HABLAMOS CON LOS CHINOS QUE TODAVÍA NO HABLARON CON NADIE
El Colectivo Chuang, desde lugares móviles, traza una narración documental-web, imperdible.
En China, la pandemia produjo un extraño proceso colectivo de cuestionamiento y aprendizaje social. Fue un impacto para la vida cotidiana de los 1400 millones de chinos que viven bajo el capitalismo.
La experiencia subjetiva es semejante a la de una huelga masiva, pero con características distintas a una huelga: porque no fue espontánea, vino de arriba hacia abajo, y además, con la involuntaria atomización propia del confinamiento, puso de relieve los enigmas esenciales del presente chino. Por eso puede trazarse un paralelismo con las huelgas masivas del siglo XX, que eran el emergente de las contradicciones de su momento.
La cuarentena resultó, entonces, como una huelga vaciada de sus componentes comunitarios, pero aún así con la capacidad de producir un fuerte golpe en la psicología y la economía, y esto amerita en sí mismo una reflexión. La primera es cómo la producción capitalista se relaciona con un mundo no-humano, en un sentido elemental: el ‘mundo natural’ -incluido el sustrato microbiológico-, no puede comprenderse sin la referencia a cómo se organiza la producción social (porque de hecho, no están separadas). Por eso mismo, esto viene a recordarnos que el único ‘comunismo’ digno de llamarse como tal es el que incluye la potencia de una ecología o naturalismo politizado.
Chuǎng: Es la imagen de un caballo atravesando una puerta. Significa: liberarse; atacar, ir a la carga; actuar con ímpetu; buscar una forma de salir o entrar.
Para hablar de la pandemia de COVID19 en China hay que tomar en consideración los modos en que se desarrolló el país en las últimas décadas, y cómo el sistema capitalista mundial ha moldeado el sistema de salud en particular, y el estado sanitario general. Esta epidemia, la última, es similar a otras crisis sanitarias que ya ocurrieron. Crisis que tienden a producirse (casi) con la misma regularidad que las crisis económicas, y que los medios de comunicación tienden a ver a ambas como ‘cisnes negros’, como fenómenos intermitentes, impredecibles, y sin antecedentes.
La realidad es otra: estas crisis sanitarias siguen sus propios patrones caóticos y cíclicos de recurrencia, que las hacen posibles por una serie de contradicciones estructurales en el seno de la organización de la producción, y de la vida de los trabajadores en el capitalismo. Del mismo modo que la Gripe Española, el coronavirus pudo ser, y expandirse rápidamente, debido a la degradación general de la atención primaria de la salud en el conjunto de la población en China. Pero como esa degradación ha ocurrido en el medio de un crecimiento económico espectacular, quedó opacado por las ciudades refulgentes y las fábricas inmensas.
Lo que ocurrió es que el gasto público en salud y en educación sigue siendo extremadamente bajo; todos los recursos se volcaron a infraestructura de ‘ladrillos y cemento’, en especial en puentes, caminos, y electricidad barata para la producción industrial.
CHINA PARA AFUERA, CHINA PARA ADENTRO
Parte de la degradación del cotidiano, no visible para los extranjeros, tiene que ver con la calidad de los productos que se venden en el mercado interno, en muchas ocasiones de una peligrosa baja calidad. Es sabido que durante décadas, la industria china ha producido bienes exportables con los máximos estándares requeridos a nivel global, entre ellos iPhones y chips para informática. Pero los que se hacen para consumo interno tienen diferencias abismales con aquellos, y producen, a diario, escándalos y una profunda desconfianza pública.
El más importante en la memoria colectiva reciente es el de la leche en polvo infantil, adulterada con melamina. Eso ocurrió en 2008, y dejó una docena de niños muertos, decenas de miles hospitalizados y unos 300.000 afectados en total. Desde ese momento, hubo varios escándalos: en 2011 se produjo el del aceite reciclado, proveniente de aceites y grasas de restaurantes (llamado gutter oil, altamente contaminante para la salud); en 2018 hubo otro, cuando vacunas con falla mataron a varios niños, o el que ocurrió en 2019 cuando docenas de niñas fueron hospitalizadas por vacunas inválidas contra el HPV.
Hay otras historias, menos cruentas, pero que se acumulan en el ‘archivo familiar’ de cualquier habitante chino: por ejemplo las sopas instantáneas cortadas con jabón en polvo, para mantener el precio bajo, o productores que venden a los pueblitos cercanos sus cerdos muertos por misteriosas enfermedades, o el chismerío sobre en qué vereda, de qué calle, hay negocios en los que si uno compra, tiene más chance de enfermarse.
