síntomas psicológicos individuales (Martín, 1999:79). En este sentido, el síntoma individual debe ser comprendido en su contexto social y cultural. Entonces los factores que impactan la salud, ya sea física o mental,4 se pueden analizar en términos de “violencia estructural”, porque las patologías reflejan las desigualdades de poder en las estructuras sociales y políticas y no sólo las desgracias individuales (Farmer, 2003). Carlos Martín Beristain (1999:79) señala que el significado atribuido a los síntomas puede ser distinto según las culturas. Por ejemplo, en muchas culturas campesinas los síntomas de sufrimiento tienen una mayor expresión somática, como dolor de cabeza, de estómago o, en otros casos, dar a los síntomas corporales una expresión más profunda y simbólica, por ejemplo hablar de dolor de corazón. Por otro lado, el TEPT tiende a patologizar la experiencia de las personas, con el riesgo de que éstas puedan ser estigmatizadas y como consecuencia aisladas de su grupo (Martín, 1999:76.). Al no tomar en cuenta el contexto social, político, económico y cultural de la persona, corremos el riesgo de patologizar respuestas normales a situaciones anormales. Los síntomas individuales y los efectos colectivos de la guerra pueden ser más manejables para la persona y el grupo si cobran sentido en cierto contexto político. El TEPT nos aleja de la comprensión del entorno social de la persona al medicalizar e individualizar una problemática que requiere una comprensión histórico-política (Moreno et al., 2004:175). En contraste, el trabajo teorico-político y revolucionario del psiquiatra Frantz Fanon (1925-1961), volcaba la mirada desde las patologías de sus pacientes argelinos hacia la brutalidad enfermiza del colonialismo francés y de su guerra contrainsurgente, contexto dentro del cual las respuestas “anormales” resultaban ser comprensibles. Si bien es necesario visibilizar y comprender las secuelas negativas de la violencia política –precisamente esto es lo que da origen a la intervención psicosocial–, el
4 Una visión integral es congruente con la definición de la salud incorporada en la Constitución de la Organización Mundial de la Salud: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Constitución de la OMS [www.who.int/suggestions/faq/es/]. Véase también el artículo 12 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales del 16 de diciembre de 1966 [www.cinu.org. mx/onu/documentos/pidesc.htm] (revisados el 13 de septiembre de 2009).
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modelo de trauma, en particular el TEPT, invisibiliza los recursos personales y colectivos para afrontar y resignificar la experiencia de violencia política. No se puede predecir que una persona o un grupo reaccionen de determinada manera ante un suceso traumático. Martín-Baró (2000a) plantea que aunque parezca paradójico, no todos los efectos de la guerra son negativos, y que enfrentados a situaciones límites hay quienes sacan a relucir recursos de los que ni ellos mismos eran conscientes. En este sentido, Summerfield (1998) señala que las aproximaciones desde el concepto de trauma por el impacto de la guerra en la población corren el riesgo de marginar una incorporación apropiada de aquellas decisiones, tradiciones y capacidades propias de la gente que podrían volverse estrategias para su supervivencia creativa. De esta forma, el modelo de trauma, en particular el TEPT, a pesar de su pretendida objetividad científica, deja ver su funcionalidad como instrumento de poder y control. Es decir, en la medida en que privatiza el daño y lo aísla del contexto en el que es producido, obstaculiza la puesta en marcha de estrategias colectivas de afrontamiento y los procesos organizativos para la reconstrucción de un proyecto colectivo a futuro. Por esta razón, en la experiencia de trabajo psicosocial y capacitación en salud mental comunitaria con formadores de salud de los municipios autónomos de la zona norte de Chiapas, hemos buscado otros modelos teóricos que partan de una visión de la salud mental no como un estado individual, sino como un conjunto de factores y circunstancias sociales, políticas y culturales.
