Nicaragua, ¡nunca más!

Bien seguro que son varios los gobiernos que usan martingalas para engañar al pueblo, pero quien más me llega hoy al corazón, es Nicaragua. El régimen orquestado por el matrimonio Ortega-Murillo hace gala de chulería dictatorial avasallando y burlándose de un pueblo, al que ni informar quiere de su estado de salud social ni corporal.



Nicaragua, ¡nunca más!

Ahora que en España vamos un poco mejor y podemos darnos un respiro, aunque sin perder el paso marcial que llevábamos, es hora de pensar en aquellos hermanos nuestros que, mejor, bien seguro que no van, pero que tampoco sabemos que vayan peor por la información cantinflesca que hacen llegar al mundo y a sus propias gentes sus mandatarios. Bien seguro que son varios los gobiernos que usan martingalas para engañar al pueblo, pero quien más me llega hoy al corazón, es Nicaragua. El régimen orquestado por el matrimonio Ortega-Murillo hace gala de chulería dictatorial avasallando y burlándose de un pueblo, al que ni informar quiere de su estado de salud social ni corporal.

Social, económica y políticamente, Nicaragua, en estos momentos, se enfrenta a un nuevo gobierno dictatorial. Si primero fue Sandino, «el general de hombres libres», nacido en las Segovias, nieto de un cafetalero español, y madre indígena, quien se enfrentó y derrotó a los marines norteamericanos en 1929. Cincuenta años más tarde, 1979, serían los guerrilleros organizados por Carlos Fonseca Amador, también nacido en las Segovias, y todo un pueblo unido, el que se enfrentó y derrotó a la dinastía Somoza. Hoy, un pueblo unido también, aunque armado solo de voz, es el que se enfrenta a una dictadura del sanguinario dúo marital: comandante guerrillero frustrado, y esposa descendiente de una familia que, a sangre y fuego, casó a Rubén Darío a punta de pistola, con alguien que llevaba su mismo nombre y su misma sangre: Rosario Murillo.

El sufrido pueblo de Nicaragua, especialmente el mundo rural de las Segovias, así llamado por Diego de Castañeda que, en 1543 fundó la primera población en la región, nombrándola así para halagar al gobernador  Rodrigo de Contreras, natural de esa provincia española. Hoy, en ese territorio apodado «El corredor de la guerra» —Estelí, Matagalpa, Jinotega, Madriz, Masaya—, los movimientos campesinos son, de nuevo, perseguidos y masacrados por una nueva dictadura.

En Nicaragua, continúan las ejecuciones extrajudiciales en el campo contra opositores al régimen de Ortega-Murillo, a manos de policía o paramilitares. Aparecen cada semana cadáveres de conocidos campesinos opositores, activistas y miembros de partidos políticos opuestos a las ideas del viejo guerrillero, convertido hoy en bombero miope, incapaz de ver el incendio voraz de una nueva dictadura que consume a Nicaragua.

El régimen orquestado por el matrimonio Ortega-Murillo hace gala de chulería dictatorial avasallando y burlándose de un pueblo, al que ni informar quiere de su estado de salud social ni corporal

Se ha incrementado en las últimas semanas el nivel de violencia en el asedio a las personas, en la persecución, así como en las amenazas en las redes sociales, donde impunemente se puede amedrentar a la persona y hasta señalarle el día y hora de su ejecución.

Francisco Aguirre Sacasa, exembajador de Nicaragua en los Estados Unidos, economista, abogado, politólogo e historiador, escribe que, «sería un error, seguir sin adelantar el diálogo necesario para sacar a Nicaragua de la crisis sociopolítica que sufre. Europa exige a Ortega que se siente a negociar todos los asuntos sobre la mesa, porque, aunque las sanciones lleguen tarde, son sanciones serias, (de) una Europa que ya no se cree los discursos retóricos», y la falsa normalidad que en Nicaragua proclama el dictador, que a estas alturas ya está usando falsos curas que más que bendiciones están arrojando fuego sobre la casa del Reparto de El Carmen, donde bien avenido se atrinchera hoy el matrimonio.

Quienes hace 40 años vivimos en Nicaragua, no podemos por menos que asociar estas arbitrariedades a un régimen dictatorial, como fue entonces el de Somoza, y hoy, tristemente, sea uno de aquellos valientes que, en su momento, a sangre y fuego, luchó con sus hermanos contra el somocista, el que en el poder y con mano de hierro, siga desoyendo a sus propios compañeros, y combatiendo a hijos de héroes en los años heroicos de lucha contra la tiranía. Quienes leímos y fuimos testigos de las crónicas de hace cuarenta años, y leemos ahora las actuales, no sentimos más que sonrojo al saber que uno de aquellos heroicos libertadores, hoy se ha convertido en amo y esbirro de un pueblo que lo dio todo para sofocar y ahogar a la dictadura.

Las torturas brutales a presos políticos: choques eléctricos, golpizas boca abajo, mientras están colgados de las piernas, simulación de asfixia en cubos de agua hasta la extenuación, o la crueldad de las muertes actuales, el abandono de los cuerpos, la falta de investigación policial, son en brevemente las denuncias de Gerardo Carrión, presidente del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua, Nunca +.

¿Cómo se puede negar la existencia de un gobierno dictatorial en un país ante hechos tan brutales como éstos? ¿Cómo puede haber gobiernos que quieran seguir dando apoyo, empatía y ayuda a gobiernos como los que a diario incrementan el nivel de la violencia?

¿Acaso pesa sobre Nicaragua una secreta maldición por la que ni siquiera después de tantos años de malograda historia, pueda el pueblo pinolero, heroico y digno, vivir de una vez por todas en paz? Al salir de Nicaragua en 1980, con pequeñas vacilaciones, pensé que todo estaba en el buen camino, democráticamente atado y bien atado, y podríamos pensar en futuros, largos y prósperos años de libertad y bienestar. No fue así, y 40 años después de caer la nefasta peste somocista, otro iluminado está echando un nuevo pulso sangriento a la historia del país.

Cuando un pueblo pobre, enfermo, desvalido, pero democrático, se siente amado por sus gobernantes, ese pueblo no pierde ni la sonrisa ni la esperanza. Desafortunadamente no es este el caso de Nicaragua, porque su presidente no sorbe los vientos por el pueblo al que ni cuida, ni protege ni ama.

¿Será todo esto fruto podrido de las malas mañas que, tanto en vencedores como en vencidos, dejan las largas y corruptas dictaduras? Es como si el tirano opresor dejara al partir un dulce-amargo sabor de boca para las generaciones futuras.

Sandino derrotó a los marines norteamericanos en 1929. El pueblo de Nicaragua aplastó a los Somoza en 1979. ¿Faltarán otros diez años para que una nueva generación de nicaragüenses, derrote en 2029 a los Ortega-Murillo y de una vez por todas el fantasma de las dictaduras desaparezca, y Nicaragua, pueda decir, tajante y definitivamente: ¡Nunca más!?

Parafraseando, termino: ¿Cuándo querrá el Dios del cielo que la historia se vuelva y los pobres coman tortillas de maíz, tengan libertad y tierra, y los malos gobernantes sean juzgados por corruptos, ladrones y sinvergüenzas?