Antes de su incorporación pieza por pieza en el rompecabezas del sistema capitalista global, los servicios de salud (principalmente en las ciudades) se brindaban bajo el llamado ‘sistema danwei’ basado en las ganancias obtenidas por la empresa, o bien en los hospitales locales, con los llamados médicos descalzos, de manera gratuita.
LA HISTORIA DE LOS MÉDICOS DESCALZOS, Y EL DERRUMBE DEL SISTEMA
Cuando Mao Zedong proclamó el nacimiento de la República Popular China en la Plaza Tiananmen, el 1 de octubre de 1949, el gobierno comunista comenzó una modernización incesante de la salud pública. Tomó como modelo el sistema y la ayuda de la Unión Soviética, que era bien diferente a la de los Estados Unidos de América.
Hasta 1965 funcionaban 230 instituciones educativas para preparar a los profesionales médicos chinos en los conocimientos de la medicina occidental. Formaron poco más de 200.000 médicos. Pero para la población de China esa cifra era insuficiente, y además la mayoría de los centros de formación estaban en las ciudades. Tomando como espejo el sistema médico soviético, el gobierno comunista chino construyó hospitales de medicina general en las provincias (más de uno policlínico), y dispensarios sanitarios en los pueblos. El énfasis era la medicina preventiva, y por ello el gobierno abrió centros de prevención de enfermedades, junto a los centros de tratamiento. Sin embargo, el 25 de junio de 1965, un año antes de la Revolución Cultural, Mao resolvió la capacitación en masa de los ‘médicos descalzos’, para mejorar los servicios de salud en las áreas rurales más atrasadas, donde la mayoría de la gente no recibía atención médica ni servicios de salud pública. Para ello decidieron acortar el período de formación profesional a menos de 3 años, y enviar ese personal médico entrenado a las zonas rurales, con lo que se vigorizó la prevención en salud, más que su aspecto de tratamiento.
Estos médicos eran residentes de la propia zona rural. Esa población estaba cubierta por ‘los descalzos’ así como por el Esquema de Seguro Médico Rural Cooperativo (en inglés, RCMIS).
Al mismo tiempo, los trabajadores estatales, estudiantes universitarios y veteranos de guerra tenían otro tipo de protección, englobada en el Esquema de Seguro de los Empleados del gobierno (en inglés, GEIS), y había otro tipo más: el que cubría a los trabajadores de empresas estatales urbanas, y a los jubilados, y sus familias. Ese era el Sistema de Seguro Laboral (en inglés, LIS).
Lo que importa destacar es que el esquema de salud rural se sostenía con el aporte conjunto de los campesinos y del municipio, por lo cual era operado por los propios campesinos en simultáneo con la autoridad del pueblo, y su activo se construía por encima del subsidio que mandaba el gobierno central. La Revolución Cultural también marcó el sentimiento de orgullo insuflado en esos médicos de campaña, que en algunos casos recibieron menos de 6 meses de formación.
En poco tiempo, hubo 1.400.000 médicos descalzos. Los campesinos los llamaban “médico y agricultor”, porque desarrollaban las dos tareas. Recibía la mitad de la paga que le daban a un médico formado. De éstos, hubo 5.100, y 23.600.000 de asistentes para la salud.
Los resultados fueron evidentes: la tasa de mortalidad infantil bajó de 200 por cada 1000 nacidos vivos (en 1962) a 34 por cada 1000 (en 1982), y la expectativa de vida en el campo pasó de 35 a 60 años.
El fin de la Revolución Cultural, proclamado por Deng Xiaoping, devastó el sistema, y los médicos descalzos fueron reemplazados en 1985 por médicos comunitarios.
Los efectos de su desmantelamiento se verían con el tiempo: ese esquema había permitido capacitar al pueblo y barrer la Esquistosomiasis, enfermedad producida por parásitos en aguas sucias, que afectó a China durante siglos, y que luego regresó al país en los años ‘90. Por sobre todo, contribuyeron a expandir conocimientos sanitarios preventivos en la mayoría de la población, en un sistema de abajo hacia arriba (bottom-up), y todo eso en medio de condiciones materiales de severa pobreza. China, entre los 60 y los 80, tenía un ingreso promedio por debajo del que hoy tienen los países del Africa sub-Sahariana.
En 2003, la epidemia de SARS puso al descubierto plenamente la debilidad del sistema de prevención en salud.