La perspectiva psicosocial
La perspectiva psicosocial propone cambiar la óptica desde la cual vemos la salud o el trastorno mental, no como una forma endógena que se expresa hacia afuera, sino de una manera exógena hacia dentro (Martín-Baró, 2000a): “no como la emanación de un funcionamiento individual interno, sino como la materialización en una persona o grupo del carácter humanizador o alienante de un entramado de relaciones históricas”. Además,
[…] pone en el centro del debate aspectos fundamentales de la misma –de la perspectiva individual basada en el trauma–, tales como su utilización para
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silenciar a las víctimas haciéndolas depositarias individuales de daños que van más allá del daño a la persona en la contribución a disminuir su capacidad de empoderamiento, su capacidad de análisis de las situaciones de injusticia, violación de los derechos humanos que subyacen en las acciones de guerra y represión (Castaño, 1998:16-17).
El trabajo de psiquiatras y psicólogos en atención en salud mental de las víctimas de la violencia sociopolítica en la década de 1970 en el Cono Sur y en la de 1980 en Centroamérica, los llevó a cuestionar y enriquecer las concepciones acerca del impacto de la violencia política en las personas y comunidades. Asimismo, el enfoque de la “recuperación de la memoria histórica” ha aportado elementos importantes al proceso de curación colectiva de las sociedades emergentes del autoritarismo. Ignacio Martín-Baró (2000) propone el concepto de trauma psicosocial como una alternativa al modelo médico que hace abstracción de las realidades sociohistóricas en que se producen los trastornos psicológicos. Este modelo destaca el carácter dialéctico del trauma y ubica su naturaleza en la particular relación social en la que el individuo sólo es una parte. Su comprensión y solución no deben centrarse únicamente en la persona, sino en sus raíces sociales, lo que el autor llama “las estructuras o condiciones sociales traumatógenas”. Esta conceptualización nos permite mover la mirada del individuo y situarla en un contexto histórico, social, cultural y político. Además, la perspectiva psicosocial permite visibilizar no sólo el impacto de la violencia política en la salud mental de las personas y en el tejido social, sino también los recursos de afrontamiento de la población frente a dicha situación. En este sentido, en el trabajo de formación en salud mental y acompañamiento psicosocial se hizo énfasis en nombrar y caracterizar el contexto de violaciones a los derechos humanos que afectan a las personas y comunidades indígenas de la zona norte de Chiapas y al que nos referimos al principio de este trabajo como guerra integral de desgaste, como las condiciones sociales traumatógenas. La comprensión del contexto global en el que se produce la violencia política permite a las personas realizar un trabajo de elaboración y otorgar sentido a la experiencia traumática, pero también a nivel colectivo permite movilizar nuevas formas de afrontamiento y reconocer los recursos con los que cuentan –individuales, familiares, comunitarios, culturales y organizativos.
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Las diversas maneras personales y colectivas de afrontar las situaciones han permitido la resignificación de la experiencia de la violencia política en las comunidades indígenas, para su posterior incorporación a la vida cotidiana desde estrategias comunitarias de afrontamiento.
La guerra de desgaste y sus consecuencias a nivel psicosocial en la zona norte de chiapas
Para Carlos Fazio (1996:40), en Chiapas se ha venido desarrollando una estrategia de guerra de baja intensidad (GBI), reconceptualizada después como guerra integral de desgaste.5 Según documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos, el gobierno mexicano infiltró agentes militares en las comunidades indígenas de Chiapas con el objetivo de fomentar la organización de grupos paramilitares (Doyle, 2009). Esta estrategia contrainsurgente manipula elementos de tipo militar, político, económico, propagandístico y psicológico para romper el tejido social de apoyo y aislar a la guerrilla.6 La GBI también se conoce como “guerra sucia”, “guerra psicológica” o “guerra de desgaste”. Según Fazio (1996:50-56), se trata de una batalla sobre todo política y psicológica, en la que la intimidación y el terror son utilizados como un medio de control social para generar dependencia, intimidar e incapacitar toda proyección hacia el futuro de manera autónoma. Para Ignacio Martín-Baró (2000:17), se trata de una complejidad de elementos que entran en juego para “inducir en las personas aquellas ideas y afectos que hagan posible el rechazo de los revolucionarios y la aceptación de la causa contrainsurgente […] La guerra psicológica es guerra, y su blanco lo constituyen la subjetividad de las personas, como complemento de las acciones militares que apuntan a su objetividad”.
