Venezuela: El fiasco constituyente

Esta Asamblea Nacional Constituyente pasará a la historia como una representación del poder constituido y no del poder constituyente, un apéndice del PSUV y no de la mayoría no militante que transita las calles. Ha servido finalmente para que el PSUV apriete más las tuercas que le permiten la colonización y el control de toda la sociedad y no para que la sociedad sea más proactiva y libre en la solución de sus problemas.



El fiasco constituyente

Cuando Hugo Chávez convocó a Constituyente en 1999, lo primero que hizo fue consultar al pueblo. El domingo 25 de abril de aquel año, se realizó un referéndum para saber si los venezolanos estaban de acuerdo con que se eligiera una Asamblea Nacional Constituyente, para lo cual se establecieron dos preguntas que debían responderse con SÍ o con NO. La segunda de ellas se refería a aspectos procedimentales. La primera era la pregunta de fondo: “¿Convoca usted una Asamblea Nacional Constituyente con el propósito de transformar el Estado y crear un nuevo ordenamiento jurídico que permita el funcionamiento de una Democracia Social y Participativa?”. Había aquí dos tareas esenciales para los constituyentes: la transformación del Estado y el impulso de la democracia participativa y protagónica, objetivos fundamentales de la propuesta de Chávez, que aún esperan por su plena y definitiva realización. De manera que esos objetivos del proceso constituyente que planteó el Comandante no solo no se han cumplido sino que parecieran estar hoy en franco retroceso, ante las señales de la contundente realidad.

El pasado lunes 17 de agosto Nicolás Maduro anunció que la Constituyente terminaría sus funciones en diciembre de 2020. Esto es un claro desconocimiento del carácter plenipotenciario y soberanísimo de la ANC. Es la plenaria de la Constituyente la que está facultada para tomar tal decisión. Al menos se debería guardar las apariencias, porque es claro que la mayoría de los constituyentes, obedientes militantes del PSUV, apoyarían tal moción sin pensarlo dos veces, es más, no lo pensarían ni una sola vez, pues en el chavismo

 

oficial se ha consagrado la frase “Lo que diga Nicolás” (¡!) O sea, que si Nicolás les dice que se tiren por un puente, lo harían. Yo en cambio solo saltaría de un puente si estuviera plenamente convencido de que quiero morir. Si se me apareciera el mismo Cristo en persona y me pidiera tirarme desde un puente, lo menos que le respondería sería: “Maestro

¿usted no cree que podríamos debatir ese punto?”.

Ahora bien, esa pendejada folclórica no es realmente lo que me preocupa. Lo que me angustia es que la ANC está muy lejos de haber cumplido su objetivo principal, sin dejar de reconocer que ha contribuido a la paz en el país, actuando para desguañangar a la derecha extremista, vendida y violenta.

Ese objetivo principal es, en mi opinión, completar lo que quedó pendiente de la propuesta de la Constituyente de 1999: transformar el Estado y abrir más espacios a la participación y al protagonismo de los ciudadanos, interviniendo para ello la Constitución.

Lamentablemente todo apunta a que esta ANC pasará a la historia como una representación del poder constituido y no del poder constituyente, un apéndice del PSUV y no de la mayoría no militante que transita las calles. Ha servido finalmente para que el PSUV apriete más las tuercas que le permiten la colonización y el control de toda la sociedad y no para que la sociedad sea más proactiva y libre en la solución de sus problemas.

Cuando me puse en campaña para ser constituyente, mi principal propuesta pública, que lancé a los cuatro vientos, apuntaba a la transformación del poder municipal, sustituyendo la figura individualista y medieval del alcalde por una forma colectiva y popular de

 

gobierno municipal, es decir tendente a iniciar la transformación del Estado desde abajo. Esa propuesta pasó bajo la mesa, por más que yo, de pendejo, insistí en ella varias veces. Tal vez no servía para nada, pero al menos merecía ser debatida. Pero no soy parte de los círculos de poder que todo lo deciden, así que solo me queda pedir perdón a mis electores por este fracaso.

Quien quita que mañana se aparezcan con un proyecto constitucional aprobado en el cenáculo o llevado a la carrera a una plenaria obsecuente que dará el sí probablemente entre vítores. Acá debo recordar que el proyecto constitucional de 1999 fue sometido a referéndum popular para que lo aprobara el real poder constituyente, el pueblo. Nosotros somos tan solo delegados que no tenemos el derecho de usurpar su soberanía ¿Lo vamos a hacer de aquí a diciembre, en medio de la pandemia? En aquella experiencia es inolvidable la imagen de la gente llevando bajo el brazo el proyecto, leyéndolo a las puertas del Metro, discutiéndolo en los barrios y en las universidades, en medio de una luna de miel revolucionaria que no era propiedad de un partido sino de todos nosotros.

Perdón, pues, por este fiasco del cual me siento responsable. Lo mínimo que puedo hacer es mostrar mi desacuerdo con este desaguisado hecho en nombre de la Patria y la Revolución. Por supuesto, ya saldrán los exegetas y procónsules bolivarianos a contradecirme con sus repetitivos ritornelos: que si la agresión imperialista, que si la unidad, que si la paz, que si esto y lo otro, hay miles de argumentos para baypasear el asunto político principal que planteó Hugo Chávez: cuando no nos consultan ni a los constituyentes, qué quedará para el pueblo callejero ¿Qué ha sido de la democracia participativa y protagónica, y qué del nuevo Estado que no aparece por ninguna parte y cada vez se ve más alejado en el panorama?

La frase “lo que diga Nicolás” revela una grave estulticia en el conglomerado pesuvista. No solo es pusilánime y pueril, tampoco habla bien de quien recibe sin chistar ese dudoso beneficio. Si escuchara a alguien decir “Lo que diga Néstor”, le saldría al paso de inmediato y le sugeriría asumir su responsabilidad de persona adulta y pensante.

Bien, ya me solté a hablar. La próxima entrega llegará pronto y abordará el tema electoral. Hasta entonces.

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