CAPÍTULO 4
OKUPACIÓN Y MOVIMIENTO VECINAL
VIRGINIA GUTIÉRREZ BARBARRUSA
PRÁCTICAS Y LEGITIMIDAD DE LA OKUPACIÓN EN EL MOVIMIENTO CIUDADANO
¿Qué relaciones encontramos entre el movimiento vecinal y el movimiento okupa?
La lógica de ambos podría sugerirnos la idea de que tanto sus reivindicaciones,
como las formas de lucha y de acción, marcarían un punto de conexión entre
ambos: demandas ciudadanas con respecto a la vivienda, a la mejora de las condi-
ciones urbanas y calidad de vida en los barrios, espacios públicos para uso de los
vecinos, etc. Sin embargo, el devenir histórico marca las diferencias, en unos
casos, y las conexiones, en otros. La intención de este capítulo es la de hacer una
descripción de la trayectoria del movimiento vecinal, en la que se pone de mani-
fiesto cuáles han sido las líneas generales que desde este se han seguido, siempre
enmarcado dentro de la heterogeneidad que actualmente lo caracteriza, y cómo los
colectivos okupas han surgido como movimiento diferenciado de aquel. La cues-
tión generacional, así como las condiciones políticas y sociales en las que sur-
gen uno y otro serán dos elementos importantes a tener en cuenta, pero además,
y de cara a establecer una articulación entre ellos, como propuesta de lo que R.
González denomina “nuevo movimiento vecinal”, intentaremos indagar en algunas
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experiencias que se están dando y que están marcando un momento de reflexión y
debate en el interior de las distintas organizaciones.
Encuadraremos al movimiento vecinal en el más amplio concepto de movi-
mientos ciudadanos, si nos atenemos a un análisis histórico que vincule las diver-
sas reivindicaciones de los ciudadanos, organizados en diferentes colectivos, a
numerosas formas de acción y de lucha en defensa de las condiciones y la calidad
de vida en las ciudades.
En el Estado español con frecuencia se ha identificado al movimiento veci-
nal con las asociaciones de vecinos que surgieron a finales de los años sesenta,
bajo el paraguas legal de la Ley de 1964 sobre Asociacionismo, y que tuvieron su
mayor proliferación y desarrollo en los años setenta, manteniéndose aún tres
décadas más.
El surgimiento del movimiento vecinal, como colectivo que reivindica la
mejora de las condiciones materiales de vida en las ciudades, se ha manifestado a
través de diferentes formas de protesta y de acción, con prácticas que han marcado
el origen y desarrollo del propio movimiento y de las asociaciones vecinales que
surgieron y plantearon su actividad dentro del marco de acción colectiva impulsa-
da desde aquel.
La situación material en la que vivían y viven muchos ciudadanos se ha hecho
patente en varios frentes. En lo que se refiere a la cuestión urbana, han sido las rei-
vindicaciones ante la falta de equipamientos públicos, infraestructura urbana,
transportes y acusadas deficiencias en las viviendas existentes, o la carencia de
estas, además de otros temas vinculados con la salud o la educación, las más exten-
didas y las que más protestas han provocado por parte del movimiento vecinal en
su conjunto y a lo largo del Estado español.
A finales de los años setenta y principios de los ochenta, en relación con la
vivienda, el movimiento apoyó una ocupación, con “c”1, a familias que carecían de
este bien y se instalaban en casas que se encontraban deshabitadas y en bastantes
casos tuteladas por organismos públicos (como el Ministerio de la Vivienda).
Generalmente, no se había dado ningún uso y se estaban adjudicando mediante
fórmulas y con criterios propios de un régimen político corporativista, basado en
profundas desigualdades, como el mantenimiento de ciertos privilegios a personas
vinculadas con el propio régimen (funcionarios públicos, sindicato, etc.). La legi-
timidad que adquirió el movimiento vecinal ante esta situación se materializó, en
algunos casos, en el reconocimiento de derechos por parte de los jueces a favor de
aquellos que habían realizado las primeras ocupaciones. Por ejemplo, con la firma
de nuevos contratos negociados, aunque no siempre, pues las respuestas no se
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dieron de forma homogénea, llegándose a producir en frecuentes casos violentos
desalojos.
Este primer elemento nos permite indagar sobre lo que significó la ocupación
en aquel momento y las características del movimiento okupa actual, como colec-
tivo diferenciado. Desde esta perspectiva, un aspecto a destacar es el carácter fami-
liar-individual en que se planteaba el derecho a la vivienda; se trataba de casos
particulares de familias, que carecían de un espacio donde vivir, pero esta reivin-
dicación no se planteaba de forma colectiva, sino que eran peticiones individuali-
zadas, apoyadas puntualmente por las asociaciones de vecinos. Pero además, se
trataba de reclamar un derecho individual, la vivienda, no como una forma de lucha
política, tal y como lo plantearían los colectivos okupas más tarde, en el sentido de
cuestionar el uso colectivo de los espacios públicos urbanos.
La reivindicación okupa de vivienda será planteada como un espacio público y
una alternativa al modo de vida caracterizado por las relaciones de poder del Estado
capitalista, y de los espacios públicos, para uso colectivo y autogestionado para la
realización de actividades sociales alternativas, frente a aquellas actividades que
son propuestas desde los poderes institucionales.
El sentido de la ocupación frente a la okupación presenta, pues, estas dos dife-
rencias claves para entender la existencia de cada uno de ellos.
Sin embargo, desde un análisis histórico y comparativo con la trayectoria que
ha seguido el movimiento de okupación en otros países europeos (Holanda,
Alemania, Italia o Gran Bretaña), se ha tratado de establecer una línea continua
que une las primeras luchas y las primeras ocupaciones al surgimiento del movi-
miento okupa con una identidad propia.
Frente a una adjudicación pública que nunca llegaba a producirse, se llevan a
cabo ocupaciones masivas por parte de familias que esperaban su vivienda. Según
los datos del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, son censadas 1.754 ocu-
paciones en barrios de Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla y Málaga2(Doniostialdeko
Okupatio Batzarra, 2001: 46); 400 viviendas ocupadas en el polígono de la Gándara
en el Ferrol; 400 en el barrio Virgen de los Reyes, en Sevilla; luchas en Santander,
ocupaciones en Barcelona, la Asamblea por la Casa de Pamplona, algunas aso-
ciaciones de vecinos, u otras nuevas formas (asociaciones de afectados, asocia-
ción de trabajadores por una vivienda digna, etc.) han mantenido “en casi todas
las ciudades movimientos, a veces embrionarios, pero muy radicales por el
derecho a un alojamiento digno” (Villasante, 1984)3. En Madrid, en barrios como
La Ventilla, San Blas o Carabanchel, se promovieron ocupaciones colectivas de
viviendas.
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Como decíamos más arriba, no en todos los casos estas ocupaciones finaliza-
ron con el reconocimiento del derecho y la cesión de la vivienda por parte de los
poderes públicos, aunque en otros casos, y dada la presión y las reivindicaciones
hechas desde los movimientos ciudadanos organizados, se dieron fórmulas que
iban desde la firma de un contrato con el reconocimiento del derecho, hasta la
obtención de terreno de titularidad pública para la construcción de viviendas
sociales para las familias que las estaban solicitando a través de esos colectivos
organizados.
El caso de Terrassa, y del colectivo que en esta ciudad obrera de Barcelona sur-
gió, la Asociación de Trabajadores por una Vivienda Digna, es el del reconocimien-
to público del derecho a viviendas sociales desde la lucha en la calle. A finales de
1976 se producen dos ocupaciones y dos desalojos violentos. Mediante el uso de la
fuerza pública, la ocupación de 130 viviendas en el polígono de Vilardell fue con-
testada por la Policía Nacional bajo la consigna de “detener a todo el mundo y que
a quien se resista lo tirasen por el balcón”4(Pi Janeras, J.M., 2000: 166). Unos
meses más tarde, una acampada en solidaridad con los trabajadores del Hospital
de Sant Llátzer lleva a 90 personas a ocupar el Paseo Comte d´Egara, siendo arra-
sados por la policía. No serían estos los únicos hechos aislados que en estos
meses se estaban produciendo en Terrassa, sino el ambiente de lucha y de ten-
sión generalizada el que llevó al delegado provincial del Instituto Nacional de la
Vivienda a reunirse con los delegados de la Asociación de Parados por una Vivienda
Digna y confirmar que se realizaría la compra del polígono de Vilardell para adju-
dicarlo a viviendas sociales.
Sin embargo, ese apoyo inicial que dieron las Asociaciones Vecinales a estos
vecinos que carecían de una vivienda digna fue estimado como soluciones particu-
lares a casos concretos, por lo que las luchas vecinales frente a las ocupaciones fue-
ron perdiendo fuerza y dejaron de apoyarlas como dinámica general.
A partir de los años ochenta las asociaciones de vecinos dieron un viraje en
relación con lo que habían sido sus luchas y reivindicaciones hasta ese momento,
redefiniendo su actividad hacia las políticas urbanísticas, reglamentaciones muni-
cipales de planeación o participación ciudadana, hacia el ámbito institucional en
general. En la década de los ochenta surgen las primeras okupaciones, en Madrid y
Barcelona, al estilo de los modelos que estaban teniendo lugar en otras ciudades
europeas.
El derecho a una vivienda digna es uno de los derechos sociales reconocidos
en la Constitución española de 1978 pero, más allá de su plasmación en la prác-
tica, es una de las carencias fundamentales de las que han adolecido y adolecen
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muchos españoles en la actualidad. Frente a este derecho se contrapone el pilar de
las relaciones de producción capitalista, el derecho a la propiedad privada. Es el
choque entre ambos derechos, entre otros elementos, lo que se ha usado reversi-
vamente como el centro del debate en torno a la okupación. Los abogados de los
movimientos okupas, como antes, de las ocupaciones familiares, y las Asociaciones
de Vecinos y otros testigos que acudían a apoyar las ocupaciones han esgrimido fre-
cuentemente este derecho constitucional frente a la especulación de la vivienda (la
gran cantidad de viviendas vacías que existen en nuestras ciudades).
El concepto de “reversión” ha sido en la práctica usado por los movimientos
más que en la teoría, desbordando con hechos prácticos a los poderes públicos,
ante el incumplimiento sistemático de lo que dicen. De este forma se hace mani-
fiesto que los ciudadanos son más consecuentes que las Administraciones al ejer-
cer sus derechos reconocidos, aunque vayan contra estos derechos, demostrando
las contradicciones legales que contienen las distintas disposiciones del ordena-
miento jurídico, que no se ajustan a las necesidades populares.
CRISIS Y RECOMPOSICIÓN EN EL MOVIMIENTO VECINAL
De la crisis del movimiento vecinal se viene hablando desde el año 1977, como
encontramos en algunas de las publicaciones de aquel momento: “[…] para algu-
nos, 1977 está siendo el año de la crisis de los movimientos vecinales. Incluso hay
algunos que afirman que 1976 ha podido ser el último año fuerte de las
Asociaciones de Vecinos […]”5(Cidur, 1977: 12).
Según se recoge en Las Comunidades Locales (Villasante, 1984), a finales de los
años cincuenta se producen algunos acontecimientos de lucha urbana esporádicos,
que continúan en los sesenta con algunos casos de Comisiones de Barrio, que
serían el precedente de las Plataformas de Barrio, que contaron con una extrema
politización en núcleos de activistas y más tarde se abrirán hacia una vinculación
con los vecinos para proponer movilizaciones concretas sobre problemas que afec-
taban al barrio.
La Ley de Asociaciones, de 1964, significó la legalización de muchas de las
organizaciones vecinales existentes entonces y la aparición de otras muchas a lo
largo de la geografía española, dando lugar a una larga carrera por obtener ese
reconocimiento legal. En las principales ciudades españolas se empiezan a reconocer
todas las asociaciones vecinales existentes y en aquellos barrios donde aún no se
han creado empieza una dura tarea por crearlas, al mismo tiempo que la realización
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de toda una serie de formalidades, en relación con los estatutos, registros, etcétera,
que trajeran el reconocimiento legal de las organizaciones existentes. En algunos
casos, a estos trámites se les sumaba la resistencia por parte de las autoridades públi-
cas, quienes trataban de retrasar al máximo la aprobación definitiva de estatutos y la
inscripción en el registro correspondiente que diera el estatuto legal a la organización.
Tal fue el caso de la mayoría de las asociaciones surgidas en los años setenta, donde la
coletilla de “en trámite” significó la falta de reconocimiento legal durante varios años.
Este retraso en el trámite ha sido argumentado por parte de sus representan-
tes como el interés por parte de la autoridad, de los gobernadores civiles en con-
creto, de evitar el reconocimiento de la representatividad de las asociaciones y de
su legitimidad para actuar en nombre de sus vecinos6.
Parece ser que el año 1976 marca un punto de inflexión en la historia del movi-
miento vecinal. Si hablamos del auge del movimiento, es precisamente entonces
cuando más movilizaciones y más extensión adquieren este tipo de organizaciones.
Es interesante analizar el contexto, sobre todo político, en el que nos encontra-
mos. Precedentes de las Asociaciones de Vecinos fueron los Comités y las Plataformas
de Barrio, las organizaciones embrionarias del movimiento vecinal, pero marcadas
por una alta politización de sus miembros. Los partidos políticos se encontraban
aún sin legalizar o en proceso de hacerlo, y los sectores más politizados de la socie-
dad encauzan su activismo a través de las organizaciones vecinales. Más tarde se
buscaría el nexo con los vecinos y se plantearían las reivindicaciones concretas que
tienen que ver con las condiciones urbanas propias de cada territorio.
¿Por qué ya en 1977 se empezó a hablar de la crisis del movimiento? Según
algunas interpretaciones, esta crisis se funda precisamente en aquella extrema
partidización encubierta, que trae al campo de las asociaciones vecinales las cons-
tantes disputas entre los diferentes partidos y grupos clandestinos que pretendían
salir a la luz con estos apoyos vecinales.
Después de los años ochenta, es verdad que el número de asociaciones crece,
pero no así la actividad y repercusión de las reivindicaciones. Comienza el trasva-
se de los dirigentes vecinales a otras actividades municipales y no hay una pers-
pectiva clara que oriente a estos movimientos vecinales.
Sin embargo, en aquellos años no se podía prever aún el derrotero político que
el movimiento seguiría. Varios son los aspectos que nos permiten argumentar
sobre la crisis a la que el movimiento vecinal se ve sometido. Después de la déca-
da de los setenta, en la que el movimiento se convierte en protagonista político
y social de las principales movilizaciones que tuvieron lugar durante los últimos años
del franquismo y el periodo de la transición política, en los años ochenta entra en
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una fase de crisis, afectada fundamentalmente por las condiciones de normaliza-
ción democrática que se viven en la política española.
Es cierto que el movimiento vecinal, como se ha dicho anteriormente, ence-
rraba un componente político muy significativo, ya que muchos de sus dirigentes
actuaron desde el movimiento para reclamar las libertades políticas que el régimen
franquista había negado. La prohibición de partidos y organizaciones políticas traje-
ron como consecuencia la creación de otro tipo de organizaciones que permitieron la
lucha y la reivindicación: más allá de cuestiones estrictamente urbanas, reclamaban y
cuestionaban el modelo político existente. Muchos de estos dirigentes vecinales tras-
ladaron su actividad al terreno político y se vieron imbuidos por la actividad partidis-
ta cuando en las primeras elecciones municipales realizadas en el Estado español, en
1979, fueron las fuerzas políticas de izquierda, en concreto el Partido Socialista Obrero
Español y el Partido Comunista de España, las que accedieron al gobierno de nume-
rosas Administraciones locales, muchas de ellas, las principales capitales del país.
Las tareas políticas institucionales marcaron entonces la actividad principal de
las organizaciones vecinales. En este sentido, hemos mantenido la tesis de la institu-
cionalización de las asociaciones de vecinos y un recorrido paralelo al que habían
seguido los partidos que en esos momentos se encontraban en el poder municipal.
Los elementos principales de esta institucionalización fueron: la cooptación
por parte de los partidos políticos que accedieron a los gobiernos municipales de
aquellos dirigentes que habían liderado las asociaciones vecinales y habían manteni-
do su lucha en la calle; y el viraje de las asociaciones existentes hacia la política muni-
cipal, encontrándose más ocupados en ese momento en la discusión de los planes
urbanísticos, en la redacción de las normas de participación ciudadana o en la
creación de los mecanismos oficiales de participación, perdiéndose de esa forma
la capacidad reivindicativa y movilizadora que se encontraba en la calle, y no en los
despachos municipales.
Por otro lado, el reconocimiento de las libertades políticas, el derecho de aso-
ciación, la legalización de los partidos políticos, la instauración del Estado de
Derecho, en definitiva la “normalización de la vida democrática” en este país hizo
entrar a la sociedad española en un proceso, no exclusivo de nuestra realidad, sino
que alcanza a todas las sociedades democráticas occidentales, y que ha sido provo-
cado por el propio devenir de las mismas, y es un comportamiento generalizado
caracterizado por una falta de confianza tanto en las instituciones como en los pro-
cesos, esto es, en los partidos políticos, en las elecciones, en los políticos y en lo
político en general, corroborado y confirmado por diferentes indicadores, como son:
los altos índices de abstención que se producen por regla general en las elecciones,
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tanto generales, como autonómicas y municipales; o la caída en los índices de afi-
liación en partidos políticos y sindicatos. Se trata de una falta de confianza en
aquellas formas de participación política, que podríamos denominar como “con-
vencionales”, generándose un clima de “pasotismo” generalizado y que se da, en
mayor medida, por parte de aquellos sectores más jóvenes de la población —sobre
todo en la década de los ochenta—.
En este ambiente, las asociaciones vecinales perviven orientando su actividad
sobre todo hacia los Consejos de Participación Ciudadana creados en los distintos
ayuntamientos, sobre todo en el área de urbanismo que es la que vincula la exis-
tencia de estas AAVV de un modo más directo a la política municipal. Sin embargo,
y dado que aquellas reivindicaciones iniciales que marcaron el origen de estas
organizaciones (falta de infraestructuras, equipamientos públicos, deficiencias en
las viviendas, etc.) en parte y de alguna forma, ya en la década de los noventa están
subsanadas, aparecen nuevas condiciones ligadas a temas de salud, empleo, edu-
cación, etc., y surgen nuevas circunstancias que siguen justificando su existencia.
De parte de los poderes públicos, de parte de la Administración —tanto auto-
nómica, como estatal y europea—, se han dado en estos años importantes flujos
financieros, a través de las iniciativas locales, destinados a paliar las situaciones
de necesidades, tanto territoriales —planes Urban, Leader, Proder, etc.— como de
colectivos concretos —planes Youthstar, Horizon, Now, Equal— que han implicado
grandes cambios en las condiciones urbanas con respecto a la situación en la que
nos encontrábamos hace tres décadas.
Pero bien es verdad que nuevos escenarios y nuevas problemáticas urbanas sur-
gen, y ante estas nuevas situaciones las AAVV tratarán de dar respuestas —vivien-
da, salud, educación, inmigración, etc.— y tratarán de incorporar, en algunos
casos, nuevas formas de acción y de lucha, y nuevas formas organizativas adaptán-
dose a estas nuevas circunstancias.
ENCUENTROS Y DESENCUENTROS ENTRE EL MOVIMIENTO VECINAL
Y EL MOVIMIENTO DE OKUPACIÓN: ALGUNOS EJEMPLOS DEL MUNICIPIO
DE MADRID
Hemos reflejado cómo el movimiento vecinal, con sus características propias, se
ha mantenido a lo largo de estas tres décadas de existencia, y cómo el movimiento
okupa, con sus peculiaridades tanto ideológicas —en cuanto alternativa a un mode-
lo de vida, crítico con un sistema institucional que no le da ni respuesta ni cabida—
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como por su composición social (tanto generacional —jóvenes— como social —pro-
venientes de clases medias principalmente—; podríamos estimar unos dos tercios
de clase media, y con un elevado índice de formación), han seguido diferentes tra-
yectorias, coexistiendo de forma paralela y aparentemente sin un vínculo que
refuerce sus posibles reivindicaciones comunes frente a necesidades concretas,
como es la falta y los problemas relacionados con la vivienda y equipamientos
sociales.
La heterogeneidad que ha adquirido el movimiento vecinal incide en que no
se pueda encontrar una posición única frente al movimiento okupa y otros colec-
tivos ciudadanos que surgen en las últimas décadas ante nuevas problemáticas
sociales. Aunque es verdad que, ocasionalmente, algunas asociaciones han inicia-
do un trabajo de apertura que no sólo se expresa en encuentros o apoyos puntuales
a la okupación sino, sobre todo, en unas nuevas formas de trabajo y de organización
que vislumbran una cierta renovación de sus concepciones tradicionales. Sin
embargo, no podemos afirmar que se trate de un fenómeno generalizado, ya que
muchas de estas asociaciones se quedan encerradas en sí mismas, reproduciendo
esquemas tradicionales y sin ningún planteamiento innovador.
Por su parte el colectivo, o los colectivos okupas, con relación a sus plantea-
mientos alternativos al sistema dominante, y por sus prácticas en un “Estado de
Derecho” donde la ocupación de la vivienda se encuentra tipificada como delito, ha
sido aislado desde un doble sentido: para sí, encerrándose en sí mismo y sin una
actitud abierta hacia otras iniciativas que no se plantearan un cambio radical con
respecto al modelo político, y “desde fuera”, al habérseles identificado mediática-
mente y de forma interesada, tratando de desprestigiar y criminalizar al movi-
miento.
La diferencia principal que encontramos entre ambos movimientos ha estado
marcada, fundamentalmente, por el elemento generacional. Las asociaciones de
vecinos han quedado conformadas por personas mayores que no han sabido dar
respuesta a los jóvenes del barrio, y estos, en lugar de buscar en estas organizacio-
nes un espacio para plantear sus reivindicaciones y sus actividades, han recurrido
a otras fórmulas. Esta situación ha traído a veces fuertes enfrentamientos entre
vecinos asociados y jóvenes que iniciaron okupaciones de edificios para la realiza-
ción de actividades sociales.
La segunda cuestión importante que marca la diferencia entre unos y otros es
la relación con la Administración. Mientras que las asociaciones vecinales han
visto vinculada su actividad a la Administración por diversos motivos, ya enuncia-
dos antes, el movimiento okupa tiene como rasgo esencial su independencia frente
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a cualquier ingerencia institucional. De este modo, la Administración concibe a las
asociaciones vecinales como interlocutores válidos en algunas cuestiones locales
en las que se han previsto diferentes canales de participación a entidades sociales.
Mientras tanto, no ocurre lo mismo con los colectivos okupas. En primer
lugar, porque la Administración no aprueba la forma “ilegal” de okupación de
inmuebles y cualquier negociación para los representantes políticos pasaría por la
renuncia de estos colectivos a esta forma de acción. Y, en segundo lugar, porque los
colectivos okupas no han asumido la necesidad de cumplir con los indispensables
requisitos administrativos que se precisan para entrar a formar parte del juego ins-
titucional, como la necesidad de formalizar la organización dotándose de unos
estatutos y reglamentos de funcionamiento, que les permita la correspondiente
inscripción en los registros oficiales para acceder a lo que la Administración les
ofrece, como las tradicionales subvenciones oficiales o el uso de determinados
locales públicos.
Este fue el caso de la okupación del Centro Cultural ‘Pablo Neruda’7(López, A.;
Martín, P.; Pérez, G., 1994: 31-38), en el barrio de San Agustín (Vallecas), a prin-
cipios de los años noventa. Ante la falta de coherencia de la Administración, que no
concede los permisos de apertura para un local que fue construido para fines socia-
les —en principio estaba previsto como guardería y más tarde, por no cumplir con
las condiciones para tal uso, los vecinos piden que sea utilizado como Centro Cívico
Cultural—, se produce la ocupación del local por parte de la Asociación de Vecinos
Los Pinos de San Agustín. Nuevas gestiones para el acondicionamiento de los loca-
les por parte de la Administración producen la ruptura dentro de la Asociación de
Vecinos, un enfrentamiento entre los asociados mayores, por un lado, y los más
jóvenes, por otro, cuando estos últimos deciden no desalojar el local para la reali-
zación de las obras, a costa de la expulsión de la Asociación, manteniéndose este
conflicto hasta la actualidad. Mientras que la Asociación de vecinos viene a identi-
ficarse internamente con una fuerte estructura organizativa y basa su estrategia en
fuertes relaciones con la Administración, en la línea que ha marcado la trayectoria
del movimiento vecinal, los jóvenes que han reocupado el Centro Cívico Cultural
Pablo Neruda basan su funcionamiento en fórmulas autogestionarias, poniendo en
cuestionamiento la legitimidad de la Administración.
Sin embargo, desde hace unos años a esta parte se ha iniciado una cierta aper-
tura, no tanto desde las asociaciones vecinales, y sin generalizar, como desde la
propia ciudadanía, cuando los vecinos que han empezado a convivir con estos oku-
pas que se han instalado en el barrio, y desde su propia experiencia, han percibido
un trabajo realmente “divertido”, e igualmente válido, que se hace patente en
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varios sentidos: manteniendo el propio edificio; realizando diversas actividades
sociales por, para y con el barrio; y abriendo el espacio a aquellos otros que no for-
man parte del movimiento y que empiezan a ver con simpatía las múltiples activida-
des que en estos espacios se desarrollan. Ello está causando fuertes debates internos,
tanto en el movimiento vecinal como en el movimiento de okupación, pues tanto
para unos como para los otros se trata de procesos que implican una cesión de cier-
tas posiciones que han marcado las peculiaridades de cada uno de ellos.
Contamos con ejemplos muy ilustrativos en el municipio de Madrid al com-
probar cómo la apertura de ambas posiciones está trayendo consigo una nueva
manera de concebir el trabajo en el barrio, teniendo como eje tanto la okupación
de inmuebles para usos sociales como las políticas urbanísticas y propuestas alter-
nativas a los Planes de Ordenación Urbana, concebidos desde las autoridades
municipales como modo de empezar a vincular los temas propios del movimiento
vecinal a un nuevo modelo de trabajo para algunos de los representantes de los
colectivos okupas.
Es significativo que en este momento se esté produciendo una renovación en
la organización interna de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de
Madrid (FRAVM), cuando hace unos meses se crea una Comisión de Juventud y
Movimientos Sociales cuya responsabilidad cae en manos de colectivos okupas
convertidos en Asociaciones de Vecinos de algunos barrios del municipio de
Madrid.
Es el caso del Colectivo SECO8,que hace unos años entró a formar parte de la
Asociación de Vecinos Los Pinos de Retiro Sur a propuesta de los antiguos dirigen-
tes vecinales, cuando percibieron que el grupo de jóvenes que habían ocupado el
colegio tenía muchas oportunidades de hacer cosas para el barrio. La entrada en la
Asociación de Vecinos y el contacto con otras asociaciones, colectivos y vecinos del
barrio marcan, además de un fuerte debate interno, una nueva forma de percibir el
sentido de las actividades que se están realizando, muchas veces, fuera de la lógica
de la cotidianeidad y de los problemas que más preocupan a los vecinos, empe-
zando a detectarse por parte de estos jóvenes la necesidad de vincular su reivindi-
cación y su lucha a los problemas concretos del barrio, dentro de la concepción más
tradicional de los llamados nuevos movimientos sociales que vincula lo personal
y más cercano a lo político y lo cultural. Además, el colectivo SECO, en tanto
Asociación de Vecinos, ha iniciado un trabajo institucional, con la participación en
los Consejos de Participación Ciudadana y en las Juntas del Distrito, entrando a su
manera en la lógica institucional del poder local, al igual que entran, “a su mane-
ra”, en la estructura organizativa de la FRAVM.
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De esta forma, lejos de la confrontación suscitada en el anterior caso por parte
de la Asociación de Vecinos y de los jóvenes de San Agustín, los miembros del
colectivo SECO han optado por una estrategia reversiva, entrando en el juego de
negociación con la Administración, desde la línea que se marca desde la FRAVM,
pero instituyendo desde su propia concepción una innovadora manera de irrumpir
en el marco institucional, tanto frente a la Administración como frente a la estruc-
tura orgánica de la FRAVM. Hay que entender que ello ha sido posible por la acti-
tud de la propia Asociación, cuando se brinda la posibilidad, no sólo de entrar a
formar parte de la misma, sino de que sean estos jóvenes okupas quienes se hagan
responsables de su gestión.
Y cómo no mencionar en este espacio al Centro Social Okupado del barrio de
Lavapiés, cuando hace unos meses se produce el desalojo del Labo 03. La actividad
desplegada en el centro en estos últimos años ha hecho que este espacio sea un
punto de referencia para muchos vecinos, no sólo de Lavapiés, sino de otros barrios
y localidades y de muchos jóvenes madrileños. Es uno de los lugares en los que se
han protagonizado los debates acerca de las formas dominantes de producción,
sobre cuestiones urbanísticas y modelos de desarrollo, se han organizado activida-
des de apoyo a las marchas zapatistas. Desde allí, los distintos colectivos se han
adherido a la plataforma contra la guerra (contra la invasión de Irak), y se ha arti-
culado su vinculación con los movimientos antiglobalización capitalista en otros
barrios y ciudades españolas y europeas, con la participación de profesionales
comprometidos de diferentes medios de la vida política, cultural y académica de
esta ciudad.
De cara al barrio, se ha producido un encuentro con la Red de Colectivos de
Lavapiés, en la que se hallan también miembros de la Asociación de Vecinos “La
Corrala”, además de haber conseguido el apoyo de los vecinos del barrio. Esto se ha
manifestado en diferentes actividades convocadas con motivo de los diferentes
desalojos a los que se han visto sometidos, como el reconocimiento social de las
actividades que en los distintos centros okupados se han realizado en el barrio,
muchas veces supliendo la falta de políticas sociales institucionales, destacando de
esta forma la labor social que se ha cumplido de cara al barrio.
NOTAS
- Ponemos “ocupación” a diferencia de “okupación” con “k” porque aquellas tomas de viviendas vacías por
familias sin casas fueron muy diferentes del actual movimiento okupa, ya que no se trataba de jóvenes que
intentaban un nuevo estilo de vida y denuncia, sino de familias enteras sin recursos con una necesidad
imperiosa de alojamento. Sólo en algunos casos que conocemos de Madrid (La Ventilla, General Fanjul
y algunos más) se planteó una toma colectiva de viviendas. Se trató, en plena transición política, de exigir
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el derecho a la vivienda de unas 50 familias mediante la autoliquidación y quema de las chabolas donde
vivían y la ocupación de un edificio nuevo que iba a ser adjudicado por cuotas, cuando los habitantes de
este barrio tenían la promesa escrita de que ellos tenían prioridad por sus condiciones de vida. La lucha
política de estas ocupaciones significó durante meses la ruptura interna de varios partidos ante este acon-
tecimiento no previsto en sus programas. El Ministerio de la Vivienda (UCD), Felipe González (entonces
presidente del gobierno español-PSOE) y la Gerencia Municipal d Urbanismo (PCE) querían desalojar,
mientras el gobierno civil (UCD), Tierno Galván (entonces alcalde de Madrid-PSOE) y otros partidos
extraparlamentarios (PTE) preferían intentar negociar una solución, como al fin se consiguió.
- Vivienda: especulación & okupación. 2000. Donostialdeko Okupazio Batzarra.
- Villasante, T. R., Las comunidades locales, 1984.
- “Okupación, represión y movimientos sociales”, 2000. Jornadas de debate. Asamblea de vecinos de
Tarrassa.
- En ese momento encontramos los aspectos que más tarde hemos identificado como definitorios de la cri-
sis del movimiento: “…la nueva situación política que se genere puede afectar al movimiento ciudadano
por dos flancos: por los partidos políticos y por la presumible existencia futura de unos Ayuntamientos
democráticos”.
- “El movimiento vecinal en Valencia capital y poblaciones de su provincia durante 1976”, Martínez Suñer,
- M., en Las Asociaciones de Vecinos en la Encrucijada, 1977.
- López, A.; Martín, P.; Pérez, G. (1994), “La participación ciudadana en el barrio de San Agustín”.
Aplicación de la IAP en Palomares Sureste. D. Vallecas, Madrid. Documento de trabajo no publicado.
- No existe actualmente ningún documento publicado sobre la experiencia en concreto. La información y
documentos que se han manejado han sido facilitados por José Luis Fernández Casadevente, Cois, miem-
bro activo del colectivo SECO, elaborados por él mismo y titulados: “C.S. Seco. Historia, saberes y pers-
pectivas generadas por una experiencia local de participación ciudadana” (para el curso 2001/02 de
Enseñanza Abierta de la UNED: Movimientos Sociales: cambio social y participación).
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OKUPACIÓN Y MOVIMIENTO VECINAL
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CAPÍTULO 5
MOVIMIENTO DE LAS OKUPACIONES Y MOVIMIENTOS SOCIALES:
ELEMENTOS DE ANÁLISIS PARA EL CASO DE CATALUÑA
TOMÁS HERREROS SALA
La década de los noventa ha presenciado un auge considerable de la literatura y el
estudio de los movimientos sociales. Se ha producido, así, un mejor conocimiento,
creciendo a la vez la comunidad que dentro de las ciencias sociales —especialmen-
te en las ramas críticas de la sociología y disciplinas cercanas— se preocupa y se
dedica a investigar sobre la protesta y la acción colectiva, temática nuclear en los
inicios de la moderna ciencia social. Sin ningún género de dudas, tal interés devie-
ne buena noticia. Que instancias como los movimientos sociales recuperen interés
académico bien podría ser una señal hacia el sorpasso a la ola de conservadurismo
y neoliberalismo de los años ochenta y noventa, imperante también en las propias
universidades. En esas dos décadas el mainstream de la sociología y la economía, e
incluso la propia historia, focalizó sus intereses casi exclusivamente hacia lo que
ocurría en las altas esferas de la sociedad, produciendo estudios, a veces refinados,
donde el cambio social parecía haberse evaporado de la propia sociedad.
Así pues, bienvenida sea la renovada curiosidad por los movimientos sociales. La
discusión, ahora, deberá ser ya no por qué estudiar los movimientos sociales
—cuestión a la que en los primeros noventa se veían sometidos e interpelados
constantemente quienes a esa labor pretendían dedicarse—, sino cómo estudiar los
movimientos sociales. Esta es la pregunta fundamental, la básica para los aficionados,
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a veces obsesivamente, por esta materia. El cómo se convierte, así, en el punto
nodal para la mayoría de analistas de movimientos. Doug McAdam, una de las pri-
meras espadas mundialmente reconocidas en el campo, después de años de refle-
xionar sobre la cuestión, sugiere lo siguiente:
…la persistencia de ciertas convenciones metodológicas y conceptuales en
este campo continúa oscureciendo, a mi juicio, varias verdades simples que
para los activistas son evidentes desde hace ya mucho tiempo. Estas verdades
incluyen los cuatro enunciados siguientes: 1) los movimientos sociales no son
entidades discretas, semejantes a organizaciones; 2) en general los movimien-
tos sociales son inseparables de las familias de movimientos, más amplias e
ideológicamente coherentes (Della Porta y Rucht, 1991), en la que están encla-
vados; 3) como ya hace tiempo ha dicho Sydney Tarrow (1983, 1989), lo que
tendríamos que tratar de explicar es el surgimiento y la caída de estas familias
o ciclos de protesta; 4) la mayor parte de los movimientos sociales tienen como
causa otros movimientos sociales y las herramientas tácticas, organizativas e
ideológicas que proporcionan a luchas posteriores (McAdam, 2003: 244).
