Cambios de fondo. Explorando nuestro continente: El Tinku

El Tinku es un ritual, también una danza folclórica, que se manifiestan en el norte de Potosí. Acudiendo al significado del término, de raigambre quechwa, quiere decir encuentro; en cambio, en aymara se hace más hincapié al sentido violento, al de pelea. En todo caso, no debe confundirse la danza del Tinku, cuyo nacimiento y desarrollo corresponde al siglo XX, con el rito ceremonial del Tinku, que es de origen preincaico.



El tinku

 

Raúl Prada Alcoreza

El Tinku es un ritual, también una danza folclórica, que se manifiestan en el norte de Potosí. Acudiendo al significado del término, de raigambre quechwa, quiere decir encuentro; en cambio, en aymara se hace más hincapié al sentido violento, al de pelea. En todo caso, no debe confundirse la danza del Tinku, cuyo nacimiento y desarrollo corresponde al siglo XX, con el rito ceremonial del Tinku, que es de origen preincaico.

 

El rito del Tinku se mezcla con creencias derivadas de la religión cristiana. Se puede asistir a sus manifestaciones culturales, cada año en un lapso que tiene como centro al 3 de mayo, la Fiesta de la Cruz en Macha, provincia de Chayanta, donde acuden màs de sesenta comunidades, las que hacen demostraciones de fuerza en el Tinku. El Tinku parece situar su centro geográfico en la región donde habitan los Laymes, los Jukumaris y los Pampas. Es practicado como un rito ceremonial que se compone de una simbiosis religiosa y cultural. Las comunidades suelen entrar en marcha tocando los ritmos de Jula-Jula, acompañando con el zapateo al ritmo de las tonadas.

 

Si bien el Tinku puede significar pelea entre las comunidades, sugiriendo el rito de sacrificio, mediante el derramamiento de sangre. Connotando simbólicamente la convo0catoria a la fertilidad de la tierra, no se puede concluir que se orienta a la victoria de una parte enfrentada sobre la otra.

 

Los combatientes usaban en el enfrentamiento el Warakaku, honda. Por observaciones antropológicas se puede decir que el Tinku denota una pelea de cuerpo a cuerpo, muchas veces estimulada por el alcohol. Los combatientes son adiestrados desde niños en la lucha; llevan la cabeza cubierta de un casco de cuero llamada montera, similar al casco de metal de los conquistadores españoles, las manos enguantadas en garras y aristas de bronce. Con increíble destreza física se trenzan, aplicando y replicando duros golpes entre los contrincantes. Según las tradiciones, el batallador que ha sido vencido debe derramar su sangre con abundancia, sacrificio y ofrenda a la Madre Tierra, Pachamama. El rito ceremonial del Tinku está asociado a ritos de iniciación de jóvenes y a la conquista de la pareja; incluso, cuando las comunidades compiten se involucran también las mujeres en la pelea.

 

El tinku es el encuentro violento de las partes enfrentadas de la dualidad complementaria. El encuentro, que se realiza en el Taypi, el centro del ayllu o de los ayllus, da lugar a una catarsis, que es como la crisis donde se hallan las posibilidades de su resolución y de un nuevo recomienzo. Por eso mismo, el Tinku es el despliegue de las fuerzas para una nueva integración. De esta manera, el término Tinku ha experimentado también su propia metaforización, adquiriendo un carácter figurativo para expresar el sentido de un enfrentamiento fructífero, encaminado a la reunificación.

 

De esta manera podemos utilizar la metáfora del Tinku para interpretar lo acontecido en Bolivia durante la crisis constitucional y del fraude electoral, incluyendo su desenlace. La metáfora ayuda a interpretar figurativamente el acontecimiento político mediante el juego de analogías y diferencias de las formas de los sucesos y eventos, de acuerdo con su manera de manifestarse y, sobre todo, de imprimir su huella fenomenológica en la memoria social. En este sentido, se puede decir que lo acontecido en la recientísima historia política de Bolivia, lo que llamamos revolución pacífica boliviana y después la reacción movilizada de los sectores afines al MAS, sobre todo, seguidores del expresidente Evo Morales Ayma, que en conjunto, muestra una secuencia de enfrentamientos entre la resistencia democrática y las organizaciones sociales, convocadas por el anterior gobierno, después, entre las movilizaciones partidarias del caudillo derrocado y la policía, incluso el ejército, es, en un caso como un Tinku, en otro caso como guerra.

