¿Vencer o convencer? Crítica de la concepción instrumental de la violencia

Si bien es cierto que en determinados contextos y coyunturas la violencia se nos presenta casi como la única alternativa —aunque sea bajo la forma de la autodefensa— el mero hecho de que tanto la conservación como la instauración de derecho no implique necesariamente la violencia, nos debe invitar a pensar en otras formas de actuar políticamente.



¿Vencer o convencer? Crítica de la concepción instrumental de la violencia

Diversos autores de la tradición han presentado la violencia como un medio legítimo para conservar o instaurar un orden jurídico. La mera imposición, sin embargo, resulta problemática sin el ejercicio de la persuasión.

Sara Ferreiro Lago
Doctoranda en Filosofía e investigadora
El Salto
2019-10-04 10:00

Diversos procesos jurídicos que están teniendo lugar en nuestros días ponen de manifiesto la importancia de repensar en el presente la cuestión de la violencia.

Para analizar esta cuestión debemos hacernos cargo de que en el debate contemporáneo nos encontramos al menos con dos posturas sobre la violencia: 1) Aquella que defiende que es legítima si los fines que pretende alcanzar son deseables o 2) Aquella que considera que, venga del lugar que venga (de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado o de los movimientos sociales), el uso de la violencia pone en peligro la legitimidad de los objetivos que pretende lograr.

Pese a defender posturas distintas acerca de la legitimidad de la violencia, ambas argumentaciones comparten el entenderla como un medio, un instrumento (legítimo o no) para conservar el derecho o para crear uno nuevo.
VIOLENCIA CONSERVADORA DE DERECHO

Para dar cuenta de la legitimación tradicional del uso de la violencia para conservar el derecho podemos pensar en la formulación del Estado como monopolio de la violencia legítima en teóricos como Max Weber. El uso de la violencia según este autor sería legítimo en la medida en que sea necesario, como último recurso, para mantener el orden. En caso de necesidad —se argumenta— la policía y los militares podrían utilizar la violencia legítimamente para restablecer el cumplimiento del derecho.

Cabría preguntarse entonces: ¿todo orden jurídico exige el uso constante de la violencia para su mantenimiento?

Si esto fuera así, el debate acerca de la legitimidad de la violencia para conservar el derecho carecería de sentido ya que el uso de la coerción sería inevitable. No obstante, cabría señalar que no siempre el orden normativo se presenta en su conjunto como coercitivo. Cuando un pueblo lo acepta, no es necesario el uso de la violencia para su mantenimiento. El problema comienza en el momento en que ciertas normas se ponen en cuestión colectivamente y, sin embargo, el orden jurídico es presentado como si fuera inevitable, inamovible y completamente neutral. La violencia aparece cuando la norma invisibiliza su carácter histórico y contingente con el objetivo de borrar toda posibilidad de crítica y de cambio. Esta operación quiere hacer coincidir legalidad y legitimidad, olvidando que ambas cuestiones no son idénticas.

Si legalidad y legitimidad fueran exactamente lo mismo nunca cabría señalar que una ley es injusta. Sin embargo, la historia está plagada de críticas dirigidas hacia las normas. Sabemos, por ejemplo, que la esclavitud fue una institución jurídica. No obstante, la legitimidad de esa legalidad se puso en cuestión.

Si la norma olvida su carácter temporal e histórico, y pretende ser válida para todo tiempo y lugar, utilizará la fuerza para acallar cualquier cuestionamiento y mantener su predominio.

Muchos movimientos políticos han interpretado la violencia como un medio necesario para el cambio revolucionario. Si aceptamos la afirmación de Karl Marx según la cual “la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva” parecería casi inevitable su presencia en los cambios sociales.

VIOLENCIA CREADORA DE DERECHO

Muchos movimientos políticos han interpretado la violencia como un medio necesario para el cambio revolucionario. Si aceptamos la afirmación de Karl Marx según la cual “la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva”, parecería casi inevitable su presencia en los cambios sociales. No obstante, cabe preguntarse ¿todo cambio social ha sido promovido históricamente por movimientos políticos violentos?

Existen movimientos sociales que consideran que los cambios son posibles sin hacer uso de la violencia, como por ejemplo los movimientos de desobediencia civil.

La desobediencia civil se presenta como una forma de resistencia no violenta a una ley o un orden jurídico considerado ilegítimo. Los movimientos sociales que la defienden suelen formular la necesidad de abandonar un criterio instrumental de violencia. En otras palabras: para estas propuestas políticas la violencia no puede entenderse como un medio legítimo para un fin deseado. Las acciones deben tener un carácter ejemplar y no constituir meramente una estrategia útil para lograr tales objetivos. Esta convicción surge de una concepción del cambio social que concede una gran importancia al proceso de construcción de alternativas. En lugar de pensar en el momento revolucionario separado de la nueva sociedad a la que aspiran, intentan anticipar en la acción política las formas de sociabilidad que buscan construir. Se argumenta que, si queremos una sociedad sin violencia, las acciones políticas que emprendemos no pueden ser ellas mismas violentas. Según este punto de vista, si reproducimos lo que queremos subvertir, lo estaremos legitimando.

Los movimientos de desobediencia civil son particularmente interesantes porque interrumpen la cadena entre la violencia conservadora de derecho y la violencia fundadora de derecho.

Contra la tentación de combatir la violencia que pretende conservar el derecho con más violencia y, por lo tanto, convertir la violencia en un instrumento o medio legítimo para un fin predeterminado, los movimientos de desobediencia civil practican una respuesta no violenta a la violencia. Es una respuesta activa (no meramente pasiva) que implica una lucha constante para vencer la tentación mimética de la violencia.

La no violencia es una postura crítica que pretende cuestionar el orden vigente y construir uno nuevo sin hacer uso de la coerción.

Quizá no baste vencer al que piensa de manera diferente para instaurar o conservar un determinado orden social. La falta de convicción resulta una herida mortal en un régimen puesto que abre las puertas a su cuestionamiento una vez desaparecida la fuerza y la coerción que lo mantiene.

¿VENCER O CON-VENCER?

Nadie pone en duda el hecho de que la violencia puede llevar a la victoria. No obstante, quizá no baste vencer al que piensa de manera diferente para instaurar o conservar un determinado orden social. La falta de convicción resulta una herida mortal en un régimen, puesto que abre las puertas a su cuestionamiento en cuanto desaparece la fuerza y la coerción que lo mantiene.

Podemos pensar en la frase atribuida a Miguel de Unamuno «venceréis, pero no convenceréis» dirigida a José Millán-Astray, general del bando sublevado. En ella se pone de manifiesto que se puede resultar victorioso mediante el uso de la fuerza y no por ello necesariamente generar convicción entre los vencidos.

Aunque desde cierto punto de vista de la “realpolitik” (política realista) la defensa de acciones políticas no violentas resulte naif, quizá valga la pena hacer un alegato a favor de la persuasión frente a la mera imposición.

Si bien es cierto que en determinados contextos y coyunturas la violencia se nos presenta casi como la única alternativa —aunque sea bajo la forma de la autodefensa— el mero hecho de que tanto la conservación como la instauración de derecho no implique necesariamente la violencia, nos debe invitar a pensar en otras formas de actuar políticamente.