Tomarse en serio la sugerencia de McAdam implica focalizar la atención más
allá del propio movimiento y dirigirse al conjunto de movimientos que existen en
un periodo temporal concreto. ¿Qué implicaciones conlleva para el estudio del
movimiento de las okupaciones? Como la mayoría de los movimientos, el movi-
miento de las okupaciones no ha conseguido cambios políticos o sociales a remar-
car. ¿Por qué decimos, pues, que su experiencia ha sido realmente importante?
¿Cuál ha sido entonces el elemento más destacable del movimiento? Dicho rápida-
mente, lo más destacable ha sido su impacto, dinamización e influencia en el con-
junto de movimientos sociales. Ello es lo que trataremos de explicar en las
siguientes líneas.
PROPUESTA DE ANÁLISIS
Los últimos años, claramente desde 1999, presencian un resurgimiento en el
ámbito mundial de los movimientos sociales y en general de la crítica social frente
a la sociedad realmente existente. Los acontecimientos de la primavera de 2003,
con el movimiento global contra las guerras, no hacen más que constatar una intui-
ción que de forma sigilosa crecía entre los analistas de la protesta social: todo pare-
ce indicar que estamos asistiendo a la formación de un nuevo ciclo de protesta de
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TOMÁS HERREROS SALA
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dimensión global, ciclo que guarda ciertos paralelismos con otros periodos histó-
ricos inmediatamente anteriores, el ciclo de la primera parte del siglo XX, con el
movimiento obrero como punta de lanza y el ciclo epicentrado en el Mayo del 68,
con los movimientos estudiantiles y sociales a la cabeza (Aguilar y Herreros, 2002:
14-15).
El actual es un ciclo aún en formación, esto es, siguiendo el modelo propues-
to por Sydney Tarrow, se asiste a su etapa inicial, de movilización o, si se prefiere,
su fase ascendente (Tarrow, 1997: 99-109). Por tanto, el estudio de sus dinámicas
ha de centrarse exclusivamente en las razones facilitadoras de la apertura del nuevo
ciclo y, en el campo de los movimientos sociales, indagar cuáles han sido los movi-
mientos madrugadores, es decir, los primeros movimientos que han desafiado al
poder. Uno de ellos, aunque no el único, evidentemente, ha sido, en los países cen-
trales del sistema capitalista, el movimiento de las okupaciones. Ello es especial-
mente cierto en Italia, la costa atlántica de los Estados Unidos, Holanda, Inglaterra,
en Suiza o en el Estado español y, parcialmente, en Francia. Puede decirse, por
tanto, que el papel del movimiento de las okupaciones ha sido clave para el des-
arrollo del conjunto de los movimientos sociales. Refiriéndose a la AGP1, Ramón
Fernández Durán destaca entre los asistentes a su primera convocatoria de asam-
blea, en 1998 en Ginebra, al movimiento de las okupaciones. Dice así:
En lo que respecta al Norte, o Centro del sistema, la diversidad de lo allí
presente también era manifiesta. En Ginebra se dieron cita el movimiento de
los parados franceses, así como ciertas organizaciones de la red europea contra
el paro, la precariedad y la exclusión social. Organizaciones estadounidenses
que trabajan con los “sin techo”, como Food Not Bombs, que está presente en la
mayoría de las ciudades de EE.UU. y que está sufriendo una fuerte represión
por parte de las autoridades; nuevas organizaciones de defensa de los trabaja-
dores precarios o amenazados por los procesos de privatización y desregulari-
zación; el movimiento okupa y los centros sociales autogestionados de
distintos países europeos —de hecho el encuentro en Ginebra fue organi-
zado, en gran medida, gracias a la participación activa del movimiento
okupa de esta ciudad helvética—; algunas organizaciones de acción directa
provenientes del ámbito ecologista radical, entre las que destacaban por sus
características peculiares Reclaim the Streets, de Gran Bretaña, que con sus
acciones espectaculares festivas reivindicativas y de lucha en la calle (street
parties) ha llegado a ser conocido (y emulado) en muchas partes del mundo;
y diferentes grupos y redes que tratan de desenmascarar las consecuencias del
Tratado de Maastrich (el reflejo de la globalización económica y el neoliberalismo
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MOVIMIENTO DE LAS OKUPACIONES Y MOVIMIENTOS SOCIALES…
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en nuestro continente) sobre las poblaciones de la Unión Europea (Fernández
Durán, 2001: 86-87). (La redonda es nuestra.)
De esta forma, el principal centro de interés del movimiento de las okupacio-
nes remite a su papel como uno de los movimientos iniciadores o movimientos
madrugadores. La fase inicial del ciclo de protesta actual se abre, en Cataluña y en
el resto del Estado español, con los episodios acontecidos desde 1999, tomando
forma y elevando su intensidad con el movimiento global contra la guerra de ini-
cios de 2003. El movimiento de okupaciones, en cambio, se desarrolla plenamen-
te en la década de los noventa. En modo ciertamente importante reemprende la
crítica social. Como también otras iniciativas: los movimientos de solidaridad, los
nuevos movimientos juveniles, la herencia de los nuevos movimientos sociales, en
especial el movimiento ecologista, partes de la izquierda alternativa en países
donde consigue mantener la presencia, los grupos de denuncia a la creciente
exclusión social y los nuevos movimientos emergentes en los países periféricos
(Herreros, 2003a). Todos ellos van sedimentando y dando forma a una crítica
social que va a ser el carburante de la fase inicial del ciclo de protesta en la que hoy
estamos inmersos.
Este, y no sus logros frente a las autoridades, es el impacto más significativo
del movimiento de las okupaciones, tal y como he defendido en otras partes
(Herreros, 2003). En este capítulo quisiera argumentar esta tesis para el caso de
Cataluña. El conjunto de España, pero en particular Cataluña, se ha convertido en
los últimos años en laboratorio para los movimientos sociales, produciéndose en los
años 2000, 2001 y 2002 episodios de acción colectiva de una envergadura ciertamen-
te considerable. Entre ellos cabe destacar la consulta por la abolición de la Deuda
Externa de inicios de 2000 —casi 500.000 votos por la abolición de la deuda externa
en un ejercicio de democracia participativa sin precedentes—, la movilización contra
el desfile militar en mayo del mismo año —más de 50.000 personas en el acto cen-
tral—, las primeras manifestaciones antiglobalización a raíz de la cumbre de Praga
en septiembre también del mismo año —15.000 personas en la manifestación de
Barcelona y 500 de ellas presentes en Praga—, la campaña contra el Banco Mundial
en junio de 2001 —30.000 personas en la manifestación—, la Campaña Contra la
Europa del Capital y la Guerra —que el día 15 de marzo paralizó Barcelona con dece-
nas de movilizaciones espontáneas y acciones directas no violentas y el día 16 rea-
lizó la manifestación con cerca de medio millón de personas— y finalmente la
movilización contra la guerra, con centenares de acciones, paros de estudiantes
y manifestaciones, sobresaliendo las del 15 de febrero, 15 de marzo y 12 de abril2.
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No sería fácil que se hubieran producido tales movilizaciones sin el desarro-
llo en los años noventa de las seis componentes de crítica social más arriba citadas.
Entre ellas, en un lugar destacado, debe situarse, dentro de los movimientos juve-
niles de carácter urbano, al movimiento de las okupaciones. Especialmente en el
segundo lustro de los noventa, protagonizó en Cataluña los episodios de acción
colectiva de mayor relieve, convirtiéndose en escuela de militancia para centena-
res de jóvenes y en cierto modo influenciando en la naturaleza de la fase inicial del
ciclo de protesta.
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN EL CONTEXTO POSTRANSICIONAL
El contexto postransicional abierto en Cataluña después de 1982 modifica sustan-
cialmente la presencia y naturaleza de los movimientos sociales. En la Cataluña de
los años setenta —momento de la llamada transición política de un régimen auto-
ritario hacía un régimen democrático-liberal— la presencia, densa e importante,
de movimientos sociales básicamente se circunscribe al movimiento obrero y a los
movimientos vecinales. Después de 1982 el panorama, lenta pero constantemente,
se modifica con la irrupción de otros movimientos sociales, con otro tipo de rei-
vindicaciones y prácticas políticas, visibles de forma clara en los últimos años del
siglo XX y los primeros del siglo XXI.
Este cambio no ha sido de ninguno de los modos espasmódico. Más bien ha
seguido procesos graduales y a menudo extraordinariamente lentos de configu-
ración de los movimientos sociales actuales. Podríamos decir que, a riesgo de
entrar en excesivas pero necesarias implicaciones, después de 1982 se observan las
siguientes etapas: (1) de 1982 a 1989, con la persistencia de núcleos antisistémicos
provenientes de la lucha antifranquista, cohabitando, no pocas veces conflictiva-
mente, con acciones colectivas de masas de nuevo tipo; (2) de 1989 a 1994, con el
agotamiento de las formas políticas de tipo partidista y los principios incipientes
de movimientos de nuevo tipo; (3) de 1994 a 1999, con el desarrollo de los movi-
mientos de nuevo tipo; y (4) de 1999 a 2003, con un crecimiento de la comunica-
ción y la síntesis de esos mismos movimientos. En las líneas que siguen, se
pretende abordar los rasgos más relevantes de cada una de estas etapas.
La primera etapa abarca de 1982 a 1989, siendo su rasgo distintivo la persis-
tencia de núcleos antisistémicos provenientes de la lucha antifranquista y su coha-
bitación con acciones colectivas de masas de nuevo tipo. Empecemos por lo
primero, los núcleos antisistémicos legados de la Transición. El tipo de transición
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MOVIMIENTO DE LAS OKUPACIONES Y MOVIMIENTOS SOCIALES…
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en los últimos setenta y primeros años ochenta, de acomodo a la democracia libe-
ral, polariza a los movimientos obreros y vecinales. Una parte encuentra lugar en la
izquierda que preconiza el consenso pactado, encontrando aposento en los ayun-
tamientos después de las primeras elecciones municipales de 1979 y también en
la burocracia de los grandes sindicatos, la UGT y CCOO. Esa parte del movi-
miento en los ochenta deja de ser movimiento y encuentra cauce a sus reivindi-
caciones a través de los mecanismos institucionales, aceptando más o menos
como propio el marco resultante de la transición institucional, esto es, la demo-
cracia de baja calidad desde entonces existente y la dinámica capitalista ansiosa
de insertarse en el nuevo capitalismo transnacional surgido después de la crisis
mundial de los setenta.
La otra parte, la que no acepta los consensos, o antisistémica, defiende los
postulados de lo que podríamos llamar la izquierda radical. Reclama un cambio
más o menos revolucionario más allá de la transición exclusivamente institucional,
que es la que finalmente se produjo. Esa decepción conduce, especialmente des-
pués de 1982, una vez termina la transición institucional, al debilitamiento de esa
izquierda radical, pese a la existencia de ciertos episodios de acción colectiva cier-
tamente radicales (Quintana, 2002). Aun así, después de 1982, sigue manteniendo
cierta presencia: persisten, pese a la tendencia a la baja, componentes del anar-
quismo, también ciertos grupos autónomos aunque francamente disgregados y
finalmente los grupos políticos más organizados, fundamentalmente la LCR y el
MCC con conexiones con los múltiples y episódicos grupos de la izquierda inde-
pendentista.
A la vez, la izquierda radical empieza a cohabitar con señales e indicios de
acciones colectivas de masas de nuevo tipo (Aguilar, 2002). La primera se produce
con la movilización anti-OTAN; la segunda, con las movilizaciones del movimien-
to estudiantil de 1986-1987 y, la tercera, con la huelga general del 14-D de 1987. En
todas ellas se constata que la acción resultante desborda y supera claramente a las
organizaciones convocantes, creándose nuevos mecanismos de acción nunca con-
trolados por una sola organización.
Así, el panorama de la primera etapa atiende a la existencia de una izquierda
proveniente de la lucha antifranquista, con poca capacidad para elaborar y dinami-
zar episodios de acción colectiva de masas, que sólo se producen cuando van más
allá de las organizaciones de esta izquierda, produciendo coaliciones amplias, de
geometría variable y con una representación creciente de lo que podríamos llamar
los actores propios en las democracias liberales. En definitiva, puede decirse que
esta es una etapa que, manteniendo trazos y lógicas legadas de periodos anteriores,
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empieza a ofrecer señales de lo que podría ser la movilización en un régimen polí-
tico de tipo poliárquico.
La segunda etapa abarca de 1989 a 1994, caracterizándose por el agotamiento
de las formas políticas partidistas y los principios incipientes de movimientos de
nuevo tipo. Podría decirse que es una etapa de adaptación de la realidad catalana a
lo que acontece en los mismos años en los países de capitalismo avanzado. En esos
países la mayor crítica se desprende de los llamados nuevos movimientos sociales
(ecologismo, pacifismo y nuevo feminismo) y los movimientos derivados del área
de la autonomía, especialmente visibles en Italia y Alemania, todo ello legado del
Mayo del 68 parisino.
En los últimos años ochenta emergen los llamados nuevos movimientos
sociales en Cataluña. Los más dinámicos son el movimiento antimilitarista, con la
objeción y la insumisión, el movimiento por la liberación gay y lesbiana y el movi-
miento estudiantil, dando lugar a una primera oleada de colectivos, como el MOC,
MILI-KK, CAMPI, el FAGC o grupos asamblearios estudiantiles. Es cierto que, al
inicio, no pocos de estos colectivos son creados como correa de transmisión de los
grupos políticos de la izquierda radical. Su actividad, empero, en esos mismos años
tiende a disolver esas mismas correas, situándose de facto crecientemente al mar-
gen de los mismos grupos políticos.
El proceso de liberación de los movimientos en relación con los grupos polí-
ticos más organizados pone a su vez en crisis a estos últimos. Grupos como la LCR
o el MCC, y su posterior fusión Revolta, padecen una crisis de identidad cuando
gran parte de los colectivos tienden a romper las correas, ejerciendo a la vez una
crítica más o menos furibunda a una forma de acción política, la partidaria, a supe-
rar. El resultado es doble. Por un lado, ponen en crisis casi definitiva a los grupos
de la izquierda radical. Por otro lado, empiezan a emerger prácticas políticas al
margen de los partidos e incluso con lógicas enfrentadas tanto en todo lo vinculan-
te a la organización interna jerárquica, ahora más asamblearia, como en los temas
y problemáticas a tratar, ahora más locales y más cercanos a las problemáticas coti-
dianas.
Esas nuevas prácticas políticas inician un renovado interés por el anarquismo,
tal vez un anarquismo de tipo más difuso y articulado en colectivos de barrio y loca-
les. En último término, permite una primera escuela de síntesis, aunque suma-
mente precaria y no exenta de conflictos, entre los colectivos que procedían de la
izquierda radical y los colectivos de tradición más puramente anarquista. Ayudan a
la síntesis los primeros agrupamientos de las dos procedencias que se producen en
Madrid y en Valencia, al calor de un creciente interés por las ideas y prácticas de
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intervención política de la autonomía organizada y difusa, especialmente la de
carácter más juvenil, protagonizada en la primera ciudad por la experiencia de la
Coordinadora de Colectivos de Lucha Autónoma (Wilhemi, 1998) y, en la segunda,
por todo lo acontecido en el Kasal Popular de Valencia.
La tercera etapa comprende de 1994 a 1999 y es la del desarrollo pleno y, por tanto,
la de la consolidación de los movimientos de nuevo tipo. El movimiento de solida-
ridad con las zonas regionales del capitalismo periférico es uno de ellos. Surge fun-
damentalmente de las universidades, con el objetivo de denunciar la situación de
miseria y marginación de los países del llamado Tercer Mundo. La del 0,7 por cien-
to es una de sus primeras reivindicaciones, con las llamativas acampadas de 1994.
También toman fuerza los distintos movimientos juveniles, incentivados por la
consolidación del movimiento de insumisión: el movimiento estudiantil, los movi-
mientos contra el trabajo temporal, las iniciativas antifascistas y antirracistas y el
movimiento de las okupaciones. A la vez, quizás con menos fuerza, se desarrollan
también los grupos y las asociaciones de apoyo a las personas excluidas socialmen-
te que, como en otros países de capitalismo avanzado, se producen en Cataluña.
Es una etapa también marcada por la irrupción internacional del zapatismo. El
impacto que ejerce en el conjunto de los movimientos sociales es visible tanto
en las nuevas formulaciones políticas que inaugura como también en la creación
de colectivos de solidaridad, destacando para el caso de Cataluña la formación del
activo Colectivo de Solidaridad con la Rebelión Zapatista.
Así, esta es la etapa de desarrollo en Cataluña de un conjunto de colectivos
y movimientos sociales que capturan los rasgos de los movimientos sociales más
actuales. Entre otras, la dinamización de una actividad ciertamente densa, la inde-
pendencia y autonomía, cuando no la crítica, frente a las organizaciones políticas
partidarias, la prioridad por las formas de organización de tipo asambleario, flexi-
bles y, a menudo, ad-hoc, el desarrollo de la acción local transgresiva y la renuncia
a las ideologías cerradas y excluyentes. Cabe decir, del mismo modo, que este con-
junto de colectivos y movimientos sociales suponen el punto de entrada para cen-
tenares de jóvenes en el mundo de la militancia política.
Finalmente, la tercera etapa empieza en 1999 y llega, por ahora, hasta 2003. El
hecho más destacado es el crecimiento de la comunicación y la síntesis entre la
gran mayoría de los movimientos sociales. Después del desarrollo de los colectivos
y movimientos en la etapa anterior, los últimos cuatro años han supuesto una
mayor comunicación y colaboración entre esos mismos movimientos. No exentos
de dificultades, desde 1999 ha aumentado la comunicación y la relación entre los
diferentes movimientos. Tal vez el primer punto de inflexión sea la organización,
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en el verano de 1998, del II Encuentro Contra el Neoliberalismo y la Humanidad,
que a iniciativa de los zapatistas se hizo en el Estado español con un desarrollo pro-
pio en Cataluña. Posteriormente (marzo de 2000) se realiza, a iniciativa de la Xarxa
Catalana per l’Abolició del Deute Extern, la consulta social por la abolición de la
deuda, consiguiendo ser también un punto de encuentro entre los diversos movi-
mientos sociales. Ese mismo año nace el MRG (Movimiento de Resistencia Global),
sitio también de encuentro de personas y grupos de procedencia diversa. Al año
siguiente, 2001, el Banco Mundial anuncia su presencia en Barcelona para celebrar
un seminario —finalmente desconvocado por temor a las movilizaciones popula-
res—. El anuncio sirve para la emergencia de la Campaña Barcelona 2001, una red
que incluso empieza a sintetizar no sólo a los colectivos de los movimientos socia-
les, sino que también sirve de encuentro más amplio.
Al siguiente año, 2002, se organiza la Campaña Contra l’Europa del Capital i la
Guerra, que logra enraizarse en el tejido asociativo, promoviendo una de las más
multitudinarias movilizaciones antiglobalización. Finalmente, en el año 2003, a
través de la Plataforma Aturem la Guerra y otras redes interrelacionadas (como
las asambleas de estudiantes, los espacios liberados contra la guerra o las asam-
bleas locales y barriales), se articula tal vez la protesta más numerosa desde la
transición. Es remarcable que, a diferencia de otros sitios del Estado español,
en Cataluña el peso de la movilización nunca estuvo en manos de las organiza-
ciones políticas de la izquierda tradicional, ya sean partidos o sindicatos. Por el
contrario, los grupos más movilizados son los colectivos y movimientos socia-
les formados en la última década. En este sentido es remarcable que el funcio-
namiento de la Plataforma Aturem la Guerra fuera, pese a la presencia de partidos
políticos, más parecido a una asamblea de ciudadanos y ciudadanas, trabajando,
con todas las dificultades obvias, el consenso y el acuerdo y funcionando a modo
de red.
LA APARICIÓN Y EL DESARROLLO DEL MOVIMIENTO DE LAS OKUPACIONES
La emergencia del movimiento de las okupaciones en Cataluña cruza de lleno las
etapas de desarrollo antes citadas para el conjunto de los movimientos sociales. Sus
primeras experiencias surgen en la primera etapa (1982-1989), empieza a conso-
lidarse en la segunda (1990-1994), eclosiona en la tercera (1994-1999), entran-
do en la última etapa (1999-2003) a participar en la dinamización más amplia
de movimientos sociales, que trataremos en el siguiente apartado.
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MOVIMIENTO DE LAS OKUPACIONES Y MOVIMIENTOS SOCIALES…
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Sus primeras experiencias en Cataluña datan de mediados de los ochenta.
Fundamentalmente siguen el modelo de okupaciones de influencias alemanas,
más centrados en la vivienda. Pretenden, así, crear formas alternativas de convi-
vencia usando para ello edificios y casas deshabitadas fruto de la especulación exa-
cerbada, visible en grandes metrópolis como Barcelona. La mayoría de las veces
sus participantes provienen de una ideología de influencia anarquista. A finales de
los ochenta y primeros noventa, empero, comienzan a surgir iniciativas que,
siguiendo el modelo italiano, pretender abrir las okupaciones también como cen-
tros sociales, con actividades abiertas al vecindario y al resto de colectivos sociales
coetáneos. Experiencias enriquecedoras como el CS Minuesa en Madrid o el Kasal
Popular en Valencia ejercen una influencia clave. Así, a principios de los noventa,
colectivos y movimientos hasta entonces ajenos al movimiento de las okupaciones
—procedentes tanto de la universidad como de colectivos antimilitaristas o de los
grupos de la izquierda radical—muestran un creciente interés por la okupación y
entran en contacto con los grupos ya existentes en su práctica.
Es interesante, en ese sentido, la confluencia entre ambos sectores. A ambos
les sirve para interrogarse sobre la actividad política hasta entonces desarrollada.
Los grupos desde entonces interesados por la okupación rompen con las organiza-
ciones partidarias, mostrando un creciente interés por las prácticas autónomas de
los movimientos sociales. Y a los grupos que ya venían practicando la okupación
la confluencia les sirve para proveerse de más apoyos y de una red más amplia en la
defensa de sus reivindicaciones. La confluencia o el encuentro supone, además,
que entre 1994 y 1999 el movimiento viva sus mejores años, lo que podríamos lla-
mar su época dorada. Son frecuentes las nuevas okupaciones, también los desalo-
jos, aunque luego les siguen otras okupaciones, las manifestaciones de apoyo y su
expansión geográfica por distintas ciudades y pueblos de la geografía catalana.
Cierto es que en ese mismo periodo se penaliza la okupación, padeciendo una
represión en forma de los constantes desalojos, la creciente criminalización y
acoso policial, judicial y a menudo también mediático. Lejos de debilitarlo, episo-
dios como los vividos a raíz del desalojo del cine Princesa (octubre de 1996) o los
constantes desalojos en Terrassa (1996-1997), en último término acaban reforzan-
do al movimiento. Las acciones y sus consecuencias son asumidas por el conjunto
del movimiento, dado el convencimiento, razonado y cierto, de la ilegitimidad, e
incluso la posible inconstitucionalidad, de la penalización de la okupación de inmue-
bles vacíos.
La energía del movimiento entre los años 1994 y 1999, de esta forma, se cons-
tata en diversos ámbitos. El primero se refiere al crecimiento de las okupaciones
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como viviendas y, por su visibilidad, al crecimiento del número de centros socia-
les okupados. Puede decirse que, pese a los constantes desalojos —sólo de 1996 a
1999, de acuerdo con el informe público elaborado por la Comisión de Derechos
Humanos del Colegio de Abogados de Barcelona, se producen más de cien desalo-
jos con un total de 450 personas detenidas—, el movimiento es capaz de mantener
abiertos entre veinte y treinta centros sociales, fundamentalmente en Barcelona y
en las ciudades de la primera y la segunda corona. Los centros sociales okupados
son sumamente importantes para el movimiento, pues son los que lo mantienen
dinámico, ofreciendo programaciones regulares de actividades de todo tipo
(políticas, lúdicas, sociales, de encuentro, etc.) abiertas al barrio y con una
recepción nada despreciable especialmente entre la gente más joven. Entre los
centros sociales más conocidos en esos años, se destacan dentro de Barcelona el
Cine Ocupado Exprincesa (barrio de La Ribera), el CSOA Hamsa y Can Vies
(barrio de Sants), el CS Palomar (barrio de Sant Andreu), Can Mireia (Nou
Barris) o Les Naus (barrio de Gracia) y, fuera de Barcelona, el Patí Blau y el
Ateneu (en Cornellà), La Vaqueria (en Hospitalet), el CS Torreblanca (en Sant
Cugat) o el CSO Vallparadís (en Terrassa).
El segundo ámbito donde se muestra la energía del movimiento se refiere a la
organización de manifestaciones y otro tipo de actos públicos, algunos de ellos con
una alta capacidad de convocatoria. De 1994 a 1999 son constantes las manifesta-
ciones protagonizadas por el movimiento de las okupaciones como protesta frente
a los desalojos. También se organizan otras cuya reivindicación es la despenaliza-
ción de la okupación, siendo la del 21 de marzo de 1998 —con el posterior concier-
to en el Mercat del Born— la puesta de largo definitiva del movimiento de forma
pública: desde entonces serán pocos los que dudarán de su capacidad de movili-
zación.
Finalmente, el tercer ámbito donde se muestra la energía del movimiento se
refiere a su capacidad de articularse internamente con un discurso crecientemen-
te coherente y articulador de las diversas sensibilidades. Ello se consiguió con un
aumento de la comunicación y la interconexión entre los diferentes centros socia-
les okupados, a través de la organización de asambleas de okupas, jornadas de dis-
cusión e intercambios de experiencias entre unos sitios y otros. Es cierto que el
movimiento siguió siendo heterogéneo, con diferencias nada despreciables.
Empero, del mismo modo aparecieron lenguajes comunes que lo identificaron. Lo
más básico del lenguaje común se refiere a la denuncia a la especulación y a las
contradicciones de la propiedad privada, a la necesidad de desobedecerla y de crear
centros sociales, a la organización asamblearia, horizontal y abierta de los centros
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sociales, al alejamiento de los discursos con poco aterrizaje en la realidad y a sen-
tirse partícipe de un movimiento con una carga fuerte de crítica social. Podríamos
decir que todo ello constituye el mínimo común denominador del movimiento de
las okupaciones en el segundo lustro de los noventa.
En definitiva, la década de los años noventa deviene clave para el desarrollo
del movimiento. Especialmente en la segunda parte de la década el movimiento de
las okupaciones se dota a sí mismo de los instrumentos necesarios con el objetivo
de enfatizar su contenido político. Su mayor fruto es un núcleo central formado por
centenares de jóvenes y un núcleo periférico más amplio que se socializa política-
mente dentro del movimiento. Y que va a tener consecuencias en la expansión de
los movimientos sociales en los próximos años.
INFLUENCIA POSTERIOR EN LA DINAMIZACIÓN DE LOS MOVIMIENTOS
SOCIALES (1999-2003)
En esta última etapa, por ahora, del movimiento de las okupaciones, la actividad
prioritaria se ha destinado, más que al propio movimiento, a dotar de nuevas
herramientas a los distintos movimientos sociales y a participar en las diversas
iniciativas plurales que de estos emanaban. Cierto es que, a la vez, han continuado
episodios propios, por ejemplo, el intento de desalojo de Kan Masdeu en la prima-
vera de 2002, pero lo novedoso ha sido que la campaña para su defensa ha ido más
allá del propio movimiento, siendo defendida también por sectores hasta entonces
ajenos a la okupación.
Así pues, en lo que se refiere a la actividad prioritaria del movimiento de las
okupaciones puede decirse que en algunos casos otras iniciativas han aprendido
del movimiento, mientras que en otros, cuando el movimiento ha confluido con
otros grupos, este ha aprendido de aquellos. A nuestro parecer tal influencia mutua
ha sido claramente visible y exitosa en tres ámbitos concretos: la reactivación de
centros sociales y ateneos, la participación en las redes y campañas de los movi-
mientos sociales y la dinamización de la contrainformación o información alterna-
tiva. Por el contrario, la influencia ha sido mucho menos visible y exitosa, e incluso
claramente deficitaria, en las campañas contra la represión, labor que las más de
las veces ha sido copada por una parte del movimiento, optando por discursos
maximalistas, con más recepción en las organizaciones de la izquierda indepen-
dentista que en los movimientos sociales. Abordemos, empero, las tres primeras
cuestiones, en las que sí se ha mostrado tal influencia.
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CENTROS SOCIALES Y ATENEOS
El primer ámbito donde se muestra claramente la influencia del movimiento de las
okupaciones, tal vez el más preclaro, se refiere a la revitalización de los espacios
sociales gestionados por los movimientos sociales, lo que se conoce como los Centros
Sociales Autogestionados. Así, desde 1999 se asiste a una consolidación de los cen-
tros sociales okupados y, con redoblada fuerza, a la emergencia de nuevos espacios,
los llamados ateneos, que aun siendo de alquiler, desarrollan actividades similares
a la de los centros sociales okupados.
Los precedentes de los ateneos se encuentran en la primera parte del siglo XX
con el auge del movimiento obrero, siendo la parte anarquista del movimiento
obrero la más comprometida en su desarrollo. Los años veinte y treinta correspon-
den, así, a los años de esplendor de los ateneos, dando forma a la geografía huma-
na de Barcelona y del resto de las principales ciudades catalanas. Servían al
movimiento como espacios donde desarrollar actividades de todo tipo (políticas,
de encuentro, lúdicas, educativas, etc.), convirtiéndose en herramienta clave para
la formación de la clase obrera en Cataluña, dado el encuentro y síntesis que allí se
produce entre gentes de procedencias extraordinariamente diversas y con intere-
ses también diferenciados. Con la llegada del franquismo desaparecen, eviden-
temente, los ateneos. No es hasta los últimos setenta cuando parecen revitalizarse,
surgiendo nuevos ateneos, frecuentemente vinculados al movimiento de influen-
cias libertarias. Son, en cierto modo, experimentos ciertamente avanzados de la
nueva inserción urbana que desarrollarán los movimientos sociales dos décadas
después, en los años noventa.
En los años noventa, con el desarrollo del movimiento de las okupaciones, y
en especial de los centros sociales okupados —una versión, aunque sui generis, de
los ateneos—, retoman su importancia los espacios sociales abiertos por los movi-
mientos sociales. Las okupaciones se convierten en una experiencia radical de los
ateneos. Por un lado el hecho de estar okupadas y sufrir la constante represión en
forma de desalojos las hace extraordinariamente frágiles (exceptuando la expe-
riencia maravillosa de algunas okupaciones que se han mantenido en el medio
plazo) y sin permanencia y estabilidad en los proyectos. Pero, por otro lado, justa-
mente por estar okupadas y haber sido construidas y rehabilitadas entre gran
cantidad de gente las ha hecho que se sintieran como verdaderamente propias
y estimadas por todos y todas sus participantes, creando la necesidad de esos espa-
cios autogestionados. Los centros sociales okupados se convirtieron, así, en el mejor
escaparate de los movimientos sociales. Se hacía realidad lo que el movimiento
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vino a llamar espacios liberados o islas de libertad. Dio una extraordinaria visibi-
lidad al movimiento y oportunidades de realizar actividades de todo tipo difícil-
mente imaginables en espacios controlados por las Administraciones.
Así pues, en los últimos noventa se produce una revitalización de los centros
sociales gestionados por los propios movimientos sociales, en este caso el movi-
miento de las okupaciones. Ello incentivó a una revitalización de este tipo de espa-
cios, más allá de la propia okupación. Surgieron, de esta manera, nuevos espacios,
en este caso no okupados, siguiendo una filosofía similar a los antiguos ateneos y a
los propios centros sociales okupados. Retomaron el nombre de ateneos, siendo
espacios alquilados a bajo precio. En algunos casos están formados por personas
que provienen de la okupación, con el objetivo de crear proyectos más estables y
menos vulnerables a los desalojos. Mientras que, en otros casos, las personas que
los forman provienen de otros movimientos sociales que han tomado buena nota
de la experiencia de los centros sociales okupados.
De esta manera, los últimos años observan una revitalización de los ateneos,
como el Ateneu Julia Romera en Santa Coloma de Gramanet, el Ateneu Candela en
Terrassa, el Ateneu La Maxanta en Lleida, en Barcelona el Ateneu Ictus, el Kasumay
o el Rosa de Foc, el Ateneu Popular en Granollers o el Ateneu Molí d’en Ral en
Caldes de Montbuí. Es importante recalcar que, lejos de controversias mediáticas,
estas experiencias no surgen como alternativa a la okupación ni tampoco se produ-
cen fricciones entres los espacios okupados y los no okupados. Las personas parti-
cipantes en los ateneos siguen defendiendo, que no practicando, la okupación,
debiendo ser entendidas por tanto como continuación de una misma lógica. La
muestra de ello son las constantes vinculaciones y relaciones entre unos y otros
espacios. En este sentido no debe olvidarse que, a la vez que la revitalización de los
ateneos, continúan existiendo los centros sociales okupados —los que pudieron
sobrevivir a la ola de desalojos—, asentándose cada vez más óptimamente en el teji-
do asociativo barrial. Los casos del CSOA Hamsa en Sants o Kan Masdeu en la peri-
feria de Barcelona son ejemplos ciertamente ilustrativos.
PARTICIPACIÓN EN LAS REDES DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Como se decía más arriba, Cataluña ha desarrollado desde el año 2000 distin-
tas redes sociales para articular las diversas campañas amplias de los movimientos
sociales. Tales redes han sido formadas por la inmensa mayoría de los colectivos socia-
les, las componentes de la crítica social, aumentando la síntesis, el conocimiento
y el reconocimiento entre movimientos.
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Qué papel ha tenido en ellas el movimiento de las okupaciones o en qué medi-
da ha dinamizado tales redes o cuál ha sido su participación, todas ellas devienen
preguntas clave para conocer el alcance del movimiento de las okupaciones.
Focalizaremos la atención en las seis campañas que en el periodo 1999-2003 más
han dado a conocer a los movimientos sociales: la consulta por la abolición de la
deuda externa (2000), la movilización contra el desfile militar en Barcelona
(2000), la participación en la campaña contra el BM y el FMI a raíz de su reunión
en Praga (2000), la campaña contra la globalización y el Banco Mundial (2001), la
movilización frente a la reunión del Consejo de Ministros de la UE (2002) y, final-
mente, la movilización contra la guerra de Irak (2003).