 

Sobre todos los primeros enfrentamientos, entre la resistencia democrática y las organizaciones sociales afines al MAS, nos muestran la pelea abierta, violenta, entre ambos bandos, unos que se defendían, otros que atacaban. Ambos bandos se conocieron en la lucha, en la pelea; no solo pulsaron fuerzas, sino también, se abrieron dramáticamente al reconocimiento y al autorreconocimiento. Por ejemplo, los enfrentamientos entre el gremio de choferes y vecinos bloqueadores los colocaron, a ambos bandos, en una perspectiva no cotidiana; unos ya no eran los “maestros” del volante, los otros tampoco eran los usuarios del transporte. Eran, para decirlo sucintamente, enemigos o, si se quiere, opuestos enfrentados. Sus perspectivas, sus maneras de ver, eran otras, se decodificaban de manera distinta a cuando lo hacían en la cotidianidad, sobre todo lo que hacían con los despliegues de gestos, la elocuencia verbal y de las consignas, desde otros códigos no-cotidianos.  No dejaron de sorprenderse, ante lo que ocurría, viéndose de otra manera, en el enfrentamiento mismo. Después, del desenlace, con la renuncia de Evo Morales Ayma, incluso antes, se pudieron observar variaciones y desplazamientos en los comportamientos y conductas. Parte del gremio de choferes, además de movilizaciones de organizaciones barriales afines al MAS, comenzaron a blandir la bandera blanca de la paz y demandar su reclamo de volver a trabajar normalmente. Los ciudadanos de los bloqueos vecinales aprendieron a defenderse y conformar grupos de choque, articulándose con grupos de jóvenes que llegaban de otros departamentos y ciudades, incluso con los contingentes de cocaleros de los yungas, que acudieron a reforzar los bloqueos y las defensas. Esta metamorfosis de los enfrentamientos fue modificando la correlación de fuerzas, sobre todo la actitud de ambos bandos. Se llegó, en algunos casos, a dialogar y encontrar rutas alternativas a los bloqueos para los transportistas. Después del desenlace se dio lugar a algo parecido a lo que podríamos llamar el comienzo de la reconciliación.

 

Estos desplazamientos también se sucedieron, puntualmente, con otras organizaciones sociales, por ejemplo, campesinas. El dirigente de la CSUTCB, Nelson Condori, se abraza con del presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, una fotografía puntual de la imagen simbólica de la reconciliación; las organizaciones campesinas de Potosí ingresan en una marcha pacífica a la ciudad de Potosí, donde son bien recibidos por los vecinos y ciudadanos, que les aplauden y convidan leche caliente y sopa de fideos. Se generan marchas de pacificación en las ciudades, que llaman a la reconciliación. Todo este proceso, que parte del enfrentamiento y se orienta a una reconciliación, se parece, figurativamente, al desenvolvimiento mismo del Tinku.

 

¿Qué nos dice esta parte del despliegue de fuerzas sociales, en plena crisis política? Primero, que hay procesos inherentes a los enfrentamientos que no se reducen a la interpretación de la lucha de clases o, si se quiere, de la guerra de aniquilación. Para hacerlo más simple, el enemigo se puede convertir en un amigo, dispuesto al diálogo y a encontrar consensos. Cuando se dice “somos bolivianos y no tenemos porque matarnos”, no solo se alude a una referencia compartida, incluso a una “identidad” compartida, sino a una condición histórico-cultural pendiente. En este sentido el Tinku de estos enfrentamientos se orientan hacia un reencuentro nacional.

Ahora bien, ahí no terminaron los sucesos; después de la renuncia de Evo Morales se desató literalmente la guerra. Muchedumbres organizadas de antemano arrasaron a su paso, sembrando incendios y destrozos, quemando casas y unidades de la policía, incluso locales comerciales, amenazando a los vecinos, intimidando a la gente. Masivas marchas de cocaleros del Chapare y de Yapacaní intentaron ingresar a la ciudad de Cochabamba y a la ciudad de Santa Cruz; fueron interrumpidas por contingentes policiales y del ejército bien pertrechados. Marchas de vecinos afines al MAS y de campesinos de los alrededores de la ciudad de El Alto bajaron a la ciudad de La Paz, intentando ingresar a la Plaza Murillo, pidiendo la renuncia de la presidenta de sustitución constitucional, Jeanine Añez. Estas marchas, que tenían un tenor mas bien pacífico, a diferencia de las muchedumbres de jovencitos contratados para arrasar e incendiar, no pudieron lograr su cometido, ingresar a la plaza de armas; fueron reprimidas por la policía al intentar hacerlo. Los más graves hechos se dieron en Huayllani, Sacaba, Cochabamba, y en Senkata, en El Alto, donde la represión y los enfrentamientos con la policía y el ejército arrojó una cifra de lamentables muertes. Si bien, después se llegó a la pacificación, a la firma de acuerdos y a la convocatoria a elecciones, sin los candidatos renunciantes, no se puede comparar esta segunda parte de la crisis política y su desenvolvimiento con el Tinku. Se puede decir que esta segunda fase del desenvolvimiento de la crisis política más se parece a dos perfiles de los cuadros históricos-políticos; uno de ellos es el de la tregua; el otro es la derrota, es decir, la paz de la victoria de unos y la derrota de los otros.  Que se imponga un perfil o el otro, el de la tregua o el de la derrota, depende de la correlación de fuerzas.

