https://www.revistaamazonas.com/2019/03/05/raquel-gutierrez-debemos-aprender-a-mirar-el-mundo-en-clave-de-interdependencia/
Matemática, socióloga, filósofa y feminista de origen mexicano, Raquel Gutiérrez Aguilar tiene a sus espaldas una extensa y vibrante historia de militancia. En la década de los 80, la que consolidó el neoliberalismo en América Latina, viajó a Bolivia, donde fue parte de la fundación del Ejército Guerillero Tupac Katari (EGTK), de inspiración aymara. En 1992 fue detenida junto a otros miembros del EGTK, entre ellos, su pareja en aquel momento, el actual vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera. Pasó cinco años en la cárcel, acusada de terrorismo. De aquellos años nació su libro ¡A desordenar! Por una historia abierta de la lucha social. Es autora, también, de Los ritmos del Pachakuti. Movilizacion y levantamiento indígena popular en Bolivia y Horizontes comunitario-populares. Producción de lo común más allá de las políticas estado-céntricas.
Raquel reside en México, donde es profesora de la Universidad Autónoma de Puebla. En octubre del 2018 estuvo en Buenos Aires, en coincidencia con el 33 Encuentro Plurinacional de Mujeres que se celebró en Trelew (provincia de Chubut) y con la visita a estas tierras de la italiana Silvia Federici. En esta entrevista hablamos de ese tejido entre mujeres a cuya emergencia asistimos y del que somos parte, entre atónitas y esperanzadas.
Amazonas: ¿Cómo se ha ido articulando tu trayectoria militante y vital con tus elaboraciones teóricas?
Raquel: Yo me he vivido a mí misma cuando un tipo de experiencia está terminando y otro está comenzando a gestarse. Es decir, casi siempre me han tocado tiempos de transición… aunque quisiera decir otra palabra. Tiempos en los que algo se agota y algo empieza a existir. Me tocó la última parte de la vieja manera de acción, totalmente masculina, guerrillera, muy centrada en una confrontación directa. Ahí yo podía ver todos los límites, y es algo en lo que pude reflexionar mucho en la época de la cárcel. Era, también, el momento en que esa forma antigua de pelear y de hacer se debilitaba y surgían otras formas más parecidas a lo que, como experiencia general, significa el zapatismo. El entretejimiento de lo viejo disminuido con lo nuevo naciendo, es esta capacidad comunitaria, básicamente indígena de poner en escena nuevas formas de lucha y de tener claridad de qué es lo que se propone obtener. En la experiencia guerrillera en la que yo milité esta hibridación era muy clara: unos jóvenes que éramos los últimos marxistas leninistas del continente, con unas comunidades aymara y también quechua, una trama comunitaria que comenzaba a rebelarse y organizarse. A mí me permitió aprender cómo iba emergiendo esa otra forma de luchar que tiene que ver con ocupar el espacio, con cuidar el adentro, con tener un sentido de equilibrio todo el tiempo como un punto muy claro. Y luego tuve cinco años en la universidad de la vida que me pagó el Estado, la “beca cárcel”, para pensarlo. Ese bagaje me permitió la posibilidad de una apertura hacia lo que iba a ser la lucha del agua, las feministas, en un momento en que la lucha era muy dura; me hice muy amiga del grupo de feministas y lesbianas Mujeres Creando. Tuve la suerte de poder ir transitando entre tradiciones y aprendiendo de una experiencia vital muy dura de vivir, la gran expropiación patriarcal de todo lo hecho y todo lo armado: me tocó atravesar vitalmente un momento de gran expropiación; todas lo hemos sufrido y sabemos de qué estamos hablando. El momento de perderte a ti misma, de no saber qué está pasando que te separa de lo que fue creado y te confronta a pensar cómo volver a relanzarte.
Amazonas: Hay, ahí, una superposición de unos tipos de violencia con otros…
Raquel: Eso me proporcionó cierta sensibilidad para entender la continuidad de los procesos de violencia que venía sufriendo: la violencia institucional patriarcal de la organización política marxista, la violencia del Estado, tanto en la detención como en la cárcel; la violencia, después, de esta articulación del mundo privado y público que habilita que la fuerza construida entre muchos quede significada por un sólo gran apropiador que entonces puede establecer alianzas con otros de su género. Y eso traté de ordenarlo como experiencia vital de algún modo. Por eso ahora me conmueve tanto este renovado momento de despliegue de las luchas de mujeres, lesbianas, trans y travestis, que pone en el centro la violencia sistemática que vienen sufriendo, los diferentes pliegues de esa agresión con mensaje, como dicen los del CELS [Centro de Estudios Legales y Sociales de Argentina]. Pasa por sentir que puedes reconocer esas violencias y sentirte habilitada para hablar porque aspectos de la experiencia vital -que en momentos hay que guardar porque duele o porque parece que no sirviera-… de repente vuelve a servir.
