Decíamos: “De aquí no se va nadie, porque aquí lo defendemos todo”
Álvaro Urbano
Una internacionalista catalana relata sus días como combatiente junto a las Unidades de Defensa de las Mujeres (YPJ) en la ciudad kurda de Serekaniye, bombardeada y ocupada por el Estado turco.
El pasado 9 de octubre, el presidente del gobierno turco Recep Tayyip Erdogan anunciaba el inicio de la Operación “Fuentes de Paz”. Comenzaba así una ofensiva militar por tierra y aire sobre el norte de Siria, popularmente conocida como Rojava, un área de población mayoritariamente kurda donde, desde el inicio de la guerra siria en 2012, se ha desarrollado un profundo proceso de transformación social basado en la filosofía política de Abdullah Öcalan, dirigente del movimiento de liberación kurdo.
Este paradigma, que ha recibido el nombre de Confederalismo Democrático, se ha plasmado en el noreste de Siria en la creación de instituciones populares que articulan la liberación del mujer, el establecimiento de un sistema democrático local y de base, la inclusión de comunas de diversos pueblos y confesiones religiosas en la toma de decisiones, y las estructuras de autodefensa para la protección de los derechos colectivos de las diferentes comunidades.
Una de las primeras ciudades atacadas durante la invasión turca fue el municipio de Serekaniye, donde se llevó a cabo una dura resistencia de 10 días, hasta el acuerdo de un alto al fuego -nunca cumplido en su totalidad-, que implicaba la retirada de las fuerzas democráticas de Serekaniye.
En esta entrevista hablamos con una militante anarquista y feminista de Catalunya, que después de conocer lo que sucedía en el norte de Siria decidió unirse a la revolución y que participó en la resistencia de Serekaniye hasta el momento en el que recibió la orden de retirarse.
—¿Por qué decidiste ir a Rojava?
—Creo que básicamente por el papel que entendí que las mujeres estaban desarrollando en la revolución, por su posición en la vanguardia y toda la lucha histórica que han desarrollado durante tantos años. El referente que han creado -y que aún sigue- de la construcción de una sociedad que camina de manera horizontal. Porque es cierto que desde casa escuchamos, leemos y discutimos lo que pasa en Rojava, pero tienes que venir a verlo, y esto es algo que entendí después de la experiencia de otras compañeras que fueron y volvieron. Ver cómo se reconstruye un territorio castigado por la opresión y los régimenes totalitarios, y convertirlo en un territorio autónomo, en un sistema democrático ha sido y sigue siendo una experiencia que a día de hoy forma parte de los pasos que deseo seguir caminando. Todas aquellas que creen en la lucha y en la liberación de los territorios oprimidos, deben venir a Rojava a apoyar y participar en esta revolución.
Veía en esta revolución muchas cosas que nos faltan en Europa. ¿Cómo se construye un proyecto revolucionario fuerte, con continuidad, que está enraizado en la sociedad y que incluye a las mujeres, un proyecto donde las mujeres son la vanguardia? ¿Y cómo se defiende todo esto? ¿Cómo podemos hacerlo en casa? Para mí, venir aquí era un paso lógico y necesario.
—¿Cómo acabaste en la batalla de Serekaniye?
—En un momento dado, después de estar un tiempo conociendo la sociedad y trabajando en ella, decidí dar el paso de entrar en las YPJ (Unidades de Defensa de la Mujer). Veía cómo padecían las mujeres, que se unían a las YPJ para liberarse, porque la única perspectiva de vida que socialmente se plantea para muchas mujeres es casarse con un hombre escogido por la familia y estar encerradas en casa. Era una cosa sobre la que ya llevaba tiempo pensando, pero después de estar trabajando mucho con mujeres en la sociedad, empecé a conectar mucho con esto. Quería conocer mejor el proceso ideológico y de vida de las mujeres kurdas y árabes criadas en Rojava.
