La utopía en la era del Antropoceno

Un mapa del mundo que no contenga el país Utopía no merece siquiera un vistazo (Oscar Wilde)



La utopía en la era del Antropoceno

SANTIAGO ÁLVAREZ CANTALAPIEDRA

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Un mapa del mundo que no contenga el país Utopía no merece siquiera un vistazo (Oscar Wilde)

 

 

Aunque el término utopíasurge en el Renacimiento, las primeras ex-pediciones por las tierras utópicas fueron tan antiguas como lascapacidades simbólicas y de fabulación del ser humano. Tal vez se debaa ello que Francisco Fernández Buey, quien tanto aprecio mostró por larazón utópica,1asociara siempre las ilusiones que brotan naturalmentede la vida de los seres humanos a la idea de la utopía.2Es sabido que utopía es un nombre inventado por Thomas More que losfilólogos atribuyen a la combinación del prefijo griego ou, (no) con la pa-labra topos(lugar). Tres siglos y medio más tarde, el economista y filósofoJohn Stuart Mill utilizó por vez primera el término distopíaen una inter-vención parlamentaria para referirse a la perspectiva poco halagüeña quese desprendía de la vigencia de algunos factores del presente. Cinco dé-cadas después, Patrick Geddes y Lewis Mumford introducen –nos los re-cuerda José Manuel Naredo en su artículo– el término eutopiaparaexpresar el buenlugar en el que estar y al que deberíamos ir. ¿Por qué nos debería interesar, en la era del Antropoceno, la utopía en-tendida como eutopía? ¿Qué significado puede tener al comienzo delsiglo XXI, atenazados como estamos por amenazas globales que ad-

1Este número inaugura nuevas secciones. La que denominamos Referentes tiene como objetivorecuperar textos de autores/as que son una referencia indiscutible en las temáticas que abordala revista. En esta ocasión está compuesta de tres textos, dos de Francisco Fernández Buey yotro de Erik Olin Wright. 2Francisco Fernández Buey, Utopías e ilusiones naturales, El Viejo Topo, Barcelona, 2007.

