Bolivia: La actualidad de Sergio Almaraz Paz

El escrito que se presenta trata sobre el pensamiento activista y la actividad militante en defensa de los recursos naturales de Sergio Almaraz Paz. Busca interpretar la conformación de la narrativa del nacionalismo revolucionario y de la izquierda nacional en Bolivia, a partir del acto heroico del proletariado minero y de la construcción del pensamiento propio en la formación territorial social y cultural boliviana.



La actualidad de Sergio Almaraz Paz

Raúl Prada Alcoreza

Resumen

El escrito que se presenta trata sobre el pensamiento activista y la actividad militante en defensa de los recursos naturales de Sergio Almaraz Paz. Busca interpretar la conformación de la narrativa del nacionalismo revolucionario y de la izquierda nacional en Bolivia, a partir del acto heroico del proletariado minero y de la construcción del pensamiento propio en la formación territorial social y cultural boliviana.

 

Una arqueología del pensamiento propio

José Luis Saavedra escribe el ensayo El legado ético y político del pensador revolucionario Sergio Almaraz. El ensayo se basa en el testimonio del hijo de Sergio; entonces, comienza con la entrevista a Alejando Almaraz. En el resumen, el autor de la remembranza y el análisis de la trayectoria y proyección del intelectual crítico expresa lo siguiente:

En el presente ensayo procuramos destacar y patentizar las matrices primordiales del pensamiento de Sergio Almaraz y lo hacemos tanto en relación con el tiempo que le cupo vivir, como con las proyecciones de su pensamiento en el actual decurso del proceso político boliviano. Así, no sólo nos interesa hacer una rememoración más o menos reflexiva de lo que ha sido y es el pensamiento de Almaraz, sino también relievar sus repercusiones y significaciones frente a los desafíos del tiempo presente.

En el cometario a este ensayo sobre el legado ético y político de Sergio Almaraz vamos a retomar las preguntas que se hace José Luis Saavedra, sobre todo una, particularmente la relación afectiva y pasional, además de intelectual, de Sergio Almaraz Paz con los recursos naturales. Lo que viene es una reflexión analítica de uno de los decursos de la obra de Sergio Almaraz, tomando como referente el ensayo comentado.

 

Actualidad

 

¿Se puede decir que ser actual es ser en el tiempo? ¿Es como actuar en el tiempo en el momento presente, en todos los presentes? ¿Es estar presente en el tiempo? Aunque ya no creemos, por así decirlo, en el tiempo absoluto, tampoco en el espacio absoluto, pues consideramos, mas bien, el tejido del espacio-tiempo como condición de posibilidad de las dinámicas del universo y el multiverso, usamos el término y el concepto de tiempo como figura ilustrativa.

 

Cuando la presencia intelectual de un autor permanece en el tiempo, se prolonga, se hace presente, lo que ha dicho y escrito tiene validez para abordar los problemas del presente. Esta es la actualidad de Sergio Almaraz Paz. El pensamiento de Sergio Almaraz es actual ante la persistencia dilatada del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Andrés Soliz Rada decía que Almaraz era como el detective no pagado de la defensa de la nación. Sergio Almaraz Paz es conocido como el defensor de los recursos naturales; consideraba que los recursos naturales son el substrato material de la nación. Substrato material asociado al substrato social y colectivo del pueblo. La consigna fue recuperar los recursos naturales para el país, recursos que se encontraban en manos de las empresas transnacionales extractivistas. El destino de la nación está vinculado a la posibilidad de esta recuperación. Los recursos naturales son como la materialidad vital de la formación económico-social e histórica, formación social expuesta al dramatismo de la historia de la vorágine capitalista. La dependencia es pues la tragedia del país.

 

Para Sergio Almaraz los recursos naturales están asociados a la independencia del Estado-nación y a la posibilidad de edificar un Estado-nación autónomo e independiente. La nacionalización de los recursos naturales y de las empresas trasnacionales extractivistas tiene inmediatamente efectos estatales, tienen que ver con la formación de la consciencia nacional, como decía René Zavaleta Mercado, además de la constitución de un Estado-nación propio. Por esta razón Sergio Almaraz Paz postulaba también la nacionalización del mismo Estado y del mismo gobierno, pues el Estado se encontraba en manos de la oligarquía entreguista, bajo el mando de un gobierno subordinado al imperialismo.