5 Pérez-Sales, Santiago y Álvarez (2002) acuñan el término guerra integral de desgaste para enfatizar los efectos en la población indígena de Chiapas de la guerra de baja intensidad. 6 El documento titulado “Plan de campaña Chiapas 94” elaborado por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena, 1994), plantea entre sus objetivos “destruir la voluntad de combatir del EZLN, aislándolo de la población civil y lograr el apoyo de ésta en beneficio de sus operaciones”. Entre las actividades para lograr este objetivo destacan las operaciones psicológicas, así como los planes y programas de desarrollo.
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Pérez-Sales, Santiago y Álvarez (2002), por medio de la sistematización de testimonios y documentos a lo largo de seis años de conflicto, caracterizan esta estrategia en Chiapas como una combinación de elementos en la que distinguen cinco áreas: 1) acciones militares y paramilitares; 2) acciones económicas; 3) control de la información (medios de comunicación y presencia internacional); 4) actividades de inteligencia y; 5) medidas legislativas, políticas y del poder Judicial. En la zona norte de Chiapas han venido operando desde 1995 grupos paramilitares con recursos públicos y con el aval y entrenamiento del ejército mexicano.7 Entre estos grupos se encuentra “Paz y Justicia” que tuvo presencia en el territorio ch’ol de la zona norte de Chiapas, que comprende los municipios de Salto de Agua, Tila, Tumbalá, Yajalón y Sabanilla, siendo este último y el ejido El Limar, en Tila, sus principales centros de reunión y operación. Paz y Justicia provocó de 1995 al 2000 el desplazamiento forzado de casi cuatro mil personas, además 122 personas fueron víctimas de desaparición forzada y ejecuciones (Frayba, 2008). La reciente actuación, a partir de 2006 (Frayba, 2006), de la Organización Para la Defensa de los Derechos Indígenas y Campesinos (OPDDIC), señala una reactivación de esta estrategia a partir de la reagrupación de los grupos paramilitares que operaron hasta el año 2000.8
7 Por ejemplo, el 2 de julio de 1997, el gobierno chiapaneco firmó un convenio con la organización Desarrollo, Paz y Justicia, para otorgarles 4 millones 600 mil pesos. El documento fue signado por los líderes del grupo, el entonces gobernador Julio César Ruiz Ferro, Uriel Jarquín, subsecretario de gobierno del estado, y como testigo de honor firmó el general Mario Renán Castillo, comandante de la séptima región militar. En la ceremonia de entrega de recursos estuvo Carlos Rojas, titular de la Secretaría de Desarrollo Social. Tomado de Jesús Ramírez Cuevas, “El apoyo oficial detrás de Paz y Justicia”, Suplemento Masiosare, núm. 151, La Jornada, 5 de noviembre de 2000. 8 En su balance anual del 2008, el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, señala que “la OPDDIC ha venido actuando, expandiendo su presencia en diferentes regiones de Chilón, Ocosingo y Tumbalá, en coordinación con actores del gobierno del estado, del Comité Ejecutivo Estatal del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y en Chilón con apoyo directo del presidente municipal Antonio Moreno López, regidores del Ayuntamiento Municipal, y dirigentes de la Fundación Colosio. Dicha organización sigue operando mediante agresiones, hostigamientos y amenazas contra Bases de Apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (BAEZLN) y sus simpatizantes” (Frayba, 2008:62).
