Construcción de una hdroeléctrica comunitaria

La construcción de la hidroeléctrica comunitaria Luz de los Héroes y Mártires de la Resistencia, ubicada en la Zona Reina del departamento de Quiché, en Guatemala, es muestra de la perseverancia, voluntad y fuerza de las Comunidades de Población en Resistencia que sobrevivieron en las montañas durante 17 años, perseguidas por el ejército de Guatemala, y que hoy disfrutan de su propia generación de energía eléctrica en beneficio de la comunidad.



De la resistencia en las montañas a la autogestión y la defensa de los bienes comunes.Construcción de la hidroeléctrica comunitaria Luz de los Héroes y Mártires de la Resistencia, en la Zona Reina, Quiché, Guatemala

Anamaría Cofiño Kepfer1 

Investigadora independiente,

anamaria.cofino@gmail.com

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-41152014000100021

La construcción de la hidroeléctrica comunitaria Luz de los Héroes y Mártires de la Resistencia, ubicada en la Zona Reina del departamento de Quiché, en Guatemala, es muestra de la perseverancia, voluntad y fuerza de las Comunidades de Población en Resistencia que sobrevivieron en las montañas durante 17 años, perseguidas por el ejército de Guatemala, y que hoy disfrutan de su propia generación de energía eléctrica en beneficio de la comunidad. El objetivo de este artículo es hacer una breve recuperación de este proceso, desde que soñaron con él, en el refugio, hasta la actualidad, cuando brindan el servicio, lo gestionan, administran y mantienen de manera independiente, constituyendo un ejemplo de autonomía energética que otras comunidades desean reproducir. La perspectiva de los sentimientos es un elemento de análisis que nos permite ampliar la comprensión sobre las relaciones de poder que visibiliza las transformaciones socioculturales en el tiempo.

Introducción

Mi primera visita a la Zona Reina fue realizada junto con integrantes del colectivo ecologista Madreselva, quienes me invitaron a conocer un proyecto comunitario de luz que habían iniciado a construir miembros de las Comunidades de Población en Resistencia (CPR-Sierra) en el lugar a donde fueron reubicados luego de permanecer largos años en las montañas, huyendo de la persecución del ejército de Guatemala, que los consideraba como elementos subversivos. Unión 31 de Mayo es el nombre que le pusieron en conmemoración del día en que fueron trasladados en 1998 a los terrenos de la finca El Tesoro.

El cuarto de máquinas donde está la turbina había permanecido cerrado varios años y este día se abría frente a las familias que habían colaborado a lo largo del proceso de construcción, mismo que se había detenido por varios problemas surgidos en la comunidad. En ese momento la luz todavía no se había logrado llevar hasta las viviendas, y con este acto se buscaba abrir una nueva etapa en la que era necesario conseguir recursos financieros y apoyo político para reanimar a la comunidad y concluir con lo que se había soñado.

Comentando con uno de los dirigentes históricos sobre la importancia de registrar este hecho, surgió la idea de elaborar un documento en el que quedaran plasmados sus recuerdos, sus esfuerzos y las formas en que se organizaron para realizarlo. Así dio inicio la recopilación de testimonios sobre el recorrido que empezó desde antes del abandono forzoso de sus lugares de origen y que llega hasta el presente, cuando la luz es ya parte de la vida cotidiana de esta comunidad. El propósito era hacer un texto que pudiera servir para que las nuevas generaciones conocieran la historia de sus ancestros y la forma en que llegaron a convertirse en la única comunidad con luz eléctrica de la zona. Al mismo tiempo se buscaba dejar plasmada la experiencia para que otras comunidades pudieran conocerla y les fuera de utilidad para construir sus propios proyectos.

Al realizar las entrevistas con mujeres y hombres involucrados en el proyecto que estuvieron anuentes a participar en la elaboración de esa historia, pusimos especial atención a los sentimientos que los acompañaron. Esto lo hicimos para tener una visión más completa de las vivencias de las personas que compartieron los años de sobrevivencia y lucha, y para visibilizar cómo los sentimientos se entrelazan y transforman con las condiciones en que se desarrolla la vida. Creemos que lo dicho por David Le Breton (1999) es justo: «Los hombres [y las mujeres de manera particular] experimentan afectivamente los acontecimientos de su existencia a través de repertorios culturales diferenciados que a veces se parecen, pero no son idénticos». Y consideramos que «el registro afectivo de una sociedad exige su captación en el contexto de las condiciones reales de sus expresiones».

Con este artículo se busca dar a conocer el largo recorrido que se ha caminado para llegar a contar con un servicio básico para el bienestar comunitario, en un contexto en el que la energía potencial de los ríos es un recurso en disputa entre las empresas privadas, nacionales e internacionales que buscan explotarlos para generar riquezas y las comunidades que luchan por la defensa de la naturaleza y de sus territorios.

Antes de la violencia

La mayoría de mujeres y hombres que han participado en esta investigación dando testimonios sobre el largo proceso de construcción de la hidroeléctrica comunitaria «Luz de los Héroes y Mártires de la Resistencia», ubicada en la Zona Reina del municipio de Uspantán, departamento de Quiché en el noroccidente de Guatemala, provienen de aldeas y caseríos del área ixil, es decir, son originarios de los municipios de Santa María Nebaj, San Juan Cotzal y San Gaspar Chajul y de localidades del departamento de Huehuetenango. En relatos referidos a «la vida antes de la violencia», encontramos experiencias y vivencias compartidas, como las duras condiciones materiales de su infancia, la falta de acceso a servicios y oportunidades, el trabajo agotador en las plantaciones de azúcar, café y algodón forzado por la necesidad de ganar dinero para la sobrevivencia familiar, y una cultura maya de raíz mam que conserva idiomas y usos ancestrales.

Mujeres y hombres que habitan la comunidad Unión 31 de Mayo, donde hoy funciona el proyecto de luz, han relatado cómo vivían antes de la violencia que provocó la dispersión, el dolor, la pérdida de seres queridos, así como de bienes materiales y tierras. La vida había sido difícil, pero no guardaban en su memoria una violencia de las dimensiones que alcanzó en los años ochenta. Sus apreciaciones son que «se vivía con más tranquilidad» pese a las carencias materiales: Se respetaban costumbres, se compartía espacios comunitarios, se conocían y colaboraban en trabajos colectivos, la cotidianidad sucedía sin sobresaltos, el territorio que habitaban guardaba referencias que todos podían reconocer, como los lugares sagrados y de culto. Generalizando, podemos afirmar que los actuales integrantes de la comunidad eran miembros de aldeas campesinas k’iche’s, ixiles y q’anjob’ales alejadas del Estado y marginadas del desarrollo, donde predominaba el minifundio como medio de producción entre un campesinado que posee extensiones mínimas de tierra que no proporcionan los elementos básicos para la sobrevivencia.

