TERRITORIOS ARRASADOS
Raúl Prada Alcoreza
Los paisajes desoladores que deja la guerra en los territorios arrasados son expresivos de lo que deja la violencia descomunal de las máquinas de guerra modernas. No solo impresionan los cuadros de la destrucción, de muerte, de poblaciones de víctimas, sino también y sobre todo la muerte del horizonte; no hay perspectiva, ha muerto el porvenir. Estoy paisajes desoladores deberían habernos enseñado que empujar a la guerra no ofrece otra cosa que muerte, abatimiento, angustia extendida y masificada, dolor aterido en poblaciones sufrientes. Sin embargo, parece que estas lecciones no son aprendidas; una y otra vez los hombres, no las mujeres, pues son las fraternidades masculinas las que continúan la política por la vía de la guerra, repiten y recurren al eterno retorno de la guerra y de la muerte. Pareciera que algo como el instinto tanático, que es una conjetura psicoanalítica, empuja a los hombres, en determinadas condiciones y circunstancia a descargar las energías humanas en el despliegue apocalíptico de la destrucción.
La crisis constitucional y del fraude electoral en Bolivia, que se afinca en una crisis institucional y que tiene como substrato la crisis múltiple del Estado-nación, ha derivado en el desenlace de la dramática política, que se puede resumir en la renuncia y exilio de Evo Morales Ayma, en la sustitución constitucional en la vicepresidenta del Senado, Jeanine Añez, en la movilización de sectores afines al MAS, que, en principio pidieron el retorno del caudillo, empero, después se concentraron en el desconocimiento de la presidenta de la sucesión constitucional. La escalada del conflicto volvió a escalar en intensidad, la violencia descarnada se descargó en bienes municipales, buses, en casas privadas, la del rector de la UMSA y de la comunicadora del canal universitario, en la casa de Nelson Condori, dirigente de la CSUTCB y de los “Ponchos Rojos”, que se abrazó con el presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, en un acto simbólico de reconciliación. La
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escalada fue avanzando por la ciudad de La Paz, sede de gobierno, amedrentando, amenazando y destruyendo algunos predios urbanos. En la ciudad de El Alto se propagaron movilizaciones, marchas, cabildos y bloqueos, primero acusando de “golpe de Estado”, después desconociendo al nuevo gobierno y en desagravio a la wiphala. Bajaron marchas pacíficas a La Paz para pedir la renuncia de Jeanine Añez y desagravio a la wiphala. En Cochabamba, las Federaciones del Trópico de Cochabamba intentaron varias veces ingresar a la ciudad; logrando concentrar en los últimos intentos a una gran multitud que nuevamente se propuso ingresar a la ciudad capital del valle, empero no pudo romper el cerco de la policía y el ejército. El enfrentamiento se situó en el puente de Huayllani, a la entrada de Sacaba; el forcejeó derivó rápidamente en una refriega, donde se confundieron el uso de granadas de gas y el disparo de armas de fuego, al parecer por ambos lados, aunque el ejercito afirma que no se dio la orden de usar armas letales. En la ciudad de Potosí cinco mil campesinos ingresaron a la urbe pacíficamente, donde fueron recibidos por los ciudadanos y familias con aplausos y tasas de leche caliente; aquí el largo conflicto terminó en una reconciliación. Sin embargo, trágicamente, el enfrentamiento en Huayllani arrojó el deceso de nueve cocaleros, más de un centenar de heridos y dos centenares de detenidos. Se encontraron armas de fuego en manos de los marchistas que iba a ingresar a la ciudad de Cochabamba. En la ciudad de El Alto, por lo menos tres zonas se oponen a continuar en el conflicto y emprenden el desbloqueo; en el camino a Copacabana los vecinos recibieron con aplausos al destacamento de las Fuerzas Armadas. Al momento, se han emprendido diálogos, con mediación de la Iglesia de la Unión Europea en busca de la pacificación. El Congreso, que preside nuevamente el MAS, tanto en la Cámara del Senado como en la Cámara de diputados, los presidentes de ambas cámaras han pedido diálogo y pacificación.
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La acumulación de muertos en el conflicto es no solamente lamentable, sino que exige, ante los patéticos cuadros de destrucción y el avance de la muerte, una reflexión profunda de todas las partes involucradas, y sobre todo detener la nueva escalada de violencia desatada después de los desenlaces de la crisis constitucional, en un contexto coyuntural donde el gobierno de transición se dispone a llamar a elecciones y conformar el Tribunal Electoral. Cuando se llega a las irreparables muertes se ha llegado al punto donde sorprende el desprecio a la vida. ¿Quiénes son los responsables de estos lamentables decesos y del gran dolor de las familias? Esta es una pregunta que hay que responderla sin apresurar la respuesta desde la predisposición del encono y la furia, o de la posición ya dispuesta en el mapa de las fuerzas encontradas.
El expresidente no deja su comportamiento sinuoso, por un lado, dice que el país se debe pacificar y aconseja el diálogo entre las partes en conflicto, pero, por otra parte, convoca a seguir la lucha, a no parar hasta “sacar al gobierno de la dictadura”, que es como califica al gobierno de sucesión constitucional y de transición, encargado a llamar a elecciones y conformar el Tribunal Electoral. Conducta que muestra claramente que la parte del conflicto, que renunció y se exiló, apuesta por el camino de la destrucción antes de ir a las elecciones con un Tribunal Electoral idóneo.
