Centroamérica: origen común, caminos diferentes
Los países centroamericanos son los más pequeños de América continental, y todos han tenido un recorrido complejo. Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Belice comparten historia como colonias y tras sus independencias. Sin embargo, todos han acabado tomado rumbos diferentes: hoy algunos son prósperos mientras otros están entre los más violentos e inestables del mundo.
Junta, hay quien resume Centroamérica en violencia y migración. Por separado, esta región parece la suma inconexa de caravanas de migrantes y criminalidad en Guatemala, El Salvador y Honduras, el poco conocido Belice, la deriva autoritaria de Daniel Ortega en Nicaragua, el desarrollo de Costa Rica y su “pura vida”, y Panamá, con su canal y sus ventajas fiscales. Pero, aunque después cada uno haya tomado caminos distintos, hasta hace poco los países centroamericanos siguieron recorridos históricos comunes que ayudan a explicar sus desafíos actuales.
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Con todo, los estereotipos sobre la región no siempre le hacen justicia. Por ejemplo, en el Triángulo Norte, que conforman Guatemala, El Salvador y Honduras, existen iniciativas institucionales y ciudadanas contra la impunidad. En Nicaragua se ha consolidado un bloque opositor frente al régimen de Ortega. Pese a que Costa Rica es el país más pacífico de la región, y carece de ejército desde 1948, la pobreza ronda el 20 %. Y Panamá arrastra altos índices de corrupción y desigualdad, pero desde los años noventa es un país relativamente tranquilo en una región muy inestable.
Juntos, pero no revueltos
La Capitanía General de Guatemala, que incluía toda Centroamérica menos Panamá, se independizó de España en 1821 después de tres siglos de dominio colonial. La independencia fue pacífica, y se consiguió gracias a la presión de amplios sectores y por efecto dominó después de que también se independizara el actual México. En 1822, el México ya independiente se anexionó el territorio centroamericano, pero las Provincias Unidas del Centro de América volvieron a declarar su independencia al año siguiente, esta vez de México, de España otra vez y de toda potencia extranjera.
El nuevo Estado pasó a llamarse República Federal de Centroamérica, e incluía las actuales Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Costa Rica se adhirió, mientras que la región de Chiapas —hasta entonces controlada por Guatemala— decidió en un referéndum sumarse a México. A Belice se la conocía entonces como la Honduras Británica, porque estaba bajo control del Reino Unido desde mediados del siglo XIX. Consiguió el autogobierno en 1964 y la independencia en 1981, y ha seguido mirando al mundo anglosajón. Por último, Panamá formaba parte de la República de Colombia, o Gran Colombia, que incluía a Colombia, Venezuela y Ecuador; y después de la República de la Nueva Granada —la actual Colombia—, de la que se independizaría en 1903.
El experimento federal duró hasta 1839, cuando el choque de intereses políticos y económicos provocó la guerra civil centroamericana (1826-1829), tras la que la República se fragmentó en los Estados actuales. Los protagonistas de este periodo liberal y de idealismo unificador fueron el salvadoreño Manuel José Arce y el hondureño José Francisco Morazán, el “Simón Bolívar de Centroamérica”. Los dos perdieron influencia con el final de la federación.
Liberales contra conservadores, caudillos y ejércitos sin nación
Pese a que la independencia había sido inicialmente pacífica, pronto surgieron las disputas en los países centroamericanos. Liberales y conservadores diferían en el manejo de la economía, el trato a los indígenas, la educación o el papel de la Iglesia. Esta fue una época protagonizada también por el importante papel de los ejércitos, que al principio eran meras fuerzas irregulares. Muchos caudillos militares aprovecharon su posición para convertirse en jefes de Estado en países que solo habían empezado a desarrollarse.
Uno de los caudillos más conocidos fue el guatemalteco José Rafael Carrera, militar conservador. Carrera dirigió su país desde 1839 y fundó la república actual en 1847, liderándola hasta su muerte en 1865. Cada país tuvo sus caudillos, aunque solo algunos lograron mantenerse en el poder varios años. Entre 1870 y 1908, en Guatemala hubo apenas seis cambios de Gobierno, en Nicaragua ocho, en Costa Rica doce, en El Salvador quince, y en Honduras, la más inestable entonces, diecinueve.