Amazonas: Esa experiencia nos hace pensar en ese vínculo, tan destacado por las feministas, entre lo político y lo personal…
Raquel: La vida es una sola, y ahora la puedo contar así, no como una sucesión recortada de pedazos, de tramos, sino como una sola vida que va madurando, que va envejeciendo y consolidándose, pero que tiene que atravesar una serie de casillas y de marcos ordenadores absolutamente patriarcales y coloniales, absolutamente capitalistas; por eso con frecuencia sientes que todo está roto.
Amazonas: Junto a [la socióloga argentina] Verónica Gago, plantean la existencia de una constelación feminista, un conjunto de conceptos que siempre beben de la praxis política. ¿Cómo pensar, desde ahí, los encuentros y desencuentros entre el marxismo y esos entramados comuntitarios?
Raquel: Cuando estás observando la realidad desde determinado mirador teórico que admite las segmentaciones dadas, entonces tú también piensas desde clasificaciones instituidas; lo rural y lo urbano, lo ‘a’ y lo ‘b’; y entonces estás en separación. Es algo en lo que acá viene insistiendo el movimiento de mujeres: que todo se va hibridando, mezclando, entreverando, no licuando, no haciendo una cosa homogénea, sino tejiéndose. Yo lo vi en [el Encuentro Plurinacional de Mujeres de] Trelew, cuando veías esas pequeñas variaciones en las letras de las canciones y, en lugar de cantar “Aborto legal en el hospital”, decimos “en cualquier lugar”, o cuando sustituyen la palabra “brujas” por “machis” [las autoridades espirituales del pueblo mapuche, que tienen el don de sanar] en el canto: “Somos las nietas de todas las machis que nunca pudieron quemar”. No es que canto tu canción y niego la mía, o viceversa: es que a tu canción yo le quiero añadir algo, no en una lógica de apropiación sino de entretejimiento, de guiño, para mostrar que estoy viendo tu fuerza y que tu fuerza me da fuerza y que estoy dispuesta a darte fuerza. Es un poner en común para generar y ampliar una fuente de fuerzas. Parece bastante místico-mágico, pero así lo veo.
Amazonas: Eso nos lleva a pensar si, tal vez, el feminismo puede convertirse en un movimiento internacionalista y transversal…
Raquel: Lo está haciendo, la cosa es que nos cuesta mucho verlo. De la misma manera que nos cuesta mucho ver y creer que lo que nosotras hacemos es importante. Haces el mejor libro de tu vida, empiezas a encontrar reconocimiento, empiezas a ver que gente te dice que está super bien lo que has hecho y tú, de todos modos, dudas. La experiencia general, es igual en el movimiento. Se mandan tamaña cosa gigante, repercute en España de tamaño loco, hace temblar a todos los lados, desde el Ecuador, el Perú, desborda hasta Chile y todavía decimos, “¿será que se va a poder?”. No es que seamos bobas, no es eso; es que estamos produciendo el lenguaje para reconocer nuestra propia creación, que es nuestra creación en otra clave, que confronte los sistemáticos desconocimientos de lo que hacemos. Así como tú haces la mejor cosa de tu vida y tu profesor varón te dice: “está bueno chava”, y ya. Es una experiencia muy común, ves un colega que tiene algo bastante parecido a lo tuyo y ese brinca hasta el cielo en el reconocimiento por la línea de esperma, digamos simbólica o real. Igual nos pasa. No vamos a estar saliendo en la tele más que cuando saquemos dos millones a la calle; nos van a responder desde el Parlamento que no nos ven, que todo lo que podamos hacer es insuficiente. Eso nos van a responder, como nos responden en la casa, como nos responden en la escuela, como nos responden en el trabajo. Pero ahí es que vamos trabajando nuestra propia autopercepción y nos vamos autoconvenciendo de la grandiosidad de lo que estamos logrando y conociendo; el desafío de cómo lo estamos haciendo en otra clave: como cuando, en estos días atrás [en el mes de octubre pasado], las compas de Ni Una Menos le arman una gira a Silvia Federici en la que muestran una manera de tejer por debajo que desestructura lo instituido. Y con ello habilitan la posibilidad de establecer un piso común de todas las mujeres que está incorporadas en los distintos lados; y habilitan el espacio de su encuentro para que ellas puedan, con la fuerza de cada una, movilizar lo otro: así armaron el paro. Es tan raro que cuesta trabajo entenderlo, soy amiga de Vero [Gago] hace muchos años y tenemos comunicación fluida, y yo no había entendido lo que quería decir “interseccional” en este lenguaje renovado, hasta que vine a verlo a Argentina. Tienes que sentirlo, tienes que verlo, tienes que entender qué está pasando. Como dijo León Felipe, “las palabras no sirven cuando la derrota, pero tampoco sirven cuando uno está luchando desde una cosa tan honda. Las palabras entonces no sirven, son palabras”. Los conceptos a rato no nos alcanzan, y esa disputa es constante. El concepto de constelación nos sirve para evitar el intento desde la jerarquía académica de sintetizar nuestro pensamiento.
