A 6 meses de su creación, las juntas de buen gobierno dan resultados positivos

11.Feb.04    Análisis y Noticias

México D.F. Miércoles 11 de febrero de 2004
En la zona de conflicto la autoridad obedece, afirman en cientos de comunidades

La solidaridad comunitaria en Chiapas, recurso de la sobrevivencia indígena

La Jornada.
Municipio Autonomo San Pedro de Michoacan, Chis., 10 de febrero. Han transcurrido seis meses de que se instalaron las nuevas juntas de buen gobierno y los caracoles zapatistas. Desde entonces han enfrentado conflictos, algunos difíciles, pero no sólo. Su práctica cotidiana ha sido la de cualquier gobierno, un aprendizaje, una manera de adaptarse a las condiciones existentes. Y, ante todo, una construcción, un ‘work in progress’. Sólo que, según rezan letreros en cientos de comunidades en las montañas de Chiapas, aquí el gobierno obedece.

Lo que ocurrió con el camino que lleva a La Realidad ilustra, en un detalle, el accionar de las juntas de buen gobierno en el terreno de la vida diaria. Desde fines de diciembre, las condiciones del camino lo hacían casi intransitable. Una mañana de enero, sorpresivamente, descendió en Guadalupe Tepeyac el helicóptero del comisionado gubernamental Luis H. Alvarez, y fue recibido por el personal de la Secretaría de Desarrollo Social y el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que labora ahí.

“Qué bien se llega por el aire”, se ve que pensaron los trabajadores del IMSS, quienes continuamente transitan esos caminos, y le reclamaron al comisionado el abandono y la falta de mantenimiento.

Hoyos y lodazales

La junta de buen gobierno Hacia la esperanza enfrentó el problema, y con la participación de todos los transportistas que utilizan esas rutas, independientemente de su organización política o dependencia oficial, repararon los agujeros y las zanjas del trayecto Chayabes-San José del Río-Veracruz-Guadalupe Tepeyac-La Realidad en cinco días. Todos pusieron su vehículo para trasladar las piedras, o mano de obra. El resultado fue satisfactorio para todos, y los que al principio se habían quejado, recapacitaron.

Una faena en la que no hubo dinero de por medio, sólo tiempo y colaboración, pero revela cómo se ha sostenido la resistencia estos años, y ahora funciona como procedimiento alternativo de gobierno regional. No siempre es tan fluido el entendimiento común, claro. Pero que ocurra, y funcione, es dato no menor.

Una evidencia cotidiana en Chiapas es que el descontento no es exclusivo de los zapatistas. Y que el estado de guerra en curso afecta a toda la población indígena de la zona de conflicto. Pero sólo los municipios zapatistas mantienen una estructura autónoma que vive fuera del presupuesto federal y estatal. Sus juntas de buen gobierno, como los concejos autónomos y las diversas comisiones (de salud, educación, etcétera) se sostienen mediante una variante del tequio que se practica en otras regiones indígenas del territorio nacional. En Oventic, La Garrucha, Roberto Barrios, Morelia y La Realidad, las juntas están conformadas por campesinos que tienen milpa y casa en otra parte, pero sus integrantes tienen el cargo y comparten su cumplimiento.

Las juntas de buen gobierno son una escuela para quienes se acercan a ellas con algún proyecto alternativo, un problema comunitario o agrario, una negociación política. También resultaron una escuela para quienes las conforman, pues experimentan una forma de gobierno que no existía, y la responsabilidad es tan grande que a veces se les ve bastante preocupados.

La instalación y mantenimiento de una guerra regular en estas tierras ha venido acompañada de una consistente contrainsurgencia más o menos camaleónica, pero a fin de cuentas financiada por el gobierno federal. El esfuerzo invertido en dividir las comunidades indígenas de Chiapas debió servir para mejores causas. El deliberado deterioro de la armonía inter e intracomunitaria cuesta un dineral, sin que necesariamente se refleje en las condiciones de vida de los “beneficiados”.

Para la sabiduría indígena, siempre menospreciada, la solidaridad comunitaria es el único recurso de la sobrevivencia. No hace falta estar en rebeldía y resistencia para entenderlo.

Poco antes de anunciar el nacimiento de los caracoles, en julio pasado, el subcomandante Marcos escribía: “Ofertas para comprar su conciencia han recibido muchas los zapatistas, y sin embargo se mantienen en resistencia, haciendo de su pobreza (para quien aprende a ver) una lección de dignidad y de generosidad.

“Porque decimos los zapatistas que ‘para todos todo, nada para nosotros’, y si lo decimos es porque lo vivimos. El reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura indígenas, y la mejora en las condiciones de vida, son para todos los indígenas de México, no sólo para los indígenas zapatistas. La democracia, la libertad y la justicia a las que aspiramos son para todos los mexicanos, no sólo para nosotros”.

Ni modo que la vida se vaya a detener porque hay decenas de miles de soldados alrededor todo el tiempo. O porque los gobiernos federales no cumplen los acuerdos. El movimiento social zapatista se extiende en un territorio real, dentro de Chiapas, o sea de México. No podrían ser más difíciles las condiciones para una autonomía, y sin embargo prueba ser posible dentro del mosaico de culturas, religiones, adscripciones partidarias. A fin de cuentas los indígenas del sureste mexicano, pese al gran dispositivo armado para impedirlo, quieren vivir mejor y en paz.