09-11-2019 |
En primer lugar, habría que delimitar, contextualizar e historizar cada experiencia para evitar las simplificaciones, los reduccionismos y las generalizaciones que poco ayudan a la comprensión de la nueva fenomenología que nos debería impactar como un tsunami en la conciencia de lo que a cada uno corresponde hacer.
No es lo mismo el independentistmo catalán que el kurdo. Tampoco la lucha contra el neoliberalismo en Ecuador y Chile protagonizada por movimientos sociales, indígenas en el primero, que aquella por la que discursivamente transita México y Argentina. No son equiparables las luchas por la vida y la defensa de los territorios en América Latina, con las de los Partidos Verdes o los movimientos ecologistas en Europa. La propuesta antipatriarcal y anticapitalista de Marichuy en nuestro país, no necesariamente es asimilada y defendida por Greta Thonberg en la ONU. Los diversos feminismos globales ponen el acento en problemáticas particulares e incluso generacionales como la despenalización del aborto, el derecho a decidir sobre su cuerpo, la denuncia de los feminicidios o la búsqueda de equidad en todo el orden societal. Las kurdas musulmanes de YPG en Rojava, o las adolescentes palestinas que resisten la ocupación del Estado Israelí están en una frecuencia diferente a la de las militantes del #MeToo, aunque en el fondo enfrenten al mismo opresor. La oposición en Colombia, Venezuela y Bolivia no necesariamente comparten los mismos valores y símbolos que en Hong Kong, Irak o Líbano, aunque todas se valgan de las redes sociales. La cobertura mediática en Haití no es la misma, o no tiene el mismo impacto entre las izquierdas de todo el planeta. No deben obviarse las diferencias, de clase, religión, género y cultura.
Sin embargo, pese a todas las diferencias, dinámicas contradictorias y caóticas ejemplificadas anteriormente, es posible como en 1968 encontrar algunos rasgos característicos, aunque no definitorios del momento actual y del futuro. Todavía es prematuro conocer sus efectos. Asistimos a un cambio de época, estamos iniciando un cambio de mentalidad son preguntas que debemos plantearnos sin apresuramientos, pero sin fatalismos. La primavera árabe o los gobiernos progresistas generaron expectativas muy alejadas de lo que finalmente aportaron.
Para los mortales de América Latina, los de abajo, campesinos o personas de a pie que viajamos en transporte público y no tenemos injerencia en las decisiones de nuestros gobiernos, el reto es no volver a permitir los “errores” de los gobiernos progresistas, por lo que nuestros esfuerzos deben concentrarse en los movimientos sociales y su articulación, sin renunciar necesariamente a lo electoral o reformista. En Ecuador y Chile los movimientos sociales han comprendido que el problema no se resuelve exclusivamente derrocando al titular del poder ejecutivo, como ya se ha hecho en Argentina o en el mismo Ecuador, han adquirido una conciencia más global de que el problema es el modelo económico político y social. Civilizatorio para resumirlo. Esa es la lección que ya podemos asimilar. Si aceptamos que la lucha del futuro es por la vida y en contra del capitalismo, luego entonces debemos desplegar toda nuestra imaginación y creatividad, afinar nuestros métodos de lucha. Porque otro mundo no es sólo posible, sino necesario.