¿Qué quedó de las asambleas?
por reenvío La Fogata • Thursday February 05, 2004 at 03:46 AM
¿Qué quedó de las asambleas? La pregunta es el título de uno de los últimos talleres de Enero Autónomo y un interrogante que para muchos ya tiene respuesta. Sin embargo, nada de lo que se escuchó durante las dos horas de charla resonó como un dictamen, sino como las voces que hilvanan una experiencia de reflexión colectiva.
Martín K, el moderador de la ronda, comenzó por definir a la experiencia asamblearia como una práctica autónoma. Siguió con dos anécdotas tomadas del Encuentro. La primera: en la ronda de presentación, donde se propuso que los participantes se agrupen por afinidad, los asambleístas fueron los únicos que presentaron dos grupos separados. La segunda: de los tres talleres propuestos para abordar esta temática, uno fue cerrado al público, por pedido de los propios organizadores, otro se suspendió y el tercero era éste, que mantuvo sentados en el piso a unos cuarenta participantes. A partir de allí, la propuesta fue sintetizar aquello que cada uno recogió de esta experiencia. Fue el turno, entonces, de esas voces que urdieron en común esta mirada, tan rica y diversa que seguramente esta síntesis no alcance a reflejar
Una voz de la asamblea de Colegiales: La experiencia asamblearia es una acumulación que no se va a verificar ahora, pero que deja una huella que podremos apreciar con el tiempo. Instala un modo distinto de hacer política. Enero Autónomo, por ejemplo, hubiese sido imposible sin esta experiencia.
Una voz del Espacio Proyecto, de Parque Patricios: Si miro para atrás, lo que veo es una primera etapa de marchismo atroz. Todos los viernes marchábamos para tirar a Duhalde, aunque algunos ya creíamos que la cosa era más larga. Una segunda etapa nos encuentra más flacos, con deserciones que se dieron no solo por diferencias ideológicas, sino por diferencias en la capacidad de trabajo. La pregunta, entonces, que se impuso fue: ¿qué hacemos con lo que hemos hecho? La respuesta fue ese espacio desde donde intentamos contagiar, entre otras cosas, el vicio del cine, desde donde se sostiene la publicación 19 y 20 y desde donde seguimos trabajando con el barrio. No hay que caer en la visión de los medios, en eso del fenómeno de las asambleas, primero, y el fin de las asambleas después. Hay fenómenos menos rimbombantes, pero que siguen siendo importantes. Es preferible pensar desde otro lugar. Preguntarnos ¿en qué nos cambió la vida el 19 y 20? Veo, entonces, que a mí que fui militante- me cambió la vida. Me abrió.
Una voz de la asamblea de Wilde: Nos cuesta llegar al barrio. Tenemos temas, actividades, tareas, pero nos cuesta convocar. Tenemos lugar, una huerta, condiciones para hacer más cosas, pero no llegamos.
Una voz de la Asamblea de Corrientes y Medrano: Hay una palabra fuerte que circula en torno a la experiencia asamblearia: derrota. Para analizar nuestra experiencia, empiezo por el final: lo que somos. Nosotros nos seguimos llamando asamblea, pero nos consideramos un grupo político. Es algo que nos quita la mochila, nos libera. Si vamos para atrás, recuerdo que el primer día éramos un grupo multitudinario, muchísima gente. Y que los que tenían la palabra eran los que habían llevado dos parlantes en un carrito de supermercado y explicaron que para hacer una asamblea hacia falta dos cosas: un temario y una lista de oradores. Después me enteré que eran compañeros del PO. Luego, veo un punto de inflexión: el 25 de enero de 2002. Fue el día en que la convocatoria asamblearia dejó de ser espontánea, en el que la ocupación del espacio público fue convocada. Ese invierno nosotros ocupamos un predio y se fue constituyendo un grupo a partir de quienes estaban dispuestos a sostenerlo. Por eso nos reconocernos como un grupo político, porque tiene que ver con eso: con sostener el proyecto.