¿QUÉ PASA HOY?
Desde ese momento, una combinación entre negligencia y privatización, degradó sustancialmente el sistema de salud, en proporción directa con la rápida urbanización, y con la producción industrial desregulada de bienes de consumo hogareño y alimentos envasados, lo que llevó a una mayor necesidad de una cobertura de salud. Mencionamos esto sin olvidar las regulaciones indispensables que debería haber en el rubro alimenticio y de fármacos.
China gasta hoy U$S 323 per cápita en salud, según confirma la Organización Mundial de la Salud. Es una cifra aún menor que la de otros países agrupados entre los de “ingresos medios-altos” como Brasil, Belarus y Bulgaria.
La falta de marcos legales y control afecta en especial a la población migrante, la que se fue del campo a los centros fabriles. De eso hablaremos en el párrafo siguiente.
El HUKOU
En el este de Asia, el sistema de registro del hogar ha venido funcionando desde hace 10 siglos como herramienta para fijar impuestos y para la conscripción a los ejércitos. El nombre original fue baojia. Y cuando se creó la república, continuó, pero tomando el modelo soviético de la libreta de residencia. Desde ese momento existe el hukou, que le ha servido al desarrollo socialista para proyectar las cosechas y sopesar las necesidades de consumo en las ciudades.
Por cierto, con la apertura de los mercados de trabajo urbanos esa fijación en el territorio ya no pudo ser tan estricta. Más allá de las restricciones burocráticas a los servicios estatales y al empleo urbano formal, se constituyó de hecho un mercado laboral dual en el que los portadores de su hukou local, participaron en gran escala en diversos rubros fundamentales para la economía (en especial en los grandes nodos de exportación costeros).
En cambio, los trabajadores migrantes sin registro de domicilio, no consiguen trabajo o solo consiguen empleo no-formal, sin protección social, y con salarios más bajos. Fueron precisamente estos últimos quienes protagonizaron las protestas laborales, y fueron detenidos y deportados. En 2003 se tocó un pico en estas revueltas, en Guangzhou, donde murió un trabajador migrante.
Lo concreto es que las restricciones a la movilidad basadas en hukou tuvieron una deriva menos violenta en los años sucesivos, pero no han desaparecido. Por el contrario, las autoridades locales y centrales lo utilizan como una herramienta para administrar el trabajo, la movilidad y la apropiación de capital.
A pesar de que ya no hay políticas de deportación individual, los trabajadores migrantes, en especial los de menores salarios en la industria, la construcción y varias formas de empleo semi-formal, todavía se enfrentan con una estructura legal que les impide establecerse legalmente en las ciudades donde trabajan. En el día a día, sin un permiso de residencia local, no acceden ni a la cobertura de salud, ni a las escuelas ni a diversos servicios que el estado provee.
Hay que decir que algunas restricciones son ahora más laxas, y algunos migrantes consiguieron un permiso de residencia temporal en las ciudades, basado en que puedan demostrar residencia permanente en la ciudad de cinco años, un historial de pago de impuestos y contratos laborales, lo que les permite acceder a algunos de los servicios; pero no equivalen al hukou.
El siguiente cuadro revela la cantidad de trabajadores del campo que migraron a los nodos industriales (casi 300 millones de personas), y en qué sectores trabajan.
Ver el cuadro y demás gráficos en http://www.purochamuyo.com/hablamos-con-los-chinos-que-todavia-no-hablaron-con-nadie/
Esto es tan así que si un trabajador consigue esa residencia, y sus hijos van a educación inicial, para el momento en que tienen que rendir los exámenes de ingreso a la educación superior, esos exámenes se toman en el lugar donde la persona está registrada, por lo cual la mayoría de los hijos de los migrantes vuelven a su pueblo de origen a cursar la secundaria.
Si bien el porcentaje de empleados en los conglomerados industriales estatales, los jituan, ha disminuido en el total nacional, el permiso hukou sigue produciendo una línea divisoria entre los que pueden trabajar con plenos derechos, y los que sólo consiguen ‘trabajo temporal’.
El siguiente cuadro muestra el total de la fuerza de trabajo en China, distribuida por sectores. Se aprecia una baja de trabajadores en el campo y un crecimiento en los servicios. El ingreso medio per capita Rural es de 4600 yuanes, el de quienes tienen permiso de Residentes es de 8500 yuanes, y el ingreso medio urbano, per capita, es de 11.600 yuanes (según la oficina de Estadísticas). De este modo, se puede concluir que los campesinos fluyan a las ciudades.