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En los talleres de salud mental, los formadores de salud han identificado los siguientes componentes de la guerra integral de desgaste en sus comunidades:
a) Militarización y paramilitarización. b) Persecución a líderes y uso del sistema judicial para la represión selectiva de líderes comunitarios. c) Uso de recursos públicos para desmovilizar (Progresa, Procampo, Oportunidades, Labranza) y dividir a la población (un ejemplo paradigmático es el Procede que obliga a la certificación de tierras a título individual), así como de servicios (luz, agua). d) Imposición de planes y proyectos de “desarrollo” que generan conflictos en las comunidades. e) Desalojos. f) Ataques a la soberanía alimentaria por medio de programas que introducen semillas transgénicas y agroquímicos que contaminan la tierra. g) Difusión de rumores y amenazas de desalojo o de agresiones en contra de bases de apoyo zapatistas. h) Uso del cuerpo de las mujeres como forma de represión:
• Control de la natalidad obligatorio y esterilización forzada de mujeres. • Violencia sexualizada: violación sexual y amenazas de violación sexual en contra de mujeres. Esta es una forma de violencia que muchas veces queda invisibilizada y sin embargo es muy grave porque afecta la salud y la libertad de las mujeres, y por medio de ellas, a toda la comunidad. Algunas mujeres expresaron durante los talleres que “sentimos miedo de andar solas en los caminos porque nos pueden violar, pero también tenemos miedo de quedarnos solas en nuestras casas porque pueden entrar a hacernos algo”.
Estos elementos, que para los formadores de salud forman parte de una estrategia de guerra de desgaste, afectan a la vez a las personas y a las relaciones dentro de la comunidad. De este modo, el ámbito de la subjetividad, y en particular la capacidad de construir un proyecto colectivo a futuro de manera autónoma, son un blanco de la guerra de desgaste. Desde esta perspectiva, hemos trabajado con los y las formadoras de salud para identificar y comprender la estrategia de
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la guerra integral de desgaste, el impacto psicosocial en la población y las formas de afrontamiento a nivel comunitario e individual.9
Impacto psicosocial de la guerra integral de desgaste a nivel comunitario, familiar e individual
Aunque puede resultar artificial,10 en la reflexión con los formadores de salud hemos diferenciado estos niveles –comunitario, familiar e individual– en el impacto psicosocial de la guerra. Sin embargo, estos niveles son útiles para orientar la intervención en salud mental comunitaria. A continuación retomo algunos elementos del impacto colectivo de la guerra surgidos de esta reflexión:

Ruptura del tejido social y polarización de las comunidades
El uso de recursos y servicios públicos en beneficio de quienes comulgan con el partido en el poder o participan en programas de gobierno ha generado la división y polarización dentro de las comunidades indígenas, lo cual limita su capacidad de gestión colectiva. Estos recursos son utilizados de tal forma que enfrentan a quienes los reciben en las comunidades en contra de quienes no lo hacen. Por ejemplo, amenazas de cortar la luz a toda la comunidad enfrentan a quienes pagan el servicio contra quienes están en resistencia al pago de la luz.
Violencia contra las mujeres
Las mujeres sufren en su cuerpo, en su subjetividad y en sus relaciones las consecuencias de la guerra integral de desgaste. Los formadores de salud han
9 Tomado de los talleres realizados el 28 y 29 de enero de 2005, y el 12, 13 y 14 de abril de 2007 con formadores de salud en Roberto Barrios. 10 Esto es más evidente en comunidades indígenas en las que el bienestar individual no está desligado de las relaciones al interior de la comunidad.