La fragmentación de las tierras de los pueblos indígenas se agravó en el siglo XIX con la llegada de ladinos a sus territorios. Fue con la implantación del café como cultivo para la exportación que aparecieron los primeros habilitadores o enganchadores de trabajadores de fuera que venían a contratar mano de obra para las fincas de la costa en temporada de cosecha. Acumulando tierras adquiridas ilegalmente, con el paso del tiempo algunos de estos ladinos y descendientes de europeos se convertirían en grandes terratenientes, como los dueños de San Francisco y La Perla, identificadas como dos grandes fincas donde los conflictos sociales alcanzaron altos niveles de violencia.

Algunas personas con quienes conversamos recuerdan como un hito el asesinato del finquero José Luis Arenas, El Tigre de Ixcán, por guerrilleros del recién integrado Ejército Guerrillero de los Pobres, EGP, en 1975. Mario Payeras, fundador de dicho grupo describe la relación con el finquero así:

En su finca La Perla, la cantidad de mozos que desquitaban deudas hereditarias formaba buena parte de la fuerza de trabajo. Solían dar adelantos sobre las pequeñas cosechas de café de los indios y luego se cobraba en especie, a precios de horca y cuchillo. El nombre de este señor feudal estaba vinculado a toda clase de despojos y arbitrariedades. En algunas de sus fincas, utilizaba cepos para castigar a los más rebeldes.

Acciones cómo ésa de la guerrilla y otras realizadas con el fin de evidenciar los abusos de los patronos, dieron pie a posteriores reclamos y demandas laborales para mejorar la calidad de vida de los trabajadores en las fincas, así como para la incorporación de grupos de pobladores a dicha organización revolucionaria, cuyo discurso encontraba eco entre quienes padecían en carne propia las desigualdades del sistema.

Un hecho crucial que muchas personas recuerdan como un parteaguas de sus vidas fue la toma de la Embajada de España el 31 de enero de 1980 como medida de presión de campesinos indígenas ixiles para denunciar ante el mundo la represión militar en sus territorios que, desde los años posteriores al terremoto de 1976, había ido en aumento con amenazas, desapariciones y asesinatos de líderes en un territorio considerado por el ejército como área de conflicto por la presencia guerrillera. La represión se dio en otras partes del país donde la organización popular estaba en ascenso, influenciada por grupos católicos de la corriente de la Teología de la Liberación, y por partidos y organizaciones de izquierda como el mismo EGP. La respuesta del gobierno del general Romeo Lucas García a este acto de denuncia fue la quema de la oficina donde estaban reunidos los campesinos con funcionarios de la sede. La inmunidad diplomática, los acuerdos internacionales y los derechos humanos de las personas fueron salvajemente violados por un régimen que en adelante no guardaría escrúpulos para implementar sus campañas de exterminio. Este hecho marca el ascenso de la violencia militar hacia niveles descomunales. En total 38 personas murieron deliberadamente incendiadas por los comandos de la policía y la judicial que obedecieron las órdenes de acabar con ellos.

Desde entonces la violencia se extendió por la zona ixil, a la cual el ejército consideraba base social de los grupos insurgentes. Las políticas de tierra arrasada y las masacres se aplicaron masivamente en los años 82 y 83 bajo el régimen del general Efraín Ríos Montt, como una manera de contrarrestar la incorporación de indígenas a las organizaciones y cortar su apoyo a las mismas. La persecución, agresión constante y la eliminación física de de numerosas personas hicieron que miles de familias se vieran forzadas a desplazarse de sus lugares de origen, buscar salida hacia México para refugiarse o huir a las montañas para no tener que entregarse al ejército, y así salvar sus vidas.

La Sagrada Montaña

La resistencia como la entendemos aquí se refiere a una serie de actos individuales y colectivos de oposición al dominio impuesto, es la transgresión del orden, el cuestionamiento del poder; es la defensa de lo propio ante la amenaza externa. La resistencia es la capacidad de sobrevivir sin rendirse ante la opresión.1

Los grupos originarios que ocupaban estos territorios antes de la conquista opusieron resistencia armada frente a la invasión, eso perduró a lo largo del periodo colonial cuando las rebeliones, alzamientos, motines y confrontaciones fueron expresiones continuadas de rechazo a seguir los mandatos, a obedecer las normas, a hablar el idioma extranjero y asumir sus prácticas religiosas (González 2011).

La huida a las montañas en búsqueda de refugio y como santuario de sobrevivencia tiene larga data como se ha demostrado y dicho con anterioridad.2 Es común leer en crónicas y relatos desde el periodo colonial, referencias a huidas a las montañas de indios que se reusaban a pagar tributo, a someterse al trabajo forzoso, a obedecer a las autoridades civiles y eclesiásticas o a soportar los abusos de patrones y ejércitos. El obispo Pedro Cortés y Larraz (1958: 42), cuando visita Uspantán en 1770, habla de indígenas que exigían expulsar al cura del lugar con quien tenían reclamos varios y donde no se fuera, «se iban a los montes».

Los indígenas han buscado refugio en las montañas para escapar de la esclavitud y conservar sus formas de vida. Enmontañarse o esconderse entre las tupidas selvas y bosques ha sido el recurso de quienes han confrontado al poder establecido, y en casos como éste, oponiendo resistencia a los abusos y a la injusticia. Cortés y Larraz (1958) afirma en el mismo apartado que los indios no asumen la religión cristiana, y que siguen creyendo en sus «idolatrías antiguas», otra razón por la que también buscaron lugares apartados para mantener sus propias creencias. Durante siglos hubo persecuciones y violencia hacia grupos y personas rebeldes a quienes el territorio montañoso y la naturaleza les han dado cobijo. Motivos para huir no han faltado.

En los años más sangrientos de la aplicación de la política contrainsurgente implementada por el Estado de Guatemala en la región ixil (1980-1987), miles de personas tuvieron que salir huyendo de sus comunidades como una estrategia de sobrevivencia ante la presencia del ejército. Los asesinatos, torturas, violaciones, secuestros, el incendio y arrasamiento de aldeas y siembras completas les dejaba pocas alternativas: entregarse al ejército para estar bajo su control, unirse a la lucha armada con la guerrilla o irse a la montaña con sus comunidades. Como leemos en la investigación de Andrés Cabanas (1999) sobre las CPR, «Pobladores de más de 100 aldeas, fincas o parcelamientos, de nueve municipios, de dos departamentos, abandonaron sus lugares de origen e iniciaron una existencia nómada, al margen del control gubernamental». Otras fuentes hablan de 250 mil personas desplazadas por la violencia, para el área en cuestión, se dice que hubo en la montaña cerca de 20 mil personas.3

Según iban en aumento las desapariciones, matanzas y exterminio de caseríos, aldeas y comunidades, así la dispersión de las poblaciones fue abarcando más territorio y personas desplazadas, tanto en la sierra como en la selva de Ixcán. Los testimonios dan cuenta de experiencias traumáticas presenciadas y vividas en carne propia, como la tortura y el asesinato de familiares o conocidos en distintas circunstancias de horror y crueldad ilimitadas. Hay quienes sufrieron la pérdida de varios seres queridos, no sólo en manos del ejército cuando llegaba a las aldeas buscando supuestos colaboradores de la guerrilla, sino en la montaña, por el hambre, el frío, las heridas, las largas marchas, la tristeza, la soledad. Muchas personas ancianas y menores de edad no aguantaron y murieron allí, sometidas a carencias como la de sal, que es frecuentemente recordada como una de las peores dificultades encaradas. En los testimonios es frecuente escuchar las descripciones de sí mismos como gente sin casa, comida, ropa ni calzado que vagaba por las montañas evitando ser capturada por el ejército.

