Derechización electoral a la uruguaya
Diego Castro Vilaboa
Rebelión
16-10-2019
El domingo 27 de octubre tendrá lugar la primera vuelta de las elecciones nacionales en Uruguay. Ninguno de los candidatos logrará superar el 50% requerido para ser electo, por lo que el próximo presidente se definirá en la segunda vuelta, exactamente un mes después. En ese caso, según indican las encuestas, ganaría la derecha recuperando la presidencia luego de quince años de gobiernos progresistas con mayoría parlamentaria.
Once varones compiten por la presidencia, aunque solo dos tienen posibilidades de ser electos: el candidato del Frente Amplio Daniel Martínez y el del Partido Nacional Luis Lacalle Pou. Un poco más lejos quedan las aspiraciones de Ernesto Talvi y su partido Colorado que gobernó el país por doscientos años, con breves interrupciones. Avanzando en las encuestas se coloca cuarto Cabildo Abierto, un partido creado en el mes de abril cuyo candidato fue comandante en jefe del ejército por cuatro años bajo gobiernos frenteamplistas: Guido Manini Ríos.
El resto de los partidos pequeños oscilan en torno al 1 % de apoyo y con seguridad al menos dos de ellos no accederán al parlamento
Hechas estas aclaraciones iniciales, es importante comprender las presentes elecciones nacionales en dos episodios diferenciados. La primera vuelta, marcada por la conformación del parlamento, y el balotaje, donde los dos candidatos más votados compiten por la presidencia.
Detengámonos en los cuatro partidos con mayor respaldo. Según las encuestas: el Frente Amplio obtendría entre el 30 y el 40 % de los votos, el Partido Nacional entre el 23 y el 28 %, el Partido Colorado entre 12 y 18 % y Cabildo Abierto entre 7 y 12 %. Dos encuestadoras han publicado escenarios de balotaje, en ambas la derecha ganaría en segunda vuelta. Para la consultora Opción, Lacalle reuniría el 49% y Martínez 41%. Mientras que para Radar Lacalle obtendría 47% y Martínez 44%.
Los resultados de la primera vuelta no son trasladables al balotaje, al menos por un elemento importante que beneficia al candidato del Frente Amplio: contradiciendo a las encuestas, es poco probable que Lacalle logre capturar todos los votos de Talvi y de Manini, sobre todo por su perfil altanero, esto es, sus ínfulas y estilo aburguesado. La duda se presenta en torno a si este elemento es suficiente para que Martínez pueda descontar una diferencia tan importante. Si comparamos con la elección de 2014 el Frente Amplio perdió casi el 10% del electorado.
Gane quien gane, el próximo gobierno será más débil que los tres anteriores y también estará más a la derecha. Ninguna de las fuerzas políticas tendrá mayoría parlamentaria y a priori la conformación de bloques no será tarea sencilla. Aumentará la dispersión partidaria y la incidencia de la derecha en el parlamento. En la actualidad cinco partidos tienen representación parlamentaria, y es probable que entre tres y cuatro más ingresen, uno de ellos con fuerte presencia (Cabildo Abierto). Todo parece indicar que el partido de Manini jugará un papel relevante, incluso por encima de su respaldo electoral (en el mejor de los casos obtendrá cuatro senadores y una decena de diputados). De los restantes partidos, solamente la Unidad Popular tiene una clara orientación de izquierda.
Los candidatos: un museo de grandes novedades
Un socialdemócrata con retórica emprendedora, el hijo del presidente que impulsó las privatizaciones en los noventa, un ‘chicago boy’ y un militar con pedigrí de extrema derecha: estas son las principales opciones electorales.
Martínez y Talvi tienen 62 años, Manini 60 y Lacalle 46. Todos ellos son profesionales universitarios: Martínez Ingeniero Industrial, Talvi Economista, Manini además de militar de carrera es Historiador y Lacalle Abogado. Los dos últimos son graduados de una universidad privada (Universidad Católica) y los primeros en la pública (Universidad de la República). Paradojalmente, los graduados en la universidad pública tienen fuerte trayectoria profesional privada y Manini y Lacalle se han desempeñado fundamentalmente en la esfera estatal, el primero como militar y el segundo como parlamentario desde los 27 años.