quieren una dimensión existencial? Son preguntas que nos llevan a orientar nues-tra mirada, por primera vez en los treinta y cinco años de vida de la revista, a eselugar imaginado que debería figurar en los mapas que merecen ser ojeados. ¿Para qué sirve la utopía?Como sugiere Jesús Joven al introducirnos la obra de Thomas More en este nú-mero, la sociedad que prefigura esta primera utopía literaria está lejos de ser unasociedad justa (debido a la existencia de esclavitud); tampoco parece una socie-dad deseable, ni siquiera para el propio autor que la imagina, pues en ella se hacepatente la ausencia de Dios. Es probable, pues, que More no estuviera imaginandoun “buen lugar”, sino un “no lugar” desde el que comentar críticamente el mundoque le rodeaba. Este papel crítico es la primera y más destacada función que cabeatribuir a la utopía. Pero hay, al menos, otras dos funciones más que merecennuestra atención. La segunda función de la utopía es ayudar a imaginar alternativas. La utopía comoinvariante de la historia humana forma parte de las ilusiones naturales de las quehabla Leopardi y reivindica Fernández Buey, una atalaya desde la que visualizar yanticipar otra realidad. El género utópico ha servido, por ejemplo, para lanzar nuevosprincipios sociales al servicio de la emancipación de la mujer –es el caso de Char-lotte P. Gilman, precursora con su Herland(1915)– o de una organización alterna-tiva de la economía –como la imaginada por el socialista norteamericano EdwardBellamy en su novela Looking Backward (1888)– que luego, a resultas de tantas lu-chas, han terminado por hacerse realidad en muchos lugares. El sufragio femenino,la educación universal o la abolición del trabajo infantil son principios que pertene-cieron en su día al género utópico y que hoy están presentes en gran número desociedades de nuestro mundo, aunque –evitemos olvidarlo– no en todas.Así pues, el potencial crítico de la utopía adquiere sentido en medio de la oscuridaddel presente solo cuando se pone al servicio de la emancipación humana. Peropara poder desatar este potencial hay que empezar por diferenciar a los ilusos dequienes albergan ilusiones, pues no es lo mismo hacerse ilusiones que tener ilu-siones. ¿Y qué diferencia una cosa de la otra? Los ilusos se diferencian de losutópicos en que defienden ideales que se encuentran fuera de la historia. Sus ilu-siones no son realizables. Por el contrario, el utópico alberga una ilusión realizable, tal vez no en el momento presente y dentro del orden social dominante, pero noimposible en otro momento histórico y bajo otras circunstancias. El utópico, a di-ferencia del iluso, engarza la utopía a una realidad que no queda reducida alcampo de lo existente. La realidad es también un campo de posibilidades, de op-ciones por explorar y de experiencias alternativas que practicar, algunas inclusoya iniciadas, aunque rápidamente sofocadas o desplazadas a un segundo planode la historia por el poder. Cuando se formula una utopía, señala Juan José Ta-mayo, «no se está proponiendo un imposible; se busca cambiar las coordenadasque la hacen imposible para que sea posible».3La tercera función de la utopía está muy relacionada con esta doble función críticay alternativa que acabamos de comentar. La utopía, en cuanto instancia críticaque además ayuda a previsualizar otra realidad, se convierte en motivación parala acción y en horizonte que guía el cambio social. Como señaló Paco FernándezBuey, resulta indispensable para iniciar y sostener la acción política desde unaperspectiva emancipadora: «No ha habido ni habrá filosofía moral sin utopías, osea, sin la prefiguración de sociedades imaginarias más justas, más igualitarias,más libres y más habitables de las que hemos conocido y conocemos. La imagi-nación utópica ha sido y será el estímulo positivo de todo pensamiento políticomoral».4Tal vez ha sido Eduardo Galeano quien, desde el campo literario, máshaya reivindicado este papel de la utopía.5Son muy conocidas las palabras conlas que se hace eco de la respuesta que dio el cineasta argentino Fernando Birria la pregunta ¿para qué sirve la utopía?: «La utopía está en el horizonte. Caminodos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Utopía quecombina crítica y alternativa, que guía la praxis y la orienta hacia ella. Esa es sufunción. 3Juan José Tamayo,Invitación a la utopía, Editorial Trotta, Madrid, 2012, p. 149. 4Francisco Fernández Buey, op. cit, pp. 12 y 13. 5Galeano cultivó a lo largo de toda su obra la utopía crítica y poética. Algunas de las frases que dejó escritasse convirtieron en lemas de la acampada del 15 M (así ocurrió con esta, «si no nos dejan soñar, no los deja-remos dormir», extraída de su libro Los hijos de los días). Entre los muchos escritos que nos legó, tal vez elque mejor refleja el espíritu utópico del autor es el titulado «El derecho al delirio», del que entresaco los si-guientes versos: «¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, paraadivinar otro mundo posible (…) en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros/ la gente noserá manejada por el automóvil, ni será programada por el ordenador, ni será comprada por el supermercado,ni será tampoco mirada por el televisor (..) la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar/ se in-corporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, envez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber quejuega (…) los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo/ ni llamarán calidad de vida a lacantidad de cosas» (Patas arriba. La escuela del mundo al revés,Siglo XXI, Madrid, 1998, pp. 341-344).La utopía en la era del Antropoceno7

 