 

Interpretando, desde la actualidad, el momento presente de este escrito, Petróleo en Bolivia y El poder y la caída, dos libros de Sergio Almaraz Paz anteriores a Réquiem para una república[1], podemos decir que en Almaraz encontramos una concepción articulada del mundo entre los recursos geológicos y la formación económico-social. En esta concepción integradora de lo geológico y lo social el intelectual crítico y comprometido, militante de la liberación nacional, concibe la construcción del Estado-nación como soberanía nacional y autonomía social, frente al saqueo de Bolivia.

 

¿Cómo se subjetivan los recursos naturales convirtiéndose en el contenido de la narrativa nacional-popular? ¿De qué manera se vuelven concepto cardinal de la interpretación de la formación-económico social del capitalismo dependiente? A propósito, se puede sugerir la hipótesis dialéctica de que la consciencia nacional recupera la materia exteriorizada, extrañada y externalizada, que son, los recursos naturales. Al hacerlo, esta materia recuperada por la consciencia, en forma de concepto, comienza su devenir en voluntad del sujeto social.

Esta hipótesis dialéctica es ya parte de la narrativa teórica del discurso nacional-revolucionario. Pero ¿qué hay de la correspondencia entre hipótesis y realidad? ¿Qué hay entre la correspondencia entre discurso teórico y realidad efectiva de la formación económico-social? En la historia efectiva se puede decir que se trata de la crisis política en la periferia de la geopolítica del sistema-mundo capitalista, donde se distribuyen las formas singulares del capitalismo dependiente. Crisis política, montada sobre la crisis económica generada por la dependencia, crisis que hace emerger la crisis social. Son pues las multitudes las que toman consciencia y se rebelan contra la dominación imperialista y el saqueo de Bolivia. Observando la cronología del acontecimiento político, se puede decir que la intelectualidad crítica denuncia y devela los engranajes del saqueo, crítica antecedida por la rebelión social. Es el proletariado minero él que da los primeros pasos en esta rebelión contra el saqueo de Bolivia; saqueo que viene asociado a la explotación del proletariado. Las masacres son las respuestas del gobierno de la oligarquía minera, los “Barones del estaño”; después las masacres van a continuar con las dictaduras militares. La intelectualidad crítica y el proletariado organizado sintonizan y se lanzan a la lucha por la liberación nacional.

 

Esta breve descripción, sucinta, del acontecimiento político, en cuestión, la relativa a la genealogía del poder en Bolivia, un tanto esquemática para ilustrar, ayuda a contrastar la hipótesis teórica del nacionalismo revolucionario. ¿A dónde vamos con esta contrastación? No se trata de verificar o, en su caso, falsar la hipótesis, como en una investigación empírica, se trata de comprender el devenir sujeto de los recursos naturales en la narrativa del discurso del nacionalismo revolucionario. Sabemos que este devenir sujeto acontece en la experiencia cognitiva, por así decirlo, del intelectual crítico. Es, entonces, en el transcurso de la construcción de la interpretación crítica donde acontece el devenir sujeto de los recursos naturales; acontece metafóricamente. Ocurre como si los recursos naturales experimentasen inmediatamente, como sujeto natural, sufrieran, la extracción y la explotación de su materialidad geológica. Es más, ocurre como si explotasen como dinamitas en la consciencia crítica del nacionalismo revolucionario.