Todo esto permite entender que quienes más sufren la carencia de atención primaria de salud son los migrantes, porque cuando dejan su pueblito rural, pierden la asistencia que naturalmente recibían por el hukou. Insistimos: a las autoridades no les importa el lugar real de residencia, porque en el único lugar en el que recibirán los beneficios de salud y educación, es donde están registrados.
Ostensiblemente, como afirmamos más arriba, la salud pública comenzó a ser reemplazada por un sistema más privatizado (incluso gerenciado por el Estado). En este nuevo sistema, la combinación de contribuciones del empleador y el empleado derivarían en contar con atención médica, jubilación y facilidad en el acceso a la vivienda. Pero no fue así, o no como se imaginó: las contribuciones patronales casi no se depositan, y el empleado tiene que asumir todos los costos de su bolsillo. Según los últimos datos disponibles, solo el 22% de los 300 millones de trabajadores migrantes cuenta con acceso a la salud. Sin embargo, la falta de contribuciones al sistema de seguridad social no es un acto rencoroso de los patrones corruptos: se explica en gran medida por el hecho de que los escasos márgenes de beneficio no dejan lugar a las prestaciones sociales.
En uno de los principales polos industriales, Dongguan, según nuestros cálculos, si las empresas pagaran las cargas sociales reducirían los magros márgenes de renta a la mitad, y quebrarían. Por eso es que el Estado armó un rudimentario esquema médico suplementario, para dar cobertura a los jubilados y los trabajadores por cuenta propia, que en verdad apenas cubre unos cientos de yuanes por año, por persona.
El sistema de salud termina, así, desbordado. Y las tensiones sociales están a la vista.
Hay varios asesinatos de personal médico cada año, y docenas son agredidos y lastimados por los familiares iracundos de pacientes que mueren en tratamiento. El más reciente (antes de la pandemia) ocurrió en navidad, cuando un médico de Beijing murió apuñalado por el hijo de una paciente. Estaba convencido de que su madre falleció por la pobre atención que recibió en el hospital. Una encuesta revela que el 85% de los médicos fue agredido en su lugar de trabajo.
En otro orden, los médicos en China atienden 4 veces más pacientes que los que ven sus colegas norteamericanos, y ganan menos que el salario medio nacional anual. En el último año del que hay registro regular sobre las protestas de los médicos y enfermeros, se contabilizaron 43 huelgas y protestas (en 2015).
Con este panorama de masiva desinversión en el sistema público de salud, puede entenderse por qué el COVID19 avanzó como avanzó en China. Si logró frenarse, además del confinamiento masivo, es producto de un torrente de médicos y enfermeros enviados desde múltiples puntos del país al foco de la pandemia.
Wuhan es una de las cinco ciudades que crecieron de forma exponencial. Tiene más de 11 millones de habitantes. El avance de las megalópolis urbanas sobre terrenos vírgenes o naturales, promueve que haya enfermedades de transmisión comunitaria, que emergen en el país cada uno-dos años. La próxima epidemia está a la vuelta de la esquina. Así como ocurrió con la Gripe Española, cuando hay una pobre condición sanitaria general entre el proletariado, la expansión del virus gana terreno y lo hace rápidamente.
Pero no se trata solo de eso, de la distribución de la enfermedad.
Estas son lecciones importantes en una época donde la destrucción provocada por la acumulación ininterrumpida se extendió tanto en el sistema climático mundial como en el sustrato microbiológico de la vida en la Tierra. Y es por eso que estas crisis serán más y más recurrentes.
El llamado de alerta es que esto -incluidas las nuevas hambrunas, las inundaciones y otros fenómenos a los que gustan de calificar como ‘naturales’-, será usado para la justificación de un mayor control estatal, y la respuesta, en cada ocasión, será la puesta en práctica de nuevos y sofisticados mecanismos de contrainsurgencia.
Desde nuestra perspectiva, desde China, creemos que una análisis político comunista coherente debe evaluar ambos datos a la vez. Desde el aspecto teórico, significa entender que la crítica al capitalismo se empobrece cuando solo se asienta en las ciencias duras. Desde un aspecto práctico, esto implica que el único proyecto político posible hoy es aquel que pueda orientarse en un territorio, definido por un desastre ecológico y microbiológico generalizado, y operar en ese estado perpetuo de crisis y atomización.
Chuǎng: Es la imagen de un caballo atravesando una puerta. Significa: liberarse; atacar, ir a la carga; actuar con ímpetu; buscar una forma de salir o entrar