En la solidaridad sí hay una posibilidad
En estos momentos de Estado de alarma, crisis sanitaria y crisis económica se expande de forma imparable la lógica preocupación social ante el aumento brutal de la pobreza. Esta inquietud creciente se materializa en muchos barrios en iniciativas basadas a veces en la solidaridad, otras en la caridad, y en ocasiones en un punto confuso entre ambos planteamientos.
Estos proyectos se ponen en marcha bajo denominaciones también variadas (bancos de ayuda, bancos de alimentos, grupos de apoyo mutuo, grupos de apoyo vecinal, red de cuidados, despensas solidarias, etc.) y cuentan en general con un nivel alto de implicación vecinal. Más allá de las denominaciones (aunque no perdemos de vista que el nombre refleja una intención), pensamos que es importante distinguir las acciones que entroncan con la solidaridad de aquellas que están basadas en la caridad. Puesto que la solidaridad y la caridad son principios que persiguen objetivos contradictorios, es esencial aclarar y demostrar con hechos (y no sólo con palabras) que se opta por una lógica o por otra.
La reflexión que proponemos surge a raíz de nuestra participación en una de estas iniciativas, de una práctica reciente e inmediata, en la que nos hemos planteado la necesidad de pensar qué hacemos, porqué y para qué. En nuestro barrio, como en otros muchos, además del banco de alimentos vecinal hay un proyecto caritativo de la Iglesia. Recientemente hemos visto a la U.M.E descargar varios camiones de alimentos en la Parroquia al calor de gritos de “viva España” o “viva el Ejército” desde algunos balcones. Mientras, algunas personas comienzan a insistir en la necesidad de coordinar ambos proyectos. En paralelo, las juntas de distrito tratan de fagocitar nuestras iniciativas populares.
Aceptando la necesidad de poner en marcha estos mecanismos populares de apoyo mutuo en este momento concreto, creemos que es importante recordar el aviso que nos hacía Eduardo Galeano: “somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”[1]. La reflexión sobre los objetivos y las líneas rojas del trabajo es por tanto urgente.
Dada la importancia actual de tener claros ambos conceptos urge desgranarlos y ubicarlos en su justo lugar para no confundirlos. La acepción oficial incluida en el Diccionario de la RAE aporta ya elementos distintivos claros, definiendo la “solidaridad” como “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros” y la caridad como “Actitud solidaria con el sufrimiento ajeno” o “Limosna que se da o auxilio que se presta a los necesitados”. Si bien creemos que la RAE como institución oficial está lejos de cualquier objetivo de transformación social (sabemos cómo se resiste a hacer avanzar el lenguaje no sexista) vemos cómo relaciona la solidaridad con la acción de unirse a una causa: acompañarse, andar con alguien. La preposición con en esa definición anula el para o sobre alguien y sitúa a quien se une a esa causa al mismo nivel. Codo con codo, en pie de igualdad. Descender a la realidad de la otra persona. La caridad, por el contrario, se define desde fuera, frente a la otra persona, sobre o para alguien. Es además una actitud, una postura, no una acción. Se relaciona con el sufrimiento ajeno, es decir con las consecuencias y no con las causas que llevan a la necesidad.
Paulo Freire explicó con nitidez que solidarizarse “es algo más que prestar asistencia a 30 o a 100, manteniéndolos atados a la misma posición de dependencia”[2]. La solidaridad va ligada a la transformación de la realidad. A cambiar lo que somos.
No olvidamos, y esto tiene trascendencia en nuestro contexto, que la caridad es una de las virtudes teologales “por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios”[3]; implica racionalizar la culpa con una actitud paternalista (para o sobre).
