El suplicio de Tántalo, como el de la sociedad mexicana

Tántalo fue sumergido hasta el cuello en un río pero cuando bajaba la cabeza para aplacar su sed, el agua descendía. Sobre su cabeza colgaba un delicioso racimo de frutas, pero cuando extendía una mano deseando saciar su hambre, un repentino golpe de viento se llevaba las deliciosas golosinas. De ahí que cuando las cosas tienden a desvanecerse en el momento en que parece que por fin las hemos alcanzado, nos quejemos de padecer el “suplicio de Tántalo” por su frustrante cercanía.



El suplicio de Tántalo, como el de la sociedad mexicana

 

Leonel Rivero

En el ensayo titulado La Agonía de Tántalo,el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, uno de los intelectuales más brillantes de los últimos tiempos, utiliza la mitología griega para plantear la metáfora del ser humano, siempre en pos de cosas que tienden a desvanecerse cuando parece que por fin están a su alcance.

Retomo algunos pasajes.

Bauman sostiene que Tántalo hijo de Zeus y de Plutón estaba en excelentes relaciones con los dioses, quienes con frecuencia lo invitaban a beber y comer en los banquetes olímpicos. Su vida era según los estándares del común de la gente, despreocupada y alegre, hasta que cometió un crimen que los dioses no le perdonarían. Sobre la naturaleza de esa falta los narradores de la historia difieren. Algunos dicen que abusó de la confianza divina al revelar a los mortales los misterios que se suponía que debían mantenerse en secreto para los humanos. Otros dicen que fue lo bastante arrogante como para creerse más sabio que los dioses y se decidió a poner a prueba la capacidad de observación divina. Otros narradores acusan a Tántalo del robo del néctar y la ambrosía que las criaturas mortales no estaban destinadas a probar.

El castigo impuesto fue rápido, pero también fue cruel como sólo los dioses ofendidos y vengativos pueden hacerlo. Dada la naturaleza del crimen, fue una lección práctica: Tántalo fue sumergido hasta el cuello en un río pero cuando bajaba la cabeza para aplacar su sed, el agua descendía. Sobre su cabeza colgaba un delicioso racimo de frutas, pero cuando extendía una mano deseando saciar su hambre, un repentino golpe de viento se llevaba las deliciosas golosinas. De ahí que cuando las cosas tienden a desvanecerse en el momento en que parece que por fin las hemos alcanzado, nos quejemos de padecer el “suplicio de Tántalo” por su frustrante cercanía.  

Los mitos no relatan historias para divertir –concluye Bauman-, están pensados para enseñar, para reiterar incesantemente su mensaje, un tipo de mensaje que los oyentes sólo pueden olvidar o descuidar bajo su responsabilidad.

La moraleja del mito de Tántalo parece asimilarse al destino de México. Como nación llevamos al menos doscientos años anhelando una sociedad más justa e incluyente, gobiernos con vocación democrática, funcionarios públicos honestos,  jueces que impartan justicia no como un privilegio reservado a la gente con recursos sino como un derecho para todo ciudadano más allá de su condición social.

La guerra contra las leyes de Reforma (1859-1861) promulgadas por los liberales encabezados por Benito Juárez, fue el medio utilizado por los conservadores y la Iglesia para preservar sus privilegios, que habían sumido al pueblo mexicano en el analfabetismo, la opresión social, moral y económica; la derrota de la reacción, puso al alcance de la sociedad la posibilidad de un cambio, sin embargo, la intervención francesa truncó esa posibilidad.

La derrota del Segundo Imperio Mexicano, simbólicamente sellada  en el Cerro de las Campanas con el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo, Miguel Miramón y Tomás Mejía (19 de junio de 1867), situó en perspectiva una nueva oportunidad al avance social, sin embargo  esa posibilidad fue truncada por las luchas fratricidas -entre los liberales que apoyaban a Miguel Lerdo de Tejada y los que apoyaban a Porfirio Díaz-, dando origen a la tiranía porfirista.

