Debate
Crisis global de los sistemas políticos
Se conjugan la protesta social y el bloqueo o la crisis política.
En numerosos países se conjugan la protesta social y el bloqueo o la crisis política. Incluso en Chile, donde se plantea una Constitución que será objeto de un referéndum, las tensiones siguen activas. No se acaba de ver qué enfoque institucional podría poner fin a los fracasos y a las dificultades de la democracia liberal en el mundo. En cualquier caso, ¿de qué depende la crisis global de los sistemas de representación política?
En algunos casos, la dependencia con respecto a un poder extranjero o vivido como tal desemboca en lo inconciliable. Así sucede en Hong Kong, donde es contestado un poder local sometido a Pekín: la representación política no puede hacer nada.
En otros casos, como en Irak o Haití, o bien el Estado es débil y brutal y el Estado de derecho inexistente –condición indispensable para el funcionamiento de cualquier sistema político– o bien es fuerte y autoritario, y entonces la contestación topa con el desafío de la salida del poder, como en Argelia.
En Irak, por ejemplo, nada podrá considerarse desde este punto de vista antes de la reconstrucción de un Estado digno de ese nombre. Y en Argelia la población percibe las recientes elecciones como una farsa. Llega un momento en que todo se mezcla, influencia extranjera y carencia o exceso del Estado, como en Irak, donde la influencia de Irán es fuertemente contestada.
En todos estos casos, el problema de la representación política sigue a la relación con la existencia de una dominación impuesta desde fuera (Hong Kong) o bien a la naturaleza del poder del Estado (Irak, Argelia, Haití). La crisis de la democracia liberal es el resultante de lógicas superiores.
En otras partes, en varios países de América Latina, en Líbano, en Europa, la cuestión es sobre todo la de la relación entre una sociedad civil que ya no se siente representada de modo conveniente y actores políticos a los que rechaza, ignora o acusa de corrupción, de sordera o de impotencia.
Para algunos, el sistema político e institucional está dotado de autonomía: poner fin a su crisis implica reformarlo, con una nueva Constitución y reglas diferentes para las elecciones o bien para la elección de ministros, la introducción de un escrutinio de modo proporcional, la prohibición de acumular mandatos, etcétera. El proceso constitucional en Chile obedece a este tipo de enfoque: no es evidente que responda hasta el fondo a la contestación social en curso.
Para otros, la crisis de los sistemas políticos depende más bien de su distancia con respecto a las expectativas que emanan de la sociedad civil. A partir de ahí, dos hipótesis merecen ser examinadas.
La primera remite a la sociedad civil. Cuando está fragmentada, chocan una multiplicidad de intereses; es cuando el individualismo, como decía el sociólogo Zygmunt Bauman, la vuelve líquida sin que se aprecien decisiones claras que estructuren la colectividad en su conjunto, entre dos opciones o dos campos; cuando los movimientos sociales o culturales rechazan toda organización, todo liderazgo, en tal caso no se pueden afirmar fuerzas políticas susceptibles de resolver los grandes problemas a nivel institucional.
Segunda hipótesis: no es tanto la sociedad civil la que está en cuestión cuanto los actores políticos. Estos últimos, incluso siendo honestos y buenos gestores, ¿no se han quedado a la cola, desfasados con respecto a ella? Sus categorías permanecen estacionarias o casi desde hace largo tiempo, sus concepciones de la vida colectiva, sus formas de actuación, los principios mismos que han fundado la existencia de partidos desde hace dos siglos, ¿no esperan su puesta al día? Las redes sociales, internet, el teléfono móvil permiten una horizontalidad a la que los partidos clásicos, verticales, difícilmente pueden adaptarse.
Cuando la información es inmediata e interactiva, las vanguardias ya no son escuchadas, los modos de consulta tradicionales son obsoletos; la mediatización, decisiva, utiliza modalidades que ya no son las de antaño. Las jóvenes generaciones se socializan con respecto a la política de otra forma que en el pasado, las organizaciones juveniles ya no preparan como antes a las futuras élites de los partidos, en casi todas partes decaen. Y a los partidos políticos les cuesta prometer un porvenir, alimentarse de utopías, entrar realmente en el mundo de hoy para preparar el de mañana.
De hecho, estos diversos elementos de análisis tienen cada cual su validez. Incluso en las democracias mejor arraigadas, con algunas excepciones, como Portugal, es preocupante, tanto a corto como a largo plazo. Será necesario realmente que cambien las reglas de funcionamiento de las instituciones políticas. Pero, sobre todo, que las movilizaciones futuras busquen más que en la actualidad intermediarios políticos, que no lo esperen todo de la confrontación directa con el Estado, que nombren adversarios sociales y no sólo estatales. Y que las nuevas generaciones politicen las discrepancias y den una forma política a las protestas culturales o sociales que por el momento se resisten a ello.
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