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encontrado que “las mujeres embarazadas sufren abortos por los pesticidas, por el miedo o al salir huyendo”. Por otro lado, las mujeres son presionadas en los programas gubernamentales para asistir a pláticas sobre “planificación familiar” o son esterilizadas sin su consentimiento, lo cual además de cuestionar su rol dentro de la familia y la comunidad, afecta su relación de pareja. Aunque los formadores de salud reconocen la importancia de que las mujeres decidan cuántos hijos quieren tener y cuándo, reconocen que cuando es obligatoria, la planificación familiar “trae la división en las parejas”.11
Ataque al modo de vida de las comunidades indígenas y a la identidad
Los formadores de salud conocen muy de cerca las consecuencias del establecimiento de campamentos militares en comunidades indígenas. Para ellos, la militarización ha traído a las comunidades “la prostitución, infecciones de transmisión sexual, ha dejado a madres solteras, el alcoholismo, y la drogadicción”. Otra manera en que el modo de vida de las comunidades indígenas es atacado, es –desde su punto de vista– por los programas asistenciales del gobierno: “Los proyectos del gobierno (Progresa, Procampo, Labranza, Oportunidades) hacen que la gente se acostumbre a esperar los apoyos del gobierno, se vuelven flojos”. Es decir, significa una pérdida de la identidad como campesinos indígenas. “El gobierno hace olvidar las culturas y las creencias”. Además, estos “apoyos” amenazan la soberanía alimentaria de las comunidades indígenas “por la contaminación de la tierra por los agroquímicos que da el gobierno, el gobierno obliga a sembrar cedro y caoba en vez de maíz”. Por último, el desplazamiento forzado o desalojos producen un gran impacto en la población porque los separa de la tierra que siembran para vivir, y del territorio en el que se desarrollan como personas y comunidades. En ese sentido hemos encontrado que junto a las consecuencias traumáticas directas de los desalojos, realizados con violencia y en los cuales muchas veces personas de la comunidad son torturadas; los miembros de la comunidad hablan de los impactos psicológicos producidos por la falta de tierra y la dependencia de la ayuda humanitaria que
11 Todas las citas textuales provienen de talleres realizados en la zona Norte.
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esto implica, como una de las principales consecuencias. Los formadores de salud identifican la amenaza constante del desalojo de las comunidades autónomas: “quieren desmantelar la zona zapatista para echar a andar proyecto como el Plan Puebla-Panamá”.
El miedo
Le dedicamos un taller entero al tema del miedo,12 ya que aunque todos y todas sentimos miedo, no siempre es fácil reconocerlo, sobre todo cuando pareciera que el miedo es un signo de debilidad. En ese sentido trabajamos el miedo como un mecanismo de autoprotección, que si no es reconocido puede llegar a paralizar. Es por ello que infundir el miedo es una forma de control social. Entre las maneras de infundirlo en las comunidades los formadores de salud identificaron “retenes, patrullajes, soldados disparan al aire o a los animales para intimidar. Vigilancia con helicópteros o de los paramilitares. Abren brechas para meter más ejércitos”. También el miedo es propagado a partir de rumores y amenazas. El miedo provoca que la gente “se desorganiza, se divide, desánimo de la lucha” y “puede crear conflictos en las comunidades”. En cuanto al impacto psicosocial a nivel familiar, los formadores de salud encontraron que “se alborota la familia, se descontrola, se siente intranquila”. Es decir, hay una alteración de los roles al interior de la familia a causa del miedo, y a su vez, disminuye la participación en actividades comunitarias: “No va a la milpa, no asiste a reuniones. Piensa que va a morir, que van a desalojar, no ve salida”. A nivel individual, los formadores de salud identificaron una serie de síntomas:
• Enfermedades psicosomáticas: diarrea, desmayo, gastritis, nervios, colitis, cáncer (asociado al uso de agroquímicos), dolor de cabeza, cólicos. • Depresión, desesperación, estado de alerta, nervios, insomnio, suicidio. • Alcoholismo.
12 Otros temas trabajados en los talleres fueron la guerra integral de desgaste, el alcoholismo, género, la violencia contra las mujeres, y las medidas de seguridad.
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• Miedo. Siente que lo persiguen. • No quiere salir a trabajar. • No quiere comer. • Se siente indefenso, preocupado, triste, desanimado, desesperado.
La reflexión con los formadores de salud a la luz de este ejercicio giró en torno a la manera en que la guerra de desgaste entra en la subjetividad de las personas a partir del miedo y al mismo tiempo afecta el funcionamiento de la comunidad, la divide, y finalmente desorganiza.
Fortaleciendo la resistencia: el trabajo de salud mental comunitaria
Durante los talleres realizados con los formadores de salud efectuamos una reflexión desde su propia experiencia, tanto sobre las enfermedades que comúnmente encuentran en la población relacionadas con los “nervios”, como sobre otras consecuencias de la guerra de desgaste. Este fue un proceso de diálogo que me permitió “aterrizar” el enfoque psicosocial al contexto de las comunidades indígenas de la zona norte, y también enriquecer la visión sobre la salud que los formadores tenían, pues ellos habían sido capacitados hasta entonces en el tema de salud enfocados principalmente en la salud física. En sus propias palabras, el trabajo psicosocial es una forma de “curar sin medicina”.