Cuando vives un tiempo aquí, como mínimo esta ha sido mi experiencia, acabas amando de algún modo toda la historia de esta tierra, no solo por lo que te enseña el día a día sino también por la conexión con la historia y las luchas de dónde vengo. Sentía también que, como internacionalista, una parte de mi implicación tenía que ser con la defensa de esta tierra, de estas ideas, de esta historia. Entonces decidí hacer la formación militar en las YPJ y unirme a las tareas defensivas de Rojava. Uno de mis primeros trabajos fue en Serekaniye. Se me envío con un grupo de defensa, y llegamos dos o tres meses antes de que Turquía empezara con las primeras amenazas contra la ciudad. Todo este tiempo estuvimos preparando la ciudad, haciendo guardias de vigilancia y todo eso.
—¿Qué quieres decir con preparar la ciudad?
—Por un lado, preparar la ciudad a nivel físico, a nivel militar, para poder defenderla de una invasión aérea y terrestre, hacer toda la construcción necesaria. Por otro, preparar la ciudad a nivel social. Aparte, muchas de nosotras no conocíamos bien la ciudad, por lo que teníamos que dedicar tiempo a conocerla, y conocer también todos los otros grupos, ayudarlos en lo que hiciera falta, logística, vigilancia…
—¿Cómo reaccionaba la sociedad en esta situación?
—Pasas 24 horas con ellos, vives con ellos, en su barrio, y acabas conociendo a todo el mundo. Serekaniye había vivido la guerra en 2012, ya sabían lo que era, por lo que el ambiente era un poco tenso, bastante tenso. Cuando vas a hablar con las familias, tienes que ir fuerte, con la moral alta. Hay reacciones de todo tipo. Pero debo decir que durante el tiempo de preparación, la gente estaba muy animada. Decían: “Es nuestra tierra, la defenderemos”. La gente te abría sus puertas. Una gran parte de la sociedad civil se implicó en la preparación de la ciudad. En la logística, la comida… La gente estaba muy animada, había mucha bawerî (fe), una creencia muy fuerte en lo que estaban haciendo. Sabían que una tarea no era más importante que la otra, que si una no cocinaba la otra no comía y no podía luchar, y que si una no luchaba no podía defender esto, y nadie comería. Que si ellas como sociedad no existen, las YPJ tampoco, y viceversa. Y un sentimiento muy fuerte, que unía a todo el mundo, el sentimiento de vínculo con la tierra, de querer defenderla. Todos identificaban el fascismo de Erdogan, todos. También había muchas discusiones acerca del papel de Estados Unidos, se compartía el discurso de que Estados Unidos es el enemigo de Rojava. Esto ha sido muy importante para mí, el poder tener estas discusiones políticas.
Las madres… las madres son las que ves que más padecen, porque no tienen recursos económicos, tienen muchos hijos, pocas posibilidades de moverse… Pero también vi que concretamente la presencia de las YPJ ayudaba mucho a las mujeres. Porque hablabas con ellas y te decían: “¡Qué bien que están aquí!”, y eso ha sido una experiencia bestial, crear este vínculo, dar fuerza y moral a la sociedad. Para mí, ver a las madres era una cosa muy fuerte porque al ver cuando las hijas se unían a las YPJ, tenían miedo, de alguna forma les robas el corazón, ¿no? Pero saben que sus hijas se unen para defenderlas a ellas, para defender a sus madres, y están muy orgullosas. A mí me venía mucho a la cabeza mi madre, Catalunya, mis compañeras de todas partes…
—¿Cómo recuerdas el 9 de octubre, el día que comenzaron los ataques sobre Serekaniye?
—Nos llegó que el día antes ya había habido un ataque, un bombardeo, pero que se había decidido no contestar. Entonces era un poco conversaciones entre bastidores, entre las compañeras que estábamos en mi pequeño grupo. Decíamos: “¿Qué pasará?”. Dos días antes estábamos en la calle haciendo guardias por la noche y todo estaba demasiado tranquilo. En un momento dado el cuerpo lo siente, porque la tensión aumenta y el cuerpo lo nota.
