Las luchas de las mujeres: un torrente específico y autónomo con horizontes subversivos propios

Hay diversas maneras para acercarse a la reflexión sobre las muy variadas y heterogéneas luchas que las mujeres hemos dado a lo largo de la historia: desde la empecinada lucha de resistencia que desplegaron las llamadas brujas durante los siglos xvI y xvII en una Europa donde a sangre y fuego el capitalismo se abría paso, despojando de bienes y saberes a las comunidades rurales me-dioevales; hasta los sistemáticos esfuerzos de las obreras que durante el siglo xIx se levantaron, una y otra vez, a veces junto a sus hermanos, a veces ellas solas, buscando limitar la jornada de trabajo y exigiendo cierta garantía para la subsistencia a partir de condiciones laborales un poco menos duras para ellas mismas, para sus hijos y para sus hombres



Las luchas de las mujeres: un torrente específico y autónomo con horizontes subversivos propios

Raquel Gutiérrez Aguilar

Hay diversas maneras para acercarse a la reflexión sobre las muy variadas y heterogéneas luchas que las mujeres hemos dado a lo largo de la historia: desde la empecinada lucha de resistencia que desplegaron las llamadas brujas durante los siglos xvI y xvII en una Europa donde a sangre y fuego el capitalismo se abría paso, despojando de bienes y saberes a las comunidades rurales me-dioevales; hasta los sistemáticos esfuerzos de las obreras que durante el siglo xIx se levantaron, una y otra vez, a veces junto a sus hermanos, a veces ellas solas, buscando limitar la jornada de trabajo y exigiendo cierta garantía para la subsistencia a partir de condiciones laborales un poco menos duras para ellas mismas, para sus hijos y para sus hombres. Cabe también considerar las beli-cosas acciones emprendidas por mujeres urbanas que a comienzo del siglo xxse empeñaron insistentemente en hacer caer las múltiples limitaciones legales que las sujetaban al espacio doméstico y a una vida tutelada por algún varón cercano; o las interminables acciones de resistencia y lucha cotidiana protago-nizadas silenciosamente por miles y miles de campesinas y mujeres indígenas a lo largo del siglo xx, en defensa de y por acceso a sus tierras, aguas, semillas, pastos y bosques; esto es, a los diversos bienes comunes a los que ellas y sus familias en algún momento tuvieron acceso, aunque confrontando siempre la amenaza de expulsión y despojo. Para complejizar todavía más la panorámica de las luchas de las mujeres, podemos referirnos igualmente a las potentes lu-chas emprendidas a partir de los años 60 por miles de mujeres que desafiaron de forma cada vez más incisiva el patriarcado del salario (Federici, 2011; Dalla Costa, 2009) por diversos caminos: volviendo a introducir en la discusión pú-blica la potente -e incumplida- fórmula a trabajo igual, salario igual, o exigiendo remuneración monetaria al trabajo doméstico y/o impugnando la opresión que soportaban en el ámbito privado-familiar practicando nuevas formas de libertad sexual. Nos referimos pues, a miles y miles de esfuerzos por desafiar y sub-vertir tanto el insoportable despotismo capitalista como la consolidación de órdenes de mando estatalmente concentrados, articulados complejamente a la imposición de la familia nuclear comandada por un varón como unidad básica de la reproducción material de la vida social.

