Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar. Pistas para entender algunos contenidos del levantamiento en marcha de las mujeres de América Latina.

Habitamos un momento extraordinario y ambiguo en América Latina. Ambiguo porque cuando en diversos países se profundiza y recompone el “régimen extractivista” -que incluye un sinnúmero de actividades criminales y un régimen político específico con el que coexisten y combinan- simultáneamente se ha despertado una corriente magmática, radical y masiva, de insubordinación y luchas de mujeres muy diversas que recorre los territorios y las ciudades expandiéndose de un país tras otro.



Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar
Pistas para entender algunos contenidos del levantamiento en marcha de las mujeres de América Latina.

Por Verónica Gago*1 y Raquel Gutiérrez Aguilar**2* Profesora-investigadora en la Universidad de Buenos Aires-CONICET. Integrante del colecti-vo NiUnaMenos en Argentina. ** Profesora-investigadora titular del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Bene-mérita Universidad Autónoma de Puebla.

Habitamos un momento ex-traordinario y ambiguo en Amé-rica Latina. Ambiguo porque cuando en diversos países se pro-fundiza y recompone el “régimen extractivista” -que incluye un sin-número de actividades criminales y un régimen político específico con el que coexisten y combinan- simultáneamente se ha desper-tado una corriente magmática, radical y masiva, de insubordina-ción y luchas de mujeres muy di-versas que recorre los territorios y las ciudades expandiéndose de un país tras otro. Esta constelación de luchas1 que volvió a brotar con fuerza en repudio del aumen-to de feminicidios y violencias contra muchas de nosotras se ha nutrido, también, desde un múl-tiple y crecientemente expansivo rechazo a la experiencia histórica de sujeción, control, drenaje de energía y expropiación que los cuerpos y las vidas de muchísi-mas mujeres, que han logrado sintonizarse en algo que se ase-meja a una erupción en marcha. Una erupción que rechaza el sitio

[1 Verónica Gago et. al, 8M Constelación Fe-minista. ¿Cuál es tu lucha? ¿Cuál es tu huelga?. Buenos Aires, Tinta Limón, 2018.
En América Latina las mujeres se levantan contra toda forma de opresión y en defensa de la vida: se toman las calles, las plazas, los lugares de trabajo y estudio, los barrios y los campos. Una revolución está curso, una corriente de insubordinación, una fuerza rebelde que apuesta a cambiarlo todo.]

del dolor, la culpa, el miedo y la muerte como lugares de aisla-miento y victimización y por eso, al tiempo de tomar la forma de un levantamiento generalizado, también reinventa la herramien-ta del paro, y nos llena de fuerza.La movilización masiva se ha hecho visible con mayor claridad en 2017 y 2018, durante la emble-mática fecha del Día Internacio-nal de las Mujeres Trabajadoras: 8 de marzo, cuando miles y miles de mujeres diversas han protago-nizado, sobre todo en Argentina, Uruguay y Paraguay, las movi-lizaciones y paros más grandes, potentes y alegres de los que se tenga recuerdo en las últimas décadas. Sin embargo, la rebe-lión no tiene únicamente la fuer-za del acontecimiento; se ha ido cocinando a fuego lento durante los últimos cinco años, en medio de un largo proceso de impug-nación y organización frente a la brutal y polimorfa violencia patriarcal que acompaña la reco-lonización capitalista de nuestros cuerpos y de nuestros territorios.Pese a toda la fuerza que se exhibe en reiteradas y variopin-tas luchas protagonizadas por miles y miles de mujeres diver-sas y otros cuerpos feminizados; quienes en conjunto se lanzan a transformar instituciones uni-versitarias -como en Chile-, o cercan bancos y parlamentos -como en Argentina-, o detonan y encabezan rebeliones locales -como en México-, o resisten en tomas urbanas y pelean con-tra la militarización de las fave-las -como en Brasil-; la historia reciente contada en clave domi-nante suele ignorar esta fuerza cultivada de forma cotidiana con anhelos tejidos y alianzas renovadas, desconociendo las claves de la autodefensa y la subversión de la vida toda que se ponen en marcha. El protagonismo de lo hu-mano femenino y feminizado parece no caber en la narrativa multisecular de un capitalismo patriarcal enmarcado ahora en la hermética lógica argumen-tal de la violencia financiera. De ahí la pertinencia de hacer explícitos, como contribución a la continuación de la discu-sión, algunos de los contenidos más hondos del levantamiento en marcha. Son tres sobre los que deseamos insistir: i) la con-tribución de nuestras energías desplegadas en la revitalización de una masiva y radical política no estado-céntrica que, sin em-bargo, no descuida los cambios que requiere ir haciendo en la legislación; ii) la renovación de las formas de acuerpamiento y asociación colectiva, que des-bordan viejos usos patriarcales -coloniales y capitalistas- afian-zados en la imposición de rígi-dos mecanismos de inclusión/exclusión, para abrirse paso al tejido no sólo de alianzas múl-tiples sino que es capaz de deto-nar sintonías amplias y diversas a partir de las cuales nos volve-mos capaces -entre muchas- de intervenir en los asuntos públi-cos que comienzan a devenir cuestiones en común; iii) la ca-
