Estados Unidos: Del “Black Power” al “Black Lives Matter”

A nuestra civilización occidental, alimentada exclusivamente en los últimos 500 años con la retórica humanista del Renacimiento, le es casi imposible entender las luchas de los pueblos esclavizados para liberarse



Del Black Power al Black Lives Matter
 
José Steinsleger
La Jornada
 
En el glosario del pensamiento político occidental figuran dos palabras perturbadoras: raza y nación. Y si ambos vocablos van acompañados del sufijo que las convierte en doctrina (racismo, nacionalismo), cualquier debate teórico en torno a ellas dificulta consenso alguno.

En cambio, otras palabras del mismo glosario (con o sin sufijo), admiten cierta flexibilidad a la hora del debate. V. gr.: democracia, libertad y, por sobre todo, la que cautiva por su alcance seductor: tolerancia. Todo esto, idealmente concebido.

Pero en 1972, poco antes de la persecución de la que fue víctima, la activista y feminista Angela Davis dijo en la disertación del curso sobre Los temas filosóficos recurrentes en la literatura negra, en la Universidad de California:

Una de las más agudas paradojas presentes en la historia de la sociedad occidental es que, mientras en un plano filosófico la libertad ha sido delineada del modo más elevado y sublime, la realidad concreta ha estado permeada siempre por las formas más brutales de dependencia, de esclavitud. Para entonces, Malcolm X y Martin Luther King habían sido asesinados por la FBI, dirigida desde 1924 por John Edgar Hoover, durante 48 años ininterrumpidos.

Malcolm X (1925-65) presidía la organización negra Pro Unidad África-América; Luther King (1929-68) fue Premio Nobel de la Paz (1964), y Hoover, modelo emblemático de supremacismo racial, homofobia y anticomunismo feroz, lucía con orgullo la Medalla del Bienestar Público, otorgada en 1939 por el progresista presidente Franklin D. Roosevelt.

Dos Américas: la de los blancos (explotados o no), y la de los negros que incluía a descendientes del genocidio indígena, junto con los mal llamados latinos de origen hispanoamericano.

La primera, bendecida por la paradoja que Angela Davis señaló en su disertación. Y la segunda, resumida en el comentario de Luther King a un colaborador, luego de que los negros echaron fuego a Chicago en 1966: Creo que he cometido un error. He subestimado la profundidad del odio que existe en Estados Unidos (Julius Lester, Notas revolucionarias, Ed. La Flor, Buenos Aires, 1970, p. 96).

Julius Lester (1939-2018) fue uno de los cerebros del Black Power (expresión acuñada en 1965 por Stokely Carmichael) y estuvo presente en la primera sesión del Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra, que en mayo de 1967 se reunió en Estocolmo para estudiar las pruebas y juzgar a Estados Unidos en la guerra de Vietnam.

Creado por lord Bertrand Russell (matemático, filósofo, Nobel de Literatura 1950), el tribunal contó con la presencia de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Isaac Deutscher y otras personalidades de la época. Y allí, el joven Lester (28 años) se confrontó con las tres organizaciones de negros estadunidenses representadas en el tribunal, que, a su juicio, eran las que más habían hecho para oponerse a la celebración del foro.

Deutscher protestó: Confío, señores, en que no introduciremos la raza en esta discusión. Y, cerrando filas con el marxista polaco, Sartre añadió: Estados Unidos no es el centro del mundo. Lester respondió al gran filósofo: “No, no es el centro. ‘Es’ el mundo”.

Sofocado, el señalamiento quedó ahí. Pero Lester escribió después: El tribunal se dirigía al gobierno de Estados Unidos, a la prensa y a Europa. Que es lo mismo que si Stokely convocara a una conferencia de prensa sobre el poder negro e invitara sólo a la prensa del Ku-Klux Klan, y esperar que ella le explicara a los negros el Poder Negro ( op. cit. p. 28).

Agregó: “El tribunal fue un acto de conciencia de los radicales europeos que trataron de afectar a la opinión pública occidental… En muchos casos, el tribunal se dividió netamente en dos sectores: los europeos contra el resto… El tribunal actuó como si la guerra fuera a ser detenida en el Boulevard de Saint Germain-des-Prés… Nunca estuve seguro de qué le importaba a los europeos. Quizá lo único, fuera su propio compromiso intelectual”.

En 1962, otro escritor negro, Leroi Jones (1934-2014), había escrito en uno de sus ensayos: A nuestra civilización occidental, alimentada exclusivamente en los últimos 500 años con la retórica humanista del Renacimiento, le es casi imposible entender las luchas de los pueblos esclavizados para liberarse ( De vuelta a casa, Ed. La Flor, Buenos Aires, 1969, p. 59).

Y entre ambas Américas, Wall Street empezó a fortalecer otra, intermedia: la del “bondadoso síndrome liberal/misionero que permite decir casi todo lo que uno quiere, siempre que no se amenace con ‘hacer’ algo (y que…) a los estadunidenses más represores dirá: ‘Estas protestas son buenas para los negocios’” ( ibidem, p. 81).

