La madre tierra respira, el capital conspira

Todavía no se han borrado de nuestra retina las imágenes angustiosas de cientos de seres humanos agotados -bomberos y voluntarios- tratando desesperadamente de controlar los incendios en la Amazonía y también en Australia, cuando vemos nuevamente a cientos y miles de seres humanos en el mundo entero -esta vez, médicos y enfermeros- empeñados en controlar los efectos del coronavirus.A primera vista, no existe ninguna conexión entre estos dos acontecimientos. Sin embargo, si somos acuciosos y sobre todo honestos, podemos vislumbrar orígenes comunes y muchas relaciones inocultables entre ambos.



LA MADRE TIERRA RESPIRA, EL CAPITAL CONSPIRA

LA AMAZONÍA EN CLAVE POSCORONAVIRUS

Alberto Acosta

Dirección editorial: Belén PáezDirectora de Fundación Pachamama Secretariado - Cuencas Sagradas Territorios para la VidaAutor:Alberto Acosta, Economista ecuatoriano. Profesor universitario, conferencista y compañero de lucha de los movimientos sociales.Mediación de textos, diseño y diagramación:Saskia Flores V.Fotografías e ilustraciones:Freepik.com / PNGguru.com©Fundación Pachamama 2020Vía Lumbisí Km 2, Oficina 5+593 2 356 0480info@pachamama.org.ecwww.pachamama.org.ec Las publicaciones de la Iniciativa de las Cuencas Sagradas contribuyen con información para la protección de la Amazonía y son de dominio público. Los lectores están autorizados a citar o reproducir este material en sus propias publicaciones. Se solicita respetar los derechos de autor y enviar una copia de la publicación en la cual se realizó la cita o publicó el material.Encuentra este material para descarga en:www.pachamama.org.ecwww.cuencasagradas.orgwww.sacredheadwaters.org

 

Todavía no se han borrado de nuestra retina las imágenes angustiosas de cientos de seres humanos agotados -bomberos y voluntarios- tratando desesperadamente de controlar los incendios en la Amazonía y también en Australia, cuando vemos nuevamente a cientos y miles de seres humanos en el mundo entero -esta vez, médicos y enfermeros- empeñados en controlar los efectos del coronavirus.A primera vista, no existe ninguna conexión entre estos dos acontecimientos. Sin embargo, si somos acuciosos y sobre todo honestos, podemos vislumbrar orígenes comunes y muchas relaciones inocultables entre ambos. El colapso climático, ya no el mal llamado cambio climático, producto de un estilo de vida depredador, asoma como uno de los pi-lares de esta mega y multifacética crisis que ha paralizado al mundo.Más allá de las dolorosas imágenes de muerte en todo el planeta, las informa-ciones de cómo ha empezado a respirar la Tierra ante esta forzada desaceleración de las actividades humanas nos hablan de su capacidad de recupera-ción. Nos dicen que todavía hay tiempo para cambiar de rumbo. Que a lo mejor se pueden rescatar muchos equilibrios ecológicos severamente afectados.Así, a más de la posibilidad de avanzar con una restauración paulatina de las zonas más destruidas, estamos con-minados urgentemente a proteger to-das aquellas regiones en donde toda-vía abunda la vida, la biodiversidad y el agua. Allí donde existen culturas indí-genas que han sabido acumular, en sus largas memorias, formas de convivir con la naturaleza, protegiendo territorios de una extraordinaria diversidad y fragili-dad.Lamentablemente, este mensaje parece no interesar a los poderosos. Sus res-puestas en el ámbito económico, más allá de las angustias de la coyuntura, apuntan a la recuperación de la norma-lidad. Los países con capacidad econó-mica estructuran sistemas de apoyo a la producción, otorgando al Estado una vez más su papel de empresa de repara-ciones del debilitado sistema capitalista para ponerlo en marcha apenas se pue-da controlar la pandemia sanitaria.Los países empobrecidos buscan tam-bién, de una u otra manera, volver a la carrera con las conocidas recetas. Por ejemplo, en Ecuador, el Ministro de Re-cursos Naturales, en una entrevista en la que hablaba de las actividades petrole-ras, mineras y energéticas, sin pelos en la lengua, demostrando tanto audacia como ignorancia, sintetizó esta posición: vamos a trabajar con mayor velocidad… el mundo no se ha detenido, tiene esta crisis pero no para y nosotros vamos a aprovechar de esta crisis, la oportunidad de monetizar todo lo que estaba pen-diente y en efecto esos proyectos van a salir casi, casi en el curso de los próximos días”. Un claro mensaje.Para superar la crisis de la pandemia y de la recesión global, que ya estaba en marcha antes de que aparezca el corona-virus, lo que se anuncia es forzar el neo-liberalismo y su sustento fundamental: los extractivismos. Toda esta prepara-ción para reactivar el aparato productivo lo antes posible, sin consideraciones ni análisis de cuáles son realmente los pro-blemas de fondo, se da en un marco de creciente autoritarismo.En esta encrucijada, cuando hay que decidir entre volver a la a-normalidadimperante hasta hace poco o construir otra normalidad, nos vemos confronta-dos con las amenazas que acechan a la Amazonía, una de aquellas regiones vi-tales para la vida en el mundo entero, en donde, cabe resaltar, son muchas sus potencialidades.