Un banco de alimentos será caritativo si es una acción unilateral (organizada por quienes tienen) y si actúa de manera puntual en un aspecto parcial del problema, en este caso el hambre. Supondrá olvidar el con y aplicar sólo el para o sobre. El objetivo será alimentar puntualmente a “los necesitados”, no se preguntará ni actuará frente a las causas que provocan hambre. Implicará situarse por encima del problema, en una posición de poder que anula cualquier posibilidad de organización y liberación desde abajo. La propuesta será la resignación, virtud también alabada por el mandato de la Iglesia Católica, afianzando la inseguridad y desconfianza de la persona o colectivo oprimido. Tras una aparente neutralidad política se puede estar contribuyendo, quizá sin saberlo, al status quo y naturalización de la opresión: a blanquear las instituciones, a tranquilizar la conciencia de quien dona, a posponer la inevitable explosión de rabia social. Será anestesia social programada.
Solidarizarse implica pensar y luchar colectivamente para transformar la realidad objetiva desde una posición consciente del problema. Requiere, a todos los niveles, eliminar la dicotomía entre quien dona y quien recibe, entre quien decide y quien acepta. La libertad se aprende ejerciéndola, ya nos avisó Clara Campoamor. Todas nos hemos socializado en un sistema que nos enseña a mirar el dedo y no la luna: recordémoslo y no miremos sólo el kilo de arroz sino a los responsables de que alguien necesite ese kilo. No se trata de explicarle a nadie lo que sucede, de dónde vienen los golpes, sino de abrir un diálogo permanente sobre la acción a desarrollar. Implica construir a partir de un principio de confianza mutua, no paternalista, sin fiscalizar a nadie y de igual a igual.
Desde luego somos conscientes de que recoger alimentos no soluciona más que un aspecto muy puntual y efímero del problema. También sabemos que difícilmente va a transformar algo. Sólo abre una posibilidad muy pequeña de comenzar, desde el barrio, a auto-organizarnos entre vecinas y vecinos, a vernos las caras, a conversar, a reconocernos como víctimas de un sistema que deshumaniza, a pensar colectivamente un problema que está presente en nuestra cotidianidad y, que si ahora mismo no nos afecta directamente, puede afectar a alguien que conocemos. Una posibilidad de reconocer nítidamente al enemigo común y asumir el compromiso de organizarnos.
Con la misma firmeza con la que se preparan cestas es indispensable ir extendiendo la protesta ante la total dejación de funciones por parte de las instituciones: municipales, autonómicas y estatales. En Madrid en concreto es importante insistir a cada paso en que las plantillas de servicios sociales están formadas por excelentes profesionales que ya antes de la crisis no daban a basto, que el 010 está colapsado, que las colas del hambre no paran de crecer y no es culpa de un virus concreto sino de un sistema que se sostiene sobre la explotación salvaje. Cada vez más bancos de ayuda vecinal están colapsados y esto no hará más que agravarse.
Es clave no perder de vista nunca que incluso la denuncia más enérgica caerá en saco roto si no va a acompañada de una fuerte organización obrera y popular que tenga claro qué hacer cuando no haya suficiente comida para todo el mundo en el banco de alimentos. Ya está pasando en muchos barrios.
Esta advertencia de Eduardo Galeano resume en realidad todo: “A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba hacia abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder: en el mejor de los casos, alguna vez habrá justicia, pero en el alto cielo. Aquí en la tierra, la caridad no perturba la injusticia. Sólo se propone disimularla”[4].
Desde la independencia de clase se abre una posibilidad para la organización que sitúe también las luchas barriales como espacios desde donde defender y conquistar derechos básicos. Esto no es poco después de décadas de abandono por parte de sindicatos y partidos políticos. Esa posibilidad tendrá necesariamente que sustentarse sobre una base profundamente crítica. Tenemos la posibilidad de dejar de contemplar y pasar a ser sujetos activos. De poner en marcha una praxis que implica la acción y reflexión de nuestro entorno para transformarlo.
Preguntémonos, ante cada nuevo paso, si lo que hacemos va encaminado, o no, a cuestionar las relaciones de poder impuestas.
Elisa Nieto
Andrés Fernández
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[1] El libro de los abrazos, Eduardo Galeano. Página 111. Siglo XXI Editores s.a.
[2] Pedagogía del oprimido, Paulo Freire. Página 48. Siglo XXI Editores s.a
[3] http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a7_sp.html
[4] Patas Arriba. La escuela del mundo al revés. Pág. 248. Editorial Sombraysén Editores