El sueño de la razón
El peligroso discurso de la emergencia climática
Silvia Ribeiro
No hay duda de que estamos en una situación muy grave de crisis climática: desde que el planeta era inhabitable para la vida hace millones de años, nunca había habido tal concentración de CO2 en la atmósfera. Esto se traduce en calentamiento global, que con sólo 1 grado más de aumento en el promedio global de temperatura desde 1850, está produciendo violentos huracanes y tormentas, inundaciones, sequías, muerte de arrecifes coralinos, todo ello con graves consecuencias para los pueblos, sobre todo para quienes dependen directamente de la salud de los ecosistemas en sus formas de subsistencia, como los pueblos indígenas y campesinos. Que son a su vez quienes alimentan a la mayoría de la población mundial.
La crisis por tanto es real y es grave. No obstante, la manipulación discursiva que de ella hacen quienes son sus principales responsables – las mayores empresas de petróleo, carbón y gas, las de agronegocios, químicos, construcción, transporte y la docena de gobiernos de países que cargan con la mayor responsabilidad histórica por el calentamiento – garantiza que será peor.
La injusticia climática es un característica fundamental del cambio climático. Dos terceras partes del calentamiento global ha sido provocado por apenas 90 grandes empresas de petróleo, gas, carbón y cemento. A su vez, solamente 10 países son responsables históricos por más de dos terceras partes del calentamiento global, con Estados Unidos a la cabeza, con mucha diferencia. Desde 2010, China sobrepasó a EU como principal emisor,pero en distribución de emisiones per cápita, China sigue estando más de 10 veces por debajo de Estados Unidos. Actualmente, 10 países, incluidas China e India, además de Estados Unidos, Rusia, Unión Europea, Japón, Arabia Saudita y otros son responsables de más de 70 por ciento de las emisiones.
Todo ello para avanzar un modelo de producción y consumo industrial basado en combustible fósiles, que es la base del capitalismo.
Casi la totalidad del calentamiento global sucedió después de 1970, cuando ya se conocía que el proceso estaba ocurriendo y los riesgos que significaba. También se conocían sus causas y en la última década se las definió con mayor detalle: Según las cifras de expertos oficiales, como el IPCC en su 5º Informe Global; el calentamiento se debe a los siguientes factores: 25 % a la producción de energía de fuentes fósiles, 24 % a agricultura y deforestación, 21 % a emisiones industriales, 14% a transportes.
Estudios de organizaciones como Grain, Grupo ETC y la Coalición Mundial por los Bosques, entre otras, han extrapolado estos datos del IPCC, concluyendo que el sistema alimentario agroindustrial (incluyendo la ganadería a gran escala) debido a su alto uso de fertilizantes sintéticos y agrotóxicos –que son derivados de petróleo– , el hecho de que la expansión agropecuaria es el principal factor de deforestación a nivel global, los masivos transportes de alimentos a grandes distancias y la generación de basura orgánica que emite metano, son responsables del 44 al 57 por ciento de las emisiones que causan el calentamiento.
Tanto empresas como gobiernos conocen las causas de la crisis, pero sus acciones no se dirigen a modificar las causas del calentamiento global, sino a ver cómo “manejar” la crisis, buscando con ello crear nuevas fuentes de negocios, principalmente a través de mercados de carbono y nuevas tecnologías.
Recientemente, Secretario general de Naciones Unidas y algunos gobiernos, como el de Reino Unido, frente a las protestas masivas encabezadas por jóvenes, han comenzado a hablar de la necesidad de declarar un estado de “emergencia climática”.
Pero nuevamente, estos discursos en nada cuestionan las causas del calentamiento global ni pretenden cambiarlas. Si así fuera, lo lógico y coherente sería desmantelar aceleradamente la explotación de petróleo, carbón y gas, cambiar el sistema alimentario industrial basado dominado por trasnacionales, parar la producción de vehículos, cambiar radicalmente los sistemas de transporte para que sean públicos y colectivos y otras medidas por el estilo.
Pero por cínico que parezca, lo que sucede es lo contrario: se nombran las causas, para a continuación ignorarlas y ver cómo seguir con todo el sistema de emisiones de CO2, pero “compensando” esas emisiones con tecnologías de geoingeniería y mercados de carbono.
Este discurso de emergencia climática desde el poder es altamente riesgoso, porque justifica la geoingeniería, es decir la manipulación del planeta a nivel global por medios tecnológicos, para bajar la temperatura o remover gases de la atmósfera. Son propuestas tecnológicas que si realmente se desplegaran a la escala necesaria para influir en el clima global, provocarían un aumento catastrófico de las sequías e inundaciones en todos los trópicos, particularmente en Asia y África.
Ya las proponían desde hace una década, pero las llamaban un plan B. Ahora, con el llamado a enfrentar la emergencia climática, se proponen como plan A: si la situación es tan grave y urgente, solo queda usar tecnologías extremas para controlarla. Y encima lo ponen como si fuera una respuesta a las demandas de millones de jóvenes y gente preocupada por el cambio climático en todo el mundo, cuando en realidad es una renovada forma de hipotecar su futuro.
¿Significa esto que en realidad no existe “emergencia”? Sí existe, pero no sólo emergencia climática, también de desigualdad, de migrantes, desplazadas y desplazados en todo el mundo, de feminicidios, de guerras contra campesinas, campesinos y los pueblos indígenas, de guerras contra los pobres y muchas otras guerras, de extinción masiva de especies, de contaminación de oceános y suelos, de basura, de salud, de epidemias de cáncer y crisis inmunológica y muchas otras. La selección desde el poder de una de éstas como la central, en desmedro de las otras, es para obligarnos a aceptar medidas extremas y desde arriba, como si nos estuvieran salvando de algo.
Son las luchas colectivas desde abajo, por la defensa de la vida comunitaria en campo y ciudad, por las formas de producción sanas, por mantener la diversidad cultural y natural y/o por crear culturas nuevas y justas que restituyan la relación entre y dentro de las comunidades humanas y con la naturaleza, las que verdaderamente responden a las crisis, además de entrañar el tejido de resistencias y cuestionamiento real al sistema capitalista, ecocida y genocida.