Desde los fuegos del tiempo. El cielo se desploma y el piso se hunde

Los servicios de salud no están territorializados, ni la gente puede, de nuevo, ejercer sus propias prioridades si no se lo propone y brinca a un cuidado comunitario tan cercano y vinculante como puede serlo una familia. Y en la familia, todas y todos nos implicamos. Sin implicarnos, el virus es ese cielo que se desploma y ese suelo que se hunde. Implicándonos la pandemia es una oportunidad para reconfigurarlo todo.
Tenemos que comenzar a fijar nuestras propias prioridades, tenemos que reconfigurar nuestros espacios en común, nuestras tareas en común, nuestros sueños y memorias en común.



Desde los fuegos del tiempo

El cielo se desploma y el piso se hunde

Ramón Vera-Herrera

El cielo se desploma. Un sabio yanomami dijo hace poco: “el cielo se está desplomando”, y se refería a las causas de la pandemia.

Muchos hilos de eventos concatenados y descarrilados van tejiendo el escenario actual que atisbamos en un instante, en una gráfica, en un cuadro con cifras, pero que ha ido configurando el escenario actual de este “estado de excepción” al que le nombran pandemia.

Y no hay duda de que la pandemia existe y de que las cifras que se despliegan en páginas, mapas, canales de televisión y conferencias “nocturneras” guardan una rima bastante cercana con lo que esté ocurriendo, sean una muestra del universo más amplio del que surgen, o el número crudo del estado de momento a momento de las sospechas, los contagios confirmados, las recuperaciones, los casos graves o las defunciones, término eufémico para la muerte, nada evanescente.

Hoy sabemos que la “tormenta perfecta” que desató el brote de Covid-19 provino del estallamiento de varios contrapuntos tramados que tienen en su centro el sistema capitalista, y su concreción siempre industrializante.

Por un lado la reconfiguración de los entornos donde existen racimos, constelaciones de virus, que de pronto se acercan a las poblaciones animales que conviven más con los humanos. Esto tiene que ver con la deforestación, el acercamiento de poblaciones de animales salvajes, la producción industrializada de la comida (en particular la carne), pero también con el manejo de los desperdicios, el aire, el agua, y el hacinamiento creciente de poblaciones animales y humanas en un émulo muy tremendo entre barrios marginales y favelas, por un lado, prisiones públicas y privadas, centros de detención de migrantes, campos de refugiados, hospicios, grandes operaciones agroindustriales con barracas para los peones, y por otro las enormes y virulentas granjas fabriles, industriales, donde todo tipo de bichos, bacterias, virus, hongos se entrecruzan de modos violentos. Ahí no existe de ningún modo la convivencia, ni la escala a la que podrían existir estos organismos en los ambientes naturales donde coinciden y terminan cohabitando, sino ambientes de hacinamiento, entornos donde las escalas naturales fueron estalladas, rompiendo las relaciones existentes para imponer unas nuevas que propician las mutaciones, las exacerbaciones, los recrudecimientos, las degradaciones.

Así, el cielo se desploma, dejando en entredicho nuestros sistemas alimentarios. Lo han estado diciendo infinidad de autores y centros de investigación. Dice GRAIN, un centro de investigación independiente al servicio de las comunidades que defienden sus sistemas alimentarios locales: “la industrialización y la consolidación corporativa de la producción de carne generan mayores riesgos para la aparición de pandemias mundiales como la de Covid-19. Los gobiernos y las grandes empresas cárnicas menosprecian por completo esta realidad. Como señaló el biólogo evolutivo Rob Wallace, ‘Cualquiera que intente comprender por qué los virus se están volviendo más peligrosos debe investigar el modelo industrial en la agricultura y, más en concreto, en la producción ganadera’. En la actualidad, pocos gobiernos y pocos científicos están preparados para hacerlo. Con la creciente mortandad del Covid-19, es más urgente que nunca un cambio radical en dirección contraria al actual sistema intensivo de producción cárnica”.

