Nuestro hospital llamado Pachamama
Daniel Tirso Fiorotto
tirsofiorotto@gmail.com
Paseo por el hacinamiento que supimos construir como llamando al virus, y por los efectos
del pensamiento y la organización en compartimentos estancos que invisibilizan los
problemas y las personas. Ixofillmongen, tekó porá, yanantin, tumpasiña, ubuntu, apyka,
mate, koyang, ayni y trepelaymizuam: una receta autóctona del Abya yala, entre tantas,
para quienes ya ven una luz comunitaria al final del túnel (y al principio), y desconfían con
lucidez del Estado y sus espantosas verticalidades.
PARANÁ.- Mariana y Carmelo caminaban ayer tocando timbres como siempre, por un
billete, cuando los cruzó la policía y les sacó tarjeta amarilla.
Casa precaria cerca del Walmart, problemas familiares, relación con altibajos, demasiada
quietud para cuidar coches por una propina, comedor comunitario clausurado por el riesgo
de las personas muy mayores que lo atendían: Mariana y Carmelo encuentran su refugio en
la calle. Un hermano muerto a puñaladas, miserias apiladas, algún consuelo no aconsejable,
violencias en privado que a veces se cuelan por comentarios al paso… el coronavirus, ¿les
resultará una prioridad? A una vida de privaciones, la cuarentena no le cambia mucho.
Desarraigados y amontonados, la Pachamama les fue ocultada por sus propios
verdugos/padrinos que les marcan el destino. Los árboles, el arroyo, el sol del amanecer, el
trabajo decente y los oficios heredados pueden ser recuerdos de sus padres y abuelos, poco
más.
Ahora están más en peligro porque las condiciones del hacinamiento en sinergia provocan
al coronavirus como a la tuberculosis y otras yerbas. Identificar, poner bajo amenaza, son
medidas que pueden servir para ciertos sectores pero ¿cuántos hay que no tienen dónde
pasar, qué hacer, si no salen a gastar suela?
Los efectivos de la policía cumplieron con el protocolo, fuimos testigos, y la pareja se
marchó a paso lento con rumbo incierto. Ahora, ¿los Carmelos y las Marianas son
excepción o regla? En cualquier caso, somos nosotros, esta es nuestra comunidad.
Mal que mal, con más entusiasmo que camas con respirador, le estamos dando batalla al
virus. En esta columna nos proponemos, inspirados en un acta de infracción que cumple y
no alcanza, algunos interrogantes para ayudarnos a esclarecer el estado de cosas acudiendo
a saberes imperecederos, con una crítica al sistema que cultiva enfermedades. Sí, las
cultiva. Y tomaremos yanantin, trepelaymizuam, ixofillmongen, tekoá, tekó porá,
tumpasiña, suma qamaña, ayni, mate, koyang, ubuntu, por ingredientes de una entrañable
receta autóctona.
Ya lo decía la tuberculosis
El coronavirus es perverso, vaya novedad: ataca con más virulencia a los débiles. ¿Quiénes
son los vulnerables? Los individuos que vienen con diabetes, por caso, o las sociedades
hacinadas. Ergo: el amontonamiento es una debilidad. Lo decían otros, pero el coronavirus
parece más persuasivo, por las malas. Y aunque la tuberculosis se cansa de repetirlo, con
4.000 ataúdes por día en el mundo desde hace décadas, no es difícil entender por qué los
medios masivos no los cuentan uno a uno, si la tuberculosis es el mal de los invisibles.
Intentaremos plantear un enfoque un poquito distanciado para ver ancho, cosa difícil
cuando estamos urgidos en el día a día.
Los líderes del mundo no coinciden sobre el momento de iniciar o concluir un aislamiento.
Los pueblos tampoco coinciden mucho con sus líderes. Pero ¿hay una sola receta para
todos? Eso del remedio universal fue probado durante cinco siglos y el resultado es
desastroso: todos tomando la misma gaseosa, bailando el mismo ritmo, comprando la
misma marca en el mismo hipermercado, a merced de los caprichos del mismo poder.