El 9 recuerdo que era pasado el mediodía, estábamos en nuestra posición normal cuando escuchamos los primeros bombardeos ,y desde nuestra posición pudimos ver el humo. Me acuerdo que todo mi cuerpo, que toda mi sangre me decía: “Ahora, venga, empecemos”. Y claro, yo no había experimentado todavía una sensación tan fuerte, y verlo físicamente… Nos reunimos todas en casa y nuestra comandante nos dijo: “Todas preparadas, agarren las mochilas, tomen posición”. A partir de aquel momento fue como si las cosas se desencadenaran poco a poco… De repente, hay muchos ruidos que no entiendes… Había mucho humo, la ciudad estaba preparada para evitar la observación desde el cielo por parte de drones, y moverte bajo este humo psicológicamente afecta. Entonces todos los coches llenos de familias, marchando con lo que han podido agarrar en diez minutos…
—Me imagino que era muy importante el factor aéreo, ¿no? ¿Cómo era luchar contra un ejército que está apoyado por aviones de guerra?
—Los primeros días fueron muy duros, porque con los primeros bombardeos llegan los primeros heridos en masa. Que no son heridos de guerra, propios de una guerra de ciudad, son heridos de explosiones, grupos enteros de gente, es otro tipo de guerra. Al principio, por ejemplo, transportar heridos de Serekaniye a Til Temir era una lotería. Las ambulancias y los convoyes civiles, que no suponían ningún tipo de amenaza militar, eran bombardeados. Se bombardeaba a la gente y después se bombardeaba también a la gente que iba a recoger los cuerpos que acababan de ser bombardeados. No había escrúpulos, únicamente ansias de conquistar el territorio.
Cuando había aviones, al principio con las compañeras hacíamos bromas. Cuando sentíamos el ruido de un avión o de un dron, siempre había alguien que decía: “¡Va a pasar, va a pasar!”. Pero en realidad es la incertidumbre de pensar si ya te han detectado antes, si van a disparar donde ellos saben que tienen que hacerlo. La incertidumbre de decir: “¿Dónde caerá?”. El primer sentimiento es el de salir corriendo, pero claro, el tema es que cuando sales corriendo es cuando eres detectable. Manteníamos la sangre fría, cuando los veíamos nadie se movía, controlábamos el miedo, la incertidumbre, esa voz que te decía si antes lo habrás hecho bien y no te habrán visto, mezclada con la confianza más plena y profunda con las compañeras que tenía a mi lado luchando contra los invasores y fascistas.
Yo confiaba mucho en las compañeras con las que compartí los primeros días, porque ellas tienen experiencia en ciudad, en montaña y han perdido a mucha gente, precisamente por bombardeos, por lo que lo tienen muy integrado. Saben que con esta maquinaria de guerra no tenemos grandes posibilidades, pero tenemos la estrategia, el coraje de todos estos años de resistencia, sabemos que no se debe temer a la ayuda aérea, sabemos que es una maquinaria contra la cual no podemos combatir de una forma frontal y directa, pero que por eso mismo hay otras estrategias. Saber moverse, compartir los miedos y las dudas, y tener mucha paciencia. Hace falta mucha paciencia: esperar y esperar.
—¿Qué más dirías que has aprendido de tus compañeras más experimentadas?
—La historia de Rojava tiene un conjunto de valores, pero yo estos valores los he empezado a entender realmente cuando he estado con ellas. Todo el mundo tiene miedo, pero yo no he visto en ningún momento dudar a las compañeras. Su lucha es algo que llevan tan adentro, que proviene tanto de la injusticia, de la decisión que ellas tomaron de darlo todo por la lucha, por la defensa de la tierra, que a la hora de luchar, lo veía en el día a día.
Lo veía en cómo se cuidaban entre ellas, en cómo cuando una estaba cansada, las demás cuidaban de ella. Vi compañeras heridas graves luchando, compañeras muy jóvenes luchando, todas siempre pendientes de donde estaban las demás…Había momentos en los que teníamos que seguir, pero si había una herida, lo primero eran las compañeras heridas. Y las que caían heridas lo único que deseaban era ser reparadas y volver, que las curasen como pudieran y continuar en el frente.He visto compañeras no dormir en tres días, no comer en tres días, no sacarse los zapatos en días, compartirlo todo, no tener comida, no tener agua y compartir lo poco que se tenía… Nadie se quedaba atrás. No he visto a nadie quedarse atrás.
