La Naturaleza como sujeto de derechos, la gran tarea pendiente
Alberto Acosta[1].
Santiago de Chile, 4 de diciembre del 2019
“Cualquier cosa que sea contraria a la Naturaleza lo es también a la razón,
y cualquier cosa que sea contraria a la razón es absurda”.
Baruch de Spinoza (1632-1677).
Otorgar derechos a la Naturaleza, como sucedió en la Asamblea Constituyente de Ecuador en los años 2007-2008, fue un paso trascendental, impensable y aún inaceptable para muchos. ¡Se repitió la historia! En su momento la emancipación de los esclavos o la extensión de derechos a afroamericanos, mujeres, niños y niñas se rechazaron por considerarse “absurdos”. Incluso cuando se liberó a los esclavos no faltaron quienes reclamaron por las “pérdidas” inflingidas a sus “propietarios”, a quienes, además, se les restringía “su libertad” para comercializaros, utilizarlos, explotarlos… Algo similar pasó al cuestionarse el empleo de niños en Inglaterra a inicios del siglo XIX: los detractores de la propuesta la rechazaban pues -según ellos- socavaba la libertad de contratación y destruía los cimientos del libre mercado.
Sin duda que el “derecho a tener derechos” siempre exige un esfuerzo político para cambiar aquellas normas que niegan esos derechos. La coyuntura del debate constituyente en Chile puede generar cambios de trascendencia histórica a tono con los tiempos que vivimos y con miras a superar las mútiples estructuras de dominación existentes. Una nueva Constitución no puede ser una colcha de remiendos ni pretexto para acallar la protesta social. Una nueva Constitución debe ayudar a superar el pasado, recuperar la larga memoria de los pueblos originarios, construir un presente más justo y de participación democrática y que proyecte la sociedad del futuro.
Recordemos que en toda la historia de la Humanidad el hombre -sí, en masculino- ha buscado dominar a la Naturaleza. Por siglos, la relación sociedades-medio ambiente ha sido marcada por el utilitarismo y la explotación de recursos; la mercantilización de la Naturaleza avanza implacable… provocando tanta destrucción que estamos ya abocados a una terrible catástrofe ambiental.
Esta es la realidad de una separación Humanidad-Naturaleza de siglos. Una separación con consecuencias cada vez más devastadoras. Pero a la vez muestra las posibilidades de reencuentro entre ambos, desde visiones como el Buen Vivir y el surgimiento del pensamiento ecologista, orientados a construir una nueva relación humano-natural. Tal proceso, largo y complejo, está reforzado por las luchas de resistencia y construcción de alternativas desde diversos grupos populares, en especial indígenas. Esto es medular: las raíces de los Derechos de la Naturaleza (al menos en Ecuador), aunque parezcan invisibles o inviables para ciertas lecturas prejuicidas o superficiales, están profundamente insertas en el mundo indígena. Mientras que el tronco y las ramas de este gran árbol de mestizaje intercultural se enriquecen con injertos no indígenas.
Aunque los indígenas no tienen un concepto de Naturaleza como en occidente, su aporte es clave. Ellos comprenden perfectamente que la Pachamama es su Madre, no una mera metáfora. Así, los Derechos de la Naturaleza plantean la urgencia de superar el mero conservacionismo e incluso el enfoque del “desarrollo sustentable” o “sostenible”.
El respeto a la Tierra como sujeto de derechos exige prácticas sustentables que se pierden en el tiempo. Imposible hurgarlas en los archivos de la Modernidad. Son consustanciales a la vida humana. Comunidades indígenas -de larga historia y memoria- en todo el mundo han demostrado que es posible construir una harmonía humano-natural. Su vínculo con la Pachamama o Madre Tierra es más que una metáfora. Ella representa la integridad del espacio y el tiempo. Ella es madre biológica de la Humanidad entera.
En los Derechos de la Naturaleza el centro está puesto en la Naturaleza, que obviamente incluye al ser humano. La Naturaleza vale por sí misma, sin importar los usos humanos, implicando una visión biocéntrica. Estos derechos no defienden una Naturaleza intocada donde no existan cultivos, pesca o ganadería. Estos derechos defienden el mantener de forma sustentable los sistemas y conjuntos de vida. Su atención se fija en los ecosistemas, en las colectividades. Se puede comer carne, pescado y granos, por ejemplo, mientras se asegure el funcionamiento de ecosistemas con sus especies nativas.
De hecho, como establece la Constitución de Ecuador de 2008 -irrespetada por sus gobernantes desde su aprobación-, los humanos podemos aprovechar de la Naturaleza, respetando sus ciclos de reproducción y sus procesos evolutivos. Debemos entender a la Naturaleza como un sujeto vivo y dinámico con el cual convivimos y que tiene valor por sí mismo. Esto implica superar el antropocentrismo y entender que una armonía humano-natural como se da en el mundo indígena -defendida incluso por el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si- se sintoniza con lo más transformador del concepto de “sustentabilidad” (vaciado de contenido por la Modernidad).
Pero hay que ir más allá. No se trata de buscar un equilibrio entre economía, sociedad y ecología usando como eje articulador al capital, algo imposible. El ser humano y sus necesidades deben primar siempre -más aún sobre el capital-, pero jamás oponiéndose a la armonía de la Naturaleza, base fundamental para cualquier existencia. Y esta discusión tiene historia en otras latitudes y en otros tiempos.
Por tanto, es clave combinar aproximaciones. Los Derechos de la Naturaleza no provienen de una matriz exclusivamente indígena (Cuya dura realidad no puede ser romantizada). En este sentido todo esfuerzo por plasmar esos Derechos se inscribe en una reiteración del mestizaje provocando un ¨híbrido jurídico”, donde se recuperan elementos de todas aquellas culturas occidentales e indígenas emparentadas por la vida. Y que encuentran en la Pachamama el ámbito de interpretación de la Naturaleza, un espacio territorial, cultural y espiritual.
Además, estos Derechos de la Naturaleza van de la mano de los Derechos Humanos -entendidos siempre en clave emancipdaora-, pues no puede haber justicia ecológica sin justicia social, ni viceversa.
En una época donde el neoliberalismo y el extractivismo desenfrenado brutalizan la vida diaria de todo el mundo es primordial superar las falsas soluciones que intentan “pintar de verde” al desarrollo, con simples respuestas tecnológicas como, por ejemplo: las mal llamadas ciudades inteligentes, los mercados de carbono, la economía verde, el ecomodernismo, entre otras.
He aquí una tarea vital para un proceso constituyente como el chileno. Un proceso que empieza desde el seno de la sociedad, y no solo al aprobar y cumplir unas cuantas normas institucionales. Un proceso en clave decolonial, que apunte a la vez a la despatriarcalización de la sociedad. Un proceso que debe desarrollarse sin permiso de quienes detentan el poder, sin un acto de autoridad que lo viabilice, abriendo la puerta a la creatividad, potenciando la participación democrática, entendiendo que la Constitución es un proyecto de vida en común para asegurar la existencia digna y cada vez más libre y justa de todos los miembros de una sociedad, sin subordinar y menos aún destruir la Naturaleza.-
[1] Economista ecuatoriano. Exministro de Energía y Minas del Ecuador (2007). Expresidente de la Asamblea Constituyente del Ecuador (2007-8). Excandidato a la Presidencia de la República (2012-2013). Profesor universitario. Compañero de lucha de los movimientos sociales.