No solamente de política vive el hombre

A pesar de sus pretensiones políticas, pretensiones de verdad, pretensiones de legitimidad, pretensiones de jerarquía, en los ámbitos de las dominaciones poliformas, el hombre también es humano, es decir, es el devenir mismo de la humanidad, en la complejidad de la arqueología cultural.



7 noviembre, 2019

No solamente de política vive el hombre

Raúl Prada Alcoreza

 

Como escribió Jacques Derrida[1], la política es de hombres, de las fraternidades masculinas. No entran las mujeres, la sororidad no es reconocida en la administración de la Polis. Si lo hace es como alteridad, es más, cuando cuestionan el horizonte mismo de la política, lo atraviesan como alteridad absoluta, interpelando a las fraternidades masculinas. Entonces, la política es un ámbito de realización de los hombres, cuando las mujeres participan lo hacen, prácticamente, asumiendo los roles asignados por la masculinidad o lo hacen, como se dice, figurativamente, como floreros. Pero, a pesar de estas circunscripciones, no solamente de política vive el hombre. Ciertamente, lo que acabamos de decir tiene más validez si nos referimos al ser humano, a su devenir. Incluso el hombre como tal, como síntesis ideal de las fraternidades masculinas, no solamente vive de política. El hombre, a pesar de la cultura patriarcal, cristalizada en sus huesos, inscrita en sus habitus, tiene afectos, no puede desentenderse de los mismos, a veces llora, también ríe y se alegra, goza de los momentos de placer, se deleita en la contemplación, admira el arte y la estética. Si bien, esto comparte también como ser humano, en su comletud, concretamente, con la alteridad femenina, lo que queremos remarcar es que, a pesar de sus pretensiones políticas, pretensiones de verdad, pretensiones de legitimidad, pretensiones de jerarquía, en los ámbitos de las dominaciones poliformas, el hombre también es humano, es decir, es el devenir mismo de la humanidad, en la complejidad de la arqueología cultural.

 

A lo que apuntamos es a decir que incluso el hombre como tal, como ideal, ya anacrónico, de la civilización patriarcal, no se realiza en el ámbito político, por más que los juegos de poder sean de su predilección. Es más, cuando hace política se estresa, sufre, se vuelve paranoico; lo peor, odia, es rencoroso, teme a sus fantasmas que nombra enemigo. Es cuando se pierde en sus laberintos insondables.  Se vuelve asesino.

 

Si bien se puede retomar otra acepciones de la política, por ejemplo, aquella que la concibe la política como democracia, en sentido radical, es decir, como suspensión de los mecanismos de dominación, como ámbito de realización de la igualdad, con todas los contrastes y contradicciones que puedan aparecer, sigue la política estructurada por las esterificaciones de las fraternidades masculinas, incluso cuando, como en la democracia moderna, se haya otorgado el voto a las mujeres, además de su posterior participación. La política no ha dejado de ser cosa de hombres. Pero, se trata no solamente de lograr que la política sea también cosa de mujeres, sino de comprender qué pasa cuando la mujer ingresa a la interpelación y a la acción como alteridad, es más, como alteridad absoluta.

 

Jacques Derrida elucubra la posibilidad de un más allá de la política. Más allá de la política es ir más allá del amigo y del enemigo, de esta dualidad esquemática que define la política, más allá de la invención del enemigo. La política no puede funcionar sin la referencia del enemigo. Por eso, creer que es en el ámbito de la política donde se va a conseguir la liberación es una ilusión, que alimenta la tragedia de Prometeo. Entregar el secreto del fuego a los humanos le valió el castigo de los dioses, ser martirizado eternamente por el despellejamiento; las águilas le arrancan la piel, la carne, los órganos. La política promete, entrega la ilusión de la liberación, empero, lo que se obtiene es el eterno retorno de lo mismo, el eterno retorno de las dominaciones. En el ejercicio de la política, sobre todo de la política trivial, prepondera el espíritu de resentimiento, se desenvuelve la consciencia desdichada, del sujeto desgarrado en sus contradicciones; rige la consciencia culpable. Por eso, el círculo vicioso del poder redunda intermitentemente en las emergencias acumuladas de los odios y las frustraciones, que se manifiestan en los desplazamientos dramáticos de la violencia. No nos perdamos solamente en algunas figuras determinadas del odio y de la violencia, por ejemplo, el racismo, pues el racismo es una de las formas de los despliegues abrumadores del odio y de la violencia. El problema no radica en una de las formas, sino en las dinámicas perversas mismas de las manifestaciones atroces de la consciencia desdichada.