7CATARSISpacidad de desestructurar prác-ticamente añejas instituciones de control de los cuerpos y las mentes -de nosotras y también de algunos varones- abriendo paso a fuentes de creatividad humana sepultadas histórica-mente por creencias introyec-tadas y rancias instituciones que dicotomizan los ámbitos públi-co y privado (familia y centro de trabajo, matrimonio y mecanis-mos de elección política, mer-cado popular y sujeción finan-ciera, por mencionar algunos).Escribimos desde América La-tina y sobre todo desde lo que está brotando desde el extremo Sur; si bien percibimos resonan-cias de nuestras propias luchas en las acciones y voces de mi-llones de mujeres que se alzan en al menos 50 países a lo lar-go y ancho del mundo: desde Bolivia y México hasta Irlanda, desde Turquía hasta España, del Ecuador a Italia, de Corea a Perú. No somos una coalición en el sentido antiguo del término. Somos la regeneración de una posibilidad internacionalizada de insubordinación en marcha, repudiando la violencia que im-pregna la vida cotidiana y pro-yectando el desafío hacia la vida pública. Se trastoca entonces un pilar añejo de la dominación que se ha impuesto, siempre, a tra-vés de la violencia: la separación del mundo público y del ámbito privado; o, para ser más precisas, la ruptura entre los aspectos re-feridos a la producción -de mer-cancías y de capital- y los que atingen a la reproducción de la vida en su conjunto. Bajo esta perspectiva se en-tiende por qué miles de muje-res contemporáneas organiza-das en todo tipo de colectivas, grupos, asociaciones han ido enlazando el repudio al mal-trato y la violación privada y pública de cuerpos femeninos y feminizados que muchas ve-ces terminan en brutales femi-nicidios, con la impugnación a la violencia doméstica, carce-laria y laboral reactualizando así, masivamente, una clave feminista clásica: lo personal es político. Al hacerlo, estamos haciendo estallar la figura abs-tracta del “individuo” -consu-midor y votante- reinstalando la comprensión práctica de lo social a partir del conjunto de esfuerzos cotidianos por sos-tener la vida de forma concre-ta y situada. Por eso también reinventamos en qué modos lo personal es político. Múltiples voces hablando distintas len-guas, siempre de manera situa-da, revelan -y se rebelan en- la trama diaria de trabajos múlti-ples para garantizar y sostener la vida propia y colectiva como terreno de lucha y de disputa. Resignificamos pues lo cotidia-no en esta clave politizando la defensa de la vida de muchas maneras diversas. El efecto es inmediato: se desordenan en cascada los ca-jones y ventanillas de “recla-mos” y “demandas” abiertos a modo de contención política durante el régimen neoliberal. En los últimos cinco años he-mos producido sobre la marcha un lenguaje renovado al hablar colectivamente del conjuntos de actividades y agravios en los que, dolorosamente, somos ex-pertas; puesto que en el día a día, las experiencias inmedia-tas de muchísimas mujeres di-versas están teñidas por capas y capas de silenciamiento y dolor, actualmente impugnados como una explosión en cadena, visibi-lizadas y politizadas a partir de su rechazo. Una nueva “interseccionali-
catarsis8dad” se hace presente entonces desbordando y diluyendo la gestión exterior y jerarquizada de diferencias que son puestas a competir por escasos recur-sos y efímeros derechos. No es que pretendamos ser “iguales” o “igualarnos”. Es que nos des-plazamos poco a poco, por mo-mentos con gritos enormes y por momentos con rupturas que pa-recen pequeñas, pero todo con tensión y fuerza. Desde las múl-tiples formas de levantamiento que protagonizamos estamos impugnando y desarmando los rígidos compartimientos estan-cos construidos por la triada de patriarcado-colonialismo y ca-pitalismo esforzándonos por la construcción de un piso común que se convierta en una nueva casa feminista. Estos desplaza-mientos moleculares e intermi-tentemente sintonizados abren el tiempo y poco a poco dejamos de sentirnos solas porque vamos aprendiendo a estar juntas. ILas protagonistas de estas ac-ciones son diversas y los con-tenidos de la impugnación que presentan es tan amplia que no es exageración afirmar que estamos en medio de una re-volución. Nos reapropiamos también de esa palabra para hacernos cargo de por qué es-tamos en una revolución, de cómo la estamos produciendo, de qué tipo de desobediencias y transformaciones se nutre. Hagamos un rápido ejercicio de análisis indagando quiénes se movilizan y lo que expresan con sus acciones y discursos.De manera panorámica pro-ponemos distinguir dos grandes bloques en el torrente de insur-gencia feminista en marcha. Por un lado, la amplia gama de lu-chas situadas -que no locales- en defensa de los territorios y de los bienes comunes amenazados que están siendo generalmente sostenidas -y algunas veces enca-bezadas- por mujeres; por otro, el explosivo éxodo, principal-mente urbano, del lugar de vícti-mas a la espera de un dudoso re-dentor estatal que ponga freno a los verdugos que nos matan, pro-tagonizado por una constelación intergeneracional de mujeres, en