Usos del miedo

Muchas y muchos, abajo, nos preparamos para lo peor, aunque sigamos esperando lo mejor. Combatiremos el aislamiento y la individualización. Sabemos que sólo de la mano de otras y otros podremos enfrentar el desastre, pero nos enlazaremos con imaginación y sin amontonamientos. Confiaremos en el flamante liderazgo femenino, que llegó en buen momento. No se unirán individuos homogéneos en torno a banderas deshilachadas y vacías. Será el tejido fuerte de los nosotros forjados en el lazo cotidiano, en pequeños grupos de amigas y amigos o en el seno de barrios o comunidades; habrán nacido apenas ayer… o hace siglos. Buscaremos lo que no haga daño al planeta ni al tejido social. Regresaremos al presente, a construirlo con ánimo renovado.



Usos del miedo
 
Gustavo Esteva
La Jornada
 
Evitemos que el miedo se haga pánico. Necesitamos como nunca cabeza fría y corazón caliente.

El miedo es reacción sana ante amenazas. Nace en el sistema nervioso autónomo, como respuesta refleja y vital; es buena guía para actuar. El pánico es miedo excesivo sin fundamento que propicia comportamiento irracional.

Estamos ante amenazas sin precedente. Es útil aprender de la historia, pero no es la peste negra o la gripa española. Tampoco 1929 o cualquiera de las crisis anteriores. Ni siquiera puede aplicarse el término crisis; toda crisis tiene solución y ésta no la tiene.

No estamos ante una emergencia sanitaria. El coronavirus debería producir miedo razonable ante una amenaza manejable, no el pánico manipulable que se ha creado.

Es quizá inevitable que se contagie la mayoría de la población. La mayor parte de quienes se contagien no lo sabrán porque no tendrán síntoma; cuando más, cierta fatiga. Un pequeño grupo padecerá algo parecido a una gripa y sólo un grupo muy reducido tendrá padecimientos mayores, que pueden requerir hospitalización. Unos cuantos morirán.

No se trata de una amenaza general. Es importante precisar a quiénes afecta. No han muerto en parte alguna personas de menos de 15 años. En el grupo de 15 a 40 años murieron algunas personas con otros padecimientos serios. Lo mismo ocurre, en proporción mayor, en el grupo de 40 a 80 años. La mortandad principal se ha presentado en personas de más de 80 años. Murió 15 por ciento de las infectadas; tenían condiciones delicadas de salud y en su mayoría eran hombres. Hay excepciones a esto… como en todo.

Tomemos en serio tales datos. Para la mayor parte de la gente, en México, agresiones y accidentes seguirán siendo las principales causas de muerte. El coronavirus apenas contará.

Pertenezco al grupo de edad de más alto riesgo, quienes tenemos más de 80 años. Me he impuesto la cuarentena; me parece razonable hacerlo. En México, para nuestro grupo, el porcentaje de muertos será probablemente mayor a 15 por ciento, porque ni el gobierno ni el país están preparados para atender los casos que requieren hospitalización y atención especial. Aún así, se trata de una proporción normal para personas de mi edad.

El esfuerzo social y gubernamental, por el virus, debería estar concentrado en esas personas, ampliando y profundizando la atención que ha de darse a los ancianos. No se está haciendo. Y así se producirán tragedias, como las de Italia, con cientos de ancianos muertos.

El más perspicaz y conocedor de nuestros analistas económicos, Alejandro Nadal, que infortunadamente acaba de abandonarnos, nos lo dijo muchas veces: no sabíamos cuándo ni cómo, pero sabíamos que vendría y que sería peor que todo lo anterior.

Cae a pedazos el mundo que conocíamos, en particular la economía. Se extiende el colapso como reguero de pólvora. Como siempre, los que menos tienen sufrirán más. Mientras un número creciente de personas intenta acostumbrarse a vivir de nuevo en casa y con despensa, muchas más tendrán que salir a la calle para sobrevivir. Una parte muy grande de ellas ya no conseguirá lo que antes obtenía. Su única opción, a corto plazo, sería un ingreso universal… que no está a la vista todavía.

A voluntad o a fuerza la gente dejará de consumir casi todo, profundizando la parálisis económica. En 15 días se redujeron más consumos dañinos al ambiente que en 20 años de predicarlo. Poco a poco se abandonará la obsesión del coronavirus y será preciso enfrentar una realidad nueva. Para la mayoría, no habrá ya ingreso regular ni abasto apropiado. Empezará a ser evidente que la única opción realista consistirá en producir la propia vida. Las personas que menos tienen son las que están mejor preparadas para eso; no será fácil para clasemedieros con ingreso seguro y dependientes de las tiendas.

Arriba, dirigentes de gobiernos y corporaciones seguirán corriendo desatinadamente, encerrados todavía en su lógica muerta. Unos buscarán ganancias políticas o económicas adicionales a partir de las tragedias. Otros cometerán todo tipo de atropellos al intentar mayor control directo o indirecto de todo lo que se mueva. Prepararán así su propia extinción.

Muchas y muchos, abajo, nos preparamos para lo peor, aunque sigamos esperando lo mejor. Combatiremos el aislamiento y la individualización. Sabemos que sólo de la mano de otras y otros podremos enfrentar el desastre, pero nos enlazaremos con imaginación y sin amontonamientos. Confiaremos en el flamante liderazgo femenino, que llegó en buen momento. No se unirán individuos homogéneos en torno a banderas deshilachadas y vacías. Será el tejido fuerte de los nosotros forjados en el lazo cotidiano, en pequeños grupos de amigas y amigos o en el seno de barrios o comunidades; habrán nacido apenas ayer… o hace siglos. Buscaremos lo que no haga daño al planeta ni al tejido social. Regresaremos al presente, a construirlo con ánimo renovado.

Agamben tiene razón: el futuro ya no tiene futuro. Se lo robaron.