 

En pocas palabras, se produce una metaforización de los recursos naturales, acompañada por una metamorfosis simbólica, aunque ésta sea imaginaria, es decir, ideológica, dándose lugar en la narrativa nacional-popular. En contraste, se puede decir, que lo que sí acontece en el plano de intensidad económico es la acumulación originaria de capital, por despojamiento y desposesión, y la acumulación ampliada de capital, por explotación técnica y económica de los recursos naturales, reducidos a materias primas, produciéndose su transformación en las cadenas productivas, acompañadas por la valorización del valor en la metafísica económica. La narrativa del nacionalismo revolucionario es pues una disposición abierta a la lucha por la recuperación de los recursos naturales para la nación, además de dispositivo de las prácticas discursivas y de acción en el combate contra la dominación imperialista y el saqueo de Bolivia. Ahora bien, siendo Sergio Almaraz Paz marxista, conecta y articula la formación de la consciencia nacional con la formación de la consciencia de clase; en otras palabras, el paso de la consciencia en sí de clase a la consciencia para sí de clase está vinculado al paso de la consciencia en sí nacional a la consciencia para sí nacional. La lucha de liberación nacional está asociada a la lucha de clases.

 

En la actualidad, en el momento presente, en la coyuntura de transición, después de la implosión del gobierno clientelar del neopopulismo del siglo XXI, la problemática tratada por Sergio Almaraz sigue vigente. El modelo colonial extractivista se encuentra en una expansión inusitada, primero por la implantación del ajuste estructural del periodo neoliberal; después, continuando el modelo extractivista, de manera paradójica, por el llamado “gobierno progresista”, que implementa lo que Eduardo Gudynas llama el neo-extractivismo progresista; seguidamente, por el gobierno de la “transición” interminable, que extiende de manera descarnada, manifestando un barroco neoliberal, una combinación saturada de neopopulismo y neoliberalismo. No solamente se hallan comprometidos los recursos naturales minerales, sino también los recursos naturales hidrocarburíferos, además, y esto es nuevo, otros recursos naturales, ahora explotados, por el desarrollo de la agroindustria y la técnica de la manipulación genética, es decir, los transgénicos. Como nunca los bosques de la Amazonia, del Chaco y también de los valles, están amenazados a desaparecer.  En la etapa tardía del ciclo del capitalismo vigente, que contiene al ciclo del capitalismo dependiente, en las periferias de la geografía política del sistema-mundo capitalista, el modelo extractivista ha adquirido una demoledora expansión e intensidad, empleando tecnología de punta y recurriendo a la técnica de la biología molecular, utilizada en la manipulación genética, con el objeto de la acumulación ampliada del capital, en plena fase de la dominancia del capitalismo financiero, especulativo y extractivista.

 

El hombre rebelde

 

No es desconocido que Sergio Almaraz Paz era camusiano. Lo expulsaron del Partido Comunista de Bolivia, además, después de acusarlo de nacionalista, por leer más Albert Camus y menos a Fedor Vasilévich Konstantinov[2]. Esta influencia se nota en Réquiem para una república, libro dedicado a la critica del periodo de la revolución nacional (1952-1964). En el capítulo El tiempo de las cosas pequeñas cita a Camus:

 

Lo difícil en efecto es asistir a los extravíos de una revolución sin perder la fe en la necesidad de ésta… Para sacar de la decadencia de las revoluciones lecciones necesarias, es preciso sufrir con ellas, no alegrarse de esta decadencia.

 

En El hombre rebelde, Allbert Camus escribe:

 

En nuestra prueba cotidiana la rebelión desempeña el mismo papel que el “cogito” en el orden del pensamiento: es la primera evidencia. Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es un lazo común que funda en todos los hombres el primer valor. Yo me rebelo, luego nosotros somos.

 

En el capítulo citado de Réquiem para una república, Sergio Almaraz Paz escribe:

 

El gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario antes de su caída vivía el tiempo de las cosas pequeñas. Una chatura espiritual lo envolvía todo. Un semanario partidario, un año más tarde, se expresaría en una frase: “Laicacota, sepelio de tercera clase para una revolución arrodillada”. Un gobierno vencido de antemano por la desilusión y la fatiga no podía resistir. Estaba solo. En las cuarenta y ocho horas que precedieron a su caída tuvo que pagar agravios y errores. El pueblo quedó expectante, atrapado por una sombría duda. Abandonado por sus dirigentes, él también estaba solo. Nunca la historia de Bolivia tocó tan desmesuradamente los extremos de la lógica y el absurdo. En Laicacota se disparó sobre el cadáver de una revolución.