Revista Contrapunto78Hemos únicamente mencionado, a vuelo de pájaro, algunas de entre las infinitas acciones de rebelión, esfuerzo y lucha que millones de mujeres han desplegado en los últimos siglos por transformar las condiciones sociales más oprobiosas y brutales de despojo, opresión y explotación. Este torrente inmen-so de energía social derrochada por millones de mujeres en defensa de la vida, por la conservación de condiciones variadas para la satisfacción de las más inmediatas necesidades vitales y para la dificultosa y agobiante producción de ciertos niveles de bienestar para sus hijos y familias; toda esta energía social que no es sino trabajo en su sentido más concreto -energía humana dirigida a un fin reproductivo concreto- es tremendamente difícil de comprender y orga-nizar en el pensamiento y la teoría si admitimos los códigos y claves de intelec-ción del asunto económico, político y social que se han ido labrando -y gene-ralizando como dominantes- a lo largo del último siglo y medio. Son códigos y claves que se organizan bajo al menos tres supuestos actualmente en crisis: i) que la acumulación creciente del capital es algo deseable y que debe valorarse positivamente; ii) que la decisión sobre los asuntos comunes es una cuestión de especialistas y de conocimientos técnicos cada vez más herméticos y iii) que el lugar de lo masculino dominante es una especie de neutro ordenador de lo social que no debe ser impugnado y que, más bien, puede fungir como clave que articula la vida pública (Gutiérrez, 2014).En contraposición a estas claves, me interesa proponer una manera contras-tante de comprender las luchas de las mujeres para sí mismas y para la huma-nidad toda. A fin de desplegar poco a poco mi argumento, comenzaré presen-tando las luchas de las mujeres, en una primera aproximación, como una lucha dentro de la lucha. Es decir, asumiré un punto de vista que considera la lucha social como una cuestión de orden mixto, entendiendo pues que en cada oca-sión singular son mujeres y varones concretos quienes luchan contra las más violentas e insoportables condiciones que se les imponen como vida cotidiana. La dificultad principal, una vez que una toma tal punto de vista, es que con gran facilidad se suelen invisibilizar -y por tanto ignorar- en cada situación específica las relaciones de poder asimétricas y jerárquicas entre los varones y las mu-jeres labradas en el curso de la historia del desarrollo del capitalismo. De ahí a considerar que cuando se participa en una lucha mixta tanto varones como mujeres lo hacen de la misma manera, es decir, a establecer un término formal de igualación o a suponer acríticamente que en el curso de las luchas hubiera una especie de suspensión de tales asimetrías y sujeciones, no hay más que un paso. Y entonces, se vuelven a producir de forma no reflexiva, sino bajo el inmediato automatismo de lo dado, la jerarquización masculino/femenino que

Feminismos. La lucha dentro de la lucha.79a la larga, lo que ocasiona es el refuerzo de las relaciones de poder heredadas.Partir pues de la existencia de una lucha mixta y considerar que dentro de ella, las mujeres una y otra vez vamos desplegando una lucha dentro de la lu-cha, es un inicial punto de partida. ¿A qué aludimos cuando hablamos de lucha dentro de la lucha? ¡Aludimos a tantas cosas que resulta difícil comenzar a enu-merar! En primer término, aludimos a dispositivos de contención y sujeción del cuerpo femenino tan diversos y polimorfos que las más de las veces resultan invisibles o se consideran irrelevantes (Gutiérrez, 1999; Lagarde, 1993). Ponga-mos algunos ejemplos que seguramente resonarán de forma multiplicada con las posibles lectoras de estas líneas: hablamos de la sistemática restricción de la disposición de sí, de su tiempo y de su cuerpo que confronta cualquier mujer joven en cuanto se dispone a llevar adelante actividades, como la partici-pación en la lucha social, no inmediatamente concordantes sino contradictorias y a veces antagónicas a los cánones establecidos de comportamiento y a las expectativas sociales genéricamente diferenciadas conexas con tal canon. Los múltiples ejemplos de las siempre ubicuas formas de inhibición de la disposi-ción de sí en las que una y otra vez nos vemos atrapadas las mujeres desde el ámbito familiar, matrimonial o de pareja así como en el espacio de la llamada vida pública, varían de acuerdo a la cultura, a la edad, al origen social y a la dis-tinción rural/urbano, entre otros. Sin embargo, todas las jóvenes -e incluso las mujeres maduras- percibimos estas tensiones una y otra vez: desde el control del tiempo disponible para la lucha por parte de la familia o de la pareja que, con frecuencia, inhibe o dificulta la participación de las jóvenes en determinado tipo de reuniones -organizadas y dirigidas casi siempre por varones-, las cuales suelen o bien prolongarse indefinidamente o bien son fijadas según horarios muchas veces difíciles para las mujeres; hasta la dificultad, una y otra vez per-cibida y desafiada de conseguir respeto cuando se hace uso de la palabra en reuniones públicas y mixtas. Con esto último, no solo busco hacer notar la muy conocida dificultad que enfrentan muchísimas mujeres cuando al hacer uso de la palabra, por ejemplo en una asamblea, son rechazadas por determinados compañeros varones que buscan inhibir su voz con gestos de carácter sexual o profiriendo determinado tipo de comentarios a cual más agresivos; también quiero hacer notar la muy trillada crítica de que cuando hablamos en público “las mujeres somos desordenadas” enunciada desde el más delirante masculi-no-centrismo que es incapaz de comprender las diversas capacidades anidadas en las mentes nuestras; por supuesto que somos capaces de hilar argumentos ordenados y formales; aunque también somos capaces de ligar a gran veloci-dad diversos hilos y aportes que están siendo vertidos en la conversación a