La primera de las redes surge con la organización de la consulta social —ini-
ciativa de influencias zapatistas— por la abolición de la Deuda Externa para los paí-
ses del llamado Tercer Mundo. El objetivo de la organización de la consulta, que se
desarrolló en paralelo a las elecciones generales, era doble: por un lado se pre-
tendía sensibilizar a la ciudadanía de las causas de la polarización y la pobreza entre
las distintas regiones mundiales y, por otro, se pretendía favorecer mecanismos de
democracia participativa más allá de las elecciones partidistas. La organización de la
iniciativa corre a cargo de la XCADE (la red catalana por la abolición de la deuda),
red surgida de los movimientos de solidaridad de los años noventa con vocación,
en esta iniciativa, de aglutinar a más movimientos y colectivos. Su misma orga-
nización interna en red, horizontal, laxa y sin grandes estructuras facilita esa
participación. Así, partes del movimiento de las okupaciones participaron en la
organización y dinamización de la consulta. Y la experiencia fue considerada suma-
mente positiva, tanto por los movimientos de solidaridad —que conseguían con-
tactar con una de las componentes de los movimientos sociales más activas de los
últimos años y con buena recepción especialmente entre la gente joven—, como
también por las partes del movimiento de las okupaciones que sí participaron en la
iniciativa: por primera vez en años dejaban de lado una cierta sensación de sole-
dad, acompañándose de otras gentes, experimentando con ello las posibilidades
que podrían abrirse con esa síntesis.
La segunda de las síntesis nace de la decisión del gobierno español de reali-
zar el tradicional desfile militar del año 2000 en Barcelona. Frente al desfile,
Barcelona presenció en los meses de abril y mayo una contestación ciertamente
importante. Los dos episodios más vistosos de la campaña fueron la manifestación
una semana antes del desfile y, el mismo día del desfile, el concierto multitudina-
rio celebrado en el Parque de la Ciutadella. El peso de la movilización recayó en
la Plataforma per la Pau, una red que aglutinaba tanto a partidos políticos como
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a movimientos sociales. Una parte del movimiento de las okupaciones participó
activamente en la campaña, mientras que otra parte participó en una red más
minoritaria formada por grupos de la izquierda independentista, consiguiendo
escasa incidencia social. Es cierto que la experiencia reportó claroscuros para los
movimientos sociales por el excesivo protagonismo de los partidos políticos. En
todo caso, empero, representó una segunda experiencia de red de síntesis, sin
duda alguna a mejorar en próximas ediciones.
El tercer episodio nace con la campaña contra el BM y el FMI a raíz de su reu-
nión en Praga en septiembre de 2000. En la ciudad de Kafka se iba a desarrollar la
reunión anual de las dos instituciones y frente a ella, siguiendo la estela de Seattle,
se convocaron durante todo el mes protestas en las distintas ciudades europeas,
que debían concentrarse la última semana en la ciudad checa. A raíz de esta cam-
paña se aprovechó la constitución del MRG (Movimiento de Resistencia Global) en
Cataluña para aglutinar en forma de red a los distintos colectivos que deseaban
involucrarse en tales movilizaciones. El MRG era una red creada por distintos y
variados colectivos sociales (ecologistas, contra la exclusión social, estudiantes,
solidaridad, etc.) y también con componentes procedentes del movimiento de las
okupaciones. Eso hizo que en esa red se visibilizará más que en las anteriores la
presencia del movimiento: las reivindicaciones fueron explícitamente anticapita-
listas, las asambleas se constituyeron al margen de los partidos políticos, se optó
por la desobediencia civil y la acción directa no violenta, e incluso la puesta en
escena de las manifestaciones y otras demostraciones colectivas guardaba vincula-
ciones con las desarrolladas por los movimientos de base.
El siguiente episodio, el cuarto, se produce a raíz de la anunciada presencia del
Banco Mundial en Barcelona para realizar un seminario en junio de 2001 (semina-
rio que finalmente se suspendió por temor a las protestas). El motor de la campa-
ña lo constituyó la red llamada Campanya Barcelona 2001, consiguiendo ampliar el
movimiento más allá del último episodio, el protagonizado por el MRG.
Asociaciones del movimiento vecinal más grupos vinculados al campo de la solida-
ridad, parte del plural tejido asociativo, grupos de las iglesias de base y también
personas vinculadas al mundo sindical alternativo participaron de lleno en la orga-
nización de la campaña. Una parte del movimiento de las okupaciones, sin embargo,
no participó en la campaña plural, básicamente los núcleos barceloneses, organi-
zando una campaña propia, Barcelona Tremola, con nula incidencia social y un balan-
ce absolutamente pobre en cuanto a comunicación con el resto de movimientos
sociales. La campaña plural, Barcelona 2001, en cambio, consiguió articular defi-
nitivamente el movimiento de movimientos en Cataluña, esto es, la síntesis entre
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diversas iniciativas y generaciones militantes, rasgo desde entonces distintivo de
la dinámica asociativa en Cataluña. Siguiendo la lógica de la movilización anterior,
en esta tampoco los partidos políticos fueron los protagonistas, quedando en un
absoluto segundo plano.
El quinto episodio llega con la movilización frente a la reunión del Consejo de
Ministros de la UE en marzo de 2002 durante la presidencia semestral española. La
red creada para sustentar la protesta vino a llamarse Campanya Contra l’Europa del
Capital i la Guerra, produciendo episodios de acción colectiva de refinada poten-
cia: acciones, charlas y movilizaciones durante todo el mes de marzo en las distin-
tas ciudades catalanas y en universidades e institutos; el día 15 en Barcelona con
la organización del día de acciones descentralizadas y no violentas; y finalmente el
día 16 con la manifestación de medio millón de personas y el concierto final en
Montjuic. Lo más interesante de la campaña fue la síntesis casi completa de los
movimientos y colectivos sociales que englobó, incluyendo esta vez la práctica tota-
lidad del movimiento de las okupaciones después del experimento aislacionista de
la última campaña. A la vez, los partidos políticos crearon otra campaña para no
perder comba en la movilización, el Foro Social de Barcelona, siendo sus resulta-
dos poco más que testimoniales.
Finalmente, por ahora la última movilización del movimiento de movimien-
tos ha sido la desarrollada contra la guerra de Irak en los meses de febrero, marzo
y abril de 2003. Sin duda alguna la envergadura de la protesta ha sido tan alta que
ha sobrepasado el ámbito de una red en concreto. Es cierto que la Plataforma Aturem
la Guerra ha sido una de las redes más presentes en las movilizaciones; pero también
otras, como las asambleas contra la guerra de las universidades e institutos, las asam-
bleas barriales y ciudadanas o incluso la campaña por los espacios liberados contra la
guerra, que volvían a utilizar la okupación con el fin de crear centros de abiertos de
información contra la guerra. Pese a la existencia de diversas redes no ha habido por
lo general enfoques distintos, sino que la mayoría de ellas han emanado de la filoso-
fía abierta, horizontal y asamblearia de las protestas precedentes. En este senti-
do es sintomática la presencia de los partidos políticos en la Plataforma como una
asociación más en las asambleas semanales celebradas, los cuales asistían a las mani-
festaciones no en la cabecera sino en medio, o a veces incluso a la cola de las manifes-
taciones. Por su parte, los participantes del movimiento de las okupaciones han
participado por igual tanto en la Plataforma como en las asambleas universitarias o
en la dinamización de los espacios liberados, aunque su mayor participación ha
sido visible en las asambleas barriales o de ciudades medianas, especialmente en
la difusión de las caceroladas al más puro espíritu del argentinazo.
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En definitiva, estas potentes movilizaciones serían difícilmente explicables
sin dar cuenta del movimiento de okupaciones. Tanto por la procedencia de partes
de los militantes que en ellos han participado, como también por la forma que cre-
cientemente han ido tomando, más horizontales, de más vinculación entre unas
luchas y otras y, a la vez, legitimando la desobediencia civil y la acción directa no
violenta, mostrando con todo ello las influencias y el impacto del movimiento de
las okupaciones.
LA INFORMACIÓN ALTERNATIVA
Otro de los ámbitos impulsado por el movimiento de las okupaciones ha sido el de la
información alternativa o la contrainformación, esto es, la creación de medios de
comunicación gestionados por los propios movimientos sociales. En este ámbito
han sido muchas y variadas las iniciativas impulsadas por núcleos o personas vin-
culadas en la década de los noventa en el movimiento de las okupaciones. El énfa-
sis puesto por el movimiento en las iniciativas de información se explica por la
nefasta experiencia vivida en los años noventa con los mass media a raíz de episo-
dios de manipulación flagrantes (Petrel, 2000; Rodríguez, 2000). Por ello, desde
1999 la activación de la medios de contrainformación —ya sea creando nuevos, ya
sea actualizándolos— se ha convertido en prioridad para los movimientos sociales
en general y en concreto para el movimiento de las okupaciones.
Personas participantes en el movimiento de las okupaciones han ayudado, no
pocas veces de forma determinante, a la expansión y la dinamización de diferentes
tipos de medios de contrainformación. En formato papel, existen tres tipos de
medios: los de tipo generalista (de periodicidad semanal), los de carácter local (en
barrios o ciudades medianas, normalmente de periodicidad quincenal o mensual)
y también los específicos de campañas concretas. Y en formato web han aparecido
páginas de contrainformación editadas por los propios movimientos.
Los dos medios de contrainformación de tipo generalista más conocidos
nacen alrededor del movimiento de las okupaciones, el Contra-Infos y el Usurpa.
Aparecen semanalmente en formato papel-mural, editándose más de trescientos
ejemplares que se distribuyen por centros sociales, ateneos, universidades, insti-
tutos y locales cercanos a los movimientos sociales. En el Contra-Infos se recogen
las noticias de las luchas sociales de la semana anterior y se señalan las principales
convocatorias para la próxima. La mayoría de las veces no existe una elaboración
propia de noticias, sino que son los propios colectivos los que las redactan, cues-
tión que ha acarreado ciertos problemas. El objetivo del Usurpa es ofrecer toda la
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información y programación de las actividades a desarrollarse esa semana en los
centros sociales okupados o en los ateneos, aunque también aparecen noticias y
convocatorias más generales. En el Usurpa sí existe una elaboración propia, dando
prioridad a las que surgen de los movimientos de base y antiautoritarios. Empero,
uno y otro medio se complementan, repartiéndose juntos y compartiendo recursos
para su distribución y mantenimiento.
A la vez que estos dos proyectos, han aparecido distintas iniciativas locales de
contrainformación. Por ejemplo, en Santa Coloma de Gramanet el InfoGramma; en
Ciutat Vella, el Masala o, en Terrassa, el Candela Directa. La mayoría de estas y otras
iniciativas similares son de periodicidad quincenal y su objetivo es ofrecer de
forma plural las distintas noticias de la ciudad o del barrio y dar a conocer la reali-
dad de colectivos sociales.
Otra de las iniciativas interesantes de la contrainformación ha aparecido al
calor de las campañas plurales de los movimientos sociales. Tanto en la campaña de
2001 contra la presencia del Banco Mundial, como la de 2002 contra la Europa del
Capital o la de 2003 denunciando la guerra global, se han editado diarios con el
objetivo de dar cuenta de las protestas y de sus razones. En todos los casos ha sido
importante la colaboración de los medios de contrainformación ya existentes,
especialmente los más estables, para la edición y distribución de esas publicacio-
nes extraordinarias.
Finalmente ha sido también importante la difusión de iniciativas de con-
tra-información en la red: Sindominio (www.sindominio.net) es una de ellas. Otra,
tal vez de más impacto en Cataluña, es Indymedia (www.barcelona.indymedia.org).
Cada una de ellas ofrece informaciones actualizadas de los movimientos sociales y
anuncia convocatorias futuras. Participantes en el movimiento de las okupaciones
han sido a la vez participantes activos en la aparición de una y otra iniciativa.
Localmente y sectorialmente también han aparecido páginas web de contrainfor-
mación que han servido de forma importante a las iniciativas de los colectivos para
darse a conocer.
Así, el movimiento ha ayudado a aumentar los recursos contrainformativos de
los movimientos sociales. Quedan, eso sí, diversos ámbitos a explorar: las iniciati-
vas llegan sólo a pocas ciudades y barrios, parece que las radios libres sufren un
retroceso y un cierto agotamiento y, no pocas veces, esos mismos medios de comu-
nicación alternativos caen en un autorreferencialismo incomprensible. Empero,
incluso con las carencias, debe recalcarse que las iniciativas de contrainformación
de calidad han aumentado en los últimos años y ello en buena parte es explicable
por la influencia del movimiento de la okupaciones.
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MOVIMIENTO DE LAS OKUPACIONES Y MOVIMIENTOS SOCIALES…
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LA APORTACIÓN DEL MOVIMIENTO DE LAS OKUPACIONES AL CONJUNTO
DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
La hipótesis de trabajo sugerida en este capítulo sostiene que el principal impacto
del movimiento de okupaciones se produce sobre el conjunto de movimientos
sociales que están despegando desde 1999. Ha ayudado, en este sentido, al des-
arrollo de los movimientos sociales, explícitamente en la reactivación de los cen-
tros sociales y los ateneos, en la dinamización de las redes de movimientos sociales
y también potenciando distintos medios de contrainfomación. Esto ha hecho
que el movimiento como tal sea menos visible desde entonces, pero no por ello su
impacto es menor. Así, las luchas y los movimientos que emergen desde 1999 ofre-
cen rasgos que muestran ese impacto y que a continuación, como conclusión, qui-
siéramos apuntar.
El primer rasgo a destacar remite a la presencia de nuevas prácticas políticas
en el periodo 1999-2003 continuadoras de la apuesta novedosa del movimiento de
las okupaciones en la década de los noventa. Esas nuevas prácticas políticas, que
podríamos llamar movimentísticas, heredadas de la autonomía difusa de las dos
últimas décadas e impulsadas también por el neozapatismo surgido después del 1
de enero de 1994, muestran al menos los siguientes rasgos: rechazo fuerte tanto a
la política institucional como a la política autoproclamada revolucionaria, por su
despegue de la realidad, sus tics autoritarios y sus dogmas; apuesta por prácticas
reales, aunque concretas y parciales, de experiencias colectivas emancipatorias
y constituyentes de rebeldías y nuevas subjetividades en lo ético y lo moral; énfasis
en la necesidad de trabajar con más y más sectores, e incluso con sectores alejados de
los planteamientos básicos del movimiento, respetando la diferencia y aceptando
la pluralidad.
El segundo rasgo a destacar se refiere a la existencia de una generación mili-
tante extraordinariamente activa en los movimientos sociales de 1999-2003 que
proviene y se ha socializado políticamente dentro de las experiencias de la okupa-
ción en los años noventa. Es una generación que comenzó su militancia en el ins-
tituto a una edad ciertamente joven, que conoció, en los noventa, los riesgos de
asumir una postura y una práctica contraria al (des)orden actual de las cosas, pero
que a la vez disfrutó de experiencias de libertad y momentos de felicidad iniguala-
bles en el encuentro con gentes similares, desarrollando proyectos colectivos gra-
tificantes. Es una generación que, a la vez, encontró pocos referentes y que
necesitó autocrearse en muchos aspectos. Una generación que, conociendo todo
ello y experimentándolo, ha hecho del compromiso militante, el compromiso en la
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construcción del otro mundo posible, uno de sus compromisos fundamentales en
la vida.
Finalmente, el tercer rasgo a destacar se refiere a la creciente legitimación de
la desobediencia civil y la acción directa no violenta por parte de los movimientos
sociales, pasando a formar parte crecientemente de su repertorio de acción colec-
tiva. Ello es explicable por la existencia en los noventa del movimiento antimi-
litarista, con la experiencia de la insumisión, y, de forma importante, por el
movimiento de las okupaciones, con la práctica desobediente de la okupación.
Gracias a las dos experiencias y a su difusión, en la actualidad son cada vez más los
movimientos sociales que recuperan la desobediencia civil y la acción directa no
violenta como estrategias en la confrontación entre legalidad y legitimidad.
Por todo ello, el movimiento de las okupaciones ha sido, es, una de las mejo-
res experiencias sucedidas en el campo de los movimientos sociales en la Cataluña
de los años noventa, experiencia que continúa en la actualidad. Ha ayudado decisi-
vamente a la formación de los movimientos sociales emergentes que, siguiendo el
impulso global, reclaman que otro mundo es posible y necesario. Esos movimien-
tos, aun estando en fase de formación, en las primeras etapas de una ola de protes-
tas y movimientos sociales que promete ser larga, constatan una óptima recepción
por parte de la ciudadanía. Se deberá, pues, prestar atención, entre otras cosas, a
los movimientos que iniciaron ese nuevo intento de asalto a los cielos. Apúntese ya
entre ellos al movimiento de okupaciones.
NOTAS
- La AGP (Acción Global de los Pueblos) representa la primera coordinación propiamente dicha contra la
globalización y el neoliberalismo. Para conocerla puede leerse Acción Global de los Pueblos: resistencia al
neoliberalismo en los cinco continentes, 2001.
- Se han producido también otros episodios de acción colectiva, como por ejemplo la reacción y moviliza-
ción sostenida contra el PHN.
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CAPÍTULO 6
LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS: NEGOCIACIÓN, LEGALIZACIÓN
Y GESTIÓN LOCAL DEL CONFLICTO URBANO
ROBERT GONZÁLEZ GARCÍA
El presente capítulo aborda la realidad de los movimientos por la okupación
desde un punto de vista bajo el cual no suelen ser analizados y que por parte de
algunos de sus protagonistas puede parecer sesgado. Es evidente que el movi-
miento por la okupación no es un movimiento orientado al poder, que quiera
reivindicar una serie de demandas sociales, vinculadas a la vivienda, el urbanis-
mo o las políticas juveniles. Pero esto no significa que el movimiento no incida
en estas políticas.
Los y las okupas suelen considerar que las reivindicaciones sectoriales parcia-
les son fácilmente cooptadas o integradas por el statu quo y que la ruptura con las
estructuras debe ser total. Por tanto los y las okupas apuestan por la creación de una
colectividad paralela, una sociedad autónoma, autárquica, autoorganizada y auto-
gobernada que espacialmente se sitúa en los espacios liberados donde se crean
redes de solidaridad (Castillo y González, 1997).
En todo caso, la opción vital de los y las okupas tiene claras connotaciones
políticas. Fenómenos como el reciclaje como método para obtener los productos
básicos para la subsistencia (alimentos, muebles, ropa), la práctica del vegetaria-
nismo como opción alimentaria, los medios de transporte no contaminantes,
como la bicicleta, o la misma convivencia dentro de estructuras no familiares, con
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predominio de relaciones antisexistas, no jerárquicas y no autoritarias, tienen una
clara voluntad transformadora de la sociedad actual.
Por otra parte, casi todas las okupaciones manifiestan el hecho expreso de prac-
ticar la okupación como medio para llevar a cabo otras luchas paralelas de clara volun-
tad transformadora. Se considera que las okupaciones conjugan en sí mismas objetivos
ambivalentes: son, por una parte, fin en sí mismas, espacios recuperados a un sistema de
propiedad basado en la especulación y en el predominio del valor de cambio sobre el
valor de uso; pero al mismo tiempo son un medio para llevar a cabo una lucha global con-
tra el sistema. Esta última finalidad se aprecia de manera más evidente en las okupa-
ciones que llevan a cabo proyectos de Centro Social, Casal Popular, Ateneo o Gaztetxe.
En este capítulo, con el fin de medir la incidencia del movimiento en las polí-
ticas públicas de vivienda y juventud, partiremos de un modelo general de impac-
to de los movimientos sociales en las políticas públicas y continuaremos por una
aplicación de este modelo para los casos de los movimientos por la okupación en
Cataluña, Euskadi y Madrid.
Finalmente, nos adentraremos en la espinosa cuestión de la negociación/
legalización de centros sociales, como ejemplo de impacto y de gestión del conflic-
to urbano. En este último apartado se expondrán algunos ejemplos de negociación
a la luz de nuestra teoría del impacto, tomando como ejemplo los casos de Madrid
y Cataluña.
MODELOS DE IMPACTO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN
LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
Este capítulo parte de una idea de complejidad como rasgo hoy consustancial a las
políticas públicas y los actores sociopolíticos. En primer lugar, ya no es posible
seguir afirmando que existe una rígida y estable relación de polarización entre
actores sociales e instituciones políticas. Hoy en día los movimientos sociales y las
redes críticas están, de una u otra forma, en el espacio de producción de políticas
públicas. En mayor o menor grado: por medio de diversos canales de causalidad y
a partir de diferentes posiciones en la red de governance
2
, las agendas de gobierno
y la toma de decisiones públicas están siendo orientadas, influidas o directamente
conformadas por la acción de los movimientos sociales (Gomà, Gonzàlez, Ibarra y
Martí, 2002: 9).
En conexión con lo anterior y en esta línea de complejidad, resulta evidente
que las estrategias de los movimientos sociales son cada vez más flexibles, más
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diversificadas. Son estrategias que buscan la combinación —a veces en apariencia
contradictoria— de múltiples recursos materiales, discursivos, simbólicos, cogni-
tivos… para así adaptarse y operar mejor en las redes/espacios en los que se elabo-
ran las políticas y se toman las decisiones.
Finalmente, constatamos complejidad en el campo democrático. La demo-
cracia no se expresa sólo por medio de los cauces electorales/representativos. La
democracia, en el marco de los procesos decisorios y de elaboración de políticas,
toma también formas participativas. En los espacios de governance, además de
los actores del circuito institucional-representativo, se hallan también presen-
tes movimientos, redes, coordinadoras, plataformas, asociaciones, etc., grupos
y colectivos con ciertas capacidades de impacto político.
MODELO DE IMPACTO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
Nuestro modelo de impacto se basa en las relaciones complejas entre tres variables
independientes: el capital social alternativo, la red temática de governance y la opi-
nión pública. Al mismo tiempo se trata de un modelo dinámico en el cual distingui-
mos unas condiciones de presencia y unas condiciones de protagonismo. Las primeras
resultarían de una visión estática de las variables y explicarían la presencia o no del
movimiento en la red; las segundas surgirían de un análisis dinámico de las variables
y nos responderían a si el movimiento ha tenido o no protagonismo en determina-
da red de políticas. A continuación definimos las tres variables utilizadas.
- a) El capital social crítico o alternativo
Entendemos por capital social alternativo todos aquellos recursos que utiliza un
movimiento social para conseguir sus objetivos o para expresarse. Dentro de esta
variable deberíamos distinguir entre cuatro grandes conceptos: las personas que se
vinculan (la red interpresonal), el discurso y los canales de difusión que se utilizan,
las estrategias organizativas y el repertorio de acción colectiva o movilización.
- b) La red de políticas públicas
Desde el punto de vista de las políticas públicas, consideramos que la configura-
ción de una red de políticas concreta (como la de vivienda o la de juventud) actua-
rá como la característica de la estructura de oportunidad política
3
pertinente para el
estudio del impacto de los movimientos en las políticas.
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LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS…
¿Dónde están… M1 (filmar) 16/6/14 10:27 Página 153
Será necesario entonces analizar ciertas características de la red de políti-
cas, como su densidad (el número de actores respecto el volumen de decisiones
e implementación de políticas), la complejidad de las relaciones entre los dife-
rentes actores y sus canales de comunicación (los sistemas de alianzas), la sime-
tría en el poder de cada uno de los actores (quién es quien realmente toma las
decisiones y cómo), la naturaleza de sus relaciones (el nivel de confrontación o
de diálogo) y la permeabilidad de la red. También resultará interesante conocer
la novedad de la temática que trata una red concreta, así como la preponderan-
cia de lo simbólico en el tema tratado.
- c) Los marcos cognitivos o la opinión pública
La aportación de un movimiento social al debate político suele ser una relectura de la
situación, un nuevo punto de vista sobre un problema, una nueva perspectiva de aná-
lisis y, por tanto, de búsqueda de soluciones (Touraine, 1981; Melucci, 1985; Snow
y Benford, 1986). Este análisis está enmarcado en unos paradigmas culturales con-
cretos. El discurso de un movimiento social debe tener cierto grado de ruptura,
pero para poder conectar con la sociedad es importante no crear distancias abis-
males con los marcos cognitivos dominantes4.
La sociedad ofrece al movimiento ciertas disponibilidades culturales, y el
uso de estas articula el discurso, normalmente teniendo en cuenta una situación
de contradicción entre las soluciones que ofrece la red formal de políticas y las
posibilidades que ofrecen los marcos cognitivos predominantes. Básicamente,
lo que realmente permite que un movimiento social adquiera protagonismo en
la red de políticas públicas es un marco de tensión o conflicto entre la opinión
pública y la red de políticas5.
EL MOVIMIENTO DE OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS DE VIVIENDA,
JUVENTUD Y DE SEGURIDAD Y ORDEN PÚBLICO
DOS HIPÓTESIS SOBRE OKUPAS Y POLÍTICAS PÚBLICAS
Nuestra primera hipótesis plantea el impacto del movimiento por la okupación en
las políticas públicas. En primer lugar, partimos de la base de que las áreas de juven-
tud han sido las únicas permeables al impacto del movimiento, debido a que este
ha sido catalogado de fenómeno juvenil. Este a priori es especialmente cierto para
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los casos de Cataluña y Euskadi, mientras que en Madrid ni siquiera esta área de las
políticas se permea ante el movimiento por la okupación6.
En todo caso, la vinculación que los poderes públicos hacen de la okupación
con la condición juvenil se puede comprobar a través de diversos indicadores. Por
ejemplo, en un reciente estudio de prensa realizado por nuestro equipo de inves-
tigación (Barranco, Gonzàlez y Martí, 2003) comprobamos que en el 60 por ciento
de las 577 noticias sobre okupación en Cataluña analizadas, las palabras okupa y
joven eran utilizadas prácticamente como sinónimos. Por otra parte, en las entre-
vistas realizadas a responsables políticos y técnicos de Cataluña y Euskadi, estos
relacionaban la “problemática” okupa con inquietudes propias de esta etapa de
la vida (EAP y UPV, 2002). Los informes que se han realizado desde diversas
Administraciones también tipifican a los okupas como jóvenes (Secretaria General
de Joventut, 1998). En el Parlament de Cataluña la temática ha sido tratada a par-
tir de intervenciones de los responsables de las áreas de juventud de los partidos
de izquierdas, como fue el caso, en su momento, de Ignaci Riera de ICV, de Fidel
Lora de EuiA o de Joan Ridao de ERC. En Madrid, del mismo modo, es el Área de
Juventud Federal de Izquierda Unida la que lleva propuestas al Parlamento español
o la que se solidariza con los okupas ante desalojos de okupaciones tan emble-
máticas como Minuesa o David Castilla y, más recientemente, de los sucesivos
Laboratorios.
En segundo lugar, como el fenómeno se considera juvenil, la Administración
se lo plantea en el mejor de los casos desde sus áreas de juventud y no desde las
áreas de vivienda, trabajo o participación ciudadana.
La tercera premisa para configurar nuestra hipótesis parte de la constatación del
predominio de las políticas periféricas llevadas a cabo por las áreas de juventud. Nos
referimos a ese tipo de políticas que no afectan a la trayectoria vital del joven, tales como
puntos de información juvenil, redes de albergues o el Carnet Joven.
Además, estas políticas periféricas han tendido a apostar por las políticas afir-
mativas, es decir, aquellas que positivizan la cualidad de ser joven. Esta visión
favorece la entrada en la agenda política del movimiento por la okupación. Las
demandas y formas de organización del movimiento por la okupación han encon-
trado respuesta en cierta adaptación de la Administración y del tejido asociativo a
esta nueva realidad emergente a través de la modificación de líneas de actuación
explicitadas en sus proyectos. Por ejemplo, la ley de asociaciones aprobada por el
Parlament de Cataluña, actualmente recurrida al Tribunal Constitucional por
parte del Gobierno central, incluye el reconocimiento legal del asociacionismo no
formal (Gonzàlez, Gomà, Martí, Pelàez et al., 2003). En Euskadi, los municipios con
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LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS…
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gobiernos del PNV-EA, como Bilbao, han intentado neutralizar a los Gaztetxes con la
abertura de Gazte Lekus (locales juveniles) que intentan sustituir sus funciones
(EAP y UPV, 2002).
Finalmente, en el caso de la vivienda podríamos tener algunos indicadores,
pendientes todavía de constatar mediante una investigación empírica más profun-
- En primer lugar, la introducción de la problemática de la vivienda en la agenda
pública en comparación con la entrada en la misma agenda del movimiento por la
okupación en 1996. En segundo lugar, también se debería analizar la coincidencia
de las políticas de vivienda joven con la etapa de consolidación del movimiento por
la okupación, entre 1996 y 1998 en Cataluña y Madrid. Finalmente, el análisis del
discurso de algunos responsables políticos que presenten algunas de sus políticas
como respuesta a las demandas del movimiento sería el indicador más fuerte.
Teniendo en cuenta todas estas premisas y consideraciones previas, la prime-
ra hipótesis de trabajo sería la siguiente: cuando las políticas de juventud se carac-
tericen por ser afirmativas, periféricas y explícitas (como es el caso de Cataluña y,
en menor medida, de Euskadi) y debido a la caracterización del movimiento por la
okupación como fenómeno juvenil por parte de Administraciones y “opinión
pública”, el movimiento tendrá impacto en estas políticas. A pesar de esto, no des-
cartamos de entrada posibles impactos del movimiento en algunas políticas nuclea-
res, como las de vivienda, aunque hipotéticamente deberá ser mucho más bajo.
La segunda hipótesis, o hipótesis alternativa, pasa por considerar al propio
movimiento como generador, en su actividad cotidiana, de políticas de juventud.
Consideramos que no sólo las Administraciones son agentes creadores de política
pública, sino que también el tejido asociativo, formal o informal, diseña e imple-
menta políticas.
En esta segunda hipótesis partimos, por un lado, de una concepción del espa-
cio público, la governance participativa y, por otro, del fortalecimiento de la esfera
local como espacio emergente de gobierno7. Desde una concepción participativa,
facilitar la generación de políticas públicas por parte del tejido asociativo refuerza
la democracia y sitúa los objetivos en lo público (Blanco y Gomà, 2003).
Por otra parte, el movimiento por la okupación se caracteriza por practicar el
trabajo de base con una perspectiva muy local que se sitúa, sin quererlo, en las últi-
mas tendencias de fortalecimiento de la esfera local de la governance.
Esta hipótesis alternativa parte de la base de que a pesar del discurso del
movimiento por la okupación, radicalmente alineado en la lucha por un cambio
estructural, su mayor generación de políticas también se ha dado en el ámbito de
las políticas de juventud periféricas y afirmativas (la multiplicidad de actividades
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culturales que se realizan en el CSO el Laboratorio pueden ser un ejemplo bastan-
te esclarecedor), con lo cual la hipótesis alternativa refuerza a la primera y nos da
una formulación general.
No sólo el movimiento ha influido en las políticas de juventud por las caracte-
rísticas de estas últimas (periféricas, afirmativas y explícitas) y por la interpretación
que las Administraciones hacen de la naturaleza del movimiento (estrictamente juve-
nil), sino que el propio movimiento, en su actividad cotidiana, ha generado tantas
políticas periféricas y afirmativas que ha provocado respuestas de la Administración
en la misma línea. Los intentos de poner en marcha Centros Cívicos más o menos
institucionalizados allí donde hay presencia del movimiento, en barrios de Barcelona
como Gràcia, Sant Andreu o Sants, barrios de Madrid como Lavapiés o en Bilbao,
son una prueba evidente de este impacto en las políticas.
IMPACTOS O GENERACIÓN DE POLÍTICAS DEL MOVIMIENTO OKUPA SOBRE TRES
POSIBLES DIMENSIONES
Dividir analíticamente las dimensiones de las políticas públicas nos será de mucha
utilidad para no perder ningún detalle de la influencia que puede tener el movimien-
to por la okupación en el resultado final de las políticas. A continuación definiremos
cómo entendemos las tres dimensiones de las políticas y presentaremos un cuadro
resumen con los principales impactos del movimiento desde este punto de vista.
- La dimensión simbólica o conceptual.
Se corresponde al proceso de construcción de problemas, explicitación de
demandas, elaboración de discursos apoyados en determinados valores,
marcos cognitivos y sistemas de creencias, y, finalmente, a la conformación
de agendas públicas de actuación.
- La dimensión sustantiva.
Se corresponde al proceso de formulación de políticas y toma de decisiones.
Es decir, a la fase donde se negocian contenidos y opciones de fondo y se
formalizan por medio de decisiones jurídicamente respaldadas.
- La dimensión operativa.
Se corresponde al proceso de implementación. En él se ponen en marcha
mecanismos de producción de servicios, programas y proyectos. Lejos de
una concepción técnica de esta dimensión, en ella pueden abrirse nuevos
espacios participativos, ligados tanto a la gestión de recursos como a la eva-
luación de ciertos aspectos y al consiguiente rediseño de las políticas.
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LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS…
¿Dónde están… M1 (filmar) 16/6/14 10:27 Página 157
CUADRO 1
LOS IMPACTOS DE LA OKUPACIÓN SOBRE LAS TRES DIMENSIONES DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
OKUPACIÓN
DIMENSIÓN CONCEPTUAL Impacto ALTO:
- Sobre la percepción social de los problemas de juventud y vivienda, y sobre la configura-
ción de la Agenda Pública en ciertos momentos.
DIMENSIÓN SUSTANTIVA Impacto DESIGUAL:
- Debilidad de las políticas de acceso a la vivienda, crecimiento de la especulación inmobi-
liaria y criminalización de la okupación mediante el Código Penal.
- Incidencia en las políticas periféricas de juventud.
- Proposiciones no de ley de despenalización de la okupación por parte de partidos políti-
cos de izquierdas. Ninguna de ellas es aprobada.
DIMENSIÓN OPERATIVA Impacto DESIGUAL:
- Incidencia sobre el ámbito legal-judicial: sentencias absolutorias.
- Experiencias locales de negociación: Sant Cugat (Torreblanca), Madrid La “Prospe”, la
Red de Lavapiés y el CSOA “Seco” (todavía en curso).
- Imposibilidad de escenarios amplios de negociación.
FUENTE: GONZÀLEZ, BLAS Y PELÀEZ (2002: 204) Y ELABORACIÓN PROPIA.
LA APLICACIÓN DEL MODELO DE IMPACTO
Recordemos que nuestro modelo partía de una clara diferenciación entre las con-
diciones de presencia de las redes críticas en la arena política y, por otra parte, de
sus condiciones de protagonismo en esta arena. Estas condiciones estaban deter-
minadas por las relaciones entre las tres variables; en la primera aplicación conce-
bidas de forma estática, en la segunda concebidas de forma dinámica.
- A) Las condiciones de presencia
Para definir cuáles son las condiciones de presencia de la red crítica okupa en las
políticas públicas necesitamos marcar, en primer lugar, el momento en que esta
irrumpe en el escenario público. Si bien es cierto que en cada uno de los tres terri-
torios la irrupción se da en un momento diferente, podemos tomar como punto de
inflexión general la okupación y desalojo del cine Princesa de Barcelona en el año
1996, debido, sobre todo, al fuerte impacto mediático y político que generó en su
momento.
