¿Hacia dónde se mueven las placas tectónicas?
Octubre en el espejo muestra el rostro de una América Latina convulsionada. Nuevamente asoma la imagen del “volcán latinoamericano”. Ecuador y Chile lideran este proceso a través de levantamientos sociales y movilizaciones masivas que rechazan medidas de corte neoliberales, en medio de escenarios de toque de queda, estado de excepción y fuerte represión estatal.
EN LAS CALLES. En un Ecuador sin Rafael Correa, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) volvió a probar su poder de fuego “destituyente”, dejando a Lenín Moreno expuesto a la posibilidad de un fin de mandato precoz si no retrocedía en las medidas; pero también volvió a colocar en la agenda el antineoliberalismo, de la mano de la exigencia de plurinacionalidad. Nuevas generaciones salieron a protestar a la calle: sectores indígenas, clases medias y jóvenes urbanos excluidos. Las mujeres, desde feminismos populares, comunitarios y antipatriarcales, también fueron protagonistas. Luego del triunfo popular, con la derogación del decreto 883 (ligado a la suba de los combustibles), gran parte de las deudas sociales siguen hoy pendientes, sin un horizonte claro que indique el camino de cómo capitalizar esa fabulosa energía colectiva desplegada ni cómo salir del encierro neoliberal, con una economía dolarizada y asentada en commodities.
En Chile, la continuidad de los acuerdos asentados tras la salida del poder de Augusto Pinochet mantuvo muchos de los pilares construidos en los años de la dictadura. Estos acuerdos siempre se han hecho notar y los partidos políticos no parecen representar ni mucho menos conducir la protesta social. Lo que adviene en Chile es un inédito ensayo generalizado de desobediencia civil, de liberación cognitiva[i], en el cual la bronca radical de los varones y mujeres más jóvenes (estudiantes pero también quienes pertenecen a urbanos excluidos) se mezcla con los caceroleos de clases medias, cada vez más instaladas en la franja de la desilusión, frente a una fiesta neoliberal que no los tiene como invitados.
Las protestas hicieron estallar el modelo chileno por los aires, ese modelo con el que todas las derechas regionales y globales se enseñoreaban al señalar como horizonte deseable. Las protestas muestran las heridas que en los cuerpos dejan las enormes aspas de la desigualdad (en términos de derechos básicos, como el transporte, la salud, la educación; y en términos de violencia estatal). El presidente Piñera puso a los militares en la calle y disparó los peores fantasmas de la dictadura, en un accionar que derivó en muertes, abusos y violaciones de derechos humanos. Como afirma el geógrafo chileno Enrique Aliste, “hemos retrocedido 35 años en menos una semana”. Luego del insólito “estamos en guerra” de hace unos días, Piñera acaba de pedir perdón, y ensaya una estrategia de “alivio”, lo que en el plano simbólico implica un retroceso mayor. Después de todo, Piñera se había comparado con Ulises, diciendo que se taparía con cera en los oídos para no caer en la tentación de los cantos de sirena populistas (Cooperativa, 17/10/2019).
La nota inesperada la aportó Bolivia, donde la decisión del tribunal electoral de suspender (por 20 horas) el conteo rápido de los resultados de la elección presidencial del pasado 20 de octubre, trajo lógicas sospechas de fraude, y sumó más “convulsión social” al continente, además de indignación nacional e internacional. El otrora esperanzador “binomio plurinacional” (Evo Morales-Álvaro García Linera) se convirtió a lo largo de los años en el “binomio oficialista”, y luego del referéndum de 2016 (que no logró frenar la obsesión de Morales por continuar en el poder), en lo que algunos llaman socarronamente el “binomio inconstitucional”… Y frente a esto, un sector radical de la oposición, sobre todo en Santa Cruz, parcialmente remozada, busca aprovechar la crisis para tratar de recuperar espacio en el tablero político boliviano.
Todo esto requiere matices, pero ¿quién podría negar la deriva política de Morales, quien nació del ciclo de luchas anti-neoliberal, de las entrañas de los movimientos sociales, que tanta repercusión tuviera en términos políticos y simbólicos en la región latinoamericana? Su afán reeleccionista es la ilustración más cabal de lo que ha significado la concentración del poder durante el ciclo progresista. No hay margen de idealización posible para quien fuera considerado el “primer presidente indígena de América Latina”, frente a esta condenable obsesión por permanecer en el poder. Algo que, sin embargo, no debe hacernos olvidar las transformaciones sociales positivas operadas en la sociedad boliviana, en el marco de una envidiable estabilidad económica. Esperemos que la auditoria de la Oea se realice y cierre este penoso, pero poco olvidable suceso, y Morales acepte los resultados de la votación.
