Cuidados sí, guerra no

El uso de terminología militar por parte de diferentes mandatarios ha sido ampliamente debatido. Lo que no ha sido tan debatido es cómo este lenguaje refuerza el imaginario patriarcal.



Cuidados sí, guerra no

El uso de terminología militar por parte de diferentes mandatarios ha sido ampliamente debatido. Lo que no ha sido tan debatido es cómo este lenguaje refuerza el imaginario patriarcal.

 


Asociación Trabe

El Salto
1 jun 2020 06:00

El uso de terminología militar —personal sanitario en primera línea, personal médico en las trincheras, la sociedad en la retaguardia, el ejército de sanitarios, las trincheras de la sanidad—, por parte de diferentes mandatarios y responsables de administraciones públicas, ha sido ampliamente debatido desde que comenzó la respuesta institucional a la pandemia. Lo que no ha sido tan debatido es cómo este lenguaje refuerza el imaginario patriarcal de combate, lucha y competitividad, instalándonos de nuevo en lógicas de masculinidad hegemónica.

Si algo ha puesto sobre el tapete esta pandemia es la vulnerabilidad de los cuerpos y si algo ha removido es la ilusión de omnipotencia occidental. El efecto de la pandemia podría habernos hecho reflexionar sobre esto: sobre la vulnerabilidad de los cuerpos, la fragilidad de las personas, la interdependencia mutua y, por tanto, la necesidad de cuidados, poniendo en el centro del debate los cuidados y cómo proveerlos de la mejor manera posible. Sin embargo, el deslizamiento hacia la batalla, la guerra, la contienda pone en evidencia que este modelo de sociedad coloca otra vez el desafío en vencer, trae de vuelta el delirio de la omnipotencia de las sociedades occidentales, la ilusión de que cualquier desafío se puede vencer.

Debemos ajustar nuestro crecimiento económico a las necesidades y pensar sistemas de cuidados, no para las crisis sanitarias, sino para que la vida sea vivible

Sin duda, las sociedades occidentales tienen mayor capacidad de respuesta ante este desafío que otras sociedades empobrecidas, pero no somos invulnerables, no podemos controlarlo todo. Esta evidencia debería ayudar a vernos a nosotros mismos desde una visión más humilde: somos una especie más en un ecosistema amplio que debemos respetar y no depredar y desde esa evidencia transformar nuestro modelo de desarrollo en dos direcciones: ajustar nuestro crecimiento económico a las necesidades y pensar sistemas de cuidados, no para las crisis sanitarias, sino para la vida, para que la vida sea vivible, como plantea Amaia Pérez Orozco en Crisis multidimensional y sostenibilidad de la vida.

La respuesta social e institucional, sin embargo, no se ha dirigido a reflexionar sobre esta vulnerabilidad y sobre las estrategias de cuidados —tanto prestados desde el ámbito público como comunitario y social—. De momento, se han activado respuestas de lucha frente al virus, no se ha pensado cómo poner los cuidados en el centro. No es casual que muchas de las personas mayores fallecidas residieran en residencias, la mayor parte de ellas de gestión privada. ¿Qué nos está diciendo esto sobre nuestro modelo de cuidados? ¿Está siendo una respuesta llevar a las personas al final de su vida a residencias de gestión privada?

El discurso militar desplaza la atención en primer ligar a un estado emocional de alerta, de frente común frente al enemigo. La mirada se desplaza al enemigo, en lugar de desplazarse hacia nosotras y nosotros como sociedad, preguntándonos sobre qué modelo de desarrollo queremos: aquel que privilegia el crecimiento por encima de todo, poniendo la reproducción y los cuidados al servicio del capital o aquel que privilegia los cuidados y pone la economía al servicio de estos.

El recurso a lo bélico saca de escena lo cotidiano, lo habitual, arrincona el gran tema de los cuidados

El recurso a lo bélico saca de escena lo cotidiano, lo habitual, arrincona el gran tema de los cuidados, asumidos casi en su totalidad por mujeres, el tema de la dependencia, el tema de la reducción del consumo. En definitiva, refuerza un imaginario social de excepcionalidad, un imaginario patriarcal, que vuelve a dejar de lado aquello que no es la contienda o la competencia: los cuidados, el medio ambiente, la dependencia.

Si el lenguaje refleja una forma de representarnos la realidad, tenemos que hablar desde otros lugares, con otros lenguajes, para contrarrestar esta representación bélica de lo que no es sino una pandemia.