Si esto es así, el escenario es alarmante para el futuro, porque si le añadimos la gripe porcina de hace unos años en México, y también la peste porcina africana que ya diezmó a una cuarta parte de la población de cerdos en el mundo, y ahora con este virus que tiene semiparalizado el planeta, tenemos que repensar no sólo el sistema de producción alimentaria sino cómo erradicar (y será luchando) todas las formas de industrialización que se están tornando en némesis de la actividad humana en cada rubro que tocan. Esas llamadas zonas de desperdicio ya proliferan por el mundo, inmersas en contaminaciones y envenenamientos, en mortandades crecientes y mutaciones letales, en deforestaciones y arrasamientos, incendios voraces y sequías petrificantes.

GRAIN hace eco también de las noticias en torno a las industrias Smithfield en Estados Unidos, filial ahora de WH Group, de China, que tuvieron que declarar un brote en sus instalaciones estadounidenses y son hoy ¡¡¡uno de los focos de contagio más denso del planeta!!!

Cuando se supo del contagio, la planta de Sioux Falls (nos imaginamos que muchos trabajadores son lakotas de los alrededores), no detuvo sus operaciones e incluso otorgó un bono de 500 dólares a quienes no faltaran sintiéndose mal. Dice el texto de GRAIN: “para el 9 de abril, el número de casos reportados de Covid-19 en la planta, se disparó a más de 80 y los trabajadores de Smithfield y la gente de Sioux Falls se preocuparon bastante. Se realizó una protesta en el exterior de la planta, usando automóviles, para apoyar a los obreros, luego que muchos de ellos mostraron su preocupación por las inseguras condiciones de trabajo, como no proporcionarles cubrebocas y forzarles a trabajar muy próximos unos a otros. Bajo presión, Smithfield accedió a un cierre de tres días para hacer ‘limpieza’ durante el fin de semana. ‘Suspender la operación no es una opción. La gente necesita comer’, señaló el director En los días siguientes, el número de trabajadores infectados en la planta continuó aumentando, y alcanzó el sobrecogedor número de 350 casos para el 13 de abril. La planta procesadora de carne de Smithfield, en este momento, daba cuenta de 40% de los casos de Covid-19 en el estado y llegó a convertirse en el peor foco de coronavirus en el país, con trabajadores que transmitían Covid-19 a sus familias y a sus comunidades y potencialmente mucho más lejos, a través de las extensas cadenas de distribución de la compañía. Solo después que el alcalde de Sioux Falls enviara una carta al Director Ejecutivo de Smithfield, Ken Sullivan, firmada también por el gobernador, urgiendo a la compañía a cerrar la planta por un mínimo de 14 días, Smithfield cedió, y accedió cerrar la planta por un periodo ‘indefinido’.”

Varios de los autores que han estado analizando las causas y complejidades de la pandemia, apuntan uchas de las alertas que se proclamaron con gran zozobra.

Dice Ángel Luis Lara en un texto que sistematiza todo este entramado: “En 2004, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, más conocida como FAO por sus siglas en inglés, señalaron el incremento de la demanda de proteína animal y la intensificación de su producción industrial como principales causas de la aparición y propagación de nuevas enfermedades zoonóticas desconocidas, es decir, de nuevas patologías transmitidas por animales a los seres humanos. Dos años antes, la organización por el bienestar de los animales Compassion in World Farming había publicado un interesante informe al respecto. Para su elaboración, la entidad británica utilizó datos del Banco Mundial y de la ONU sobre industria ganadera que fueron cruzados con informes acerca de las enfermedades transmitidas a través del ciclo mundial de producción de alimentos. El estudio concluyó que la llamada ‘revolución ganadera’, es decir, la imposición del modelo industrial de la ganadería intensiva ligado a las macrogranjas, estaba generando un incremento global de las infecciones resistentes a los antibióticos, así como arruinando a los pequeños granjeros locales y promoviendo el crecimiento de las enfermedades transmitidas a través de los alimentos de origen animal”.