Por lo que se refiere a la variable del capital social alternativo, la segunda mitad
de los años 90 encumbra al movimiento por la okupación en Cataluña y Madrid a la
posición de red crítica por excelencia, ante el desierto de desmovilización imperan-
te8. El caso de Euskadi, por sus peculiaridades debido a la tensión provocada por la
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existencia de un conflicto violento enquistado, merecería un tratamiento aparte
respecto a esta variable, pero la extensión de este capítulo lo hace muy difícil9.
Durante este periodo la okupación tiene un alto componente simbólico que
provoca que se aglutinen muchas personas a su alrededor. El crecimiento de las
okupaciones, sobre todo en Cataluña durante este periodo, así lo demuestra. Las
personas vinculadas a la okupación gozan, en muchos casos, de fuertes redes rela-
cionales que les permiten generar corrientes de simpatía hacia el movimiento, así
como recursos para denunciar la represión que padecen.
El discurso que genera la red de okupación es suficientemente disruptivo para
llamar la atención a la opinión pública sobre problemas cada vez más evidentes
como son los de la vivienda y las políticas de juventud. A pesar de ello, el alto grado
de distorsión del mensaje original por parte de los medios de comunicación no
permitirá que la difusión de este llegue con suficiente claridad. La incipiente crea-
ción de canales de contrainformación conquista espacios comunicativos desme-
diatizados, de consumo excesivamente interno, pero que permiten a las personas
que inician su vinculación al movimiento encontrar “su” información. Contrainfos
en Cataluña o Molotov en Madrid son los ejemplos más significativos en este
campo. Las estrategias de movilización son suficientemente innovadoras y creati-
vas para generar incertidumbre en el núcleo de la red formal de políticas; estas
estrategias parten de cierta tradición de desobediencia y recuperan repertorios ya
utilizados en otros países europeos, por lo cual son relativamente sencillas de
interpretar. Durante estos primeros años de entrada en la arena política (el movi-
miento ya existía desde los años ochenta), el movimiento es capaz de buscar apo-
yos amplios y sacar bastante gente a la calle, como demuestra el gran concierto del
Born contra el desalojo del Princesa en Barcelona en 1996 o las manifestaciones
antifascistas del 20 de noviembre en Madrid de los años 96, 97 y 98.
En cuanto a la segunda variable, la de la red de políticas, se puede hablar de tres
espacios de políticas públicas que tienen relación con el movimiento por la okupa-
ción: vivienda, juventud y seguridad y orden público.
La oportunidad política generada por el desalojo del cine Princesa en
Barcelona, coge a la red de políticas de vivienda en un momento (todavía actual) de
alta expansión económica y grandes decisiones públicas y privadas de inversión. La
gran cantidad de dinero que mueve esta red, con un mercado completamente des-
bordado, provoca que elites inmobiliarias la controlen y que los espacios de deci-
sión estructurales queden absolutamente cerrados. Una propuesta que cuestiona
abiertamente la propiedad privada de los bienes inmuebles, como la que hace el
movimiento por la okupación, encuentra barreras infranqueables en el interior de
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LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS…
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la misma red de políticas de vivienda. Esta red está constituida de manera muy
determinada, con papeles muy bien establecidos para cada uno de sus actores y sin
grandes conflictos internos.
Muy diferente es la incipiente red de políticas de juventud. Presenta una mor-
fología más abierta, cambiante, con ciertos conflictos internos, densidad de acto-
res y poca simetría. En todo caso, el hecho de que las políticas de juventud
predominantes sean de carácter periférico nos ofrece un escenario de apertura
deseado por los propios actores determinantes, ya que la posible entrada de un
nuevo actor no genera un conflicto real.
De todas formas, una mirada a la historia del movimiento por la okupación,
como la que nos ofrece este libro, demuestra que la temática preponderante sobre
la cual influye la red crítica de okupación es la de seguridad y orden público. La red
de políticas de seguridad es la más cerrada que existe, sin grietas para la participa-
ción social. Por otra parte, los actores formales de la arena política general aborda-
rán el conflicto generado por la okupación desde una perspectiva de orden público,
lo cual afectará íntegramente el proceso de incidencia del movimiento en la arena
política.
Finalmente, pensamos que la variable de los marcos cognitivos y la opinión
pública, en el momento de aparición del movimiento por la okupación en la Agenda
Pública, se presenta bastante positivada. Los problemas de vivienda en ciudades
como Barcelona, Madrid o Bilbao son muy evidentes, sobre todo para la gente
joven, y ninguno de los actores formales (ni siquiera los partidos de izquierdas)
ofrecen soluciones ni discursos alternativos a la dura realidad de la especulación
y la carestía de la vivienda. La propuesta de la okupación aparece como atractiva
para los jóvenes y lo suficientemente imaginativa como para despertar la curiosi-
dad de la sociedad civil en general.
Es cierto que la propuesta de la okupación, con su contenido netamente anti-
capitalista y su claro cuestionamiento de la propiedad privada, topa con estereoti-
pos dominantes, de la organización social existente, pero esta distancia con los
marcos cognitivos predominantes no será en este caso una frontera insalvable.
Pensamos que la tensión entre la variable opinión pública y la de red de polí-
ticas, que posibilitará junto con la fortaleza del capital social okupa del momento la
entrada de este en la arena política, se dio en la red de políticas de seguridad y
orden público. El tratamiento penal del delito de usurpación de bienes inmuebles
es el punto de contradicción que favorecerá al movimiento. La desproporción
entre las penas que se piden para el delito de okupación y la percepción positiva
por parte de la sociedad del discurso y práctica del movimiento contra la especulación
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y la carestía de la vivienda genera un marco de injusticia que crea simpatías hacia
el movimiento, sobre todo dentro de la juventud.
En concreto, el nuevo Código Penal tipifica, como delito de usurpación, la
okupación sin autorización de un inmueble, vivienda o edificio ajeno, castigando
con condenas que van desde la multa de tres a seis meses por las ocupaciones sin
violencia y de seis a dieciocho en el caso de las ocupaciones con violencia o intimi-
dación a las personas. De esta manera, un hecho que con anterioridad correspon-
día a la jurisprudencia civil, como acto ilegal, corresponde ahora a la penal, y es
tipificado como delito. El sistema judicial y policial no necesita esperar la denun-
cia de un propietario, sino que puede, incluso, actuar de oficio, ordenando y ejecu-
tando desalojos (Herreros, 1999)10.
Hasta qué punto el inicio de una estrategia de represión radical del movi-
miento por parte de las instituciones supondrá la revitalización del movimiento
y el rotundo crecimiento de la red de okupaciones a partir de 1996, se hace evi-
dente incluso en los informes policiales. Un informe de la Policía Nacional de
marzo de 1998, titulado “Estudio sobre okupas de la ciudad de Barcelona”, dice en
uno de sus párrafos:
En un amplio estudio sociológico sobre las tribus urbanas de Barcelona, rea-
lizado en 1993 y actualizado en 1995, se hablaba de los okupas como un grupo de
tendencia estable aunque en ligera regresión. ¿Cómo se explica, entonces, su eclo-
sión espectacular en 1996? Se equivocaron los sociólogos en sus estudios sobre las
trece subculturas juveniles detectadas en Barcelona; ¿eran los okupas una tribu
dormida que ha decidido pasar a la hiperactividad reivindicativa tras incluirse la
penalización de la usurpación de vivienda en el Código Penal o son un grupo ins-
trumentalizado y utilizado por organizaciones antisistema más estructuradas
que han encontrado en ellos el filón que les da una causa que puede contar con
cierta comprensión social y mediática? (Policía Nacional, 1998).
La misma Policía Nacional apunta al nuevo Código Penal como estrategia con-
traproducente, si consideráramos que la desaparición del movimiento es uno de
los objetivos de los poderes públicos al elaborar y aplicar la norma.
- B) Las condiciones de protagonismo
Este escenario inicialmente incentivador de la red crítica de okupación poco a poco
va perdiendo peso específico en el conjunto de la sociedad. En cualquier caso,
nuestras conclusiones no son ni mucho menos definitivas. El movimiento por la
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okupación ha tenido en la segunda mitad de los noventa un segundo ciclo de movi-
lización importante (el primero, más débil, fue en los ochenta) pero no se puede
dar por concluida su andadura. Su progresiva integración en las redes críticas
“antiglobalización” hace que existan nuevas condiciones pera iniciar un nuevo
ciclo de movilización con nuevos escenarios para la okupación.
La ausencia de incorporaciones significativas de nuevos militantes a partir de
los años 98 y 99, así como la no renovación de las personas del movimiento con
presencia pública, provoca una cierta negatividad de la variable capital social alter-
nativo. Si bien es cierto que el número de casas okupadas aumentó en los años del
96 al 98, las capacidades de crear redes sociales y abrir nuevos espacios se blo-
quean. De hecho, los procesos de ciudades como Terrassa, Sabadell o barrios de
Madrid como Lavapiés así lo manifiestan, redireccionando la militancia de algunos
miembros hacia otros espacios como el de resistencia global o el nuevo movimien-
to vecinal11.
Por otra parte, los espacios de coordinación y organización interna se van per-
diendo para afirmar las identidades particulares de cada casa okupada. En Barcelona,
la Asamblea de okupas deja de reunirse con tanta asiduidad hacia 1999, y cuando lo
hace es para tratar casi exclusivamente temas antirrepresivos. En Madrid, Lucha
Autónoma se disuelve en 1998, se refunda con menos colectivos y vuelve a disol-
verse en 2000. A pesar de persistir la solidaridad entre las diferentes casas y cen-
tros sociales, su capacidad organizativa va perdiendo peso. Tampoco el discurso
público del movimiento toma nuevas formas ni se renueva en esos años. A pesar de
que en su interior se producen debates interesantes sobre la conexión de las
luchas o sobre la negociación, sólo trascienden las cuestiones antirrepresivas.
La red de okupación mantiene a pesar de todo cierta presencia en la arena
política, sobre todo en el nivel local y en espacios de proximidad. Asímismo, una
parte del movimiento de okupación protagoniza en Cataluña y Madrid, algunos de
los nodos más activos e imaginativos del movimiento contra la globalización capi-
talista, recuperando la desobediencia civil y la acción directa no-violenta para el
repertorio de acción colectiva del movimiento global. En este sentido merecen
especial atención los centros sociales okupados de Can Masdeu en Barcelona, el
Laboratorio III en Madrid o Kukutza III en Bilbao. Todos ellos propugnan una
identidad difusa, rehuyendo la estereotipazión del “okupa” sedimentada por los
medios de comunicación en la etapa de auge del movimiento y que se considera con-
traproducente para avanzar en las luchas.
Dentro de las redes de políticas públicas, poco a poco, el espacio de seguridad
y orden público toma más relevancia. Por una parte la estrategia represiva del Estado
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y de los actores formales de la arena política provoca un estado de conflicto perma-
nente con la policía. Por otra parte, el propio movimiento, con su negativa a entrar
en espacios políticos más amplios allí donde se dan las condiciones (por ejemplo en
Cataluña, como veremos en el próximo apartado), no permite una salida del círcu-
lo de la represión y de un discurso público de conflicto judicial y policial. En este
conflicto los poderes públicos tienen las de ganar ante la opinión pública, sobre
todo cuando agitan el fantasma de la vinculación del movimiento okupa con la
lucha armada vasca.
Igualmente, el movimiento ha tenido numerosos impactos, sobre todo en la
red de políticas de seguridad y orden público. En estas podríamos distinguir dos
ámbitos diferenciados de incidencia: el judicial y el parlamentario. Los impactos
en el ámbito parlamentario pueden calificarse de sustantivos, ya que aunque algu-
nas iniciativas no salen adelante, se ha llegado al proceso de formulación y toma de
decisiones, es decir, a la fase donde se negocian los contenidos de las políticas. En
cambio los impactos en el ámbito judicial son operativos, ya que las sentencias
absolutorias no tienen capacidad de modificar el ordenamiento jurídico aunque
creen jurisprudencia.
En el ámbito judicial, tanto el Colegio de Abogados de Barcelona como nume-
rosos jueces y fiscales progresistas se han posicionado a favor de la despenali-
zación de la okupación. En diversas entrevistas e intervenciones públicas,
abogados como Jaume Asens y jueces como Santiago Vidal coinciden en plantear la
desproporcionalidad del artículo 245.2. Este artículo pone en manos de la propie-
dad un instrumento desproporcionado ante las personas que están rehabilitando
un edificio abandonado, al mismo tiempo que posiciona al ordenamiento jurídico
a favor del derecho a la propiedad privada respecto al derecho a la vivienda, en el
momento que ambos colisionan en la práctica de la okupación.
Más contundente es si cabe el redactado de algunas sentencias absolutorias,
como la del 25 de marzo de 1999 respecto a diez jóvenes de la casa okupada de
Masoliver (del barrio del Poble Nou en Barcelona) acusados de usurpación. El titu-
lar del Juzgado de lo Penal número 4, Carlos González Zorrilla, afirma a través de la
sentencia que es excesivo penalizar por la vía penal la okupación de edificios aban-
donados, “en los cuales el propietario no ejerce actos que exterioricen la existen-
cia de una relación de posesión”. Según el juez, castigar a los acusados supondría
criminalizar a un movimiento reivindicativo, “…tal y como se desprende del infor-
me policial, que más bien parece redactado por la extinta Brigada Político Social
que por un cuerpo policial perteneciente a un Estado de Derecho…”. Además,
y siguiendo con el redactado literal de la sentencia, supondría criminalizar “…un
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LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS…
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sentimiento de malestar de buena parte de la juventud, atrapada entre sus ansias de
emancipación y las dificultades casi insalvables para acceder al mundo del trabajo
y a una vivienda digna” (Contra-Infos, 2000).
De hecho, un año antes de esta contundente sentencia absolutoria, el 5 de
marzo de 1998, circula una nota interna de fiscalía, en la cual el fiscal en cap
de Cataluña, Josep Maria Mena, afirma que no se actuará de oficio contra la
usurpación. No está muy claro que este extremo se haya cumplido, ya que se
continúan dando desalojos basados en denuncias policiales y parapoliciales,
pero demuestra que la ley es tan poco legítima que ni los fiscales se atreven a
hacerla cumplir.
Por lo que se refiere al ámbito parlamentario, destacaremos un impacto posi-
tivo y dos intentos frustrados. El primero se dio en El Parlament de Cataluña, con
la petición de indulto para los procesados por los hechos del Princesa, presentada
por el Grupo Mixto, a través de los diputados Fidel Lora de EUiA (Esquerra Unida
i Alternativa) y Ángel Colom del PI (Partit per la Independencia). Todos los parti-
dos del Parlamento, excepto el PP, votaron a favor (Proposición no de ley del
29/06/98), y el Gobierno español aprobó los indultos en diciembre de 2000.
Sin embargo, las dos proposiciones no de ley instando al gobierno estatal a
despenalizar definitivamente la okupación pacífica de inmuebles, debatidas los
años 1998 y 2000 en el Parlamento español, han sido rechazadas con los votos de
PP, PSOE y CIU. Estas proposiciones, presentadas por IC-V (Iniciativa per
Catalunya Verds) y por IU, contaron con el apoyo de ERC, PNV, EA y BNG.
En las otras políticas sobre las que a priori debería incidir el movimiento, convie-
ne destacar que el discurso simbólico de la okupación sobre el problema de la vivien-
da se retoma en los espacios formales de la red de políticas. En un estudio realizado
recientemente en Barcelona comprobamos que en aquellas ciudades o barrios con
mayor presencia del movimiento se abren nuevos proyectos de vivienda joven
(Gonzàlez, Gomà, Martí, Pelàez et al., 2003). Sin pensar que este es un impacto direc-
to de la acción del movimiento, y a pesar de sus deficiencias, los planes de vivienda
joven en la provincia de Barcelona se desarrollan en ciudades como Terrassa y Sant
Cugat, o barrios como Sant Andreu, Gràcia o Sants, territorios todos ellos con fuerte
presencia de la okupación.
En lo que se refiere a las políticas juveniles, en los casos de Cataluña y Euskadi (no
tanto en Madrid), las redes de políticas intentan incorporar de manera explícita al
movimiento por la okupación en sus políticas. Normalmente el movimiento preferirá
quedarse fuera de la red de políticas, intentando mantener una posición de fuerza
desde el exterior.
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Tal como hemos comentado, la polarización del conflicto con la okupación
sobre el tema el terrorismo no ha permitido una ampliación real de la influencia de
la red crítica sobre la opinión pública. No podemos decir que la conexión de la red
de okupación con la sociedad se haya roto, ya que el apoyo no ha disminuido, pero
sí que ha impedido una extensión como la que se podía prever en el momento de
eclosión del movimiento.
En consecuencia, el marco de tensión entre la red formal de políticas y los mar-
cos cognitivos dominantes no se ha mantenido, evitando de esta forma la creación de
espacios favorables a la extensión e intensificación de los discursos del movimiento
dentro de la sociedad.
Si bien el movimiento ha conseguido estar presente en la arena política, ha per-
dido la oportunidad de estar con un papel protagonista. A pesar de que los rendimien-
tos (básicamente simbólicos, pero también en algún caso sustantivos) han sido
considerables, la red crítica de okupación no ha sido un elemento central en la toma de
decisiones ni en la implantación de las políticas.
LAS NEGOCIACIONES POLÍTICAS POR LA “LEGALIZACIÓN” DE LOS CENTROS
SOCIALES OKUPADOS
La “legalización” de un Centro Social Okupado, siempre que suponga la continui-
dad del proyecto político, social y cultural del mismo, debería ser considerado
como un impacto en las tres dimensiones de las políticas públicas. Simbólico,
al introducir el discurso del movimiento (de participación directa, autogestión
y justicia social) en las políticas; sustantivo, al incluir decisiones administrativas
como la cesión, la expropiación o el usufructo a favor de los okupantes; y operati-
vo, porque garantiza, al estabilizar la okupación, los proyectos políticos, sociales
y culturales que estaba desarrollando o desarrollará el colectivo o colectivos bene-
ficiarios. En todo caso, pueden también darse situaciones intermedias, como la
cesión (cuando la Administración cede un local para la autogestión por parte de los
ocupantes, como veremos en el caso de La Prospe) o la expropiación (cuando el
Estado expropia una propiedad por dejación manifiesta de sus obligaciones, que es
lo que reclama la Eskalera Karakola). En todos estos casos, el resultado será parte
de un proceso de negociación, entendida como diálogo con objetivos políticos
entre las okupaciones, la Administración y la sociedad civil.
A pesar de que insistimos en la validez de nuestra segunda hipótesis, que con-
sidera que el propio movimiento por la okupación ya genera políticas de juventud
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LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS…
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y vivienda, cabe reconocer que este extremo sólo es cierto en aquellas okupaciones
que disfrutan de cierta estabilidad. Dado el marco legal actual, que considera la
okupación de inmuebles abandonados como un delito penal, y la estrategia predo-
minantemente represiva de las Administraciones públicas frente a la acción del
movimiento, son pocas las okupaciones que consiguen consolidarse, y en todo
caso, todas tienen difícil ejecutar proyectos sociales a largo plazo, siempre pen-
dientes de su situación legal y del posible desalojo.
Por otra parte, la negociación y el diálogo, como vías para solucionar el con-
flicto urbano planteado por la okupación, se sitúan de lleno en nuestra concepción
de la governance participativa local, como formas de afrontar el autogobierno de las
sociedades complejas actuales.
MADRID: DEL CASO DE LA PROSPE A LAS PROPUESTAS DE LA RED DE LAVAPIÉS
Y DEL CSOA “SECO”
Si bien es cierto que en el análisis de impacto basado en las tres variables (capital
social alternativo, red de políticas y opinión pública), el movimiento por la okupa-
ción de Madrid presentaba las menores posibilidades de impacto en las políticas,
también es verdad que los más interesantes procesos de negociación se han inicia-
do en la capital del Estado. No por la voluntad de los gobiernos locales de este terri-
torio, dominados en la última década por el PP y mucho más cerrados que los
gobiernos locales catalanes o vascos. Tampoco por la existencia de una opinión
pública especialmente favorable al movimiento. Ni siquiera la densidad del capital
social alternativo del movimiento por la okupación es especialmente alta en
Madrid, y sin duda es menor que en Cataluña o Euskadi.
A pesar de lo dicho, los planteamientos imaginativos surgidos del propio movi-
miento y la existencia de unos pocos proyectos sociales de okupación pero con gran
calado en diversas áreas de las políticas públicas han generado ya una negociación
acabada (la de la Escuela Popular de La Prospe) y el inicio de unas cuantas más, entre
las que destacan las de diversas okupaciones de la Red de Lavapiés (en especial el
CSOA de mujeres La Eskalera Karakola) y la del CSOA “Seco”, en el barrio de Adelfas
(distrito Retiro). La primera se podría ligar al área de las políticas educativas; la
segunda, a las políticas de “mujer” y la tercera, a las políticas de juventud, urbanismo
y participación vecinal, aunque todas ellas se podrían considerar transversales, den-
tro de una concepción amplia de la política social y contra la exclusión.
El caso de la Escuela Popular de adultos de la Prosperidad escapa, como hemos
apuntado anteriormente, al estricto campo de la okupación. La historia de este
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proyecto se remonta a la época de la Transición, en el año 1977, con la okupa-
ción por parte de sectores del movimiento libertario relacionados con la peda-
gogía revolucionaria de Paolo Freire, de una Escuela de Mandos del Ejército
Nacional ubicada en la calle Mantuano del popular barrio de la Prosperidad. En
1980, con gobierno local del PSOE, el local es desalojado y los miembros del colec-
tivo de La Prospe, cuya labor educativa y social en el barrio era ampliamente reco-
nocida, trasladan sus actividades a una escuela pública en la calle General Zabala
del mismo barrio.
La escuela pública dejará de funcionar cómo tal, pero las actividades del
colectivo de La Prospe continuarán en los siguientes veinte años. En 1982, el
Arzobispado reclama por primera vez la propiedad del local y plantea su desalojo
innegociable, que es evitado por la movilización popular y la intermediación del
entonces alcalde Tierno Galván, llegándose a un acuerdo mediante el cual el
Arzobispado mantiene el usufructo del local a favor del Ayuntamiento. Este cedió
el local de palabra al colectivo de La Prospe, pero en 1991, el Arzobispado vuelve a
reclamar la propiedad y en 1999 los juzgados le dan la razón. En este tiempo, La
Prospe ha perdido la “simpatía” del gobierno municipal, en manos del sector más
reaccionario del PP. En todo caso, el impresionante apoyo popular de la Escuela
impide la ejecución del desalojo.
En octubre de 2000 se da la solución definitiva al conflicto gracias la decisión
política de la Comunidad de Madrid, que oferta al colectivo de La Prospe la cesión
formal y por cincuenta años de un local en el mismo barrio, con las condiciones
necesarias para seguir con las actividades de la Escuela Popular. Además la cesión
en uso que disfruta La Prospe exime a este colectivo de cualquier rendición de
cuentas a las autoridades de la Comunidad de Madrid, que, a su vez, han quedado
eximidas de cualquier forma de manutención del local (Eskalera Karakola, 2003).
Este proceso de negociación, ya finalizado, demuestra la viabilidad legal de la
cesión de inmuebles abandonados a sus okupantes, siempre que exista la voluntad
política para ello. Aunque también es cierto que el colectivo de La Prospe, por su
historia, composición y tipo de actividad que desarrolla, no forma parte de lo que
los poderes públicos y la opinión pública consideran movimiento por la okupa-
ción. Con este último, que ya está planteando en Madrid la apertura de procesos de
negociación similares, habrá, como veremos a continuación, más trabas por parte
de la Administración.
En el barrio de Lavapiés es donde se da la mayor densidad de okupaciones en
la ciudad de Madrid. Se trata de un barrio de clase popular, ubicado en el centro
histórico y afectado por las problemáticas urbanas actuales de este tipo de barrios:
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carestía de la vivienda, inmigración, especulación, subida de los precios, acompa-
ñada de procesos de sustitución de la población autóctona por otra de mayor poder
adquisitivo, y, finalmente, ausencia de espacios no mercantilizados de sociabili-
dad. Lejos de desembocar en un panorama de desmovilización, la dinamización
y evolución del movimiento por la okupación en el barrio ha sido capaz de poten-
ciar una amplia red de colectivos y asociaciones vecinales, la Red de Lavapiés, que
funciona desde 1997 y formaría parte de lo que consideramos nuevo movimiento
vecinal.
Dentro de los múltiples proyectos sociales, políticos y culturales de la Red de
Lavapiés, está el de la recuperación de una serie de edificios sensibles, la mayor
parte de ellos okupados, y donde se realizan la mayoría de las actividades públicas
del barrio. Entre ellos destacan el CSOA El Laboratorio III, el CSOA Eskalera
Karakola y el Puntal. Los tres casos son muy interesantes, pero debido a la breve-
dad de este capítulo, y también al hecho de tratarse del caso más avanzado en el
tiempo de los tres, nos centraremos en el CSOA La Eskalera Karakola.
Este centro social se ubica en un edificio de dos plantas ubicado en la calle
Embajadores, 40 y que data del siglo XV, lo que le convierte en edificio protegido
por el Plan General de Ordenación Urbanística de Madrid. En noviembre de 1996,
y cuando el edificio llevaba más de 20 años en estado de evidente abandono, un grupo
de mujeres jóvenes lo okupa para desarrollar un proyecto de centro social feminis-
ta, autónomo y autogestionado. No es este el espacio para describir la multitud de
actividades que ha desarrollado este centro social en sus más de seis años de histo-
ria, pero cabe destacar que su carácter abierto, participativo y participado, lo ha
convertido en referente del movimiento feminista madrileño y estatal.
Desde el CSOA Feminista La Eskalera Karakola se plantean, en marzo de 2003,
de forma totalmente abierta y explícita, un proceso de negociación con la
Administración local a la que se emplaza a expropiar el local a sus propietarios para
cederlo en uso a las okupantes. El proceso de negociación se plantea abierto a la
participación social de los colectivos del barrio, como la Red de Lavapiés, y de
la ciudad, como Mujeres Urbanistas, y su objetivo es la rehabilitación del espacio
(muy deteriorado a pesar de las evidentes mejoras desde su okupación) para poder
desarrollar un completísimo proyecto social, político y cultural desde la pers-
pectiva de género. En contraposición con la política meramente asistencial, pater-
nalista y dirigista de las Administraciones públicas, que se ve reflejada en el
funcionamiento cerrado y burocratizado del Centro Comunitario Casino de la
Reina, la Eskalera Karakola propone un proyecto integral de política social femi-
nista, que incluye desde políticas de capacitación y aprendizaje conjunto, hasta
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ocio o información12. Además se trata de un proyecto abierto, que surge de un pro-
ceso participativo de base y que apuesta por fomentar la ciudadanía activa y la recu-
peración de espacios de sociabilidad frente al desuso privado con fines
especulativos.
El Ayuntamiento, a través de los técnicos de Gerencia de Urbanismo, ya entró
de alguna manera en el proceso cuando en junio de 2002, después de una reunión
con las “karakolas” y de un informe de los Bomberos de Madrid a instancia de las
propias okupantes, decide hacerse cargo de algunas intervenciones urgentes en el
edificio, garantizando el no desalojo del mismo. Estas obras todavía se están reali-
zando en marzo de 2003, momento en que la Eskalera Karakola presenta formal-
mente su oferta al Ayuntamiento y a la Comunidad de Madrid.
Los inexistentes contactos que ha habido hasta hoy entre la Administración
y el movimiento okupa en Madrid y, sobre todo, el bajo perfil político de los mis-
mos, que en pocos casos ha superado el de los técnicos de Gerencia de Urbanismo,
arrojan pocas esperanzas a una solución dialogada del conflicto. Pero la pelota en
el caso de La Karakola ya está en el tejado de las Administraciones. El proyecto y el
proceso planteado son impecables, pero se plantea una duda razonable sobre la
voluntad política de las actuales Administraciones madrileñas de hacer frente al
conflicto entre una especulación creciente y la recuperación de espacios para uso
social. Sobre todo, porque un posicionamiento coherente y justo13 pasaría por el
reconocimiento político de proyectos políticos y sociales como el de la Eskalera
Karakola, lo que se presume harto difícil para una Administración que se ha dedi-
cado a criminalizar y reprimir a los movimientos sociales de Madrid de forma sis-
temática y casi indiscriminada.
Finalmente, un pequeño comentario sobre un proceso similar iniciado por el
CSOA “Seco”, sobre todo porque entronca perfectamente en nuestra perspectiva
del impacto del movimiento por la okupación en las políticas juveniles. El CSOA
“Seco” fue okupado en 1991 por un grupo de jóvenes del barrio de Adelfas (Retiro).
En colaboración con la asociación de vecinos del barrio se ha presentado en 2002
al Ayuntamiento un proyecto para la obtención de un Centro Social Autogestionado
y una Cooperativa de Vivienda Joven en régimen de alquiler. Este centro, tal como
se está negociando en la actualidad, sería autogestionado por sus usuarios y se
habilitaría en un solar que la Junta Municipal ha expropiado como parte del Plan de
Remodelación.
A pesar de mostrar cómo experiencias de okupación llegan a constituir dispo-
sitivos de afianzamiento del lazo social y de dotación de servicios, la experiencia
de “Seco” presenta algunas características que, a nuestro juicio, no suponen una
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“legalización” de la okupación e incurren en una serie de problemas que ya se han
dado en experiencias similares en Cataluña y Euskadi. El hecho de dejar abierta la
gestión a los usuarios en general y que se trate de un edificio de nueva construc-
ción, a pesar de ser un impacto innegable en las políticas de juventud producto de
la incitativa del movimiento por la okupación, no garantiza la autogestión, ya que
deja a la Administración con un papel central en el proceso de elaboración de la polí-
tica y la posibilidad de renegociar condiciones en todo momento. En todo caso, de
llevarse a cabo, dependerá del apoyo social del CSOA “Seco” y de su persistencia en
el control del proceso que el resultado final responda más o menos a las expectati-
vas políticas y sociales de sus promotores.
CATALUÑA: PROCESOS DE NEGOCIACIÓN ENTRE LA ADMINISTRACIÓN Y LAS CASAS
OKUPADAS
La densa red de okupaciones que existe en Cataluña14, sobre todo en el área metro-
politana de Barcelona, ha facilitado que el debate de la negociación se planteara
antes que en otros territorios del Estado y que surgiera en muchas ocasiones desde
las propias Administraciones públicas.
La casuística de los procesos de negociación es interminable, sobre todo si
entendemos la negociación desde un punto de vista amplio, de procesos de diá-
logo directo o mediado entre gobiernos locales y okupaciones. En este texto
resumiremos brevemente dos procesos cerrados que pueden ilustrar de alguna
manera la realidad de la negociación en Cataluña y que dista mucho del camino
hacia la legalización de los centros sociales okupados, pero genera impactos en
las políticas públicas. La negociación en Cataluña se convierte a menudo en un
diálogo de sordos entre una Administración que quiere mostrarse dialogante
de cara a la opinión pública pero que no comparte en absoluto las propuestas de
autogestión del movimiento, y un movimiento que mayoritariamente rechaza la
intermediación institucional desde una concepción un tanto rígida de la auto-
nomía de lo social.
El primer caso del que hablaremos, el CSOA Torreblanca de Sant Cugat, ilus-
tra al sector del movimiento que pretende afrontar los procesos de negociación con
las instituciones y también el sinsabor de sus resultados. El segundo, donde expli-
camos la breve historia de la Comisión de diálogo con el movimiento por la okupa-
ción, creada a propuesta del Parlament de Cataluña, representaría el diálogo de
sordos y la imposibilidad de llegar a acuerdos globales entre okupación y Adminis-
traciones públicas en Cataluña.
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En marzo de 1999 un grupo de jóvenes del municipio barcelonés de Sant Cugat
del Vallès (53.000 habitantes) okupa una masía propiedad del Ayuntamiento y muy
cercana al centro de esta ciudad de la comarca del Vallès Occidental. La masía de
Torreblanca llevaba abandonada veinte años. A pesar de haber sido declarada
Patrimonio Histórico por parte del mismo Ayuntamiento, diversos proyectos munici-
pales se habían ido retardando por falta de presupuesto o interés. La masía dispo-
nía de una parte en buenas condiciones que enseguida se convierte en Centro Social
y vivienda. Torreblanca nucleará a todo el movimiento alternativo de Sant Cugat y
centenares de jóvenes participarán en sus actividades políticas, sociales y cultura-
les. Entre ellas destaca la organización de la Consulta Social por la Abolición de la
Deuda Externa (marzo de 2000) o la movilización contra el Banco Mundial (junio
de 2001).
Debido al fuerte y amplio apoyo social de esta okupación, el Ayuntamiento,
gobernado por una coalición de centro-derecha entre CIU y PP, se ve imposibilita-
do para realizar un desalojo rápido e inicia contactos con las personas okupantes.
La propuesta del Ayuntamiento era establecer un convenio según el cual la masía de
Torreblanca se convertiría en un equipamiento municipal donde realizar activida-
des por parte de grupos y asociaciones del municipio. La propuesta del
Ayuntamiento, empero, pretendía guardar para sí mismo un papel preponderante
en la gestión, sin reconocer el proyecto social de la asamblea de okupas de
Torreblanca y, además, pretendía desalojar la casa para realizar las obras de res-
tauración de la misma.
La asamblea del CSOA Torreblanca nunca se cerró a las negociaciones, inclu-
so creó una asociación legalizada (les masoveres i Missifú) para facilitarlas. El CSOA
Torreblanca estuvo abierto a todo el tejido asociativo del municipio a lo largo de
todo el periodo de okupación y protagonizó la generación desde la base, junto a
diversas entidades juveniles, de un Consejo Local de Jóvenes. Pero los okupas
apostaban por un modelo de gestión abierto, no dirigido por el Ayuntamiento y que
reconociera, mediante la “legalización” de la okupación, la tarea realizada por la
misma. Por otra parte, la asamblea de Torreblanca se negaba a abandonar la casa
durante el transcurso de las obras de rehabilitación, alegando que estas se podían
hacer manteniendo abierta la parte de la casa en buenas condiciones.
En el verano de 2000, aunque las negociaciones continuaban formalmente, se
produce un intento de desalojo, resistido de forma no violenta por los okupantes,
que dan un golpe de efecto importante y se ganan la simpatía de la opinión pública
catalana (las imágenes de los y las okupas, desnudos, frente a los antidisturbios dan
la vuelta al país). Durante los primeros meses de 2001 la casa sufre varios ataques
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LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS…
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de grupos fascistas que ponen en peligro la integridad de sus habitantes (se produ-
ce incluso un incendio). No sólo no se persigue a los atacantes, sino que siguen su
curso las denuncias por usurpación sobre las personas de la casa identificadas
durante el primer intento de desalojo.