Había un sentimiento muy fuerte de estar defendiendo lo mismo. De que era una lucha para defender la tierra, una lucha contra el fascismo, una lucha milenaria. Porque lo que esta gente vive es un intento de exterminio étnico, de una cultura, y además de un movimiento que está liderado por mujeres. Ver que todo lo que habías construido, que ha costado tanto dolor, a nivel de organizar la sociedad, las mujeres, de que todo sea democrático, confederal, de que hayan estructuras… Ver cómo todo esto puede quedar destruido en dos días… Pero claro, el espíritu era de no parar, nadie descansaba. Había una fuerza y un valor, un coraje, que si no vinieran del corazón y del sentimiento de “¡Basta!”, la resistencia de Serekaniye no podría haber sido como fue, porque motivos para salir corriendo los tenía todo el mundo. Porque con la maquinaria de Turquía, el segundo ejército más grande de la OTAN, ¿quién puede contra esto? Solamente la historia, la convicción ideológica, la defensa de la tierra, la defensa de la lucha de las mujeres puede con todo esto.
Y no únicamente he aprendido de las compañeras más experimentadas, para mí ha sido increíble compartir este tiempo con chicas de 18 o 19 años, kurdas, árabes, que se han unido a la lucha para rebelarse contra una vida que las condenaba a ser mujeres de casa y tener un hombre, o que se han unido por convicción ideológica. Que siendo tan jóvenes hayan sacado el valor para unirse a la resistencia armada, con todo lo que esto comporta para la sociedad… Pensaba en la guerra civil española, en las mujeres de la CNT-FAI. Elissa García, por ejemplo, que murió en el frente con 19 años… Y ver cómo las mujeres militantes del movimiento abren el camino para las otras mujeres, para las mujeres jóvenes. Ha sido increíble. También hay muchas cosas que no puedo explicar, porque hay muchos sentimientos que son como imágenes que recuerdo, que no puedo expresar con palabras…
—¿Qué imágenes te vienen a la cabeza cuando piensas en Serekaniye?
—(Largo silencio…) Muchas. Del principio, recuerdo cuando a mi grupo nos separaron en dos más pequeños. Tengo la imagen de cuando las compañeras del otro grupo se iban a tomar posición y nosotras íbamos a otro sitio. Pensé: “Quizá ésta es la última vez que las veo”, y eso se me ha quedado mucho. Recuerdo muy bien aquél día, las columnas de humo. Y cómo ellas se iban cargadas con los biksi (nombre utilizado popularmente para referirse a la ametralladora ligera PKM diseñada en la URSS) y sus mochilas.
Y después tengo muchas imágenes del hospital, porque parte de la resistencia la hicimos en el hospital, que en un momento dado acabó formando parte del frente. Fueron cinco días, pero lo recuerdo como si hubiesen sido 10 horas. Recuerdo el hospital, a oscuras, porque cuando los çete (término que literalmente significa “bandas” o “mercenarios”, utilizados para referirse a los grupos yihadistas que forman parte de la ofensiva del Estado turco contra el norte de Siria) se acercaban, no había electricidad. Y en medio de la oscuridad, la luz de los cigarros que fumaban las compañeras. Y las puertas, porque la luz entraba por las puertas. Hacía el control de los heridos, preguntando a cada uno: “¿Cómo estás? ¿Todo bien? Sí, sí, estoy bien”. Y los heridos luchando. Porque todos sabíamos que estábamos rodeados, que nos íbamos a quedar atrapados en la ciudad. Y nos dábamos valor entre nosotras, decíamos “De aquí no se marcha nadie, porque aquí lo estamos defendiendo todo”. Al final, cuando tuvimos que retirarnos, la última imagen de Serekaniye, la ciudad quemándose, todo quemándose…
—Estaban cercadas y debido a unos acuerdos diplomáticos con Turquía se les ordenó la retirada. ¿Cómo recibiste esta orden? ¿Cómo fue para ti la retirada, después de tantos días luchando sin descanso?