Para aplaudir
Lo más lógico parece hoy madrugar al virus, aislarnos. En general, los argentinos estamos
muy de acuerdo con el confinamiento preventivo. Habrá que ver, claro, cómo sostener y a
qué costo (incluso en vidas) una paralización por muchas semanas. Estamos aprendiendo
sobre la marcha. Recordamos una selección de fútbol que alcanzó su apogeo unos meses
antes del mundial, es decir: cuando se la precisó estaba pasada de madura… Con eso
decimos: ni arrancar verde ni dormirse.
La proporcionalidad, base del paradigma de pensamiento andino (junto a la paridad) que
suele explicar Javier Lajo, se aplica aquí en la necesidad de mirar cada región con sus
aspectos singulares, atender cualidad y cantidad, condiciones y necesidades, para no
colocar a toda la humanidad o a todo un país bajo un mismo esquema. Lo mismo, para
observar un problema y responder adecuadamente, sin menospreciar ni sobreestimar. Esa
proporcionalidad servirá para encontrar un equilibrio entre la vida económica y la atención
sanitaria, en tiempo y espacio, sin que estas premisas se choquen o compitan como pretende
una propaganda para ingenuos.
Un pequeño movimiento genera enormes cambios; cerca del centro parece poquito pero
lejos es mucho (se da el ejemplo de la rueda de una bicicleta, entre el eje y la cubierta).
Pisando tierra: para los que gozan de un salario y tienen casa, la necesaria cuarentena
consiste en quedarse a descansar y disfrutar, o laburar de lejos. Pero muchas viviendas no
están preparadas para eso, y muchos no tienen ingresos y sí deudas que afrontar. Sabemos
que la economía argentina es harto informal, con equilibrio precario. Un plomero, un
electricista, un albañil, mujer o varón; una juguetería, una tienda, un puesto ambulante… El
aislamiento físico no es difícil para las clases acomodadas, sí para las mayorías. A no pocos
les falta comida, salud, espacio, casa, contactos, vínculos, comprensión; multiplican
debilidades que se potencian, eso se comprende desde la llamada interseccionalidad. En
Paraná hay personas que siguen pidiendo, casa por casa, en plena cuarentena, aún con
advertencia policial. Que lo digan las Marianas, los Carmelos.
Iban cinco muertos por coronavirus en la Argentina, y cinco presos morían en las cárceles
de Santa Fe en reclamos referidos al coronavirus. ¿Víctimas del virus o de la política para
combatirlo?
Lo primero positivo que vemos en esta ocasión es que el virus trajo bajo el brazo una tregua
a los partidos. Ya no se pelean por tonterías y hay poco aire para las cansadoras chicanas:
algo es algo. Linda excusa para un futuro parlamento, un comprometido koyang (mapuche)
de los de antes, o un amistoso tinkuy de los de ahora entre niñas y niños del Perú.
Lo segundo: la notable generosidad y solidaridad y valentía de muchas, muchos, para
colaborar. Nos inclinamos ante ellas y ellos.
Mente despierta
Varios científicos dicen que tienen la vacuna en la punta de la lengua. Apareció un francés,
Didier, para anunciarnos que ataca con éxito el coronavirus mezclando un antibiótico y un
remedio contra la malaria. Puede ser, ojalá. Las noticias varían minuto a minuto.
En nuestro caso, queremos enfocarnos en la prevención, primero para evitar contagios y, en
segundo lugar, para que en el caso de pegarnos el virus, que nos encuentre fuertes,
resueltos, dispuestos a darle batalla, como sociedad; y además para aprender a protegernos
unos a otros.
La peor respuesta que podemos darle a una pandemia es señalar con el índice a los
enfermos. Sí parece edificante analizar nuestra condición estructural como sociedad para
afrontar el desafío de la enfermedad en muchos, y nuestro estado de ánimo. Observar qué
tipo de sociedad resiste mejor los desafíos de la naturaleza, en este caso del virus, y que
sociedad genera un caldo de cultivo de las enfermedades.