Esta situación vivida por miles de campesinos indígenas, respondió a la aplicación de políticas de Estado que tenían como fin romper los vínculos entre la población y la guerrilla, nexos que en determinado momento fueron vistos como un peligro real para la oligarquía y el ejército que temía la implantación de un régimen comunista, «como los de Nicaragua y Cuba». El daño causado por el ejército al impedirles vivir en libertad, no permitirles sembrar y cosechar; la eliminación de miles de personas, el arrasamiento de comunidades enteras, las torturas, las violaciones sexuales masivas, repetidas y multitudinarias, la esclavitud laboral y la prostitución forzada, son evidencias que demuestran que en Guatemala sí hubo genocidio, porque se atacó a población civil inerme y se atentó contra su dignidad humana.

La creación de las Patrullas de Autodefensa Civil por parte del Estado entre 1981 y 1982, como mecanismo de control, apoyo al ejército y profundización de la división comunitaria e ideologización de sus integrantes es un fenómeno que se enlaza estrechamente con el de las CPR, puesto que muchos hombres de las mismas comunidades de origen fueron capturados y conminados a realizar patrullajes, delatar, torturar y perseguir a personas de sus mismos lugares. Desde la perspectiva de las personas comunitarias, fue una opción que no se podía tomar, porque no sólo implicaba una traición hacia sus vecinos y sí mismos, sino un riesgo, puesto que el ejército ponía a los patrulleros como carne de cañón, sin ofrecerles seguridad ni recursos para su defensa.

Para finales de la década de los años ochenta se habla de más de 15 mil personas refugiadas en la Sierra de Chamá, constituyendo los grupos que se autodenominaron Comunidades de Población en Resistencia o «CPR». Estas comunidades que anduvieron por las montañas quizá sean la movilización humana más numerosa de la historia guatemalteca reciente, y uno de los procesos más largos de sobrevivencia en condiciones adversas en el país. Ese largo periodo ha sido descrito como años de silencio, oscuridad, hambre, enfermedades y temor causados por las constantes persecuciones, incursiones armadas y bombardeos del ejército contra población indígena, calificada por éste como base de apoyo para las guerrillas.

Luego de años de sobrevivir errantes bajo asecho del enemigo padeciendo múltiples carencias, las CPR empezaron a salir a luz pública en septiembre de 1990, luego de un proceso de consultas y reuniones que culminó con una Asamblea General, celebrada en marzo de ese año, en la que se ratificó la decisión de romper el silencio. En un primer documento publicado por las CPR en 1990, éstas se autodefinen como «[…] campesinos, civiles desplazados de sus lugares de origen, familias, grupos étnicos y el resto de la población de Guatemala debido a la represión del ejército contra nuestra gente», y dan las razones por las cuales se vieron obligados a elegir ese arduo camino:

Resistimos porque sentimos y vivimos en nuestra propia carne el dolor causado por la injusticia de los gobiernos pasados y presente que nos persiguen, asesinan y bombardean… Resistimos para defender nuestros derechos, familias y las vidas de nuestras comunidades… (Grandin et al. 2011).

Aunque se han realizado varias investigaciones y se ha escrito mucho sobre este fenómeno y periodo, es importante seguirlo estudiando en todas sus dimensiones y perspectivas para entenderlo y darlo a conocer a las nuevas generaciones. Pasados los años, encontramos elementos clave que nos permiten profundizar y ampliar el conocimiento, así como enriquecer y madurar los conceptos utilizados. El tiempo ha posibilitado una mayor apertura a hablar de estas experiencias, hoy hasta las mujeres que suelen ser más reservadas se prestaron para dar sus testimonios y narrar desde sus perspectivas esa dura etapa de sus vidas. El llanto ha acompañado estas sesiones, al recordar los padecimientos, las pérdidas, el dolor. Pero también aparecieron el coraje, el rencor, la indignación.

Hemos puesto atención a los sentimientos expresados considerando que éstos son referentes socioculturales y psicológicos que nos permiten ver los alcances de la violencia, sus repercusiones en la psiquis individual y en el tejido comunitario, y los efectos en las generaciones que heredaron las secuelas. La guerra psicológica que se utilizó como arma contra las poblaciones, buscó golpear en lo más profundo a las personas, hiriendo su identidad, sus relaciones, sus costumbres y sentimientos. En los relatos se evidencia la vinculación que hay entre lo que se vive, lo que se piensa y siente.

Desde la Antropología se considera los sentimientos como una mediación entre las personas y la sociedad y su entorno, como elementos clave que nos dan información sobre las culturas, intermediaciones entre los seres y su entorno; como expresiones e interpretaciones de las relaciones de poder. Como afirma Agnes Heller (1993): «La expresión del sentimiento es una de las fuentes principales de información que tenemos respecto de otra persona». O como bien dice José Antonio Marina (2006): «Los sentimientos son un balance consciente de nuestra situación… experiencias conscientes en las que el sujeto se encuentra implicado, complicado, interesado». Para este artículo vamos a partir de una concepción amplia de los sentimientos que los vincula con las emociones, entendidas como expresiones temporales del sentimiento; con los deseos, la voluntad y los sentidos; y sobre todo, con el entorno que los genera, nombra, ordena, sanciona, y relaciona. Consideramos que enfocar nuestra mirada en el ethos sentimental de las personas involucradas en este proyecto, nos puede dar elementos para comprender el tejido de relaciones en que se desarrolla.

Desde nuestra perspectiva, en todas las sociedades existen sentimientos opresivos y sentimientos liberadores, unos que promueven transformaciones y las acompañan, como la curiosidad y el valor; otros que procuran la aceptación y la parálisis, como la desconfianza, la resignación y el miedo. Entre estos extremos, hay sentimientos relacionados, como las envidias, los celos, el odio, el afecto hacia el prójimo y el amor a la vida. En este punto es preciso señalar que los sentimientos varían según la pertenencia de clase, de un tiempo a otro, de una cultura a otra, de un sexo a otro, puesto que hay una educación sentimental que nos orienta acerca de qué, cómo, cuándo, donde y con quiénes expresar lo que nos afecta y en este sentido, cada cultura tiene sus códigos sentimentales. A las mujeres habitualmente se les educa para el servicio, a los hombres para la dirección; a los indígenas se les impuso la sumisión a fuerza de malos tratos, al blanco se le entrena para mandar.