calles, universidades, mercados, colonias populares, hogares y centros de trabajo.En relación a la primera ver-tiente nos referimos a un di-verso abanico de luchas con un contenido claramente anti-ex-tractivo y anti-expropiatorio. Con tales términos no aludimos únicamente a la resistencia que ocurre en territorios acosados por la industria minera contem-poránea, que es ejemplo clásico del extractivismo expropiador. Nos referimos también a luchas contra el despojo y concentra-ción de tierras, que dejan de ser destinadas a la producción del sustento, para convertirse en gigantescos fundos donde se siembra, sobre todo, soya o madera para la exportación. En Argentina, Paraguay, Chile, par-cialmente Uruguay y Bolivia y en diversas regiones del gigan-tesco Brasil esta “reconversión productiva” es una dramáti-ca realidad. Cientos de miles de hectáreas dedicadas a tales “cultivos para la exportación”, fumigados reiteradamente con poderosos -y venenosos- herbi-cidas que, literalmente, ponen la sostenibilidad de la vida co-lectiva -humana y no humana- en peligro. En otras regiones del continente, como en Perú, Colombia, Ecuador, México la amplificación del extractivismo minero, hidroeléctrico, eólico, petrolero y la colosal amenaza del fracking, también ha puesto en riesgo de muerte a muchísi-mas colectividades locales que han visto alterados sus frágiles equilibrios vitales, siendo ob-jeto de múltiples -y hasta aho-ra casi imparables- acciones de despojo. En la mayoría de es-tos territorios amenazados, la reacción más contundente en defensa de la vida colectiva que repudia e impugna la expropia-ción de los bienes comunes es inicialmente protagonizada por mujeres. Cientos de miles de mujeres se han movilizado en defensa de la vida y contra los proyectos de expropiación-des-trucción de sus medios de exis-tencia; aunque con frecuencia las luchas se han desplegado “a pesar” -y claramente en con-tra- de los “acuerdos” a los que suelen llegar algunos varones de esas comunidades con los con-sorcios extractivos, a través de promesas de trabajo asalariado o de alguna otra “ventaja” eco-nómica individual. Estos even-tos están poniendo en crisis un pilar relevante de la estructura social: la estructura patriarcal al interior de la familia y de la comunidad. Cuando eso ocurre, la sociedad se cimbra y las cosas comienzan a moverse. La revo-lución feminista es también una nueva manera de hacer comu-nidad, de practicar lo común sin ceder al cliché que roman-tiza la comunidad ni a su con-finamiento rural e indígena en términos tradicionales.Así, resaltamos que no es el caso -en todos los países- que contingentes amplios de mujeres que habitan territorios amenaza-dos se hayan “vuelto feministas” adhiriendo a conjuntos especí-
9CATARSISficos de ideas y proyectos que puedan calificarse de esa forma. Más bien, ha-cemos notar que lo gene-ralizado y la profundidad de la ofensiva capitalista que se empeña en conver-tir absolutamente todo en mercancía, en “recurso” valorizable y aprovechable para la acumulación, ha llegado a poner en peligro la sostenibilidad misma de la vida en amplias regiones del continente y que muchísimas mujeres están resistiendo y lu-chando contra esas acciones, con frecuencia, a pesar de lo expresa-do o admitido por sus compañe-ros. La expresión más utilizada en todas estas luchas es la “defen-sa de la vida”. De la vida colectiva, de la posibilidad de garantizar el sustento cotidiano y de cons-truir el soporte mínimo para las generaciones siguientes. Defen-sa enérgica de bienes materiales y simbólicos amenazados por la voracidad del capital. En me-dio de ello, alteración de las re-laciones sociales inter-genéricas más íntimas de la sociedad: las que organizan social y simbóli-camente la reproducción de la especie en la familia, estabili-zando y jerarquizando desde ahí los vínculos sociales. Es en ese cimbronazo, que hoy sentimos en las calles, en las plazas, en las camas y en las comunidades, donde hay que incluir el debate sobre la recuperación de la au-tonomía del cuerpo femenino para asegurar que la ma-ternidad sea voluntaria, tal como comienza a rever-berar en las ciudades y en el campo, en las tomas de tierra y en las villas. No es una cuestión de derechos individuales únicamente: es la voluntad de disponer de nosotras mismas para sostener la vida digna lo que se pone en juego.La “defensa de la vida”, hablada de múltiples maneras, se ha convertido en una espe-cie de contraseña en la revita-lización de las luchas feminis-tas y de mujeres que aparecen de manera tumultuosa y como constelación que se expande. Se enuncian palabras y se des-pliegan acciones que se engar-zan con otro gran torrente de mujeres en lucha, principal-mente en las ciudades, quienes también han hecho de la defen-sa de la vida la clave crítica de su Las protagonistas de estas acciones son diversas y los contenidos de la im-pugnación que presentan es tan amplia que no es exageración afirmar que es-tamos en medio de una revolución. Nos reapropiamos también de esa palabra para hacernos cargo de por qué estamos en una revolución, de cómo la estamos produciendo, de qué tipo de desobedien-cias y transformaciones se nutre.
