Chile: la multiplicación de las ollas comunes

De la explosión social chilena nacieron las asambleas vecinales y luego con la cuarentena de la pandemia surgen centenares de ollas comunes, una verdadera escuela de encuentro, cooperación y apoyo mutuo de gran utilidad para saciar el hambre y enfrentar la brusca baja de ingresos, para practicar nuevos comportamientos de participación en las labores domésticas en casa, para relacionarse y comunicarse con los vecinos, para aprender que en realidad es un martirio vivir atrapados por las relaciones comerciales y nos demostramos que podemos hacer y crear muchas cosas de forma voluntaria y afectiva, y finalmente, lo más importante es que estamos aprendiendo masivamente a administrar el barrio entre nosotros mismos y los vecinos.



Chile: la multiplicación de las ollas comunes

Por Jaime Yovanovic (Profesor J)

 

De la explosión  social chilena nacieron las asambleas vecinales y luego con la cuarentena de la pandemia surgen centenares de ollas comunes, una verdadera escuela de encuentro, cooperación y apoyo mutuo de gran utilidad para saciar el hambre y enfrentar la brusca baja de ingresos, para practicar nuevos comportamientos de participación en las labores domésticas en casa, para relacionarse y comunicarse con los vecinos, para aprender que en realidad es un martirio vivir atrapados por las relaciones comerciales y nos demostramos que podemos hacer y crear muchas cosas de forma voluntaria y afectiva, y finalmente, lo más importante es que estamos aprendiendo masivamente a administrar el barrio entre nosotros mismos y los vecinos.

 

Hacer una olla común, como lo dice la palabra, es una olla de todos para todos, donde varios participan en las tareas, la organización, distribución de funciones, etc. La divulgación y el corre la voz hacen que en instantes todo el barrio esté enterado  y el hecho de ver a la gente llegar, guardar las medidas de precaución para la salud y tomar de esas manos cariñosas lo que llevarán a casa para compartir con los hijos, padres y abuelos, es una gran satisfacción que abre el corazón de una forma poco vista en esta sociedad egoísta donde prima el sálvese quien pueda.

 

El acto positivo no está en el hecho de dar o de calmar el hambre, que bien puede ser una limosna, pues destaca los verbos tener y carecer, así como destaca y hace sentir distancias y jerarquías al estilo “yo soy bueno y generoso y lo demuestro entregando algo a quien no tiene”, o sea que allí hay dos sujetos: el Yo, que soy el bueno, y los otros que divido en dos: los malos que no comparten y los pobrecitos miserables que no tienen nada, y al decir eso reafirmo el hecho de yo tengo y tú no tienes, y así sin querer lo coloco por debajo de mí, yo soy grande y tú eres pequeño a mi lado.

 

Esa es la actitud de la religión que invita a la generosidad de la limosna, así como también es la actitud del político y partidista, que entrega algo para que vean su cara o su corriente para así atraer incautos detrás de sus estrategias para alcanzar el poder. Ambos nos llaman  a dejar este mundo para ir al de ellos: para unos es el cielo y para los otros es el trono del poder. Es decir que ahí hay un interés: te doy a cambio “de”, lo que indica que esa generosidad es falsa. Es decir que así es como se establecen y reproducen las relaciones mercantiles.

 

Pese a que efectivamente andan por ahí haciéndose los lindos esos interesados y que efectivamente crean la mala costumbre de que para comer hay que sacrificar algo, es notorio que la gran mayoría de las ollas comunes están formadas por jóvenes que no ven la salida o la solución en el cielo o en el poder, o sea, no la ven en la subordinación, sino en las manos y corazones de todos, es decir que a pesar de cientos y miles de años de patriarcado y poder político, el ser humano no ha podido ser domesticado, salvo unos pocos que se apegan a los poderosos y someten su libertad, su cuerpo, su dignidad y su alimento al poderoso don dinero que se expresa en las empresas que destruyen el planeta y las burocracias de los estados que les sirven, lo que nos dice a las claras que la multiplicación de las ollas comunes es el grito de rebelión de la especie humana cuyo instinto la hace hermanarse

a las comunidades originarias, con los animales, vegetales, ríos y montañas,  y la racionalidad, el pensamiento, se orientan hacia el cambio civilizatorio, hacia el reencuentro con  la madre tierra.

 

Conversando entre nosotros y con los vecinos descubrimos que preparar y distribuirnos los alimentos es sólo el comienzo que debemos reproducir en casa democratizando y distribuyendo entre todos las tareas domésticas, así como descubrimos que ahora necesitamos también producir los alimentos que entrega la madre tierra y por eso se multiplican también las huertas caseras y vecinales.

 

De modo que ¡Manos a la obra!

A  seguir multiplicando las ollas comunes, a construir más huertas y dar los primeros pasos para la agricultura urbana y agroecología de ciudades, a  conversar con los propietarios de los terrenos adyacentes a las ciudades para construir entre vecinos nuevos barrios ecológicos, a formar más brigadas de “sólo el pueblo ayuda al pueblo”, a formas por barrio brigadas de salud invitando a profesionales, trabajadores y estudiantes de áreas de salud, a constituir las brigadas pedagógicas con profesores, estudiantes y apoderados para armar las escuelas barriales  asentadas en las prácticas iniciales de estas formas de administrar el barrio entre los propios vecinos, a formar grupos y bandas, batucadas y tinkus, grupos artísticos y culturales, que rescaten el arte y la cultura ligados a la autoorganización y autogobierno de barrios, poblaciones y comunas.

 

unlibre@gmail.com