H. G. Wells: socialismo y ciencia para cambiar el mundo

El autor de la Guerra de los Mundos la escribió en el auge del colonialismo inglés y lanzó una pregunta al aire: “¿Somos tan misericordiosos, como para quejarnos si los marcianos apareciesen con el mismo espíritu conquistador?”



H. G. Wells: socialismo y ciencia para cambiar el mundo

Juanjo Andrés Cuervo


El Salto
13 ago 2020 09:00
 
El 13 de agosto de 1946, falleció uno de las figuras literarias más importantes del Reino Unido. Sus obras abordaban la ciencia ficción y las desigualdades sociales, además de ser un ferviente defensor de la corriente humanista. Al menos, hasta que las guerras mundiales terminaron sepultando su optimismo.

Herbert George Wells se autodefinió como un socialista demócrata en 1886 y, durante toda su vida, profesó unos ideales que buscaban la igualdad total. Para ello, promulgó la eliminación de clases y la libre competición en la sociedad, siempre y cuando las personas tuviesen derecho a las mismas oportunidades, sin importar su origen. 

En sus obras literarias, destacó su pasión por los avances científicos y plasmó de manera explícita las diferencias sociales. Por ejemplo, en La Máquina del Tiempo ofrece un paradigma muy ilustrativo sobre ambas temáticas, a través de una historia en la que figuran dos razas descendientes de los seres humanos, los Eloi y los Morlocks. En la novela, basada en un futuro muy lejano, las desigualdades sociales son fehacientes: mientras los Eloi viven en verdes praderas, iluminados por la luz del sol y en armonía pura, los Morlocks habitan bajo tierra, denostados y sin vestigios de su antigua humanidad.

De manera similar, Cuando el Durmiente Despierta presenta una realidad futurista, concretamente en el año 2100. A diferencia de La Máquina del Tiempo, no existe un dispositivo para viajar en el tiempo, sino que Graham, el protagonista de la narrativa, duerme durante 200 años, y al despertar, contempla aterrorizado el deterioro de la sociedad.

En esta realidad, los proletarios son oprimidos de manera incesante, la policía utiliza continuamente la violencia contra los civiles, y las mujeres que dan a luz, tienen que entregar a sus bebés, que pasarán a ser alimentados por robots con forma de mujer. Para horror de Graham, se da cuenta que, a través de una sucesión de eventos inicialmente inexplicables, él se ha convertido, mientras dormía, en la persona más poderosa del mundo. 

Nuevamente, la pasión de H. G. Wells por el desarrollo tecnológico queda plasmado en la novela, aunque a través de Graham, muestra el peligro que entraña el uso de la ciencia para fines ególatras. A través de un método de vigilancia extremadamente preciso, se ilustra una sociedad donde se ha establecido una esclavitud sistémica. En este aspecto, el escritor británico siempre remarcó la importancia del derecho a la privacidad de las personas.

Una sociedad en la que “riqueza es poder”, y enseñar “solamente produce descontento y problemas”, es la historia sobre la que versa Cuando el Durmiente Despierta. A pesar de no ser una de las obras más famosas, ofrece una imagen muy lúgubre acerca del excesivo control y la represión ejercida sobre los habitantes, temáticas adoptadas por George Orwell en 1984 o Czeslaw Milosz en La Mente Cautiva.

Pese a tener el dominio mundial, el protagonista de Cuando el Durmiente Despierta nunca llega a corromperse y, por el contrario, se une a las clases más denostadas para eliminar la desigualdad en el planeta

Pese a tener el dominio mundial, Graham nunca llega a corromperse y, por el contrario, se une a las clases más denostadas para eliminar la desigualdad en el planeta. 

Además de ciencia y socialismo, en La Isla del Doctor Moreau y El Hombre Invisible, se detalla una clara lucha interna en el propio ser humano, entre lo éticamente correcto y la importancia del progreso. La idea se basa en que la capacidad para inventar es prácticamente ilimitada, al igual que la facilidad para caer en actos inmorales y perversos. 

En El Hombre Invisible, H. G. Wells desafía al lector, a través de una cuestión formulada de manera indirecta durante la narrativa, a que se imagine con un poder semejante, y que sea capaz de no caer en la tentación de cometer actos malignos.