Esta estrategia, de la destrucción, no tiene horizontes, no ofrece nada, sino la guerra. Tierra arrasada. Sobre tierra arrasada no se puede gobernar. ¿Por qué se llega a esta estrategia tanática, sin perspectiva y sin horizontes? ¿Se trata de una lucha ideológica, de una lucha política o, como decía el marxismo, de la lucha de clases, o, como dice el último jacobino, de una “guerra racial”, sin entender que el concepto de guerra de razas, analizado por Michel Foucault, se refiere a las
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tradiciones antiguas de los discursos históricos-políticos, y no a una guerra de los Cárteles contra las sociedades y los pueblos?
Es sintomático que Evo Morales se encuentre en México como refugiado político o quizás como rehén de los Cárteles. No lo sabemos a ciencia cierta. Era de esperar la reacción desmesuradamente virulenta de las Federaciones del Trópico de Cochabamba, después de la renuncia de su líder y su salida al exilio, sobre todo después de los desenlaces políticos que derivaron en una sustitución constitucional, avalada por el propio Tribunal Constitucional. El Chapare no solamente es el núcleo, mejor dicho, el centro operativo más duro del MAS, sino que, en la estructura de poder que se conformó durante las gestiones del “gobierno progresista” es el super-Estado que domina. En la modernidad tardía, en plena dominancia del capitalismo financiero, especulativo, extractivista y traficante, las luchas ideológicas, como tales, han desaparecido, también las luchas políticas, como tales, se han difuminado. Lo que esta en juego es lo que pone en juego el lado oscuro del poder, la guerra soterrada por el control territorial de las formas de organización del lado oscuro del poder. Que en esta guerra se pongan máscaras de luchas sociales, peor aún, que se atribuya un bando de “izquierda”, señalando al otro bando como “derecha”, o a unos se los denomine “indios” y a los otros q’aras, siendo que la epidermis indígena está repartida en ambos bandos, también lo mestizo y, como dice Silvia Rivera Cusicanqui, que todos “llevamos un indio dentro”, no es más que la investidura o el disfraz de actores belicosos de otra guerra, la efectiva, la de por el control territorial del lado oscuro del poder.
Al respecto, de lo que dejaría esta guerra, tierra arrasada y muerte del horizonte, hay que mirar lo que ha ocurrido precisamente en México,
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donde los Cárteles controlan ciudades, territorios y hasta Estados. Incluso con la llegada al gobierno federal de Manuel López Obrador, el Cártel del hijo del Chapo, el Cártel de Sinaloa, ha demostrado el poder que tiene, obligando al gobierno a devolver libre al jefe del Cártel. Todos los involucrados en la continuación del conflicto político en Bolivia, de la crisis constitucional e institucional, tienen que preguntarse seriamente si quieren este inmediato futuro, de tierra arrasada, de muerte de horizontes, pues los Cárteles no ofrecen nada, no ofrecen porvenir, salvo el goce banal del dinero y el goce morboso de la muerte, que entierra a sus víctimas en fosas comunes, sobre todo de mujeres. Cuando respondan a esta pregunta, que lo hagan teniendo en cuenta todas sus consecuencias, que lo hagan de cara a la sociedad y al pueblo. Si dicen que no, la consecuencia directa es obviamente la pacificación inmediata y detener el avance a una guerra sin sentido, salvo para los Cárteles.
La tozudez ha llegado al máximo, cuando ante pleno desenlace político, de transición, encaminada a convocar y garantizar elecciones transparentes y democráticas, donde los intereses en conflicto, la pugna misma, se puede transferir a la concurrencia electoral. Allí las fuerzas en concurrencia tienen la oportunidad de ganar las elecciones y hacerse del gobierno y de las representaciones congresales que logren obtener. ¿Por qué no optar por esta salida, en vez de la salida de la destrucción y la desolación? Ya hay demasiados muertos, ¿se busca más, sobrepasar escalofriantes cifras de decesos de compatriotas? No discutamos aquí quién tiene razón, ya hemos expuesto sobre las pretensiones de verdad de las formaciones discursivas e ideológicas, sobre todo en el contexto de la crisis política boliviana, sino, mas bien, dónde, en que espacio, se puede definir estas disputas. ¿No es mejor en el espacio electoral?
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Bueno, cuando decimos tozudez usamos una figura abrumadora, que dibuja un perfil psicológico; sin embargo, sabemos que, si bien con este uso se ilustra, no expresa exactamente lo que ocurre. Esa tozudez se explica porque se están jugando intereses soterrados, que no se enuncian, salvo entre las jerarquías de las organizaciones clandestinas del lado oscuro del poder. Mientras tanto, en el amplio escenario, se mueven abundantes sectores sociales organizados con fines propios, sectoriales, que pueden adquirir posiciones respecto al panorama político. Estos movimientos de fuerzas, estos desplazamientos sociales, son parte de la puesta en escena de los aparatos mediáticos que manejan las formas paralelas del poder. Claro está, que, en estos lugares de desplazamiento, sobre todo en los discursos, se mezclan perversamente las consignas políticas con los objetivos no dichos del lado oscuro del poder.
Hay pues una responsabilidad muy grande en todos los involucrados en esta guerra soterrada, oscura y perversa, en ciernes. Es cierto que no esta totalmente en sus manos lo que pueda acontecer, pues en parte se pueden tirar los dados y la suerte estará echada. Pero, la responsabilidad en la parte que les compete puede jugar un papel determinante al momento de tirar los dados.