—Llega la orden por la mañana y no lo creemos. Al principio no lo creíamos. Pero recuerdo que rápidamente llega el sentimiento de sentirte devastada. Nos dicen que nos marchamos, que preparemos todo el material. Todo el convoy, todos los coches llenos con todas las fuerzas de defensa, salimos poco a poco y descubrimos que los enemigos han salido a la calle. Todos abandonaron sus líneas de defensa y bajaron a la calle, salieron a los balcones para hacernos el pasillo, para que los viéramos. Veías a los soldados turcos y a los yihadistas, algunos con uniforme militar, pero otros camuflados de civiles, durante todo el pasillo hasta el hospital. Veíamos las caras de los que hasta hacía poco estaban atacándonos, escondidos a 100 o 200 metros del hospital. Recuerdo a una de las comandantes diciéndonos: “No disparemos, no disparemos porque la guerra no ha acabado”. Fue muy duro, no nos lo esperábamos. Toda la adrenalina de tantos días, toda la emoción contenida… Pero ves las compañeras que llevan siete años luchando aquí, algunas más de 10 años en las montañas, y sientes que no quieres estar triste.
—¿Sientes que no tienes derecho a estar triste?
—Tengo derecho a estar triste porque Serekaniye ha sido mi casa, porque he visto a compañeras morir, porque hemos defendido las calles, porque he conocido a las familias, como todo el mundo. Pero por otra parte, siento que ha sido una resistencia dura pero hermosa, que lo que hemos hecho forma parte de la Historia. Y si no tienes presente esto, te vas rápido hacia abajo, tu moral cae, la palabra “derrota” entra en tu cabeza. Sí, militarmente quizá ha sido una derrota, pero ideológicamente en ningún momento. Serekaniye ha sido un referente también para la población. Mucha gente tomó las armas, sobre todo chicos y chicas jóvenes.
—Históricamente las armas y la lucha armada ha sido un terreno cerrado para las mujeres. ¿Cómo ha sido para ti entrar en contacto con esto?
—Yo creo que las mujeres siempre han estado presentes en la lucha armada, pero más invisibilizadas. Quizá en menor cantidad, pero a lo largo de la historia siempre ha habido referentes de mujeres que han participado en la lucha armada, y han construido un poco la base y el camino para que muchas de nosotras lo consideremos algo posible, un camino que también es nuestro camino.
En cualquier parte del mundo y en cualquier contexto social y político, como mujeres y por la opresión específica que se nos impone, siempre hemos desarrollado formas de autodefensa, siempre hemos tenido que utilizar las herramientas que teníamos a nuestro alcance para defender nuestros cuerpos, nuestros pensamientos, nuestra vida, el territorio… Como mujeres, se nos intenta introducir que este no es nuestro papel, pero la historia demuestra lo contrario, demuestra que siempre hemos sido capaces de buscar salidas, soluciones, maneras de luchar y eso es lo que pasa en Rojava. Las mujeres se han organizado para construir estructuras, espacios de aprendizaje, de apoyo, mecanismos para luchar y defender todo esto. Porque, ¿si no lo hacemos nosotras, quién lo hará? No podemos esperar a dejar en manos ajenas la decisión sobre cómo tenemos que luchar, no podemos confiar nuestro futuro a estructuras que son opresivas. Considero, por tanto, que la autodefensa es una cosa que nos define como revolucionarias y como mujeres en general. Siempre ha sido parte de nuestra vida porque siempre hemos sido objeto de la opresión del patriarcado, del Estado, de todas las instituciones sociales. Entonces considero que en Rojava las armas son un método más de defensa, un elemento más para proteger los espacios donde crecemos, y una forma de defender la vida colectiva y los pueblos oprimidos, de la cual las mujeres representan la vanguardia. Para mí no ha sido fácil asumir esto, ha sido un aprendizaje muy grande.
Dentro de mi familia, solo los hombres han participado en esta forma de resistencia contra Franco, básicamente mi abuelo. Pero teniendo el referente de mi madre, de mi abuela, de las mujeres de mi familia que durante el franquismo y el post-franquismo han sido oprimidas, que algunas se han organizado y otras no, pero si hubiesen tenido la posibilidad no hubiesen descartado esta vía, como yo, que teniendo la posibilidad y teniendo al lado a compañeras que pueden introducirnos, ¿cómo no iba a participar en esta lucha?
