Venezuela: El rol de China en el auge y colapso del proceso bolivariano.

Una discusión sobre neo-colonialismo y neoliberalización.
Esta crisis no es posible vincularla de manera simplista a una sola causa: es también de carácter histórica y multi-dimensional, pero está profundamente determinada por la compleja relación que se produce entre la crisis estructural del modelo capitalista/rentista nacional y un auge de la conflictividad política de diversas escalas (por el control de Petro-Estado, geopolíticas y de escala socio-territorial).



El rol de China en el auge y colapso del proceso bolivariano.

Una discusión sobre neo-colonialismo y neoliberalización

Emiliano Teran Mantovani

 

I. Introducción

Venezuela vive tal vez la peor crisis en su historia republicana. Para el año 2019 se ha registrado una pérdida de más del 50% del PIB desde 2014, una hiper-inflación sólo vista en países en guerra o de colapsos profundos (130.060% en 2018, según el Banco Central de Venezuela); un derrumbe de la industria petrolera que ha llevado la producción a mediados de 2019 a unos 740.000 barriles (tomando en cuenta que por años el país producía en promedio 3 millones b/d) según datos de la OPEP; y una deuda externa bruta que ya en 2016 rondaba los 132.000 millones USD, según Cepal. A esto hay que sumar factores como el colapso de las instituciones y de los servicios públicos; el socavamiento del contrato social y la convivencia; una extraordinaria expansión de la economía informal; una expansión de la violencia y auge de la criminalidad organizada; la ampliación y multiplicación de impactos ambientales; y una migración que ya ha superado los 4 millones de personas desde 2015 (según datos de la Organización Internacional para las Migraciones, de Naciones Unidas).Esta crisis no es posible vincularla de manera simplista a una sola causa: es también de carácter histórica y multi-dimensional, pero está profundamente determinada por la compleja relación que se produce entre la crisis estructural del modelo capitalista/rentista nacional y un auge de la conflictividad política de diversas escalas (por el control de Petro-Estado, geopolíticas y de escala socio-territorial). A pesar de lo dicho, es necesario precisar lo siguiente. El proceso bolivariano, liderado por Hugo Chávez, emerge en 1999 con varios de estos factores de crisis ya en desarrollo. A pesar de haber logrado en un período de tiempo temprano una distribución de la renta petrolera más favorable a los sectores populares y formas de participación política y cultural muy inclusivas a nivel social, los factores del modelo que habían generado la enorme dependencia, fragilidad, junto a las desigualdades sociales estructurales y los impactos ambientales fueron profundizados en este proceso político reciente (Teran-Mantovani, 2014). El desastre que se vive hoy en el país caribeño es fundamentalmente consecuencia del reforzamiento del modelo extractivista. Uno de los argumentos de este texto señala que China, como una potencia global emergente, ha tenido también un rol crucial en estos resultados, vinculado a la forma en