El mes de julio, ante una nueva amenaza de desalojo, y en medio de un
ambiente de desánimo dentro de la asamblea de Torreblanca, los y las okupas de
la casa presentan, mediante una rueda de prensa y el apoyo del Consejo Local
de Jóvenes y un importante grupo de vecinos, una propuesta de pacto al
Ayuntamiento. Ellas y ellos desokupan voluntariamente la masía a cambio de la
retirada de las denuncias que el Ayuntamiento mantenía contra algunas personas
de la casa y, sobre todo, a cambio de que la casa pase a ser gestionada por el Consejo
Local de Jóvenes. Dos días antes del desalojo, el Ayuntamiento lo para y retoma las
negociaciones (rotas desde febrero), que desembocan en el convenio de agosto de
- El convenio acepta ambas demandas de los okupas y habilita al Consejo Local
de Jóvenes para elaborar un Plan de Uso y Gestión de la Masía de Torreblanca que
pasará a ser un equipamiento municipal para jóvenes autogestionado por estos. El
Convenio incluye también que la masía será rehabilitada por una Escuela Taller
donde 24 jóvenes escogidos por el Dispositivo de Transición del Ayuntamiento
aprenderán diversos oficios. Mientras dure la rehabilitación, la casa tendrá un uso
restringido. El Ayuntamiento, que “recupera” la titularidad del edificio liberado
por los okupas, lo cede en régimen de autogestión al Consejo Local de Jóvenes,
pero se reserva el derecho a instalar algún servicio directamente municipal.
El acuerdo puede parecer aparentemente positivo y genera impactos induda-
bles en las tres dimensiones de las políticas públicas, en el modelo de democracia
y en las políticas juveniles, pero provoca desilusión entre los propios okupantes y
fuertes críticas del movimiento por la okupación catalán. InfoUsurpa, agenda del
movimiento, declara que dejará de dar noticias de Torreblanca porque “ha dejado
de ser un espacio liberado y no queremos participar en la difusión de actividades
institucionalizadas. Tomamos Torreblanca como ejemplo a no seguir por las con-
secuencias del hecho de pactar, siguiendo el juego al poder no se le destruirá, sino
que, contrariamente, se le perpetuará” (InfoUsurpa, septiembre de 2001).
Independientemente del acierto político de las críticas que recibe el acuerdo
de Torreblanca, es evidente que este se produce en unas condiciones de fuerte pre-
sión al colectivo, que no sabe gestionarlo, y sus miembros más activos, partida-
rios de la okupación como generación de contracultura y estrategia de las luchas
anticapitalistas, abandonan el proyecto después de la negociación. Algunos de
ellos impulsan la okupación de otra masía abandonada, esta vez en Barcelona. Así,
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el 22 de diciembre de 2001 se okupa Can Masdeu, masía del barrio de Nou Barris,
propiedad de la Fundación del Hospital de Sant Pau y gestionada por la MIA (Muy
Ilustre Administración —denominación que, desde 1401, alude a una especie de
patronato de origen medieval que surgió de la administración conjunta del
Hospital de la Santa Creu que hacían dos instituciones, El Capítol Catedralici de
Barcelona y el Consell de Cent—, de la que forman parte actualmente, entre otros,
el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Cataluña) y abandonada desde
hace 47 años. Can Masdeu se convierte enseguida en referente de la okupación
rururbana, tanto por su papel de dinamizador de las luchas vecinales y contra la
globalización capitalista, como por su práctica de recuperación de antiguos pozos
y minas de agua, uso de energías renovables, reciclaje y reutilización de todo tipo
de materiales, y rehabilitación de la masía con obras avaladas por el Colegio de
Arquitectos.
El éxito sin precedentes en la resistencia activa no violenta al desalojo de mayo
de 2002, que fue suspendido después de tres días de cerco policial a la casa, ha
abierto un incierto proceso de negociación que de momento ha parado los proce-
sos judiciales contra la okupación de esta masía. Frente a la propuesta de la MIA de
utilizar la masía en beneficio de un colectivo privado (realizar residencias para el
Colegio de Médicos), Can Masdeu ha supuesto la recuperación de un espacio públi-
co, dinámico y abierto, para los vecinos de Nou Barris y los movimientos sociales
de Barcelona. Can Masdeu sigue abierta a la negociación con la propiedad (en este
caso pública), pero algunos de sus miembros, curtidos en la experiencia de
Torreblanca, no están dispuestos a rebajar ni un grado de autogestión y reconoci-
miento a un proyecto realmente existente.
Para acabar este apartado de negociación explicaremos la frustrada expe-
riencia de la Comisión de seguimiento y diálogo sobre el movimiento okupa del
Parlament de Cataluña. En octubre de 1998, el diputado autonómico Fidel Lora
(primero ICV y después EuiA) presenta una proposición no de ley para la crea-
ción de una comisión que busque puentes de diálogo con el movimiento por la
okupación; el Parlament la aprueba y se le encarga a la Secretaría General de
la Juventud de la Generalitat de Cataluña la tarea de coordinar las actividades
de esta comisión.
A la comisión se invita a personas vinculadas al conflicto creado alrededor de
las okupaciones: representantes de los partidos políticos, representantes de los
departamentos de la Generalitat (juventud, vivienda y cultura), la Cámara de la
Propiedad Urbana, el Colegio de Abogados de Barcelona, la Federación de
Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB), el Consejo Nacional de la Juventud
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LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS…
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de Cataluña (CJNC), las dos asociaciones de municipios (Asociación Catalana de
Municipios y Federación Catalana de Municipios) y la asociación Dret a Sostre
(Derecho a Techo) de Mataró15. También se invita a personas de otros movimien-
tos (movimiento de resistencia global, movimiento antimilitarista, etc.) que “sim-
patizan” con el movimiento por la okupación y pueden ayudar a encontrar puntos
de contacto.
Evidentemente, también se invita a dos personas del movimiento por la oku-
pación, que acuden a la primera reunión con una carta en la cual se niegan a parti-
cipar. Entre otras consideraciones, la carta, producto de la reflexión conjunta de la
Asamblea de Okupas de Barcelona, mantiene que no se puede negociar, ni dialogar
absolutamente nada mientras continúe la represión sobre el movimiento por la
okupación.
A pesar de la negativa de los portavoces del movimiento de trabajar en la
Comisión, esta decide seguir adelante, pero enseguida se demuestra que los parti-
dos políticos no tienen tampoco ningún interés en el funcionamiento de la misma.
Los cuatro ámbitos de trabajo que pretendía generar la comisión (despenalización,
masovería urbana, política municipal y puentes de diálogo con el movimiento
okupa) quedan “vacíos de continente” en menos de dos reuniones.
Algunos miembros de la Comisión, los más vinculados al tejido social, inten-
taron cambiar el sentido de la propuesta abriendo el espacio de contacto con la
Administración para denunciar y parar las dinámicas represivas sufridas por todos
los movimientos sociales catalanes desde la entrada en el gobierno central del PP
y el nombramiento de Julia García-Valdecasas como delegada del Gobierno en
Cataluña. Tampoco funcionó esta estrategia y los partidos políticos, por un lado, y
los y las okupas, por el otro, siguieron sin mostrar interés, por lo que la comisión
languideció sin ni siquiera presentar un documento de conclusiones al Parlament.
Seguramente hace falta algo más que una comisión para “crear puentes de diálogo”
con el movimiento okupa. En las conclusiones intentaremos abordar someramen-
te esta cuestión.
UN IMPACTO REAL PERO LIMITADO, ¿UNA NEGOCIACIÓN IMPOSIBLE?
El movimiento por la okupación no tiene voluntad de incidir directamente en las
políticas públicas. En los casos de Cataluña y Euskadi, cada vez que se le ha ofreci-
do formalmente la posibilidad de participar en el diseño de políticas, casi siempre
de forma consultiva o interlocutoria, o bien indirectamente, a través de plataformas
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asociativas más amplias, ha declinado la invitación. En Madrid, al menos en los
últimos diez años, no se han dado escenarios de este tipo.
A pesar de todo, el movimiento por la okupación ha tenido un impacto en las
políticas de juventud y, en menor medida, en las de vivienda. Esto ha sido debido
básicamente a la mayor permeabilidad de las áreas de políticas de juventud. En
todo caso, estas áreas tienen muchas dificultades para trasladar demandas y nece-
sidades a otras áreas —urbanismo, trabajo, etc.— de más centralidad.
En las políticas periféricas, como por ejemplo las de participación juvenil, el
movimiento por la okupación en Cataluña y Euskadi ha sido capaz de introducir,
aunque lo haya hecho involuntariamente, nuevos modelos participativos en las
lógicas de las Administraciones. En el caso de Madrid, la menor densidad del movi-
miento y el mayor cierre de la red de políticas, así como una opinión pública menos
favorable a la okupación que la catalana o la vasca, han impedido estos impactos.
En los tres territorios, el movimiento por la okupación ha generado políticas
públicas de juventud cuando ha podido disponer de cierta estabilidad. Por otra
parte, estas políticas han sido mayoritariamente políticas afirmativas (ocio alter-
nativo, contrainformación, actividades culturales, etc.), aunque en algunos casos
se haya ido más allá, generando políticas educativas y sociales, de carácter trans-
versal, y no sólo dirigidas al sector juvenil.
Finalmente, si podemos afirmar la existencia de una red de políticas de segu-
ridad y orden público, a pesar de tratarse evidentemente de una red del tipo comu-
nidad de políticas, cerrada y jerárquica por definición, el movimiento ha sido capaz
de generar impactos positivos, aunque evidentemente predominen los negativos
(desalojos, detenciones, criminalización). El movimiento ha sido capaz en algunos
momentos de generar una extensa red antirrepresiva, llegando incluso a establecer
coaliciones puntuales con sectores institucionales, mediante el apoyo de abogados,
jueces, fiscales y políticos de izquierdas.
Como hemos dicho, en el periodo 1996-1998 diversos factores exógenos y
endógenos al propio movimiento le dotan de unas buenas condiciones de presen-
cia en las redes de políticas. La entrada en vigor del nuevo Código Penal, el espec-
tacular desalojo del cine Princesa y la confluencia en la práctica de la okupación de
diversos sectores del antimilitarismo y la izquierda radical estudiantil son algu-
nos de ellos. Esta configuración positiva de las oportunidades políticas empieza
a cerrarse a partir de 1998 con la pérdida de centralidad del movimiento en los
círculos contestatarios (quizás a favor de la antiglobalización), la demostración de
cierta debilidad organizativa y la relativa eficacia de la criminalización y la represión
contra el movimiento. En todo caso, en función de la adaptación del movimiento
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LA OKUPACIÓN Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS…
¿Dónde están… M1 (filmar) 16/6/14 10:27 Página 175
a la nueva configuración de las oportunidades políticas y a su integración en las
redes del movimiento contra la globalización capitalista, podríamos hablar de una
nueva etapa para la okupación en el Estado español, que dista mucho todavía de
su desaparición y conserva fuertes redes de afinidad.
Para acabar, el tema de la negociación por la “legalización” de los CSOA arroja
resultados aparentemente paradójicos en la comparación entre Barcelona y Madrid.
En general ambos casos coinciden hasta ahora en la imposibilidad de llegar a escena-
rios amplios de negociación. Ahora bien, los motivos son, en una primera aproxima-
ción, bien diferentes. Así, en Madrid, el movimiento está presentando en la
actualidad propuestas imaginativas y perfectamente realistas para la legalización, sin
contar de momento con una respuesta institucional. En Barcelona, en cambio, los
intentos de la Administración, bien intencionados o no, de negociar con el movi-
miento, han sido generalmente rehusados de plano por el propio movimiento, argu-
mentando, por su parte, problemas ciertos, como la persistencia de la represión.
Se podría pensar que, en Madrid, un movimiento más débil apuesta por la
negociación como medio de subsistencia ante la insistente represión, y que en
Barcelona, un movimiento todavía fuerte “hace piña” en la resistencia, rehuye el
debate para evitar posibles divisiones y resiste, sobre todo en aquellos barrios y
ciudades donde conserva un apoyo social nada desdeñable. También se podría
argumentar que los peligros de cooptación son más evidentes en Barcelona, con
predominio de gobiernos locales de la izquierda institucional, que en Madrid,
donde la distancia ideológica entre PP y movimiento es tan grande que impide la
cooptación o asimilación del movimiento por parte de las instituciones.
En todo caso, las Administraciones públicas de uno u otro color político están
todavía lejos, en el Estado español, de permearse a la influencia de movimientos
sociales de carácter autogestionario, y por esta parte también se presentan difíci-
les los escenarios amplios de negociación, si bien no son del todo descartables en
el ámbito local y “casa por casa”.
NOTAS
- Para una visión más detenida del modelo de impacto de los movimientos sociales o redes críticas en las
políticas públicas, ver Ibarra, Martí y Gomà (coords.), 2002. Como ejemplo de aplicación del modelo al
caso concreto de los impactos de la okupación en las políticas públicas en Cataluña, ver Gonzàlez, Gomà,
Martí, Pelàez, Barranco y Brunet, 2003.
- Sobre el concepto de governance, ver Koiman, 1993 y 2002; Rhodes, 1997 y Pierre (ed.), 2000.
- Para una definición del concepto general de estructura de oportunidad política (EOP), ver: Tarrow, 1994,
y Brockett, 1991.
- En todo caso, en la tarea del enmarcamiento se pueden distinguir estrategias más exigentes y transforma-
doras de los marcos dominantes, de otras más adaptativas y en sintonía con las orientaciones y preferen-
cias del potencial de mobilización disponible (Máiz, 1996).
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ROBERT GONZÁLEZ GARCÍA
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- Estamos traduciendo a lenguaje de políticas públicas, lo que en la teoría de movimientos sociales se con-
ceptualizó como “marco de injusticia” (Gamson, Fireman y Rytina, 1982). Este enfoque cognitivo define
“el marco” como las orientaciones mentales que organizan la percepción y la interpretación (Rivas,
1998).
- De hecho, las pocas negociaciones que se producen en Madrid se han realizado a través de Gerencia de
Urbanismo, con un perfil político muy bajo y en función de la buena predisposción de algunos técnicos.
Las negociaciones con la Escuela Popular de la Prosperidad presentan unas especificidades que merecen
ser comentadas en un apartado propio y que por las características de esta okupación trascienden el ámbi-
to de la juventud.
- Sobre temas de governance participativa y de proximidad, ver Blanco y Gomà (coords.), 2002.
- Ver, en este mismo libro, los capítulos de Miguel Martínez y de Tomás Herreros. También: González, Blas
y Peláez, 2002.
- Para ver las peculariedades del caso vasco por lo que respecta al movimiento de okupación según nuestro
modelo de impacto: González, 2000, y EAP y UPV, 2002.
- Para una visión más pormenorizada de estas cuestiones, ver el capítulo de Jaume Asens en este mismo
libro.
- Por nuevo movimiento vecinal entendemos aquellos sectores del movimiento vecinal que han sabido
superar la crisis que supuso la cooptación de sus líderes en los años ochenta hacia las instituciones gober-
nadas por partidos progresistas, mediante la entrada de nuevas generaciones de vecinos, a veces perte-
necientes o provenientes del movimiento por la okupación. La composición de la vocalía de Jóvenes y
Movimientos Sociales de la FRAVM (Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid), con
una significativa presencia de miembros de la extinta Lucha Autónoma, y nuevas asociaciones barriales
como el Forat de la Vergonya en el barrio de la Ribera (Distrito de Ciutat Vella) en Barcelona, o la Red de
Lavapiés en Madrid, son claros ejemplos de esta nueva oleada de movimiento vecinal, ligada sobre todo a
la lucha contra la especulación, la carestía de la vivienda y los procesos de gentrificación (sustitución de una
población existente por otra de mayor poder adquisitivo).
- El proyecto en su totalidad está accesible en la página web http://www.sindominio.net/karakola, bajo el
título “Recuperación y rehabilitación de Embajadores 40. La Eskalera Karakola: un proyecto de Centro
Social Autogestionado Feminista”.
- En el proyecto de la Karakola se especifican de forma impecable cómo se debería producir el proceso de
expropiación forzosa por incumplimiento de los deberes sociales de la propiedad (art. 170 Ley 9/2001 o
Ley del Suelo de la Comunidad de Madrid), la rehabiltación del edificio (Ley 10/1998 o Ley del Patrimonio
Histórico de la Comunidad de Madrid) y la cesión del mismo al proyecto de CSOA Feminista la Eskalera
Karakola (con la fórmula jurídica del “comodato de bienes inmuebles”) que cuenta con precedentes lega-
les como los de La Prospe o la casa de Mujeres de Bonnemaison en Barcelona .
- Un informe de la Secretaría General de la Juventud de la Generalitat de Cataluña cifraba en 150 el núme-
ro de okupaciones reivindicadas en 1998 en Cataluña. Los últimos datos sobre desalojos y nuevas okupa-
ciones (por ejemplo El Periódico de Cataluña cifraba en 32 desalojos y 27 nuevas okupaciones el saldo del
represivo año 2001), así como recientes entrevistas y observación participante, nos hacen pensar que el
número de okupaciones puede haber bajado, pero muy ligeramente. Por ejemplo, el Infousurpa, agenda
semanal del movimiento, anuncia en mayo de 2003 actividades en 28 Centros Sociales Okupados del área
metropolitana de Barcelona.
- Colectivo proviniente del mundo de la okupación que decide buscar estrategias de negociación para solu-
cionar el problema de la vivienda y la falta de espacios de sociabilidad alternativa en contextos locales.
Sobre la experiencia de la “masovería urbana” promovida por este colectivo, ver EAP y UPV, 2002: págs.
99-101 y González, Gomà, Martí, Peláez et al., 2003, págs. 22-23. Al no tratarse estrictamente de una
experiencia propia del movimiento okupa y por motivos de espacio, os remitimos a la bibliografía citada
para concer esta original vía iniciada en Mataró.
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CAPÍTULO 7
CONTRACULTURA, CREATIVIDAD Y REDES SOCIALES EN EL MOVIMIENTO
OKUPA
MARTA LLOBET ESTANY
ESTAMOS ENTRE DOS MUNDOS: UNO NO LO RECONOCEMOS Y
EL OTRO TODAVI
´A NO EXISTE.
César de Vicente Hernando
Este capítulo pretende aportar elementos para el debate y la reflexión respecto a
cómo la utopía social se construye en la vida cotidiana a través de la okupación de
viviendas y centros sociales. El tema de la okupación ha sido analizado desde dife-
rentes dimensiones (Martínez, 2002; AAVV, 2000; Navarrete et al., 1999) que nos
aportan elementos para entender la significación política y cultural de este movi-
miento social. En la teoría sociológica que estudia los movimientos sociales no
abundan los análisis sobre los procesos de cambio en los modos sociales de vida
de los/las propios activistas, tanto en el ámbito personal como colectivo, desde la
observación y el análisis de la vida cotidiana.
Pueden ser varias las razones que expliquen esta situación. Por un lado, el
estudio de los movimientos sociales se ha centrado, sobre todo, en analizar la
acción colectiva y en comparar las pautas de acción y los efectos sociales que pue-
den ser homogéneos, vinculando la sociología con la historiografía social y políti-
ca (Neveu, 2002). Por otro lado, lo genuino del movimiento okupa, a diferencia
de otros nuevos movimientos sociales (ecologismo, pacifismo, antimilitarismo,
etc.), con los que comparte muchos aspectos1, es la puesta en práctica de la repro-
ducción de la vida cotidiana a través de la convivencia diaria en las casas o centros
sociales autogestionados2. Esta característica propia de la okupación supone una
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oportunidad de construcción de la creatividad que será desarrollada a lo largo del
capítulo. Posiblemente, las dificultades empíricas para poder hacer este tipo de
aproximación analítica desde otras formas de activismo social, pero no como
okupa, constituyen otra dificultad importante a la hora de poder verificar y re-
construir las lógicas y prácticas productivas y reproductivas dentro del movimien-
to okupa, ya que a diferencia de otros movimientos este se caracteriza por su poca
permeabilidad a la hora de poder ser observado desde fuera.
La okupación de casas y edificios para destinarlos como viviendas o centros
sociales no constituye una novedad en la medida en que esta práctica está directa-
mente vinculada a la misma existencia del capitalismo. La okupación de viviendas se
incardina con la misma existencia de la propiedad privada y de las desigualdades que
esta conlleva de oportunidades y de uso desigual del territorio. El movimiento okupa
como tal lo debemos situar como un movimiento mucho más reciente en la Europa
del siglo XX, dentro de los procesos de protesta que se iniciaron en 1968 en Francia
y se extendieron en otros países. Era un movimiento de respuesta y cuestionamien-
to del sistema social imperante en aquel momento, que no sólo afectaba a la esfera
productiva y económica, sino a la misma existencia de las personas y a su desarrollo
y reproducción. En este sentido, cabe recordar la importante contribución de la
Internacional Situacionista como grupo vanguardista que critica la construcción del
espacio urbano subyugado al modo de vida capitalista3.
La novedad de la okupación en tanto que movimiento social radica en el hecho
de la denuncia política que pretende cambios en la organización social y que los
centros sociales constituyan espacios públicos y abiertos para poder realizar todo
tipo de actividades desde la autogestión (Herreros, 2000: 19).
Este capítulo pretende centrarse no únicamente en una perspectiva descripti-
va y representativa de la okupación, sino sobre todo en un enfoque comprensivo
desde la sociología de la acción. El interés en este caso radica en observar, analizar
e interpretar la okupación desde el sentido, las motivaciones y las intenciones de
los/las activistas. Cómo estas/os perciben, responden y, en definitiva, construyen
y viven la okupación. Por ello, se van a utilizar fragmentos de algunas conversacio-
nes y entrevistas4realizadas hasta el momento con algunas/os okupas. Esta pers-
pectiva cualitativa de la investigación nos sitúa ante la necesidad de tratar de forma
anónima a nuestros informantes, utilizando sus discursos no tanto como discursos
representativos, sino como ejemplos que nos aproximan a la re-significación del
proceso de construcción del uso social de espacios okupados.
La vida cotidiana dentro de las casas y/o centros sociales, como espacios físi-
cos y simbólicos, de convivencia y de relación van a ser magníficos escenarios de
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MARTA LLOBET ESTANY
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autogestión, de experimentación, que permiten aprender y aprehender otras for-
mas de hacer, de organizarse, de generar cambios personales y colectivos en rela-
ción con los discursos y/o ideologías que defiende el movimiento hacia fuera. En
este sentido, la okupación existe y se enmarca como movimiento antisistema5,
porque denuncia y se rebela contra los valores dominantes del sistema capitalista
global y contra las nefastas consecuencias que se desprenden de su hegemonía,
configurando un determinado orden social, político y económico claramente des-
igual e injusto. Al mismo tiempo pone en marcha estrategias concretas que visibi-
lizan la especulación del suelo y de la vivienda, constituyendo este uno de los ejes
vertebradores y significantes de la existencia del movimiento okupa6.
En el análisis que nos ocupa, nos interesa sobre todo resaltar la okupación
como espacio cotidiano, que permite la construcción de nuevas identidades desde
su re-construcción. Supone una oportunidad para construirse de forma reflexiva
como actores sociales con capacidad de transformación y creación y/o re-creación
de su propia realidad social. En definitiva, en la okupación, a diferencia de otros
NMS, el ámbito de lo privado entra también a cuestionarse, supone politizar el
espacio privado y repercutir desde allí en otros espacios más amplios que se pre-
tenden —o se imaginan a sí mismos— liberados7. Estos procesos individuales y
colectivos van a ser los escenarios desde los cuales podremos hablar de las nuevas
formas de creatividad social.
LA OKUPACIÓN, UNA KONTRAKULTURA EN CONSTRUCCIÓN
El movimiento de okupación de viviendas y centros sociales okupados (CSO) nos
muestra una cultura8propia, cuya existencia sólo se explica en relación con proce-
sos económicos, políticos y sociales de carácter más amplio. Para poder entender
los símbolos y significados, así como el funcionamiento y reproducción de esta
cultura, tenemos que referirnos a los componentes constitutivos de tales procesos.
Es a partir de esta relación indisociable que podemos definir este movimiento
como contracultural, en la medida que se manifiesta como propuesta que cuestio-
na la cultura dominante y al mismo tiempo apuesta por otra cultura alternativa
desde la negación de algunos de los pilares fundamentales de la sociedad actual. La
acumulación de objetos en el derroche y/o consumo de los mismos de forma com-
pulsiva, donde nada permanece (se usa y se tira); la regresión narcisista que vuel-
ve al individuo a la autocontemplación y autosatisfacción, a vivir de lo estético
como forma de pensar y de actuar desde la frivolidad. La sociedad de consumo es
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CONTRACULTURA, CREATIVIDAD Y REDES SOCIALES EN EL MOVIMIENTO OKUPA
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una sociedad básicamente oral, narcisista, vacía de contenido, que produce proce-
sos de exclusión y de desafiliación social. En definitiva, se trata de valores que se
nutren de una cultura patriarcal de individualización y competitividad que provo-
ca invisibilización y constantes rupturas de los vínculos necesarios para el des-
arrollo de nuestra existencia como seres humanos y sociales. En contraposición, la
okupación supone la realización de una utopía contracultural. Esta puede ser
observada a través de las acciones autogestionadas, como prácticas que atraviesan
lo público y lo cotidiano con una clara oposición a las condiciones de desigualdad
social generadas por la distribución de la propiedad privada del espacio (Martínez,
2002: 187). A pesar de la existencia de variaciones importantes entre los distintos
CSO, a nuestro entender existe un corpus contracultural definido a partir de otros
valores que se plasman en las distintas acciones y actividades que se realizan. Se
trata de valores de solidaridad en las relaciones, respecto a los grupos sociales que
están oprimidos, de convivencia, de colectivizar la cultura y la propia coexistencia
a través de la autogestión de los espacios privados y públicos, ecológicos y susten-
tables a través de la reapropiación y reutilización de los espacios en desuso, del
reciclaje de los alimentos y de los objetos desechables. En definitiva, estos valores
se sustentan en la necesidad de desmitificar las viejas certezas dogmáticas y buscar
la vivencia cotidiana, con un claro énfasis en la praxis, en la positividad del mundo
que se quiere construir, en la autonomía, en la afirmación de la subjetividad, en
la conquista de espacios de libertad y democracia de base. Lo pequeño frente a lo
colosal, a través de valores éticos, que permiten poner en marcha desde el inge-
nio y la creatividad otras maneras de hacer y de ser: vive como piensas y piensa
como vives.
Las prácticas y actividades que se desarrollan actúan, por un lado, como ras-
gos que les confiere una determinada identidad, y por otro, se convierten en ele-
mentos de acercamiento y atracción hacia el movimiento okupa. Es en este sentido
que estaríamos hablando también de una cultura dentro de una subcultura juve-
nil9. Los pocos datos veraces que existen y que nos aproximan a la edad media de
los/las activistas corroboran que, a pesar de no ser un movimiento social integra-
do exclusivamente por jóvenes, estos son los que más abundan. Por esta razón, se
vincula la okupación con una determinada etapa de la vida, como es la juventud. Sin
negar este dato importante que intentaremos desarrollar en otro apartado, no
podemos dejar de mencionar la existencia de activistas alrededor o incluso por
encima de los 30 años. Al respecto, y a modo de hipótesis, la okupación está direc-
tamente vinculada, no sólo a una edad cronológica de la vida, sino sobre todo a una
etapa social de la vida, que puede potenciar la autorrealización desde el crecimiento
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MARTA LLOBET ESTANY
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personal, la autonomía y la emancipación hacia otras formas de organización
social, más implicativas/reflexivas, y por lo tanto más satisfactorias y creativas10.
Esta característica, a nuestro modo de entender, cuestiona la tesis que sitúan
el movimiento okupa como movimiento meramente generacional, y por lo tanto de
carácter pasajero y/o temporal. Al mismo tiempo que reafirma la base contracultu-
ral, desde una lógica procesual y en construcción. Esto quiere decir que el mismo
proceso que se vive a través de la okupación supone caminos que pueden llevar a la
realización de la utopía contracultural; no sólo a través de la negación y cuestiona-
miento de la sociedad presente, sino a partir de la construcción de otras formas y/o
estilos de vida alternativos desde la experimentación en lo cotidiano. Permite
fabricar de forma más artesanal y lúdica una nueva historia del presente, basada en
nuevos ritos, nuevos símbolos y nuevos valores.
Por otro lado, el repertorio de acción de los okupas está directamente conec-
tado con otros movimientos sociales antisistémicos, con los que comparte refle-
xiones, propuestas y acciones, y por lo tanto confluyen dentro de una misma
constelación cultural que actúa como constructora y re-productora de una identi-
dad contracultural. Es en este sentido que podemos hablar de la existencia de redes
contraculturales, caracterizadas por un entramado de relaciones y vínculos perso-
nales y colectivos entre los activistas que participan y viven en las distintas casas
y/o centros sociales okupados.
A partir de la observación y el análisis de fanzines, panfletos y documentos
varios que difunden11, podemos constatar que existe una amalgama variada y
variopinta de actividades que se realizan a partir de las distintas okupaciones. Este
corpus contracultural nos sitúa en la imagen de que cada casa y/o CSO es un mundo
en construcción, entendido como experiencia y/o espacio con capacidad y creati-
vidad propia que emana de las personas y del colectivo que lo okupan. Esta estruc-
tura informal, dispersa y autónoma en sus diferentes componentes, puede
interpretarse como elemento difuminador y de poca consistencia a la hora de ana-
lizar la base cultural de este movimiento social, porque en realidad estamos
hablando de una cultura que se construye desde la realidad distinta de cada CSO.
Estas diferencias también las vamos a encontrar en relación con otros planos,
como puede ser el ideológico y en las formas de organización interna y de gestión
de la vida cotidiana. Contrariamente, lo que nos interesa resaltar como propio de
este movimiento social es justamente la diversidad como característica propia de la
okupación, siendo esta una de las características que lo hacen más vanguardista y
creativo12. En este sentido, la capacidad organizativa y de autogestión de estas acti-
vidades y prácticas actúa como motor contracultural y también como espacio/s
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CONTRACULTURA, CREATIVIDAD Y REDES SOCIALES EN EL MOVIMIENTO OKUPA
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donde lo cotidiano puede ser reconocido como político, y donde lo político se
manifiesta en lo cotidiano13. La okupación no sólo moviliza socialmente recursos
antes privatizados, sino que usa la contracultura creada en esos espacios reapro-
piados como fuerza de movilización social (Martínez, 2002: 205). Es desde aquí
desde donde podemos establecer una relación entre lo político y lo cultural. La
okupación entendida como contracultura se expresa en un espacio de identidad en
el que cristalizan las estrategias específicas de este colectivo marcando su diferen-
ciación respecto a otros grupos, vinculando la cultura a lo político.
La utilización de un lenguaje propio y distintivo tiene una intención subversi-
va y de desobediencia ante las estructuras gramaticales, políticas y sociales. El len-
guaje en este caso actúa como vehículo de comunicación y, sobre todo, de
identificación hacia dentro y hacia fuera. Es una manera de presentarse ante el
mundo inmediato como puede ser el barrio, la ciudad y respecto a la sociedad en
general. Las consignas que utiliza el movimiento okupa en sus planfletos, fanzines
o en graffitis cuestionan las relaciones de poder y de dominio y, por lo tanto, un
determinado orden social establecido y hegemónico. Estas formas de expresión
describen y denuncian una determinada visión del mundo. La interacción que
produce esta realidad social en el imaginario colectivo okupa a través de sus
consignas, no sólo pretende instrumentalizar y/o tergiversar los significados, lle-
nándolos con contenidos discordantes, interpretándose todo ello como formas
de subversión cultural, sino como formas que pretenden revertir las relaciones de
poder a través de mensajes creativos: cuando vivir es un lujo, okupar es un dere-
cho; casa abandonada, casa okupada; casa okupada, casa encantada. De igual manera,
la utilización de la @ denota otra forma de significar mediante el lenguaje las rela-
ciones de género, utilizando una grafía que no determine y/o reproduzca las
relaciones de poder y dominio entre géneros. Este lenguaje y códigos contracul-
turales son dimensiones políticas fruto de la crítica social que desplazan lo que se
ha dado en llamar la gramática cultural14. Un cambio en las formas culturales com-
porta también implicaciones políticas, de la misma manera que las acciones polí-
ticas se articulan dentro de formas culturales. De aquí se desprende que la cultura
y la política son ámbitos interconectados e indisociables.
Los graffitis, que también podemos encontrar en los espacios públicos, son
considerados como un arte marginal en la medida que no han sido apropiados por
el arte económicamente importante. Se trata de formas artísticas que denuncian la
sociedad presentista y consumista e intentan neutralizar la expresión del caos.
Contrariamente, los graffitis son expresiones artísticas realizadas de forma auto-
didacta y espontáneas, que se asocian y se identifican a las clases populares, en la
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MARTA LLOBET ESTANY
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medida que expresan imágenes de lo reprimido y lo perverso del sistema-mundo.
Nos remiten a una concepción del arte combativa y utilitaria: el arte no para ser
contemplado, sino para ser ejercido.
La propuesta contracultural de los CSO está integrada por un crisol extenso y
variado de actividades (conciertos, charlas y/o debates, talleres, etc.) cuyo deno-
minador común es la autogestión de las mismas. Las actividades se construyen
desde los propios centros, siendo estas un medio de participación y de moviliza-
ción de los/las okupas y de los recursos y no un fin en sí mismas. En la mayoría de
los casos son gratuitas, o bien se ofrecen a precios populares y como forma de auto-
financiación de los proyectos y/o de los colectivos. La naturaleza y las formas de
llevar a cabo las actividades en los espacios okupados va a ser una de las caracterís-
ticas genuinas y significativas de los CSO, que los distingue de otro tipo de proyec-
tos, por negarse y querer estar al margen de los mecanismos institucionales y
comerciales que aglutinan la oferta cultural. Este abanico contracultural pone en
evidencia, una vez más, los intereses capitalistas y por ende consumistas que pre-
valecen en la llamada cultura de masas. Al mismo tiempo que nos muestran cómo
la cultura emerge y se construye desde la base y desde los propios colectivos, sien-
do esta otra de las dimensiones que nos permite relacionar la okupación como
espacios permanentes de innovación y creatividad.
LA CREATIVIDAD SOCIAL: UN NUEVO PARADIGMA DE TRANSFORMACIÓN
Y DE RE-SIGNIFICACIÓN
En el estudio de la creatividad abundan las investigaciones que hacen hincapié en la
persona y nos ponen de manifiesto cuáles son las características de la personalidad
que pueden favorecer o dificultar la capacidad creativa en uno/a mismo y en rela-
ción con los grupos; sobre el producto creativo, sobre cómo se potencia, cómo se
desarrolla y finalmente cómo se evalúa. No nos vamos a centrar aquí tanto en lo que
ya se ha producido desde las ciencias humanas y sociales en estos temas, como en
alguno de los aspectos que, a nuestro entender, han sido poco desarrollados. Nos
estamos refiriendo al estudio de los procesos de creatividad social vinculados a la
construcción colectiva y relacional, con unos objetivos sociopolíticos abiertos desde
la persona-grupo a las redes y movimientos sociales.