Amazonas: Esa “constelación” tiene un impacto en lo que está afuera, en el espacio público y en lo común, en lo cotidiano… y nos va transformando a cada una.
Raquel: Exactamente. Es ese desplazamiento vertiginoso lo que genera temblor. Cuando tratábamos de hacernos una idea de qué había pasado en el 8 de marzo del 2017 que fue un primer gran momento de, “¡ah!”, sorprendernos de lo que estaba ocurriendo, yo estaba en Madrid. Parecía que había hecho erupción un volcán. Así lo sentía yo: esos guiños que veía, las viejitas cantando las consignas, las jóvenes; en fin, hay una especie de movimiento telúrico en el sentido social de la palabra, de que las capas añejas, multiseculares, de la estructuración de la jerarquización y fijación de lo dado, todo eso tiembla y se empieza a reacomodar. Entonces, las mapuches podemos ser travestis y las mexicanas podemos ser madrileñas, y las trans pueden ser señoras. Es un momento de sacudón fuerte. Y no sabemos qué palabra ponerle a eso que estamos sintiendo. En la descripción, ponemos una palabra; en la conceptualización, buscamos una palabra más amplia, más abarcadora, que sea más difícil sintetizarla, para que todas las cosas, todas las luchas quepan.
Amazonas: En España hubo una demanda muy clara de las mujeres racializadas, especialmente las gitanas, de las mujeres migrantes y negras que no se habían sentido incluidas en el movimiento feminista y el caso concreto de las temporeras de Huelva. Se viene corrigiendo pero todavía es complicado: hay compañeras que no se sienten representadas por el feminismo hegemónico; y está, también, esa disputa sobre el sujeto político, si nos sirve el sujeto ‘mujer’ o si hay que visibilizar otras identidades.
Yo veo dos estrategias: de un lado, la peninsular, que ha sido: “Juntas y fuertes, feministas siempre”, como se cantaba en Madrid. Es decir, tratar de plantear el feminismo como un gran paraguas; en él, caben todas, pero se usa en singular. Luego se dio una vuelta de tuerca y empezó a hablarse de feminismos, en plural. De nuevo se trata de construir un paraguas que pueda abarcar, y ahí se da el debate acerca del descentramiento del feminismo blanco, que se corra para que quepamos todos los feminismos. La otra estrategia ha sido la de compañeras acá, que ha sido una subarticulación de sujetos dispersos que, cuando en asamblea se dieron cuenta de que no era suficiente con hablar de “mujeres”, dijeron, “bueno, hagamos una lista”, y enumeraron: mujeres, trans, lesbianas y travestis. Acá no se trata de un binarismo: lo que no es masculino dominante, es una diversidad. A su vez, vienen las mapuches y dicen: “hagámonos cargo de la herida colonial, nosotras estamos acá”, y lo plantean en términos de plurinacionalidad, que supone integrar, asumir y tomar en cuenta también esas diferencias. Pero no lo asumen como un plan político en el sentido tradicional, no hablan de Estado Plurinacional, como decía la CONAIE [Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador] hace años. En Trelew cantamos: “Este Encuentro ya es Plurinacional”, es decir, nos hacemos cargo de esa diferencia, la volvemos visible y ahí se trata no de estabilizarla ni de congelarla, sino de gestionarla; y esa gestión no va a estar exenta de tensión. Es decir: es una cosa que abre para poder fluir y fluye para poder equilibrar y, otra vez equilibrado, vuelve a fluir. Es más una mecánica de fluidos que una ingeniería de sólidos. Así lo logro pensar. Entonces, en España han dicho: “juntas y fuertes feministas siempre”; eso apaciguaba la confrontación cuando empezaba a haber bronca. Acá quizá sea una consigna aun más inteligente, que le da una vuelta de tuerca a eso. Hay que ver qué trata de expresar cada una. Hay dos maneras de acercarte a este problema, las dos son útiles, pero conviene que estén atentas a ver qué lógica habilita esa estrategia, qué problema contiene. Hay ahí un esfuerzo teórico pendiente; pero ahorita lo lindo es lo que viene emergiendo de la propia colectividad, que trata de expresar su disposición a estar juntas antes de otra cosa. Confiar en una solución teórica que logre la síntesis sería caer en un pensamiento patriarcal. No: de lo que se trata es de registrar la voluntad de alcanzar un equilibrio. El pensamiento sistemático nos puede ayudar a pensarlo, acompañando, para identificar qué aspectos estamos dejando pendientes; pero siempre en voluntad de diálogo, no en competencia por ver cuál gana. Es un modo de hacer distinto y lo estamos viendo pasar: por eso es tan emocionante.