 

Ésta es la síntesis de la evaluación de la revolución nacional (1952-1964). En este párrafo se expresa la lucidez de Almaraz, el intelectual crítico, el hombre rebelde. En este caso, la rebelión es también contra lo absurdo. Como en Camus lo absurdo es la contradicción misma; pero esta contradicción, inherente a la decadencia de la revolución, tiene su explicación en el tiempo de las cosas pequeñas:  

 

El impulso constructor de la revolución estaba muerto. La revolución fue achicándose hasta encontrar las medidas señaladas por los americanos, cuyas proporciones las descubrieron a su vez en la propia miseria del país. Se consideraba posible hacer la revolución sirviéndose de su dinero. “Alianza para el Progreso” armonizando con esta filosofía mostraba sus abalorios: una letrina, una posta sanitaria o motocicletas para la policía. Era el tiempo de la menor resistencia. El tiempo de las cosas chicas, “sensatas y realizables”, como se repetía a menudo.

La historia sería simple si los avances y retrocesos respondieran exclusivamente al juego alternativo de gobiernos revolucionarios y contrarrevolucionarios. La revolución desde el gobierno también puede capitular con retrocesos lentos, a veces imperceptibles. Una pulgada basta para separar un campo del otro. Se puede ceder en esto o aquello, pero un punto lo cambia todo; a partir de él la revolución estará perdida. Por esto suena falsa la proclamación de la irreversibilidad de la historia cuando se confunde la totalidad del proceso con una de sus áreas particulares. Bolivia no volverá, efectivamente, a 1952; en este sentido la totalidad de la historia es irreversible, pero no se debe abrigar la menor duda acerca de que la desnacionalización de las minas está en marcha; en este otro sentido, el retroceso ha sido fácil y posible. La revolución boliviana se empequeñeció, y con ella sus hombres, sus proyectos, sus esperanzas. La política se realiza a base de concesiones, y entre éstas y la derrota no hay más que diferencias sutiles. ¿Cuándo se tomó el desvío que condujo a la capitulación? Previamente debiera interrogarse: ¿los conductores estaban conscientes de que capitulaban, se dieron cuenta de que llegaron a aquel punto desde el que no hay retorno posible?

 

 

Esta reflexión puede aplicarse en el momento presente, teniendo en cuenta, claro está, el cambio de contexto, con referencia al llamado “proceso de cambio”, salvando las diferencias, pues en este caso no hubo una revolución, sino que ésta se suplantó por una comedia, como decía Karl Marx en El 18 de brumario de Luis Bonaparte. A diferencia de la revolución nacional, el “proceso de cambio” arrancó, casi desde un principio, con el tiempo de las cosas pequeñas, con el retroceso sinuoso, cruzó cuatro veces el límite, pasado el cual, el “gobierno de los movimientos sociales” se enfrentaba al pueblo. Primero ocurrió con la crisis del “gasolinazo”, cuando se constataba la marcha regresiva del proceso de desnacionalización de los hidrocarburos con la aprobación de los Contratos de Operaciones; después, más grave aún, con el conflicto del TIPNIS, desenmascarando el carácter anti-indígena del “gobierno progresista”. El tercer cruce del límite ocurrió en la crisis del Código Penal, cuando el gobierno clientelar quiso imponer una ley inquisidora que criminalizaba la protesta y la movilización; por último, el cuarto cruce del límite aconteció de manera lenta y dilatada, con el sistemático desmantelamiento de la Constitución y la destrucción minuciosa de la democracia.

 

El hombre rebelde, el intelectual crítico, Sergio Almaraz Paz, elabora su crítica y activa su militancia en defensa de los recursos naturales, por el país, por el proletariado, por el pueblo, desde la dramática experiencia del saqueo y desde el acto heroico del proletariado y del pueblo contra la dominación de las genealogías de las oligarquías y la irrupción perdurable del imperialismo.