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fin de producir un acuerdo de manera más fluida. No está de más mencionar, aunque sea únicamente como lista que compone un auténtico memorial de agravios, las múltiples ocasiones en las que en ambientes militantes nos senti-mos objeto de burla, de aislamiento o de acoso sexual; en las que soportamos una feroz presión social por apartarnos del cumplimiento de las expectativas ajenas sobre nosotras al momento de desplegar nuestros propios intereses o de defender nuestra propia perspectiva sobre algún asunto específico o que percibimos nuestro tiempo vital cada vez más saturado y agobiante cuando tra-tamos de cumplir el conjunto de tareas y obligaciones que suelen recaer sobre nosotras “como porque sí”, es decir, como si atender una amplia diversidad de asuntos fuera nuestro natural destino.Por tal razón vale la pena no perder de vista que las mujeres luchadoras llevamos adelante, siempre, una lucha dentro de la lucha; tener esto presente no es otra cosa que visibilizar el sistemático esfuerzo que tenemos que hacer para eludir, subvertir, confrontar o disolver los pegajosos y amplios dispositivos de inhibición de la disposición de nosotras mismas que una y otra vez se es-fuerzan por contenernos y fijarnos en lugares desde los cuales nos queremos mover y por establecer límites a lo que podemos hacer.Poner atención a la lucha dentro de la lucha que las mujeres han desplegado una y otra vez en las miles de acciones colectivas de despliegue histórico del antagonismo que configura esto que llamamos presente, vuelve inteligibles dos rasgos relevantes de las experiencias organizativas que muchas mujeres antes que nosotras han impreso a sus esfuerzos asociativos: el carácter espe-cífico y autónomo de su enlace y tendencial unificación. Desde diversos esfuer-zos de organización sindical en Europa y Estados Unidos durante el siglo xIx, hasta el empeño por posicionar la opresión y explotación de las mujeres como un asunto central de la lucha social y de la transformación económica y políti-ca posible que impulsaron aguerridas militantes bolcheviques (como Alejandra Kollontai y Clara Zetkin entre las más conocidas); un rasgo característico de esta práctica de lucha ha consistido en la creación de organizaciones específi-cas de mujeres para que sus perspectivas e intereses no sean ignorados o su tratamiento postergado (Goldman, 1993). Una vez construida alguna clase de organización específica de mujeres en lucha, el segundo rasgo característico ha sido la búsqueda de la autonomía política. Autonomía política, por supuesto, del capital, del estado y también de las organizaciones llamadas mixtas esto es, de las organizaciones predominantemente masculinas donde se supone que se discuten las cuestiones generales y que abarcan a todos. Pueden rastrearse a lo largo de la historia las recurrentes y sistemáticas luchas desplegadas por