Cuando ponemos nuestra atención en los sentimientos de las y los sobrevivientes de la guerra en Guatemala, podemos ver hasta dónde la violencia provocó malestar, dolor, enfermedad, rupturas; y de otra parte, resistencias, empoderamientos, transformaciones y transgresiones. Cómo estos sentimientos se han ido transformando o adaptando en diversas circunstancias. Los sentimientos compartidos son elementos culturales de identidad, de cohesión o fraccionamiento social, son representaciones de lo que se vive en común, pero también de las condiciones de vida, de los sueños que cobijan, de sus intimidades, personalidad y opciones subjetivas. Para David Le Breton (1999), «La afectividad no es la medida objetiva de un hecho, sino un tejido de interpretación, una significación vivida». Justamente eso es lo que encontramos al hablar de los sentimientos: una trama en la que se anudan y desenlazan elementos culturales, psíquicos, procesos de subjetivación y relaciones de poder.

Los sentimientos pueden ser detonantes de actos colectivos de violencia, de gestos de solidaridad, dependiendo cómo se asumen y manifiestan, cómo se superan o cómo se incorporan al análisis de la realidad, también dependiendo del medio en que se desenvuelven. Para las ciencias sociales, los sentimientos son una fuente de información que nos acerca al corazón humano, a la visión y comprensión del mundo y de sí, como personas y comunidades. Son una expresión cultural que se entrelaza con las subjetividades individuales.

En contextos de guerra o de violencia extrema como la que atravesaron las CPR en los años ochenta, los sentimientos pueden agudizarse y provocar reacciones inesperadas. Del miedo puede surgir el valor; del dolor, la apatía o la rabia; de la indignación, la acción política. Y de todo ello, la voluntad racional de transformar, que a su vez está movida por un deseo de querer vivir digna y pacíficamente.

La perspectiva sentimental nos proporciona aquí una mirada en la que se contemplan elementos subjetivos de las personas involucradas en un proyecto de autogestión que requirió la inversión de una fuerza inusitada, no sólo para sobrevivir, sino para seguir luchando.

El concepto de continuum utilizado en los estudios de Cynthia Cockburn (2004) y otros autores sobre violencia y conflictos nos permite ver cómo se vinculan y reproducen los distintos tipos de violencia y cómo se modulan sus expresiones y efectos de acuerdo con la posición que se ocupe en la compleja trama de las relaciones sociales, a la vez que se van conformando reacciones múltiples a fenómenos que se prolongan en el tiempo. La Antropología de la Violencia estudia las relaciones de poder, los mecanismos de dominación, su orden jerárquico y sus maneras autoritarias, los simbolismos y las representaciones culturales de las relaciones humanas, las causas y efectos de las violencias. Este enfoque puede contribuir a la conformación de un marco interpretativo más amplio que permita entender las conductas y actitudes en relación con la violencia, para transformarlas, sean individuales o colectivas.

La violencia contra las mujeres es un ejemplo esclarecedor de la articulación que existe entre los sentimientos como expresión subjetiva y como fenómeno cultural. La violencia contra ellas genera, promueve, impone, sanciona determinadas expresiones sentimentales que de un lado agudizan la opresión, pero a la vez pueden poner al descubierto las causas de la misma y abrir posibilidades de sanación y transformación personal y colectiva. Las diversas formas de violencia que padecen las mujeres al ser explotadas sexual y laboralmente están relacionadas con otros mecanismos de subordinación que permiten su existencia y su reproducción: las mismas mujeres sujetas a explotación contribuyen a su perpetuación al reproducir la cultura patriarcal y la misoginia que la caracteriza. La victimización, el hecho de verse a sí mismas como sujetas de sufrimiento, es resultado de la enseñanza formal, explícita o sutil, que exige de las mujeres actitudes sumisas, no beligerantes. Tanto las diversas violencias como los sentimientos que generan se conjugan con las creencias, la educación y la cultura en general. En este punto podemos preguntarnos si la resistencia tiene un parentesco sentimental con la historia de los pueblos, si hay sentimientos que han alimentado a las resistencias. Y sí, allí aparecen el amor, el miedo, el valor, juntos, intrincadamente relacionados con la determinación de resistir.

En la historia de las mujeres en Guatemala la violencia ha estado presente desde la antigüedad, ha tomado distintas representaciones y formas, pero es un elemento de-formativo que ha contribuido a conformar personalidades resignadas, sufridas, impotentes, por un lado, pero también ha generado rebeldías, resistencias, insurgencias. Es decir, la violencia ha ido conformando el carácter, la personalidad, la conducta, el imaginario y los sentimientos de la sociedad con todas sus contradicciones. La violencia que abarca los ámbitos económicos, políticos y sociales ha dejado huellas profundas en nuestro corazón colectivo e individual. Esa cultura que acepta y tolera la violencia como mecanismo para mantener un orden injusto de desigualdades ha promovido valores, gestos, creencias, deseos y actitudes que constituyen el modelo permitido de mujer que conviene al sistema.

La historia de los pueblos indígenas en Guatemala está teñida de violencia. Existen evidencias de la misma desde el periodo prehispánico, pero con mayor énfasis, a partir de la invasión española en el siglo XVI. La encomienda, la recaudación de impuestos, la imposición de la cultura europea, con la religión católica como marco ideológico, el racismo y las discriminaciones, así como el carácter patriarcal del Estado, han sido impuestos a sangre y fuego, con un costo en vidas inmenso y con la implantación de un modelo sentimental opresivo que fortalece las servidumbres y los abusos.

Las relaciones de poder han prefigurado un esquema sentimental en el que los hombres blancos se sienten superiores y actúan en consecuencia, frente a indígenas que han sido «educados» para obedecer órdenes y aguantar desmanes ajenos sin responder. Esta desigual correlación ha sido la fuente de rebeliones, motines, insurgencias, transgresiones al orden establecido que han sido avivadas por sentimientos de indignación, odio, rencor, valor, atrevimiento y tenacidad. La violencia estructural que está en la base del sistema de privilegios es el caldo de cultivo de sentimientos encontrados, tanto en las víctimas como en los victimarios. La toma de conciencia de los pueblos originarios sobre las causas de la opresión colonial abrió los cauces a un cúmulo de sentimientos largamente acallados, generó reflexión y cambios en los pareceres y sentires populares: el respeto hacia el patrono, que era sinónimo de miedo, se transformó en osadía, al asumir que todas las personas tienen derechos y son iguales entre sí. Entre los trabajadores hay un conocimiento encarnado sobre las desigualdades económicas que en muchos casos genera un odio de clase que se manifiesta con distintas modalidades que van desde el uso del sentido del humor hasta los ataques y agresiones físicas hacia personas y propiedades.

