No se puede impedir que la gente siembre su comida en terrenos públicos en forma de ocupación provisional mientras dure la pandemia y la crisis que viene

Los gobiernos no pueden impedir que la gente siembre su propia comida en terrenos públicos que no tienen ninguna utilidad en medio de la cuarentena. No pueden acusarlos de invasores porque ellos han planteado que es una ocupación provisional mientras dure la pandemia y la crisis económica que está en ciernes. No puede el gobierno decir que es un grupo que desconoce la institucionalidad porque ya se preparan para presentar ante el Estado sus propios proyectos que piensan manejar desde esa “fuerza interna” que está en construcción.



Una forma de lucha “simbólica” en medio de la pandemia Covid-19

 

Fernando Dorado

https://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com/

 jueves, 4 de junio de 2020

 

Un grupo de personas de los barrios periféricos del norte de Popayán se organizaron para construir con sus manos unos Huertos Urbanos y Comunitarios en predios o lotes públicos del municipio o departamento como una forma de llamar la atención del Estado y de la sociedad, y conseguir –en primera instancia– alimentos de emergencia (“mercados”) para atender la crisis humanitaria que se está viviendo en Colombia y en el mundo entero.

No fue fruto de un trabajo organizativo anterior ni mucho menos. Contaron con el apoyo de unos jóvenes profesionales del sector agropecuario pero en realidad fue una decisión obligada por la necesidad de obtener alimento para sus hijos en medio de la dramática situación de hambruna e incertidumbre. No obstante, poca a poco se fue convirtiendo en una nueva forma de protesta. Claro, los acumulados de vida de las personas que se juntaron han ido adquiriendo una nueva fisonomía a medida que el proceso avanza y se fortalece.

Además, en el camino de unirse para cultivar la tierra se están dando cuenta que habían vivido muy desunidos en sus barrios y veredas. Antes, cada uno por separado solo podía esperar a que el gobierno, un politiquero o un milagro de Dios los librara de aguantar hambre con sus hijos. Ello porque la gran mayoría son trabajadores informales (moto-taxistas, vendedores ambulantes, empleadas domésticas, obreros de construcción, etc.) y en medio de la cuarentena no podían salir a la calle a “rebuscarse el diario”. Estaban a la merced de la voluntad de otros.

Después de varios días de labranza decidieron organizar la Olla Comunitaria. Fue algo casi inmediato porque necesitaban alimentarse colectivamente. Y de pronto, fueron apareciendo adultos mayores del sector que no tenían donde comer y arrimaban a saciar el hambre con la ayuda de los agricultores urbanos. Ellos los acogieron como si fueran sus padres o abuelos, situación que es algo especial. ¡Que un grupo de “pobres” se organice para compartir su alimento con otros más pobres que ellos es algo realmente extraordinario!

Ese proceso de organizarse para retar al coronavirus (con todo el riesgo que ello implica) y desafiar las ordenes de confinamiento general (arriesgándose en un principio a ser multados), lo pudieron hacer acogiéndose a las normas que otorgan excepciones a quienes trabajan con alimentos (decreto 531/2020), pero significó –en la práctica– un gesto de rebeldía e insubordinación. Así para ellos fuera algo natural para poder resolver una necesidad.

Y así lo dice uno de sus integrantes de nombre Armando Escobar: “No podemos dejarnos encerrar por la pandemia”. Y afirma, que al juntarse para cultivar su propia comida en medio de esta situación, actúan como una comunidad en acción y perciben “una fuerza interna” que antes no habían sentido. No solo se convierten en referente de una forma simbólica de protesta sino que inician un camino permanente de construcción de autonomía y de un futuro que está en sus propias manos; en manos de la comunidad que construyen.

Es así como en sus barrios y veredas han empezado a sentirse las consecuencias de ese primer paso. Las gentes están rompiendo con las pequeñas rencillas y peleas que antes los dividían y se van unificando y entendiendo entre ellos. El gobierno se ha visto obligado a llegarles con mercados, que han sido bien recibidos y los alientan a fortalecer su determinación y autonomía. Además, ese resultado lleva a que otros individuos se animen a sumarse a la tarea para lograr los beneficios inmediatos y los que proyecten en adelante.