La creatividad emerge y debe situarse en un contexto en que el malestar se
desarrolla como respuesta a la quiebra ideológica de los sistemas socialistas como
referencia a una posible reorganización de la sociedad y, correlativamente, al
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CONTRACULTURA, CREATIVIDAD Y REDES SOCIALES EN EL MOVIMIENTO OKUPA
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fortalecimiento de la hegemonía y dominación del sistema capitalista en el ámbito
global. Y esto articulado con la crisis, reformulación o dudas sobre las posibilida-
des de mantenimiento y expansión del Estado de Bienestar (Menéndez, 2002: 98).
Las propuestas neoliberales van a incrementar en la mayoría de los contextos la
desigualdad y polarización social en términos económico-ocupacionales, así como
la acentuación de las condiciones de dependencia económico-políticas, ideológi-
co-culturales y científico-técnicas. La consolidación e intensificación del deno-
minado proceso de globalización, que aparece impulsado funcionalmente desde el
proyecto neoliberal como continuidad del proceso histórico de expansión capita-
lista, se expresa en un creciente escepticismo o desesperanza sobre el futuro en
términos sociales, acentuándose la actualización continua del presente. A partir de
este escenario global, se desarrolla una constante crítica a la sociedad occidental
preocupada exclusivamente por objetivos materiales y consumistas, que pasa a ser
considerada como degradada culturalmente. Esto lleva, a nuestro entender, a una
recuperación de la vitalidad de la cultura, de la creatividad, especialmente en sec-
tores subalternos, a una recuperación del otro y de lo colectivo. Así los llamados
nuevos movimientos sociales, entendidos como sujetos políticos colectivos apare-
cen como respuesta a la mirada de esta sociedad dominante que se caracteriza por
generar sujetos a partir de las condiciones económico-políticas o en función de los
procesos de estigmatización y/o control social. Estos nuevos sujetos colectivos se
caracterizan porque se constituyen a partir de reivindicar positivamente su propia
diferencia, incluida su diferencia estigmatizada. Por lo tanto, no constituyen sólo
grupos reactivos, sino grupos subversivos/reversivos que tratan intencionada-
mente de legitimizar socialmente tipos de identidad diferenciada, más allá de que
estén etiquetados a través de estigmatizaciones que los han constituido en otros, en
términos de desviación, marginación y/o subalteridad.
Estos grupos ponen de manifiesto sus rasgos públicamente no sólo para afir-
mar su identidad, sino para demostrar que son parte de la sociedad. En contra-
posición a la apatía de la sociedad actual y a la escasa capacidad de los sujetos
tradicionales, suponen una expectativa de reestructuración de la sociedad civil, por
su escasa estructura organizativa y porque están organizados en redes con estruc-
turas más horizontales. Al mismo tiempo que podemos evidenciar que las perso-
nas y grupos se movilizan más a través de su pertenencia a grupos específicos que
forman parte de su identidad en contextos locales o micro-locales, asociados a
propuestas situacionales, que dentro de grupos o movimientos generalizados.
La construcción del mundo, o al menos la posibilidad de entenderlo en la
experiencia, en la vida cotidiana, en la situación, se da en estas instancias donde
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los sujetos colectivos producen la realidad y/o pueden comprenderla. Estas repre-
sentaciones colectivas deben ser observadas en los usos locales, para entender no
sólo el sentido local, sino general de las mismas.
La creatividad como la tendemos está directamente asociada a la autonomía y
a la re-significación de la diferencia en contextos locales. La tesis de la que parti-
mos considera que esta complejidad en los diferentes ámbitos de la vida nos sitúa
ante escenarios donde muchas de las situaciones sólo podrán ser resueltas de
forma adecuada a partir de estimular una conciencia social sobre la creatividad,
sobre la capacidad de desarrollar como personas, grupos y como movimientos
sociales nuestras capacidades imaginativas y creativas.
La creatividad a partir de aquí deja de estar asociada a la exclusividad, al pri-
vilegio o a la genialidad de unos cuantos. Pasa a ser algo consubstancial al desarro-
llo y devenir humano, que sitúa a la persona y a los grupos con capacidad como
entidades creadoras y creativas en contextos sociales y territoriales diferentes.
Estamos hablando de la apropiación de la creatividad, como procesos transforma-
dores, instituyentes, emergentes e innovadores15.
Existen diversas concepciones sobre la creatividad. Por una parte, se estable-
ce como un valor supremo de la humanidad que está siendo promocionado por la
sociedad de consumo como si de una pócima mágica se tratase, como algo meramen-
te instrumental16. Por otra parte, existe otra concepción de la creatividad, que la sitúa
exclusivamente como valor cultural, como responsabilidad social (De la Torre, 1984).
En este caso, el hecho creativo se inscribe como exigencia moral. Podríamos situar
una nueva visión de la creatividad más compleja, desde una perspectiva político-exis-
tencial, desde la que se pretende desarrollar este trabajo. La creatividad, no sólo como
una obligación ética-moral, sino también como una manifestación vital de nuestra
existencia. La reivindicación de la creatividad como una actividad liberadora surge a
partir de un sentimiento de insatisfacción, de dificultades sentidas, o necesidades no
satisfechas, de algo que podemos sentir como incompleto por el deseo de auto-
rrealización, por la necesidad de reinventar la realidad. Esta energía liberadora nos
invita a redescubrir la creatividad en la vida cotidiana, en las relaciones de género,
de trabajo, intergeneracionales, interétnicas, desde una perspectiva de redes
sociales. La creatividad como paradigma de transformación y de re-significación.
Esta última concepción conlleva asumir el caos, el desorden y la incertidum-
bre como algo inevitable y necesario, que nos permite generar las condiciones en
el ámbito personal y colectivo para poder aprender y aprehender a situarnos en los
contextos de otras maneras. Estamos hablando de procesos colectivos que se ins-
criben en una perspectiva de acción-reflexión-acción.
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Ciertamente el entorno va a ser importante para que el resultado de las inter-
acciones entre las personas y/o colectivos articulados en forma de red sean más o
menos creativas. En este sentido, existen al menos dos enfoques opuestos
(Stenberg y Lubart, 1997). El primero, considera que la creatividad precisa de un
entorno que la apoye, mientras que el segundo considera justo la contrario, que
esta surge precisamente de las dificultades y obstáculos que actúan como entornos
difíciles o incluso represivos para la creatividad. Existe un tercer enfoque más
complejo, en el que nos queremos centrar. Se trata del enfoque según el cual el tipo
de entorno que fomenta el desarrollo y la realización del potencial creativo puede
depender de algunos factores, como son el tipo y el alcance del potencial creativo y
el ámbito en el que se expresa. Según este enfoque, el entorno que facilita la expre-
sión creativa no sólo emerge de las condiciones sociopolíticas del contexto en el
que se inscribe, sino que interactúa con las variables personales, grupales, situa-
cionales.
Los análisis que se vienen realizando sobre los NMS en general y sobre el
movimiento okupa en particular enfatizan sobre todo en estos elementos de con-
texto. Explicando la emergencia, el desarrollo, así como los procesos de flujo y
reflujo en la okupación desde el marco político y social en el que se sitúan. La fuer-
za de este movimiento, entendida como capacidad organizativa y movilizadora, va a
depender, sin lugar a dudas, de las condiciones sociales y políticas. De esta mane-
ra se explica cómo la carencia de espacios públicos y la escasez de iniciativas de
promoción de la vivienda fueron en su momento factores que impulsaron la acción
colectiva y la desobediencia civil como forma de transformar estas situaciones vivi-
das como injustas. De la misma manera que nadie puede negar el impacto que ha
tenido la penalización de la okupación por parte de los poderes públicos, como res-
puesta represiva y criminalizadora, en la consolidación del movimiento, especial-
mente en Cataluña. Pero en este análisis procesual también debemos contemplar
otros aspectos, que a nuestro modo de ver han sido poco estudiados. La emergen-
cia de la creatividad social ha jugado un papel importante en la expansión de estas
formas de rebelión social articuladas y experimentadas en lo cotidiano. De este
modo, en el estudio de la creatividad debemos contemplar la relación persona-
grupo-red-sociedad. Entender esta relación como un proceso dialéctico entre las
capacidades de acción de los colectivos como actores sociales y como sujetos polí-
ticos en relación con el papel de las instituciones sociales y políticas que nos
condicionan y moldean respecto a los contextos sociales en los que vivimos. La
creatividad está, pues, estrechamente vinculada al cambio, a las posibilidades
de transformar nuestra realidad personal y social. Pero no siempre asumimos la
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necesidad de cambio, o los cambios cuando son necesarios, porque ello requie-
re situarse en una posición de poder reflexionar sobre nuestras acciones, para
poder dar el salto y desarrollar otras situaciones nuevas. Este aspecto está direc-
tamente conectado con las tácticas y estrategias que se ponen en marcha en los
procesos de transformación social. En este sentido, la falta de reflexión en el
seno de las casas y/o CSO a menudo se sitúa como una debilidad y/o dificultad
que resta capacidad de acción y/o de transformación, en la medida que debilita
la capacidad de re-pensar la propia acción, en definitiva obstruye el proceso de
acción-reflexión-acción.
Sin negar la importancia de esta cuestión, nos queremos centrar más en el
carácter experimental de la okupación, como forma instituyente y emergente de
nuevas formas de creatividad social. Para ello tenemos que partir de una decons-
trucción del concepto de acción. Los análisis que se vienen realizando en las cien-
cias sociales sobre la acción, focalizan la acción del actor, pero no entendida como
una posibilidad ilimitada de elección y creatividad, sino articulada con las restric-
ciones/limitaciones/imposibilidades establecidas por la estructuración de la reali-
dad. Esto se expresa por su interés en las formas de producción y reproducción no
sólo económico-políticas, sino simbólicas, así como en los fenómenos de poder.
Desde esta perspectiva de las prácticas, la estructura o la cultura constituyen ins-
tancias presentes, que deben ser descritas y analizadas a través del juego de los
actores sociales, poniendo de relieve la existencia de diversas modalidades en las
relaciones sujeto/estructura. El papel del sujeto social es recuperado en relación
con una estructura respecto de la cual debe evidenciar su capacidad para modifi-
carla17. Pero este tipo de perspectiva reflexiva no incide necesariamente en
modificar la realidad de los sujetos, de los actores ni de la cultura. Las brillantes
aportaciones de Eduardo Menéndez nos invitan a detenernos en lo que él llama
la perspectiva de la intencionalidad. Esta orientación recupera al sujeto conside-
rado como actor en la construcción de la realidad. El actor definido a partir de su
intencionalidad, de su reflexividad, y sobre todo de su experiencia vivida. Así, el
orden estructural cobra escasa significación para comprender la realidad si no se
refiere a la experiencia de los sujetos. Para esta tendencia lo que importa es cómo
viven, cómo se redefinen y actualizan a partir de su experiencia en situaciones con-
cretas. Frente a una concepción de la realidad que coloca el acento en la estructu-
ra, y donde los actores no son tomados en cuenta o son definidos por mecanismos
sociales y culturales que los constituyen como sujetos, esta tendencia nos invita a
recuperar no sólo la intencionalidad, sino la capacidad de elección, de selección,
de decisión de los sujetos. La espontaneidad, la creatividad, la posibilidad de
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actuar de modo diferente e inesperado se sitúan en primer plano. Nos propone un
sujeto que a partir de su situación o proyecto genera estrategias para sobrevivir,
reconoce y recupera la acción de los sujetos, pero reconociéndoles una creatividad
que parece construirse constantemente. En definitiva, la intencionalidad del suje-
to es la que establece la posibilidad de este proceso de constitución y modificación
de sí mismo/a. Para poder significar teórica y metodológicamente lo que venimos
llamando creatividad social debemos, por lo tanto, incorporar algunas de las refle-
xiones expuestas sobre las intencionalidades en el sujeto. Pero al mismo tiempo no
podemos ignorar ni las relaciones sociales dentro de las cuales experimentan la
vida los/las okupas, ni las relaciones de poder. Así, la creatividad emerge y se expli-
ca desde la experimentación en lo personal, en lo colectivo y en lo societal.
EJES EXPLICATIVOS PARA RE-SIGNIFICAR LA CREATIVIDAD
DE LA OKUPACIÓN
Lo que hemos conceptualizado como la creatividad social se entiende como proce-
sos de construcción que parten necesariamente de una deconstrucción personal,
grupal y societal. Estos tres niveles y/o planos están interrelacionados entre sí y
actúan como puentes que se retroalimentan. Estamos hablando de procesos de
cambio y/o transformación vinculados a la re-construcción a partir de unos obje-
tivos sociales y políticos abiertos desde la persona-grupo a las redes y movimien-
tos sociales.
El nivel personal está relacionado con la historia individual de cada miembro.
Se explica a partir de las trayectorias de vida y de cómo cada uno se sitúa ante las
experiencias a partir de todo lo vivido y vivenciado. Desde esta lógica, la okupación
supone una experiencia de cambio personal, al mismo tiempo que una oportuni-
dad para poder aprender desde el espacio cotidiano a partir de otros significados.
Es un espacio que brinda la oportunidad de poder experimentar de forma constan-
te con uno/a mismo/a. La creatividad aquí emerge como la capacidad de inventar o
re-crear otras maneras de hacer, de ser y de estar, y quizás también podríamos
decir de sentir18, desde la intuición o desde el conocimiento de lo aprendido y/o
vivenciado. Supone estar dispuesto a descubrir en uno mismo y en los otros. En
este sentido, existen pocos espacios tan privilegiados como los okupados para
poder aprender a poner en práctica otros estilos de vida fuera del entorno fami-
liar. Ciertamente la variable edad aquí juega un papel importante. La mayoría de
las veces debido a que en esta etapa de la vida los jóvenes muestran una mayor
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predisposición a probar nuevas experiencias. En este sentido podríamos conside-
rar la okupación como un rito de paso para conseguir una mayor emancipación
personal y social.
La historia que cada uno aporta consigo mismo/a se caracteriza por diferentes
momentos y/o etapas en las cuales se ha visto bloqueado y/o potenciado. Las ins-
tituciones presentes en la organización social (familia, escuela, amigos, asocia-
ciones, barrio, etc.) juegan un papel importante, no sólo como agentes de
socialización y de control a través de los cuales adquirimos la cultura de la sociedad
en la que vivimos, sino también como agentes que obstaculizan o, por el contrario,
nos permiten dar saltos creativos. Por esta misma razón, se llega a la okupación
desde diferentes experiencias que imprimen a la persona una determinada identi-
dad (valores, creencias, hábitos, actitudes, etc.) que condiciona la forma y grado
con que este/a se sitúa respecto al grupo que está okupando una casa o un CSO.
Desde esta perspectiva, la respuesta creativa ante una primera okupación no va a
ser la misma por parte de todos y es aquí donde cada cual aporta desde su expe-
riencia vital su discurso, sus intenciones y sus prácticas distintas. Estamos hablan-
do de los aprendizajes adquiridos en forma de ideas en torno a lo que supone
okupar, así como de unas habilidades respecto a qué hacer. Ciertamente, el análi-
sis del acervo vital puede ser despreciado si lo que prima es el hecho de okupar
como momento y/o escenario clave para el cambio a partir de la experimentación
personal y colectiva. A nuestro modo de entender, y desde la observación de dis-
tintas okupaciones, es uno de los elementos que explican por qué algunos jóvenes
deciden okupar espacios libres en un momento determinado de su trayectoria
vital. En algunas de las okupaciones llevadas a cabo en distintas poblaciones del
Baix Llobregat (Sant Boi, Cornellà, Esplugues, Hospitalet de Llobregat, etc.) se
definía la okupación como un medio para salir de la “necesidad pura y dura”, tal y
como expresa un okupa que ha estado desde las primeras okupaciones a mediados
de los ochenta:
Era un momento como que existía poco esperanza, la realidad política y
social que existía en aquellos momentos, como que existía poco esperanza, de
hecho, por ejemplo, imagínate en aquellos momentos. Hoy prácticamente todo
el movimiento, hay casas nuevas con otra ideología, todo el movimiento sea por
necesidad pura, pues, por ejemplo, en Cornellá pues hay droga, ex-delincuen-
cia, todas las consecuencias que todo ello traía […], vivíamos una situación sin
esperanza ninguna, no teníamos nada que perder. Hoy estamos aquí, y tal, en
aquellos momentos no había nada que perder, vivíamos sin esperanza, era
la búsqueda de lo más radical (E1).
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En estos casos, la okupación era claramente una oportunidad de poder cam-
biar la situación personal que se vivía claramente como bloqueada. La tesis que se
defiende aquí pasa por considerar la okupación como una experiencia procesual de
salto con relación a otras etapas anteriores. Ciertamente para algunos/as la okupa-
ción va a suponer únicamente una etapa de rebelión contra las estructuras, de sub-
versión y de transgresión al sistema, hacia fuera. Para otros/as supone una
oportunidad de emancipación personal que revierte en el grupo al mismo tiempo
que se retroalimenta a partir de este. La okupación, entendida así, permite poner
en marcha estrategias cotidianas en forma de acciones y/o prácticas que toman una
dimensión vivencial y política.
La vida en el interior de las casas y/o CSO adquiere una dimensión de expe-
rimentación a partir de la autogestión. Supone estar dispuesto a construir la con-
vivencia desde la acción cotidiana. Ello implica tener que trabajarse las
contradicciones y el conflicto intrapersonal y colectivo cuando este aparece, en un
espacio de incertidumbre por el hecho de aceptar vivir de forma nómada y asumir
la inestabilidad que ello comporta. Estas situaciones ponen a prueba a los activis-
tas y aparecen como una de las razones que en parte explican el desánimo y/o can-
sancio que también se puede producir al cabo de cierto tiempo de sucesivas
okupaciones y desalojos. Esta doble dimensión paradójica de la okupación en tanto
que vivencia procesual creativa y asumiendo la incertidumbre asociada a la misma,
todavía refuerza más su carácter experimental. Requiere la búsqueda constante de
ciertos mecanismos de equilibrio y compensación para mantener este tipo de vida
y ello va a depender, por un lado, del propio proceso que experimente el/la activis-
ta, y por otro, de los vínculos afectivos y relaciones que se hayan construido colec-
tivamente en torno al proyecto. Desde nuestro punto de vista, este aspecto va a
actuar como elemento aglutinador, catalizador y dinamizador más que otro cual-
quiera, como puede ser el grado de concienciación y compromiso político del
activista respecto a la okupación. Los lazos afectivos que se generan van a actuar
junto con otros aspectos como fuentes de energía y de potenciación de las cuales
emana y fluye la creatividad social. Pero, al mismo tiempo, pueden ser nudos crí-
ticos, junto con otros aspectos, que bloquean y explican el estado de desánimo y la
pérdida de orientación y sentido que también puede adquirir la experiencia tanto
a nivel personal como a nivel grupal. Es sobre todo en este aspecto de convivencia
cotidiana donde la okupación se distingue más respecto a otros movimientos
sociales. El escenario de activismo las 24 horas del día, como son las casas y CSOA,
facilita que afloren las contradicciones, el conflicto y las distintas imágenes para-
dójicas que existen en la okupación. Por ello, se hace hincapié en la necesidad de
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potenciar flujos de recambio necesario dentro del propio movimiento. Ello a
menudo se interpreta como una debilidad del propio movimiento, cuando en rea-
lidad deberíamos situarlo como un mecanismo que amortigua el desgaste y al
mismo tiempo aporta savia nueva, siendo esta vital para asegurar la reproducción
del colectivo y de todo el movimiento: “Lo que sí está provocando la renovación de
gente, la necesidad. Tienen que entrar gente nueva, tienen que llevar esto para
adelante, porque son muchos años. Porque la gente se ve cansada” (E1).
En otros casos, también permite compatibilizarlo con otras experiencias19
con las que comparten visiones comunes y con las que sienten que forman parte del
mismo movimiento de resistencia global y de construcción de propuestas alterna-
tivas a escala mundial. Es toda una concepción distinta de la vida cotidiana la que
se intenta llevar a la práctica, subrayando que lo privado también es político.
Lo que sucede aquí te da mucho que pensar, todo lo que ocurre a tu alre-
dedor se forma de forma diferente, no hay roles, no hay padre, ni madre, no
hay hombre ni mujer, o sea hay hombre y mujer, pero la mujer da caña. Aquí
todo el mundo, al no existir roles, toda la gente se tiene que adecuar e ir bus-
cando espacio y conviviendo, y compartiendo (E2).
Se construyen nuevas formas de producción y reproducción que podemos
considerarlas como alternativas en la medida que estas se han desarrollado desde
una perspectiva vivencial y política, como una forma más de luchar contra el siste-
- El llevar a la práctica de una manera concreta la superación de la división del
trabajo: realización de tareas y lucha contra la división sexista en los espacios de
producción y reproducción de la vida de las personas, ausencia de jerarquías, pro-
ducción socialmente útil, ausencia de objetivo de lucro, trabajo como actividad
creativa, etc. En este sentido, cabe resaltar el importante papel que juegan las
mujeres dentro del movimiento, como sujetas activas que aportan desde el debate
y la reflexión otras maneras de hacer y de organizarse en la vida cotidiana. Ellas
ponen en marcha sus propias estrategias para situar, no sólo en el debate sino en
las acciones, las contradicciones que emergen en la propia convivencia, reflejo de
los estereotipos patriarcales dominantes de la sociedad. Cuestionan los aspectos
concernientes a la esfera de la producción, y plantean la necesidad de una trans-
formación de los aspectos relativos a la esfera de la reproducción de la fuerza de
trabajo.
La okupación es también una experiencia que facilita hacerse las cosas uno
mismo/a y permite así la construcción de un proyecto personal de vida desde una
dimensión colectiva.
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La autogestión llevada a la práctica de forma cotidiana se perfila como una
oportunidad de aprender a realizar distintas actividades manuales que en algunos
casos han llegado incluso a definirse como una nueva profesión. La construcción
de estas nuevas identidades profesionales se explica desde la lucha contra el feti-
chismo de la mercancía, restituyendo la primacía del valor de uso sobre el valor de
cambio20. Los trabajos de albañilería, fontanería, carpintería y demás que hay que
hacer para acondicionar las casas y/o CSOA, y facilitar así que sean espacios más
habitables y agradables permiten el auto-aprendizaje constante de nuevas habi-
lidades y destrezas. A modo de ejemplo, algunos squatters que participaron en
okupaciones en los años ochenta en Berlín actualmente se autodefinen como
artesanos de la rehabilitación de viviendas, constituyéndose esta actividad con
posterioridad a la okupación, como una potencialidad y alternativa personal y pro-
fesional21.
La experiencia vivida en el plano personal a lo largo del tiempo y seguramen-
te desde la participación y/o implicación en la construcción de diferentes proyec-
tos de okupación, se percibe como un proceso de transformación que permite e
impregna una nueva identidad. El aprendizaje creativo experimentado se visualiza
como un salto que ha permitido, entre otras cosas, vivir y organizarse la vida a par-
tir de otros valores a los cuales no se está dispuesto a renunciar. Los activistas pue-
den al cabo de los años dejar de okupar, pero seguirán siendo portadores de esta
nueva cultura aprendida: “Quien la vive no puede cambiar de vida. Puedes cambiar
de formas, o a lo mejor no eres okupa y tienes un piso alquilado, pero vas a estar en
cualquier otra fórmula que te dé algo parecido” (E1).
Es aquí donde más se puede ver la concienciación colectiva y política, enten-
dida esta como proceso de transformación y re-creación. Ello explica, por ejemplo,
cómo algunos de los que fueron activistas en los inicios de la okupación hoy siguen
implicados en proyectos vinculados al campo, en relación con Latinoamérica, o en
cooperación con algunos otros de los movimientos llamados antisistema. Porque
como muy bien nos decía una okupa, la okupación ya no es sólo el espacio físico que
se okupa sino que es un espacio simbólico que llevas incorporado en ti: “Aquí lo
importante no es la casa como centro social, sino lo que se hace dentro de la casa.
Lo importante no es la casa y por lo tanto es un símbolo, sino lo que se está hacien-
do en la casa” (E3).
Estas actividades conectan y vinculan con otras personas y grupos que tam-
bién están luchando para poder transformar la sociedad global en la que vivimos:
“Llegamos a la conclusión que somos parte de lo mismo, lo que ocurre en el
Salvador, y lo que está ocurriendo aquí es parte de lo mismo” (E2).
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El relato anterior nos conecta directamente con el segundo plano que dimen-
siona la creatividad social, nivel que podemos llamar grupal/colectivo. Es desde el
cual la okupación adquiere significación como construcción colectiva y relacional,
con unos objetivos sociales y políticos. A diferencia de otros movimientos sociales,
en la okupación la autogestión se construye y se vive cotidianamente, siendo esta
uno de los núcleos de vinculación colectiva más fuertes. La okupación surge bási-
camente del interés y de la necesidad de espacios para autoorganizarse:
Lo que le cuesta entender a todo el mundo es que surgía porque había
una necesidad. Y la gente ante la necesidad de autoorganizarse. Y es tan
pequeña la autoorganización, mi autoorganización es entre cinco personas
que nos ponemos de acuerdo, o sea las primeras okupaciones surgen así,
entre diez, quince personas que están hasta el gorro de todo, se ponen de
acuerdo y okupan (E1).
A partir de aquí resulta difícil pensar que al principio exista ningún tipo de
proyecto de transformación definido como tal. Este de alguna manera aparece con
el tiempo, los usos sociales del espacio van apareciendo a medida que la casa y/o
CSO va tomando forma. Pero también existen experiencias donde esta idea de pro-
yecto nunca se va a dar, donde la okupación está vacía de contenido. La creatividad
aparece como proceso desde una dimensión colectiva unida a esta idea de proyec-
- El ejercicio de una lógica pensante y creativa exige el desarrollo de lo que Félix
Guattari llama grupos-sujeto, capaces de enunciar, fundar, proyectar, cuestionar
para re-construir (Sorin, 1992). Este tipo de proyectos se inscribe en la idea de
crear espacios para potenciar la transformación de la ciudad, del barrio, del campo
y de transformarse a sí mismos/as. Supone concebir a los/las ciudadanos como
sujetos creativos y protagonistas, al mismo tiempo que incide en la idea de que la
construcción es colectiva y se lleva a cabo en la práctica cotidiana. El espacio como
símbolo de lo social, a partir del tipo de lenguaje utilizado y/o aceptado:
La persona okupa, o que puede okupar, o vivir en la casa se define por unos
objetivos que “no puede ser”. No puede ser fascista, racista, no puede ser homó-
fobo, no se puede… Cómo se construye es un trabajo diario. Que tampoco es
cierto que aquí no seamos sexistas, o que no seamos racistas, pero como míni-
mo la entrada es “eso no se puede”, y hay que evitarlo (E4).
Supone pasar de la coexistencia a la construcción de la convivencia, y esto sig-
nifica pensar en el otro/a desde una idea de un nosotros/as: “El tema es que al ser
ocupa, tienes que pensar en el otro, si no, es imposible funcionar, sobre todo cuando
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ves al otro que se está quemando, que está viviendo demasiada presión, o alguien
le toma el relevo o revienta” (E4).
El aprendizaje de la autogestión del día a día se hace de forma no establecida,
donde nadie marca nada de antemano: “Más que normas, van surgiendo, sobre
todo, el respeto, lo básico. No hay nadie que tenga que cocinar, ni hay turnos, las
cosas se van haciendo” (E2).
La autogestión como espacio de exploración de otras formas de organizarse, y
de otras concepciones posibles sobre diferentes aspectos de la vida: “Para mí lo
importante es lo que se hace dentro, y porque lo que importa es la autogestión,
crear modelos diferentes de organización del trabajo, sanidad diferente, educa-
ción diferente, pues hay mil campos para seguir metiéndote para un mundo dife-
rente” (E3).
En este sentido, la creatividad social emerge de la identificación de las con-
tradicciones de las formas de organización social establecidas y dominantes, y se
proyecta en otras formas de hacer a partir de la reflexión colectiva, y es aquí donde
lo cotidiano adquiere una dimensión política: “Construyendo, demostrándonos,
que se puede vivir de forma diferente a como el Sistema nos está diciendo. Para mí
esta es la mayor arma política, las contradicciones las tienen ellos, aquí vivimos de
forma mucho más coherente” (E1).
Se pretende crear respuestas a todas las necesidades aparte del sistema y
demostrar que eso se puede hacer: “Lo que queremos es que la cultura sea desde las
bases, desde los Centros y tal, desde las necesidades reales” (E2).
Es en este sentido que podemos hablar de la okupación como espacios de
creación de otro mundo-sistema diferente y posible. Las actividades que se rea-
lizan surgen de la necesidad y del interés, pero sobre todo en contraposición a
las posibilidades que no te ofrece el Sistema: “La gente siente necesidades que
el sistema no te permite, propone cosas, y a partir de allí van surgiendo las res-
puestas” (E4).
La okupación permite entrar y aprender en el mundo del trabajo de forma
autodidacta como proceso de emancipación. El grupo aquí también va a jugar un
papel importante, en el compartir y transmitir saberes y/o habilidades: “A cada
problema, una respuesta […], también surgen de las necesidades que tienen la
gente o de las pretensiones del que quiere aprender sobre eso. No sale de, pues
venga, montamos un taller y quién se apunta, sino nos interesaría aprender sobre
esto, pues hace falta un taller sobre esto” (E4).
La práctica de la autogestión implica un cambio de cultura que no es de usar
y tirar, sino que es una cultura inventada y abierta. Esta se construye día a día y se
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basa en la experimentación y el aprendizaje de nuevas habilidades. Este aspecto
aporta un cambio sustancial en la valoración social de las personas, dignifica y for-
talece la autoestima. Al mismo tiempo que genera y potencia los vínculos y relacio-
nes de reciprocidad y de ayuda mutua. En definitiva, estos lugares dan sentido a sus
vidas.
Una perspectiva interesante del uso del tiempo en la vida cotidiana es aquella
que se detiene en estudiar los ritmos y rutinas de las actividades en el tiempo, en
conocer la forma en que organizamos un conjunto de actividades a lo largo de
periodos. En este sentido, no podemos hablar de una forma específica de ordenar
las actividades productivas y reproductivas en el tiempo por parte de los activistas
como patrón de comportamiento homogéneo. El análisis de los papeles sociales
estructurados, estos de forma diferente a los socialmente asignados, así como la
discontinuidad en el trabajo, bien sea por causas del mercado laboral, bien por el
carácter selectivo que nos parece que se da en muchos activistas, hacen que el sig-
nificado de lo productivo y reproductivo quede desdibujado. El elemento de la
espontaneidad, entendido como la capacidad de improvisación y de cambio de pla-
nes que conlleva el ser okupa (carácter itinerante), hace que sus tiempos y biogra-
fías productivas sean más discontinuos. El trabajo productivo adquiere otra
significación: se trabaja lo justo para poder sobrevivir. El trabajo no aparece de una
manera tan fuerte como eje central de la vida, se busca y se pretende que este sea
también gratificante al mismo tiempo que se intenta organizar de manera que per-
mita compaginarse con otras actividades valoradas como muy importantes, que
escapan a una vida opresiva y refuerzan la búsqueda de autonomía. Esta aparece
como uno de los elementos significativos para entender la organización de los
tiempos y espacios. La autonomía entendida como proyecto personal y colectivo.
La okupación conlleva u otorga otra valoración y/o organización distinta de los
tiempos de la que podremos encontrar en la familia o como modelo dominante de
la sociedad. Existe más compartimentación de tareas porque es algo que se intenta
trabajar, y aquí una vez más las mujeres de las casas tienen un papel subversivo y/o
reversivo respecto a los hombres. La variable grupo también juega un papel muy
importante, no sólo respecto a las tareas de mantenimiento de la casa, sino, sobre
todo, respecto al cuidado de los miembros. La convivencia en este caso adquiere
sentido a partir del hecho de compartir un mismo proyecto vital de carácter expe-
rimental. Para que este sea posible en el espacio y en el tiempo siempre inciertos
va a requerir que los miembros de las casas pongan en marcha estrategias para la
gestión de la vida cotidiana y también del posible conflicto a menudo inevitable,
asociado este a la convivencia continua. La edad, el género y sobre todo el proceso
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de experimentación que se le supone a la okupación aquí van a ser variables expli-
cativas de esta situación. Los jóvenes, y a veces no tan jóvenes, que optan por la
okupación no buscan precisamente la reproducción de un modelo tradicional en
cuanto al mantenimiento de la casa y de sus miembros. Las fronteras entre lo
público y lo privado se permeabilizan a partir del momento en que los propios sig-
nificados de estos espacios son modificados por las prácticas cotidianas de quienes
los utilizan cuando dan al espacio un uso distinto al “previsto”.
La organización de la casa o CSO en elementos compartidos constituye un
espacio al tiempo público y privado que permite establecer relaciones sociales. El
movimiento okupa no se caracteriza justamente por experiencias y/o proyectos
aislados entre sí, sino por un entramado de relaciones. Es en este sentido que
hablaríamos de la existencia de distintas redes. Los/las activistas de cada casa y/o
CSO están conectados con otros Centros, y estas conexiones se explican básica-
mente a partir de las relaciones y/o vínculos personales que se establecen entre
ellos/as, siendo las actividades un elemento generador y aglutinador de este tipo de
relaciones. Estas se dan a partir de visualizar que comparten intereses comunes y
se establecen desde el intercambio de saberes y/o habilidades y la potenciación
mutua. A modo de ejemplo, la elaboración de pan es una actividad que puede ser
compartida por okupas procedentes de diferentes casas que viven en una misma
área geográfica. Este tipo de relaciones se explican por la cercanía y por la amistad
que se genera. Existe una clara y mutua relación entre creatividad y afecto: hacer
actividades creativas genera lazos entre personas que apenas se conocen. Al mismo
tiempo que el desarrollo del afecto y de las motivaciones es vital para los procesos
creativos. Por otro lado, la construcción y articulación de la red se da también a
partir de los apoyos entre las distintas casas, tanto en el momento de la okupación
como en el del posible desalojo: “También vale la pena explicar que una okupa-
ción de un Centro Social depende de los apoyos que tengas, una okupación sin los
apoyos externos casi es imposible sobrevivir” (E3).
La decisión de okupar otro espacio en muchos casos está vinculada a las casas
y/o CSO que ya existen. Es desde ahí que se va generando y madurando la acción.
En este sentido, las casas y/o CSO actúan también como propulsores de nuevas
okupaciones, así como de apoyo en los momentos iniciales:
Pero para okupar la gente va hablando de sus problemas, de sus necesida-
des y ya están mirando una casa para okupar, hay un grupo de cuatro o cinco
personas que van a okupar, y nosotros vamos a dar todo el apoyo, desde el
material hasta estar las primeras noches que son las más peligrosas, de cara
a la policía […] Físicamente esta okupación la apoyaremos totalmente, en
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material, en dinero, y en lo que haga falta, porque al principio es muy duro.
Esto está así después de cinco años (E4).