En este contexto tan poco ordinario, este fin de semana Argentina y Uruguay salen a votar por un nuevo presidente, en un contexto de acentuada polarización.
TIEMPO EXTRAORDINARIO. Por último, hay tres factores generales que recorren el escenario actual que deben llamarnos a la reflexión. En primer lugar, estamos asistiendo a levantamientos populares en todo el mundo (desde Hong Kong, Egipto y Cataluña, hasta América del Sur). Estos operan en un contexto de aumento de las desigualdades sociales, así como también de un notorio empoderamiento de las extremas derechas. Antes que una supuesta viralización –como sostienen algunos–, van surgiendo masivos movimientos de resistencia civil que frente a un hecho particular –una medida de gobierno, que los perjudica–, toman conciencia de la injusticia y del daño moral, del proceso de creciente elitización del mundo contemporáneo. No se trata de contagio, sino de un proceso de liberación cognitiva, tal como dije, que en sucesivas oleadas locales, mueve las placas tectónicas (utilizo la potente imagen de un analista chileno[ii]), generando un nuevo clima de época, lo que a su vez tiene por respuesta la profundización del estado de excepción.
En segundo lugar, en América Latina no existen en la actualidad fuerzas político-partidarias de izquierdas capaces de constituirse en articuladoras de los nuevos procesos sociales anti-neoliberales. En la actualidad una parte importante de las izquierdas están agotadas, cuando no desacreditadas, luego de la experiencia de los progresismos realmente existentes, cuyo balance –ambivalente y desigual, según los países– todavía está siendo debatido en la región. El retorno del peronismo en Argentina, con Alberto Fernández, aún no es posible interpretarlo como una vuelta tout court del kirchnerismo. Probablemente se trate de un gobierno de centro, con algunas medidas de centro-izquierda, en un contexto de vacas flacas, y de enorme emergencia económica, social y financiera.
En tercer lugar, lo novedoso en América Latina es la fragilidad del escenario político posprogresista emergente, que viene acompañado por la amenaza de un backlash, de una reacción virulenta en contra de la expansión de derechos, de retorno de lo reprimido, capaz de desplegarse a través de peligrosas cadenas de equivalencia, que engarza tanto con las nuevas derechas tradicionalistas como con los fundamentalismos religiosos. En Brasil, esas corrientes sociales encontraron una sorpresiva traducción y una convergencia política electoral, que dieron nacimiento a una nueva derecha radical, con Jair Bolsonaro.
Así, las fuerzas de extrema derecha y de derecha neoliberal que recorren el continente son cada vez mayores: la tercera fuerza en Bolivia es liderada por un pastor evangélico, nacido en Corea del Sur, Chi Hyun Chung, que tuvo el 8,77 por ciento, y es conocido como el “Bolsonaro boliviano”. En Ecuador no son pocos los que sostienen que Lenín Moreno es la transición hacia un futuro gobierno de derecha plena, liderado por Jaime Nebot, alcalde de Guayaquil, el mismo que tuvo las expresiones abiertamente racistas para con los indígenas movilizados. En Argentina, el debate presidencial, que enfrentó a seis candidatos, todos hombres, ilustró una cruda realidad: tres de ellos son abiertamente de derecha (dos de ellos, de extrema derecha como José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión); dos de centro (en el caso de Alberto Fernández, con elementos de centro izquierda) y un solo candidato es de izquierda (el del Frente de Izquierda, que articula a varias fuerzas trotskistas y postula a Nicolás del Caño)…
Así, es posible que estemos ingresando a un “tiempo extraordinario”, en el cual la liberación cognitiva de las multitudes y la conciencia del daño mueven las placas tectónicas de la transición pero a ciencia cierta, en un contexto tan enrarecido ideológicamente, no sabemos hacia qué transición nos estamos dirigiendo.
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[i] El proceso de liberación cognitiva, según Mc Adam, “alude a la transformación de la conciencia de los potenciales participantes en una acción colectiva. Ésta se da en tres sentidos, que a su vez son acumulativos (es decir, se deben dar de manera secuencial, en fases): primero el sistema pierde legitimidad; a continuación, los afectados por un problema salen de su aletargamiento, superan el fatalismo o resignación y exigen cambios saliendo de su estado de inacción; finalmente, se genera un nuevo sentido de eficacia al percibir expectativas de éxito y logro de resultados a través de la acción colectiva”. Citado en N. García Montes, disponible en: http://www.redcimas.org/wordpress/wp-content/uploads/2013/03/t_aproximacion_teorica_mmss_garcia.pdf
[ii] Véase Fuego y furia en el «oasis» chileno de Noam Titelman (Nueva Sociedad, octubre de 2019)