catarsis10propia articulación, de su propia defensa de la autonomía, de su decisión de movimiento, sobre todo en las luchas contra “todas las violencias machistas”; esto es, contra el conjunto de agresio-nes y agravios, múltiples, cons-tantes, explícitos y sutiles, en el ámbito privado y en el público, que constituyen el continuum de violencia cotidiana que, dolo-rosamente, suele conducir en el extremo, al feminicidio. Es decir a la muerte. La lucha contra el feminicidio y las violencias machistas tiñe las calles de muchas ciudades al me-nos desde 2014 a través de mo-vilizaciones, plantones, veladas, acampes organizadas de manera horizontal, difusa y sintonizada por miles y miles de mujeres. La amarga experiencia de las ma-dres de Ciudad Juárez, donde la práctica del asesinato de muje-res se volvió epidemia a comien-zos de siglo, se recoge en los más recónditos lugares de América Latina y se trenza con las expe-riencias de otras madres que te-nazmente han buscado a sus hi-jos e hijas desaparecidos durante una brutal dictadura: las Madres de Plaza de Mayo. Las jóvenes mujeres que hoy salen a la calle una y otra vez a denunciar los feminicidios, a enfrentar la vio-lencia cotidiana denunciando el acoso, a reivindicar la autonomía del cuerpo, a recomponer la vida en las universidades y centros de trabajo gritan una y otra vez “Ni una menos”, “Vivas nos quere-mos”; y con esas palabras tejen un linaje. Sabiéndose herederas de otras madres que buscaron y defendieron a sus hijos e hijas y viviéndose como compañe-ras que revitalizan las luchas de otras mujeres descubren una es-tela de esfuerzos y compromisos colectivos muchas veces teñidos de dolor. Dejan de sentirse huér-fanas de Madre al gestar y dar a luz a una colectividad renovada que las contiene y las abriga. Por eso enuncian con frecuencia este potente grito: “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar” expresando que habitan en ellas los saberes de otras mujeres más antiguas que eran herbolarias, parteras, médicos y curanderas a quienes se les expropiaron conocimien-tos y la propia vida. Este desafío de una realidad generosa y una posibilidad de abundancia se yerguen ante todas nosotras. Decimos entonces que esta-mos ante un levantamiento que es una revolución porque esta-mos rechazando las formas ac-tuales de la explotación y de la obediencia a un régimen que va contra la vida misma. Estamos ante una revolución que, a di-ferencia de otras, no deja espa-cio sin conmover ni jerarquiza por etapas la lucha contra las opresiones. Estamos ante una revolución porque estamos creando territorios existencia-les que desafían lo que somos, lo que deseamos, lo que ima-ginamos. Estamos ante una re-volución porque logramos salir del aislamiento y encontrarnos entre migrantes, trabajadoras asalariadas y domésticas, es-tudiantes y artistas, amas de casa a tiempo parcial y a tiem-po completo, campesinas con tierras y expropiadas, artistas y curanderas, sindicalistas y li-deresas barriales. Estamos en una revolución porque esta-mos haciendo desde nosotras diagnósticos feministas de los problemas y en ese movimien-to de inteligencia colectiva desobedecemos la posición de víctimas en que nos preten-den confinar. Estamos en una revolución porque queremos cambiarlo todo y estamos deci-didas a hacerlo porque cuando estamos para nosotras tenemos todo el tiempo del mundo.