Construyendo sueños: nuevas vidas en nuevos territorios

La Zona Reina, llamada así en referencia al presidente José María Reina Barrios (1892-1898), quien retribuyó a milicianos que lo apoyaron con tierras para colonizar en el periodo liberal, está ubicada en el noroccidente del departamento de Quiché. Integrada por aproximadamente 181 aldeas, caseríos y comunidades desperdigadas en cerros, barrancas y montañas escarpadas, separadas por caminos de difícil tránsito que alargan grandemente las travesías debido a las pésimas condiciones en que usualmente se encuentran, no sólo por el abandono del Estado sino por las condiciones climáticas de un prolongado periodo lluvioso de aproximadamente nueve meses al año.

Hacia allí fueron trasladadas en mayo de 1998 más de 400 familias de las CPR procedentes de la sierra de Chamá donde habitaron por cerca de quince años, huyendo del ejército que los acosaba y perseguía por considerarlos bases de la guerrilla, población insurgente, enemigos. En la Zona Reina fueron reubicados quienes se habían encontrado en la montaña y que venían a establecerse en lo que hasta entonces habían sido fincas de ganado. La decisión de asentarse allí había pasado por discusiones y negociaciones con instancias internacionales, del Estado de Guatemala, organizaciones políticas y las mismas comunidades. Su expulsión del refugio se debió también a que al ejército no le convenía que se establecieran permanentemente en la montaña, probablemente temían que se pudiera declarar territorio liberado, con lo cual las negociaciones podrían haberse entorpecido y dificultado sus fines. Otro elemento que estaba presente es la existencia de minerales y recursos hidráulicos en la zona, mismos que estaban en la mira de empresarios y finqueros para su explotación.

La comunidad Unión 31 de Mayo lleva ese nombre en recuerdo de la fecha en que se hizo un primer traslado desde la sierra, hacia los terrenos de la finca El Tesoro, donde se les ubicó luego de que les ofrecieron condiciones básicas para establecerse, una vez reconocidos formalmente como población no combatiente. Las fincas adquiridas por el Estado están situadas al noroeste del municipio de Uspantán, a siete horas de la carretera más cercana y a ocho de las comunidades que dejaron en la montaña. Cubre un área de 54 caballerías y se encuentra dividida en tres sectores (San Antonio, La Gloria y Tesoro Chico). Las dos etnias mayoritarias son la ixil y k’iché, aunque hay también algunas familias q’anjob’ales y ladinas en un zona donde predomina la etnia q’eq’chi’.

El traslado de la montaña a la finca marca un punto crucial en la historia de la Unión 31 de Mayo. Atrás quedaban años de sufrimientos extremos, hambre, frío, miedo, dolor, hostigamientos del ejército, solidaridad, aprendizajes, prácticas de guerra. El porvenir era una incógnita. Lo que privaba era el deseo de construir una comunidad donde se pudiera vivir en libertad dignamente. Sus objetivos prioritarios eran: contar con carretera, puesto de salud, escuela, centro de animación, y servicios como agua potable y luz. Poco a poco, con muchos esfuerzos y venciendo las adversidades y carencias, fueron dotándose de lo mínimo necesario. Antes, en su refugio en Cabá, relatan los integrantes de las CPR entrevistados, ya habían logrado construir una biblioteca comunitaria, pero los libros se perdieron en el azaroso proceso de salida de la montaña. Un joven recuerda los poemas y dibujos que realizó para los visitantes que llegaron a verlos cuando empezaron a salir a luz pública. No pudo mostrar los dibujos porque muchos se quedaron perdidos en el traslado.

Recuerdan que aterrizaron en la finca y no había nada, era un páramo sin árboles ni cultivos. Ellos llegaron con un equipaje reducido, ya que no se les permitió llevar sus escasas pertenencias, solo ropa. Más de alguna mujer narró que transportó, oculta entre trapos, su piedra de moler. El pretexto para impedirles llevar otros enseres era que los helicópteros del ejército que solicitaron no aguantaban con mucho peso. En todo caso, era poco lo que poseían, dadas las condiciones precarias en que vivían en las montañas, huyendo, cocinando de noche, amordazando a las criaturas para que no hicieran ruido, aguantando hambre y frío.

Como mayo era época de lluvia, les dieron unos metros de nylon o pliegos de tela plástica y unas láminas para taparse, y así -demostrando una voluntad férrea, forjada en la esperanza-volvieron a empezar la lucha por la vida. El desencanto se manifestó al ver que sus condiciones allí iban a ser peores que las que recién dejaban, donde finalmente habían logrado construir sus comunidades, viviendas precarias, escuelas, centros sociales, levantar sus milpas y cultivos.

Los primeros meses de reasentamiento en la finca fueron duros: alejados de compañeros de la montaña que se habían ido a otros asentamientos en la costa, sin viviendas, herramientas ni recursos para desarrollar la vida en comunidad. Cuentan que pasaron días comiendo sólo tortillas hechas con harina de maíz que les habían donado, hierbas, raíces, bejucos. Otra vez como cuando huían del ejército. Echaban en falta la «Santa Malanga», tubérculo de origen tropical que constituye una fuente de alimentación primordial y que veneran quienes pasaron por la experiencia de sobrevivir en las montañas, porque les ha dado sustento en las adversidades y sigue siendo hoy un ingrediente básico de su dieta. Tardaron cerca de tres años para lograr tener casas y servicios mínimos. Hubo quienes, para lograr sobrevivir, tuvieron que emplearse en las siembras de cardamomo que hay en la zona, y como comunidad, recurrieron a la búsqueda de apoyos nacionales e internacionales para conseguir fondos y recursos. Cada familia, algunas encabezadas por viudas, contaba con 126 cuerdas para sembrar, y allí empezaron a construir sus viviendas y sembrados de cardamomo, café, milpa, frijol y frutales.

