La nueva generación de luchas sociales (r)

No es un programa el que se implementa deductivamente desde la teoría revolucionaria, como creen los vanguardistas políticos, sino es la lectura de las cartografías del poder inscritas en los cuerpos, lo que permite orientar los consensos de las luchas hacia la desarticulación de estas cartografías de dominación.
Lo indispensable en las luchas sociales son los consensos, no las direcciones, son las asambleas, no las vanguardias políticas. Los consensos son expresión colectiva, construcción colectiva, aprendizajes colectivo; es realización de la libertad de todos y de cada quien.
Hay que avanzar todos juntos, sin dejar rezagado a nadie. Sólo así se tiene respeto a todos y cada uno, a la opinión de cada uno y a las opiniones de los grupos y tendencias que conformamos todos. No respetar, imponer, ya es una muestra del autoritarismo, inclinación despótica criticado por los y las ácratas. Estas conductas no solamente son herencia del poder, sino que son los hilos con los que se restaura el Estado.
Aprendiendo de las comunidades mayas zapatistas de la Selva Lacandona hay que conformar comunidades autónomas, sin pedir permiso a nadie.



La nueva generación de luchas sociales

Raúl Prada Alcoreza

Cómo re-comenzar la nueva generación de luchas sociales? Se trata de una lucha total, por así decirlo, contra el poder, el capital y la colonialidad, en sus múltiples formas de dominación. Entonces se trata de múltiples luchas en los distintos planos y espesores de intensidad. ¿Quiénes están convocados a estas luchas? Todos; pues todos estamos atrapados en las mallas institucionales del poder, del capital y de la colonialidad. Los que quieran quedarse con sus privilegios están equivocados, pues éstos son hojalatas sin valor perdurable; es parte de la desinformación y del olvido; se trata de provisionalidades baladís. La vida no se beneficia con las hojalatas, al contrario, son dañinas para la vida. Estos privilegiados llegaran al momento de su despedida sin nada, rodeados de hojalatas, a tal punto que el entorno parece un basurero; será una despedida triste, sin riqueza histórica y cultural.

Los que creen que se trata de ocupar el puesto de los privilegiados están también equivocados; lo único que lograrían es repetir la misma condena de los privilegiados, una despedida gris, que devela la provisionalidad de sus riquezas. Al final, dicho de manera esquemática, la historia de los vencedores, pasándose la posta entre ellos, de los derrocados a los victoriosos, no es más que esto, la eterna repetición de lo mismo, la ilusión del poder y de la riqueza fútil.

Se equivocan los que creen que hay que renunciar a todo, que la salida es la abstinencia y el ascetismo. No hay que renunciar a nada, sobre todo cuando se trata de vivir plenamente. Lo que importa es la vida, la potencia de la vida, la capacidad creativa. Esta creatividad no tiene nada que ver con la ciencia y la tecnología reducidas a mero instrumento de acumulación; tiene que ver con las posibilidades no solo de la ciencia, la tecnología, sino también del arte, la estética, la música, la danza, de llevar a cabo la potencia de la vida. Este llevar a cabo es derroche de alegría, de goce, de felicidad, por vivir plenamente, llevando las posibilidades al extremo, según el momento y las circunstancias.

No hay tierra prometida ni en este mundo ni en ningún otro. Lo que hay es el cuerpo, que es vida, una de las composiciones de la vida, que nos conecta con los planos y espesores de intensidad de mundos. Tenemos que apreciar el cuerpo que tenemos, que, de verdad, es lo único que tenemos; cuerpo que se relaciona con otros cuerpos, que interpreta a otros cuerpos poniendo su propio espesor como medio de interpretación. Cuerpo que encuentra que otros cuerpos hacen lo mismo, formando entre todos una hermenéutica dinámica de flujos y entrelazamientos vitales. Nuestra existencia singular depende de la existencia plural de todas las singularidades. No se entiende, por eso, que ciertas religiones, ciertas ideologías, ciertas estrategias políticas y económicas, que son las de poder, hayan creído que la felicidad de una singularidad o de un grupo de singularidades, depende de la infelicidad de las otras singularidades. Esto no solamente es mezquino sino completamente equivocado. Sólo puede ser feliz una singularidad si todas las singularidades son felices. Sobre la desgracia de otros no se puede conformar la felicidad de uno o de un grupo de singularidades; solo se consigue satisfacer parcial y provisionalmente la demanda del deseo de poder, lo que es lo mismo que no satisfacerla, pues se trata del deseo del deseo.