Posteriormente se entiende que cada casa tiene que funcionar por sí misma,
tiene que buscar su propia autonomía y tiene que construir su propio proyecto:
Cada casa funciona autónomamente, y que cada casa se espabile por sus
historias, luego si que hay todo una serie de cosas que si son comunes, pero sin
que haya una reunión para tener que decir cómo funciona cada casa, no, no,
no, es una cosa que fluye de la gente con la que está, y cada casa es un mundo
y la hace la gente con la que está (E4).
Cada casa tiene sus propios colectivos y/o redes establecidas: “Los que se
identifican con este espacio cada día son más. El problema es intentar sintetizar
cosas, el tema está cambiando. Aquí se ha abierto la Kafetería y ahora hay seis colec-
tivos más que llevan la kafetería” (E3).
Algunas acciones van a ser realizadas de forma conjunta entre varias casas: “¿Y
qué hacemos juntos? Pues coordinar las cosas que se tienen que hacer juntos, car-
teles, las cosas concretas y puntuales que son conjuntas, pues como un concierto
para conseguir una carpa que sirva para todo” (E3).
La asamblea es un espacio de encuentro donde se van a poder dirimir las difi-
cultades y/o conflictos que puedan surgir en las diferentes formas de entender, en
las distintas formas de hacer, pero también sirve para ver que existen formas de
funcionar comunes:
La Asamblea tiene un sentido de que nos empezamos a conocer. Hasta ahora
cada cual campaba a su aire. Cada casa era un mundo y aunque no se pongan de
acuerdo todas las casas que hay, pues hay una forma común de funcionar. Pues
que se funciona con asamblea y tal. A raíz de que se sabe que va entrar en vigor el
nuevo Código Penal surge esta necesidad de conocerse toda la gente que está (E2).
En definitiva, es el espacio que permite también organizarse políticamente,
pensar y construir estrategias comunes desde el colectivo:
En la misma Asamblea se dice la próxima asamblea a tal hora. Entonces
en cada casa organizada se van diciendo de qué cosas se quieren hablar, esto
se lleva a la asamblea y en la siguiente se discute. Las primeras eran una vez
al mes, eran más seguidas. Luego tú tienes más relación con unas casas y a lo
mejor hay cosas que no pasan por la Asamblea y que entre cuatro casas las
tiran para adelante (E2).
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También existe una clara conexión entre los/las activistas con otros movi-
mientos sociales y/o con actividades que estos proponen y realizan (radios libres,
contrainformación, etc.). Esto es así porque se visualiza que todas las acciones for-
man parte de un mismo movimiento de resistencia (local/global) más amplio.
Respecto a las relaciones con otras entidades y/o asociaciones del barrio o ciu-
dad, no existe una pauta común. Cada casa y/o CSO tiene su propio proceso de
construcción hacia dentro y hacia fuera. Esto quiere decir que mientras algunas
están más arraigadas en el territorio y han establecido relaciones más amplias con
el mundo asociativo, otras apenas mantienen contactos: “La relación con las aso-
ciaciones, con los movimientos de la ciudad, prácticamente con todos nos llevamos
muy bien, otros nos respetan” (E3).
Sólo se visualiza la necesidad de buscar apoyos externos al movimiento en
el supuesto de situarse en un escenario más duro y represivo del que se vive
“ahora”.
Finalmente, observar que en algunas casas, como ya se ha dicho, existen cla-
ras conexiones con colectivos y/o movimientos indígenas, especialmente en
Latinoamérica: “La mayoría de aquí (casa) ha pasado por Centroamérica. Entonces
también te unen vínculos personales de relaciones. Primero como todo el mundo
la sorpresa, y después poco a poco se traslada todo eso aquí” (E4).
A pesar de lo dicho hasta ahora en cuanto a las redes sociales que se articulan
en torno al movimiento okupa a partir de sus activistas, este movimiento social
funciona de forma bastante encerrada en sí mismo. A diferencia de lo que sucedió
en Amsterdam con los krakers y en otras ciudades de Europa en los ochenta, ya que
estos establecieron conexiones con otros movimientos como el antinuclear, el
feminista o el antimilitarista. En aquella época se logró trabajar y solidarizarse con
ellos como una constelación de redes de desobediencia y de crítica social. Con el
movimiento vecinal, aspecto que está extensamente tratado en esta obra, a pesar de
coincidir en muchas de las reivindicaciones respecto al desuso y uso de los espacios
y de la especulación del suelo y de la vivienda, existe una relación oscilante y poco
explícita por parte del movimiento okupa.
Junto con el nivel personal y el grupal/colectivo, existe un tercer nivel que lla-
mamos societal, que es transversal. La creatividad no sólo se vincula a lo individual
y a lo colectivo, sino también a lo social, hace referencia a los atravesamientos del
contexto social y político más amplio. Supone poder situar las prácticas y acciones
cotidianas como herramientas y procesos de transformación social significativas.
Ello implica un aprendizaje de lo político en lo cotidiano no sólo como ruptura del sis-
tema, sino como posibilidad de cambio social. La creatividad aparece aquí dibujada
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MARTA LLOBET ESTANY
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en forma de molino con tres aspas que actúan como ejes retroalimentadores con un
punto de interconexión que los sujeta y les da sentido. El movimiento de estos tres
ejes (personal, grupal y societal) va a permitir estimular la conciencia social nece-
saria para la transformación del sistema.
La mundialización del capital y segmentación del trabajo, el predominio de los
capitales especulativos, la aceleración de las comunicaciones, y la reestructuración
del capitalismo bajo la hegemonía neoliberal acrecientan la polarización y la exclu-
sión social. Los procesos de globalización nos enfrentan a la contradicción entre el
capital y la vida. El modelo de desarrollo propuesto desde la perspectiva neoliberal
supone destrucción y exclusión de vidas humanas, así como destrucción de la natu-
raleza22. Frente a estos valores y a las consecuencias nefastas de su dominio hacen
falta proyectos alternativos que se articulen desde una lógica local /global que for-
talezcan la penetración de la esperanza en los imaginarios sociales. A nuestro modo
de ver, este tercer eje societal de creatividad es el que de alguna manera aparece
más desdibujado. La propuesta y/o sugerencia que nos atrevemos a formular desde
este análisis-reflexión pasaría justamente por potenciar la creatividad también
desde aquí.
El movimiento okupa conjuntamente con otros movimientos sociales cuestio-
na el sistema-mundo sobre las bases y las estructuras sobre las que este se asienta.
Tal y como ya se ha venido desarrollando a lo largo de este trabajo, recoge las prác-
ticas y las demandas de estos y las aplica cotidianamente de forma colectiva. Esta
característica le permite la oportunidad de experimentar en la construcción de un
proyecto alternativo articulado en este caso siempre desde una lógica micro-local.
Ahora bien, para que estos procesos puedan constituirse como proyectos y/o
modelos de organización social alternativa en lo productivo y en lo reproductivo,
hacen falta estrategias conscientes y fundantes de esta nueva realidad. Hoy por hoy,
no existe una estrategia clara al respecto, más bien hablaríamos de estrategias
ambivalentes y todavía demasiado reactivas en función de la represión que se ejerce
sobre ellos. La tesis que venimos sosteniendo sitúa a la okupación como proceso
y espacio de creatividad desde la experimentación y aprendizaje cotidiano de nue-
vas maneras de hacer, ser y sentir. Pero para que pueda llegar a constituirse como
aporte a una alternativa emancipatoria, hace falta que se defina y se construya
como proyecto político transformador. La construcción de estos proyectos políti-
cos complejos y emancipatorios requieren estrategias capaces de elaborar res-
puestas desde las incertidumbres. Nos gustaría pensar, tal y como nos apunta un
okupa, que se está caminando hacia allí, pero uno de los aspectos claves para llegar
a este nuevo escenario va a ser la toma de conciencia y las estrategias que ponga en
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marcha el colectivo okupa respecto a esta dimensión: “A mí no me importa crecer
muy poco a poco, y dar una respuesta a los problemas cotidianos. Y si hace falta 25
años para que haya una concienciación real, y que haya 50 casas okupadas me da lo
mismo. Es decir, prefiero que esta gente haya tenido tiempo de pensar” (E1).
NOTAS
- El movimiento okupa se sitúa dentro de los llamados nuevos movimientos sociales (NMS), que se dife-
rencian de los movimientos que hasta el momento habían existido en el tipo de demandas sociales y polí-
ticas. Estas ya no se centran tanto o exclusivamente en el ámbito productivo, como en la “reproducción de
la vida cotidiana”. En relación con los NMS, el movimiento okupa comparte características comunes, su
carácter colectivo, su situación dentro de la sociedad civil, el hecho de que no busque beneficios econó-
micos y que su actividad incluya demandas a otros grupos.
- En este sentido, encontraríamos algunos aspectos de similitud de la okupación respecto al feminismo
como movimiento social que intenta llevar a la practica la acción política desde una dimensión personal y
colectiva a través de la reproducción de la vida cotidiana.
- Ver Internacional Situacionista vol. II: La supresión de la política. Literatura gris, Mayo 2000, o Sedicciones
11, Discurso sobre la vida posible, textos situacionistas sobre la vida cotidiana, de César de Vicente Hernando,
- E1 corresponde a fragmentos de la entrevista realizada a un okupa que ha estado en el movimiento desde
mediados de los ochenta. E2 corresponde a fragmentos de la entrevista realizada a un okupa del Baix
Llobregat. E3 corresponde a fragmentos de la entrevista a una joven okupa de Barcelona. E4 corresponde
a fragmentos de la entrevista a un joven okupa de Barcelona.
- Ver la definición y el análisis de los movimientos como antisistémicos de Arrighi, G. ; Hopkins, T. K. y
Wallerstein, I., en Akal, 1999.
- Sería interesante poder profundizar en el debate sobre la vigencia y el mantenimiento de este eje como
fundamental y significante en el momento de analizar la pervivencia y la reproducción de la okupación
hoy en día.
- La idea de la politización del espacio privado y público a partir de las relaciones de poder entre individuos
socialmente sexuados ha sido desarrollada por Elena Arce Salazar en su diseño de investigación sobre la
participación femenina en el movimiento okupa en Barcelona.
- Cultura entendida como forma de vida de un grupo que utiliza y/o articula un conjunto de elementos
interactivos, en forma de creencias, valores, historia, lenguajes, que generan identidad. A través de los
cuales se construye un determinado modelo de la realidad, que da sentido a las formas de 01comportamien-
- Estos elementos actúan como atributos que dan sentido y significado respecto a las formas de subsis-
tencia, de organización, de relación y/o interacción, de estilos de vida y de sistemas de representación
(cosmovisión). Estos rasgos propios y compartidos son dinámicos, en la medida que se van transforman-
do, se reconxtextualizan a nivel local y adquieren un sentido específico.
- Al respecto, puede haber quienes consideren la okupación únicamente como una subcultura, por consi-
derar que no tiene autonomía suficiente para crear una cultura propia, y porque se considere que sus
acciones son inmediatas, que apenas tiene expresión cultural mediata (escrita, planificada, etc.). A nues-
tro entender, la potencia cultural en la okupación no sólo es una potencia emergente de interacción en el
seno del propio grupo, sino que actúa en relación con la organización social como cultura que se constru-
ye en contraposición con la cultura dominante, negando determinados aspectos de la sociedad actual,
desde y hacia la realización de una utopía contracultural.
- Esta proposición a modo de hipótesis no quiere decir que para todos los jóvenes y no tan jóvenes que son
okupas la experiencia suponga necesariamente una experiencia de potenciación y de salto creativo en sus
vidas. Pueden también darse, y de hecho se dan, situaciones de bloqueo, donde la okupación puede llegar
a ser en estos casos un refugio para la alienación y la automarginación.
- Para ello hemos venido recopilando documentos, en muchos casos anónimos, en los que se difunde el tipo
de actividades que se ofrecen y realizan en las casas y/o centros sociales okupados de Cataluña.
- En este sentido, sería interesante realizar un análisis y comparación de la diversidad cultural que existe
en los CSO a diferencia de la homogeneización cultural que se da en los centros públicos para jóvenes. Los
procesos de diseño y/o definición de las actividades en ambos casos, el sentido y/o significado que
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adquiere la participación, el contraste entre oferta y/o posibilidades culturales respecto al coste econó-
mico de realización de las mismas, etc.
- Este aspecto está claramente desarrollado en el proyecto de Centro Social Autogestionado Feminista de la
Eskalera Karakola en Madrid y una vez más nos permite constatar la importante contribución del movi-
miento feminista respecto a valorar y politizar lo cotidiano, viéndolo claramente reflejado en este pro-
yecto y en la propia experiencia.
- La gramática cultural hace referencia al sistema de reglas que estructura las relaciones e interacciones
sociales. Abarca la totalidad de los códigos estéticos y de las reglas de comportamiento que determinan la
representación de los objetos y el transcurso normal de situaciones en un sentido que se percibe como
socialmente conveniente. Como estructura interior penetra todo el espacio social y cultural, siendo
expresión de las relaciones sociales de poder y de dominio, que produce y reproduce a través de sus reglas.
- Ver en Tomás R. Villasante, “Síntomas/paradigmas y estilos éticos/creativos”, en La investigación Social
Participativa, Viejo Topo, (2000).
- Ver Antonio F. Rodríguez, quien reflexiona y aporta datos sobre la proliferación de manuales en los que se
enseña la creatividad como una capacidad intelectual que diera acceso al éxito y al prestigio social. Así
resulta que la creatividad se puede llegar a establecer como un valor meramente superficial sustentado por
la ideología dominante que en definitiva puede derivar en un nuevo mecanismo de control social y de
adaptación a la sociedad.
- En este tipo de análisis se pretende observar el desarrollo de procesos no esperados, o derivaciones para-
dójicas de los mismos, de tal manera que las acciones desarrolladas a través de objetivos intencionales de
determinados actores en el proceso pueden cobrar otros sentidos, que incluso pueden ser antagónicos.
- Aquí el verbo sentir adquiere un significado de apertura de nuestro mundo interno de afectos, emocio-
nes, sensaciones y de experiencias acumuladas respecto al mundo externo, de lo productivo y reproduc-
tivo, de lo relacional, de lo material en un sentido gramsciano.
- A través de los diálogos mantenidos con algunos/as activistas se ha constatado una estrecha relación con
algunas comunidades indígenas y/o movimientos sociales especialmente de Centro y Latinoamérica.
- Ver Ramón Fernández Durán en El movimiento alternativo en la RFA, ed. La idea, 1985.
- En estos momentos podemos encontrar en Barcelona y también en otras ciudades de Cataluña algunas de
estas personas que ahora se dedican a la rehabilitación de viviendas de forma exclusiva o bien alternán-
dolo con otras actividades de tipo artístico.
- Para ampliar en las nefastas consecuencias de la globalización, ver La globalización y su impacto educativo-
cultural. El nuevo horizonte posible, de José Luis Rebellato; Abrazar la vida, mujer, ecología y desarrollo, de
Vandana Shiva; Los desafíos de la mundialización, de Samir Amin.
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CAPÍTULO 8
DERRIBANDO LOS MUROS DEL GÉNERO: MUJER Y OKUPACIÓN
MARINA MARINAS SÁNCHEZ
MUJER Y CONTROL SOCIAL
Degenerado, perverso, antinatural…, el comportamiento desviado de la mujer
siempre se ha considerado una anécdota tan peregrina como lamentable.
Históricamente las culturas más diversas han definido la feminidad a través del
ámbito familiar y doméstico, lo que ha convertido a la mujer en fuente de vida,
portadora de valores eternos y reina de la casa. Quien defrauda las expectativas
de este arquetipo dual —normativo y biológico— se convierte de inmediato en un
singular paracronismo de la mujer delincuente; aquella que hace más de un siglo
Lombroso tildara de monstruosa por la anormalidad moral y natural de su con-
ducta, tan impropia de la condición femenina.
Por extraño que resulte, valores como la ternura y el sentido de la compla-
cencia, que aparecen concretados a lo que ha sido la posición tradicional de la
mujer, forjan todavía una resistencia latente que se activa con cada avance del
feminismo, por más que nos parezca que los cambios sociales hayan alterado su
papel asociado a la función reproductora. Son las modas y las corrientes socia-
les las que alzapriman en cada momento una aceptación diferencial de los valo-
res. Con ello se favorece una jerarquización que constituye en todo caso una
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salvaguarda cultural. No hay más transformación que la modificación ocasio-
nal en la escala del sistema que integran dichos axiomas. Y es que, una vez
consolidados, los fundamentos ideales de la acción social, es decir, los valo-
res culturales, pueden asimismo comportarse como variables independientes
de nuestras experiencias cotidianas, al punto de encarrilar el posible entu-
siasmo ante cambios que pudieran resultar excesivamente bruscos. Esto es
especialmente visible en el caso de aquellos estatus para los cuales la sociedad
define unos papeles o expectativas de comportamiento que convierte en fun-
ciones básicas y que, por tanto, institucionaliza. Así ocurre con la posición
social de la mujer, sancionada además en un doble circuito de control perfec-
tamente trabado: tanto en el ámbito microsocial informal —familia, escuela,
trabajo…— como en el macrosocial formal —instancias policial, judicial,
penitenciaria…—. De ahí el fiasco de todas las previsiones de quienes, des-
lumbrados por el empuje del feminismo, pronosticaron a finales de los
sesenta cambios en el volumen y en el sentido de las efracciones que en lo
sucesivo cometieran las mujeres como consecuencia de la ruptura con su rol
sexual tradicional. Pasados los años, ni se ha manifestado la previsible escala-
da en la criminalidad femenina, ni se ha percibido entre las mujeres delincuen-
tes el influjo liberador de unas pautas que pudieran asimilar su comportamiento
desviado al de los varones. Pese a todo, la alarma que ha provocado en la opinión
pública la vaticinada alteración del orden sexual tradicional ha alimentado el
mito de una nueva delincuencia femenina mucho más desinhibida y arriscada,
cuya contrapartida más evidente ha sido el fuerte descenso de la permisividad
social hacia la mujer.
El analfabetismo, la precariedad laboral, el chabolismo, la prostitución, el
consumo de drogas y el emparejamiento con varones delincuentes son algunos
de los factores que, con mayor frecuencia, hilvanan la biografía de las muje-
res que resultan penalizadas por las agencias formales de control. Adaptadas
a su medio, encavadas en la aparente seguridad de un contexto marginal de
normas y valores propios muy tradicionales, las mujeres delincuentes no han
interiorizado los principios liberadores del feminismo que han prendido en
la cultura dominante de las clases medias. La contradicción que opera el cho-
que entre la condición femenina y la etiqueta impuesta por el sistema norma-
tivo genera en estas mujeres un considerable sentimiento de culpabilidad.
Algo que aparece completamente invertido en las jóvenes denominadas okupas,
que, a la postre, también son clasificadas como delincuentes por el control
social formal.
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MARINA MARINAS SÁNCHEZ
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LA EXCEPCIONALIDAD DE LA “MUJER OKUPA”
Hay varias razones que explican esta disparidad. En primer término, no todo el
mundo imputa los mismos significados al mundo que le rodea. Así, la reapropia-
ción de espacios, sean urbanos o rurales, siempre ha sido considerada por el
núcleo duro de la izquierda radical como un recurso movilizador de primera mag-
nitud, no sólo por lo que de lucha contra la especulación supone, sino también por-
que constituye un reclamo de legitimidad creciente en el seno de una base social
expansiva muy sensibilizada, cuando no aturdida, por la segregación social que
sufren los jóvenes, y en especial las mujeres. El asalto a la propiedad privada
puede, de esta forma, transmutarse en la liberación de espacios que, una vez sus-
traídos a la rapiña mercantilista del capital, recuperan su valor de uso en manos de
la sociedad civil.
En segundo lugar, resulta evidente que estos significados no se construyen en
el vacío, sino que son producto del intercambio simbólico, es decir, de las expe-
riencias que a lo largo de sus vidas adquieren las personas en el desarrollo de sus
relaciones sociales. Siendo tan diversos y efectivos los controles que sobre la mujer
operan, hemos encontrado que, a diferencia de lo que ocurre con los chicos, el
comportamiento transgresor de aquellas a las que se califica de okupas aparece más
intelectualizado. El tipo “idealista apasionado”, arrastrado por el contagio que
sobre él ejercen la expresión y los sentimientos del grupo; el “inadaptado”, con
problemas de integración social que suelen encubrir algún trastorno; el “radical”,
comprometido en los términos clásicos de la confrontación política al punto de
considerar la okupación sólo como un medio y nunca un fin y, por último, el rebel-
de, que ve en la subcultura la posibilidad de vengarse de un mundo adulto que ade-
más de capitalistas incluye también a sus padres, son, todos ellos, tipos en los que
raramente podemos encuadrar a las chicas.
La militancia exige de la mujer una identificación racional y voluntarista con
otras personas desde cuya óptica la transgresión resulte aceptable. No es necesario
que los modelos estén próximos ni tan siquiera que sean de carne y hueso: hay lec-
turas que pueden ser reveladoras. También se producen situaciones casuales, favo-
recidas por la mayor propensión de las mujeres a cultivar amistades más
expresivas, personales e íntimas que los hombres. Pero estos contactos superficia-
les sólo resultan decisivos en situaciones previas de desarraigo, cuando los lazos
familiares son débiles y la tutela de los padres resulta despótica, equivocada o
inexistente; cuando hay problemas en casa, fundamentalmente económicos y,
especialmente en el caso de las más jóvenes, cuando existe una vinculación senti-
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DERRIBANDO LOS MUROS DEL GÉNERO: MUJER Y OKUPACIÓN
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mental con algún miembro del grupo. En realidad, la traición a su rol es tan insume
que, antes de ser calificada como delincuente, necesita soltar gran parte del lastre
que la feminidad implica. Lo más fácil es negar o disimular su condición de mujer.
Ropas asexuadas, amplias y andrajosas, una ausencia total de maquillaje o de cual-
quier otro rasgo de coquetería revelan, cierto es, un rechazo a la consideración de
la mujer objeto, pero también, la deliberada búsqueda de un feísmo que reduce el
riesgo de ser acosada sexualmente —importante cuando se convive en una okupa—.
Al mismo tiempo, esta singular androginia infunde una sensación de fuerza y segu-
ridad incluso en el momento de participar en las asambleas. No es casual que las
utopías de amazonas, aquellas mujeres que se amputaban el pecho con tal de dis-
parar mejor el arco, gocen de tan buena acogida entre las preferencias literarias de
estas jóvenes.
EL PRECIO DE LA HUIDA
Tipificado el delito de usurpación, como hemos visto, las mujeres que ejercitan el
derecho a la vivienda okupando inmuebles abandonados, ya sea para vivir o para
estimular secuencias de agregación colectiva indeseables al poder, asumen un bal-
dón creado desde fuera sin menoscabo alguno de su autoestima porque, aseguran,
“lo personal es político”. Okupa es un distintivo que adquiere, entonces, una doble
valencia: todo lo atrayente de las mil y una formas que en su desarrollo puede tener
para las mujeres un vivir periférico e insumiso, eso que favorece una fuga ilusiva de
las clasificaciones y jerarquías raciales, espaciales y sexuales que el capitalismo
impone a la restallante eclosión de la subjetividad femenina. Pero okupa significa
también la adecuación al nuevo estatus criminal por parte de la joven que, social-
mente descalificada, inicia una pendiente de irreversible degradación en cuyo
transcurso acaba por asumir la exclusión absoluta de su condición de ciudadanía y
su épica conversión en un sujeto marginal, andrógino, errabundo y no deseable. Es
lo que Howard Becker en su obra Los extraños. Sociología de la desviación describe
como la profecía que se cumple a sí misma (Becker, 1971)1. La experiencia de ser
descubierto y calificado públicamente como desviado activa una serie de mecanis-
mos que favorecen la adaptación de la persona a la imagen que la gente tiene de
ella. El rechazo social que acompaña al nuevo estatus mina las influencias confor-
mistas del transgresor y le empuja hacia la consolidación definitiva de su carrera
desviada. Para que alguien sea calificado en estos términos no basta con transgre-
dir la norma. Es necesario que la violación de la regla suscite una reacción social,
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lo que contribuye a valorar como inaceptable la conducta, al tiempo que se des-
aprueba socialmente al infractor con todas las consecuencias negativas que ello aca-
rrea. Goffman, Lemert, Erikson, Turk, Kitsuse y Chambliss señalaron, en la misma
línea, las dramáticas consecuencias de la desviación secundaria cuando la reacción
social es muy severa, como ocurre en el caso de quienes ocupan las posiciones más
bajas de la sociedad. Este aspecto fue más tarde completado por investigadoras
feministas, que insistieron en los efectos discriminadores que, junto a todo lo
anterior, reviste la estructura de género para las mujeres, incluso en las más pro-
gresistas sociedades occidentales.
Es el precio de la huida que las mujeres tienen que rendir después de burlar
las celadas y las trampas de osos que impone la normalidad, lo que no implica
deseabilidad alguna, sino mera conformación a la norma. Y ni siquiera nos referi-
mos a la asignación prioritaria de las mujeres al entorno doméstico, al sentido
referencial de la casa como epicentro de la identidad femenina, sino al hecho fun-
damental de que esta normalidad se construye aún en torno a una idea de familia
basada en un modelo de pareja heterosexual, con o sin descendencia, en la cual el
hombre responde como cabeza de familia —ya sea el padre, el esposo o un hijo si
hablamos de familia monoparental— y donde la mujer sigue desempeñando las
funciones de ama de casa aunque también trabaje fuera. La generalización de la
fuga de las mujeres con respecto al patriarcado a partir de los sesenta: “fuga matri-
monial, fuga de la maternidad como destino, fuga de la norma heterosexual, fuga
intelectual, fuga de la autoridad religiosa y paterna, fuga de la madre-patria, etc.”,
que glosa con fruición Cristina Vega en sus Tránsitos feministas, es más un deside-
rátum que un hecho (Vega, 2003)2. Libertad de pensamiento, en el mejor de los
casos, es el único desgaire escapista con el que pueden burlar las sevicias del
patriarcado aquellas mujeres que integran los sectores más oprimidos económica-
mente.
LAS NUEVAS FORMAS DE PERSONALIDAD FEMENINA
Según Inés Alberdi, si hay un grupo de mujeres jóvenes que puede ofrecernos una
pista inequívoca del rumbo que van a tomar las nuevas formas de personalidad e
identidad femeninas, este es el compuesto por aquellas más avanzadas y vanguar-
distas en sus actitudes y comportamientos. Ellas sugieren con sus iniciativas más
intrépidas la acometida de la que más tarde se podrán beneficiar todas las mujeres.
Dentro de los grupos que analiza, junto con Pilar Escario y Natalia Matas, revisten
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DERRIBANDO LOS MUROS DEL GÉNERO: MUJER Y OKUPACIÓN
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especial interés el estudio de las percepciones de aquellas que son autónomas y
asumen riesgos en su vida sin ningún apoyo exterior económico o familiar
(Alberdi, Escario y Matas, 2000: 17)3. Hasta aquí bien podría parecer que las inves-
tigadoras se refieren, entre otras, a un tipo de mujeres similar al que hemos encon-
trado en los Centros Sociales Autogestionados y en las casas okupadas. El equívoco
se deshace en el momento en que se incorpora, dentro del trabajo de campo, una
tipología compuesta por las que denominan mujeres de la burguesía moderna
—conservadoras, consumistas, refinadas, muy familiares y con un alto nivel de
ingresos—; mujeres progresistas —abiertas a los cambios culturales, estéticos e ideo-
lógicos; defensoras de la solidaridad; partidarias de las ONG; muy ecologistas y con
unos ingresos familiares anuales que se sitúan entre los seis y ocho millones de
pesetas—; y mujeres postmodernas —admiradoras de corrientes espirituales de las
más diversas latitudes; partidarias de los viajes que transcurren fuera de los circui-
tos turísticos; reacias al consumismo, a las modas convencionales y al culto al cuer-
po; sus ingresos por año, en este caso personales, son los mismos que los del grupo
anterior—.
Los valores subculturales que expresan las jóvenes de la red social de la
izquierda alternativa, y en particular aquellas que designamos por su actuación
como okupas, no son muy diferentes de los estimados en los estilos de vida de
las mujeres que en dicho estudio han sido catalogadas como progresistas y pos-
tmodernas. Quizás suponemos sin grandes complicaciones que la reversión
axiológica del sistema cultural que preconiza el llamado movimiento de okupa-
ción, es decir, ese mundo al revés allende el capitalismo, con su irreverente iló-
gica de la insubordinación, es muy diferente del que profesan mujeres que,
pese a su atrevimiento, no transgreden el orden, y si lo hacen, no resultan san-
cionadas. Las mujeres que se apartan de las normas no siempre son criminali-
zadas por la naturaleza del comportamiento que ejecutan, sino por las
diferencias de clase, raciales y étnicas, de orientación sexual, edad y capacidad
física que las tornan vulnerables en los múltiples procesos de desvertebración
social que enfrentan. El espejo del esnobismo nowherian, que se reclama nóma-
da del futuro; authecnic, que apuesta por la integración cultural en plena era de
la globalización; locouture, que revaloriza las pequeñas tiendas de barrio frente
a las grandes empresas de moda o veggie-chic, que se pirra por la comida vege-
tariana, nos devuelve en las okupas una imagen deformada, acaso grotesca, de
quienes, en un entorno mucho más degradado, también se decantan por el cosmo-
politismo, la multiculturalidad, la atracción de lo pequeño y el aprecio por lo
auténtico y natural.
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MARINA MARINAS SÁNCHEZ
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Hasta no hace mucho tiempo, el carácter alienante del trabajo bajo el régimen
de propiedad privada favorecía la gestación de un sistema de valores que, a modo de
sucedáneo de la cultura dominante, compensaba a las clases trabajadoras de su
limitado acceso a las satisfacciones de las clases medias. Hoy, sin embargo, la
dimensión social que ha tomado la alienación, su ensañamiento con los jóvenes y
las mujeres, ha favorecido la creciente fragmentación de la movilización social
postmoderna y el desmoronamiento de las viejas adscripciones de clase. Con esto
se propicia la emergencia de minisociedades de recambio como la okupa, una con-
tracultura que permite a las mujeres que se integran en ella sacar a la luz, incluso
con canciones, fiestas, chistes y cualquier otra forma de representación, las con-
tradicciones y la inconsistencia de las relaciones de poder; más aún: proferir
dicterios a lo que juzgan neoliberalismo de triple opresión (capitalismo+patriarca-
lismo+racismo) en la intuición más callada de que lo único que pueden cambiar es
la forma de expresar y dramatizar simbólicamente los problemas. En vez de esce-
nificar la descomposición social que vivimos, el recurso abusivo al espectáculo y a
la parodia, con sus sainetes y performances, puede en contrapartida reducir a sim-
ple chirigota la legitimidad del pensamiento libertario. Es esta inanidad de un for-
malismo huero, que tira la piedra y esconde la mano, que bascula de la subversión
a la experimentación personal, que grita rebeldía y se ahoga en la evasión, la que
está convirtiendo a las okupas en un elemento extraño, pero no necesariamente
molesto, en el cuerpo social. Triste paradoja, las mujeres okupas se encuentran tan
equidistantes del resto de las delincuentes, por el efecto que sobre ellas ha ope-
rado el feminismo, como de las mujeres que otean el futuro y a las que les cabe
el privilegio de portar la banderola del progresismo y la postmodernidad, de quie-
nes las aleja el aniquilamiento social propio de las infraclases, la precariedad que
resulta de su inestabilidad laboral y la incapacidad para remontar una situación
que amenaza con cronificarse.
Por otro lado, es evidente su presencia minoritaria en el movimiento; aunque
este desequilibrio se percibe con mayor rotundidad en las casas okupadas que
en los CSA y en las manifestaciones que acompañan a los desalojos. Las muje-
res suelen mostrarse más renuentes al nomadeo que la okupación exige, por
más que el discurso alternativo insista en que la militancia no implica mortifica-
ción ni sacrificio alguno. Este número, ya reducido, tiende a disminuir conforme
avanza la edad. A partir de los veinticinco años, aproximadamente, el sentimien-
to de impotencia, la percepción de un tiempo malgastado y el carácter inaplazable
que adquieren necesidades hasta el momento obviadas, en particular cuando exis-
te algún hijo, hacen insoportable la permanencia en un entorno inhóspito, sucio
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e insalubre del que, además, se puede ser expulsada cuando se ha conseguido un
mínimo de habitabilidad. Llegado este momento, la mayor parte de las mujeres
inicia el camino de retorno, en caso de que exista el proceso de “puerta giratoria”,
lo que no implica abjurar de convicciones y creencias que se mantendrán en lo
sucesivo con otro nivel de implicación.
MUJERES EN LA CIUDAD: UNA MULTITUD INVISIBLE
Comúnmente se presume que la aparición de la ciudad demarca los albores de la
civilización. En el transcurso de la Historia son innúmeras las culturas metropoli-
tanas que se han sucedido. Belicosas, culteranas, libertinas…, ya refiere Robert
Musil que, “a las ciudades se las conoce, como a las personas en el andar”. Pero esta
singularidad, que en su desarrollo adquiere cada urbe, no debe tamizar una cons-
tante fundacional de la que porfiadamente adolecen todas ellas: la exclusión de las
mujeres de cualquier decisión política. En ningún área pública aparecen las muje-
res como sujetos de pleno derecho. Cuantos intereses y principios han regido el
crecimiento y forjado el temple del entorno urbano han brotado de alianzas y jue-
gos de poder establecidos por los hombres. Bancos, parlamentos, iglesias y cuarte-
les han sido tradicionalmente los espacios del grandilocuente dominio masculino,
espacios todos ellos en donde acontecen las interacciones que convierten a la
mujer en un no sexo, un no cultural, un no social, un no espacial, en definitiva, en
lo que la vindicación feminista ha estatuido como un pobre fantasma del varón sin
imagen ni luz propia. De ahí que a la mujer le esté incluso vedada su integración
espacial como ser-en-el-mundo, es decir, lo que para el pensador alemán Heidegger
constituía la entraña misma de la existencialidad, el Dasein. Algo que en palabras
de la filósofa Cristina Molina refleja cómo “a la mujer se le niega la condición
humana porque su sitio, su lugar, se le asigna desde que nace en el ámbito de lo pri-
vado. La condición femenina se define por un espacio físico limitado y un espacio
simbólico de expectativas cortadas…” (Molina, 1995: 340)4.
Establecidas como relaciones de poder, las diferencias de género encontraron
una magnífica coartada en una ideología que, en la segunda mitad del siglo XIX,
convirtió a las mujeres consideradas honestas y decorosas en ángeles de la Tierra,
dada su contribución —siempre desde el ámbito privado/doméstico— a la repro-
ducción de la mano de obra industrial. Semejante discurso, que en Occidente ha
inspirado desde entonces tanto el pensamiento como el urbanismo o las disposi-
ciones en materia de vivienda, consagraron el total predominio de los varones en
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el espacio público. En consecuencia, la asignación a la mujer de un espacio con-
creto no sólo se ha erigido en el referente de instituciones tan dispares como la
familia o el puesto de trabajo, sino que ha impregnado un aspecto sobresaliente del
pensamiento ilustrado occidental. Una de sus representaciones más ilustrativas ha
sido reseñada desde una perspectiva feminista por Linda McDowell, cuando en su
lista de oposiciones binarias identifica lo masculino con lo público y productivo; es
decir, todo lo que relacionado con la independencia y el poder vendría a oponerse
a lo femenino como plasmación de lo doméstico, consuntivo y subordinado
(McDowell, 2000: 28)5.
