Pandemia microfascista

Sabemos de sobra que grandes pandemias como la actual COVID-19, la Peste Negra o la Gripe Española de 1918, han puesto en jaque a lo largo de la historia, la estabilidad de gran parte del planeta. Pero hoy se extienden otras amenazas también invisibles, cotidianas y difíciles de detectar, que están “ya” suponiendo una seria amenaza para la convivencia global. Hablamos de los microfascismos.



Pandemia microfascista

Tortuga
Luis Rodríguez 
La Casa Invisible
El Salto.

Viernes.24 de julio de 2020

Sabemos de sobra que grandes pandemias como la actual COVID-19, la Peste Negra o la Gripe Española de 1918, han puesto en jaque a lo largo de la historia, la estabilidad de gran parte del planeta. Pero hoy se extienden otras amenazas también invisibles, cotidianas y difíciles de detectar, que están “ya” suponiendo una seria amenaza para la convivencia global. Hablamos de los microfascismos.

Lo hemos visto con suma crudeza en el día a día, en nuestras calles y barrios, en nuestras conversaciones telemáticas, en las redes sociales. La crisis de la COVID-19 ha amplificado lo que ya venía sucediendo: reenviar una noticia no contrastada, el ninguneo antiintelectualista hacia el saber experto, una bronca desde un balcón, comentarios en redes que fomentan el odio,… Son las intolerancias que se incrustan en el día a día, una especie de fascismo de andar por casa.

Esto nos lleva necesariamente a pensar la relación entre lo personal y lo político, que con especial relevancia ha sido puesta encima de la mesa por los feminismos desde los años sesenta, hasta la actualidad. Otros muchos autores han planteado también este debate: Lacan y el mediático Žižek desde el psicoanálisis o Foucault desde la biopolítica, entre otros.

En este sentido, creemos especialmente necesaria la revisión de un concepto desarrollado ampliamente por el filósofo, psicoterapeuta y activista francés Félix Guattari. Hablamos de los microfascismos. Una forma de entender los totalitarismos, desde lo cotidiano, de manera fragmentada o esparcida por todo el espacio social. Nadie se puede considerar al margen de este pequeño inquisidor que llevamos dentro.

Nos situamos en el contexto de un auténtico tsunami reaccionario que recorre todo el globo. En consecuencia, venimos observando desde hace tiempo la puesta en cuestión de derechos fundamentales que afectan a los colectivos más vulnerables en todo el planeta (mujeres, personas trans, migrantes, clases empobrecidas en general…). También es inquietante el impacto de esta reacción en otros terrenos, como el medioambiental, el geopolítico,…

Y es que, tras los Bolsonaro, Orban, Johnson, Trump o Abascal de turno, hay algo en juego difícil de detectar y que suele escaparse a los análisis políticos clásicos. Estamos hablando de algo mucho más sutil, menos visible, que está operando día a día en todo el mundo. Es la cotidianidad, que está transformando “ya” la vida de millones de personas, contribuyendo a la proliferación y consolidación de estos movimientos posfascistas, neofascistas o como los queramos llamar.

Para comprender mejor esta dinámica tendríamos que hablar, en primer lugar, de una relación entre dos maneras de entender el funcionamiento de lo político. Por una parte, estaría la visión macropolítica, que obedece a todo el entramado estatal y supranacional, del cual emana la gobernanza. Es decir, gigantescas maquinarias: grandes corporaciones privadas, fondos monetarios, bancos centrales, partidos, patronal, ministerios, medios de comunicación…, maquinarias que fabrican leyes, medidas, recomendaciones y mandatos, que regulan directamente lo que van a ser “nuestras” vidas.

Y por otro lado hablamos de la dimensión micropolítica, que hace referencia al proceso según el cual se individualiza lo anteriormente señalado, y que construirá los modos de vida que transitamos. Estamos hablando de una transformación casi literalmente a nivel molecular, nada de metáforas, es un proceso muy real. Los discursos, la información, el márketing, los memes, los vídeos, los mandatos, las noticias,… se insertan en los cuerpos y producen una modificación molecular, es decir, son reacciones químicas, neuronales. No es una alegoría, es una transformación, una incrustación de información directa al sistema nervioso-cuerpo.

Es importante no entender estas dos realidades (macro/micro) de forma separada. Estamos hablando de un proceso de alguna manera simbiótico. Lo macro está configurando y construyendo a la gran mayoría de las personas que habitamos el planeta, puesto que ya casi nadie está fuera de las relaciones del poder dominante.

Y lo micro actualiza, pero también propaga en el día a día, los mandatos que llegan desde los poderes. No solo eso, también tiene la capacidad de influir y transformar lo macro, y no estamos hablando solamente del voto. Ningún cambio político, ningún avance en los derechos, se ha producido sin movimiento, no hay ni ha habido nunca transformación política alguna sin la calle, sin revolución cotidiana.