De la utopía social a las ilusiones tecnológicas

La publicación, en Lovaina en 1516, Del estado ideal de una república en lanueva isla de Utopíainaugura el pensamiento utópico moderno. Aunque lanoción de utopía estuvo enraizada en sus comienzos al ámbito social y tenía unmarcado carácter político, con el tiempo fue cediendo terreno en favor de lasilusiones tecnocientíficas. No es accidental ese tránsito. Las utopías, por sucarga crítica y alternativa, se convirtieron en una peligrosa herramienta al serviciode la emancipación humana. Recuerda Pierre Musso que este giro de la utopíahacia el ilusorio solucionismo tecnológico se produce en épocas tan tempranascomo las de las revoluciones sociales y obreras de los años 1830 en Francia: «Elobjetivo fue eludir la conflictividad política para celebrar el progreso técnico y larevolución industrial (…) La utopía deja de ser sociopolítica para convertirse encientífico-técnica. Esta inflexión fundamental, en sus orígenes, pretendía unatoma de poder tecnocrática, relegando a un segundo plano a la utopía social, eincluso socialista. Esto es lo que pretenden algunos sansimonianos al reducir elcambio social a realizaciones técnicas».6En los umbrales de la «cuarta revolución industrial», derivada de la integración dela inteligencia artificial con las nanotecnologías y la biología sintética, las ilusionestecnológicas renacen cada vez con más fuerza. El libro Homo Deus,de Harari,sintetiza mejor que ningún otro esas ilusiones presentes en la sociedad actual. Laposibilidad que se le ha abierto al ser humano de acabar con los flagelos del ham-bre, la guerra y la enfermedad le faculta para ascender a un nivel superior en laescala evolutiva: «El ascenso de humanos a dioses puede seguir cualquiera deestos tres caminos: ingeniería biológica, ingeniería ciborg e ingeniería de seresno orgánicos».7No hay que esperar a la lentísima selección natural ni a la azarosamutación de los genes cuando resulta posible forzar los cambios con las palancasde la biotecnología, la inteligencia artificial o la nanotecnología. Esta ilusión tienehoy nombre e ingentes recursos a su servicio. El transhumanismo, que no es másque la búsqueda de la inmortalidad a través de la tecnología, cuenta con el res-paldo inestimable de Google y la NASA a través de la Universidad de la Singula-ridad, dedicada en exclusiva a este asunto. 6Pierre Musso, «De la utopía social a la utopía tecnológica», El punto de vista nº 7: Tiempos de utopías (LeMonde diplomatique), Ediciones Cybermonde S.L., Valencia, 2011, pp. 7 y 8. 7Yuval Noah Harari, Homo Deus, Debate, Barcelona, 2016, p. 56.Santiago Álvarez CantalapiedraPAPELES de relaciones ecosociales y cambio globalNº 149 2020, pp. 5-118

El deslizamiento hacia lo distópico

La capacidad de seducción que tienen las nuevas tecnologías parece irresistible.Pero si por un momento pudiésemos suspender esa atracción, logrando unas me-jores condiciones para preguntarnos acerca de si esas opciones son realmentedeseables, es probable que nos surgieran unas cuantas reservas. La exitosa serieBlack Mirrorrefleja magistralmente el malestar y la inquietud que nos provocatanto ilusionismo tecnológico. En sus capítulos abunda la distopíay escasea laeutopía. Cabe preguntar si este desplazamiento de las utopías por las distopías es algoreciente o viene de lejos. Aunque la ficción distópica ha vivido siempre sus mo-mentos más dorados después de las grandes crisis colectivas, la utopía ha llevadoen su reverso la distopía desde los inicios. De ahí que quepa distinguir las utopíaspuras de las parodias utópicas, que no buscan presentar un ideal sino más bienevitarlo. Entre los autores de las primeras encontraríamos a More con su Utopía,a Campanella con La ciudad del Sol, a Bacon con Nueva Atlántida, a Bellamy conMirando hacia atrásy, sobre todo, a Morris con Noticias de ninguna parte. Entrelos cultivadores de las segundas, autores como Italo Calvino, H.G. Wells o ÚrsulaK. Le Guin, que imaginaron en muchas de sus obras futuros distópicos con la in-tención de que anticipando esos horizontes tenebrosos nos encontrásemos enmejores condiciones de sortearlos. Otros, como Yevgueni Zamiatin con Nosotros,Aldous Huxley con Un mundo felizo George Orwell con 1984, es posible que nisiquiera albergaran tal esperanza. En cualquier caso, pocos tiempos tan proclives a las distopías como los actua-les. Están tan presentes en nuestros días que gran parte de la literatura juvenilmás celebrada responde a este género (véase la trilogía de Los juegos del ham-brede Suzanne Collins o el tríptico de Verónica Roth formado con sus novelasDivergente, Insurgentey Leal, todas ellas llevadas al cine en los últimos añoscon gran éxito de público). Tampoco han escapado a esta tentación muchos au-tores consagrados: ahí está el mundo apocalíptico que describe CormacMcCarthy en La carretera, el renacer del antisemitismo que plantea Philip Rothen La conjura contra Américao la acogida que han logrado las dos novelas deMargaret Atwood sobre la República de Gilead (El cuento de la criaday Lostestamentos).La utopía en la era del Antropoceno9

¿Qué significado puede tener la Utopía en la era del Antropoceno?