 

En El hombre rebelde, Albert Camus dice que la insurrección humana, en sus formas elevadas y trágicas no es ni puede ser sino una larga protesta contra la muerte; en otras palabras, el rebelde defiende la vida, incluso aunque lo haga de una manera paradójica, inmolándose, entregándose en el acto heroico, que dona su cuerpo por amor a la vida, a los humanos, al pueblo, al proletariado, a los ciclos vitales, integrados y armonizados, del Oikos, del planeta Tierra. Pero, la rebelión misma es paradójica:

 

El rebelde no quería, en principio, sino conquistar su ser propio y mantenerlo frente a Dios. Pero pierde la memoria de sus orígenes y, en virtud de la ley de un imperialismo espiritual, helo en marcha hacia el infinito. Ha arrojado a Dios de su cielo, pero el espíritu de rebelión metafísica se une entonces francamente al movimiento revolucionario; la reivindicación irracional de la libertad va a tomar paradójicamente como arma la razón, único poder de conquista que le parece puramente humano. Una vez muerto Dios quedan los hombres, es decir, la historia que hay que comprender y edificar. El nihilismo que en el seno de la religión sumerge entonces a la fuerza creadora sólo agrega que se la pueda construir por todos los medios. A los crímenes de lo irracional, el hombre, en una tierra que sabe en adelante solitaria, va a reunir los crímenes de la razón en marcha hacia el imperio de los hombres. Al “me rebelo luego existimos”, agrega, meditando prodigiosos designios y la muerte misma de la rebelión: “Y existimos solos”[3].

 

También la revolución es paradójica, sobre este acontecimiento político, altamente intenso, hay que anotar la diferencia entre rebelión y revolución, Albert Camus se expresa con claridad:

 

El espíritu revolucionario se encarga así de la defensa de esa parte del hombre que no quiere inclinarse. Sencillamente, trata de dar su reino en el tiempo. Al rechazar a Dios elige la historia, en virtud de una lógica aparentemente inevitable[4].  

 

Y un poco después, Camus escribe:

 

El movimiento de rebelión, en su origen, se interrumpe de pronto. No es sino un testimonio sin coherencia. La revolución comienza, por el contrario, a contar de la idea. Precisamente, es la inserción de la idea en la experiencia histórica, en tanto que la rebelión es solamente el movimiento que lleva de la experiencia individual a la idea. Mientras que la historia, incluso la colectiva, de un movimiento de rebelión es siempre la de un compromiso sin salida en los hechos, de una protesta oscura que no compromete sistemas ni razones, una revolución es una tentativa para modelar el acto sobre una idea, para encuadrar al mundo en un marco teórico. Por eso es por lo que la rebelión mata hombres en tanto que la revolución destruye a la vez hombres y principios. Pero, por las mismas razones, se puede decir que todavía no ha habido revolución en la historia. No puede haber en ella más que una, que sería la revolución definitiva. El movimiento que parece terminar el rizo inicia ya otro nuevo en el instante mismo en que el gobierno se constituye. Los anarquistas, con Varlet a la cabeza, han visto bien que gobierno y revolución son incompatibles en sentido directo. “Implica contradicción – dice Proudhon – que el gobierno pueda ser alguna vez revolucionario, y ello por la sencilla razón de que es gobierno”. Hecha la prueba, añadamos a eso que el gobierno no puede ser revolucionario sino contra otros gobiernos. Los gobiernos revolucionarios se obligan la mayoría de las veces a ser gobiernos de guerra. Cuanto más se extienda la revolución tanto más considerable es lo que se arriesga en la guerra que ella supone. La sociedad salida de 1789 quiere luchar por Europa. La nacida de 1917 lucha por el dominio universal. La revolución total termina así reclamando, ya veremos por qué, el imperio del mundo[5].