La Unión 31 de Mayo contó con la presencia de acompañantes internacionales, principalmente de Europa, y con más cercanía, las y los procedentes las Islas Canarias, el País Vasco y Cataluña, quienes habían estado desde antes con ellos en la sierra en esa misma calidad, pero con otras funciones debidas a las circunstancias. «Arriba», como dicen los acompañantes, habían sido un contacto fundamental con el mundo, jugado el papel de presencia disuasiva frente al ejército, de asesores, técnicos, intermediarios con las organizaciones no gubernamentales visitantes y con la prensa nacional e internacional. Para las mujeres y hombres que fungieron como acompañantes, la salida de la montaña también suscitó varias dudas, además de rupturas y desprendimientos. Los integrantes de la organización Siembra de Canarias, decidieron continuar su misión de acompañamiento y apoyo debido a que «la lucha por obtener justicia y vida digna es de larga duración». Miquel Cercoz y Orlando Martín, integrantes de dicha organización, recuerdan con nostalgia los tiempos de la montaña, cuando la colectividad era consciente de la necesidad vital de mantener la cohesión y la unidad para sobrevivir, como cuestión prioritaria, en circunstancias de guerra. También evocan sus temores ante lo que se podía venir. Sin embargo no rompieron los vínculos y siguen llegando y apoyando de muchas formas. Desde lejos, en el espacio y el tiempo, todavía sienten una añoranza por la población refugiada en la «Sagrada Montaña» que marcó sus vidas de manera indeleble.

Producto de esa relación surgió el sueño de construir un sistema que algún día los proveyera de energía eléctrica, de la cual nunca habían gozado en sus comunidades originarias, aunque algunos la habían visto en las fincas a donde acudían a trabajar. La presencia de grandes y caudalosos ríos los hacía pensar en que estos se podían utilizar sin dañar el entorno y sin depender de las empresas privadas para generar energía. Sería hasta años más tarde que los primeros pasos se darían para conseguirlo.

La salida a luz pública de las CPR a partir de 1990, su reconocimiento como población civil y su arribo al nuevo asentamiento en el que hoy están, pusieron al desarrollo como un reto que planteaba nuevos problemas. Ello dio inicio al proceso de reflexión para identificar necesidades y buscar soluciones, edificar infraestructura y condiciones para vivir. Ya no se trataba sólo de sobrevivir en la montaña, sino de buscar las maneras para conseguir los elementos básicos para una vida digna. La organización, la conciencia adquirida y fortalecida por los años de resistencia fueron pilares que les permitieron reflexionar y actuar para solucionar sus necesidades.

La comunidad en su nuevo lugar y condiciones no sólo ha enfrentado carencias y marginación por parte del Estado sino también conflictos internos diversos. Según algunos comunitarios, la educación suscitó divisiones cuando algunos pobladores empezaron a cuestionar el Programa Específico que habían elaborado, puesto en práctica y traído desde las CPR y que se había adaptado para la nueva ubicación. Este programa era resultado del trabajo que maestros y promotores desarrollaron en la sierra, dando clases y lecciones en sus idiomas y de acuerdo con sus necesidades en el refugio, a niños, jóvenes y adultos quienes aprendían a escribir en tablas, con piedras y carbón. La llegada del sistema oficial educativo del PRONADE, con intervención estatal por parte del Ministerio de Educación y de las familias, provocó divisiones puesto que requería que existieran otras aldeas para abrir otra escuela con ese programa. Así se fracturó lo que fuera una sola comunidad, la Unión 31 de Mayo, y surgieron las aldeas San Antonio Nueva Esperanza, El Tesoro 9 de marzo, San Marcos la Nueva Libertad y la Unión 31 de mayo Xecoyeu como aldeas diferenciadas en el territorio que les fue otorgado como CPR.

Asociados a esta división, mencionan a dos extranjeros que llegaron a implantarse allí, a quienes acusan de boicotear el proyecto de hidroeléctrica comunitaria y de favorecer la entrada de empresas privadas, así como de impartir una educación individualista, competitiva y agresiva.

«Primero llegó Jacobo Witt, uno de Sudáfrica, ofreciendo proyectos de energía solar, granjas de pollos, agua potable, pero pasó un año y no hizo nada. Entonces la gente se reunió en asamblea y acordaron el retiro de ese señor. Bien dijo él, pero dejo a alguien en mi lugar, que es don Gregorio Walton que ofreció el instituto básico, un grupo de 60 familias autorizaron que se quedara y con eso empezaron».

En la actualidad existe este instituto de enseñanza básica privado, dirigido por personas de fuera, con el cual algunas familias se han endeudado para pagar las colegiaturas de los estudiantes. Esto ha generado tensiones y búsqueda de soluciones. Hay quienes los acusan de lucrar con este proyecto y de beneficiarse a costa de los alumnos. De otra parte, hay críticas a los maestros y promotores de educación del Programa Específico al cual señalan que no los prepara bien para el futuro y que no cumple con sus objetivos. El conflicto es una de las fisuras en el tejido, una herida en una de sus partes más frágiles, la juventud.

Las decisiones importantes que afectan a la comunidad se toman tras un proceso de consulta al que se convoca públicamente a todos los habitantes, una posterior discusión y votación en el máximo órgano de poder: la Asamblea Comunitaria. Coexiste con esta práctica política un respeto por la autoridad moral y la opinión de los ancianos, portadores de la tradición cultural y la memoria de los antepasados. De esa manera, a los tres años de asentarse en la finca, se hizo un proceso de diagnóstico, en colaboración con la organización Siembra de Canarias, en el cual se analizaron las necesidades, posibilidades, debilidades y capacidades de la población, en búsqueda de mejorar su calidad de vida. La metodología del Diagnóstico Rural Participativo, DRP, que se utilizó, permitió a las mujeres y hombres dotarse de los elementos necesarios para decidir qué proyectos echar a andar. Y la turbina, como ellos le llaman, resultó electa como el que les podría no sólo proveer de energía, sino convertirse en un elemento aglutinante social en las nuevas situaciones que surgieron. Esto se asemeja al concepto de desarrollo desde la perspectiva de las personas que utiliza Clark Taylor (2002) «se genera a partir de la visión interna de una comunidad y les permite a sus miembros tener iniciativa, a partir de la definición de sus propias necesidades».

Al finalizar este diagnóstico, en 2002 se dio inicio al diseño y construcción de la hidroeléctrica comunitaria que lleva el nombre de «Luz de los Héroes y Mártires de la Resistencia». Según lo narrado por las y los participantes, este fue un esfuerzo sobrehumano que recuerda la construcción de las grandes edificaciones de la antigüedad. En este caso, dicha labor se realizó sobre la base de una organización fuertemente enraizada e interiorizada de estrecha colaboración y apoyo mutuo. A diferencia de las construcciones faraónicas, ésta se hizo por y para la comunidad. Es decir no se trabajó bajo presión en beneficio de patrones o Estados, sino para sí mismos, bajo sus propios parámetros, a fuerza de voluntad y tesón.

Para transportar los materiales: tubos, cemento, hierro, turbina y maquinaria se hacían turnos. Don Raimundo Lux, uno de los integrantes de la asociación que se hace cargo del manejo del proyecto, recuerda que la turbina era tan pesada, que diez hombres tenían que turnarse cada tanto para acarrearla desde La Taña o Nápoles, comunidades hasta donde llegaba el camino, y agrega: «trajimos todo a pura espalda». El lodo era un obstáculo más a enfrentar, cuentan que a veces las botas de hule se quedaban enfangadas y que algunas bestias de carga inclusive murieron por quedar atascadas en la gruesa capa de lodo.