Feminismos. La lucha dentro de la lucha.81miles de mujeres, a fin de construir organizaciones específicas y autónomas para lograr converger con sus compañeros en la lucha en condiciones no de de-bilidad sino de tendencial paridad, para defender ciertas perspectivas analíticas y políticas y, finalmente, para evitar que sus intereses queden sumergidos y ocultos en el opaco asunto de las cuestiones llamadas generales. Sin embargo, una y otra vez estas organizaciones han sido criticadas, o se ha buscado limitar su autonomía política o directamente han sido atacadas por los propios compa-ñeros a fin de limitar las críticas y objetivos elaborados desde ahí, intentando ajustar los fines de las propias organizaciones de mujeres a aquellos conside-rados como colectivos; esto es, que supuestamente abarcan a todos y simul-táneamente desconocen y ocultan las exigencias específicamente femeninas.Rastrear la historia de la construcción de organizaciones específicas y autó-nomas en las distintas épocas históricas, esto es, indagar en la lucha dentro de la lucha, escudriñando sus debates, entendiendo los límites que confrontaron y las fuerzas que movilizaron es una de las tareas más interesantes y relevan-tes que existen, en tanto ello significa reapropiarnos de una parte sustancial de nuestra herencia compartida en tanto mujeres contemporáneas en lucha. Sin embargo, a partir de cierto trabajo de recuperación histórica de esta fértil herencia y también a través de mi propia práctica política de décadas, me in-teresa ahora señalar y discutir ciertos límites de la perspectiva que reivindica que nosotras desplegamos una lucha dentro de la lucha y que una y otra vez ha construido organizaciones específicas y tendencialmente autónomas de muje-res rebeldes.La reproducción material de la vida social como clave y punto de partida de las transformaciones políticas y económicas posibles y deseablesMencioné más atrás tres claves de interpretación de la historia —y de las luchas que la configuran— que a mi juicio limitan la comprensión tanto de la especificidad que las luchas de las mujeres han aportado a la configuración del presente, como de las posibilidades de transformación social que se anidan en tales esfuerzos; posibilidades, por lo demás, compartidas parcialmente con otras luchas desplegadas contra el capital y las formas estatales de lo político protagonizadas por otros sujetos en lucha (como las tramas comunitarias en estado de rebelión, las impugnaciones colectivas y multiformes, urbanas y rura-les y a las renovadas ofensivas de cerco y despojo orientadas a la acumulación del capital, entre otras). Las claves que considero relevante someter a crítica son: i) que la acumulación creciente del capital es algo deseable y que debe

Revista Contrapunto82valorarse positivamente; ii) que la decisión sobre los asuntos comunes es una cuestión de especialistas y de conocimientos técnicos cada vez más hermé-ticos y iii) que el lugar de lo masculino dominante es una especie de neutro ordenador de lo social que no debe ser impugnado y que, más bien, puede fungir como clave que articula la vida pública (Gutiérrez, 2014).Sobre el primer punto es insuperable el aporte de Silvia Federici —entre otros- quien en su crítica a la forma dominante de comprensión del desarrollo y concentración del capital que solía llamarse progreso -o, en épocas recientes, desarrollo—, exhibe con claridad cómo tal proceso creciente de acumulación de capital además de la violencia, destrucción y sufrimiento que ha acarrea-do históricamente, ha significado la desvalorización, ocultamiento y negación del conjunto de actividades sociales tendientes a garantizar condiciones satis-factorias -y ¡abundantes!- para la reproducción material y simbólica de la vida social. Desde tal perspectiva crítica y colocando justamente tales procesos y actividades tendentes a la reproducción material y simbólica de la vida social como centro de su reflexión sobre las posibilidades de transformación social; ella encuentra como, en muy diversas y complejas ocasiones, las luchas de las mujeres en medio de tramas reproductivas específicas han abierto posibilida-des de transformación social —y también económica y política— sumamente radicales que son incompatibles, justamente, con la prolongación de la acumu-lación capitalista; las cuales, además, en su despliegue, instauran otras formas de lo político que trastocan y derrumban las distinciones estructurales de la for-ma estatal moderna, tales como la escisión público/privado o los mecanismos delegativos para la producción de la decisión política. Esta clave, a mi juicio, permite abrir el pensamiento para lograr ir más allá de una aparente encrucijada sin solución en la cual pareciéramos estar atrapados todos, mujeres y varones, en los tiempos que corren: la disyuntiva que limita el horizonte de lo político y de la transformación económica y social sujetándolo a oscilar entre formas más liberalizadas de acumulación del capital o frágiles modalidades de control estatal de tales procesos de acumulación. Complejizando a partir de lo anterior la lectura inicialmente propuesta para la intelección de las luchas de las mujeres como una lucha dentro de la lucha, varios elementos cambian de lugar, aparecen nuevos matices. Si el horizonte radical de transformación social —política y económica— ha de buscarse no en renovados procesos de acumulación de capital estatalmente gestionados -o supuestamente limitado- sino en la subversión/reorganización de todas las actividades y procesos sociales, productivos y reproductivos a fin de garanti-zar la conservación y ampliación colectivamente deliberada de las condiciones