Prevenir, estar atentos. Los mapuche dicen “trepelay mi duam” o “trepelaymizuam”,
“mantén la mente despierta”. Cada cual en su centro, atento, lúcido. Aprendimos la voz del
pensador chileno Ziley Mora. Él apunta esta actitud como base de la salud. “Con la guardia
baja del sonámbulo, cualquier asunto externo -idea, emoción, rabia, bicho, virus, larva
ambiental- la penetra y se instala a parasitar de su baja energía psíquica. El sujeto mal
parado, abierto, fuera de sí mismo, viviendo a 10 centímetros de su cuerpo, identificado con
sus problemas y pasiones, no habrá bicho que no se agarre”. Eso leemos en la página
Clajadep.
La preocupación desmedida, el miedo, la depresión, bajan las defensas. Se desprende de las
palabras de Ziley Mora. La serenidad, en cambio, el conocimiento, nos dan fortalezas para
hacerle pata ancha a un ataque. Del coronavirus, por ejemplo. Entonces: además de alcohol
y jabón para frenarlo a tiempo, cierta lucidez nos permitirá fortalecer el sistema
inmunológico con equilibrio. Los trece principios del sumak kawsay (buen vivir) que ha
sintetizado Huanacuni Mamani ayudarían a comprender mejor, como apenas una guía no
excluyente. (Saber comer, saber beber, danzar, dormir, trabajar, meditar, pensar, amar y ser
amado, escuchar, hablar, soñar, caminar con la Pachamama, saber dar y recibir. Armonía y
vida colectiva, sin empujones).
En comunidad
Esa lucidez en la persona es, en los mapuche como en los aymara y quechua, lucidez de la
pareja, de los opuestos complementarios (yanantin, chachawarmi), y la pareja encontrará
otra pareja complementaria, y la comunidad otra comunidad complementaria. De manera
que estamos ante una sanación no individualista, no occidental sino comunitaria.
En el altiplano hay un valor en eso de estar atento a lo que le ocurra al otro, estar pendiente.
Tumpasiña, decimos, en una manifestación de amor, de visitarnos, de echarnos de menos;
así el otro sabe que no está solo, que su salud nos importa porque nos importa de verdad,
que su vida nos complementa. Hoy, tumpasiña se traduce en guardarnos, en no visitarnos,
aunque parezca un contrasentido. “Haceme la gauchada, no vengás”, es un reclamo
solidario en este otoño, por el otro y por uno mismo, mujer u hombre.
Incluso honramos esa disposición con un saludo: jallalla, por la vida, poniendo toda la
energía por la vida, todas las buenas ondas, el compromiso personal, grupal, con el deseo
sincero de que se cumpla y no deje afuera a nada, a nadie; con esfuerzo y determinación y
celebración. ¡Jallalla!
Es el espíritu de servicio que por décadas ha sido marca en las familias del litoral, mujeres
y hombres. El “mande nomás”, como entrega y como raíz de otro hábito: la gauchada, la
solidaridad sin pedir nada a cambio. Eso equivale a ver al otro como a uno mismo, en
coincidencia con tantas doctrinas de todos los continentes, e inclusive la tradición
judeocristiana. Los africanos pronuncian “ubuntu”, y es una actitud de disposición para
darle al otro sin que pida. Como dice Nelson Mandela, cuidarse a uno mismo pensando en
favorecer a los demás. ¿No es con ubuntu que vamos a enfrentar con éxito el coronavirus?
Y bien, miles de argentinos y orientales tenemos también raíz en Angola, el Congo, Guinea,
en fin, están en nuestro ser. Ubuntu: somos personas con los otros, por los otros. En el
altiplano, lo mismo: uno se hace persona con el otro, con el par complementario. El
individuo es una persona en potencia. Suma de individuos no da personas. Ayni, decimos
en el altiplano para referirnos a la vida comunitaria en reciprocidad.