La ciencia ficción ha cultivado un campo muy próximo al de las utopías. El racio-nalismo mágico presente en este género literario ha permitido viajar a la Luna o alas profundidades de la Tierra cuando aún no era posible. La conciencia del futurocomo un vasto territorio de posibilidades ha permitido que algunas mentes lúcidasfueran capaces de anticipar acontecimientos que luego otros seres humanos hanpresenciado. Desde que en el siglo II el escritor griego Luciano Samósata imagi-nara un viaje a la Luna, el ser humano ha realizado la mayoría de las ilusionesque ha albergado: ha llegado hasta los confines de los océanos, ha dado la vueltaal mundo, explorado las simas más profundas y formulado teorías, como la de lascuerdas cósmicas y los agujeros de gusano, que hacen verosímiles los viajes enel tiempo que imaginó el incomparable Herbert George Wells veinte años antesde que el no menos genial Einstein formulara la teoría general de la relatividad. La ciencia ficción es un género moderno, hija de la confianza en el futuro y de laidea de progreso. El futuro como algo mejor que el presente. «El progreso es larealización de las utopías», decía Oscar Wilde. La narrativa utópica es en ciertomodo una variante de la filosofía del progreso, pero ¿qué idea de progreso cabealbergar en nuestra época? La idea de “progreso” que define nuestra época a menudo se parece más a la pro-gresión de una enfermedad que a su curación. Para Walter Benjamin el progreso,cuando es contemplado desde la mirada del oprimido, se asemeja mucho a unvendaval que deja a su paso un reguero de víctimas y escombros. Desde esaperspectiva, el progreso es sinónimo de catástrofe y la utopía tiene que ver, sobretodo, con la esperanza de detener ese progreso. Cuando se avanza en la direcciónequivocada, el progreso es lo último que se necesita. No tiene ningún sentido pro-gresar en dirección al abismo, y hacia allí es adonde nos conduce este modelo decivilización.8La civilización industrial capitalista encandila a sus víctimas con un progreso apa-rente, no real, pues en su discurrir deteriora las bases naturales y sociales sobrelas que se sostiene. Nos ha conducido a una crisis ecosocial de la que brotan múl-tiples amenazas existenciales: amenazas climáticas, pandemias impulsadas porla globalización con efectos impredecibles sobre la salud pública o disputas en torno a recursos estratégicos que tensionan la geopolítica internacional en un con-texto de proliferación nuclear.9El futuro no tiene el mismo significado ahora que antes de la crisis ecológica. Conanterioridad a esta crisis el futuro se podía contemplar todavía como un territoriode posibilidades: cabía pensarlo como un tiempo mejor donde proyectar aquelloque no resulta posible alcanzar en el tiempo presente. Pero ahora no. La crisisecológica ha determinado nuestro futuro. Lo vemos con claridad al observar lasconsecuencias del cambio climático. Desde el punto de vista de la crisis climática,el futuro nunca va a poder ser mejor y, por eso, toda nuestra lucha por el futurogira entre lo “malo” y lo “peor”. Y la diferencia entre ambos futuros es enorme:nada menos que la posibilidad entre un convivir aún civilizado y la más atroz delas barbaries. Tanta es la diferencia entre ambos futuros, que no cabe pensar enla utopía más que como la aspiración a conseguir lo menos malo. Los nuestrosson tiempos de concesiones, de la búsqueda del mal menor. Lo mejor deja deestar a nuestro alcance y debemos conformarnos con lo menos malo. Son tiemposde utopía formulada en negativo: «hoy no luchamos por construir la brillante uto-pía, sino para evitar las distopías peores».10Predominan hoy las distopías, que no son sino hijas de la creciente conscienciade que vivimos un gran desastre social y civilizatorio. Dar la vuelta al calcetín desentido trágico del presente pasa por hacer florecer la carga alternativa que tienela utopía y que no alcanza a imaginar el pensamiento que se queda en meramentedistópico. Si la distopía llega a ser, en el mejor de los casos, una crítica cuandoapunta al estado de barbarie al que nos conduce el presente, la utopía ademásde la crítica proporciona la imaginación política necesaria para lanzar la realidaden otra dirección, hacia un buen viviren un buen lugar, hacia la eutopía. 9Sin mencionar los riesgos tecnológicos del impulso fáustico: las consecuencias de la combinación de la in-teligencia artificial con la manipulación genética y las posibilidades de crear una especie nueva – los ciborgs–no completamente orgánica. 10Jorge Riechmann, Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros, mra ediciones, Barcelona, 2020,p. 107