Por otra parte, la duda sobre las barreras que están dispuestas a atravesar los seres humanos en sus ansias por expandirse, la responde de manera explícita en La Guerra de los Mundos. La idea del relato surgió de una conversación que tuvo con su hermano Frank, mientras hablaban de la llegada de los europeos a la isla de Tasmania, y la destrucción de los nativos. 

Con su ironía habitual, el autor de La Guerra de los Mundos lanzó una pregunta al aire: “¿Somos tan misericordiosos, como para quejarnos si los marcianos apareciesen con el mismo espíritu conquistador?”

“Imagina que, desde el cielo, vienen seres de otro planeta, y se ponen a vivir entre nosotros”, dijo Frank. Y años más tarde, H. G. Wells explicó que, antes que criticar a los invasores de la novela, “hemos de recordar la implacable y absoluta destrucción que los seres humanos hemos causado”, y mencionó la hostilidad de los europeos hacia los nativos de la isla de Tasmania. Con su ironía habitual, lanzó una pregunta al aire: “¿Somos tan misericordiosos, como para quejarnos si los marcianos apareciesen con el mismo espíritu conquistador?”.

Al final de “La Guerra de los Mundos”, la humanidad parece condenada a la extinción, tras la hecatombe producida por la llegada de los invasores. Sin embargo, a diferencia de los humanos, el sistema inmunológico de los extraterrestres, no estaba preparado para defenderse de las enfermedades de la Tierra. De esta forma, la pandemia aniquiló a una especie que estaba causando estragos en el planeta.

Su optimismo en la capacidad soñadora de los seres humanos para inventar era una continuación de las ideas promulgadas a través de la Ilustración, y que se habían expandido a través de los movimientos modernistas.


 


Libertad total e igualdad sin restricciones

Antes de la Primera Guerra Mundial, H. G. Wells era, posiblemente, el escritor que mejor captaba la esencia de la época. Su optimismo en la capacidad soñadora de los seres humanos para inventar era una continuación de las ideas promulgadas a través de la Ilustración, y que se habían expandido a través de los movimientos modernistas.

De esta manera, muchos de sus escritos se enfocaban en la posibilidad de investigar, en las aventuras que aguardaban a aquellas personas con capacidad y determinación para descubrir. Y no solamente en el ámbito científico, también en el aspecto social, pues para él, la libertad debía extenderse a todos los ámbitos. 

De hecho, era muy crítico con los movimientos conservadores cristianos y los códigos de conducta de la época. Entre sus reivindicaciones, destacó su apoyo incuestionable a la libertad sexual, a la necesidad de una educación global, y al movimiento sufragista. De hecho, en su novela Ann Veronica, escrita en 1909, habla sobre los futuros movimientos de liberación de la mujer, en la lucha para conseguir la igualdad de género.

Si la humanidad quería alcanzar un futuro próspero, el camino debía trazarse a través de la igualdad, la cooperación, y la paz mundial

Para él no existía duda posible. Si la humanidad quería alcanzar un futuro próspero, el camino debía trazarse a través de la igualdad, la cooperación, y la paz mundial. Estos ideales fueron plasmados a comienzos del siglo XX en Mankind in the Making, novela en la que destaca la igualdad entre sexos, y en sus convicciones de la necesidad de crear un proyecto social, al que calificó como Nuevo Republicanismo. 

Siendo uno de los escritores más famosos de la época, también participó activamente en las campañas socialistas, y criticó a la burguesía. En 1903, se unió a la Sociedad Fabiana, formada por un grupo de intelectuales socialistas, que incluía a personajes ilustres como George Bernard Shaw, Beatrice Webb, y Sidney Webb.

No obstante, desde los inicios, se mostró decepcionado con muchas acciones tomadas por la organización, y en 1906, redactó un artículo, donde criticó abiertamente la falta de ambición de sus integrantes para hacer reformas importantes, de aspecto más radical. Uno de los principales desacuerdos, era la negativa de los miembros de la Sociedad Fabiana, a reconocer la libertad para amar y tener sexo.

Ciencia para el progreso social

A lo largo de los años, las novelas de H. G. Wells han perdurado, gracias en parte por la sencillez en sus narrativas de ciencia ficción. Adelantó muchos avances tecnológicos a través de sus novelas, y la fascinación que el escritor británico tenía sobre la ciencia, tras sus años de estudio, era evidente. A ello se unía su creencia de que el socialismo y el progreso científico eran dos aspectos que debían permanecer juntos. A través de su estudio en la biología, comprendió que la unión de los seres humanos era esencial para poder adaptarse a una realidad cambiante, y así poder mejorarla por el bien común.