Nuestro pueblo Tagüé (expresado en entrerrianos que logran zafar del corsé colonial que
imponen las corporaciones, el estado, las academias); nosotros, no entendemos a la persona
extirpada de la naturaleza sino adentro, como parte, entonces todo fluirá si abrimos los ojos,
los oídos, el corazón; si dejamos que nos crucen las voces del entorno, la cuenca, el monte,
la piedra, la arcilla, los semejantes y los distintos, la madre tierra en armonía, en fin: la
Pachamama.
Nuestro hospital natural es la Pachamama, madre tierra en armonía; el intercambio
amable, la participación, en equilibrio con los demás seres, la piedra, el agua, la arcilla, las
aves. Es allí donde la mujer y el hombre del litoral han practicado por siglos la hospitalidad
y el trabajo comunitario, lo que con los guaraníes llamamos jopói, dar con manos abiertas
mutuamente, y con los habitantes del altiplano llamamos minga, como acá: minga y
hospitalidad son atributos centrales del pueblo Tagüé. Ingredientes esenciales del vivir bien
y bello, tekó porá, en sintonía, sincronizando el mundo interior y exterior. Suma qamaña,
decimos en aymara, vivir en plenitud con otros, buen convivir en un ambiente amable. No
en teoría sino en práctica cotidiana, y no como un parche a la vida occidental consumista:
es otra cosa.
Minga del trabajo feliz, minga de la celebración y el arte, minga del conocimiento, minga
para los alimentos sanos y cercanos de la chacra mixta, comunitaria, cuidando el suelo, el
agua, la biodiversidad, con espacio adecuado. En nuestra región las asambleas, los foros,
ciertas cooperativas y experiencias agroecológicas se potencian mutuamente y
prometen un reverdecer, burlando el proceso de extinción.
(Digamos aquí que el pueblo Tagüe es el entrerriano en su centro, capaz de la poesía y la
lucha, consciente de su pertenencia, abierto por su disposición natural de servicio al otro,
con la renovación permanente de sus raíces guaraní, charrúa, chaná, africana, gaucha,
criolla y de numerosos aportes migratorios; capaz de una mirada integral, de cuenca, no
sometida a las divisiones impuestas en el conocimiento; integrado al monte y al río, un
poco pez, un poco pájaro).
Más que sala de curaciones carnales, la Pachamama es fuente de vida honda. Ahora: ¿cómo
en términos prácticos hallaremos sanación en la Pachamama? Ya intentaremos una
respuesta, pero de entrada preguntemos: ¿podemos conversar con la Pachamama en el
hacinamiento, en ese no-lugar sin contacto con el aire limpio, el sol, el monte, el arroyo, la
montaña, la comunidad y sus tejidos capaces de amortiguar las penas y comprender las
alegrías? Qué difícil.
El coronavirus nos exige por ahora una cierta distancia prudente, pero eso no tiene por qué
romper lo poco que nos iba quedando de comunidad y lo que estamos recuperando.
Distanciarse en la geografía no equivale a cultivar el individualismo: todo lo contrario.
Jamás con hacinamiento
Los especialistas se horrorizan en estos días de solo pensar que el coronavirus penetre el
conurbano, y no se escucha por ahora una crítica al amontonamiento de las personas y sus
causas. ¿No es hora de conversar el asunto?
El hacinamiento (aquí y en el resto del mundo) genera violencia, promueve adicciones,
potencia enfermedades diversas, desarticula; pero el distanciamiento de la naturaleza, la
imposibilidad de apreciar el amanecer o la puesta de sol, no están vistos aún como síntomas
de la cárcel urbana.
Las personas apiñadas quedan afuera de ese hospital preventivo llamado Pachamama, de
ese remedio que nos cura en salud.
Las autoridades de cualquier signo político están actuando con prevención porque saben
que ellas (con otros poderes) edificaron por décadas esta sociedad apiñada en las urbes y
peor en los barrios, y saben que los hospitales no estaban preparados. Hemos tenido suerte
en conocer la gravedad del nuevo virus en China e Italia, para cavar con tiempo nuestras
trincheras. Los ataúdes apilados en Bérgamo fueron nuestra tabla de salvación, esta gente
no murió en vano. Y seguramente ya incidieron en cierta predisposición de tantos a la
cuarentena.
