“¡No puedo respirar!” La resistencia en una sociedad asfixiada
Laura Carlsen
Imposible imaginar los sucesos dramáticos que han convulsionado a Estados Unidos en los últimos días. La misma semana en que el número de muertos por la COVID-19 rebasó el marco fatídico de los 100,000 —y seguía subiendo—, el homicidio de George Floyd, un ciudadano afroamericano, a manos de policías, desató protestas multitudinarias en las calles que la víspera habían estado prácticamente desiertas.
El liderazgo del presidente Donald Trump ha sido desastroso para el país, avivando las llamas de crisis tras crisis, y hoy —solo cinco meses antes de las elecciones— las contradicciones, la rabia y el miedo se combinan en una explosión social inédita.
Los errores de Trump en el manejo del coronavirus están a la vista. Encubrió los primeros indicios del contagio en el país, desdeñó el peligro del virus, lanzó hipótesis de que era un complot en su contra, descartó las recomendaciones de su de por si débil Centro para el Control de Enfermedades, buscó pleitos con gobiernos estatales y apoyó a las milicias armadas que desafiaban las medidas de salud. Estados Unidos ahora es el país que más vidas ha perdido por la pandemia, revelando las desigualdades mientras mueren en números desproporcionados integrantes de la población afroamericana y latina, debido a la falta de acceso a servicios de salud, a su estado previo de salud general, a la pobreza y la falta de condiciones para aislarse.
Mientras la gente muere, a Trump le preocupa más la crisis económica por el impacto que tendrá en sus posibilidades de reelegirse. Hay 40 millones de nuevos desempleados en el país. Parece que ni los 2 billones de dólares ya asignados en el primer rescate y los 3 billones bajo consideración en el Senado serán suficientes para reactivar la economía, y hay una batalla entre los partidos en torno a quién y cómo aplicar el rescate, mientras organizaciones sociales están formulando demandas para un rescate del pueblo (people’s bailout) con nuevos criterios que resanen el evidente fracaso del capitalismo.
En medio de esta crisis, el homicidio de Floyd y la respuesta represiva de Trump ha provocado manifestaciones en todo el país, toque de queda por lo menos en 40 ciudades, cinco muertos y cientos de heridos y presos. En el video ya conocido mundialmente, se escucha al hombre decir una vez tras otra “no puedo respirar”, mientras el policía mantiene la rodilla sobre su cuello. El grito de “¡No puedo respirar!” ahora se escucha en las calles, no solo de la población afroamericana sino de miles de personas indignadas por la muerte de Floyd y otros homicidios cometidos por policías contra afroamericanos en las últimas semanas. El movimiento de Black Lives Matter (importan las vidas de los negros y las negras) se ha catapultado al centro de la atención nacional con apoyo de muchos otros sectores de la población que comparten la rabia contra la injusticia, la impunidad de las autoridades y el modelo de policía militarizada y racista. A pesar de que los medios destacan los casos aislados de saqueos y violencia, las encuestas muestran que la mayoría de la población apoya las protestas.
Trump respondió a las protestas retomando una frase de la historia racista estadunidense en un tweet el 28 de mayo: “Cuando empieza el saqueo, empieza el tiroteo”. En el transcurso de la semana ha amenazado con designar “terroristas” a los grupos antifascistas, instruido a gobernadores y gobernadoras a ser dominantes y poner orden o entraría la guardia nacional, y ha lanzado a las fuerzas armadas contra las manifestaciones. En muchas ciudades el uso de la fuerza excesiva y gases para disipar marchas pacíficas se ha vuelto común.
El Reverendo William Barber, líder de la Campaña de los Pobres dijo a la prensa que la protesta es resultado de crisis preexistentes de “pandemia, pobreza y brutalidad policial” y que “violencia” son los 700 estadunidense que mueren de pobreza al día en el país más rico del mundo. El número de personas sin techo y con hambre está subiendo en el contexto de un liderazgo desquiciado y la crisis de salud. La estrategia electoral de crear caos y después entrar como el hombre fuerte y autoritario que ponga orden tendrá un desenlace difícil de prever, pero seguramente terrible.
En las calles, el hartazgo por la violencia del estado, reafirmada en estos días, está creando nuevas alianzas y dando fuerza a las demandas y esperanzas de cambio. Simplemente, gritar en medio de la pandemia y la violencia ‘mi vida importa’, es un ejercicio de empoderamiento colectivo que tendrá importantes ramificaciones para las luchas en el futuro, no solo en las urnas sino en la definición del tipo de sociedad que deba salir de este desastre.