Redefiniendo la salud
En el primer taller, realizado en enero de 2005, trabajamos lo que entienden los formadores de salud por salud mental, porque generalmente el término está asociado con la visión individual de la enfermedad mental que estigmatiza al enfermo mental, o sea, cuando uno está loco. Fue necesario en un primer momento trabajar el enfoque psicosocial que parte de una visión más colectiva de la salud mental. Se produjo un cambio importante en la manera de entender la salud al incorporar en el análisis la guerra de desgaste y cómo ésta ataca el terreno de la subjetividad, es decir, el territorio del alma. Esta
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perspectiva permitió un proceso de atribución de sentido que ubica la promoción de la salud mental comunitaria como una forma de resistencia a la guerra.
Reconocer y potenciar las formas de afrontamiento
Desde esta comprensión integral del impacto psicosocial de la guerra de desgaste, reconocer y potenciar las formas de afrontamiento colectivas son una herramienta de intervención en salud mental comunitaria. Entre estas formas de afrontamiento destaca el fortalecimiento organizativo. Los talleres eran espacios muy fuertes porque trabajamos temas sumamente difíciles y dolorosos. Sin embargo, ellos se esforzaban y después de determinado tiempo se soltaban a compartir sus experiencias porque identificaban la necesidad de abordar estos elementos como parte de procesos que fortalecen la resistencia frente a la guerra integral de desgaste. En este contexto surgió el tema de la promoción de los derechos de las mujeres y de su participación como una manera de fortalecimiento organizativo. En este sentido, la Ley Revolucionaria de Mujeres del EZLN se convirtió en una herramienta para trabajar en el marco de la salud mental comunitaria temas delicados como la violencia doméstica y el alcoholismo, porque la existencia de la Ley visibiliza esta problemática y abre caminos para la exigibilidad de los derechos de las mujeres. Además, esta visión de la salud permitió a los formadores de salud incorporar al espacio de los talleres, una serie de componentes de sus propios conocimientos culturales, por ejemplo el papel que desempeñan los rezos y las fiestas en la salud mental comunitaria.
Visitas a comunidades
Durante el trabajo con los formadores de salud realizamos visitas a comunidades que han sufrido desalojos y amenazas. Estas visitas fueron fundamentales porque los talleres que se realizaban con las comunidades eran facilitados completamente por los formadores de salud, y mi papel era únicamente de apoyo. El impacto de estas visitas era muy positivo para las comunidades porque sentían la solidaridad y
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el apoyo de sus compañeros, y además en estos espacios podían hablar en confianza de lo que habían vivido y fortalecer sus estrategias colectivas de afrontamiento. En el 2006 realizamos una visita a una comunidad cercana a Viejo Velasco, amenazada de desalojo, en donde había ocurrido una masacre el 13 de noviembre del mismo año. Los formadores de salud en conjunto con las autoridades trabajaron con la gente de la comunidad para hablar de cómo les estaba afectando lo que había pasado. En este espacio tuvieron voz todas las personas de la comunidad, hombres, mujeres, niños y niñas. Después los formadores de salud explicaron estas consecuencias en el marco de la guerra integral de desgaste y facilitaron una reflexión sobre estrategias de afrontamiento. Al final de la visita, la gente expresó que el trabajo les había ayudado a controlar el miedo y a sentir que no están solos. A la vez, esta experiencia nos enseñó, tanto a los formadores de salud como a mí, la importancia del trabajo en salud mental comunitaria y una metodología sencilla de intervención con comunidades víctimas de violencia política. En otra ocasión visitamos la comunidad de Santa María13 y los formadores de salud facilitaron un proceso de trabajo en grupos de hombres, mujeres, niños y niñas, para identificar cuáles eran los principales problemas de la comunidad. Nuevamente reunidos todos los grupos, el grupo de hombres hizo una exposición en la que planteaban que el principal problema son las amenazas de desalojo, los patrullajes de seguridad pública, etcétera. Sin embargo, cuando fue el turno de las mujeres, ellas dijeron que el problema más importante es que los hombres toman alcohol, y que esto genera violencia doméstica. Pero sobre todo ellas decían que el principal problema es que nadie lo ve como un problema. Entonces los formadores de salud facilitaron una reflexión con toda la comunidad reunida sobre si el alcoholismo y la violencia doméstica son un problema o no. Los hombres decían que es un problema de cada quien si toma o no, pero las mujeres decían que es un problema de la comunidad porque es un asunto de violencia. Finalmente los formadores de salud propusieron un nuevo taller sobre la Ley Revolucionaria de Mujeres. Este taller fue un ejemplo de cómo el trabajo en salud mental comunitaria abre espacios para que se expresen todas las voces de la comunidad, y de cómo los formadores y promotores de salud están trabajando el tema de género desde su propia cultura y con sus propias herramientas.