El Estado ha generado una estructura social con vicios que hoy, ante la crisis, se presentan a
la vista. Echados de ese hospital natural que es la Pachamama, como los Carmelos y las
Marianas, caemos en el amontonamiento que el coronavirus tanto agradece, y luego en el
hospital con pretensiones curativas, de pocas camas, de escasos respiradores… En Italia
sospechan que uno de los focos de infección principal está, qué paradoja, en esos
nosocomios…
No haremos en una semana las mil cosas que no hicimos antes para prevenirnos del
hacinamiento, caldo de cultivo para los virus siempre amenazantes. Pero llega el momento
de escucharnos mutuamente, de curarnos de coronavirus y sorderas, de hacernos una sana
autocrítica, para no lamentar con impotencia el paso lento, como a la deriva, de las
Marianas, de los Carmelos, de los que estaban ya en el escalón más comprometido.
Macrocefalia
Hablamos de esos vecinos reducidos a mendicidad, registrados en un acta policial por una
infracción que nos interpela a millones de infractores jamás anotados. Si a muchos de
nuestros vecinos, como al pliegue del codo, sólo se los nombra gracias al virus.
Hoy los gobernantes de las ciudades superpobladas tienen terror de que el bicho se intruse.
Pero somos nosotros los que nos pusimos a tiro de una pandemia, amontonando familias,
obligando a tantos, a tantas, a mendigar en las calles, tras el despoblamiento de zonas
campesinas y pequeñas comunas en donde sus abuelos cultivaban sus alimentos. Una vez
que superemos la crisis y tengamos un respiro para mirar los riesgos con serenidad,
¿atacaremos el hacinamiento o nuevamente caeremos en apiñarnos, en ningunear las
advertencias?
Por el arraigo
El amontonarse es una calamidad del mundo, y en la Argentina tiene sus peculiaridades con
la macrocefalia y otras perlitas del poblamiento deforme, producto en gran medida del
despoblamiento de vastas zonas. El soñado éxito del plan de aislamiento actual, con
gendarmería en las calles, o la soñada poción que combata los efectos del virus, ¿nos harán
menospreciar de nuevo el problema?
Veamos otros significados para mostrar la necesidad de revalorizar el arraigo y la
comunidad, recuperar el respeto a la palabra, y evitar tanto los relatos interesados, fuentes
de desconfianza, como la fragmentación que dificulta la mirada integral. Y empecemos con
una prevención: el reemplazo del diálogo personal por las vías técnicas, en estos días sin
abrazos físicos, tiene un aspecto inquietante: la consumación del estado de vigilancia.
Sabemos que hay centros de poder capaces de registrar todas nuestras conversaciones
mediadas por la tecnología. La candidez no es buena consejera ante estos cambios. Los
aclimatados al sistema pueden sentirse en su salsa, pero quienes avizoran otros mundos
posibles, ocultados, tendrán sin dudas dificultades, por la presencia abrumadora del gran
hermano que todo lo ve.
Ese gran hermano se sentirá molesto ante cada expresión que cuestione el sistema
predominante de lucro, saqueo, contaminación, y la explosión de celulares y computadoras
no deja rincones para organizar cosas distintas. Peor ahora. Demasiado se transparenta en
nosotros, poco en los que mandan.
Marca de racismo
El Estado se ha puesto en el centro para relacionarse en forma directa, vertical, con
personas y no con comunidades. Ha ido reemplazando las relaciones ancestrales y lo ha
hecho bastante mal. Por otro lado, el sistema económico instalado por este Estado impide a
muchos la vida en espacios adecuados, amontona a las familias para dejar vastas
extensiones a los grandes negocios. Luego: el hacinamiento. Una marca de racismo, y es el
Estado el que lo promueve y deja a las familias bajo la línea de lo humano, expuestas a
todos los males. Por eso mismo el hacinamiento es racista, porque hay un poder que lo
impone, incluso con leyes, con consecuencias fatales. Un modo de racismo distinto, muy
nuestro, muy oculto, que la teoría de Ramón Grosfoguel nos permite descubrir y analizar en
nuestra región, aunque el sociólogo no habla de racismo por hacinamiento sino que llama a
desvelar marcas de racismo en cada contexto.