Una voz de la asamblea de Florida: Hoy en día nos mantenemos por los vínculos que se formaron a partir de prácticas concretas. Somos muchos menos, pero hay muchos compañeros que siguen en la lucha aunque no en el espacio de la asamblea. Y eso es lo que importa: no ese espacio, sino esa lucha.
Una voz de la asamblea de Floresta: Nosotros no nos sentimos derrotados. Las asambleas expresaron una demanda: que se vayan todos. En ningún momento se pensó en tomar el poder, instituirlo, sino destituirlo. El llamado a elecciones, entonces, desmovilizó. Abrió un horizonte que no estaba, porque la cultura del líder que resuelve todos los problemas es todavía fuerte. Cuesta hacer participar, hacer entender que la solución está en nuestras manos.
Una voz de asambleísta no identificada: Creo que debemos salir de la lógica éxito o fracaso y pensar en qué transformó la subjetividad la experiencia asamblearia. Ya sea por estar adentro, afuera, por un rato, pero a todos algo nos pasó. La asamblea es un encuentro con el otro. Un deseo de vivir de otra manera que nos hizo pensar cómo es esa otra manera. Encontrar, con toda la bronca que nos da no poder entendernos, una manera de restablecer el lazo social, peleando contra viejas lógicas.
Una voz de la asamblea de Vicente López: Si pensamos la asamblea como un lugar al que hay que convencer a los vecinos de ir estamos pensando en otras prácticas. Prefiero pensarla como que somos vecinos que, a veces, nos convocamos a una asamblea. Pensar la palabra asamblea como reunión y no como organización. Desde ese lugar, no hay fracaso, sino construcción
Una voz de asambleísta de Federico Lacroze: Creo que hubo un excesivo optimismo tanto a nivel político como a nivel individual. Pensábamos que todos queríamos un cambio político y humano, y que nos íbamos a encontrar con el vecino ideal, aquel que por fin habíamos encontrado en la calle, dispuesto como nosotros a luchar. Quizá como no soy muy optimista, por eso sigo en la asamblea, porque no imaginé una situación ideal.
Una voz de asambleísta de Floresta: Hubo, por supuesto, un cambio de subjetividad. Todos cambiamos. Es cierto que quedamos reducidos a expresiones mínimas, pero como dijo un compañero que ya no está en la asamblea, quedamos a nivel piloto de calefón. Y eso es válido. No sé ni cómo ni si será a través nuestro, pero esa llamita nos permite pensar que cuando sea necesario prenderá toda la hornalla. Porque los que no están, estuvieron. Y también cambiaron. Si, por ejemplo, yo no hubiese cruzado la calle de mi casa aquel día para reunirme en la plaza, hoy no estaría acá. Y eso también tiene un valor.
Una voz de asambleísta de Floresta: Fue tan difícil encontrar nuestra identidad como saber qué queríamos hacer. Me acuerdo cuando un vecino le preguntó a una compañera de la asamblea: ¿vos sos zurda? Ella le contestó: No, yo soy Ana. Estamos acostumbrados a clasificar todo con ciertas lógicas. ¿A ver? ¿Dónde se pone a este grupo? ¿Qué hace? ¿Dónde lo encajo? Pero nosotros, al no saber hacia dónde íbamos se nos hizo muy difícil bancarnos el trayecto. Yo, que milité en partidos, que trabajé socialmente, que he hecho varias cosas, estoy ahora participando de la construcción más difícil que he conocido. La más angustiante. Ojalá me pueda bancar este trayecto hacia lo desconocido.
Una voz de asambleísta de Villa del Parque: No se puede hablar de fracaso o derrota, pero si de experiencias más o menos afortunadas, que tienen que ver con la sensibilidad humana y la capacidad de construcción de un colectivo. Valoro la experiencia, porque es cierto, ya no somos los mismos, pero la valoro críticamente. En este momento solo colaboro en actividades que a mí me convocan y aún así, noto que la diferencia entre lo que se propone y lo que se hace es enorme. La preocupación por convocar a los vecinos termina llevando a hacer solo aquello que se supone que a la gente le gusta. Esto tiene que ver con una matriz lógica vieja, del militante sin partido, cuya preocupación principal es convocar a la gente.
