Nicaragua, pequeño país centroamericano, tiene mucho que ofrecer, entre otras cosas valentía y ejemplaridad. Un pueblo entero y militantes del otrora FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) consiguieron expulsar a la infame familia Somoza del poder y oponerse al destino esclavista al que la dictadura había sometido al pueblo.

Gente luchadora y entusiasta entonaron canciones de nuestro memorable Carlos Mejía Godoy y al unísono emprendió el camino de la victoria, consciente de que al conseguirla se abriría la posibilidad de la alfabetización del pueblo y la fraternidad entre nicaragüenses. Un gobierno, una junta animosa se instaló en el país.

De forma democrática, en la década de los 90, el Frente perdió el poder y lo cedió a Violeta Chamarro, viuda del mártir nacional de libertad de prensa, Pedro Joaquín Chamorro, asesinado por los esbirros del régimen dictatorial somocista. Ortega y sus seguidores aceptaron la derrota. Pero el tiempo pasó y lo que parecía una transición democrática pasó a convertirse en una pesadilla (puesto que Ortega nuevamente retomó el poder en el 2007 y con más de una década sigue gobernando, modificando para ello la propia constitución para perpetuarse en el poder). Un Cuento de terror, que se cobró numerosas vidas, entre ellas muchos estudiantes universitarios que exigían el respeto a sus derechos constitucionales, tras el levantamiento del pueblo, el 19 de abril de 2018, contra el que se erigía como su salvador: Daniel Ortega Saavedra por medidas unilaterales que suponía la reducción de las pensiones, de por sí bajas. Hasta la fecha, el mandatario sigue en su línea, cerrando medios de comunicación disidentes y premiando a los afines. A pesar de la condena de la Organización de Estados Americanos (OEA), de la ONU y del Parlamento Europeo, entre otros, por violaciones a los derechos humanos, el régimen sigue manu militari imponiendo un sistema autoritario que no superaría la más mínima evaluación democrática.

Con una ausencia de un plan de contingencia, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega reapareció por tercera vez el 19 de mayo en la cadena nacional, e informó al pueblo que desde lo que va del año hasta la fecha “han muerto 309 personas por neumonía y en estas van algunas que tienen que ver con esta pandemia”.

A diferencia de las medidas adoptadas por muchos países del mundo, Nicaragua es uno de los pocos casos que contrarrestan la propagación del virus con manifestaciones masivas promovidas y bautizadas por Rosario Murillo, Vicepresidenta y esposa del mandatario, como AMOR EN TIEMPOS DE COVID-19. Estos irresponsables llamamientos apelando al AMOR hacen que las pocas cifras de 759 personas contagiadas y 35 fallecidos, presentadas por el Ministerio de la Salud (MINSA), sean fuertemente criticadas y relativizadas por la misma población que sufre las ocurrencias de la citada Vicepresidenta.

Frente a esta falsa pantalla de desinformación, desde el Observatorio Ciudadano compuesto por médicos independientes y con fuentes que se filtran desde el mismo Ministerio de la Salud, se han reportado un total 2048 casos sospechosos y 467 muertes, datos que se fundamentan en acontecimientos recientes nunca vistos tales como personas cayendo desmayadas o muertas en las calles, colapso en hospitales como Manolo Morales en Managua y entierros exprés que a diario se realizan,  en una desagradable sensación de estar viviendo una verdadera pesadilla por parte de los allegados que a duras penas pueden despedirse del fallecido.

Los familiares, que por miedo a represalias por las mismas autoridades y paramilitares, prefieren mantenerse en el anonimato, refieren que El Ministerio de Salud (MINSA), brazo del régimen, les exigía participar de manera clandestina en una especie de entierro exprés, con ataúdes completamente sellados y actas de defunción que no se corresponden con las causas verdaderas del fallecimiento y, en casos más extremos, sin conocimiento alguno del fallecimiento de su familiar.

Las noches en Nicaragua, entre las 12 de la noche y las 3 de la madrugada, se han convertido en escenas de terror y espanto para la población,  evidenciadas a través de vídeos que se hicieron virales, ferozmente negados por la vicepresidenta desde sus medios afines,  a pesar de las evidencias constatables y documentadas que muestran a operarios protegidos con trajes especiales de protección de blanco o amarrillo, conocidos sarcásticamente como hombres del espacio,  mientras entran en los cementerios portando féretros custodiados por miembros de la Policía Nacional o paramilitares para ser enterrados lo antes posible, sin testigos y con mucha nocturnidad.

Ante esta situación cabe preguntarse: ¿Por qué tanto hermetismo de las autoridades nicaragüenses alrededor de este asunto?

La respuesta es simple: no quieren aceptar las actuaciones negligentes dado que no se tomaron las medidas correctas que desde un principio debieron adoptarse ante una eminente amenaza, cierta y real, ya que  se ha subestimado esta realidad, mientras se promovían, y se siguen promoviendo hasta el día de hoy, eventos masivos contrarios a las recomendaciones implementadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la Organización Panamericana de la Salud (OPS), medidas  tales como distanciamiento o confinamiento que minimicen el contagio a falta de vacuna.

Lamentablemente, las proyecciones de los expertos de la salud para las próximas semanas muestran un panorama desolador para las familias nicaragüenses, donde el sálvese quien pueda es el lema de la familia presidencial Ortega-Murillo, empeñada en negar lo que es ya evidente y preocupante: la falta de medidas correctoras que mitiguen la escalada de fallecidos, y que no se reconozcan como víctimas del COVID-19 a aquellas personas que fallecieron por tal causa médica

Nicaragua tiene que enfrentar una doble crisis. Por una parte sociopolítica, iniciada en abril 2018 tras el legítimo derecho del pueblo a manifestarse, reprimido a sangre y fuego por grupos de encapuchados de paramilitares y parapoliciales que disparaban con armamento militar contra los manifestantes; y por otro, sanitaria,  con la devastadora presencia del COVID-19 en las calles del país, negada en un principio por la Vicepresidenta Murillo, como si una mentira dicha mil veces en los medios afines,  de manera machacona y diaria con todo tipo de bendiciones, propias de una mala, desacertada y desquiciada telepredicadora, se convirtiera ipso facto en realidad. Sin embargo, la verdadera realidad que discurre en Nicaragua diariamente bien pudiera ser narrada por un escritor de novela gótica, como si fuera un cuento de terror, pero en este caso, el cuento ha dejado de ser ficción para convertirse en la misma realidad que ahoga diariamente a los ciudadanos nicaragüenses, protagonistas muy a su pesar suyo de este maldito cuento de terror que asola al país.