El suelo se hunde. La contraparte de este vórtice de elementos aparentemente dispersos que se conjuntan para señalarnos que ese sistema agroalimentario está destruyendo el entorno y provocando enfermedades recurrentes que están aquí para quedarse, es el hecho de que ese mismo sistema capitalista que provocó todo esto, al mismo tiempo se encargó de desmantelar todo el Estado de bienestar que en algún momento podría habernos defendido.

Los sistemas de salud de muchas partes del mundo han ido desmantelándose hasta quedar en condiciones deplorables, sustituidas por esquemas de seguro médico que en realidad son estafas y paquetes semi-turísticos para personas que aceptan sin cuestionar que su salud haya sido expropiada y sea gestionada de maneras lastimosas por supuestos expertos en salud que han ido acumulando grandes poderes, y potestades con el paso de los años.

No hay atención a la salud (ya no digamos universal), ni protección a la gente grande, ni posibilidades de que la gente desprotegida pueda resolver las mínimas necesidades y la instalación de una serie de condiciones propicias a someter a las poblaciones y poderles esquilmar de todas las maneras posibles, sin siquiera compensar con paliativos.

Así como existe eso que le llaman la “planta productiva” —los factores que se sinergizan para propiciar la producción plena de bienes y servicios tales como infraestructura, instalaciones, maquinaria, mano de obra, materias primas, procesos industriales, comunicación, servicios, transportación y cualesquiera se le pueda ocurrir a los gerentes de fábricas y despachos promocionales, podemos alucinar que existe una “planta destructiva”, una deshabilitación progresiva, una devastación expansiva como detonante de la fuerza acumulativa del capital.

Estamos en un momento en que esa destrucción se extremó porque los procesos acumulados han ido sumando su propia entropía, y la crisis culminante la atestiguamos en esa semiparalización del mundo.

Mike Davis, en “Covid-19: The monster is finally at the door”, nos alerta: “El peligro para los pobres a nivel global es que han sido casi totalmente ignorados por los periodistas y los gobiernos de Occidente. Hay un texto publicado que alega que la población urbana de África occidental, por ser la más joven del mundo, resistirá los impactos de la pandemia de modo leve. A la luz de la experiencia con la Gripe Española de 1928, ésta es una extrapolación muy estúpida. Nadie sabe que pueda ocurrir en las semanas próximas en Lagos, Nairobi, Karachi o Kolkata. La única certeza es que los países ricos y las clases pudientes se enfocarán en salvarse a sí mismas excluyendo la solidaridad internacional y la asistencia médica. Muros, no vacunas: ¿puede haber un a plantilla más vil para el futuro?”

Para Mike Davis, “La temporada gripal de 2018, por ejemplo, abrumó los hospitales por todo Estados Unidos, y puso de manifiesto la escandalosa escasez de camas de hospital tras veinte años de recortes promotores de ganancias, de la capacidad de hospitalización (que para la industria es el manejo de inventarios). Los cierres de hospitales privados y de beneficencia y la escasez de enfermeras, también impuestos por la lógica del mercado, han devastado los servicios de salud en las comunidades más pobres y en las zonas rurales, transfiriendo la carga a los hospitales públicos y a las instalaciones de veteranos que carecen de fondos suficientes. Las condiciones de las salas de urgencias de esas instituciones ya son incapaces de hacer frente a las infecciones estacionales, así que ¿cómo podrán hacerle frente a la sobrecarga de casos críticos?”.

Todo eso explica por qué en Estados Unidos fue tan arrasador el Covid-19. No es sólo que haya habido una desastrosa promoción de la destrucción del planeta con la industria, sino también un desastroso manejo de los servicios sociales más elementales.

Mike Davis nos cuenta que mientras tanto las grandes compañías farmacéuticas han desaparecido y de las 18 grandes, quedan sólo tres. Los asilos de ancianos están tan despojados de todo que muchos de ellos prefieren pagar las multas sanitarias que contratar personal extra o cumplir con las regulaciones. En su diagnóstico, estamos ante un mundo que seguirá propiciando la efervescencia, la incubación de todos estos males —sobre todo por el desmantelamiento de todos los servicios básicos, sanitarios, de agua, de alimentación y vivienda, de asistencia a la salud y a lo más elemental que se requiere para vivir con dignidad.