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que promovió e impulsó un atornillamiento de la economía venezolana al extractivismo, lo que a su vez ha sido un factor importante en el proceso de avance de las fronteras de la extracción y la re-colonización de los territorios y la vida en el país.Un segundo argumento central en este texto tiene que ver precisamente con el rol del gigante asiático en el proceso de crisis y re-configuración neoliberal que se desarrolla en Venezuela desde 2014. Planteamos que en este período se ha generado un proceso progresivo de transmisión del ‘neoliberalismo con rostro chino’ (Harvey, 2007) en el que no sólo prevalecen los intereses geopolíticos del país asiático, sino que va dando forma al proceso de reestructuración económica impulsado por el Gobierno de Nicolás Maduro, que potencia el camino a la ‘acumulación por desposesión’. Veamos.II. El neo-colonialismo chino en la emergencia del gigante asiático como potencia globalEl posicionamiento de China en América Latina y el Caribe ha sido muy notable en los últimos lustros, aumentando considerablemente su influencia regional. El país asiático se ha convertido en un socio comercial clave para Latinoamérica y en una fuente de inversiones y préstamos fundamental para varios países, afectados en muy buena medida por la inestabilidad económica global desde al menos 2008/2009. Destacan los nexos comerciales con países como Brasil, Chile, Perú, Cuba y Costa Rica; así como sus vínculos políticos con naciones como Venezuela y Ecuador (al menos hasta el Gobierno de Rafael Correa), principalmente como contrapeso geopolítico a los Estados Unidos y el eje Occidental. El impacto chino en el período de crecimiento sostenido de las exportaciones y PIB de los países de la región (2004-2014) ha permitido no sólo estrechar la relación de nuestras economías con la potencia emergente, sino también ampliar su aceptación política, incluso entre sectores de izquierda, que ven posibilidades de la construcción de una ‘agenda emancipatoria e independiente’ para la región, de la mano de la cooperación china. El Gobierno de esta potencia ha establecido el discurso oficial acerca de su relación con América Latina, establecida ‘en pie de igualdad y respeto mutuo’, de acuerdo con el principio de ‘beneficio recíproco’ (Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular de China, 2016). Este discurso ha calado también en varios sectores críticos, vinculados a los gobiernos y partidos progresistas. Una de las voces tal vez más representativas de esta idea ha sido la socióloga peruana Mónica Bruckmann, quien ha asesorado a la Secretaría General de la UNASUR. Para Bruckmann (2013), China retomaría el espíritu de Bandung de 1955 -un espíritu anticolonial y de movimiento de países no alineados- y junto a la emergencia de los BRICS, abriría el camino para un proyecto de coexistencia global que nos llevará a un profundo cambio de paradigmas: del ‘choque de civilizaciones’ hacia un nuevo enfoque de ‘alianza de civilizaciones’ (América Latina en Movimiento, 2013). El propio presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha afirmado que “por primera vez en la humanidad surge una nueva potencia no imperialista, ya eso es mucho” (en AVN, 2014).Sin embargo, la realidad de re-primarización económica, encadenamiento bilateral subordinado y dependencia, impactos ambientales y responsabilidad en la violación de los derechos humanos en los territorios de la región, ponen seriamente en entredicho la visión romántica sobre esta relación China-América Latina. Conviene por tanto, revisar los antecedentes y las bases de la expansión china, tanto a lo interno

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como a numerosas partes del mundo, para verificar la configuración de una potencia emergente que, sea por la asunción de medidas explícitas y conscientes o llevado por las circunstancias de la lógica del crecimiento y la competencia geopolítica, es hoy la fuerza más dinámica en la ejecución de políticas y el reforzamiento de patrones (neo)coloniales, así como en la formación de expresiones alternativas y heterodoxas de neoliberalismo.Lo primero que habría que señalar es cómo, desde las reformas de Deng Xiaoping (a partir de fines de los 70s) en adelante, se va promoviendo en China un proceso progresivo de apertura total del país a las fuerzas del mercado y del capital extranjero (aunque vigilado y manipulado por el Estado y el Partido Comunista), impulsando liberalizaciones, privatizaciones, corporativización de empresas estatales, entre otras reformas neoliberales que, junto a tasas de crecimiento y urbanización extraordinarias y únicas en el mundo, se hicieron a costa de una notable expansión de la desigualdad social; la creación y aprovechamiento de mano de obra barata china (que origina el mundialmente famoso ‘Made in China’); la represión de las luchas sindicales, obreras, campesinas y estudiantiles (lo que llega a su clímax con la represión en Tiananmen en 1989); amplias devastaciones ambientales en sus territorios; y la formación de una poderosa clase capitalista.Este proceso generó las condiciones para que China necesitara la apropiación de nuevas zonas externas de expoliación y externalización –factor determinante en la consolidación de su carácter neo-colonizador mundial. La primera gran zona de expansión global de la influencia china ha sido su propio continente, especialmente la zona del sudeste asiático, proceso que no ha dejado de expandirse hasta la actualidad, aunque no sin contradicciones. Destacan las relaciones de padrinazgo que este país ha ido construyendo con naciones como Camboya, Mongolia, Pakistán, Bangladesh, Malasia (inestables con la llegada de Mahathir en 2018), Laos, Sri Lanka o Nepal (que crecen desde 2018, en medio de las disputas con India), junto a potentes relaciones comerciales con otros como Vietnam o Myanmar. Al mismo tiempo, se fue constituyendo como el principal socio comercial y la mayor fuente de inversiones en África, destacando su rol en países como Sudán, Nigeria, Congo, Zambia, Kenia, Argelia y Suráfrica. Todo esto se fue desarrollando como una estrategia global que ha incluido paulatinamente a América Latina.Esta expansión china hacia la integración con economías subordinadas, antes que recurrir a una especie de imperialismo militar, ha apelado fundamentalmente a una estrategia diferenciada que va del posicionamiento a la coerción económica, con el fin de doblegar a otros países a su voluntad (soft power), aunque esto no necesariamente se establezca de manera irresistible, explícita y unilateral. Se replican estrategias históricas de hegemones regionales anteriores, como lo hiciera Estados Unidos con América Latina en el siglo XIX, previo a su dominación posterior en el siglo XX (Lind, 2018). El neo-colonialismo chino se fundamenta en varias estrategias articuladas entre sí. Primero, el impulso de inversiones masivas y/o la promoción de un creciente endeudamiento público por parte de los Estados receptores, orientado principalmente en la expansión del sector de materias primas y de la construcción de obras de infraestructura. China va logrando generar procesos de subordinación económica y política desde su lugar privilegiado como potencia, por ejemplo, al ayudar a países pobres a salir de crisis y estancamientos económicos –como ocurrió en la Crisis