Durante ese último tercio del siglo, dominado por los liberales, se impulsó el comercio y se estructuraron las instituciones del Estado. En Guatemala gobernaron sobre todo generales. En Costa Rica la mayoría de Gobiernos fueron civiles, y la división entre facciones políticas estaba más delimitada, mientras que en El Salvador y Honduras la distinción era más borrosa, pero la hegemonía seguía siendo liberal. La excepción es Nicaragua, que sufrió una Guerra Nacional (1857-1858) entre liberales y conservadores, y desde entonces vivió tres décadas de cierta prosperidad bajo un Gobierno militar conservador.
También hubo un nuevo intento de reunificar la región. La República de Centroamérica, luego llamada Estados Unidos de Centroamérica, reunió entre 1895 y 1898 a Honduras, Nicaragua y El Salvador, y pudo haber sumado a Guatemala y Costa Rica. La federación duró poco, rota por la salida de los salvadoreños tras un golpe de Estado. Durante los últimos años del siglo continuaron los intentos de consolidar la economía y la nación, pero la tarea era difícil. En estos países había enormes contrastes entre el mundo rural y urbano, y una segregación social heredada de la época colonial entre la minoría gobernante, blanca y mestiza, y los indígenas y afrodescendientes. Por si fuera poco, Centroamérica ya empezó entonces a sufrir la influencia de potencias extranjeras, sobre todo Estados Unidos.
Centroamérica, “patio trasero” de Estados Unidos
Centroamérica no se entiende sin Estados Unidos. Como parte del “América para los americanos” de la doctrina Monroe (1823), la potencia del norte buscó ser el primer socio comercial en la región. Pero a medida que Estados Unidos fue consolidando su territorio y economía, ese enfoque comercial dio paso a principios del siglo XX a la injerencia política y militar. Ya había antecedentes de esta injerencia, aunque no siempre apoyados desde Washington. Por ejemplo, a mediados del siglo XIX el filibustero estadounidense William Walker aprovechó la crisis política en Nicaragua para invadir el país, que llegó a gobernar entre 1856 y 1857. La invasión de Walker fue una de las causas de la Guerra Nacional un año después e inauguró cierto rechazo hacia la presencia estadounidense en la región.
Los intereses económicos y políticos de Estados Unidos y las élites centroamericanas coincidían. Desde la segunda mitad del siglo XIX, el ferrocarril y las empresas estadounidenses empezaron a ganar terreno en Latinoamérica. Estados Unidos apoyó a quienes garantizaran sus operaciones, colaborando para profesionalizar los ejércitos y crear guardias nacionales en las “repúblicas bananeras”, bautizadas así por exportar ante todo plátano (Costa Rica, Honduras y Panamá) y café (Guatemala, El Salvador y Panamá). El ejemplo paradigmático del desembarco empresarial estadounidense en Centroamérica es la United Fruit Company, fundada en 1899, que comercializaba frutas tropicales, sobre todo plátano.
Pero el ejemplo más rotundo de ese cruce de intereses es la independencia de Panamá en 1903, que Estados Unidos instigó y apoyó. A cambio, la nueva república le concedió a Estados Unidos los derechos de propiedad del canal de Panamá, que terminaría de construirse en 1914 y se convirtió en un punto de tránsito clave en el comercio marítimo regional.
Entrado el siglo XX, Estados Unidos ya era el principal socio comercial de Centroamérica y aspiraba a dominar una región lastrada por guerras internas y crisis económicas. Los estadounidenses intervinieron, por ejemplo, en la guerra Constitucionalista de Nicaragua (1926-1927), apoyando con sus tropas al bando conservador. Una intervención puntual pero significativa, porque Washington se había aislado del panorama internacional después de la Primera Guerra Mundial. La participación de EE. UU. en la guerra nicaragüense también sería relevante por algo más: en el bando opuesto, el de los liberales, luchaba Augusto César Sandino, un líder guerrillero asesinado por orden de Estados Unidos. La lucha de Sandino inspiró al movimiento sandinista, la guerrilla izquierdista que tomó el poder en Nicaragua en 1979.
Mientras los países centroamericanos modernizaban sus ejércitos y sus economías se resentían con la Gran Depresión, siguió la alternancia política, aunque sin traer mayor estabilidad. Entre 1909 y 1945, el Gobierno cambió de manos once veces en Guatemala, dieciséis en Nicaragua, trece en Costa Rica, diecisiete en El Salvador y catorce en Honduras. Con el precedente de la intervención en Nicaragua, Estados Unidos aumentaría su participación en la región a partir de la Guerra Fría, influyendo en la política de estos países durante décadas.