Y ha sido un proceso, un aprendizaje duro, muy duro. Porque lo más importante no es agarrar las armas, sino saber por qué las tomas. En un momento dado te planteas: “Quizá caigo mártir aquí”, y la sensación era decir “Estamos luchando por la vida”. Es un aprendizaje, y continúo aprendiendo.
—¿Cómo ha sido la relación con los compañeros hombres? ¿Había alguna diferencia de trato?
—La mayor parte de la batalla de Serekaniye, durante la cual estaba en la línea de defensa, debo decir que éramos mayoritariamente mujeres. En nuestro grupo también había hombres, pero mayoritariamente estábamos compañeras. En ningún momento recibí órdenes de un hombre, mi responsable era siempre una mujer. Sí había ciertos momentos en los que me sentía sobreprotegida, pero considero que era más por el hecho de ser internacionalista. Al principio estos momentos se daban, pero rápidamente desaparecían debido a la crudeza de la guerra y por el día a día, por compartir cotidianidad.
Estaba rodeada de mujeres como con las que yo estaba, no había espacio para diferencias de género, al menos esto es lo que yo he vivido. En todos los entornos politizados siempre hay una tarea que los compañeros deberían hacer mucho más, que es dar el espacio a las mujeres a nivel de militancia que merecen, y aquí no es que diga que no hace falta y que no hay dominación de los compañeros hacia las compañeras, pero sí que se ve que hay un trabajo de años en este aspecto. Porque muchas veces nosotras mismas también nos situamos en este rol, ¿no? Lo tenemos interiorizado. Las compañeras aquí tienen una actitud de no aceptar este rol, una actitud de decir: “No esperaremos a que los hombres cambien, nosotros somos el motor de este cambio”. Y esta actitud también ha ayudado mucho a los hombres a entender el cambio de actitud que ellos deben hacer cuando están luchando con mujeres.
Una vez en el hospital, por ejemplo, donde había más hombres, sí que noté más la diferencia, pero es que no estábamos para tonterías. No podíamos. Éramos cuatro o cinco personas cuidando de 40 heridos cada día, aparte de los mártires. De lo que se trataba era de funcionar, funcionar, trabajar y trabajar, y en los momentos de descanso, hacer guardia y luchar.
En un contexto de guerra, todo el mundo tiene muy claro quién es el enemigo. Esto es lo que a veces he echado de menos en casa, en mí misma y en los demás. Tenemos tantos frentes abiertos y tantos enemigos que no somos capaces de construir algo sólido.
—Durante los enfrentamientos en Serekaniye, en Europa y, por ejemplo, concretamente en Catalunya, había manifestaciones, acciones, muestras de solidaridad con Rojava… ¿A ti te llegaba esto? ¿Cómo lo recibías?
—Durante Serekaniye no teníamos demasiado contacto con el exterior. La mayor parte del tiempo, los teléfonos no funcionaban, internet no funcionaba, pero los pocos momentos que funcionaba básicamente era esto lo que mirábamos: cómo estaba la situación del territorio, cuáles eran los movimientos, compartir cómo estaban los otros compañeros y compañeras, y mirar qué pasaba en casa, en Europa. Entonces claro, cada manifestación, cada texto, cada acción, cada foto, cada historia… En cinco minutos todo el mundo lo sabía.
Todo lo que veíamos corríamos rápido a enseñárselo a los demás compañeros, porque subía muchísimo la moral. Por ejemplo, ver en Catalunya las fotografías de esteladas, banderas negras, banderas de las YPG y YPJ… Esto para nosotras ha sido increíble. Ver la unión de todas estas luchas… y para los compañeros del movimiento aquí, era increíble. Muchas veces no se lo creían. Les enseñaba las fotos de los disturbios de Catalunya, de las pancartas, de las bengalas y era emocionante compartir esto y poder decir: “¡Mira, mira! Catalunya, ¡mi tierra!”.