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Asiática de 1997, pero sobre todo a partir de la crisis mundial de 2008, en la que China aparece como el mejor parado en el mundo–. Casos como los de Sri Lanka, Laos o Kenia evidencian cómo la adquisición de deuda a China –vinculada por ejemplo a la ejecución de mega-proyectos–, y la incapacidad de estos países para pagarla, ha supuesto la cesión de activos (o de su gestión) al gigante asiático (El Economista, 2017; Stuart-Fox, 2009; Wagner, 2019). Congo y Zambia, países muy endeudados y vulnerables, han adquirido altos niveles de deuda china, y se encuentran a merced del país asiático; y Sudán del sur paga sus deudas a este país directamente con petróleo, modalidad que se repite en otros países del Sur Global (como Ecuador o Venezuela).Segundo, estas estrategias le permiten a China intervenir (directa o indirectamente) en la política interna de los países subalternos para así lograr que sean más favorables a sus intereses. A partir de esto logran acuerdos en los que posibilitan cosas como el posicionamiento de mercancías chinas en esos mercados. Tercero, esto nos lleva a algo clave: China presiona hacia reformas de apertura y flexibilización que faciliten su entrada y despliegue en esos países; esto es, impulsa una neoliberalización. Sin embargo, las reformas propuestas son graduales, híbridas y no se basan en recetas ortodoxas, como sí lo han sido las medidas de shock del Consenso de Washington.Un cuarto factor a resaltar es el territorial. Por un lado es importante destacar la exportación de las Zonas Económicas Especiales chinas, figuras de organización geográfica que determina una liberalización radical de los territorios (de aranceles, de regulaciones laborales, de la protección ambiental, etc.) con el fin de potenciar un rápido desarrollo de la inversión extranjera en ellos. China se convierte en el principal promotor mundial de esta figura y emblema de su formato neoliberal dentro y fuera de sus fronteras, y África es el principal huésped de estas iniciativas del gigante asiático, en países como Zambia, Nigeria, Etiopía, Mauricio o Argelia, aunque también han proliferado en Asia (como en Camboya, Bangladesh o Myanmar). Los impactos sociales, ambientales y laborales suelen ser altos, lo que puede provocar conflictos. Del mismo modo, los proyectos e iniciativas económicas dirigidos o gestionados en asociación con empresas chinas, generan daños socio-ambientales y violaciones a los derechos humanos como se expresa en variados conflictos en Myanmar, Sri Lanka, Laos, Sudán o Ecuador, en Sudamérica. Otro impacto que se genera en los territorios tiene que ver con los procesos de acaparamiento de tierras que se producen en África, donde China, junto a India, son las principales fuentes de acaparadores de estos bienes comunes (Grain, 2012).Un quinto factor, que se ejerce principalmente en Asia, es el de los intentos de China de mejorar su poder cultural, por medio de la promoción de programas educativos y culturales. Por último, y como sexto factor, está el militar, basado en la construcción de unas fuerzas armadas aptas para enfrentar a los retadores de su creciente hegemonía, así como la progresiva disposición a la protección de estas economías pobres.Este es el contexto geopolítico en el cual se ha desarrollado la relación China-Venezuela.III. Venezuela-China: del desarrollismo al colapso y ajuste neoliberalPor sus recursos petroleros, por su significación geopolítica y por su posición conflictiva con la hegemonía estadounidense en la región, con Venezuela