Daniel Martínez fue presidente de la juventud socialista, tiene militancia política en dicho partido y fue dirigente sindical en la federación de funcionarios de la empresa estatal de combustible (ANCAP). En los inicios de la década de los noventa concentró su actividad en el sector privado, hasta que en el primer gobierno del Frente Amplio (2005) asumió como presidente de ANCAP y luego como Ministro de Industria. En 2010, pese a contar con buen apoyo -según las encuestas- el Frente Amplio niega la posibilidad de que compita para Intendente de Montevideo, lo que sucede en 2015 ganando la elección. Siendo ministro (2009) ingresa a la Gran Logia de la Masonería. En sus participaciones públicas insiste en defender lo hecho por los gobiernos progresistas y critica enfáticamente la negatividad desatada por la oposición. El eslogan de su campaña es “Mantener lo bueno, hacerlo mejor”. Paradojalmente para un candidato de “izquierda”, ha expresado en reiteradas oportunidades que uno de los desafíos estructurales del Uruguay es generar cultura emprendedora. Además de ser candidato, Martínez encabeza la renovación generacional del Frente Amplio y es propenso a armar sus propios equipos sin dar mayor importancia a los equilibrios internos, ni a los referentes históricos (Vázquez, Mujica y Astori), siendo esto notorio en la conformación de los grupos de asesores temáticos que constituyó durante la campaña. Sorprendió al promover a Graciela Villar a la vicepresidencia, contradiciendo las opiniones de Astori y desplazando a Carolina Cosse, la candidata del sector de Mujica que había salido segunda en las internas. Hasta entonces Villar era una militante desconocida fuera de las estructuras partidarias. Los movimientos de Martínez están desacomodando la estructura y los equilibrios internos. Inicialmente los dos sectores principales del Frente Amplio disminuirán su caudal electoral, el ala derecha de la coalición del Ministro de Economía Danilo Astori y el sector del expresidente Mujica. Pese a ello, estos grandes brazos de la coalición seguirán funcionando, de confirmarse las encuestas el sector “progresistas” del expresidente del Banco Central Mario Bergara y las alianzas en torno al sindicalista de la construcción e integrante del Partido Comunista Oscar Andrade, se convertirán en las dos fuerzas principales de la bancada parlamentaria del Frente Amplio. Las principales propuestas de Martínez están atravesadas por un aura modernizadora y desarrollista, que efectivamente propone dar continuidad al modelo de promoción de la inversión privada para no dejar de crecer. El plan es que el Estado genere los beneficios necesarios para que la actividad económica crezca indefinidamente y una parte muy menor de ese crecimiento pueda ser transferido a los servicios públicos y a políticas compensatorias, siempre focalizadas.
Luis Lacalle Pou es el candidato más joven en competencia, hijo de Luis Alberto Lacalle Herrera, presidente entre 1990 y 1995, y líder actual del sector que fundara su bisabuelo Luis Alberto de Herrera. Lacalle representa la vuelta a las políticas neoliberales-promercado, aunque su discurso se matiza cuando expresa su apoyo a varias de las políticas sociales frenteamplistas. Propone una reducción del gasto público drástico (shock) para contener el déficit fiscal y flexibilizar las negociaciones salariales por sector atendiendo a las particularidades de cada empresa.
Ernesto Talvi, economista formado en Chicago y apadrinado por el último presidente colorado Jorge Batlle, fallecido en 2016. Fue asesor del Banco Central entre 1990 y 1995. Desde fines de los noventa dirige CERES, una fundación que asesora productores agropecuarios y empresarios. Talvi se auto identifica como liberal, e intenta conectar con la tradición de la excepcionalidad uruguaya y la idea de la “la suiza de América”, usando como eslogan de campaña una frase de Batlle y Ordoñez, la principal figura de su partido en el siglo xx: “un pequeño país modelo”. Pese a ello, su agenda, formación y trayectoria es de claro sesgo neoliberal.
Guido Manini Ríos es una novedad añeja. Novedad porque irrumpe con su partido hace solo unos meses y reúne 12% del electorado (en ascenso). Añejo, ya que proviene de una familia de políticos del sector riverista (extrema derecha) del Partido Colorado. Su abuelo Pedro fue diputado, senador, ministro del Interior y canciller. También fue ministro de Hacienda en la dictadura de Terra (1933-1938). Su tío Carlos fue diputado, senador, ministro del gobierno predictatorial de Pacheco, embajador durante la dictadura y ministro del Interior del primer gobierno de Julio María Sanguinetti. Manini fue comandante en jefe del ejército desde 2015, cuando fuera nombrado por José Mujica, hasta 2019. En este año fue destituido por el presidente Vázquez luego de violentar la inhibición constitucional de los militares de intervenir en asuntos de política nacional: primero opinando sobre la reforma de las jubilaciones militares y posteriormente criticando a la justicia por el tratamiento que realiza a los militares que están involucrados en crímenes de lesa humanidad. De vida acomodada, estudió en el Liceo Francés, luego hizo carrera militar y estudió historia en la Universidad Católica. Fue observador militar en Irán (1988), Irak (1989) y Mozambique (1993 y 1994). Un año (2010) antes de ser ascendido a general fue agregado militar en la embajada en EEUU. Mientras se desempeñó como comandante del ejército se mostró cercano a integrantes del gobierno, fundamentalmente al ministro de Defensa, el ex tupamaro Fernández Huidobro. Es recordada su participación en el entierro de Huidobro, cuando sostuviera que éste había sido uno de los mejores ministros de Defensa en la historia uruguaya. En 2017 fue acusado por organizaciones de derechos humanos de dar pistas falsas sobre los desaparecidos. La figura de Manini recuerda a Mario Aguerrondo, un militar que fue jefe de policía de Montevideo a comienzos de los sesenta, ultranacionalista y anticomunista, fundador de la logia paramilitar de los Tenientes de Artigas, que se presentara a las elecciones en 1971 por el Partido Nacional y obtuviera un porcentaje similar al apoyo que tendrá Manini, 13%. El uso del artiguismo en su versión militar-nacionalista, la pertenencia al ejército, las posturas de “mano dura” y los sectores sociales que los apoyan vinculan a Aguerrondo y Manini.