 

AMAZONÍA, PERIFERIA DE LA PERIFERIA

 

La Amazonía fue tempranamente incor-porada al proceso de revalorización del capital, es decir, en la división interna-cional del trabajo a la que dio origen el capitalismo.¿Qué buscaban los europeos cuando llegaron a América? ¿Qué buscan las transnacionales en la actualidad? ¿Qué pretenden los distintos gobiernos pro-gresistas o neoliberales? Todos buscan lo mismo: recursos naturales. Es así que, por efecto de la interminable conquista y colonización, a la Amazonía se la man-tiene integrada en la Modernidad, todo en nombre del progreso y de la civiliza-ción occidental y cristiana.

El estilo de producción predominante en la Amazonía, el que cuenta para los aná-lisis de la macroeconomía, se ha basa-do y se basa aún en la extracción de los recursos naturales y el aprovechamiento de su mercantilizada biodiversidad. En efecto, las principales actividades ex-tractivistas incluyen minerales, hidrocar-buros, madera, productos agroindustria-les y ganadería, todos vendidos fuera de la Amazonía.Para obtenerlos, se subordinan culturas y subjetividades, al tiempo que se “va-cían” territorios. No importa el cómo. Basta recordar lo que sucedió reciente-mente con miles de incendios provoca-dos en la Amazonía: al “limpiar las sel-vas” y “preparar los terrenos” se quería instalar o ampliar los extractivismos agroindustriales y ganaderos que, como bien sabemos, respon-den también a las lógicas de los mercados especulativos, conocidos eufemísticamente como mercados de futuro. Y, en este empeño, la de-vastación socioambiental es la nor-ma: pueblos enteros han desapare-cido, y los ríos, el suelo y el aire son contaminados de forma reiterada.Como consecuencia de tanta des-trucción, buena parte de la región amazónica terminará por convertir-se en una sabana emisora neta de gases de efecto invernadero. El au-mento de las temperaturas y la dis-minución en la humedad elevarán la inflamabilidad de la vegetación y, todo esto, a su vez, retroalimentará más y más el colapso climático.En suma, el capitalismo, en tanto “economía-mundo”, ha transforma-do a la Amazonía en una de sus pre-sas más cotizadas, vista como una fuente de recursos aparentemente inagotable, que es explotada sin importar los costos socioambienta-les.Sin minimizar el irresponsable pa-pel de gobernantes neoliberales o progresistas, ya es hora de enten-der que esta mega destrucción se origina en la creciente demanda de las naciones enriquecidas de una serie de productos que se cultivan o se explotan en dicha región, por ejemplo, la carne, la soya, los mine-rales, el petróleo… La Amazonía se incendia y se depreda para acelerar más y más el ritmo de acumulación del capital.