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se configura tal vez la relación bilateral más estrecha que tiene China en América Latina. A pesar de que desde la llegada de Chávez al poder en 1999, el Gobierno venezolano persigue fortalecer el vínculo con el país asiático, es a partir de la mitad de la década de 2000 cuando este nexo comienza verdaderamente a potenciarse. Los intereses chinos convergieron con el plan gubernamental de relanzamiento de la economía extractivista venezolana, y en esta confluencia se generó un proceso que va a evolucionar del auge al colapso del país. Presentamos la evolución de esta relación en dos períodos, evaluando de modo general la incidencia china en este.Primer período: la conexión desarrollismo-endeudamiento (2007-2014)En el Gobierno de Hugo Chávez, las relaciones sino-venezolanas van a llegar a una escala nunca antes vista en el país. A finales de 2011, Chávez anunciaba que desde 2001 ya eran más de 350 los acuerdos e instrumentos que se habían establecido entre ambas naciones, principalmente en áreas de infraestructura —como un proyecto de ferrocarril y la ‘Gran Misión Vivienda Venezuela’—, energía, agricultura, minería, petroquímica y transporte, entre otros. Luego de haber sorteado exitosamente un período especialmente turbulento en el país, con golpe de Estado y huelga petrolera, desde 2004/2005 el presidente Chávez reformula el proyecto de desarrollo y se propone relanzar todos los emprendimientos extractivos e incluso crear otros nuevos. El nuevo proyecto expansivo trazaba una meta, convertir a Venezuela en una “Potencia Energética Mundial”; adquiría su propia marca, el “Socialismo del Siglo XXI”; y establecía su sostén geopolítico a partir de la relación con China. Fue desde 2007 que las cosas van a tomar mayor forma: la multiplicidad de proyectos van a ser financiados a partir de la creación del Fondo Chino, constituido una vez que Venezuela iniciara el suministro petrolero al gigante asiático ese año, y los dos gobiernos firmaran acuerdos denominados de Cooperación Financiera de Largo Plazo para ‘acelerar el desarrollo social y económico de Venezuela’.La deuda adquirida se va a ir pagando con envíos diarios de petróleo, calculados en montos en divisas (US$) estimados según el precio del barril del día. Se colocaba al crudo que sería extraído en el futuro como principal garantía de pago (creando de hecho una situación hipotecaria), para así poder financiar el delirio desarrollista/extractivista de la “Venezuela Potencia Energética Mundial”, que estaba basado fundamentalmente en el crecimiento de la producción de los hidrocarburos no convencionales en la Faja Petrolífera del Orinoco (crudos extra-pesados). El Plan Siembra Petrolera proponía como meta que la cuota de producción nacional llegara a la cifra de 6 millones de barriles diarios en 2021. Esta expansión del extractivismo, en teoría, garantizaría el cumplimiento simultáneo de las amortizaciones de la deuda; la necesaria estabilidad e incremento del consumo interno, para así expandir la exportación de productos chinos a Venezuela (habiéndose previamente establecido en las líneas de crédito que una parte de los préstamos se gastarán en el consumo de mercancías asiáticas); y la ampliación de la oferta de petróleo venezolano, tomando en cuenta que China es el segundo consumidor mundial de crudo y que tiene interés en diversificar sus suplidores.Replicando su patrón en América Latina de dirigir el grueso de sus créditos e inversiones al sector primario, China es a su vez quien ha brindado mayor soporte financiero para la ampliación de