Guerrillas y dictadores
Con la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, la estabilidad política de los países centroamericanos quedó supeditada al nuevo escenario global. Entonces en Centroamérica ya existían movimientos comunistas, enfrentados a los sectores políticos tradicionales. Guatemala estaba gobernada por el general Jorge Ubico (1931-1944), que ilegalizó esas formaciones para evitar lo que había ocurrido en El Salvador, donde el Gobierno había aplastado una revuelta campesina en 1932. En Honduras y Nicaragua gobernaban los dictadores Tiburcio Carías (1933-1949) y Anastasio Somoza (1937-45 y 1950-56), con posturas similares.
Inmerso en la Guerra Fría, Estados Unidos quería frenar las corrientes comunistas e indigenistas que se extendían por la región, y apoyó a estos gobernantes. La primera intervención directa de la Guerra Fría tuvo lugar en Guatemala en 1954. La CIA colaboró para derrocar a su presidente, Jacobo Árbenz, después de que este ordenara expropiar las tierras de la United Fruit Company como parte de su política de reforma agraria.
Pero ni la amenaza a la poderosa empresa frutícola condicionó tanto la política anticomunista de Estados Unidos en la región como la Revolución cubana de 1959. Con su giro socialista a Cuba, Fidel Castro inspiró y promovió movimientos guerrilleros en toda Latinoamérica. El objetivo de estas guerrillas era luchar contra las desigualdades, la concentración de tierras y la falta de participación política, pero acabaron derivando en guerras con mayoría de víctimas civiles.
En Guatemala, cada vez más polarizada y gobernada por militares, se desató en 1960 una guerra civil entre guerrillas, el Ejército y paramilitares que duraría hasta 1996. Nicaragua vivió la Revolución sandinista en 1979, que derrotó a la dinastía de dictadores de los Somoza y a los paramilitares, conocidos como contras, financiados por Estados Unidos. El conflicto entre el Gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional duró de 1980 a 1992. Honduras, bajo Gobiernos militares, sirvió de plataforma a Estados Unidos para la contrarrevolución en Nicaragua y para evitar un efecto dominó en la región.
Panamá no sufrió conflictos internos bajo el mando de los generales Omar Torrijos (1968-1981) y Manuel Antonio Noriega (1983-1990), pero cuando este último pasó de apoyarse en Estados Unidos a involucrarse en el narcotráfico, los propios estadounidenses lo derrocaron. Costa Rica también mantuvo una posición cercana a Estados Unidos y gozó de una estabilidad política solo amenazada por una crisis económica en los ochenta.
Centroamérica y la globalización
La participación estadounidense en Centroamérica no se limitó a apoyar Gobiernos militares y luchar contra guerrillas. El presidente John F. Kennedy fundó en 1960 la Alianza para el Progreso para inyectar dinero en el desarrollo político y social de Latinoamérica. La Alianza duró hasta 1970, pero sirvió de punto de partida para más acuerdos de cooperación. Y pese a la inestabilidad política, los países centroamericanos siguieron intentando abrir sus economías, fundando en 1960 una zona de libre comercio, el Mercado Común Centroamericano, y apostando por el desarrollo industrial.
Pero si la globalización había entrado en Centroamérica gracias a la Guerra Fría y a los intentos de desarrollar la economía, pronto también lo hizo a través del narcotráfico. Aunque no ha dado grandes cárteles de la droga, Centroamérica es desde los ochenta zona de tránsito en las rutas de cocaína que van del sur al norte del continente. El narcotráfico ha afectado a las relaciones de estos países con sus vecinos del norte, y cambió de lleno la violencia y las disputas por el poder político y en el mundo criminal. Como lugar de paso, el negocio de la droga ha pasado de clanes familiares a franquicias de los cárteles mexicanos, difuminando las fronteras entre el crimen organizado y parte de la élite política, militar y empresarial, sobre todo en Guatemala y Honduras.
A ello se le ha sumado en las últimas décadas la llegada de las maras, o pandillas. El Barrio 18 y la MS-13, las dos más importantes, fueron fundadas en Los Ángeles entre los años sesenta y ochenta por emigrantes centroamericanos, y llegaron a Centroamérica cuando muchos de sus miembros fueron deportados de Estados Unidos. La violencia en Guatemala, Honduras y El Salvador ha aumentado desde principios de los noventa por el crecimiento de estas bandas, sus vínculos con otros grupos del crimen organizado y la aparición de imitadores.