Amazonas: Eso nos deja una reflexión, también, de hasta qué punto están presentes, en este florecer de los feminismos, el racismo y las heridas coloniales.
Raquel: Es un desafío muy duro y que hay que hacerse cargo, y saber que nos vamos a equivocar y que vamos a poder dejar de equivocarnos también cuando ampliemos nuestra sensibilidad para entender lo que nos quieren decir; y que eso no es pura empatía, es más que eso: es ánimo, es disposición, es ganas de, también ahí, movernos. A mí no me gusta mucho, aunque lo entiendo, la clave “renunciar a los privilegios”. No me gusta porque siento que permite culpabilizar; de lo que se trata es de cuánto vas a desacomodarte de ese lugar que tú no elegiste, a ti te tocó igual que a la otra. Cuánto estás dispuesta a desplazarte, a moverte, a militar, a cooperar. No tengo una palabra para ponerle: no negar, pero tampoco admitir que te quieran poner en un lugar, porque tú te estás moviendo de ese lugar. Todas estamos peleando por las desclasificaciones, las desidentificaciones: se trata de lograr que, sin dejar de mirar las jerarquías que nos separan, evitemos entrar en el juego de la reclasificación mutua.
Amazonas: Quisiéramos hablar de mil cosas más, pero se nos acaba el tiempo. Una última cuestión: existe todo un debate dentro de los feminismos acerca de la necesidad de revalorizar la crianza y los cuidados; en la praxis política del movimiento, esto se concreta en las apuestas por la crianza con apego o la defensa de la lactancia prolongada, ambas apuestas que son absolutamente incompatibles con la lógica capitalista. Sin embargo, aparecen riesgos de que las mujeres caigamos en nuevas servidumbres, si no logramos salir de la lógica de individualización. ¿Cómo hacemos para pensar los cuidados y el trabajo reproductivo desde la óptica de lo común?
Raquel: Para pensar en lo común, no puedes pensar en forma contractual: no se trata de unidades que firman un contrato. Carole Pateman, por ejemplo, discute el contractualismo y señala que la vida no es así. Lo que estamos cuestionando es la figura del individuo abstracto en el que todas debemos reflejarnos, en esta sociedad pretendidamente unisex, que en realidad es masculina: masculina en su neutralidad, en tanto no cuida, no reproduce, todo lo compra y todo lo vende, todo lo mercantiliza. Es el ideal del capital. Del otro lado, está la lógica de la interdependencia, y así sí es que funciona la vida. A nosotras, mujeres urbanas, nos cuesta mucho verlo, parece que sólo lo entendemos en términos de la afectividad. Pero debemos aprender a mirar de otra forma: a pensar de dónde tomamos agua, de dónde comemos, quién cultivó el algodón para hacer la ropa que traemos, quién la tejió. O sea, si piensas en interdependencia, tienes que empezar a entender la cuestión global, y dejas de ser un particular, pero de otra forma: no porque te vuelvas un universal, sino porque te empiezas a hacer cargo de los flujos de la vida que son del planeta, de su conjunto. Le tengo un poquito de miedo a la economía de los cuidados, que no vaya a poner una especia de límite que refuerce la diferencia, sobretodo ciudad- campo. Debemos darle la vuelta, poner el énfasis en la conexión; porque el chiste es que estamos buscando nuevas formas de reconectarnos, de tejer una trama de interdependencias que la llamamos comunitaria o popular, que antepone lo que se comparte, se disfruta y se gestiona, y también se produce. Lo común no es cosa: es relación social, es manera de estar.