Pero esto no queda ahí. La Amazonía es vista como una zona “vacía”, negando de facto la existencia de pueblos y nacio-nalidades indígenas. Tan es así que, en lugar de impulsar verdaderas reformas agrarias como en las otras regiones de los países amazónicos, simplemente se abre la puerta de la Amazonía para una masiva e indiscriminada colonización que, a su vez, es atraída por el colonial sueño de El Dorado.Además, a esta región se la asume como retrasada, por lo que debe ser “civiliza-da” para desarrollarla imponiendo pa-trones de producción y formas de vida que no son compatibles con su realidad ecológica. En definitiva, la región amazó-nica es tratada en todos los países como una periferia, países que a su vez son la periferia del sistema político y económi-co mundial.Esa historia de la incorporación de la Amazonía al mercado mundial está lle-na de sangre y resistencias. En respuesta a las diversas formas de explotación y destrucción, las luchas han estado casi siempre presentes.Ahora que el capitalismo vive una cri-sis de características mayúsculas y la vida de la humanidad está severamente amenazada, el capital, demostrando su desprecio por la vida, así como su asom-broso y perverso ingenio para encontrar nuevos espacios de explotación, ve en la Amazonía la opción de nuevas explota-ciones extractivistas, con el fin de recu-perarse de la pandemia y de la recesión en marcha. Basta tener presente que las actividades mineras y petroleras a las que alude el mencionado Ministro ecuatoriano, en su mayoría, se encuentran en esta región, la cual está siendo devastada con dichos extractivismos. Y debe quedar muy claro que, si el neoliberalismo no puede ser el camino a seguir, tampoco se puede esperar una gran transformación recu-rriendo a medidas económicas de corte keynesiano, también membretadas en la irracionalidad del progreso.La pandemia del COVID-19 nos está con-frontando a una realidad que se ha ve-nido acumulando desde hace unas siete décadas, por lo menos, cuando empezá-bamos la alocada carrera detrás de un fantasma: el desarrollo. El coronavirus no creó los problemas económicos, pero sí los agudiza, al tiempo que desnuda las realidades más lacerantes. En síntesis, esta mega y multifacética crisis, fragua-da por los seres humanos, no merece ser simplemente catalogada como resultado del “antropoceno”, pues en términos co-rrectos se trata del “capitaloceno”.

 

RECONSTRUYENDO Y CONSTRUYENDO VACUNAS Y CURAS PARA LAS PANDEMIAS

En este momento más que en ningún otro, defender la Amazonía es garanti-zar la vida en el planeta. La existencia de las comunidades indígenas está amena-zada por el coronavirus y por todo tipo de pandemias tan propias de las lógicas extractivistas. Adicionalmente, está en riesgo la biodiversidad amazónica, fun-damental para el equilibrio ecológico global. Con la destrucción de esos terri-torios desaparece también la posibilidad de aprender de los conocimientos de tantas culturas ancestrales existentes en esa región.(Conviene hacer un corto paréntesis: los pueblos del Abya Yala no solo fueron ma-sacrados por las armas de los conquista-dores y los trabajos forzados a los que fueron obligados en la colonia, sino por enfermedades que vinieron con los eu-ropeos, como la viruela y el sarampión).

Hoy más que nunca cobran renovada fuerza las alternativas existentes en ese paraíso amenazado. Entendamos que esas formas de vida indígenas nos ofre-cen visiones para leer de otra manera la realidad, con el fin de comprender mejor el mundo en el que vivimos, al tiempo que nos invitan a revisar nuestras tradi-cionales categorías de análisis.No hay modelos ni recetas, pero sí una variedad de nociones y experiencias de cómo se podría imaginar y lograr una transformación socio-ecológica vital, ar-monizando la vida de los seres humanos con los seres no humanos, imposible de conseguir con los enfoques de la Moder-nidad.A diferencia del desarrollo, que es un concepto basado en un falso consenso, estas visiones alternativas no pueden

ser reducidas a una única visión y, por lo tanto, no representan un mandato glo-bal indiscutible. Tampoco pueden aspi-rar a ser adoptadas como una meta co-mún por organizaciones internacionales para recién entonces hacerse realidad. Muchas de estas ideas nacen como pro-puestas radicales de cambio desde ám-bitos locales, especialmente los comuni-tarios. Lo que cuenta, entonces, es salir de la trampa del desarrollo.