No están equivocados los que dicen que hay que acabar con esta historia, que ya está de buen tamaño, que no conduce a nada, salvo a la desaparición de la especie humana; que es mejor comenzar otros recorridos, que quizás no sean ya historia, sino un más acá y más allá de la historia. ¿Cómo se hace esto?

 

Hay que acabar con todo fetichismo, el fetichismo mercantil, el fetichismo del poder, el fetichismo del Estado, el fetichismo institucional, el fetichismo del capital, el fetichismo colonial. Este fetichismo generalizado, esta “ideología”, atrapa las mentes en la ilusión de la posesión de las cosas, de la disposición de fuerzas, del precepto del monopolio de la violencia que lo controla todo, de la regularidad normativa de los aparatos de captura,  de la creencia que el valor abstracto es el secreto de la inversión y del “desarrollo”, que es tomado como crecimiento cuantitativo, de la creencia que la civilización moderna es el fin de la historia. Estos fetichismos son los narcóticos que adormecen el cuerpo, quitándole vitalidad, fuerza y capacidad, reduciéndolo a materia de las dominaciones polimorfas.  Hay que encarar la vida como es, como acontecimiento, como devenir. La tarea no es conseguir ciertas finalidades, sino liberar la potencia social. ¿Esta tarea puede ser nombrada como crítica de la “ideología”? Sí, pero, se trata de la crítica a la “ideología” generalizada.

También hay tareas materiales, por así decirlo, desmantelar, deconstruir, demoler las materialidades institucionales del poder, en sus múltiples formas adquiridas. Esta tarea convoca a la movilización general y generalizada en todos los planos y espesores de intensidad de la llamada realidad, que es el nombre de la complejidad. La deconstrucción, el desmantelamiento y la demolición es tarea de todos. Los que no quieran acudir a la convocatoria o no tengan la voluntad de hacerlo, manifiestan lo atrapados que están en las mallas institucionales del poder y en la “ideología”. Esta resistencia a hacerlo plantea un problema; se requiere conformar consensos para hacerlo, por lo menos, en principio, transiciones, que lo hagan parcialmente, para luego continuar quizás con más eficacia y en todos los terrenos.

En esta perspectiva, el activismo radical es indispensable, también en todos los terrenos, sobre todo en sentido de lo que llamaremos provisionalmente pedagogía política. Las movilizaciones anti-sistémicas en todos los planos y espesores de intensidad forman parte de recorridos de-constructores, no solamente interpeladores. Las acciones de defensa de derechos conquistados y demandados son urgentes para evitar las arremetidas del poder, que cree que estos derechos son obstáculos para el “desarrollo”. Sin embargo, la movilización no puede detenerse en la defensa de los derechos, en las denuncias de las violencias polimorfas; esto es convertirse en víctimas, convertir a los y las dominadas en víctimas, que es la figura complementaria del poder.  Una de las tareas de los y las activistas es activar la condición guerrera de los y las dominadas, inhibida por las técnicas de dominación inscritas en los cuerpos.

 

 

Del activismo

 

Los y las activistas ácratas no conducen, no tienen la pretensión de dirigir, no se creen vanguardia política; participan de las luchas sociales, aprenden de ellas las lecciones, activan en las luchas la potencia social, buscando que parte de sus fuerzas no sea capturada por la maquinaria institucional nuevamente, despojadas de su autonomía, usurpadas y usadas para la restauración del poder con otros rostros.

Los y las activista ácratas saben que la convocatoria a la lucha radical no es a las personas, no es a los sujetos, no es a las subjetividades, pues estas composiciones son internalizaciones del poder. Se convoca a la potencia contenida en los cuerpos, potencia que hace estallar las composiciones institucionales de las dominaciones,  que son inscripciones del poder en el cuerpo; libera la energía mutante para crear mundos posibles y alternativos. Esta es la gran diferencia con las vanguardias políticas y los conductores del partido. Diferencia que hace al radicalismo pleno de los y las ácratas, pues no ceden nada al poder, no le dejan ni una parte, ni un pedazo, desde donde podría volver a reproducirse.

