Colonización de la izquierda latinoamericana
La idea de que la izquierda latinoamericana ha sido ideológicamente colonizada por un marxismo de otras latitudes, me parece que es una de las claves de su debilidad para utilizar el marxismo como instrumento para conocer e interpretar datos y hechos de la realidad. Esta izquierda no bebe de las fuentes de lo complejo sino que prefiere hacerlo bajo un paraguas que le ofrece un mundo seguro. Lo que significa invariablemente que su interpretación de acontecimientos críticos está sujeta a marcos preconcebidos que pretenden explicarlo todo de un modo más o menos simple y categórico. Esta es justamente la palabra clave: todo. Y es que cualquiera que sea lo que se analiza hay una repuesta esperando, incluso antes de que los hechos se produzcan. Todo tiene una explicación, un hilo conductor que lleva a las mismas causas y similares escenarios.
De manera precisa, el imperialismo norteamericano, es en gran cantidad de ocasiones la causa de los reveses de la izquierda y de aquellos hechos que no se quieren asumir. Y no se trata de ser benévolos con el imperialismo, al contrario es el gran enemigo de los pueblos que no descansa por y para someterlos. Sin embargo su existencia no siempre explica todo acontecimiento u hecho contrario a la izquierda. Creo que tantos años de subordinación al marxismo oficial de la URSS hicieron de los partidos comunistas agentes burocráticos de realidades sociales y políticas que exigían una posición más mariateguista, es decir más independiente en la esfera ideológica y política y más valiente en la interpretación de la realidad. Pero del mismo modo que Mariátegui fue poco o nada considerado por el marxismo oficial porque pensaba por su cuenta y no era obediente a la Internacional Comunista, los partidos comunistas oficiales ni siquiera se molestaron en verificar si sus posiciones eran las correctas; estaba mal visto dudar y no digamos ya disentir.
A menudo la izquierda olvida el valor decisivo de lo que Mariátegui pudo llamar la fuerza espiritual –no confundir con religión-, la fuerza del mito. Lograr que la razón y el mundo sentimental, que es el de los anhelos por los que uno se juega hasta la vida, abracen el proyecto de una sociedad post capitalista, requiere de un factor que es decisivo: que ese proyecto transformador enamore. Para ser atractivo y que enamore el socialismo debe ser una creación popular, heroica. Pero no parte de la nada o de la improvisación: es conveniente que parta de dos tradiciones: del socialismo que ha sido cultura y proyecto de vida de millones de latinoamericanos; y de la cultura y cosmovisión –forma de ver el mundo- de los pueblos autóctonos de nuestra América. De esta simbiosis debe surgir un socialismo propio, latinoamericano.
Precisamente mientras José Carlos Mariátegui siendo crítico estudiaba el marxismo para recrear una interpretación que rescatara el papel histórico de los pueblos indígenas, los comunistas obedientes a Moscú asumieron el marxismo sin apenas conocerlo. Se decían marxistas a modo de identidad, como quien lleva un PIN en la solapa, pero leer y pensar el marxismo, más bien poquito. Lo peor es que en bastantes partidos algunos funcionarios del comité central bastante ignorantes ejercían de tenaza a la hora de controlar el rumbo partidario y la vida de las y los militantes.
Así que, una de las cosas más urgentes que tiene la izquierda latinoamericana ante sí, ya en el siglo XXI, es su propia descolonización. Sólo así podrá alcanzar a tener un proyecto anclado en la realidad con sus datos y, en consecuencia podrá aspirar a su propia idea de socialismo en un continente multicultural.
En la década de los ochenta yo tenía esperanza en la izquierda de América Latina. En Europa, la deriva hacia la socialdemocracia había hecho de las izquierdas agentes gestores del neoliberalismo y poco cabía esperar de la Internacional socialista y aún de los partidos comunistas, bastantes de los cuales seguían teniendo como referencia a la Unión Soviética, algo que auguraba su derrota en todas las citas electorales. Sin embargo, en América Latina las izquierdas se mostraban vivas, con iniciativa política y posibilidades reales de llegar a formar gobiernos. Ello hizo que por toda Europa se multiplicaran movimientos de solidaridad con las guerrillas, con el sandinismo y en general con los movimientos políticos muy activos en todo el subcontinente. De este modo el faro de los procesos sociales y políticos de cambio se trasladó a América Latina.