La sensación era que no estabas sola, de que la gente estaba conectada contigo… Nunca hemos esperado ni esperaremos nada de los estados, pero a nivel de sociedad, a nivel de pueblos, de empatizar, de sentir la misma opresión, esto ha sido muy importante. No tengo palabras para describir cómo el movimiento de mujeres, sea de la organización que sea, ha reaccionado en toda Europa por la defensa y el apoyo a Serekaniye. No tengo palabras al ver cómo las compañeras han trabajado duro para hacernos llegar su calidez, y toda la responsabilidad que mucha gente en Europa sentía con Rojava.
—¿Cuáles dirías que son también los aprendizajes que se tendrían que exportar de aquí hacia los movimientos y las luchas en Catalunya?
—Creo que una de las cosas más importantes que he aprendido aquí es el valor del compromiso. El compromiso de realmente decidir luchar el resto de tu vida. De tomar una decisión que no es fácil, y de volcar todas tus energías y tiempo en la construcción de una base, de hacerlo a largo plazo y con perspectiva. No querer hacer las cosas demasiado deprisa, sino tener perspectiva de lo que significa la construcción revolucionaria de un territorio, incluyendo a la sociedad, a la gente. No estoy diciendo que en Catalunya no haya compromiso, digo que llega un momento en el que, ante la opresión, no hay posibilidad ni medias tintas, es una cosa u otra. Y a veces esperábamos estar bien hundidos para responder, pero si respondemos sin haber construido toda la base a nivel social, ideológico y estructural, la respuesta a los ataques será muy corta. No será larga porque no será ideológica, no estará fundamentada en unos valores comunes y compartidos.
Y después, claro… ¿cómo decirlo en catalán? Aquí se habla mucho de bawerî, de la fe. Creo que en casa no tenemos fe en nuestros propios pasos, en nuestras estructuras, en nuestra apuesta, también a nivel vital. Porque si no comenzamos por nosotros mismos, si no luchamos contra nuestra personalidad sexista, contra la competitividad que hay en nosotros y la mentalidad capitalista que tenemos, si no aprendemos a vivir colectivamente, ¿cómo podemos plantearnos un cambio real? Esto es lo que he visto aquí, que la vida y la lucha son lo mismo, que tenemos que conseguir que la gente vuelva a creer, vuelva a organizarse y no tener miedo a la diferencia, porque la diferencia es la que hace comunidad. Mira aquí, en Serekaniye las familias y las compañeras eran kurdas, árabes, armenias, turcas, internacionales… A veces ni siquiera hablábamos la misma lengua, y todas defendíamos lo mismo. Y sí, aquí hay un contexto de guerra, pero en casa también hay guerra, la sociedad también padece una guerra, simplemente que de una forma distinta: en la forma del trabajo asalariado, desahucios, del patriarcado… Y en Catalunya, después del referéndum, con toda la represión. La fortaleza de Europa continúa expandiéndose, continuamos teniendo compañeras en prisión, desahucios de proyectos históricos, asedio a las personas migradas, criminalización del aborto, privatización de la sanidad, cimeras mundiales para decidir el futuro de la población, control y violencia policial de todos los colores… Y Rusia, el Estado español, Alemania, Estados Unidos… al lado de Erdogan. ¡Guerra!
Las ideas anarquistas me enseñaron la lucha de las revolucionarias de la guerra civil, las compañeras que tengo en Europa me enseñaron la fuerza y la necesidad de interconectar luchas, de la solidaridad internacionalista. Las compañeras de Rojava y del Kurdistán, me han enseñado la importancia de la unidad y del compromiso para levantar una tierra y defender las culturas oprimidas bajo montañas de ruinas. Y todas me enseñaron el valor de la lucha para defender el territorio y la libertad de las madres, hermanas, compañeras, así como la construcción de otra sociedad, de unos valores revolucionarios con cimientos fuertes. Miro al futuro de otra manera… La destrucción del Estado, el derrocamiento de prisiones y comisarías, el aislamiento de bancos y grandes empresas, la confrontación con políticas fascistas y patriarcales, son tareas que merecen compromiso, decisión y coraje.
Apoyo mutuo, toma de decisiones colectivas, organización de vecinas, estructuras de defensa, compromiso, coraje… Estamos preparadas, empecemos a caminar.
Por Álvaro Urbano para Catarsis / Traducción: El Salto Diario
Tomado de La Tinta