Para tratar de entenderlo mejor proponemos evitar una mirada humanista o esencialista, como cuando se habla del ser humano “como especie”. Pensaremos el sujeto, como un constructo del poder. En ese sentido, partiremos de la base de pensar el individualismo como el mayor logro de la ingeniería de producción subjetiva del neoliberalismo, desde principio del siglo XX, pero especialmente desde los años ochenta. A través de los medios de comunicación de masas y del emergente mercado del márketing se consiguió la creación de un nuevo sujeto: el homo consumens, especialmente hedonista, narcisista y egocéntrico.

Así pues tenemos el caldo de cultivo perfecto para la fase política que estamos viviendo desde hace unos años, pero que en la actualidad se está expandiendo sin control. El individualismo radical no es suficiente para colmar la sociabilidad que necesitamos, con lo cual el repliegue se produce en las identidades nacionales, étnicas, de género, etc. A eso añadimos crisis económicas sistémicas, pandemias globales o la posibilidad de extender el miedo y el odio en la red. El terreno está abonado y listo para que los microfascismos broten, florezcan y colaboren de manera decisiva en la transformación del mundo actual.

Sin duda, los que mejor han entendido este proceso son la Alt Right, con los Steve Bannon y Cambridge Analytica de turno. Las técnicas son de sobra conocidas: segmentación y circulación en diversas redes sociales de millones de vídeos falsos, bulos, fake news, memes… Resultados, los que ya sabemos: cambios en el tablero de juego del poder en gobiernos como Brasil, EE. UU., Reino Unido, y otros casos menos conocidos, como Trinidad y Tobago, Colombia… así hasta casi 40 países.

Y es que nos encontramos con una dificultad: los microfascismos son difíciles de detectar y absolutamente nadie escapa a ellos. Son algo generalmente sutil e imperceptible. No se trata en este caso de la caricaturesca descripción del señor autoritario, conservador y con bigote que de forma integral es intolerante con la diferencia y negacionista contra la evidencia. Los microfascismos obedecen a una lógica inconsciente. Por eso, si se cuestionan, brota el sentimiento de ofendiditos.
¿Me estás llamando facha?

¿Formas que puede adoptar? Muchas y variadas: un comentario “desacomplejado”, alzar la voz con pose de verdad absoluta, no escuchar las opiniones de los demás, un gesto de desaprobación, un chiste sin aparente malicia, una generalización, etc.

¿Y ejemplos? Hasta el infinito. Uno puede considerarse progresista, incluso votar a partidos de “izquierdas” y hacer comentarios, gestos e insinuaciones clasistas. Puede ser que alguien se considere de viva voz feminista, y que luego en casa reproduzca los mismos mecanismos de dominación machista. Se puede rechazar el racismo, pero tener comentarios generalizadores acerca de colectivos racializados. Podemos participar en asambleas, reuniones o espacios de carácter emancipador y defender “mi” propuesta y tratar de imponer “mi” criterio, sin escuchar al resto. Puede ser el imperativo de felicidad y éxito que proponen los gurús de la psicología positiva y el coaching.

Surge entonces la pregunta de cómo resistir la proliferación de estas nuevas formas de ejercicio del poder. Sin duda con mucha perspicacia política y sutileza. Se hacen más necesarias que nunca estrategias que viralicen el apoyo mutuo, la dignidad de lo diferente y la defensa de lo común.

En primer lugar, hablamos de hacer un sincero ejercicio de cuidado de sí, reflexionar con honestidad acerca de cuáles son los microfascismos que cada cual tiene insertos en lo más profundo de su ser, cuestionar los agujeros negros propios. Reconocerlos y entender que son parte importante del entramado del poder, sin traumas y sin culpas, pero con responsabilidad. Es la primera forma de evitar la proliferación, de frenar la viralidad intolerante hacia los más vulnerables. Es el lavado de manos, como primera forma de evitar la propagación pandémica.

Por otra parte, es necesario estar muy pendientes en círculos próximos, usando sutileza y pedagogía micropolítica a partes iguales, advertir de la peligrosidad de expansión del virus del machismo, clasismo, racismo, etc. Evidenciar que en ningún caso, estamos haciendo una apelación a la totalidad de la persona, ni que la estamos llamando facha. Se trata de aludir a un aspecto concreto del discurso o del comentario, de promover el uso de la mascarilla para evitar contagios.

Más compleja aún es esta batalla en redes, porque la mayoría de las veces plantar cara al hater forocochero, es amplificar a la bestia, engordar al troll, replicar el discurso del odio. Más allá del necesario desarrollo de potentes estrategias de contraofensiva en redes, planteamos la puesta en marcha de espacios creativos y seguros en lo virtual, y también en lo real, lugares donde la ternura y la solidaridad sean viralizadas.

La tarea más importante pasa por atreverse a construir modos de vidas que refuten el individualismo imperante: herramientas que irradien vidas sostenibles a nivel mental, medioambiental y social. No estamos hablando de algo abstracto o elevado, es algo sencillo de entender y eminentemente práctico. Preocuparse por las vecinas, compañeros, familia y amistades. Dar a las redes de cuidados la importancia que merecen. La escucha como una forma de reinventar la política. Experimentar, como dice Suely Rolnik, “otras suavidades”. Tener unos ingresos básicos vitales, una vivienda digna.