 

Las fraternidades masculinas, en los momentos de emergencia, no saben otra cosa que recurrir al arsenal guardado de los instrumentos de guerra, pero también de tortura. Antes de encontrar otras soluciones, prefieren optar por el recurso fácil de la violencia descarnada, la prefieren desesperadamente, lo que devela sus propios miedos aterradores, matar o dejarse matar. Lo que habla de por sí del fracaso de las fraternidades masculinas en lo que respecta a la administración pública, el Estado, y el fracaso del cumplimiento de las promesas a la sociedad. A estas alturas de las dramáticas historias políticas de la modernidad se debería tomar consciencia de este fracaso y en consecuencia abrirse a otros horizontes y ámbitos de realización humana, abandonando la creencia que es indispensable el ámbito político.

 

Para hacerlo fácil, en lo que respecta al sentido inmanente de esta exposición, podemos comenzar con un desplazamiento fundamental, liberar los afectos, liberar la capacidad de amar, de asombrarse, así como, liberar la capacidad de aprender. Este desplazamiento tiene que ver con una figura olvidada, la de la humildad, opuesta, obviamente, a la soberbia, que campea en las instituciones políticas y sociales. No se trata, por cierto, solamente del decantado, pero no cumplido, mandamiento del amor al prójimo, sino del amor a la vida, en el devenir de su potencia creativa, por lo tanto, en la configuración de sus proliferantes formas vitales. Para ir al asunto: ¿por qué perder tanto tiempo en odiar, cuando por este camino, lo que se consigue es retornar a los desenvolvimientos repetitivos de los dramas humanos? ¿Por qué no se aprende de los errores reiterativos? ¿Por qué se los repite? ¿Hay una enfermedad congénita en el ser humano que lo obliga a repetir, intermitentemente, su autodestrucción? Esta sería una hipótesis de interpretación extrema que, sin embargo, es plausible, no es descabellada; pero, no es la única hipótesis posible, hay otras; por ejemplo, esta que estamos usando en el ensayo, la de que la práctica política limita y empobrece al ser humano.

 

Parece que salir del círculo vicioso del poder, de la reproducción proliferante y recurrente de las dominaciones, tiene que ver con salir de la preeminencia de la política en el quehacer social, en lo que respecta a sus formas de organización, administración y producción. Esto implica varios descentramientos, desplazamientos y rupturas, no solamente epistemológicas, sino culturales y civilizatorias. Un desplazamiento ya lo mencionamos, la intervención de la alteridad absoluta, la mujer, que se abre no solamente a la sororidad, que podría terminar siendo una simetría a la fraternidad, sino abrirse a los decursos del devenir distinto. El cultivo del amor a la vida y de los afectos corresponde a la liberación de la potencia social, por eso, de la voluntad de potencia. En términos filosóficos podríamos decir que se trata de pasar de la consciencia desdichada a la consciencia dichosa, de aquella desgarrada por las contradicciones profundas a aquella armonizada en sus complementariedades dinámicas.

 

Se puede nombrar otros desplazamientos que desestructuran la herencia política; ya no se trata del gobierno de uno mismo, de la familia, de la ciudad, del Estado, del mundo; por lo tanto, en su acepción antigua, no se trata de gobernar la fuerzas, sino del juego de la complementariedad y armonización de las fuerzas. Lo que implica, de por sí, la reinserción de las sociedades humanas a los ciclos vitales planetarios, potenciando, a la vez, a las sociedades humanas y al resto de las sociedades orgánicas. A propósito, una aclaración; no se trata de la ecología política, sino de una ecología que va más allá de la política[2].

 

La crisis ecológica, que amenaza la sobrevivencia humana, obliga a una actitud de emergencia de los pueblos del mundo. No pueden seguir en los decursos de la civilización moderna, civilización de la muerte, que arrastra a las sociedades humanas al abismo. La actitud radical requerida corresponde a clausurar las genealogías y arqueologías de esta civilización de la valorización abstracta. Abrirse a los horizontes alternativos de las civilizaciones ecológicas.

