La crisis del macho-vanguardismo

Creo que la irrupción de los movimientos anti-sistémicos en Ecuador y en Chile muestra la crisis del vanguardismo patriarcal, o macho-vanguardismo. Bolivia es su tumba.



La crisis del macho-vanguardismo

Raúl Zibechi

Creo que la irrupción de los movimientos anti-sistémicos en Ecuador y en Chile muestra la crisis del vanguardismo patriarcal, o macho-vanguardismo. Bolivia es su tumba.

Elegí temas y conceptos adecuados para dialogar, con respeto, con los macho-vanguardistas, política en la que me formé y de la que no creo haberme desprendido totalmente. Porque lejos de condenar, se trata de establecer puentes que permitan comprender tanto lo que está caducando, como lo que está naciendo.

Agosto de 1914. Se declara lo que más tarde se conoció como primera guerra mundial, en la que murieron 20 millones de personas, siendo la mayor destrucción de vidas en la historia, en apenas cuatro años. Se enfrentaron el Imperio Alemán y Austria-Hungría con el Reino Unido, Francia y Rusia. La socialdemocracia europea había definido su rechazo a una guerra más que anunciada.

Sin embargo, en ese fatídico agosto la totalidad de los parlamentarios de la poderosa socialdemocracia alemana (SPD) votaron a favor de los créditos de guerra.“En el momento del peligro, nosotros no abandonamos a nuestra patria”, fue su principal argumento. El internacionalismo, que era la principal seña de identidad de la clase obrera organizada, fue aniquilado con esa decisión. Rosa Luxemburgo dijo que su partido, el SPD, se había convertido en “un cadáver hediondo”. Definió a sus ex camaradas como “montón de fieras salvajes inyectadas de rabia nacionalista que se lanzan a mutuo degüello por la mayor gloria de la moral y del orden burgués”. Su oposición a la guerra la pagó con cárcel y con el desprecio de la mayoría de sus compañeros.

Sólo un puñado de revolucionarios europeos se opusieron a la guerra. Los internacionalistas recién comenzaron a recuperarse del golpe político y moral un año después, al convocarse la Conferencia de Zimmerwald, en un pequeño pueblo de Suiza en setiembre de 1915. Esta reunión de poco más de 30 militantes, en la que Lenin y defendió su tesis “derrotista” (abogar por la derrota de la nación) fue el germen de la Tercera Internacional y de la revolución rusa.

No defender a la patria y desear su derrota, parecía una locura, el extravío de un puñado de dementes. O “traidores”. Más aún, cuando en febrero de 1917 los obreros y campesinos echan abajo el zarismo ruso, Lenin negocia con el alto mando alemán su retorno a San Petersburgo para encabezar la revolución. No pocos creyeron que se trataba de un pacto a favor de Alemania para debilitar el frente ruso. Doble “traición”.

Me parece que este hecho tiene alguna actualidad. La primera guerra fue la crisis del patriotismo, en particular en la izquierda que lo creía superado. Pero sin la intervención de los bolcheviques, esa crisis no hubiera tenido ningún resultado positivo.

Ahora estamos ante la crisis del patriarcado, que empieza a afectar a una izquierda que no se siente aludida cuando se la acusa de machista. Sin la intervención de las mujeres ecuatorianas durante los 11 días de levantamiento, de las mujeres chilenas durante más un mes de estallido y, muy en particular, de las mujeres bolivianas, la crisis del patriarcado no habría sido politizada. Es la primera vez en la historia de América Latina, que las feministas anti-patriarcales intervienen en una coyuntura caliente, de forma autónoma del Estado, de los partidos de derecha y de izquierda, de todo tipo de caudillos, y transitan un camino propio de modo consciente.

Tengo claro que Lenin y los bolcheviques terminaron reforzando el Estado y el patriarcado, y que el leninismo se convirtió en una suerte de vanguardismo patriarcal. Era, por cierto, otro período de la historia. Esta es una diferencia abismal con la situación actual.

Así como el patriotismo es una actitud criminal porque pone por encima de la vida las banderas e himnos, el patriarcado y el machismo son responsables de asesinatos de mujeres (feminicidios) y del genocidio de pueblos enteros, pero también están en la base de una cultura política que considera que “la guerra es la continuación de la política por otros medios” (Clausewitz, adoptado por Marx y Lenin).

Lo que está sucediendo ante nosotros, con la consigna “Ni Correa ni Moreno” del pueblo ecuatoriano y el desmontaje del binarismo Evo-Camacho en Bolivia, es la ruptura de aquella vieja tradición de la izquierda, que sostuvo que la guerra es el camino inevitable para cambiar el mundo.

Entiendo que la cultura política de la guerra y la vanguardia siga siendo defendida, incluso por inercia o por falta de algo mejor, por buena parte de las y los militantes de izquierda. Lo que me parece inaceptable, es que no seamos capaces de comprender los enormes daños que nos ha hecho: millones de muertos para que un puñado de dirigentes (invariablemente varones de clases medias) se trepen al poder y reproduzcan el patriarcado y por lo tanto el capitalismo, aún sin proponérselo explícitamente.

Reflexionemos: por qué fueron asesinados Roque Dalton y la Comandante Ana María en El Salvador, sino por una concepción de la “política como guerra” que lleva, inevitablemente, a la homogeneización de las fuerzas sociales anti-sistémicas. ¿Quién se hace cargo de los atroces crímenes de Sendero Luminoso contra campesinos pobres? ¿Quién asume los más de 500 asesinados en Nicaragua por un violador que la mayor parte de la izquierda sigue considerando suyo, sólo porque habla contra el imperialismo (con el que pacta permanentemente)?

Entiendo que el hecho de que sean mujeres las que, mayoritariamente, se nieguen a seguir la “política como guerra”, puede resultar incómodo para muchos de nosotros educados en el macho-vanguardismo. Sin embargo, creo que como varones revolucionarios debemos regalarnos la posibilidad de sentir el dolor y la angustia, la incertidumbre y la tristeza de quienes saben que el camino de la confrontación “a muerte” (patria o muerte, libertad o muerte, etc.) es la tumba de las emancipaciones.

Guardar silencio para que el centro lo ocupen las comunidades y palenques/quilombos, las mujeres y las niñas y niños, es un ejercicio político profundamente revolucionario. Acompañar en segunda fila no es cobardía, sino un modo de trabajar nuestros egos-masculinos-revolucionarios que tanto daño han hecho a la causa de los pueblos.