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proyectos de mega-minería en Venezuela. De hecho, esto ya era así antes de que fuese mencionado el Arco Minero del Orinoco (AMO) por Chávez en 2011 y que comenzara el colapso económico con el que el Gobierno de Maduro quiere justificar hoy este proyecto. Recordemos que a fines de 2009, China Development Bank firmaba con Venezuela un convenio de 1.000 millones US$ para financiar a la Corporación Venezolana de Guayana (CVG); mientras que la empresa china Citic fue contratada en 2010 para la elaboración del llamado Mapa minero de Venezuela–“la exploración geológica de las reservas minerales en el país”–, al tiempo que se establecía un acuerdo en 2012 con esta misma compañía para participar en la empresa mixta que explotaría la enorme mina de oro Las Cristinas (hoy ubicada dentro del AMO).Toda esta fórmula conformó, en un primer período (2007- 2014), la conexión desarrollismo-endeudamiento. Mientras su socio venezolano hablaba de “Independencia” (el Objetivo I del Plan de la Patria), el tipo de encadenamiento bilateral subordinado que había establecido China con éste, encerraba al país aún más en su limitada función extractivista. Surgían para entonces las preguntas: ¿qué supondría, un hipotético derrumbe de los precios internacionales del crudo, como ya había ocurrido en 2009? ¿Qué implicaría tener que asignar un mayor porcentaje de la producción petrolera nacional para lograr cubrir el pago de los préstamos, si se abriera un escenario de contracción y crisis económica?La emergencia y gestación de la crisis que se vive en Venezuela en la actualidad, de las disputas políticas y el auge de la corrupción, con la muerte de Chávez y las diversas formas de injerencia del Gobierno de los Estados Unidos en Venezuela, se va a desarrollar teniendo como marco un proceso de severa distorsión de la economía nacional (que se intensifica entre 2009-2013): agudización de la primarización, alta vulnerabilidad alimentaria, socavamiento del valor real de la moneda, expansión de las expectativas de gastos y consumos rentistas, altos niveles de endeudamiento público sin contrapartida productiva, entre otros. Con la mira puesta en sus objetivos estratégicos regionales, China ha sido parte activa en el formato de subordinación neo-extractivista de los últimos años para Venezuela, y por tanto tiene incidencia en las consecuencias que se derivan de este.Antes que sólo un aporte lejano o un activo espectador, China le imprimió su marca geopolítica (replicada en otros países) al devenir de la dependencia en Venezuela. Y esto se evidencia también en la posterior ruta de la crisis, marcada por la desregulación y flexibilización económica en el país.Segundo período: el vínculo endeudamiento-ajuste (2014-actualidad)En el segundo período (2014-actualidad) de este encadenamiento bilateral de sumisión China-Venezuela, se conforma el vínculo endeudamiento-ajuste. A partir de dicho año, comienza a desarrollarse en el país un proceso de re-estructuración de la economía extractivista, lo cual se ha desarrollado como un Largo Viraje (a diferencia del súbito ‘Gran Viraje’ de Carlos Andrés Pérez llevado a cabo desde 1989, de la mano del FMI), en el que se van llevando adelante reformas legales, normativas, políticas y medidas económicas, que van dándole cada vez mayor cabida a formas de acumulación neoliberal. Podemos mencionar algunas medidas como el decreto de exoneración del Impuesto Sobre la Renta a los enriquecimiento de PDVSA y sus empresas filiales y mixtas, de agosto de 2018 (que abarca a las corporaciones petroleras foráneas asociadas), impuesto