Para los y las ácratas los y las dominadas, de las múltiples formas que despliega y constituye el poder, no son niños que hay que llevar de la mano a la revolución, como creen los vanguardistas políticos; son cuerpos afectados por el poder, por las inscripciones institucionales del poder en sus cuerpos. Son cuerpos que experimentan sus dramas; por lo tanto, son experiencias de las que hay que aprender. Por ejemplo, comprender cómo funciona efectivamente el poder; leer en las inscripciones hendidas en el cuerpo las técnicas, los mecanismos y los recorridos del poder; leer su historia política. A partir de estas lecciones, lanzarse a desmontar estas técnicas, estos mecanismos, borrando sus recorridos.  No es un programa el que se implementa deductivamente desde la teoría revolucionaria, como creen los vanguardistas políticos, sino es la lectura de las cartografías del poder inscritas en los cuerpos, lo que permite orientar los consensos de las luchas hacia la desarticulación de estas cartografías de dominación. Todas las luchas sociales son concretas, son singulares, de acuerdo a sus contextos, condiciones y circunstancias; no puede haber un plan general de las luchas, como si se respondiera a la astucia de la razón en la historia. Lo que se busca, de manera diferente, es la coordinación de las luchas sociales. Lo compartido en las luchas son las voluntades de recuperar lo común, lo bienes comunes, los accesos directos a lo común y los bienes comunes; recuperarlos arrancándolos de lo público y lo privado, que despojaron a las sociedades de estos bienes comunes.

Lo indispensable en las luchas sociales son los consensos, no las direcciones, son las asambleas, no las vanguardias políticas. Los consensos son expresión colectiva, construcción colectiva, aprendizajes colectivo; es realización de la libertad de todos y de cada quien. Sólo así se puede lograr una comprensión integral del acontecimiento, no por aplicación racional del paradigma revolucionario, que no es otra cosa que una parcial representación de la complejidad, además fijada con alfileres en el cuadro taxonómico de clasificaciones generales. Que esta labor conlleve más tiempo, es cierto; sin embargo, creer que el tiempo corto apresura el paso es una equivocación. La línea recta es la distancia más larga a las emancipaciones y liberaciones múltiples, por más paradójico que parezca. Sólo es un puente de una orilla a otra de la misma geología del poder.

Hay que avanzar todos juntos, sin dejar rezagado a nadie. Sólo así se tiene respeto a todos y cada uno, a la opinión de cada uno y a las opiniones de los grupos y tendencias que conformamos todos. No respetar, imponer, ya es una muestra del autoritarismo, inclinación despótica criticado por los y las ácratas. Estas conductas no solamente son herencia del poder, sino que son los hilos con los que se restaura el Estado.

Esto no tiene nada que ver con reformismos o transiciones; no se proponen programas mínimos, tampoco se postula una revolución por etapas, no se caen en estas ilusiones pragmáticas, haciendo creer que se trata de adecuaciones realistas por el beneficio de las luchas sociales, cundo esto no es otra cosa que limitar los alcances de la potencia social. No se renuncia al radicalismo con el que se inicia la lucha o con el radicalismo que contienen los alcances de la lucha. Lo que se hace es activar en la sociedad, en el pueblo, en el proletariado, en los y las subalternas, sus capacidades de deliberación y consensos, su intelecto general, su saber colectivo, inhibidos por los dispositivos de poder. El activismo no deja de ser radical, la crítica no deja de ser radical; lo que se hace es compartirlos, ponerlos en las mesas de discusión, en las asambleas, en las reuniones colectivas. Lo importante es lograr consensos para la acción directa y las movilizaciones.

Aprendiendo de las comunidades mayas zapatistas de la Selva Lacandona hay que conformar comunidades autónomas, sin pedir permiso a nadie. Comunidades en el campo y en las ciudades, comunidades complementarias; comunidades que no tomen en cuenta fronteras, dibujadas por los Estado-nación, otra de sus violencias, no solamente contra la madre tierra sino contra las geografía, espacio-tiempo común de los humanos y los seres de la biodiversidad. Avanzar a la constitución de federaciones y confederaciones de comunidades hasta llegar a la confederación de pueblos del mundo.