nuevo mundopor los conquistadores evidenció la promiscuidad de las realezas y la concupiscencia de las plebes cristianas. La furia calvinista vino a poner coto a las prácticas sexuales con toda clase de castigos y colores del Infierno. La licenciosidad ingenua de Bocaccio, Chaucer y el Arcipreste de Hita acabó en añicos por la Inquisición y el puritanismo angloeuropeo. Bien ironiza D. H. Lawrence que los pueblos sometidos maldijeron a Europa con la sífilis (el morbo gálico, hispánico o itálico según los chovinismos de la época), pero Europa se vengó implantándoles la monogamia y el puritanismo.
Conforme la ciencia fue comprendiendo la etiología (las causas de las enfermedades), secularizó sus ideas de enfermedad y muerte, pero también estableció el racismo con nuevos prejuicios y odios. Curiosamente, entre más aprendemos que las enfermedades son eventos naturales comunes a todas las especies; unas prevenibles, otras no; unas curables y otras todavía no, y cuando mejor nos explicamos a nivel molecular y social el comportamiento corporal que nos enferma y mata, más nos atrapan los fantasmas de la acusación y la culpa.
Si la sífilis fue el castigo de los licenciosos a lo largo del Renacimiento, la Ilustración, el Romanticismo y la primera Modernidad, a la llegada de la Edad de la Razón y los imparables progresos científicos se dedujo que el cáncer (esa enfermedad de enfermedades) era producto de nuestra vida, sus hábitat y sus hábitos. Si te da leucemia es por culpa de una industria contaminante, si te da cáncer de pulmón es porque fumas, y si de hígado, por todo lo que te chupaste, de estómago y colon por lo que comes, y de piel por lo que te asoleas. Un colmo de la irracional vergüenza lo marcó el sida, nuevo castigo a Sodoma. Hoy el Covid-19 nos ofrece muchísimos dardos para andar repartiendo culpas. Si para un francés del siglo XVII la sífilis era culpa de los españoles, y para éstos de los napolitanos, y de los españoles para portugueses y holandeses, el coronavirus que nos trae mareados para los gringos (Trump dixit) resulta el mal chino.
Además, contamos con las culpas propias: por no usar cubrebocas, pecar fuera del matrimonio, consumir alimentos procesados, todas esas acusaciones que prodigamos en la cara de otros. Añadamos que la edad meteórica de redes sociales e informaciones instantáneas nos trae infinita variedad de teorías conspirativas y pensamientos mágicos posmodernos. El sida, las influenzas porcinas y aviares o el Covid-19 serían culpa del doctor Frankenstein, encarnado en un complejo secreto del Pentágono, una empresa pagada por los magnates del demonio, un guapachoso laboratorio post soviético, o ese maldito gusto de los chinos y los negros de África por consumir animalitos silvestres o practicar el bestialismo.
Igualmente fácil resulta negar la morbilidad creada por la producción masiva de animales para el consumo humano abusando de hormonas, fármacos y manipulaciones genéticas con fines comerciales.
De ahí a la negación no hay más que un paso, como lo ilustran los negacionistas de ultraderecha en Estados Unidos, Alemania o España, con seguidores aquí y en todo el mundo. Ahora resulta que uno puede creer
o no en las infecciones, no importa cuán demostradas estén empíricamente. Lo que es un hecho es que quienes no creen
porque creen en algo distinto, representan el mismo peligro que un libertino o una prostituta del siglo XVIII: irán por ahí propagando el virus. Su conducta la tildaremos de estúpida, ignorante, egoísta, fanática, y en el fondo nos gustaría que también a ellos les diera para que vean lo que se siente y quizá se arrepientan.
Qué chiste tendría la política si no pudiéramos echarle la culpa a los opuestos de las guerras, las debacles económicas, las hambrunas, la mortandad por enfermedades. Los rivales de los gobiernos acopian municiones contra ellos, y cada muerte o fracaso les da más la razón, quieren muertos, quieren sangre, quieren números.
Vista así, la humanidad no es seria en sus cosas. Con lo claro que resulta que la sensatez y los cuidados son básicos, nos entregamos con frenesí a descargar la responsabilidad en el otro
. O de autoculparnos por esta diabetes, este sida, cáncer, coronavirus. A la colaboración y la responsabilidad compartida (familiar, colectiva, comuni-taria) anteponemos intereses, ideologías, modas, valentías inútiles y desprecios de color y clase en un de por sí mundo dividido.
Francamente, son ganas de atormentarnos y dañarnos, pudiendo estar el suelo más parejo y entre todos ver un paisaje claro.