 

¿Por qué en la segunda etapa del despliegue de la crisis política no acaece algo parecido a la figura del Tinku, un enfrentamiento orientado a la unificación complementaria? Podemos decir, partiendo de la descripción de los hechos, que se parte de la declaración de guerra, no de un enfrentamiento menor, por lo tanto, para decirlo rápidamente, se busca la aniquilación del enemigo. Volviendo a la metáfora del Tinku, no se trata de un ritual violento orientado a la reintegración, sino de acciones que buscan el arrasamiento, incluso la aniquilación. En conclusión, la guerra no pertenece a la configuración del Tinku, la guerra pertenece a la destrucción. Siguiendo con el juego de figuras y hurgando en la metaforización, podemos decir que el Tinku tiene que ver con las formas del devenir de la vida y sus reproducciones, incluso violentas, en tanto que la guerra tiene que ver con las formas de la muerte, sobre todo con la destrucción de la vida. 

 

Hemos dicho que el desenvolvimiento de la crisis política, en la historia recientísima política de Bolivia, tiene dos etapas, la de la revolución pacífica, con todas sus contradicciones y virulencias inherentes, y la de los despliegues de una incipiente guerra destructiva. Aparecen entonces, como dos etapas distintas, hasta contrapuestas. ¿Cómo se puede hablar de dos fases de un mismo desenvolvimiento de la crisis política? La crisis política, que tiene varios estratos, la superficial, que corresponde a la crisis constitucional y del fraude electoral; la de mediana profundidad, que corresponde a la crisis institucional, a la corrosión institucional, que también puede ser tomada como crisis de la forma de gubernamentalidad clientelar; la de mayor profundidad, que corresponde a la crisis múltiple del Estado-nación. Se puede decir que los espesores de la coyuntura no solamente abarcan estos planos de intensidad de la crisis política, sino que también contienen distintas herencias de prácticas sociales y culturales; una, la que se vincula al Tinku, corresponde a las tradiciones comunitarias indígenas, que irradiaron a las manifestaciones de comportamientos mestizos; la otra, la que se vincula a la guerra, corresponde a una tradición colonial, derivada de las oleadas de conquista y las oleadas de colonización.

 

Lo asombroso de lo ocurrido, es que los que se reclaman haber sido “gobierno indígena” empleen el recurso de la guerra, en tanto que los enfrentados durante la revolución pacífica, sin pretender serlo, quizás de una manera no consciente, al desplegar de una manera espontánea, preocupada y emergente, formas de resistencia, de defensa, autoconvocadas, por un lado, y formas gremiales de convocatoria para oponerse a los bloqueos ciudadanos, por otro lado, terminaron involucrados en desenvolvimientos del proceso político y social que más se parece a la figura del Tinku. Al final, ambos bandos fueron consensuando algunas demandas y logrando acuerdos. En estas circunstancias fueron absorbidos por un sentimiento de reconciliación. Aunque también, en la segunda etapa de la crisis política este sentimiento de reconciliación aparece con la búsqueda de la pacificación, no se da lugar, como en el caso de la primera etapa, a través de un reconocimiento, incluso de un autoconocimiento, sucediendo más esto en el bloque de la resistencia democrática.

 

En la coyuntura de la convocatoria electoral concurren los perfiles figurativos del Tinku, de la tregua y de la derrota. No sabemos cuál de los perfiles va a preponderar en la configuración del desenlace electoral de esta coyuntura, o si va a darse lugar una combinación barroca, que, en todo caso, expresa el carácter de irresolución. Al respecto, parece que es indispensable tomar consciencia de esta concurrencia de perfiles tramáticos y dramáticos, pues, para decirlo a la usanza de la filosofía dialéctica, se requiere actuar, en la coyuntura, con consciencia histórica.

 

Lo que se observa en la coyuntura electoral es que la configuración del Tinku se ha sumergido, los sentimientos de unidad, de solidaridad, de reconciliación, así como de renacimiento, se han inhibido; lo que campea es, mas bien, la inclinación por continuar la guerra por el camino de la política. Sobre todo, esto se hace patente con los procedimientos deshonestos de estigmatizar al enemigo. El objetivo de la aniquilación de la guerra se convierte en el objetivo de descalificar al enemigo. Otra vez las prácticas acostumbradas del círculo vicioso del poder. Si se hubiera abierto el horizonte histórico-político-social-cultural sobre el substratodel afecto, este horizonte se vuelve a clausurar con el desborde de las consciencias desdichadas, inclinadas al revanchismo, desprendiendo el espíritu de venganza, atormentadas por la consciencia culpable.