Peripecias del Sur y Autonomía

La autonomía suele estar presente en todas las luchas como una dimensión en que son los movilizados, los de abajo, los que componen el movimiento y no sus cúpulas las que definen su curso potencia de acción.
La autonomía aparece entonces como lugar temido por el orden, y es desde allí que podemos pensar en cambios que se tornen irreversibles por la propia acción de quienes sin delegar, sin ser representados, sin ser suplantados por negociadores, respondan a la mercantilización, al encuadramiento, la burocratización de nuevas luchas, así como también las de siempre, por el territorio, por la vida, contra el trabajo y por disponer del propio tiempo.



Peripecias del Sur y Autonomía

Salvador Schavelzon

Presentación

Inicio aquí una colaboración mensual con Desinformémonos, escribiendo desde Brasil. Pretendo crear un espacio para compartir reflexiones y relatos sobre la situación política sudamericana, con especial atención para las luchas en curso; y también algunas lecturas personales sobre antropología y sobre el debate en torno a la autonomía. Es desde este lugar que me gustaría abrir un diálogo latinoamericano sobre caminos políticos del presente.

Desde el punto de vista de las luchas, estamos en un momento de reinvención y acumulación de experiencias. Cargamos en la espalda algunas derrotas, con un capitalismo que se reformula y avanza, y también con la resaca posterior a la reciente llegada al poder de políticos o partidos de izquierda que, después de un largo camino, optaron por gobernar sin enfrentar las lógicas del poder establecido. El resultado fue descubrir que no será por la vía estatal, conformando un gobierno, o en alianza con los viejos poderes que enfrentaremos al capitalismo y lograremos construir un mundo más justo.

La izquierda llegó al poder en buena parte de América Latina y primó la lógica de la conciliación que no cuestionó la precarización constante de la fuerza de trabajo, la reproducción de máquinas partidarias convertida en un fin en sí mismo, el no cuestionamiento del modelo de desarrollo predatorio, llegando también, en algunos casos, a aplicar recetas de ajuste de austeridad, reprimir movimientos sociales e indígenas, y dar espacio político a las derechas empresariales, políticas o de iglesias y fuerzas militares. Desde el gobierno no contribuyeron con el fortalecimiento de conflictos contra el capitalismo sino a su neutralización, convirtiéndose en piezas que permitieron su funcionamiento.

La derecha, aprovechando este fracaso, gobierna como comité de negocios privados y de representación de los intereses de las corporaciones, alimentando un modelo donde la pobreza se resuelve con armas y encarcelamiento, y ciudades colapsadas se entregan al consumo de antidepresivos, violencia paramilitar con vínculos con el Estado, y el abandono de los servicios sociales como salud y educación, garantizado apenas para minorías que pueden pagar. La visión que el poder difunde es la de un mundo sin lugar para diferencias, que interviene activamente contra ellas.

El desafío es difícil porque la crisis que recorre la izquierda nos deja sin respuestas sobre las formas de organización, programas, estrategias y líneas políticas para resistir y transformar el mundo. Las propias palabras y las formas organizativas con que se pensaba el futuro, la sociedad, la naturaleza, el Estado, son obsoletas y un canal para introducir las lógicas contra las que debemos organizarnos. Nos damos cuenta que vivíamos en ficciones de un mundo que ya estaba en descomposición, y carecemos de imágenes nítidas que nos muestren dónde estamos y hacia dónde vamos.

Sabemos, sí, que la lucha no puede volverse un nuevo poder de mando que separe los que deciden de los que trabajan, y que eso que entendemos por mundo es algo más complejo y menos centrado en lo humano de lo que occidente moderno pensaba, y también con la vida y el planeta siendo más amenazado de lo que sabíamos, con el problema de la viabilidad y existencia puesto hoy en día para todos.

Las crisis de los principios que organizaron y vida económica y sociual de la población en la era industrial se encuentra con la crisis de las instituciones liberales y de la forma de participación política. La expectativa de aparición de un sujeto revolucionario entendido de forma uniforme, organizada en sindicatos y partidos, además de “integrado” en una “sociedad”, se muestra ilusoria y no más conforme al mundo que vivimos.