Por ello, no sorprende que en Anticipaciones, publicada en 1902, el escritor británico muestre una idea de que, para prosperar, los seres humanos han de confiar en la ciencia. Años más tarde, en 1905, escribió Una Utopía Moderna, novela en la que se ilustra un mundo donde la propiedad es regulada por el estado, en la que la igualdad entre hombres y mujeres es patente.

Aunque su obra parece una analogía del comunismo, al igual que la obra Utopía, publicada en 1516 por Thomas More, la realidad es que, por aquel entonces, H. G. Wells rechazaba el comunismo como ideología de estado.

Precisamente, se observa una crítica al sistema en el hecho de que los Samurai, que son los líderes de la sociedad de la novela, gobiernan sin haber sido elegidos. Sobre el sistema de gobierno implementado en Una Utopía Moderna, Michael Sherborne, escritor de la biografía H. G. Wells: Another Kind of Life, explica que se trata de “un Estado unipartidista antidemocrático, en el que la verdad no se establece mediante una discusión crítica, sino a través de una creencia compartida”.

De aquel encuentro, el escritor británico se mostró impresionado con la doctrina de Lenin, y declaró que “gracias a él, a pesar de Marx, entendí que el comunismo podía ser enormemente creativo”

Pero con el transcurso de los años, H. G. Wells viajó a Rusia en tres ocasiones, y tras su encuentro con Lenin, su percepción sobre el comunismo cambió drásticamente. Prueba de ello son sus experiencias recogidas en el libro Rusia en las Sombras, donde detalla su entrevista con el líder de la Revolución Bolchevique.

De aquel encuentro, el escritor británico se mostró impresionado con la doctrina de Lenin, y declaró que “gracias a él, a pesar de Marx, entendí que el comunismo podía ser enormemente creativo”. Era obvio su rechazo al filósofo alemán, como había demostrado en escritos anteriores. Para él, la expansión del marxismo no se debió al mérito de esta corriente ideológica, más bien a que la opción contraria, el capitalismo, es “estúpida, egoísta, excesiva y anárquica”.

Por sus críticas al marxismo, se granjeó la enemistad de gran parte de los comunistas, mientras que, por su desprecio al capitalismo, fue duramente criticado por los conservadores. Entre ellos, Winston Churchill, que le había otorgado el crédito de concebir en sus obras, la idea de usar aeroplanos y tanques antes de la Primera Guerra Mundial.

Habiéndose reunido durante décadas para discutir sobre diversos temas de actualidad, finalmente la relación entre ambos se deterioró. H. G. Wells le consideraba un miembro ilustrado de la clase gobernante, y Winston Churchill repudiaba sus ideales socialistas.

Las guerras mundiales y el pesimismo de H. G. Wells

Con el paso de las décadas, y el transcurso de las guerras, su firme creencia en la corriente humanista fue debilitándose. Primero fue la Guerra de los Boers en 1899, el conflicto a través del cual empezó a entender la complejidad de la naturaleza violenta en los seres humanos.

Después de la primera Guerra Mundial, inevitablemente, el optimismo del escritor británico, al igual que el de muchos humanos, empezó a desvanecerse

Y después de la Primera Guerra Mundial, para H. G. Wells y gran parte de los intelectuales de la época, confiar en una raza que había causado tanta devastación, dependía prácticamente de un acto de fe sin fundamentos en los que sostenerse. Inevitablemente, el optimismo del escritor británico, al igual que el de muchos humanos, empezó a desvanecerse.

Además, a través de su novela de ficción El Mundo Liberado, escribió acerca de un potencial atómico de catastrófica magnitud. Publicada en 1914, este escrito fue una oda a los posibles avances tecnológicos, al igual que un aviso sobre los peligros del uso indebido de la ciencia.

Paradójicamente, la exhaustiva imaginación que H. G. Wells muestra en la novela, especialmente al describir una granada de uranio capaz de provocar explosiones de manera indefinida, cautivó a Leo Szilard. Posteriormente, el físico húngaro reconoció que, a través de la obra del escritor británico, entendió “lo que significaría la liberación de la energía atómica a gran escala”.