Las mujeres, según recuerdan los acompañantes, fueron fundamentales puesto que ellas sostenían la energía del grupo, proveyendo la comida y los alimentos pero también fueron clave en el mantenimiento del espíritu y la moral requeridas para encarar las dificultades. A la pregunta de si recuerdan cómo apoyaban, casi todos responden que ellas fueron quienes hicieron posible la construcción gracias al apoyo dado a sus maridos, hermanos y compañeros. Las señoras recuerdan que tenían que asumir otras tareas como el pastoreo de animales y el cuidado de las siembras, dado que los hombres estaban en la zanja o en trabajos relacionadas con la construcción.

La zanja por donde circula el agua tiene una longitud de kilómetro y cuarto, y hacerla fue también un esfuerzo colectivo y organizativo impresionante. Hasta hoy inclusive, la zanja requiere cuidado, mantenimiento, control, puesto que ha resultado dañada por erosiones, derrumbes, y ataques malintencionados. En estos momentos (julio de 2013) se está fundiendo con cemento, gracias a apoyos financieros externos, pero la comunidad organizada gestiona y pone el trabajo físico, tanto del traslado de materiales, como de la ejecución de la obra. Es preciso decir que esto lo han hecho sin interrumpir el servicio durante las noches, para evitar dejar a los vecinos sin luz ahora que ya se han acostumbrado a tenerla porque «Cuando no hay, [la gente] se pone triste». Los censos y listados de socios el cobro de tarifas, la sistematización de las asambleas, y tareas de administración han sido producto del trabajo asumido por Regina Ramos, maestra integrante de la Junta Directiva de la asociación hasta 2013, quien ha sentado las bases de una autogestión ordenada y consensuada.

El acuerdo de asamblea para decidir cómo distribuir la energía fue que en cada casa se instalara tres focos, que se ubican generalmente en la cocina, la estancia y el corredor. La gente ha recibido talleres sobre cómo funciona y qué riesgos tiene la electricidad. Recientemente el equipo de electricistas recibió capacitaciones en cuestiones técnicas para no depender de los asesores externos, con lo cual pueden hacer instalaciones domésticas básicas, como introducir la luz y colocar toma-corrientes y lámparas. Mujeres, niñas y niños, jóvenes y ancianos participaron en las asambleas para discutir los precios que se van a pagar por el servicio, y los beneficiarios gozan del mismo cotidianamente, salvo cuando hay accidentes o contratiempos que lo interrumpen. Las evaluaciones que la gente hace son contundentes: antes gastaban 150 quetzales o más al mes en comprar candelas y baterías, hoy pagan una cuota de 20 quetzales mensuales, tarifa que fue discutida y acordada por el procedimiento de consulta con los socios y usuarios, a partir de cálculos de lo que necesitan para el mantenimiento, el pago a los electricistas y un fondo para emergencias. En estas discusiones han hecho comparaciones con las facturas que se pagan a los servicios privados en la cabecera municipal y la gente manifiesta asombro ante la diferencia y afirman que la ganancia siempre es para las empresas.

Existe un pequeño grupo de pobladores cercano al alcalde de Uspantán, Victor Hugo Figueroa, del Partido Patriota, hoy en el gobierno, que desde el pasado ha cuestionado y adversado el proyecto, y cuando algo falla, insisten en que no es viable y que mejor sería ir con la empresa privada, pero es un dato importante que, aún sin ser socios, cuentan con el servicio, en calidad de usuarios. Así lo decidió la asamblea en un espíritu unitario, tratando de limar las asperezas y superar las divisiones. Esto sucede en un entorno en el que empresas como la italiana Enel propietaria de la hidroeléctrica Palo Viejo, y los partidos conservadores ligados a los militares estimulan las divisiones y promueven la filiación a proyectos privados que les ofrecen una serie de supuestas ventajas que no son bien vistas por quienes defienden la autonomía comunitaria.

Sumado a lo anterior, en el pasado hubo pérdida de recursos por corrupción y malos manejos, con lo cual la gente perdió la confianza. Esas fueron razones por las cuales el proyecto quedó paralizado durante varios años. No obstante, recientemente consiguieron más aportes financieros, se constituyó la asociación y la luz llegó a los hogares, gracias al empeño y tenacidad de un pequeño grupo que abandera los principios de las CPR y que plantea la autonomía energética como opción para las comunidades, entendida como una forma de organización independiente del Estado, empresas privadas y organizaciones políticas que permite a las comunidades decidir sobre sí mismas y sus bienes comunes.

Quienes aún se identifican con la resistencia y reivindican ser CPR, no sólo valoran lo pasado, en el sentido de sentir orgullo por haber sobrevivido, sino por estar manteniendo su proyecto pese a las adversidades y hostilidades. Más aún, se saben portadores de un sentimiento de insubordinación, de no sometimiento y de ser ejemplo en la defensa de los bienes comunes. Varias comunidades aledañas, como La Taña, La Gloria y Los Lirios han solicitado apoyo para recibir el servicio de energía eléctrica. Se ha venido discutiendo al respecto, considerando posibilidades y dificultades. Esto se lleva a cabo en el marco de negociaciones que contemplan el proyecto con visión de cuenca, es decir con plena conciencia de que es necesario preservar los bosques y las fuentes de agua. Además, con criterio político, puesto que reconocen la necesidad de establecer relaciones sólidas con sus vecinos, como con los de Los Lirios, quienes les dieron acceso al río del que sale la bocatoma para el canal.

En 2010 se llevó a cabo una consulta popular en la Zona Reina, donde predominó el voto del no ante la pregunta sobre la extracción minera e instalación de hidroeléctricas y megaproyectos en esos territorios. En ella participaron activamente varios integrantes de la Unión 31 de Mayo que asumen que el agua, los bosques y la tierra son de todos, y que ellos son responsables y dueños de su futuro, como lo dicen expresamente. Pese a las varias dificultades que enfrentan, como la mala comunicación, los exiguos recursos materiales, la penetración de las empresas transnacionales, grupos del narco y bandas criminales, realizaron la consulta de manera organizada y exitosa. Como dijo un entrevistado: «La resistencia nos ha enseñado que sí se puede, si pudimos en esos tiempos, cómo no vamos a poder ahora que tenemos tierras, podemos sembrar y no nos da pena». Esta consulta viene a sumarse a una cadena de procesos de consulta que se han llevado en diversas partes del país y que ya suman más de un millón de personas que han votado contra dichos proyectos. El resultado de la consulta de la Zona Reina contribuyó a fortalecerlos como comunidad en resistencia por la defensa de los territorios y los ubicó como un grupo empoderado que cuenta con su propia luz.