Ya se han organizado cuatro (4) Ollas Comunitarias en ese sector de la ciudad. En La Paz, Lame, Canal La Florida y Las Guacas. Y sendos lotes están en proceso de siembra y cultivo. Y poco a poco estos grupos comunitarios que están integrados por personas y familias provenientes de municipios caucanos o de otros departamentos, han empezado a entender que el objetivo no puede ser obtener solo un “mercado” sino que si mantienen y consolidan su organización y no se dispersan, pueden construir su “propia economía”.

Además de la enorme diversidad de procedencia se observa entre los integrantes de estas comunidades un sentido de no dejarse diferenciar y sectorizar como lo hace el Estado. Las mujeres están al frente pero no con sentido feminista. Las víctimas y desplazados por el conflicto armado saben que además son desplazados por la pobreza y la necesidad de vivir dignamente. Aunque todos se saben de origen indígena, negro o mestizo, no es una diferencia que se marque sino que se reconoce como una riqueza a explotar hacia el futuro.

Sin embargo, las diferencias son de otro tipo: unos, los más veteranos que fueron desplazados del campo a edad madura, quieren tierra para cultivar; otros, los más jóvenes ya han construido mentalidad citadina y “jornalera”; y los intermedios, sobre todo las mujeres, quieren construir algo “propio”, no se sienten campesinas pero tampoco quieren tener “patrón”.

Pero sigamos. De alguna manera ese tipo de protesta simbólica empieza a adquirir un gran valor en medio de la pandemia. Como es un riesgo salir a las calles a protestar porque puede ser causa de contagio del virus, se empiezan a diseñar nuevas formas de hacer visible su determinación de lucha. La “fuerza interna” se convierte en su mayor ventaja; sentirse haciendo algo por su propia voluntad los llena de confianza y los hace fuertes frente al resto de la sociedad y ante el Estado. La fuerza moral y la acción misma de “sembrar”, se convierte en potencia por explorar.

Es posible que muchas personas que han estado colaborando con ideas, iniciativas o con aportes económicos, sientan que este grupo de personas que han tomado como símbolo a la Agricultura Urbana para actuar colectivamente en medio de la pandemia, estén iniciando una nueva forma de lucha. Es una modalidad adecuada al momento; tiene la ventaja de que al Estado y sus agentes no los pueden provocar o infiltrar y llevarlos al terreno de la violencia para desacreditarlos y aislarlos. Seguramente si mandan agentes a labrar la tierra, serán bienvenidos y bien alimentados.

Pero además, los gobiernos no pueden impedir que la gente siembre su propia comida en terrenos públicos que no tienen ninguna utilidad en medio de la cuarentena. No pueden acusarlos de invasores porque ellos han planteado que es una ocupación provisional mientras dure la pandemia y la crisis económica que está en ciernes. No puede el gobierno decir que es un grupo que desconoce la institucionalidad porque ya se preparan para presentar ante el Estado sus propios proyectos que piensan manejar desde esa “fuerza interna” que está en construcción.

Es interesante también hacer ver que el gobierno ha planteado una serie de políticas para “reactivar la economía”. Esa situación puede ser favorable para estas comunidades que a partir de su autonomía –por primera vez en su vida– pueden construir su “propia economía”; una economía basada en relaciones sociales de tipo colaborativo y comunitario sin negar la necesidad de que cada persona o familia asuma con responsabilidad y disciplina las tareas y proyectos que entre todos definan.

Claro, tendrán que hacerlo con su propia visión, objetivos, dirección y metodología. Será el gran reto que deberán asumir si no quieren que la “reactivación” que propone el gobierno solo le sirva a los bancos y a las poderosas transnacionales, y esas comunidades terminen envueltos y entrampadas en las garras del gran capital. Se requiere mucha sapiencia práctica y capacidad política para lograrlo. ¡Hay que ayudarles!