Es un hecho que los primeros gobiernos de izquierda, en Nicaragua, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina, República Dominicana, y un poco más tarde en El Salvador nos dieron un plus de fuerza anímica y en nuestras convicciones. Destilábamos cierto optimismo y mucha alegría. Dos terceras partes de las y los latinoamericanos estaban gobernados por las izquierdas.
Este nuevo escenario dio un respiro a Cuba que encontró rápidamente aliados e incluso apoyos materiales como es el caso del petróleo. Cuba encontró, por fin, una nueva correlación de fuerzas, sacudiéndose en parte de la enorme presión del imperialismo.
Sabíamos, en todo caso, que las elites económicas y conservadoras no quedarían quietas y emprenderían una movilización contrarrevolucionaria sostenible, con el apoyo incluso de jueces. Aún y así, el momento de auge de nuestros gobiernos de izquierda y progresistas encontró un “apoyo” inesperado como es el hecho de que Estados Unidos volcado en guerras lejanas en Medio Oriente y en el centro de Asia, suavizara su control sobre América Latina. En ese mejor ambiente geopolítico Barak Obama dio algunos pasos favorables a la normalización de relaciones con Cuba. La entrada de Trump en la Casa Blanca supuso una regresión que seguramente todavía no ha tocado techo.
Lo cierto es que con Trump, al menos coincidiendo en el tiempo, el ciclo de victorias da las izquierdas en América Latina pareciera encontrarse en declive. Las fuerzas de izquierda gobernantes fueron progresivamente desalojadas del poder, bien por golpes de Estado como en Honduras y Paraguay, bien por la acción conjugada de jueces y parlamentos en Brasil, bien por la vía electoral. Ahora bien, estos ataques sostenidos de la derecha eran previsibles y debieran haber estado en los cálculos de las izquierda cuando accedieron a formar gobiernos. No es una sorpresa. Nadie podía pensar que fuera fácil deshacerse del neoliberalismo y sus conspiraciones políticas.
¿Por qué el declive de las izquierdas? Creo que en primer lugar ha fallado su modelo económico. Pero, ¿tenían realmente un modelo? La prueba del nueve de las izquierdas era lograr cambios estructurales sólidos en la base económica y productiva, sin embargo una vez en los gobiernos desarrollaron políticas asistencialistas fácilmente reversibles. Jugaron al juego de la socialdemocracia de gestionar el neoliberalismo en lugar de impulsar un proyecto propio que debería haberse anclado en los territorios y sus actores sociales. Es verdad que en Brasil y en Argentina, por ejemplo se redujo la pobreza de manera notable.
Me pregunto algo tal vez inquietante: ¿Los gobiernos de izquierda han sido gobiernos de los mejores? ¿O han sido gobiernos de fieles al partido o puede que fruto de equilibrios internos? Sinceramente creo que las izquierdas en América Latina son celosas y se hacen acompañar poco de personas que realmente son expertas. Nuestras políticas económicas en tiempos de neoliberalismo, necesitan de personas muy capaces de diseñar alternativas y superar dificultades. Muchas veces estas personas se encuentran fuera de la disciplina partidaria. ¿Por qué no reconocer que en nuestras filas no siempre tenemos a las personas expertas y técnicas adecuadas?
En segundo lugar creo que algunos presidentes y gobiernos de izquierdas, contemporizaron con la corrupción lo que erosionó sus filas, sus gobiernos y sus partidos. Todavía estamos a la espera de una autocrítica consecuente. Junto a ello el abuso de poder, concretado en una mala gestión de las Constituciones, en ocasiones retorcidas para dar cabida a la prolongación de gobiernos que deberían confrontarse en las urnas o que sencillamente buscaban la continuidad sin límite de presidentes.
También es importante señalar que gobiernos de izquierda no han tratado correctamente a movimientos y organizaciones sociales. En ocasiones por una tendencia a la concentración del poder que no aconsejaba el empoderamiento de la ciudadanía; a veces por temor a que las críticas desde la sociedad organizada pusieran a los gobiernos ante sus propias fallas y limitaciones. Fagocitar los liderazgos y trasladarlos de la calle a las alfombras ha sido un modo de vaciar o debilitar a las organizaciones sociales. En lugar de eso se debería haber alentado a la organización de la sociedad.