Los casos más alarmantes de los que tenemos noticias provienen de Guayaquil en Ecuador, donde la vileza se ensaña con la gente que ante el copamiento de los servicios de salud e incluso los servicios funerarios, la gente tuvo que sacar sus deudos a la calle para incinerarles ahí mismo.

Dice Fernanda Vallejo en Ojarasca 276: “Los muertos en la calle son el grito más desgarrador de la exclusión sostenida y maquillada de mi país, en la ciudad emblema de esa exclusión y despojo. Guayaquil nunca dejó de ser un feudo de señores oligarcas y plutócratas, su prosperidad de enclave se sostiene en la vergonzosa carencia de millones. Se ufanan de ese orden de las cosas, se ufanan de su capacidad de desprecio por quienes con su hambre alimentan su opulencia. Los acontecimientos que desnudan ese desprecio se desarrollan muy rápidamente, apenas da para levantar cabeza después de semejante revolcón. El primer caso oficial de corona virus se reporta el 14 de febrero. El 10 de marzo el gobierno anuncia más medidas de ajuste, incluyendo reducción de salarios a trabajadores y trabajadoras del sector público (que llamaron aporte temporal). El plan era dosificar en varias entregas, todo el paquetazo: al final cambiarían las cosas con la epidemia. El 11 de marzo empiezan a decretarse restricciones de movilidad y algunas medidas frente a la pandemia que ya contaba con cientos de contagiados y los primeros muertos. Una semana después, el 17 de marzo, se decreta estado de excepción y toque de queda que se endurecerá la siguiente semana”.

Estamos hablando entonces del otro componente del desastre: la deshabilitación constante, la expropiación de la salud, el daño infligido por los expertos a las personas y la precarización que el capital requiere para mantener a todo mundo sometido. La promoción de desvalores, de contraproductividad, de esa planta destructiva, la materia prima de toda acumulación.

Como lo he repetido tantas veces siguiendo a Iván Illich a Jean Robert, desmantelar la posibilidad de que las comunidades y las personas resuelvan por medios propios, creativos, imaginativos, lo que más les importa, lo que más les resuelve es uno de los crímenes más conspicuos del capitalismo. Y podríamos agregar, como dijera David Caley hablando de las tesis de Iván Illich, “el socavar la voluntad propia de sufrir y aguantar nuestra propia realidad y la posibilidad de morir nuestra propia muerte”. Poder, dentro del rango de las posibilidades, morir nuestra propia muerte.

Jean Robert abunda sobre esto en un libro de próxima aparición en castellano: Los cronófagos.“El hecho decisivo es que el plusvalor no pueden realizarlo los trabajadores ni los capitalistas, sino los estratos de la sociedad o las sociedades que no producen de modo capitalista, escribía Rosa Luxemburgo en un pasaje profético.[…] Pero Rosa Luxemburgo no se limita a la realización del plusvalor. Explora sus orígenes, o mejor dicho, el modo de creación de las condiciones que hacen posible su acumulación. Decir que el capitalismo vive de formaciones no capitalistas es decir más exactamente que vive de la ruina de esas formaciones; y sí tiene una necesidad absoluta del medio “no capitalista” con fines de acumulación, lo necesita como un suelo nutricio, un manto donde la acumulación pueda realizarse por absorción. En una perspectiva histórica, la acumulación de capital es un proceso metabólico que se desenvuelve entre modos de producción capitalista y precapitalista. La acumulación no puede efectuarse sin éstos, pero además, vista desde las formaciones no capitalistas, la acumulación consiste en su corrosión y su asimilación. La acumulación capitalista tampoco puede existir sin las formaciones no capitalistas que no logren durar junto a ésta. El desmoronamiento continuo y progresivo de las formaciones no capitalistas es la condición para la existencia del capital”.