 

Haciendo melodía con la tonalidad camusiana, Sergio Almaraz Paz, en el capítulo Cementerios mineros, escribe:

 

El locus económico de la minería es la transferencia unilateral de la riqueza, lo que en otras palabras significa que Bolivia queda inerme en el polo de la miseria. Esta condición debe entenderse como el empobrecimiento físico del país que un día no tendrá nada más que sacar de su subsuelo, como ya sucedió con la plata y en parte con el estaño, y en función de una aniquilante dinámica de la miseria y de la violencia que no llega a la destrucción total, pero produce la invalidez. Hay una diabólica fatalidad: el estaño a tiempo de darse destruye a los que lo toman. Y no es que mueran precisamente sepultados en un socavón, la muerte está organizada burocráticamente para admitir este desenlace imprevisto y violento. La acción depredadora no proviene de la naturaleza si no, mas bien, de los hombres, así residía que la silicosis y la tuberculosis son aliados de un sistema. La pérdida de la riqueza con ser inevitable engendra una especie de fatalismo. ¡Los bolivianos son tan increíblemente modestos en sus demandas! Y tienen que serlo, la historia no transcurre en vano, hay demasiadas minas agotadas, demasiados socavones silenciosos, demasiados muertos para alimentar futilidades sobre el futuro. En el norte chileno hay cementerios inexplicables. De pronto surgen en plena pampa sin rastros de poblaciones próximas. Es como si se hubieran dado cita para hacerse notar solamente ellos. Se los defiende contra has arenas del desierto lo que da cierta idea de consideración por ellos. En otro tiempo había calicheras y poblaciones de trabajadores, pero tuvieron que partir y se llevaron todo, hasta los techos y las paredes de los campamentos. Quedaron los que llegaron a la última jornada. En el Altiplano los muertos son inmemoriales como que ya los había tres siglos antes del primer caído en las calicheras. Siglos de trabajo yacen congelados en Potosí, las minas del sud y del sudoeste. Allí no hay construcciones que la posteridad conserve reverente; los grandes testimonios están bajo la tierra mientras que lo precario, el hombre y sus poblaciones, quedan arriba en forma de laberínticos muros semiderruidos y cementerios abandonados[6].

 

Continua después con una aseveración contundente, que puede considerarse trágica, atendiendo al género literario:

 

Ninguna política social cambiará este cuadro mientras no concluya el exilio minero. Ninguna reforma es posible porque los reformadores están atrapados en el mismo exilio, ninguna forma de “humanismo” ofenderá tanto como la miseria misma. Ya es tarde para buscar exculpaciones. Los hechos de la historia trágicamente rígidos hicieron surgir dos condiciones irreductibles: la de los condenados reducidos al exilio y la de los que subsisten en la medida en que mantienen la condición de aquellos. Esta situación excluye el reconocimiento de cualquier “derecho” sin la destrucción previa del sistema. Muchos bolivianos honestos hasta ahora se dejaron ganar por la ilusión… Ellos también están descubriendo su verdad. Los hombres en las minas mueren por hambre y abandono como en tiempos de la peste o la guerra, ¿quién, que sea extraño a ellos, podría hablar en estas condiciones de ponerlos en posesión de su propia dignidad? Hay una dignidad que no la han perdido, es cierto; más que de gestos dignos para los que no hay cabida cuando el hambre destruye criaturas, se trata de un sentimiento trágico, de la lúcida aceptación de una existencia irremediablemente perdida, el reconocimiento de un destino que es el exilio. Pero no hay que llamarse a error. No puede ser masa anulada la que es matriz sufriente de la revolución: los que pueden rescatarse a sí mismos no están perdidos. Nada tiene que ver aquí la justicia, sobre todo aquella que, lejos de la carne que sufre, es concebida en términos abstractos y con la cual las buenas gentes quieren erigirse en jueces. Se cree de buena fe que los mineros forman un sector proletario cuyas luchas pueden oscilar dentro de márgenes dados de reivindicaciones posibles. Es un error, porque en las minas la vida ha retrocedido a la última frontera; para rescatarla hay que destruir un sistema y no será precisamente el reformismo el inductor del cambio, aunque fuese inspirado por hombres honestos, lo que no sucede. Si se trata de reconocer derechos correspondería a los mineros pronunciarse en primer lugar: son las víctimas. De hecho, algún día lo harán y ese día será la muerte de la República con su actual carga de miserias, o su renacimiento[7].