El Porfiriato sumió a la sociedad mexicana y en especial a los campesinos, artesanos e indígenas, en una situación de extrema pobreza y vulnerabilidad social, al permitir a los hacendados el acasillaje y las tiendas de raya redujo a los campesinos a simples siervos sujetos al capricho del amo; los artesanos y obreros eran meros instrumentos de la explotación capitalista y los indígenas seres invisibles sin ningún tipo de derecho. El triunfo de la Revolución y la promulgación en 1917 de la Constitución más avanzada en términos de derechos sociales del incipiente siglo XX,  ponía nuevamente al alcance de la sociedad una nueva oportunidad de desarrollo, los gobiernos emanados del Partido Nacional Revolucionario (PNR) y su sucesor el Partido Revolucionario Institucional (PRI) frustraron de nuevo la oportunidad.

El cambio de régimen en el año 2000, pareció nuevamente encauzar el avance de la sociedad.

Pero a pesar de la alternancia en el poder, siguió  la corrupción desmedida. Con Felipe Calderón, los muertos y desaparecidos se contaron por miles producto de su denominada guerra contra el narcotráfico y la simbiosis autoridad-crimen organizado refrendada con la detención de Genaro García Luna, alejaron nuevamente la posibilidad de avanzar en la consecución de una sociedad más justa.

Hoy somos testigos y participes directos o indirectos de la denominada Cuarta Transformación encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador que alcanzó la máxima magistratura luego de obtener 30 millones de votos. Sin embargo, durante los últimos doce meses hemos constatado cómo poco a poco resurge el nepotismo, la corrupción, la diatriba y el linchamiento social contra las voces disidentes, así como la soberbia, el uso clientelar de los programas sociales a través de una estructura institucional (delegados estatales de programas del gobierno federal, subdelegados regionales y “servidores de la nación”), la imposición de las políticas públicas y los planes de desarrollo a través de consultas que simulan tomar en cuenta las opiniones de los pueblos y comunidades indígenas. Desde el incipiente inicio del sexenio nuevamente parece escaparse la posibilidad del cambio social.

Para deshacer la maldición de Tántalo que parece cernirse sobre el pueblo mexicano, no se requiere la voluntad de los dioses, sino la participación activa los ciudadanos como generadores del cambio social.

Comportamiento judicial 

Durante un operativo fortuito, el 30 de diciembre de 2019 elementos de la policía estatal de Tabasco detuvieron a José Trinidad Alberto de la Cruz Miranda, líder de autodenominado Cártel del Pelón de Playas. Los aprehensores pusieron al detenido a disposición del Juez de Distrito Especializado en el Sistema Penal Acusatorio Héctor Roberto Capetillo Lizama, por el delito de portación de arma de fuego de uso exclusivo de las fuerzas armadas. Las autoridades ministeriales informaron además, que estaban integrando cuatro carpetas de investigación en contra del detenido por los delitos de delincuencia organizada, extorsión, homicidios y robo de vehículos

De acuerdo con información publicada por el semanario Proceso “desde su captura, hombres armados han incendiado vehículos en Villahermosa, intentaron quemar gasolinerías, arrojaron una granada -que no estalló- frente a los juzgados federales”. El grupo delincuencial intentó emular una acción similar a la ejecutada por el Cártel de Sinaloa cuando fue detenido Ovidio Guzmán. 

En los días subsecuentes -antes de que el juez definiera la situación jurídica del detenido- apareció en un puente de Villahermosa, el cuerpo descuartizado de un hombre colgando  junto a una manta firmada por el Cártel Pelón de las Playas del Rosario, con la cual el grupo delincuencial amenazaba al juez Capetillo Lizama, advirtiéndole que tenía que liberar al detenido o de lo contrario atentarían contra la familia del juzgador.El día 6 de enero el Juez de Distrito ordenó la liberación del detenido “por errores en el informe homologado policial.”

Es necesario que en aras de garantizar el interés público de la sociedad, el Poder Judicial de la Federación exponga claramente las razones por las cuales el juez Héctor Roberto Capetillo Lizama, decretó la libertad de José Trinidad Alberto de la Cruz Miranda. La falta de explicaciones puede generar la impresión de que la justicia federal cedió ante las presiones ejercidas por la delincuencia organizada, sentando un grave precedente ante casos similares.