A mediados del decenio siguiente, los movimientos pacíficos o violentos de Estados Unidos habían desaparecido. Y en su lugar, el eslogan Black is beautiful ocupó el escenario político.

La histórica Conferencia que en julio de 1967 reunió por única vez a las cinco corrientes más representativas del Black Power en Newark (Nueva Jersey), tuvo lugar entre el asesinato de Malcolm X (21 de febrero de 1965) y la ley del derecho al voto promulgada por el presidente Lyndon Johnson seis meses después, así como el asesinato de Martin Luther King (4 de abril de 1968).

Tres años en que 100 ciudades de Estados Unidos (Los Ángeles, Chicago, Detroit, Cincinatti, Cleveland, Filadelfia), fueron pasto de las llamas, motines y saqueos, con cientos de asesinatos y miles de heridos. En México, un coletazo simbólico de aquella rebelión pudimos apreciarlo en los Juegos Olímpicos de 1968, cuando los atletas Tommie Smith y John Carlos (oro y bronce en 200 metros planos), realizaron desde lo alto del podio el saludo del Black Power, puño en alto enguantado en negro.

Las propuestas radicales de la Conferencia de Newark, quedaron en minoría. El SNCC (siglas en inglés del Comité Coordinador de Estudiantes No-violentos) proponía el control total de las comunidades en barrios y guetos para cooptar los intereses comerciales blancos, las cortes de justicia y la policía. Y representada por los Panteras Negras instaba a formar alianzas con radicales blancos y antirracistas, dando importancia a los lazos con el tercer mundo, en lucha contra del enemigo común: el imperialismo estadunidense.

Luego, alzaron vuelo las diferencias entre Huey P. Newton y Bobby Seale (fundadores del partido de los Panteras Negras) y el brutal choque ideológico y político entre Stokely Carmichael y Eldridge Cleaver.

Stokely se exilió en Guinea junto con su esposa, la cantante Miram Makeba (la de Pata-pata), donde el presidente y líder anticolonialista Ahmed Sekou Touré (1922-84) lo nombró asesor y vicepresidente honorario del país. Allí murió de un cáncer de próstata, a los 51 años (Conakry, 1998).

Por su lado, Eldridge Cleaver (autor de Alma encadenada, libro extraordinario escrito en prisión y publicado por Siglo XXI en 1974), arrojó la toalla. Después de su exilio en Cuba, Argelia y Francia, regresó a Estados Unidos (1975) y se entregó a la FBI. Cleaver pasó una temporada en la cárcel y terminó defendiendo el sionismo israelí, atacando a los árabes por esclavistas, adhiriendo a la secta anticomunista Moon, y haciéndose mormón y republicano conservador hasta su muerte, a los 62 años (California, 1998).

Asimismo, Huey P. Newton tuvo un triste y desquiciado final. En 1977 regresó de su exilio en Cuba, se entregó a la FBI, fue juzgado y encarcelado varias veces, y asesinado en un confuso episodio de drogas, armado por la FBI (Oakland, 1989). Y Bobby Seale (84 años) vive en Oakland. En 1987, Seale publicó la autobiografía A lonely rage ( Rabia solitaria), escribe libros de cocina, es consejero de una fábrica de helados, trabaja en los barrios pobres y, posiblemente, quedó enterado de que el escritor chileno Roberto Bolaño (un commodity literario inflado por la industria editorial española) lo pintó con crueldad en la novela 2666, que mereció el calculado elogio de Oprah Winfrey, superstar negra de la tv estadunidense.

Volvamos a la Conferencia de Newark, y las tres corrientes opuestas a las Panteras Negras y el SNCC:

Capitalismo negro. Defendido por nacionalistas musulmanes que criticaban la caridad gubernamental y llamaba a los blancos a que proporcionaran capital y créditos a los hombres de negocios negros.

Participación electoral. Suerte de política étnica cuyo objetivo apuntaba a colocar a hombres negros, en cargos públicos.

Integración. Esfuerzo organizado, en lugar de individual, para entrar en el sistema (buscar posiciones altas en empresas, obispados, decanatos de catedrales, superintendencias de escuelas, bancos, tiendas, compañías de inversiones, bufetes jurídicos, agencias cívicas gubernamentales y fábricas).

En la campaña presidencial de 1968, Robert Kennedy (demócrata) y Richard Nixon (republicano), prestaron mucha atención a los puntos referidos. Kennedy logró que militantes negros de Indiana trabajaran en su equipo, pero fue asesinado en junio de aquel lóbrego año. Y Nixon pedía “más propiedad negra, orgullo negro, empleos negros… poder negro en el sentido más constructivo”.

Según Nixon, los militantes negros debían esforzarse por convertirse en capitalistas para participar en la riqueza. Una posición que la revista Ebony, dirigida a la clase media negra y orientada hacia la integración, sostenía desde inicios de 1968.

Roy Innis, director nacional del Congreso por la Igualdad Racial (CORE, por sus siglas en inglés), describió a Nixon como el único candidato que entendía las aspiraciones de los negros. Pero su gobierno frenó los progresos realizados, dando razón a los radicales: una cara negra en un cargo público, no es poder negro.