Volver a levantar el cielo. Y es justamente por eso que desde todos los rincones se levanta la autonomía como una bandera real. Las comunidades que no han pasado por el capitalismo o que lo sufrieron tangencialmente requieren resistirlo y mantenerse en su autonomía, en su potestad de decidir sus cuestiones importantes y cruciales por ellas mismas. Es decir, nosotros, hombres y mujeres, niñas, niños y gente mayor, tendríamos que resistir ese embate de desmoronamiento. Pese a todas las carencias, eso puede resistirse ejerciendo nuestras relaciones. Ejerciendo y volviendo a ejercer nuestros vínculos. Que la distancia no sea lo que pretende ser. Que nuestro aislamiento material no desmorone nuestros vínculos y que en cambio podamos volver a ejercer y a experimentar en cuerpo propio, en carne propia.

Mantener la relación por redes sociales, whatsapp, correo electrónico, teléfono o todas las posibilidades del internet ahora, puede o no ser desmoronador. Depende de los vínculos.

Pero lo realmente subversivo es que nos atrevamos a darle la vuelta a nuestra circunstancia para establecer algo que diferencie los cuidados que ejercemos entre nosotros.

El cuidado tiene también su dualidad de carga. Puede ser autogestión más profunda e imaginativa pero también puede tornarse poder político, si se secuestra el cuidado y se le ejerce hacia otros y no conjuntamente.

Esto es crucial. Tenemos que ejercernos mutuamente. Convivir y construir saber [y por ende acciones] en colectivo.

Un gran ejemplo gozoso y positivo es la experiencia de una favela en São Paulo, Paraisópolis donde conviven unas 100 mil personas en casas y chozas conectadas por callejones. Era difícil que ahí no proliferara el virus. La comunidad se organizó para detectar los casos y ubicar cuál era la situación de las familias. Decidieron entonces formar encargados por calle (llamados presidentes) para cuidar unos cincuenta hogares.

“Tan pronto como identificamos un caso sospechoso, empezamos a monitorear a esa familia, y a darle orientación.” El presidente de la calle se aseguraba entonces que la persona se quede en casa, haciéndole saber. Si lo pasamos mal, la ambulancia será activada», dice Gilson Rodrigues, un líder comunitario de Paraisópolis.

Tras unos días, la comunidad registró unos 15 casos confirmados y 8 muertes sospechosas. Hay socorristas comunitarios y hasta habilitaron una ambulancia.

También se identificaron los habitantes sin recursos por perder el empleo y se habilitaron comidas de voluntarias que logran preparar hasta dos mil comidas.

Nuestra población, además de estar de servicio, no tiene forma de hacer la oficina en casa porque son jornaleros, cocineros, gente que trabaja en el servicio de mantenimiento, la gran mayoría. Y reunimos a todos, a las mujeres, para poder acoger y superar este desafío aquí en la comunidad”, comenta Elizandra Cerqueira, presidenta de la Asociación de Mujeres de Paraisópolis.

Las costureras del barrio comenzaron a fabricar mascarillas.

Así como esta experiencia, en la propia ciudad de México y en muchas comunidades campesinas, indígenas crecen las propuestas, pero es pronto para conocerlas.

Pero qué significan. Como dice con lucidez el epidemiólogo Gianni Tognoni, secretario del Tribunal Permanente de los Pueblos, “el problema no tiene que ver con la salud, sino con la marginación y con la pérdida de derechos, y hay que recuperarlos. Quién fija las prioridades de la investigación. La investigación estratégica de salud es dominio de las corporaciones, como la agricultura y los alimentos; cuáles son nuestras prioridades”. Porque los servicios de salud no están territorializados, ni la gente puede, de nuevo, ejercer sus propias prioridades si no se lo propone y brinca a un cuidado comunitario tan cercano y vinculante como puede serlo una familia. Y en la familia, todas y todos nos implicamos. Sin implicarnos, el virus es ese cielo que se desploma y ese suelo que se hunde. Implicándonos la pandemia es una oportunidad para reconfigurarlo todo.

Tenemos que comenzar a fijar nuestras propias prioridades, tenemos que reconfigurar nuestros espacios en común, nuestras tareas en común, nuestros sueños y memorias en común