Una voz de asambleísta de Colegiales: Lo que ha quedado es esa capacidad de transformación que nos dimos cuenta que teníamos. Ese poder que nos permitió hacer cosas por fuera del sistema e, incluso, de los partidos de izquierda, que supuestamente eran la alternativa al sistema. Yo escuchaba estos días, en los talleres, a los MTDs y me daba cuenta que estos tipos eran grosos porque hablaban desde una experiencia vivida muy grande. Para nosotros es difícil generar pensamientos autónomos porque de alguna manera todavía tenemos ligazones más fuertes con el sistema: todavía trabajamos, por ejemplo. Tenemos que rescatar, de alguna manera, esa capacidad de ruptura para poder construir una autonomía que tenga que ver con nuestra clase media.
Una voz de ex asambleísta: La subjetividad no es algo individual, sino algo colectivo. Y el cambio en la subjetividad colectiva que se instaló a partir del 19 y 20 es fuerte: si vos tenés un problema ahora sabés que podés solucionarlo si te juntás con otras personas. Se instaló esa idea: la de la solución colectiva. Ahora tenemos un gobernante que ha tenido la habilidad de tomar de esta práctica muchos elementos. Pero de alguna manera nos demuestra cuánto tuvo que correrse el poder de lo que era. Desde el 19 y 20 quedó claro que el artículo 22 de la Constitución ya no funciona. (El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición.) Otro tema es el de la identidad: un asambleísta significa muchas cosas. No estoy de acuerdo con eso de crear identidades porque la identidad es algo que fija y no tiene capacidad de cambio. Hasta antes de la experiencia asamblearia, la opción era pertenecer a un partido en el que todos pensaran igual que yo. Y ahora tenemos otra opción: un espacio donde todos piensan diferente e igual se pueden hacer cosas.
Una voz de asambleísta de Colegiales: El 20 de diciembre sepulta el no te metás de la dictadura. Los partidos de izquierda tuvieron una influencia real y negativa y aplicaron esa lógica de aquello que no pueden cooptar lo destruyen. Sin embargo, no podemos convertirlos en los chivos expiatorios. Ahora no somos los que éramos, pero tampoco nos preocupa, porque sería entrar en la lógica de ver quién la tiene más grande. Pero tenemos que tener mucho cuidado con no convertirnos en una secta o en un club de amigos.
Una voz de ex asambleísta de Plaza Dorrego, baleada el 26 de junio el Puente Avellaneda: El 19 y 20 demostró que la gente podía hacer uso de su poder. Que podía pensar y decir lo que pensaba. Le permitió relacionarse con todo tipo de colectivos y yo pude comprobarlo, pude constatar la cantidad de gente que hay moviéndose, que no vemos, pero que está. Para mí, el saldo de estos dos años es muy positivo. Tengo 54 años y hoy puedo pensar que voy a ver el cambio. Lo voy a ver.
Una voz de asambleísta de Colegiales: Los asambleístas no hemos disminuido: hemos desgranado. Todos, los que están y los que no están, hacen cosas. Soy relativamente optimista. Estamos sumándonos a una nueva construcción que es muy diferente a todas las que conocemos. Y está dando sus frutos.
Una voz de ex asambleísta: Es cierto: el 19 y 20 de diciembre derrocó a De la Rúa y al artículo 22 de la Constitución. Se trató de una ruptura subjetiva que alimenta esperanzas hasta hoy. Pero no creo que se trate de una ruptura irreversible: el artículo 22 está operando, pero no lo estaba ni el 19, ni el 20 ni el 30. Quisimos que se vayan todos, pero no pudimos redactar el artículo 23. La práctica no se convirtió en norma. Se restituyó, así, el sistema político institucional en su eficacia y en la toma de decisiones. Las preguntas que me persiguen y que me angustian es qué pasó, por qué no pudimos y cómo podríamos haberlo hecho, qué es lo que no pudimos y no estamos pudiendo.