Frente a esa situación, miles de centroamericanos optan por emigrar al norte. Con el apoyo de la ONU para pacificar la región, miles de refugiados por los conflictos armados retornaron a sus países en los noventa. Pero desde entonces la pobreza y la violencia han seguido empujando a los centroamericanos a emigrar, junto con la corrupción, el cambio climático y el impacto de los desastres naturales, otros retos estructurales por resolver. Con los años, la migración ha ganado peso en la economía de estos países gracias a las remesas que envían los emigrantes desde Estados Unidos, sobre todo a los países del Triángulo Norte y Nicaragua.
En busca del siglo XXI
Centroamérica ha tratado de superar su etapa más convulsa, pero no siempre con éxito. A partir de los años ochenta, con el final de los conflictos armados y las dictaduras, los países de la región impulsaron acuerdos de integración política, como el Parlamento Centroamericano o el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), ambos fundados en 1991. También han firmado tratados comerciales o de cooperación entre ellos, con México, Estados Unidos, China y países del Caribe, Sudamérica y Europa, y planes de desarrollo conjuntos.
Sin embargo, los países centroamericanos siguen enfrentándose a retos comunes, como los altos niveles de pobreza, violencia y corrupción. Los Estados no son fallidos, pero su debilidad institucional ha sido incitada y aprovechada por quienes priorizan el beneficio propio antes que el desarrollo del país. En Guatemala, la impunidad en casos de corrupción y crimen organizado llevó a crear en 2004 la Comisión de Investigación de Cuerpos Ilegales de Seguridad, que en 2006 pasó a ser la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Creada con la ONU, esta organización buscaba fortalecer el sistema judicial y apoyar las investigaciones criminales. Su labor, y las protestas masivas que estallaron en 2015 contra la corrupción del Gobierno, forzaron a renunciar al presidente Otto Pérez Molina.
El ejemplo de Guatemala, y las manifestaciones populares de los hondureños, llevaron a Honduras a fundar en 2016 la Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH), con el apoyo de la Organización de Estados Americanos. El Salvador, por su parte, acordó con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito crear la Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIES). Estas organizaciones han recibido apoyos y críticas, pues suponen externalizar parte del funcionamiento de la justicia. La CICIG guatemalteca consiguió cien condenas y desarticuló doce estructuras criminales, pero no se le renovó el mandato en 2019, al igual que a la MACCIH hondureña en 2020. Se las acusaba de extralimitarse en sus funciones, y sus investigaciones estaban perjudicando los intereses de políticos y empresarios locales.
A nivel político, Guatemala no hizo una buena transición tras el conflicto armado, y las consecuencias aún se ven, aunque sí se consiguió que las guerrillas entraran en política. Lo mismo ocurrió en El Salvador, donde el Frente Farabundo Martí abandonó las armas y llegó a gobernar durante la última década. El tradicional bipartidismo salvadoreño fruto de la transición lo rompió en junio de 2019 Nayib Bukele, que está llevando al país a una deriva autoritaria.
Honduras sufrió en 2009 un golpe de Estado que derrocó a Manuel Zelaya, aliado de Cuba, Venezuela y Nicaragua, con lo que el país giró de nuevo a favor de Estados Unidos. El actual presidente, Juan Orlando Hernández, se ha visto envuelto en escándalos de narcotráfico mientras el país se enfrenta a la pobreza y la violencia, que han obligado a miles de migrantes a huir hacia el norte en grandes caravanas. Mientras, la relativa calma democrática de Panamá y Costa Rica ha facilitado las inversiones extranjeras, también atraídas a Panamá por su condición de paraíso fiscal. En Nicaragua ocurre justo lo contrario: acosado por las protestas ciudadanas que piden una transición democrática, Daniel Ortega no cede y se mantiene en el poder.
Incluso los países que pasaron por una transición democrática se tambalean con cada cambio de Gobierno, a causa de la debilidad institucional. Salvo la de Costa Rica, todas las constituciones de la región son recientes, de los setenta en adelante, pero las instituciones todavía no se han consolidado. Todo ello ha distanciado a la población de la toma de decisiones, ha lastrado el desarrollo y ha impedido avances frente a la desigualdad, la corrupción o la violencia. El gobierno de estos países se decide en una disputa entre facciones políticas y económicas, a veces con apoyo del crimen organizado. Mientras, la población más vulnerable se ve obligada a emigrar y la que se queda protesta regularmente contra la corrupción, ante la falta de oportunidades económicas y exigiendo una verdadera apertura democrática. Dos siglos después de su independencia, los países centroamericanos han recorrido caminos propios, pero su historia compartida todavía les une.