Las respuestas frente al capitalismo de hoy parecen mostrar que se trata de conectar una masa no uniforme, volátil, efímera por sus formas de encuentro y trabajo, siempre en movimiento, sin derechos ni garantías. Esta fuerza, que a veces se advierte como posibilidad, ya no buscará tomar el poder sino construir una fuerza que en sí misma enfrente el mundo viejo, la explotación, los poderes establecidos y, en un brote de rebeldía, establezca nuevas formas de funcionamiento rompiendo con la imposición de realidades durísimas para cada vez más personas.

La autonomía aparece en este debate, no como principio superador a ser defendido dogmáticamente, sin conexión con los procesos políticos reales. A pesar de la caricatura que la izquierda de gobierno presenta en relación a la autonomía cuando debe “atropellar” algunas discusión y actuar sin consenso, la autonomía suele estar presente en todas las luchas como una dimensión en que son los movilizados, los de abajo, los que componen el movimiento y no sus cúpulas las que definen su curso potencia de acción.

La autonomía aparece entonces como lugar temido por el orden, y es desde allí que podemos pensar en cambios que se tornen irreversibles por la propia acción de quienes sin delegar, sin ser representados, sin ser suplantados por negociadores, respondan a la mercantilización, al encuadramiento, la burocratización de nuevas luchas, así como también las de siempre, por el territorio, por la vida, contra el trabajo y por disponer del propio tiempo.

Enfrentamos hoy una pandemia global, que sin embargo apenas nos permite ver con otros ojos la desigualdad, la naturalización de la muerte, la segregación que ya existía en la forma de capitalismo. El régimen epistémico que reproducimos como colonización y disciplinamiento en todas las esferas, del cuerpo al pensamiento; del trabajo a las formas en que imaginamos, se presenta como gran barrera para pensar los próximos pasos, que a veces sólo aparece como necesidad de destrucción de las instituciones del pasado.

La resistencia y el levantamiento muestran siempre respuestas que no imaginábamos posibles. Nosotros mismos nos vemos transformados cuando nos entregamos a la construcción colectiva de alternativas. Esa situación nueva producto de la organización y movilización política, esos cambios del curso de los acontecimientos, son las peripecias por las que nos interesamos en esta columna.

América Latina entera respondió en tiempo reciente con luchas de resistencia al avance del capitalismo en territorios y regiones enteras. Plantaciones que crean “desiertos verdes”, o dejan regiones sin agua o cobertura forestal, enfrentaron movimientos de poblaciones, pueblos indígenas o asambleas contra gobiernos progresistas o conservadores, inversiones norteamericanas o chinas. A todo avance del capitalismo y el poder estatal, fuerzas se organizan y muestran alternativas.

En 2019 vimos fuertes movilizaciones en Chile, Ecuador, Colombia… las calles son un elemento donde el poder muestra dificultades para sostener sus consensos, y la inestabilidad contagia nuevas derechas, progresismos que buscan renovación, o populismos de diferente tonalidad política.

La necesidad de pensar nuevas instituciones, no estatales, no cooptables, no manipulables por el mercado no tiene todavía en pie sus constructores. Avances como la creación de Estados Plurinacionales, Bolivarianos, incluso con autonomías o “participación social” hoy muestran su ruina y artificialidad, tanto como debates identitarios sin fin limitados a pequeños círculos, y la construcción de candidaturas en un juego político ensimismado sin conexión con el descrédito por la política de la gente común.

Se trata de pensar con qué herramientas contamos para pensar una lucha con autonomía, donde podamos impugnar el orden reinante, y no trabajar para su viabilización y administración más o menos progresista. América Latina se muestra despierta en la reorganización territorial autónoma de pueblos ancestrales, como los mapuche en Chile, los caracoles zapatistas, grupos de guardianes de la selva de distintas etnias en la amazonia, el cauca o regiones andinas. Búsquedas alternativas de territorios existenciales encuentran también aliados de la ciudad y el campo.

En formas de autonomía que se distancian de partidos, sindicatos y la patronal, vemos también trabajadores formales e informales que se organizan, como elemento central en la construcción de un levantamiento en las ciudades que interrumpe circuitos de mercadería e infraestructura ordenado por el capital, como vimos en los periódicos estallidos de ciudades latinoamericanas y del mundo. La necesaria organización internacional de la lucha por un mundo mejor también teje, en calles, selvas y redes, nuevos caminos. Esperamos poder aportar en este espacio para entenderlas.