Y eventualmente, en 1934, plasmó esta realidad en forma de reactor nuclear. En 1939, El propio Leo Slizard y Albert Einstein escribieron una carta al presidente Franklin Delano Roosevelt, que comenzó el Proyecto Manhattan, y que terminó con el bombardeo de Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagaski. Precisamente, en otra novela de H. G. Wells, La forma de las cosas que vendrán, publicada en 1933 y que fue adaptada al cine, se pronosticó con precisión el lanzamiento de bombas durante un conflicto global, provocando una devastación inminente. Por su parte, el propio Leo Slizard quedó atormentado al comprobar el poder destructivo de las bombas atómicas, y en 1950, pronosticó que una bomba de cobalto destruiría a todos los seres vivos.

Pasando de la ficción escrita a la realidad vivida, para H. G. Wells, la Segunda Guerra Mundial fue una ilustración definitiva de un panorama desalentador. La humanidad, que parecía incapaz de aprender de sus errores, quedó retratada.

De manera simbólica, como una broma macabra del destino, la última obra del escritor británico fue Mente al final de su atadura. Publicada en 1945, en el año de la conclusión del conflicto armado, el escritor inglés ofrece una visión oscura y desalentadora del mundo, donde tras la destrucción ocasionada, los seres humanos no pueden seguir viviendo.

Finalmente, el 13 de agosto de 1946, tendido en su lecho, H. G. Wells se despidió de sus seres queridos, a los que dedicó sus últimas palabras. “Podéis iros. Estoy bien”. 

En 1940 escribió un borrador titulado “La Declaración de Derechos del Hombre”, que él mismo reconoció que incluía de igual a manera a “mujeres y hombres, niños o adultos”

El legado humanista de Wells y la Declaración de Derechos Humanos

El escritor británico se despidió de un mundo que debía continuar sin él, pero que nunca le olvidaría. No es casualidad que un socialista de convicciones igualitarias tan efusivas como él, y siendo una de las figuras literarias más influyentes de la época, fuese esencial en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

Durante sus últimos años de vida, su visión crítica y sagaz sobre el mundo seguía intacta. De esta forma, en 1940 escribió un borrador titulado “La Declaración de Derechos del Hombre”, que él mismo reconoció que incluía de igual a manera a “mujeres y hombres, niños o adultos”.

A través este escrito, su objetivo era encontrar “un código de Derechos Humanos fundamentales, que fuese accesible a todas las personas”. Años más tarde, este documento sirvió de inspiración para la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Las premisas del borrador se centraban en la necesidad de crear un documento, a través del cual se pudiese establecer una ley internacional, con el fin de acabar con los conflictos. Remarcó la importancia del derecho a la privacidad de las personas, la necesidad de preocuparse por cualquier acto de crueldad que aconteciese en el mundo, y abogó por una “profunda reconstrucción de los métodos de la vida humana”. 

De manera similar a José Saramago, quién en Ensayo Sobre la Lucidez explicó que “los derechos no son abstracciones, tienen existencia incluso cuando no son respetados”, H. G. Wells resaltó que “la ley debe incluir a la totalidad de las personas”. Según el escritor inglés, teniendo en cuenta la evolución social y el continuo nacimiento de seres humanos, “no puede existir una generación particular que sea capaz acaparar todo el poder legislativo, sino que este debe ser inherente a toda la humanidad”.

Desde que avisara de los peligros del aumento de las desigualdades de clases en “La Máquina del Tiempo”, hasta que se resignó a la capacidad destructiva de la raza humana en “Mente al final de su atadura”, transcurrieron 50 años. Durante su vida y a través de sus escritos, profundizó sobre temas que tienen resonancia en el siglo XXI, como el peligro de un conflicto nuclear, los métodos de vigilancia, el poder de manipulación de los medios, la creación de una red de conexión global y el calentamiento global.

De hecho, durante una conferencia en Australia en 1939, alertó de los peligros que entraña la explotación frenética de los recursos ambientales. “Los seres humanos queman bosques, talan árboles, destruyen terrenos, extinguen animales”, explicó. También ofreció una idea para concienciar a los seres humanos acerca de la necesaria protección del ecosistema: “Si en cada atlas se mostrasen las regiones devastadas por las actividades del ser humano, la gente quedaría atónita”. 

El legado de Herbert George Wells es asombroso, y sus desalentadoras advertencias sobre el futuro, demasiado reales en el presente.