Como es notorio, pese al esfuerzo por presentarse como propuestas renovadoras y relativamente ajenas a la “política profesional”, todos los candidatos están familiarizados con diferentes grupos de poder y las principales tradiciones políticas. En este contexto, lo esperable para las próxmas elecciones es un giro más o menos leve a la derecha, con o sin progresismo.
Contra el desánimo las luchas sociales: fuerza en sí y luchar para nosotrxs
En mi entorno, que mayormente es de militantes sociales sin filiación partidaria, el proceso electoral no levanta mayor expectativa, más bien se intercambian comentarios de preocupación. Unos sostienen que conviene que el progresismo pierda y que ello clarifique la relación de las luchas con el Estado. La experiencia argentina parece contradecirlos: cuatro años después, exceptuando la vitalidad feminista, el resto de las fuerzas populares se encuentran a la espera del retorno de un kirchnerismo descafeinado. Sería desolador encontrarnos en esa situación en 2024. Otras posiciones entienden que es preferible que haya un gobierno menos hostil a las posiciones de las luchas: una expresión apática de “lo menos malo”.
Más allá de estas especulaciones, el problema de las luchas se encuentra en el terreno propio, y aunque no da lo mismo quien gane, lo relevante es cómo se retoma protagonismo luego de 15 años de conflictividad controlada. ¿Cómo retomamos la mejor tradición de nuestras luchas, de ser fuerza en sí gobierne quien gobierne?
Exceptuando las luchas feministas y ambientales, el resto se desarrolla en un terreno mayormente delimitado por lo que se presenta como posible desde las esferas gubernamentales. El movimiento sindical, muy importante en Uruguay hasta la fecha, restringe su accionar a la defensa de algunas conquistas importantes pero claramente insuficientes, como por ejemplo el mantenimiento de la negociación colectiva de salarios. Habrá que aprender de las luchas que han logrado desbordar, impulsando una relación no ideológica con el Estado (pragmática), no estadocéntrica: luchas para obligar a que los gobierno y los patrones nos obedezcan. Esa será la manera desacoplar los deseos y anhelos populares de las siempre tibias concreciones gubernamentales.
El Frente Amplio, en sus tres gobiernos, abandonó cualquier atisbo de intentar llevar a cabo transformaciones relevantes de las injusticias y dominaciones que nos atraviesan. Es común que se festejen los grados inversores o las mediciones que demuestran lo buena salud de nuestro capitalismo dependiente. Esto no supone desconocer las mejoras materiales, pero son insuficientes y fundamentalmente insostenibles. Depender de un modelo que requiere de la inversión extranjera y la intensificación del despojo de los bienes naturales para crecer es como comprarse una soga a la medida del cuello. Podrá reactivarse la legitimidad del modelo momentáneamente con el 2% de crecimiento del PBI que promete la instalación de una segunda planta de producción de celulosa (UPM 2), pero ¿y luego? ¿otra inversión en condiciones más leoninas?
Entre el progresismo liberal y la restauración conservadora no encontraremos solución a los problemas de nuestras vidas: trabajos precarios y mal pagos, alquileres que se llevan más de la mitad del sueldo el primer día de cobro, servicios públicos caros y de mala calidad, violencia amplificada en todas sus expresiones y variantes, y una extensa lista que tendrá expresiones diferentes y concretas de acuerdo con quien la redacte. No hay una lista universal, así como tampoco un sujeto universal y abstracto que la pueda presentar y conquistar. Los tiempos que vienen requieren de amplios procesos de composición política de sujetos heterogéneos. Donde nadie deje de ser lo que es para compartir la lucha con otros.
La crisis de la izquierda en torno a las estrategias de transformación es añeja y profunda. Los desafíos son de largo aliento, siempre es tiempo de recomenzar. En los próximos meses solo elegiremos el próximo gobierno, nuestras alternativas se encuentran en otro lado, para encontrarlas hay que buscar diferente. No se trata sólo de querer un mejor gobierno, es necesario dar forma a experiencias políticas que nos permitan hacernos cargo de manera directa de los medios de vida. Fortaleciendo los existentes y creando nuevos procesos organizativos autónomos para la gestión del agua, la vivienda, los servicios educativos y de salud, etc. Formas que nos permitan producir re equilibrios, deformando los modos de gobierno y sus formas de gestión mercantil de la vida.
Una versión resumida será publicada originalmente en la próxima edición de la revista alemana “Lateinamerika Nachrichten” https://lateinamerika-nachrichten.de/.
El autor es docente en la Universidad de la República de Uruguay y estudiante del doctorado en Sociología de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. Investiga sobre luchas sociales y movimientos sociopolíticos en Uruguay y América Latina. Forma parte del colectivo comunicacional ‘Zur Pueblo de Voce’