Caminos para la oscuridad

Una fácil descalificación proveniente del así llamado “campo progresista” en esta América Latina inquieta como nunca, dirigida a los críticos de los gobiernos supuestamente “no capitalistas”, es que, al ser “antielectorales”, oponen la utopía de los movimientos a la realpolitik de los partidos que se presentan como única posibilidad contra el neoliberalismo, muy publicitariamente promovido como el “mal a vencer” por gobiernos como los nuevos de México y Argentina, o los ya defenestrados o derrotados en Brasil, Uruguay, Ecuador y Bolivia.
Los pueblos no son los únicos que plantean resistencia y construyen alternativas locales que necesitan de autonomía efectiva, no antinacional, aunque de eso acusen Piñera a los mapuches y AMLO a los mayas del sureste. Combatidos y minados en las entidades donde luchan los movimientos regionales (sean los Chimalapas, el Valle del Yaqui, el Istmo o tantas experiencias más), son de los que, como expresa el CNI, construyen “un camino que perdure en medio de la oscuridad”



Caminos para la oscuridad
 
Hermann Bellinghausen
La Jornada
 
Una fácil descalificación proveniente del así llamado campo progresista en esta América Latina inquieta como nunca, dirigida a los críticos de los gobiernos supuestamente no capitalistas, es que, al ser antielectorales, oponen la utopía de los movimientos a la realpolitik de los partidos que se presentan como única posibilidad contra el neoliberalismo, muy publicitariamente promovido como el mal a vencer por gobiernos como los nuevos de México y Argentina, o los ya defenestrados o derrotados en Brasil, Uruguay, Ecuador y Bolivia. La divergencia en el análisis sería lo de menos si la descalificación no llegara acompañada por ominosas señales como los asesinatos del nahua Samir Flores en Morelos, el popoluca TíoBad en Veracruz o el mixteco Arnulfo Cerón en la Montaña de Guerrero, o las amenazas contra el maya Pedro Uc y los defensores de los derechos humanos del Frayba en el sureste. Se mencionan estos casos por involucrar indígenas, pues las resistencias de los pueblos originarios son, junto con la sorprendente insurgencia femenina (aún más desconcertante e indigerible que la indígena, y que está impactando las sociedades urbanas del continente), resultan eficaces para cuestionar a los estados nacionales de cualquier signo. Entre otras cualidades, comparten el secreto de la organización autónoma contagiosa.

Cuando el pequeño colectivo Las Tesis implementó la coreografía de protesta que contagiaría con su ritmo al mundo, las mujeres convocadas desplegaron una organización y una disciplina sobrecogedoras. En menos de un día ocuparon sitios emblemáticos del poder en Chile y pusieron su estocada. Lo subversivo fue que la receta organizativa se repitiera fácilmente en múltiples idiomas y vestimentas. En Turquía puso nervioso al sátrapa y hasta le alborotó el Congreso. Como demuestran una y otra vez los pueblos originarios de América desde hace 30 años, el problema es el Estado, por ello los cambios electorales terminan por decepcionar, hundirse, o las dos cosas.

El momento actual de México se presenta particularmente complejo para las resistencias indígenas. Duran y maduran, pero tienen en contra un discurso oficial que se supone por primera vez estaría a su favor. El Congreso Nacional Indígena (CNI), convocado en San Cristóbal de Las Casas por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), reiteró los cuestionamientos que lo hacen inoportuno para la retórica oficial, las emociones de los nuevos incondicionales del poder bueno y los afanes de invasión e inversión del mismo capitalismo de siempre.

A la luz de la reciente e irregular consulta para empujar un megaproyecto de despojo urbanizador, extractivista y de despojo disfrazado de panacea para la prosperidad de los pobres peninsulares, el CNI denuncia polarización y enfrentamiento entre los pueblos a cargo del actual Estado retro indigenista, pues dividir sigue siendo la divisa: Para avanzar en su guerra, el mal gobierno apuesta por el desmantelamiento de los tejidos comunitarios al fomentar los conflictos internos que tiñen de violencia a las comunidades, entre quienes defienden la vida y quienes decidieron ponerle precio, aun a costa de vender las futuras generaciones.

Señalan la violencia sanguinaria y terrorista en contra de los pueblos que defienden la tierra. Su luto y rabia es por el despojo de todas las formas de vida, y nombran a los caídos en el último año. Aparte de los ya mencionados añaden a Julián Cortés Flores, mephaa de Guerrero; Ignacio Pérez Girón, tzotzil de Chiapas; así como a los nahuas José Lucio Bartolo Faustino, Modesto Verales Sebastián, Bartolo Hilario Morales, e Isaías Xanteco Ahuejote, de Guerrero; Juan Monroy y José Luis Rosales, de Jalisco, y Feliciano Corona Cirino, de Michoacán.

Todos, asesinados por oponerse a la guerra con la que el mal gobierno pretende hacerse de nuestras tierras, montes y aguas, para consolidar el despojo que amenaza nuestra existencia, mediante consultas mentirosas que suplantan nuestra voluntad colectiva ignorando y ofendiendo nuestras formas de organización y toma de decisiones. Los megaproyectos de muerte reconfiguran el país para ponerlo a merced del capital multinacional y el poderío terrorista de Estados Unidos.

Así como desdeña las reglamentaciones internacionales que tantos años y luchas han costado a los pueblos para ser considerados (consultados), al gobierno mexicano nomás no le suenan las campanas del cambio climático. Los pueblos no son los únicos que plantean resistencia y construyen alternativas locales que necesitan de autonomía efectiva, no antinacional, aunque de eso acusen Piñera a los mapuches y AMLO a los mayas del sureste. Combatidos y minados en las entidades donde luchan los movimientos regionales (sean los Chimalapas, el Valle del Yaqui, el Istmo o tantas experiencias más), son de los que, como expresa el CNI, construyen un camino que perdure en medio de la oscuridad.