Recuperar el apetito

La batalla principal de la guerra en que estamos se librará en el estómago.
Desde los años treinta no se veía una cola como la de ahora en el Gran Depósito de Alimentos de Chicago o en los millares de kitchensoups (cocinas populares) que distribuyen despensas gratuitas en Estados Unidos. Muchísima gente no tiene para comer. Antes de la emergencia, más de 800 millones de personas en el mundo se iban cada noche a la cama con el es­tómago vacío. El número aumenta todos los días. En los próximos meses, según los especialistas, aparecerán hambrunas como no se veían desde la Edad Media.Millones de personas, en México y Estados Unidos, perdieron sus empleos. Muchas no los recuperarán. Casi todas ellas deben ser alimentadas. En México se ocuparon de eso cárteles y organizaciones caritativas en la emergencia. No podrán hacerlo indefinidamente. Deberán crearse dispositivos para ­alimentarlas.



Recuperar el apetito
 
Gustavo Esteva
La Jornada
 
La batalla principal de la guerra en que estamos se librará en el estómago.

Desde los años treinta no se veía una cola como la de ahora en el Gran Depósito de Alimentos de Chicago o en los millares de kitchensoups (cocinas populares) que distribuyen despensas gratuitas en Estados Unidos. Muchísima gente no tiene para comer. Antes de la emergencia, más de 800 millones de personas en el mundo se iban cada noche a la cama con el es­tómago vacío. El número aumenta todos los días. En los próximos meses, según los especialistas, aparecerán hambrunas como no se veían desde la Edad Media.

Millones de personas, en México y Estados Unidos, perdieron sus empleos. Muchas no los recuperarán. Casi todas ellas deben ser alimentadas. En México se ocuparon de eso cárteles y organizaciones caritativas en la emergencia. No podrán hacerlo indefinidamente. Deberán crearse dispositivos para ­alimentarlas.

Restaurantes y fondas lograron sobrevivir preparando comida para llevar. Además, vendieron por teléfono o en línea. Uber Eats tuvo más clientes que nunca. Muchos de ellos seguirán siéndolo después de la emergencia. Les gustó.

Millones de personas, en todas partes, hicieron desde su casa tareas de su empleo. La tendencia, que apareció desde antes de la emergencia, se aceleró con ella. Tiene muchas ventajas para los empleadores. Quienes son así obligados a convertir su casa en lugar de trabajo optan por servicios de comida preparada. No les queda tiempo para cocinar.

Por estas y otras condiciones semejantes, el agronegocio intensificará su acción devastadora y generará más pandemias. Las ricas pampas argentinas seguirán empleándose para alimentar puercos chinos y el Amazonas será fábrica de soya. Si lo permitimos, nuestras mejores tierras llevarán a México al primer lugar en el mundo en la exportación de espárragos, garbanzo y quizá berenjena, espinaca y apio. Seguiremos exportando cerveza, tomate, chiles y pimientos, lo mismo que sandía, pepino, limón y aguacate. Los cárteles controlan ya algunos de estos cultivos. Son más productivos que la droga.

El agronegocio y los sistemas de distribución se unen para determinar y controlar patrones de consumo. Les encanta alimentar a la gente en su casa; si pudieran lo harían en la boca, como con bebés. En ese terreno se observa ya la resistencia: en Estados Unidos la gente cerró o impidió abrir 400 tiendas Walmart, por la forma en que eliminan pequeños establecimientos de los propios ­habitantes.

La asociación entre consumidores urbanos y productores rurales con ventajas para las dos partes empezó aparentemente en Japón. La idea llegó a Alemania y otros países y se hizo epidémica en Norteamérica. Es Community Supported Agriculture en Estados Unidos y Community Shared Agriculture en Canadá. Miles de esos grupos estaban en operación muy satisfactoria para las partes cuando llegó el virus. Se produjo una explosión. Parece que el número de grupos se duplicó.

En forma paralela estaba avanzando el cultivo en casa, desde una maceta en el balcón hasta un jardín completo de vegetales en el patio trasero. A veces eran tomates reaccionarios: seguían la moda, en una competencia individualista que empezaba comprando semillas y químicos en Walmart. Otras veces eran tomates revolucionarios: formaban la semilla de una comunidad urbana que pronto abarcaba otros aspectos de la vida cotidiana. El potencial de la llamada agricultura urbana es realmente enorme. La emergencia la impulsó como nunca.

Se ha producido un renacimiento inesperado del cultivo en comunidades rurales que establecieron su cerco sanitario. Parece que este año no será tan malo como el anterior y todo mundo está sembrando. Se incorporan fluidamente a la tarea los migrantes que regresan, tras pasar la cuarentena que les imponen sus pueblos; recuperan así la milpa que habían abandonado. El cerco no deja pasar los refrescos de cola y otros alimentos chatarra. Una lucha que registraba poco avance, para combatir obesidad, diabetes y todo tipo de males, cobró impulso inusitado.

Se extiende la conciencia que Eduardo Galeano formuló como nadie: En estos tiempos de miedo global, quien no tiene miedo al hambre tiene miedo de comer. Los alimentos del mercado nos enferman y matan. Es el momento de encarnar la noción de soberanía alimentaria que lanzó Vía Campesina: determinar por nosotros mismos lo que comemos… y producirlo.

La semana pasada surgió una escasez peculiar en Nueva York y otras grandes ciudades: se acabó la levadura para hacer pan. Miles de familias estaban recuperando tradiciones y habilidades para preparar su propia comida. En ese territorio, en el estómago, se libra hoy la batalla principal. Mucha gente aprendió con la emergencia que su casa puede dejar de ser mero dormitorio y sala de televisión y constituir de nuevo un hogar en que se practique cotidianamente el arte de comer, el arte de habitar, la dicha de vivir.