Este proceso de deconstrucción del de-sarrollo abre con fuerza la puerta del Buen Vivir, una cultura de vida con deno-minaciones y variedades diferentes en distintas regiones del planeta.La Amazonía es rica en esas propuestas, sea el sumak kawsay, el kawsak sacha, el pénker pujústin o el shiir waras, entre otras. Pero hay más en otras regiones del mundo: el ubuntu, con su énfasis en la reciprocidad humana en Sudáfrica y va-rios equivalentes en otras partes de Áfri-ca, o el swaraj en India, con su énfasis en la autosuficiencia y el autogobierno. Esas vivencias pueden enriquecerse con una multiplicidad de aportes con con-tenido emancipatorio. Los postulados ecofeministas y el paradigma del cuida-do representan un aspecto muy potente dentro de este arcoíris posdesarrollista, que necesariamente debe ser también posextractivista y que deberá sintoni-zarse con las reflexiones que provienen del decrecimiento. Y, por cierto, hay que incorporar a todo esto el aporte decolo-nial.Uno de los principios que inspiran el Buen Vivir -pensado en plural: buenos convivires- es el equilibrio en la vida de los seres humanos y no humanos, acep-tando que, en definitiva, los humanos somos naturaleza y que vivimos en co-munidad con ella y con nuestros congé-neres.Entonces, si los seres humanos somos naturaleza, estamos obligados a recu-perar y construir relaciones de armonía con ella. Hay que parar su explotación desenfrenada, hay que desmercantili-zarla, tenemos que reencontrarnos con ella asegurando su regeneración desde el respeto, la responsabilidad y la reci-procidad, y desde la relacionalidad. Y todo eso empieza por la protección de las zonas que hasta ahora no han sido devastadas por los extractivismos, zonas cuya defensa por parte de los pueblos indígenas representa formas potentes y concretas de cómo enfrentar el colapso climático.La tarea es cambiar la historia de la hu-manidad, esa historia de dominio del ser humano sobre la naturaleza. Por siglos, la relación sociedades-medio ambiente ha estado marcada por el utilitarismo y la explotación de recursos. Esta realidad da cuenta de una perversa separación entre Humanidad y Naturaleza. Y, en este ámbito, la relación de subordinación de la naturaleza -reforzada por las ideas de “progreso” y “desarrollo”- genera todo tipo de pandemias que apuntan hacia una terrible catástrofe socioambiental.Aunque los indígenas no tienen un con-cepto de naturaleza como el que existe en occidente, su aporte para protegerla y recuperarla es clave. Ellos comprenden perfectamente que la Pachamama es su Madre, no una mera metáfora. En este sentido, todo esfuerzo por plasmar los Derechos de la Naturaleza se inscribe en una reiteración de un mestizaje emancipador de conceptos occidentales y vivencias ancestrales, provocando un “híbrido jurídico”, en el que se recuperan elementos de todas aquellas culturas occidentales e indígenas emparentadas por la vida. Y que encuentran en la Pachamama el ámbito de interpretación de la naturaleza, un espacio territorial, cultural y espiritual que no puede ser motivo de mercantilización ni de exclusión.Sin llegar a romantizarlas, las comunidades indígenas -portadoras de una larga memoria- han demostrado que el ser humano puede organizar formas de vida sustentables. Tal relación armoniosa con la naturaleza -presente en muchos re-cintos del mundo indígena, no en todos- se sintoniza con la “sustentabilidad”, concepto que, por cierto, ha sido pervertido y trivializado en extremo, sobre todo cuando con él se quiere maquillar el desarrollo.Un punto clave: los Derechos de la Naturaleza centran su atención en la natura-leza, que obviamente incluye al ser humano. La naturaleza vale por sí misma, sin importar los usos que le den las personas, implicando una visión biocéntrica. Estos derechos no defienden una naturaleza intocada. Estos derechos propugnan mantener los sistemas y conjuntos de vida. Su atención se fija en los ecosiste-mas, en las colectividades.En suma, hay que ir más allá. No se trata de buscar un equilibrio entre economía, sociedad y ecología. Menos aún usando como eje articulador abierto o encubier-to al capital. El ser humano y sus necesidades no solo que deben primar sobre el capital, sino que deben constituir el punto medular de otra economía que esté al servicio de la vida, procurando siempre la armonía con la naturaleza, base funda-mental para cualquier existencia. Esta combinación de aproximaciones es clave.

 

HACIA EL PLURIVERSO, UN MUNDO SIN PANDEMIAS..

Algunas de estas nociones emergentes son una suerte de renacimiento de las cosmovisiones de los pueblos indígenas de diversas partes del planeta; otras han surgido de los movimientos sociales y ecologistas relacionados en ocasiones con viejas tradiciones y filosofías; y mu-chas más son respuestas de diferentes grupos compuestos por diversas perso-nas que enfrentan la dura y frustrante cotidianidad con acciones que comien-zan a configurar alternativas incluso de alcance civilizatorio.Esta ebullición de alternativas se vive también en medio de la pandemia a tra-vés de la construcción de una multipli-cidad de respuestas emanadas desde la creatividad y el trabajo de las comunida-des. En una época en la que el neoliberalis-mo, con sus múltiples facetas, y el ex-tractivismo desenfrenado brutalizan la vida diaria de una gran mayoría de ha-bitantes en todo el mundo, en particular en el Sur global, es primordial que voces contestatarias y movimientos populares se comprometan en un esfuerzo concen-trado de diálogo y acción para construir y potenciar alternativas, y entretejer así las luchas de resistencias y re-existencia.Es especialmente importante que los pueblos y nacionalidades indígenas amazónicos consoliden alianzas que su-peren las fronteras nacionales para am-pliar su poder de acción efectiva. Un futuro de vida plena será posible en el marco del Pluriverso: un mundo donde quepan todos los mundos, garantizando la vida digna a todos sus seres humanos y no humanos.