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que ha sido una especie de emblema histórico del ejercicio de soberanía por parte del Estado venezolano; leyes como la Ley Constitucional de Inversión Extranjera Productiva (diciembre 2017); o la cesión progresiva y proporcional de acciones y emprendimientos que favorecen a las empresas transnacionales (por ejemplo, la Ley Orgánica para el Desarrollo de las Actividades Petroquímicas de diciembre de 2015).Este proceso de neoliberalización no ha sido lineal y ciertamente ha evolucionado de manera accidentada, inestable y volátil. Sin embargo, China y el Gobierno de Nicolás Maduro comparten los principios de re-estructuración económica, con miras a la recuperación y relanzamiento de la economía extractivista, el equilibrio del mercado interno, el desmontaje de obstáculos al crecimiento, el favorecimiento al capital y arreglos favorables a los inversores foráneos y, por supuesto, el mantenimiento del poder político y el control de las empresas clave del país.A pesar de que Venezuela tiene también buena parte de su deuda con acreedores privados, quienes han comprado los títulos de su deuda soberana (y la de Petróleos de Venezuela SA), ha sido China su gran prestamista. Los actuales tiempos de crisis del país caribeño han provocado no sólo el incremento de la dependencia económica y política hacia China, sino que también han ampliado la incidencia del gigante asiático en el proceso de re-estructuración económica en curso. Ante las crecientes limitaciones para el pago de los préstamos o incluso la posibilidad de impagos por parte de Venezuela, se han acordado reestructuraciones de la deuda con China –expresados en “Protocolos de Enmienda” sobre el Fondo conjunto chino-venezolano–, en los cuales se aliviana la carga en términos del número de barriles de petróleo enviados al día o de los plazos de pago. Pero estas concesiones no se hacen sin costo. No es casual, por ejemplo, que apenas un mes después de formalizado el Cuarto Protocolo de Enmienda de los pagos de la deuda (octubre de 2014, justo con el inicio del derrumbe de los precios internacionales del crudo), se decretara oficialmente en el país el surgimiento de las Zonas Económicas Especiales (ZEE), para concretar la liberalización radical de territorios, destacando que la Faja Petrolífera y el Arco Minero del Orinoco han sido decretadas ZEEs.Los anuncios de septiembre de 2018 de nuevo créditos chinos a Venezuela (5.000 millones US$) han venido acompañados de medidas como la cesión por parte de PDVSA del 9,9% de las acciones de la empresa mixta petrolera Sinovensa (en la Faja del Orinoco), en favor de su contraparte China National Petroleum Corporation (CNPC); acuerdos para la exploración y explotación de gas (China National Oil and Gas Exploration and Development Corporation y PDVSA), así como un contrato marco para la explotación de oro con la empresa Yankuang Group (en el Arco Minero), entre otras. Por si quedaban dudas, el Gobierno venezolano declaró que China brindará una asesoría permanente del más Alto Nivel del Consejo de Estado y del Banco de Desarrollo de esa potencia, para llevar adelante el llamado “Programa de Recuperación Económica, Crecimiento y Prosperidad” (Vicepresidencia de la República Bolivariana de Venezuela, 2018) propuesto por el Ejecutivo Nacional en agosto de 2018. Este programa, denominado por varios sectores críticos como un “paquetazo neoliberal”, es el plan nacional con más rasgos explícitamente neoliberales de todos los que se hayan presentado anteriormente por parte del Gobierno bolivariano (incluyendo a Chávez).El ‘Largo Viraje’ venezolano ha sido en buena medida marcado y encauzado por China, quien además ha logrado un