Cuando estuvimos a tiempo de tratar el flagelo lo ninguneamos. Pues: hoy, el que nos abre
los ojos es un virus. Mal que nos pese.
En el mundo cobra fuerza la organización barrial, estilo zapatista, contra la masificación
impuesta; toma vigor la vida autónoma, sin rendir cuentas, con arraigo en nuestros pueblos
indígenas, pero qué difícil ahora, en el apogeo del coronavirus. Habrá que discernir:
agradecidos con la estructura de poder que nos organiza quizá para salir del atolladero, y
conscientes de que esa estructura funda las sociedades apretadas y verticales.
El tekoá
Con los guaraní decimos tekoá, espacio adecuado para cultivar el tekó porá, el vivir bien y
bello, en armonía. Ñanderekó: nuestro modo de vida. ¿Cuánto lugar para el tekoá tenemos
en nuestras ciudades? Bartomeu Melià dice que el sistema guaraní es la memoria del futuro.
Y esa organización se sostiene en un espacio, un modo, una consustanciación de la
comunidad y el territorio. Alimentos en grupo, trabajo celebrado, y para todos: esa es la
receta.
¿Qué privilegios sostenidos empujaron el amontonamiento de tantos, como sobras? Vastas
extensiones fueron absorbidas por un sistema a escala financiera, casado con los
transgénicos, herbicidas e insecticidas, y con las máquinas faraónicas que reemplazan, cada
una, a decenas de obreros. Esos negocios compiten con el plazo fijo y no consideran el
arraigo ni la sanidad del suelo y el agua, por ahora. El hacinamiento en los barrios es uno de
sus “daños colaterales”.
Antídoto natural
Mientras duren los contagios del virus nos privaremos de una rueda de mate. Pero
acudiremos al mate a solas, que nunca será tan a solas porque a través de la yerba estamos
en la biodiversidad, en el suelo, el paisaje, el sol, y por tradición en presencia de nuestros
seres queridos de hoy y de cualquier tiempo. La vida serena en la Pachamama no requiere
de amontonamientos, es un antídoto natural.
El mate nos crea aquí el clima para mantener la mente abierta, para el trepelaymizuam que
decimos en el sur. Desde allí vamos a señalar una condición muy propia del pueblo Tagüé
(entrerriano decolonial): la autonomía, para encarar este desafío del coronavirus. No es
difícil, si sabemos que el sistema de salud depende de las provincias. Pero sería un error
concentrar el concepto de autonomía en lo que haga o deje de hacer el Estado, cuando el
Estado es centralista. La autonomía está en el corazón del pueblo Tagüé desde antes de que
existiera el Estado, es una vigorosa herencia charrúa, guaraní, gaucha (quizá también vasca
y catalana, como dice César Blas Pérez Colman). Y estará cuando el Estado sea superado
por otra organización. Durante la revolución artiguista le llamamos “soberanía particular de
los pueblos”. Con las influencias actuales diremos que encaja bien este concepto en la
tradición mapuche conocida como ixofillmongen. En su traducción al castellano –afirma el
estudioso Jaime Yovanovic-, ixofillmongen involucra “todas las formas de vida sin
excepción alguna, incorporando al ‘che’ o persona en una posición no jerárquica respecto
de otras formas de vida. Poniendo de relieve entonces que la vida mapuche no se concibe
como individuo separado del mundo”.
El mate de raíz guaraní no obliga a coincidencias, da un lugar para un encuentro venerable,
cumple en casa una función similar a la del koyang (más institucional) de raíz mapuche,
que en vez de yerba acude al canelo y al sacrificio de un animal para que la naturaleza,
permanente, dé las garantías de un congreso con resultados duraderos.