13 El nombre real de la comunidad fue cambiado.
el territorio del alma
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A modo de conclusión
Esta experiencia de trabajo psicosocial fue mucho más allá de una “capacitación”. Los talleres de salud mental comunitaria fueron un espacio privilegiado de diálogo y reflexión. Desde el punto de vista del trabajo de salud en las comunidades fue un proceso que permitió comprender el trabajo de salud mental comunitaria como una forma de resistencia, tal como lo reconocieron los participantes en un encuentro zapatista:
Ya que lo estamos poniendo en práctica apoyamos a nuestras comunidades donde ha sufrido amenazas, enfrentamientos, desalojos y en otros conflictos que presenta en municipios de nuestra zona. Este trabajo de salud mental lo vemos muy importante pues nos está sirviendo el alma y la mente de nuestras bases de apoyo que están siendo atacados por la estrategia de contrainsurgencia que el mal gobierno impulsa contra nuestros pueblos, contra nosotros, indígenas zapatistas y no zapatistas. Se ha hecho visitas de animación en comunidades de cinco municipios autónomos. Estos compañeros y compañeras se han sentido mejor que no están solos luchando. Han expresado que nuestra visita ha sido de mucha ayuda y piden que demos visitas más constante y con más tiempo. Nosotros y nosotras notamos que muchas enfermedades que padecen nuestros pacientes o nuestra gente se debe a problemas psicológicos que por el miedo o por la angustia el alma luego pasa a enfermedades del cuerpo. Por eso queremos trabajar más sobre la salud mental, porque vemos que eso ayudará a mucha gente que en nuestros pueblos mejore la salud.14
Las personas, comunidades indígenas, así como las organizaciones sociales y políticas no son víctimas pasivas de la guerra integral de desgaste. Una de las respuestas a la guerra es el sistema de salud autónomo, que integra estrategias de afrontamiento individuales, comunitarias y organizativas. Esto responde a una visión integral de la salud comunitaria, en la que pesan tanto los síntomas individuales como las consecuencias en lo comunitario, organizativo y político; y
14 Palabras vertidas en la Mesa de Salud de Roberto Barrios en el Segundo encuentro de los pueblos zapatistas con los pueblos del mundo, del 20 al 29 de julio de 2007 en tres Caracoles zapatistas en Chiapas.
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pone de relieve la relación entre ellos. Esta perspectiva abre el horizonte a la visión occidental de la salud, comprendiendo la salud mental no como la ausencia de la enfermedad sino como la capacidad humana de soñar y fortalecer los proyectos a futuro que nos hacen ser parte de una comunidad. En este documento he querido contar lo que fue un proceso de crecimiento y aprendizaje mutuo con los formadores de salud, y compartir con otras personas una experiencia de trabajo psicosocial. Finalmente, espero que este documento forme parte de la memoria del trabajo de los formadores y formadoras de salud, y se los entrego con la secreta esperanza de que me perdonen porque –tengo que confesarlo– nunca me levanté a hacer las tortillas.