Estar dentro o quedarse fuera compendian el epítome de cuantas metáforas
podamos proyectar en torno a lo privado y lo público, porque el esquema orienta-
tivo-espacial es tan determinante que a partir de él significamos e interpretamos
lo mismo el entorno que nuestras vidas. Y es que, a la postre, aunque las relaciones
sociales se den en el tiempo, sólo pueden producirse en el espacio. Sin este, la his-
toria simplemente no existe. Tradicionalmente desposeídas del carácter esencial
de su existencia, sin poder elegir su lugar en el mundo y sin proyecto alguno de
vida, las mujeres han visto pasar su tiempo en la estéril espera de Penélope.
Acaso por carecer de historia han sido también olvidadas por la sociología
moderna. Sólo a mediados del siglo XIX, y de forma episódica, encontramos algu-
nos singulares ejemplares femeninos en la ecología de la urbe: lesbianas, viejas,
viudas y prostitutas o “esquineras”. Mujeres todas ellas que, al margen de la moral
victoriana de la época, coexistían con esa figura emergente del dandy urbano que,
en su papel de héroe cosmopolita y moderno, tenía como Ulises el privilegio del
viaje iniciático, es decir, la posibilidad de encontrarse a sí mismo. Sin embargo,
expresiones como “hacer la calle” o “mujer a la que no se le cae encima la casa” han
quedado en el imaginario colectivo como representación del polo opuesto de lo que
cabía esperar por parte de las decentes mujeres de la clase media, señoras “muy de
su casa”.
Esta correspondencia entre el mundo físico y el social se percibe también hoy
en el plano de las identidades, en las intuiciones que las mujeres elaboran de sí
mismas conforme a situaciones asumidas en el pasado. Madre, amante, esposa…,
todos los papeles sociales que las mujeres han realizado en la esfera privada acaba-
ron por apañuscar las identidades femeninas, retrucadas en torpes estereotipos
sexuales. Pero lo más negativo no resulta, con todo, el uso segregado del espacio
urbano, sino la manera en que las mujeres traducen con sus actitudes los intereses
del poder. Las personas, en definitiva, recreamos una concepción del mundo
según aquellos sitios y lugares que vivimos, esto es, espacios significativos en
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la biografía de cada cual. Por eso, la percepción que la mujer tiene del espacio
urbano es la llave para comprender la construcción de lo que en nuestra cultura
significa ser persona femenina.
No es de extrañar que el feminismo haya incorporado a la política urbanística
la inquietud por la dimensión social y simbólica de un colectivo, como el de las
mujeres, que pese a su magnitud sigue tratado como minoría o grupo silenciado.
Convencidas de que el espacio engloba contenidos básicos para la interpretación
social y cultural, en 1976 se reunieron en Bruselas varias investigadoras con el pro-
pósito de alambicar las configuraciones espaciales que, diseñadas desde las estruc-
turas masculinas del poder, se han forjado a cuenta de la tradicional división sexual
del trabajo. Según Teresa del Valle, esto explica que muchos sigan proclamando la
vinculación de la mujer-naturaleza con el desarrollo de poderes indirectos y sabe-
res intangibles. El juego de la seducción, la manipulación desde la oscuridad y
todos los recursos supuestamente femeninos que el hombre atribuye a la mujer
ningunean y devalúan su aportación real en la sociedad moderna (del Valle, 1997:
242)6.
Es habitual suponer que actualmente ya no existen impedimentos legales que
traben la libre circulación de las mujeres por el espacio común del dominio mas-
culino. Realmente quedan muy lejos aquellas calles andaluzas “sin mujeres” de las
que otrora hablase Machado. Hoy las mujeres colman el espacio público, pero no lo
hacen en pie de igualdad con los varones, puesto que no acceden al mismo como
ciudadanos de pleno derecho. El cuidado y la atención de los niños, así como de las
personas dependientes o enfermas, por no mencionar el resto de tareas relaciona-
das con la alimentación, higiene y asistencia familiar, todavía son consideradas
como naturalmente femeninas y, en esta medida, expeditiva y eficientemente
resueltas por la mujer.
Y es que, por mucho que los teóricos de la democracia liberal se empecinen en
la afirmación de que todos los miembros de la comunidad política detentan idén-
ticos derechos en la esfera pública, lo cierto es que en la práctica el concepto de
ciudadanía resulta excluyente en lo que a las mujeres respecta. Qué duda cabe que
la inseguridad que experimentan en la vía pública expresa genéricamente un défi-
cit importante del Estado Social y Democrático de Derecho, porque la aprensión de
las mujeres hacia los lugares aislados —callejones, aparcamientos, suburbano,
pasadizos— limita sus movimientos y el libre uso de estos espacios públicos, espe-
cialmente por la noche.
La vinculación entre espacio peligroso y espacio público resulta de un proce-
so de aprendizaje que se inicia con la supervisión y constantes admoniciones de los
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padres a sus hijas desde la pubertad, cuando no desde la misma infancia. Los
padres infunden a las niñas un sentimiento de fragilidad en el espacio público, que
se alimenta de continuo con los sucesos terribles procedentes de los medios de
comunicación y demás relatos de amigas y conocidas. Tampoco es infrecuente
escuchar pronunciamientos públicos que, incluso desde la judicatura, penalizan
más a la víctima que al agresor por salir demasiado tarde o acudir a lugares inde-
bidos. Es así como las mujeres reducen sus movimientos a emplazamientos fre-
cuentados, ya conocidos, a ciertas horas del día o acompañadas de una presencia
masculina que disuada a otros de una potencial agresión. La clave está en el sexo,
según la filósofa François Collin:
La amenaza del dominio sexual masculino (de una transformación de la
sexualidad en dominio), aunque sólo sea simbólica, unida a signos y no a
prácticas efectivas, es determinante en la relación de las mujeres con el espacio
(Collin, 1995: 236)7.
La geografía de la amenaza se constituye, así, como otro acicate más de la divi-
sión sexual del espacio y de la dependencia femenina respecto del varón. Más que
intrépida, hay que ser verdaderamente inconsciente para entretenerse a deshora
en la vía pública. En este contexto hay que entender los llamamientos de las muje-
res que integran la tupida red de la izquierda social, y en particular de las que deno-
minamos okupas, por recuperar la noche y reivindicar el uso de la calle,
llamamientos como el realizado por Marta Irigoyen y Vitoria Gasteiz en el número
cuatro de la revista Mujeres preokupando:
Pero al igual que mi cuerpo, las calles son mías, y si por lo menos ahora no
lo son, algún día, pronto, lo serán, porque las mujeres tenemos derecho a la
libertad de poder ser una mujer sin miedo, libre y orgullosa de ser mujer
(Irigoyen y Gasteiz, 2001: 35)8.
Las barreras espaciales que lastran la libertad de las mujeres entorpecen su
adquisición de nuevos conocimientos. La segregación espacial se erige como un
mecanismo de control que permita el acceso de las mujeres a las fuentes de presti-
gio en la sociedad. Por eso el espacio genérico, configurado por la construcción
sexuada de la cultura, nos dice tanto acerca de la distribución del poder. La autén-
tica celada del capitalismo consiste en presentar como símbolo de la incorporación
femenina a la esfera de lo público la doble exigencia de combinar el trabajo asala-
riado con las obligaciones domésticas que, como cabe suponer, no merman ante el
impacto de tan emancipadora situación. Hablar de la utilización del espacio urbano
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implica reorganizar el tiempo y repartir las responsabilidades de forma equitativa.
De lo contrario, la mujer seguirá navegando por la ciudad sin encontrar su sitio en
lo público. Con esta metáfora se puede explicar el cambio, es decir, el tránsito de la
mujer por un espacio en el que no acaba de integrarse (del Valle, 1997: 43)9.
Existen otras manifestaciones más palmarias de la exclusión espacial que
inhabilita a las mujeres como ciudadanas. En primer lugar, la mayoría de los car-
gos políticos está en manos de los hombres, y lo mismo ocurre con aquellos que
directamente gestionan el territorio. En la carrera hacia la igualdad sigue, pues, en
suspenso la participación femenina en el diseño de las ciudades. Por otra parte,
son las mujeres solas, viudas o responsables de la familia las que ocupan dentro de
la ciudad las viviendas de baja renta y los espacios más degradados e insalubres,
puesto que sus empleos, bien por la discriminación o por la reducción de la jorna-
da laboral, resultan peor pagados. Además, y en el caso de las jóvenes que quieren
iniciar su proyecto de vida, justo es recordar que van a tropezar con más trabas que
los varones de su generación incluso a la hora de buscar un espacio propio, porque
también sus limitaciones para entrar en el mercado de trabajo son mayores en
razón de su sexo. El problema es, una vez más, las diferencias de renta ligadas al
género.
MUJERES URBANISTAS
La naturaleza espacial del ser humano requiere vincularse a sitios concretos y
libremente elegidos en los que transcurre la existencia. Significados por la volun-
tad y vinculados al ser de las cosas, estos lugares instilan su calidez a las relaciones
sociales que en ellos acontecen. Sin embargo, y aunque resulte absurdo, las socie-
dades de la presente hora nos han despojado de algo tan intrínsecamente humano
como es el derecho a habitar. El entorno se convierte, de hecho, en un impedi-
mento para la realización personal cuando los residentes carecen de toda implica-
ción en el diseño de sus barriadas y en la construcción de sus viviendas. Desde la
perspectiva del pensamiento libertario, los vecinos deberían apropiarse los
inmuebles; sería una forma de institucionalizar un caos saludable. Que los vecinos
diseñen el edificio que ocupan implica invertir la jerarquización de la construc-
ción, es decir, que esta se gestione desde abajo.
Pero hay otros dos problemas importantes que, bajo su aparente modernidad,
fueron ya discutidos por el viejo Kropotkin: el aislamiento de la familia nuclear,
enclaustrada en la vivienda unifamiliar como trasunto de la prisión, y la exclusión
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de la mujer en todo lo relacionado con el alojamiento, ahogada, como estaba y con-
tinúa, en las faenas domésticas. Estas inquietudes están muy presentes en el dis-
curso comunitario y participativo del movimiento okupa, a través del que fluyen
continuamente acciones que van desde el barrio y hacia el barrio en su reivindica-
ción del espacio público de la vida cotidiana.
Una muestra de todo ello fue ofrecida en el taller “Las mujeres y el barrio
de Lavapiés”, que organizaron el Colectivo de Mujeres Urbanistas, la Eskalera
Karakola y la Red de Lavapiés en el madrileño CSA “El Laboratorio”. Confluyen,
asimismo, en un espacio de contrainformación telemática llamado Nodo50, un
servidor de Internet que apronta una asamblea independiente con una oferta de
servicios informáticos y comunicativos a grupos de izquierda, desencantados,
inconformistas y disidentes.
El acervo del que se nutre el Colectivo de Mujeres Urbanistas no es ajeno a la
veterana aportación de un grupo de teóricas que, sin abandonar el feminismo,
incidieron en la prioridad de las transformaciones espaciales y económicas frente
a las netamente políticas. Con el objeto de socializar la faena doméstica y barrenar
la separación que existía entre el hogar y el trabajo, estas activistas diseñaron casas
en las que no existía la tradicional división de los espacios por sexo. Son varias las
experiencias que a lo largo de la historia han subvertido los valores patriarcales
prevalentes en el urbanismo. Generalmente, estos experimentos han sido el fruto
de la colaboración entre el socialismo y el feminismo, muy fructífera hasta que el
socialismo científico, basado en la división de clases como categoría central, des-
plazó al radicalismo por la igualdad de sexos que había caracterizado al socialismo
utópico inglés.
A finales del siglo XIX, Melusina Fay Pierce propuso la creación de bloques de
casas con servicio común de cocina, lavandería y guardería, apoyadas en coopera-
tivas de trabajo doméstico. Y en tiempos más recientes, desde que acabó la Segunda
Guerra Mundial hasta finales de los años setenta, numerosas mujeres de la zona
costera de Brighton se organizaron en redes que, desafiando a la Administración
local, ofrecieron una respuesta adecuada a sus cambiantes necesidades durante la
posguerra, tanto en lo relativo a la maternidad y al cuidado de los hijos como al
mantenimiento del puesto de trabajo. En Canadá, Estados Unidos y Gran Bretaña
también se han construido, auspiciados por el embate del feminismo en los años
sesenta, hogares de acogida para mujeres, albergues y centros culturales. Con el
mismo prurito, cubrir las necesidades de las mujeres, la vanguardista arquitecta
Dolores Hayden ha diseñado no hace mucho un espacio mixto en el que madres
solteras de la ciudad de Los Ángeles pueden combinar el hogar con el puesto de
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trabajo. En nuestro país, el Colectivo de Mujeres Urbanistas no se propone crear
espacios exclusivamente femeninos pero sí atender a los requerimientos específi-
cos de un grupo que, en virtud de las tareas que asume, por ejemplo como cuidado-
ra de niños y personas mayores, utiliza más el viario urbano, por lo que también
sufre en mayor medida su diseño inadecuado o su ocupación molesta.
JAQUE AL PATRIARCADO
Una de las divisas más emblemáticas de los okupas, y por extensión, de toda la
trama que teje la izquierda social, es la explotación de la @. “El sexismo también es
fascismo”, aseguran. Y la igualdad de sexos, en consecuencia, es un valor funda-
mental que el colectivo expresa con toda su energía y recursos simbólicos. Tanto es
así, que las pioneras en la utilización de este estandarte gráfico, las componentes
del colectivo Liga Dura, expresaron desde el principio su voluntad de combatir el
patriarcado, la estratificación de género y el sexismo lo mismo fuera que dentro del
grupo. Es decir, pretendían dejar al descubierto las más flagrantes y diversas
expresiones que adopta la dominación de la mujer, lo que incluía las actitudes
machistas de sus compañeros. La igualdad no deja de ser una aporía a cuenta de un
vicio previsible en el seno de todas las formaciones sociales presumiblemente
igualitarias. Algo que se obvia por turbador o irrelevante. Pero no es la primera vez
que las mujeres aportillan los muros de la casa propia. Podemos echar la vista atrás,
nada menos que a los años de la Guerra Civil, para encontrar el mismo precedente
entre las militantes anarcosindicalistas de Mujeres Libres, cuyas fundadoras se
encontraban frustradas ante la incapacidad del Movimiento Libertario para pro-
mover la diversidad sin desigualdad por la que todavía aboga el llamado feminismo
de la diferencia. La historia es terca, y entre los okupas, como antaño entre los
anarquistas, es fácil entrever el recelo de quienes piensan que la iniciativa de las
mujeres puede demediar la fuerza unitaria del grupo.
En cualquier caso, Liga Dura favoreció la incorporación de los planteamientos
feministas tanto a la teoría como a la práctica del movimiento autónomo madrile-
ño en los años ochenta, muy vinculado en aquel momento a las revueltas universi-
tarias y a las okupaciones. En todo momento expresó sus discrepancias con otras
organizaciones integradas en el contexto del feminismo institucional:
Ellas mismas en su estructura interna siguen manteniendo estructuras
jerárquicas y, por tanto, repitiendo esquemas patriarcales; entendidos como
esquemas que alimentan una sociedad de poder, y que por tanto, son la base de
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este estado, de la propiedad privada y de la familia, pilar básico de esta socie-
dad jerarquizada, alienante, opresora y, en definitiva, patriarcal (Casanova,
2002: 37)10.
Se desmarcó también de la izquierda revolucionaria con un lenguaje que
recuerda las críticas que algunas intelectuales, como Simone de Beauvoir y Ann
Foremann, realizaron a la miopía del comunismo anárquico, torpe a la hora de
liberar a la mujer de la moral tartufa que la quiebra y humilla:
… rara vez tienen en cuenta la lucha contra el patriarcado como pilar
fundamental de esta sociedad jerarquizada y opresora, y siguen mantenien-
do su visión de la mujer como objeto sexual y sujeto débil que ellos deben pro-
teger. No vemos que en su práctica política ellos lleven a cabo un intento de
superación de sus conductas machistas y por tanto reaccionarias (Casanova,
2002: 38)11.
No renunciaron por ello a combatir la dominación que sobre la mujer ejercen,
de igual manera que sobre el hombre, las relaciones económicas. Se trataba, de
superar el monismo economicista que comúnmente se ha atribuido a Engels, y en
virtud del cual se ha calificado al marxismo ortodoxo de una estrechez de miras
que, sin embargo, ha conseguido remontar el comunismo libertario. Resulta clari-
ficador, desde este ángulo, comparar los planteamientos de la tradición libertaria
con los puntos fundamentales del Movimiento Autónomo en el que se insertaba
Liga Dura. En ambos supuestos se admitía que el poder, en cualquiera de sus for-
mas, es el verdadero origen de la desigualdad. La solución siempre era la misma:
abolición del capitalismo y del patriarcado, es decir, de todas las instituciones
autoritarias, fueran económicas, políticas, sociales o culturales. Si en la teoría la
inquietud era como referimos, bien diferente resultaba que sobre el terreno los
varones concienciados apoyasen las iniciativas de las mujeres.
La disolución de Liga Dura dejó intermisa la lucha organizada contra el
patriarcado desde la autonomía. Surgieron, en su lugar, algunos colectivos de
barrio que pretendieron recoger el testigo: El Espejo de Venus —que funcionó en el
Centro Social Huertax desde mayo de 1994 hasta marzo de 1995— y Pachamama
—en el Centro Social La Casika en 1995 y 1996—. En noviembre de 1996, un grupo
de mujeres okupó la antigua panadería de la madrileña calle de Embajadores. Su
intención era gestar un espacio propio de encuentro para que las mujeres, a través
de diferentes actividades culturales, artísticas o puramente lúdicas, pudieran
vivenciar nuevas y enriquecedoras formas de relación, sustentadas en el trípode
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que articulan la autogestión, la autonomía y el feminismo, tal y como ellas mismas
sugieren. De alguna forma, se pretendía recuperar la okupación de viviendas para
mujeres en la misma línea de lo que aconteció en el Centro Social Minuesa y simul-
táneamente crear una escuela de feminismo.
Poco después nace Las Anacondas Subversivas, un grupo de mujeres herma-
nadas en torno a una misma afinidad en lo político. Su actuación fue muy breve. Se
disolvieron después de denunciar públicamente la violación sufrida por una joven
en el CSO El Laboratorio (Madrid) durante el transcurso de una fiesta-concierto.
LA ESKALERA KARAKOLA
“Espacios okupados, espacios con cuidado”, apostillan las integrantes de esta casa
para mujeres, avaladas por hechos como el que acabamos de comentar. En el pri-
mer número de la Revista de Mujeres Okupas, publicado en marzo de 1998, afirman
sentirse muy lejos de los esquemas sexistas que se reproducen incluso en las asam-
bleas. La misma iniciativa de okupar una casa para el uso y disfrute específico de las
mujeres ha disparado los recelos en el seno del movimiento alternativo, y no sólo
entre los hombres. Pero la respuesta a esta actitud timorata por parte de algunas
chicas, educada como ha estado la mujer en un permanente miedo a la libertad, se
encuentra en la misma naturaleza de un vivir autónomo. “¿Y qué es la autono-
mía?”, se preguntan:
Es decidir por nosotras mismas, sin la supervisión de los hombres, es el
actuar sin su protección y en general vivir sin su beneplácito. Es comenzar a
reconocer los múltiples tentáculos del patriarcado, ya sean tan visibles como
las agresiones sexuales o más sutiles como cuando algunos se sienten dis-
criminados al no ser el centro de nuestras atenciones (Mujeres Preokupando,
1998: III)12.
Una escalera en forma de caracola describe una figura en espiral sin descanso
alguno; un diseño puramente femenino que sirve de metáfora al decurso de todo
proceso, de lo que no tiene principio ni fin. Esta continuidad es la misma que se
establece entre las mujeres que pasan por la casa de la calle Embajadores, y dejan
en ella el sentido que cada una aporta a la karakola, a despecho de quienes no con-
ciben más espacios para mujeres que los legales; donde quedan muy claros los
límites que acotan las prerrogativas de las gestoras y las limitaciones de las usua-
rias. Se intenta, desde el feminismo, que el proyecto autónomo que alberga la casa
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sea reconstruido de manera incesante por las mujeres que más la frecuentan, pero
también por aquellas que puntualmente se han adentrado en lo que todas desean
que constituya una experiencia de socialización diferente: una aventura.
Además de actividades culturales y lúdicas, centradas por ejemplo en los talle-
res de yoga, fotografía y teatro, así como las cooperativas de autoempleo, impul-
sadas a través del comedor vegetariano, el bar y la tetería, llevan a cabo otros
proyectos:
- Violencia de género: en el mismo barrio de Lavapiés, donde se ubica la casa,
han salido a la calle para reclamar el derecho de las mujeres a disfrutar
libremente del espacio público en condiciones de seguridad. Participaron
en los 7 Días de Lucha Social de julio de 2000, integradas en la red
Rompamos el Silencio, para denunciar el terrorismo doméstico y el maltra-
to, no sólo físico, que padecen tantas mujeres por el mero hecho de serlo.
- Transformaciones en el trabajo: el proyecto “Sexo, mentiras y precariedad”,
compuesto en noviembre de 1999, analizó desde una perspectiva feminista
y local los cambios operados en la fuerza de trabajo en la presente fase de
evolución del postcapitalismo. Su quehacer se ha visto completado por la
aportación del “Laboratorio de trabajadoras” que, desde el año 2002, exa-
mina las condiciones de trabajo que muchas mujeres se ven obligadas a
soportar. Vinculadas por la huelga general que convocaron los sindicatos el
20-J, decidieron convertirse en un piquete-encuesta para cartografiar el tra-
bajo precarizado de las mujeres en el marco de una experiencia que han bau-
tizado como “Las Derivas”.
La definición de precariedad que han tomado como referencia añade a la
objetividad de una remuneración escasa la estimación de otras percepcio-
nes; pueden ser temporales (saturación, estrés, inestabilidad…), corpora-
les (disciplina, maltratos y cuidados…), sociales (comunidades laborales,
afectivas…) o políticas (conflictos y antagonismos…), etc. A partir de estas
reflexiones han formado algunos grupos de intercambio permanente de
vivencias, espacios de comunicación y de lucha, ámbitos todos ellos para el
encuentro y la indignación.
Las náufragas de estas derivas compartidas son, fundamentalmente, mani-
puladoras de códigos, trabajadoras de hostelería, del servicio de tele-
marketing, de enfermería y asistencia social y del trabajo doméstico. La
escarnecedora semejanza que han encontrado entre estas últimas y las
esclavas de la antigüedad les ha llevado a constituir un “Taller de cuidados
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globalizados” (amas de casa, chachas, señoritas y cuidadoras en general),
cuyas líneas principales de debate pretenden dar cuenta no sólo de su con-
figuración histórica y de la tradicional vinculación de las actividades repro-
ductivas con los papeles de cuidadora, esposa y madre, sino también de la
desprotección legal de quienes realizan estas tareas devaluadas y social-
mente invisibles; así como de las alternativas posibles para dignificarlo,
mejorar sus condiciones y nutrir redes de apoyo capaces de revezar esta
situación por una ponderación adecuada del afecto, a todas luces impagable.
- Racismo: en 1999, convencidas de que el feminismo puede abatir no sólo
las barreras de género, clase y orientación sexual, sino también las provo-
cadas por la segregación racial y étnica, impulsaron la creación del “Taller
de herramientas contra el racismo”, que ha colaborado puntualmente con
asociaciones de vecinos, colegios e institutos. En la misma línea han confor-
mado“Encuentro y Contraste”, otro equipo de trabajo cuyo cometido es vin-
dicar los derechos de los inmigrantes que viven entre nosotros. No obstante,
la ofuscación que despiertan estas cuestiones en las mujeres de la Karakola
las moviliza puntualmente en cuantos encierros se producen en Madrid.
- Sexualidad: en la espiral de esta escalera sin descansillos, de la reapropia-
ción del espacio pasamos, sin travesaños ni descartes, a la no menos legíti-
ma reapropiación del cuerpo. Malandrín y descarado, aquí, donde la
insurrección lleva al desorden y el caos al placer, el llamado orgullo lésbico
se mofa del modelo de control sexual dominante y excluyente, el de la fami-
lia heteropatriarcal; en esta casa de mujeres y para mujeres, también lo
sexual es político. De ahí el referente de “Casa de la diferencia” para un
taller de estudio que ha intentado, desde su puesta en marcha, aproximarse
al desorden sexual. Transgénero, intersexualidad, lesbianismo… son retos
que algunas mujeres de la Karakola han pretendido enfrentar. Y lo hacen
—según afirman bromeando maliciosamente— juntas y revueltas.
- Rehabilitación de la casa: durante el verano de 1999, organizaron un Campo
Internacional de Trabajo en el que participaron mujeres de distintos países.
Con ayuda técnica y entre todas consiguieron, al menos, recuperar y acon-
dicionar los espacios que más se utilizaban.
Tras una declaración de ruina parcial, en febrero de 2003, el Ayuntamiento
de Madrid dio por finalizada su intervención en el inmueble después de derri-
bar la parte posterior y arraigar más puntales. Así, el primer sábado de
marzo, y coincidiendo con el Día Internacional de las Mujeres, la Karakola
inaugura una nueva etapa.
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REDES, RIZOMAS Y BUCLES: UNA OKUPACIÓN FEMINISTA DEL
CIBER-ESPACIO
Según las teorías de la antropóloga Helen Fisher, un análisis comparativo de las
mentalidades masculina y femenina permite entrever la capacidad de las mujeres
para considerar a un tiempo más variables, integrar más datos y combinar las dife-
rentes perspectivas de un mismo problema, todo lo que permite anticipar un
mayor número de cursos de acción. Esta forma de pensamiento en red les permite
simultanear varias tareas de manera notablemente resolutiva (Fisher, 2000)13. El
origen de esta peculiaridad, al parecer, reside en los requerimientos de un proce-
so evolutivo que habría forzado a las mujeres a desarrollar una vigilancia múltiple,
lo que a la larga ha favorecido una tolerancia hacia la ambigüedad muy útil en una
sociedad tan compleja como la nuestra.
El activismo militante de las mujeres que integran el movimiento okupa tiene
en esta versatilidad una de sus espoletas. Porque la pluralidad de gentes y grupos
que colorean la izquierda social sólo es comprensible desde la intricada yuxtaposi-
ción de unas redes de contrapoderes que posibilitan a sus protagonistas redefinir
continuamente sus identidades. Y hablamos, como se ve, no de mera conjunción
sino de solapamiento; esto es, de redes cruzadas y superpuestas en cuyo ámbito
resulta especialmente útil la adaptabilidad femenina. Si se toma como referencia el
símil del caleidoscopio, este rizoma se deslía con facilidad. Al girar el tubo, la ima-
gen que se obtiene es compuesta; apreciamos toda la verticidad de la izquierda
alternativa, con su énfasis en la revolución multidimensional, en la autonomía de
cada movimiento que en ella recala, en la oposición al sistema desde cualquier
frente, en la democracia de base, en la reafirmación de una nueva subjetividad y en
la total transformación de las rutinas diarias. Si el tubo permanece inmóvil, de lo
contrario, la imagen que se obtiene es la de una minoría subversiva, las mujeres
okupas, un modelo alternativo a la situación ideal que se adecua a la norma; una
experiencia marginal de un vivir periférico en el que grupos de mujeres, extirpa-
das de los núcleos del prestigio social y de los centros de decisión política, presen-
tan orientaciones y valores tan diferentes de los convencionales que su mera
existencia nos hace cuestionar la supuesta naturalidad de los patrones fijos de
comportamiento que definen el conformismo. Y no hay más que ojear los datos del
censo de población para comprobar que la referencia continúa siendo la dualidad
hombre-mujer asentada en el estado civil como relación de pareja. Se priorizan
todavía sistemas clasificatorios que remiten a la genitalidad y a unas construccio-
nes culturales que estarían, presuntamente, basadas en factores biológicos, por
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más que la experiencia cotidiana de muchas mujeres, como hemos reiterado, se
obstine en desviarse de las categorías normativas.
Tradicionalmente, la cultura oficial ha minusvalorado las relaciones entre
mujeres al insistir en la función que han desempeñado como forma de ligazón con
el espacio privado, familiar y doméstico. Son muchas las investigadoras y las teóri-
cas feministas que, en sentido contrario, prefieren destacar la importancia que
estas redes comunitarias-colectivas de mujeres han tenido siempre en el proceso
de concienciación y capacitación política. Así es como, al aproximarse a la sole-
dad de tantas otras que sienten la impotencia del aislamiento, las mujeres pueden
superar las barreras que lastran los cambios y transformaciones sociales. La histo-
riografía confirma la validez de estas redes para resquebrajar los límites existentes
entre el lugar de trabajo y la comunidad, según reveló la participación activa de las
mujeres anarquistas especialmente en la huelga general de los trabajadores del
textil de Barcelona en 1913, pero también en otros acontecimientos similares que
en las mismas fechas se produjeron en Madrid, Valencia y Vizcaya (Ackelsberg,
1991: 97)14. Ellas consiguieron trasladar un conflicto laboral a las barriadas obre-
ras y convertirlo en una cuestión de estado, en momentos en los que los sindicatos
masculinos recomendaban regresar al taller.
No es más que uno de los muchos ejemplos de la capacidad de las mujeres para
afrontar simultáneamente múltiples papeles sociales, y más aún si lo hacen inte-
gradas en las redes. Los ateneos y las escuelas racionalistas fueron por entonces los
enlaces que permitieron a las mujeres experimentar nuevas formas de relacionar-
se entre ellas y con el resto del mundo; hoy los nodos son los centros de autoorga-
nización, las radios libres, los colectivos, los centros sociales y, como no podía ser
de otra forma: Internet, la red de redes.
MUJERES EN RED15
Belleza, moda, cocina, decoración y maternidad son las variaciones principales de
las numerosas webs orientadas a la inquietud femenina. Como puede apreciarse,
todas ellas reproducen los mismos tópicos y clichés que anegan los medios de
comunicación más tradicionales. En agosto de 1997 se crea Mujeres en Red con una
inspiración radicalmente distinta. No promociona ningún grupo o institución, ni
confita los fines comerciales de firma alguna. Tampoco es una ONG. Albergada por
el servidor alternativo Nodo50, pretende tejer una comunidad virtual de mujeres
que se desarrolla de forma análoga, y en paralelo, a la evolución personal de sus
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navegantes, como un espacio de confluencia y solidaridad en español para millo-
nes de mujeres sin conocimiento de idiomas. A día de hoy, es uno de los espacios
más vastos y ricos de información en castellano, con bloques temáticos dedicados
a salud, violencia, género, aborto, política, educación, globalización…, y todos
aquellos conocimientos que pueden servir de espiche para desgarrar y subvertir el
hermetismo de un proyecto que, como Internet, fue concebido desde una menta-
lidad masculina como un instrumento de control de los servicios secretos ameri-
canos.
Desde Mujeres en Red se crea un espacio temático sólo en el caso de que no
exista otro con las mismas características en Internet; es decir, lo que se intenta,
por un lado, es evitar duplicidades estériles que no conllevarían sino un despilfa-
rro de recursos y, por otra parte, descentralizar el proyecto a medida que las muje-
res se incardinen en a una comunidad electrónica tan abierta como expansiva. Con
esta vocación, además de las listas generales en las que ya aparece coordinado y
elaborado el material que ha sido remitido por las usuarias, se han abierto en los
últimos años otros espacios más interactivos: foros de debate, tablón de anuncios,
un chat para organizar reuniones electrónicas y listas de correo temáticas en donde
la violencia de género adquiere una centralidad indiscutible.
Buena prueba de la efectividad del activismo a través de la red fue la publica-
ción de El grito silenciado. Diario de un viaje a Afganistán, un libro que dio a conocer
al mundo las injusticias que el fundamentalismo islámico comete con las mujeres,
y que sólo fue posible gracias a la iniciativa de los grupos de varias catalanas que,
conectadas a la red, amplificaron las denuncias de las refugiadas en los campa-
mentos de Pakistán y en concreto de una de ellas, Orezala, que pudo con esta ayuda
lograr que su voz se escuchara en los lugares más recónditos.
Son muchos y diversos los usos que las mujeres del movimiento alternativo, y
en particular de la subcultura okupa, hacen de la red16 en consonancia con la malla
interactiva de comunicaciones globales que dibuja el nuevo mundo de la virtuali-
dad real en el que estamos inmersos. Si la adaptabilidad es el activo más importan-
te para hacer frente a la aceleración del momento, qué duda cabe que las mujeres
se encuentran en una posición cada vez más favorable para integrarse en pie de
igualdad a la red neuronal del ecosistema informativo, precisamente por la versa-
tilidad que la singular mentalidad femenina hace posible. Pero existe, no obs-
tante, el peligro de que las mujeres del entorno okupa,inflamadas por las
potencialidades de las nuevas tecnologías, caigan también en la trampa que lleva al
mundo moderno a crear un remedo artificial con el que poder intercambiarse. La
esfera económica, nos recuerda Baudrillard, se mira en la especulación financiera.
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Puro fiasco; el mundo sólo es igual a su propia definición. Al final todo sistema tro-
pieza con la barrera del intercambio imposible (Baudrillard, 1996)17, lo que no evita
que cada registro de la existencia se vea sometido al mismo proceso, a idéntico fra-
caso. Si es factible aprender de los errores ajenos, es buen momento para que las
mujeres del movimiento alternativo se pregunten qué hay detrás de ese formidable
ejercicio de abstracción al que con tanto entusiasmo se entregan. De otro modo, de
seguir encavadas en el sueño de la revolución virtual, resultará poco probable
enmendar las causas y consecuencias de los sistemas de género. ¿Acaso no será
este el intercambio imposible del viejo poder de la mujer en la sombra?
En definitiva, las jóvenes okupas, con sus innovadoras formas de convivencia
y de protesta, no niegan las diferencias que existen entre hombres y mujeres, sino
la relación de poder que, asentada en un proceso histórico-cultural de estereotipa-
ción, reproduce la mayoría más convencional. Su ejemplo, como el de otros grupos
de mujeres que se desvían de las construcciones socioculturales de la feminidad,
inspira a la sociología del género varias líneas de investigación. Todas ellas conflu-
yen en la necesidad de afirmar que la identidad de la mujer, como la del hombre,
es pasajera y está sujeta a continuos cambios. Conviene, por tanto, desconfiar de la
supuesta naturalidad de los patrones fijos de comportamiento que comúnmente
definen lo normal y lo deseable.
NOTAS
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