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proceso de transmisión del neoliberalismo con sus propias características. La paradoja fundamental, que además revela una tensión que tarde o temprano tendría que desembocar en un nuevo escenario, se basa en que, por un lado, a China no le conviene de ninguna manera asfixiar ni acosar a sus socios (menos a uno como Venezuela), pero por otro lado la expansión de sus intereses en el país conllevarían necesariamente a mayores procesos de dependencia y subordinación, de externalización de costos, transferencia de activos y pérdida de soberanía para Venezuela. Esto podría abrir la puerta a la emergencia de nuevos escenarios conflictivos que podrían transformar la relación chino-venezolana.IV. ConclusionesEn este texto hemos ofrecido una mirada crítica de la relación China-Venezuela que nos parece relevante, sobre todo si tomamos en cuenta la marcada centralidad que se le pone a los Estados Unidos cuando se hace referencia a las relaciones internacionales venezolanas. Antes que sólo un salvador o un buen aliado, la realidad es que China también ha sido uno de los varios responsables de la grave crisis que vive el país en la actualidad, tanto por su rol clave en la profundización de los males del rentismo/extractivismo y de la condición de dependencia y vulnerabilidad sistémica; como por su incidencia en la forma que toma el proceso de neoliberalización de la llamada ‘Revolución Bolivariana’.Por otro lado, el caso de la relación China-Venezuela se inserta en el intenso debate global de si estamos o no ante una nueva forma de colonialismo, respecto a la actuación china en el Sur Global. Reconocemos que el debate requiere sus matices, además de que la relación de China con cada país tiene sus particularidades. Sin embargo, y del mismo modo, el hecho de que China no opere con la agresividad y violencia con la que lo hace los Estados Unidos (o incluso Rusia), no debería traducirse en análisis apologéticos o carente de críticas de relaciones de poder global que además, son novedosas en relación al breve período de poder unipolar estadounidense.China hoy, tiene claras prácticas imperiales, aunque todavía recurre al soft power para imponer sus intereses. A su vez, es necesario insistir en que la emergencia como potencia de China, la ampliación de su hegemonía en varias partes del mundo, y su vigente expansión, ha requerido y seguirá requiriendo la apropiación de nuevas zonas externas de expoliación y externalización (sobre las fuerzas de trabajo, economías, territorios y naturaleza). Digámoslo así: China, su sobrevivencia como potencia, depende de ello. La forma como ha operado y opera el gigante asiático reedita lo hecho por imperios nacientes como el estadounidense en el siglo XIX o el británico en el siglo XVIII.Mientras se ha hablado demagógicamente de una “alianza de civilizaciones”, o una “nueva potencia no imperialista”, van creciendo en todo el sur global (y claro está, en América Latina) conflictos socio-ambientales provocados por los proyectos impulsados por China, sea por los impactos futuros o bien los ya causados en los territorios y sus pobladores. Ante su necesidad intrínseca de obtener materias primas, mercados, y espacios para externalizar costos, pero sobre todo ante las dimensiones de su economía –la más floreciente del mundo–, China es hoy la fuerza más dinámica en el reforzamiento de los patrones coloniales/imperiales.La llamada “Nueva Ruta de la Seda” (One Belt One Road Initiative), está llamada a llevar a una nueva escala la expansión china en el mundo. Se trata de una enorme red de rutas marítimas y terrestres (obras viales, puertos, proyectos energéticos, cableado tecnológico) para conectar Oriente con Occidente, que se concretaría a través de inversiones, préstamos, acuerdos comerciales y zonas económicas especiales, que involucrarían cientos de miles de millones de dólares provistos por esta potencia. Dicha iniciativa se ha propuesto también para América Latina –planteado inclusive un proyecto de corredor bioceánico Atlántico-Pacífico–, siendo que Venezuela ha anunciado su integración a este proyecto.Ciertamente estamos en medio de una intensa disputa geopolítica, radicalizada por la guerra comercial que se desarrolla entre China y Estados Unidos, y que presiona aún más a la re-colonización de América Latina. Pero parece que no bastará sólo con acobijarse al “mejor” imperio. La geopolítica de las diplomacias gubernamentales, de las disputas interestatales, y de las relaciones comerciales regionales, dejan completamente al margen las luchas de los pueblos y la defensa de los territorios. Este es un ámbito vital, de fuerzas vivas, que resisten contra toda forma imperial, sea la de los Estados Unidos, China, Rusia, India o hasta ciertas expresiones de Brasil.El escenario es más que complejo, pero implica pensar en todas las alternativas que existen ante la crisis actual, que van desde los modos alternativos de relacionamiento e inserción con los mercados internacionales, hasta llegar a las diferentes luchas de pueblos, comunidades, organizaciones que, desde abajo, resisten a todas estas formas de (re)colonización, agudizadas en este nuevo tiempo político latinoamericano.

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