 

El hombre rebelde, entre ellos, el intelectual crítico, la rebelión y la revolución, forman parte del acontecimiento existencial, inmanentemente paradójico, acontecimiento compuesto de multiplicidad de singularidades y procesos entrelazados singulares, en constante dinamismo, articulación, integración, desarticulación y desintegración, así como rearticulación y reintegración. Haciendo paráfrasis a Michel Foucault de Las palabras y las cosas tendríamos que decir que, si bien después de la muerde de Dios continua la muerte del hombre, entonces, después de la muerte del hombre continua la muerte de la historia. No el fin de la historia, como entendía un filosofo inventado por el establishment, sino la muerte de la historia, es decir, la muerte del desenvolvimiento y el despliegue del nihilismo como historia.  La muerte de la voluntad de nada, entonces, el renacimiento de la voluntad de potencia, de la potencia creativa de la vida.

 

 

Un devenir de la escritura

 

La escritura, la inscripción de la huella, la hendidura en la memoria, la narración del acontecimiento es la expresión gramática del devenir del ser y del ser en devenir. Escribir, en latín es scribere; el sentido implícito de escribir es grabar, raspar, esculpir. Esto debido a que antiguamente se esculpía, escribía, en piedra, en madera, luego en tablillas cubiertas de cera, en corteza, papiro, también en piel de animal. El escrito tenía que ver con anotaciones, cronogramas, clasificaciones, relatos primarios, pero también con composiciones escritas, es decir narrativas. Las composiciones narrativas son complejas, pues articulan, en distintos planos de intensidad, composiciones de imágenes, composiciones simbólicas, composiciones literarias, composiciones de interpretaciones; toda una variedad de composiciones de la narrativa, que la hermenéutica crítica, el arte de la deconstrucción puede develar.

 

En el caso que nos compete ahora, los escritos de Sergio Almaraz Paz, hablaremos de tres estilos de la escritura; de un estilo denunciativo y descriptivo de situación o condición económica y social, que se encuentra en Petróleo en Bolivia; de un estilo genealógico, relativo a la genealogía del poder de los “Barones del estaño”, que se expresa en El poder y la caída; de un estilo analítico e interpretación trágica existencial, que se halla en Réquiem para una república. Una interpretación aproximativa puede proponer que Petróleo en Bolivia corresponde a una escritura más apegada al marxismo postulado por Sergio Almaraz, en cambio, sin dejar el enfoque marxista, El poder y la caída despliega una genealogía del poder de los “Barones del estaño”. Pronunciando una tonalidad más literaria, con acento camusiano, Réquiem para una república cobra una narrativa crítica existencial. Sin embargo, ya desde el primer libro se nota, en el despliegue de la escritura, la inclinación literaria del autor; hay páginas que tienen como contexto la guerra del Chaco donde sobresale no solamente las anotaciones históricas sino el dramatismo bélico y el oprobio de las empresas trasnacionales en formas expresivas literarias intensas. Lo mismo, el segundo libro, las descripciones paisajistas y el dibujo de la personalidad de Simon I. Patiño sobresale en su dibujo literario. Ciertamente en el tercer libro el talento literario cobra vuelo, también muestra sus alas la inclinación filosófica del autor.

 

No sé si Sergio Almaraz Paz leyó la novela El talón de hierro de Jack London – es posible que lo haya hecho -, pues se puede hacer analogías entre la exposición de Ernesto Everhard, personaje de la novela, militante y candidato del Partido Socialista de Estados Unidos de Norte América, de la primera década del siglo XX, sobre la oligarquía capitalista norteamericana, el desarrollo de los trust, y la exposición de Sergio Almaraz sobre el dominio mundial de las trasnacionales del petróleo. Ernesto realiza exposiciones marxistas ante un auditorio atónito de sacerdotes y otro auditorio exaltado de filántropos de la oligarquía capitalista. Almaraz describe detalladamente el desarrollo y el dominio de los oligopolios trasnacionales, coaligados con la banca y los estados de las potencias industriales e imperialistas. ¿Por qué hacemos esta comparación? Precisamente por la inclinación literaria temprana del intelectual crítico en consideración.