Feminismos. La lucha dentro de la lucha.83materiales suficientes que garanticen la reproducción material y simbólica de la vida social (esto es, de tierras, aguas, bosques, pastos, tiempo libre, salud, educación, seguridad personal, capacidad de producir decisiones con base en la deliberación colectiva y otros); entonces, las luchas específicas y autónomas de las mujeres no únicamente han de entenderse como una lucha dentro de la lucha mixta y más general, sino como una lucha específicamente anticapitalis-ta y antiestatal que impugna y subvierte lo existente proponiendo renovados términos de inclusión y equilibrio para mujeres y varones, para niñas, niños y ancianos. Es más, desde esta perspectiva es posible entender con mucha mayor claridad los límites que la considerada lucha mixta —es decir, la lucha por lo supuestamente general, gestionada y organizada mayoritariamente por varones— ha puesto a los afanes y esfuerzos desplegados por miles de muje-res a la hora de impulsar sus propias luchas.Tomemos en cuenta ahora las otras dos claves que necesitan ser criticadas, es decir, que la política y la producción de decisión política es un asunto de especialistas que conviene que sea monopolizado por expertos tomadores de decisiones; y que la reorganización equilibrada y paritaria de la relación entre varones y mujeres tiene que sujetarse a los términos que impone la abstracta igualación formal plenamente concordante con la acumulación del capital. Es-tos dos conjuntos de nociones básicas, que configuran la columna vertebral del imaginario moderno-capitalista, casi nunca han sido objeto de crítica sistemáti-ca durante el despliegue de las luchas mixtas pese a la frecuente impugnación ambigua, compleja, caótica, hacia tales rasgos emprendida por diversas luchas protagonizadas no única, pero sí mayoritariamente, por mujeres. Más aún, en el curso de los más enérgicos levantamientos y movilizaciones protagonizadas por varones y mujeres para impugnar y rechazar el despojo y la explotación ca-pitalista de muy diversas formas; una gran cantidad de varones con frecuencia organizados en auténticas fratrías han acallado o buscado aplacar las perspec-tivas y esfuerzos emprendidos por las mujeres en lucha.He aquí, pues, algunas pistas para renovar la lectura y comprensión de las luchas de la que somos herederos, todos, mujeres y varones. El inicial punto de partida que reconoce las luchas de las mujeres como una lucha dentro de la lucha, como un legítimo, justo y sistemático esfuerzo por remover y desafiar añejas relaciones de poder inscritas en los fundamentos más profundos del or-den social; requiere renovarse para establecerse como una auténtica y legítima forma de lo político, coherente con los más enérgicos desafíos que las luchas, de varones y mujeres, han producido como horizonte de transformación y de revolucionarización de lo existente. Más allá de cierto feminismo desgastado

Revista Contrapunto84e impotente que ha quedado capturado en la inscripción de determinados de-rechos en el orden legal, es urgente someter a crítica las formas de lo político que admiten prejuiciosamente la abstracta igualación formal que de varones y mujeres impone el capital, que se empecinan en negar la centralidad de las actividades —variadas y polimorfas— destinadas a garantizar la reproducción material y simbólica de la vida social despreciando el enorme cúmulo de co-nocimientos que desde ahí se regenera y se transmite una y otra vez en cada generación, convirtiéndose en alimento y herencia para las siguientes. Esta es una tarea de mujeres y de varones. Es un camino que permitiría subvertir los términos de la lucha que hemos conocido hasta ahora y abrirnos paso hacia un nuevo torrente de creaciones auténticamente autónomo y, por fin, específica-mente humano.