Alivio en el corazón, coraje para seguir

El triunfo que significa lograr construir este proyecto y mantenerlo en funciones ha generado sentimientos positivos de contento y alegría, de orgullo, mayor autoestima y seguridad, basados en el hecho de haber construido un sueño y sostenerlo contra viento y marea, sin apoyo del Estado, en un experimento exitoso de autonomía energética, como lo nombran:

«Queremos nuestra luz para la comunidad, no como negocio. Nadie nos tiene qué decir como hacer, nosotros podemos. Usamos una mínima parte del río para la luz y cuidamos los nacimientos, nosotros lo administramos para que otros no se aprovechan».

Con la electricidad la vida está cambiando. Los niños estudian hasta tarde en la casa, y también pueden jugar o inclusive ver televisión. Las personas mayores ahora salen por las noches a las calles con seguridad y pueden compartir y socializar más, las reuniones se hacen con micrófono y se prolongan hasta tarde. En una visita realizada en septiembre se hicieron proyecciones de películas y decenas de personas adultas y niños acudieron a los salones comunitarios, cosa que antes era más complicado y costoso realizar puesto que se usaba planta de combustible. Hoy la gente hace planes para obtener ingresos y mejorar su calidad de vida. Televisoras, licuadoras y refrigeradoras empiezan a ser más frecuentes en los hogares y negocios. Con ello se abren otras vías de comunicación, de realización personal, pero también de riesgos. Las madres han expresado su temor a que las criaturas se enganchen con la televisión como con los juegos electrónicos. Otro riesgo es que el sistema colapse por sobrecarga.

Los sentimientos también cambian con las nuevas condiciones de vida. Hay una sensación generalizada de orgullo compartida y la esperanza en el futuro ha reverdecido con el logro de este proyecto de electricidad. Las envidias, los rencores, las desconfianzas, así como la solidaridad y el afecto se entretejen como parte del paisaje social. Existen amenazas y peligros internos y externos: La hidroeléctrica Palo Viejo está muy cercana y su operación tendría efectos negativos sobre varios poblados, sobre todo por la utilización del agua de los ríos; la deforestación avanza a pasos agigantados y se agudiza por la utilización de grandes cantidades de leña para las secadoras del cardamomo que se cultiva y cosecha en la zona. Una cultura de consumo desenfrenado que alienta la individualidad y la competencia penetra en las comunidades de la mano de agentes comerciales y religiosos. No obstante, entre las y los asociados al proyecto de luz subsiste el viejo anhelo de vivir con dignidad y paz, generando bienestar para la comunidad. Eso se manifiesta en las reuniones de las cuatro aldeas que integran la asociación, donde se discuten los problemas largamente, traduciendo de un idioma a otro si hace falta, hasta llegar a acuerdos, procurando que todos queden satisfechos.

Los añejos conflictos intracomunitarios afloran frecuentemente, las contradicciones entre los mismos grupos, los intereses opuestos y las interferencias externas son infaltables. El proyecto de luz también tiene sus sombras.

Al examinar desde fuera la historia del proyecto de luz pudimos constatar cómo las subjetividades están estrechamente vinculadas con lo político. Los sentimientos de las personas que compartieron sus relatos ilustran cómo la violencia estatal les afectó con dolor, terror, tristeza y enfermedades, pero confirman que eso mismo los hizo sentirse fuertes, capaces de vencer las adversidades para resistir en la montaña y seguir en sus luchas como comunidades en resistencia frente al modelo extractivista que se les pretende imponer.

Pese a que las condiciones materiales de los habitantes de la comunidad son precarias, que los problemas llegan a afectar el funcionamiento de la turbina y ponen en peligro las relaciones sociales, las personas siguen manifestando su disposición a defender sus territorios, sus recursos y sus comunidades. La voluntad política de enfrentar a enemigos poderosos se fortalece y nutre con el deseo latente de tener trabajo digno, educación, salud, vivienda y posibilidades para desarrollar sus capacidades.

Reflexiones finales

La llegada de la luz es un logro palpable, pero sobre todo es un paso más en la lucha política por la autonomía y la existencia de la comunidad. Con ello como plataforma, buscan otros proyectos que puedan beneficiar a la población, que van desde asesorías técnicas para cultivos para la soberanía alimentaria, hasta la solución de problemas y necesidades locales de distinta índole. En enero de 2014 integrantes de la asociación y madres y padres de familia, lograron legalizar en el Ministerio de Educación su propio instituto básico en el que quedaron inscritos 45 alumnos. Regina Ramos, maestra integrante de la Junta Directiva que se hizo cargo de la administración, exclama con orgullo: «Este es otro triunfo. Todavía nos quedan más trabajos que hacer, pero con la resistencia, lo vamos a lograr».

La turbina y la energía que produce, conducidas, gestionadas y administradas por la propia comunidad, son elementos que fortalecen su identidad de seres humanos con derechos y de pueblos capaces de lograr resolver sus problemas para vivir en armonía entre sí y con la naturaleza. Los sentimientos que ello genera potencian la organización y abren nuevos caminos.

Pese a las adversidades y a los problemas inevitables, se está intentando reconstituir el tejido comunitario en torno a la asociación que unifica a las cuatro aldeas, las personas recuperan su confianza mutua, animadas por el logro y por su capacidad de mantenerlo en marcha. Los aportes monetarios mensuales que cada familia hace al proyecto son una inversión para sí mismas, no una fuente de enriquecimiento para otros. Esto genera sensaciones de bienestar y de empoderamiento colectivos.

El ejemplo de la Unión 31 de mayo es conocido y admirado en la zona, hay otras comunidades considerando realizar proyectos similares. Las experiencias y conocimientos se comparten, en tanto los lazos se refuerzan y amplían. La esperanza de conseguir otros proyectos que mejoren la calidad de vida comunitaria se ha acrecentado, junto con la ilusión de vivir mejor. Todo ello, a la luz de su propia energía.

 

Fuentes de consulta

 

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1 Para una discusión sobre la definición, dimensiones y vinculación de la resistencia con la violencia, el poder, la cultura y el tiempo recomendamos la lectura de varios artículos publicados por Carolyn Nordstrom y JoAnn Martin (1992), en el que se plantean estudios sobre la resistencia en contextos de conflicto.

2Existe documentación para distintas áreas y periodos en los que se da cuenta de la huida al monte como salida de situaciones opresivas. En el libro del obispo Cortés (1958) encontramos varias referencias en este sentido, igual que en cronistas anteriores y posteriores.

3Existen varios informes sobre este periodo que se pueden consultar, entre ellas los publicados por la iglesia católica de Recuperación de la Memoria Histórica y la Comisión de Esclarecimiento Histórico, entre una serie de estudios relacionados al conflicto armado en Guatemala.