 

En El poder y la caída destaca el manejo de la biografía del potentado y multimillonario del consorcio del estaño, acompañado por la génisis de la oligarquía minera y su relación con la estructura de poder, en tanto “Super-Estado” minero, que manejaba los engranajes no solamente del gobierno sino también de ese Estado-nación incipiente, anterior a la revolución nacional de 1952. Aunque se trata de una investigación y análisis crítico del poder de la oligarquía minera, sobresale la exquisita escritura sobre las historias de los personajes involucrados y de las empresas mineras que se desarrollan a costa la pobreza del proletariado y del país, que queda inerme ante esta explotación articulada al desarrollo del capitalismo industrial y de la transnacionalización de las economías nacionales y locales.

 

Como dijimos, el ojo psicológico y la sensibilidad intelectiva sobresalen en la obra literaria, donde el ensayo, la literatura y el análisis se combinan, conformando una composición lúcida de la interpretación de la formación económico-social-política-cultural de Bolivia y de las genealogías del poder inherentes, además de la dramática social. Los perfiles de la psicología de la vieja oligarquía y de la nueva oligarquía se muestran desnudamente, haciendo evidente la relación perversa que tienen con el país y su pueblo. El capítulo Una cena en la embajada parece de una novela de magnates bandoleros y de funcionarios instrumentales al sistema del saqueo de los recursos naturales; se trata de la pugna de las fundidoras del estaño, la competencia entre la Williams Harvey, que controlaba Patiño, pero con tres de sus seis hornos paralizados, entonces, y la fundidora, establecida en Estados Unidos de Norteamérica, en Texas City, de propiedad de Wa-Chang. La embajada norteamericana era un dispositivo de presión y disuasión sobre el gobierno de Víctor Paz Estenssoro; el embajador presionó para que se cumpla el contrato con Wa-Chang, conseguido a duras penas, en la disputa con la fundidora británica Williams Harvey, aunque no en las pretensiones que buscaban alcanzar los estadounidenses. Los asesores norteamericanos también boicotearon al Banco Minero, pretendían el control de esta institución y extorsionar a los mineros, exigiendo que les suban un cien por ciento los impuestos. Lograron sacar al gerente del Banco, pero no lograron lo que querían en cuanto al impuesto a los mineros. Solo fue cuestión de unos días, cuando después del golpe militar del general René Barrientos Ortuño, pupilo del general Fox, agente de la CIA, los norteamericanos consiguieron todo lo que buscaban.

 

Estamos pues ante despliegues y desplazamientos de estratos gramáticos de la escritura de Sergio Almaraz Paz. Las capas de narrativas que se articulan se vinculan, conformando composiciones en el desenvolvimiento del devenir de la expresión crítica y de la escritura comprometida de un intelectual activista, al servicio entregado al país, al pueblo y a la nación esquilmada por las estructuras de poder mundiales y nacionales, por los empresarios y funcionarios de las potencias industriales capitalistas y los funcionarios cipayos del Estado-nación subalterno.  

 

[1] Estos libros se encuentran republicados en la Obra de Sergio Almaraz Paz; Plural Edtores; La Paz 2011.

[2] Esta es la interpretación que usaba el Grupo Octubre, almaracista por definición, por su adscripción a lo que se llamó la “izquierda nacional”. La interpretación se basaba en una carta del Comité Central del Partido Comunista a Sergio Almaraz paz. El tono y la redacción de esta carta llama la atención dado que Alber Camus perteneció al PCF hasta su distanciamiento debido al pacto germano-soviético, que consideraba una traición a los postulados de la revolución internacional y proletaria.  

[3] Albert Camus: El hombre rebelde. Editorial Losada; Buenos Aires 1978. Pág. 99.

[4] Ibidem: Ob. Cit.; pág. 100.

[5] Ibidem: Ob. Cit.; pág. 101.

[6] Sergio Almaraz Paz: Réquiem para una república; Cementerios mineros. Ob. Cit.

[7] Ibidem: Ob. Cit.

 

Raúl Prada Alcoreza

Escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.