 

 

En lo que respecta a la álgida coyuntura de crisis múltiple, en el mundo, en el continente y en el país, crisis que hemos nombrado, en el substrato superficial, es decir, visible inmediatamente, como crisis constitucional y del fraude electoral; crisis que en un sustrato ya no superficial,  sino siguiente en profundidad, corresponde a la crisis de legitimidad y crisis institucional; en el substrato más profundo, la hemos denominado crisis múltiple del Estado-nación; es menester no dejarse atrapar en  las soluciones inmediatas, que son políticas. Por más que éstas sean necesarias y urgentes, en el momento, los planos de intensidad de la crisis, en términos de espesores de las dinámicas de la crisis, desafían encontrar soluciones no solamente inmediatas, tampoco solamente de alcance medianos, sino de largo plazo. Esto implica transformaciones estructurales e institucionales, acompañadas por transformaciones culturales y civilizatorias, por lo menos, de comienzo.

 

Como hemos dicho, la crisis de la forma de gubernamentalidad clientelar ha cruzado todo su ciclo, el del entusiasmo, el de la economía política del chantaje, el de la violencia descarnada, el de la decadencia desmesurada, que anuncia la clausura del ciclo. Lo que anuncia un cambio de gobierno, si es que no es un cambio en la forma de gubernamentalidad clientelar. No se sabe exactamente qué viene; si es un retorno craso a la forma de gubernamentalidad neoliberal, como en el caso de otros países, o si se va a incursionar en el intento de la invención de otra forma de gubernamentalidad; sin dejar de considerar la posibilidad de continuar en la forma de gubernamentalidad clientelar. Sin embargo, aunque se dé, en el mejor de los casos, el intento de una nueva forma de gubernamentalidad, no se puede dejar de responder al desafío de los espesores constitutivos de la crisis; esto equivale a respuestas de transformaciones en las estructuras de poder, que pasan por transformaciones estatales; pero, sobre todo, supone cambios radicales en la relación de la sociedad boliviana con sus ecosistemas.

 

Si consideramos, el darse la oportunidad a una nueva forma de gubernamentalidad, a transformaciones estructurales e institucionales, a la inauguración de relaciones armónicas y complementarias con los ecosistemas y los ciclos vitales, entonces, es prioritario contar con la capacidad de conformar consensos, que pueden dar lugar a transiciones consensuadas. Esto mínimamente requiere del ejercicio pleno de la democracia participativa, directa, comunitaria y representativa, establecida en la Constitución. La construcción de consensos requiere de la predisposición a escuchar, a acordar, a colocar en agenda los desacuerdos, para su discusión y evaluación colectiva. Llamemos, en su cobertura, a este ejercicio mayor, el ejercicio de la democracia de consensos. En pocas palabras, optar por las transformaciones consensuadas, no por la imposición de un programa, que termina siendo autoritario, sea cual sea éste, tenga la tendencia que tenga; lo que deriva en la restricción de las posibilidades para resolver problemas, además del empobrecimiento mismo de la propuesta y el proyecto político. No es un ideal que se persigue a lo que debe adecuarse el mundo efectivo, es más, la realidad efectiva, sino que son las dinámicas de la realidad efectiva las que exigen constantes adecuaciones, adaptaciones, renovaciones y transformaciones de los instrumentos institucionales, administrativos, organizativos y programáticos.

 

No sabemos, por el momento, cual va a ser el desenlace de la crisis constitucional y del fraude electoral en Bolivia. Obviamente, depende de este desenlace el contar con la situación y condiciones de posibilidades históricas-políticas-sociales-culturales para darse la oportunidad de construir un país alternativo y alterativo a su dramática historia política. Esperemos que la concurrencia de las fuerzas encontradas no desencadene costos sangrientos. Lo que sí se puede lograr si no se insiste en la intransigencia acostumbrada. Al final, la solución a mano es fácil, nuevas elecciones en condiciones de transparencia democrática. Lo que el gobierno puede negociar es la participación electoral del presidente, inhabilitado por el referéndum y la Constitución, dándose un acuerdo perentorio. Lo que no pueden negociar las otras fuerzas, puestas en escena, que no se restringen a la llamada “oposición”, pues hay otros actores sociales que han ingresado al escenario, son los Comités Cívicos y otras organizaciones sociales y de defensa de la democracia, es lo de las nuevas elecciones, además de la renuncia del presidente. Se entiende, que dada la magnitud del escandaloso fraude y del desencadenamiento de la violencia, sobre todo del despliegue atroz del terrorismo de Estado, es consecuente exigir la renuncia del presidente. Empero, si hubiese hipotéticamente la predisposición cierta a dialogar y a buscar acuerdos, entonces lo que se pone en mesa, como solución evidente, son estos acuerdos y renuncias.

 

[1] Leer de Jacques Derrida Políticas de la amistad. Trotta Editorial; 1998.

[2] Ver Ecología en acción. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/ecolog__a_en_acci__n.