Otra debilidad de nuestros gobiernos ha sido la comunicación. No lo hemos sabido hacer. No hemos sido capaces de transmitir avances logrados y buenas decisiones ejecutadas. No hemos politizado a la población, no la hemos ayudado lo suficiente como para empoderarse. Hemos utilizado a grandes contingentes sociales como munición para apoyar al gobierno, pero no la hemos hecho crítica y dueña de su destino.
Es cierto por lo demás que nuestros gobiernos no tuvieron mucho tiempo para consolidarse y, sobre todo, sentar las bases de un cambio irreversible de país. ¿Hicieron cuanto pudieron? ¿Supieron las izquierdas hacer una lectura objetiva de lo que estaba pasando o más bien creció un entusiasmo infundado? ¿Respondió el Foro de Sao Paulo a las expectativas populares o se metió en una burbuja auto afirmativa escasamente pegada a la realidad?
En las respuestas creo que hay más noes que síes. La declaración del Foro de Sao Paulo 2019 es de consumo interno. Está bien denunciar al imperialismo y al neoliberalismo; está bien ratificar el apoyo a luchas y movimientos sociales. Pero no me gusta la grandilocuencia. No me gustan los pronunciamientos políticamente correctos que no se traducen en hechos. Así por ejemplo la Declaración dice: “Continuemos construyendo la más amplia unidad antiimperialista y anti-neoliberal, con respeto a la diversidad de los partidos y fuerzas políticas de izquierda y progresistas, de los movimientos sociales y populares que los unen, y los gobiernos de izquierda y progresistas para derrotar la ofensiva imperialista y la profundización y/o restauración del neoliberalismo”. Pero ¿dónde están las movilizaciones continentales contra los golpes de Estado; contra las destituciones amañadas de presidentes, por ejemplo en Bolivia y en Brasil? ¿Dónde las movilizaciones frente a las nuevas políticas neoliberales que concentran el poder del dinero y debilitan nuestras sociedades? ¿Dónde están? Y, sobre todo, ¿cuál es la alternativa económica global para América Latina?
El Foro de Sao Paulo cometió además un error: dar su apoyo incondicional a un gobierno, Ortega-Murillo, que no tiene el menor parecido con la izquierda, menos aún tras el inventado golpe de Estado de 2018 que sirvió de excusa para reprimir al pueblo de manera brutal.
Lo cierto es que la crisis pandémica nos anuncia que el mundo no será como antes. La izquierda, las izquierdas, deberán reinventarse. Nada está predeterminado sobre el mundo que pronto viviremos. Asoman peligros autoritarios, pero se abren ventanas de oportunidad para que las grandes mayorías apoyen las políticas públicas y crezca un sentido de comunidad. Pero, sea como fuere, el mundo que se abre no puede ser abordado adecuadamente con modelos del siglo XX. Incluyo en ello a los partidos políticos. Ahora mismo en muchas partes del mundo el socialismo, como relato convencional, no es el motor opositor al capitalismo, al neoliberalismo. Curiosamente el motor de oposición es el cuidado de la vida, de todas las vidas, seres humanos, animales, plantas…del planeta. Vistas las orejas al lobo este espíritu de sobrevivencia frente a una modalidad del capitalismo que es el neoliberalismo salvaje, un espíritu que es transversal, puede abrir nuevos caminos, incluso conceptuales, de lucha por la libertad y la justicia social. La reinvención habrá de llegar a definir mejor que sociedad queremos, que mundo habitable queremos, y ahí el socialismo entendido como comunidad de bienes puede sembrar su semilla.
Todo lo dicho me lleva a la convicción de que las izquierdas latinoamericanas necesitan descolonizarse. Pensar por sí mismas y re-aprender a leer la realidad. A partir de ahí no me parecerán bien políticas de suicidio, pero tampoco acomplejadas. Y esto último ha estado presente en algunos gobiernos de nuestras izquierdas. Tal vez por falta de coraje, tal vez por falta de talento.