Autonomía y horizontalidad con el resto de la biodiversidad: qué mundo distinto al del
amontonamiento por el que el coronavirus se relame como el lobo feroz.
Y aquí una advertencia: dentro de la emergencia, algunas medidas pueden ser de
distracción; por eso no estará mal prevenirnos de probables políticas de shock, de las que
denuncia Naomí Klein, aprovechando el susto colectivo. Eso se verá. Mientras tanto, todos,
codo a codo con el aislamiento.
Tuertos de occidente
Nosotros estamos metidos, en general, en un mundo occidental que ha tomado la apariencia
de único posible. Ese mal es endémico. Tampoco los trabajadores de la salud, ni las
autoridades. Creemos cumplir nuestra misión cuando tenemos curitas y agua oxigenada en
los hospitales y nos cuesta advertir el otro mundo de la prevención, del que suele hablarse
como una ilusión.
Prevención y curación son partes complementarias de la salud. Pero las especializaciones
típicas de la modernidad nos dificultan ver el panorama integral. Así, por caso, Juan estará
dentro del sistema de Salud con la pierna quebrada, en el hospital, pero una hora antes,
cuando viajaba en la ruta, sano, estaba dentro del sistema de Vialidad, donde al parecer el
ministerio de Salud no corta ni pincha.
La visión occidental, dividiendo sectores en compartimentos estancos, no ayuda a prevenir
ni a curar. Hemos mostrado cómo se cuida a las aves en las granjas de abuelos, aquí en
Santa Elena, con espacio, rodeadas de montes, y todo tipo de prevención contra el
hacinamiento; y en contraposición, cómo se descuida al ser humano en todos lados, con el
amontonamiento. Hoy, gobernar es descongestionar. Debiera ser. Y romper fronteras del
conocimiento. Así comprenderemos que la distribución poblacional, el cuidado del agua, la
protección del bosque y sus habitantes, no están separados de la salud.
Escuchar el silencio
Estos días hemos escuchado periodistas que presentan una suerte de oposición entre
gobiernos que atienden la salud, y gobiernos que atienden la economía. Ahora, ¿qué
economía respetable descuida la salud?
Desde el pueblo Tagüé diremos que el análisis no analiza nada si no es sincero, si descuida
la palabra y la desmerece. Atacar a un gobernante adversario porque detuvo a veinte
personas para exigir la cuarentena, y luego callar cuando los gobernantes amigos detienen a
otras miles, es un modo moderno partidizado, con el relato escindido del entorno,
inventando la verdad según la conveniencia. El resultado es la desconfianza pero más que
eso, la destrucción del ser humano con el revoltijo de los conocimientos.
Equivale a colocar la palabra al servicio personal o sectorial. Por nuestra herencia charrúa y
guaraní, en cambio el pueblo Tagüé analizará las detenciones sin prejuicios, sin
partidizaciones; no negociará la palabra con el provecho del día. Palabra: más que un
documento, dice el charrúa. El hombre es una palabra que toma asiento en el seno de la
madre, dice el guaraní. Cómo no tener respeto, pues, por la palabra. “El apyka es el primer
territorio o cultura-torio, y éste es el seno de la madre, el lugar donde se sienta y se asienta
la primera y única palabra de la persona, que se hace carne”, comenta Bartomeu Melià.
En los principios del buen convivir, el saber escuchar y el saber hablar van de la mano. Se
ha hecho un hábito en los gobernantes el no escuchar. Algunos creen que su mandato les da
carta blanca. Pero escuchar el entorno está en la esencia humana, y además es útil.
Escuchar la palabra de la vecindad, abrirnos a la mirada integral, y escuchar el silencio de
esos nuevos hijos de Martín Fierro que entran en las listas de los infractores de la
cuarentena de una comunidad que no los tiene en la lista.
Si nos escuchamos, será alentador revertir el proceso que desarraiga, destierra, desarticula y
amontona a las personas. Este grito de hoy, tan doloroso, podría espantar el virus.